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Capítulo 21

Damon Armstrong.


Salgo de la casa de huéspedes y me dirijo a la habitación de Bella.

No soy de los hombres que se sientan culpables por algo, recuerdo haber perdido disculpas una vez, a una sola persona.

Pero la cara de Bella cuando le dije lo que sentía, como se veía, y cómo me hizo sentir. Ni siquiera era verdad, es verdad que siempre querré a Lovely, pero no la amo, no cómo antes, esto es distinto.

Ella se siente distinta y aunque no estoy listo para esto quiero besarla. Quería besarla en la sala, quería que se subiera arriba de mí, que me besara como a él. Me dió a mi ego, pero esto me hizo sentir algo.

Hace mucho no siento algo.

Abro la puerta con cuidado, la oscuridad me toma, y debo parpadear, entrecerrar los ojos y divisar el bulto de la cama.

—Nena —cierro la puerta a mi paso—. Sé que la cague, ¿okay? No debí hablarte así.

Tiro la chamarra, y los zapatos a puntapié.

—No pido disculpas a menudo pero se que lo jodi, y te lo compensaré con buenos orgasmos —me acuesto, pero la cama está fría—. Háblame, preciosa...

El corazón se me congela al no sentirla debajo del edredón. Me levanto, encendiendo la lámpara de al lado, descubro la cama y me percato de que está vacía.

Envío un mensaje a su teléfono pero no suena en la habitación. Me burlo, seguramente está enojada así que busco el localizador del collar. Es obsequio de Elton que al parecer es una máquina de tecnología.

Giro de golpe al ver el objeto en la pantalla, esperando ver a B, pero la sonrisa se me borra al notar mi reflejo, y allí entre maquillajes con cosas alborotadas el brillo esmeralda con destellos ilumina mi vista.

«Se lo quitó», es como un puñal.

Sabía que no tenía que hacer estas malditas cursilerías, soy tremendo pendejo, los años de estupideces no me sientan bien, no aprendo. No sirve de nada tratar cuando la mierda vuelve a mí.

Tomo el collar después de vestirme nuevamente y salgo para ir por dos botellas de vodka en la cocina que está en plena oscuridad.

Destapo ambas y dejo que el licor queme esto. Yo no debería sentirme así, soy un asesino, soy la leyenda: El demonio de Ámsterdam.

Tengo 30 maldito años, ¿Qué diablos hago deseando a un prostituta que apareció de la nada?

No se sabe nada de ella más que su nombre. Trago diez veces más...

Su nombre.

Sus ojos impactan conmigo, imágenes donde ella se lleva el protagónico aparecen.

«—Bella Barrow, señor»

Bella.

Barrow.

Barrow.

Saco mi teléfono, las teclas se ven borrosas, el alcohol ha entumido las yemas de mis dedos. El maldito nombre no aparece, tampoco en los datos a los que tengo acceso, ninguno de la jerarquía. Busco en la aristocracia, tampoco en el FBI.

Me dirijo al único sitio que podría darme una maldita respuesta, y busco el nombre. La carga de la página tarda. La primer botella se acaba, los números y letras se ven borrosos.

Pero una sola imagen, tomada en una cámara de seguridad muestra a un hombre que conozco.

Trato de caminar, me doy cuenta de que estoy sentado en el suelo así que tropiezo con el sofá, los ojos me arden, la mente se me nubla pero lo sé.

—Rebelión...

El dolor agudo se impacta contra mi rostro, hay una voz gritando, llamándome. Mi nombre es aclamado y no en un orgasmo.

—Despierta, ebrio con adición a eyacular.

«Soy yo»

Me incorporo con el resultado de haber bebido dos botellas de vodka. Me recargo de algo que parece un sofá, los gritos de los niños me hacen querer cometer homicidio en masa.

—Se fue, Damon —parpadeo enfocando el rostro del agente, le tiemblan las manos al tomar mi rostro—. Bee, ella se fue. Nos dejó.

Todo el alcohol en mi sistema desaparece, levantándome del suelo como un resorte, me apoyo del agente y trago el vomito que no lo provoca él.

La sala está siendo deshabitada debido a que la mujer del Yakuza los lleva al jardín a la hora de los juegos. Me mira mal al igual que Arden.

—Pedazos de imbeciles —espeta, azotando la puerta al salir.

Ignoro a la mujer del dragón porque definitivamente no me interesa lo que diga ya que no ve que no me importa.

—¿A qué te refieres con que nos dejó? —lo aparto.

Se aprieta el puño en la boca, pasa la mano por su cabello necio y me mira rabioso.

—Al parecer se fue con las sumisas...

—Bien por ella —me aparto, yendo al refrigerado de puerta con cristal para sacar una jarra—. Se fue como una cobarde a hurtadillas, aparte, descubrí quién es, seguramente esta planeando traicionarnos como a sus novios muertos.

Me empino la jarra de cristal, dando tragos, esperando ahogarme.

—¿Realmente te escuchas? —espeta—. Está lejos de aquí, sola, sin nadie, y podría apostar por mi placa que es tu culpa.

Dejo la jarra vacía en el fregadero y giro hacia él con el dolor punzante para encontrarme con la versión más desesperada que he visto del agente.

—Es hija de Rebelión —suelto, su cara decae, tragando para buscar las señales y cuando lo hace tres segundos después niega—. Vió a ese perro vivo, es una infiltrada. Ese era su plan desde el inicio.

—Ella no haría algo así —palmea la barra—. La conozco.

—Iré a hablar con Lovely —le doy la espalda, enjuagando mi cara.

Regreso hacia él y cuando trato de enderezarme su puño impacta contra mi pómulo.

—No vas a decir nada porque la traeré de vuelta —me toma el cuello de la camisa, pegando su nariz a la mía, sus ojos acarician mi rostro—. La quiero, Damon, no la voy a perder, así que tienes dos opciones, venir conmigo o quedarte.

Enarco la ceja.

—Primera —me acerco a sus labios—, no me pongas ultimátum, y segunda... no me vuelvas a tocar así.

Lo empujo hasta que choca con la barra.

—Hablaré con Lovely porque si Rebelión lo sabe avisará a Andersson de estar con él —aclaro—. ¿Quieres que su hijo muera? —su cara decae con respiración entrecortada.

—¿Realmente lo hizo? —aprieta las palmas al mármol—. No lo creo.

—Es una profesional —las palabras me cortan la garganta.

Olvido la mierda que ha pasado, acomodo mi pantalón, y coloco mi chaqueta después de ponérmela. Matthew sigue escaneándome incrédulo, meto las manos en los bolsillo y algo me punza. Aprieto el material, sacándolo a que brille con la luz del día.

Los ojos del agente estudian la joya, después a mí, y me la arrebata con una sonrisa amplia.

—Dame eso —espeto, niega.

Saca su teléfono, haciendo una llamada, mientras observo su manera de ser. Cuelga, apretando la joya.

—Se que no lo entiendes pero conozco esto —menea el collar, y ruedo los ojos. Ya quedó loco—. Una prostituta engaña, y seduce, el engaño es parte de su trabajo, complace sin importar los sentimientos, acepta regalos, y no los devuelve.

Me encojo de hombros.

—Quizá tuvo un poco de decencia —me encamino a la salida.

Corre, cerrando la puerta.

—Si la acusas no podremos tener oportunidad antes de que la maten, ¿no crees que ellos lo sabrían? Lovely y él. La vieron.

Su desespero me apuñala el pecho, pero sigo apartándome, no quiero pensar en que es buena, porque si se fue por otra cosa no podré hacer nada, eso quiere decir que lo jodi, y que fui yo.

—Ella está en guerra, no la puedo dejar —lo aparto.

Me toma la cara, empujándome a la pared.

—Ella lo tiene a él, y sí, le diremos, pero si ella va tras Bella... no puedo dejar que la mate. ¿Entiendes?

Sus labios se acercan a los míos, y el zumbido de calor me recorre, pero falta algo para quererlo. Yo sé lo que es.

—No iré tras ella —lo aparto—. Si vuelve bien, y si no, pues me da igual.

Sonríe, saboreando sus labios.

—Voy a decirte algo y después lo olvidarás —dice, acomodando su cabello. Me cruzo de brazos—. Me gustas, realmente el sexo es excelente, pero nunca me sentí como lo hago cuando está conmigo, sé que piensas lo mismo —empuja mi pecho, y lo aparto—. Se que te duele lo que sucedió en el pasado porque sentí lo mismo, pero esto es real, no debemos luchar porque nos desea, y se que siente algo por nosotros, y que la razón por la que se fue es por tu cobardía, así que mientras no te amarres los pantalones y aceptes lo que sientes entonces no me sigas. Hay una guerra que ellos ganaran, serán felices y siempre estaré feliz por ella —aprieto la mandíbula cuando algo aprieta mi tráquea—. Va a ser siempre la primer mujer que amé así como tú, pero Bella es excepcional, es paz, alegría, es fuego, es nuestra, y la quiero.

—No quiero —apenas me puedo escuchar, aclaro mi garganta, se peina el cabello largo—. Es tuya si lo deseas, mía no.

—Bien —asiente, chasqueando la mejilla, no puede evitar mirarme con esos estúpidos ojos tristes—. Me despediré de Lovely, y hablaré con ella de Bella, si muero allá espero que pienses en esto —empuja el collar en mi pecho.

Y se marcha, dejándome con el collar que le di para poderlo apreciar cuando me montara, para que brillara como sus ojos.

Pero yo no puedo quererla, y no quiero hacerlo. Aprecio la habitación de la sala, por fin sola, a la lejos veo a niños a través de la ventana, jugando.

Yésica habla con las mujeres que están en una mesa, encargándose de el desplazamiento con las bombas.

Me largo dándome una ducha en la habitación de Yésica. Había trasladado estos días mi ropa a la habitación donde se quedaba...

Apago los pensamientos, saliendo de la habitación una vez me siento limpio para salir al patio donde encuentro a Jackson corriendo con otros niños más pequeños.

Frena en el árbol, y sonríe al verme en la puerta.

—¡Papá, ven a jugar! —me anima y frunzo el ceño divertido—. Dile a Matthew y su novia. Jugamos a los policías y ladrones.

Mi cara decae pero a él no me importa, sigue jugando, atrapa al hijo del dragón que patalea carcajeando con el cabello lacio que le cobre la cara.

Dirijo mi mirada a Yésica, mirándome mal. No es mi mujer pero es un dolor de testículos, y al parecer darme un hijo le da ese derecho.

Me acerco a ellas observando los planos, y observo el alrededor, está zona está menos protegida pero el bosque es amplio, aún más está zona, ya que hay pocos árboles que sólo cubren el sol, la alberca es limpiada por una mujer de limpieza mientras los niños juegan, tirando más.

—¿Qué tal la resaca? —inquiere Rose.

—Normal.

Arden me escanea con braveza en lo que seleccionan armas. El silencio se hace espeso, la madre de mi hijo le indica unos cargadores y Rose lo tacha.

—¿Van a decirme algo o estarán mirándome con cara de verdugos? —espeto.

Me amarga que no hablen las cosas. Arden azota las palmas en la mesa, y sonrío ante su acto de valentía, Yésica niega, y me fulmina con la mirada.

—Escuchamos cómo la trataste —me dice con calma—, es una niña traumatizada, violada, abandonada, y vino aquí por ustedes. La dejaron sola, ¿cómo crees que se siente en una casa donde no conoce a nadie? Su única manera de estar contigo era en el sexo, y Matthew está con ella pero se va a media noche cuando está triste.

Enarco la ceja, y Arden me mira con el ojo que no está blanco.

—Todos escuchamos y la vimos —sólo dice eso y sigue en su trabajo.

—Es una rata —confieso, me maldigo por decirlo pero al final lo es.

—Sabemos quién es, niño bonito —rose palmea mi mejilla, y la aparto—. Somos mujeres de la mafia, y Lovely nos comentó, por eso no fue al bautizo, pero ustedes la dejaron sola. No tenían ni dos meses con ellas y la hicieron escapar de un lugar seguro.

—¿Lovely sabe? —inquiero, tragando saliva.

—Desde que la vió lo supo —la mujer del dragón se encoge de hombros—. Y aléjate que si no mate a mi esposo en la mañana, practicaré contigo.

Jackson corre hacia nosotros, silenciando la platica.

—¿Podemos ir a ver a los enemigos? —inquiere con una sonrisa.

El Samurai suele trozarlos para la venta. Nunca entenderé del todo los fetiches pero bueno.

—¿Tu mamá te dejó? —me cruzo de brazos sobre mi pecho.

Asiente, moviéndose conmigo lejos de las mujeres en lo que el viento otoñal me causa frío.

—¿Eres un adulto, no? —inquiere—. Ella dijo que sólo si iba un adulto conmigo.

Me carcajeo, alborotando su cabello oscuro como el de su madre. Lo único que saco de mí son los ojos azules, y espero que sólo eso.

—Mamá dice que tu novia te dejó —se burla—. Yo no tendré novia, pero si tengo quiero una como la mujer de la pantera.

—Aparta tus ojos de ella, niño —le pico las costillas, y ríe, corriendo hacia el bosque.

Matthew Reid

Lo primero que hago al tomar el aeronave es llamar a Klein y pedirle que rastree el número.

Una vez la encuentre te quiero en mi oficina, Reid, y piensa bien si dejarás la placa y arma antes de que te saque del buro —dice, y cuelgo.

No tengo ganas de hablar porque sólo quiero encontrarla, y el viaje que hago lo uso para revisar su perfil.

Tacho y dirijo los lugares a los que podría ir, basándome en quién es su padre y que huyó, debo decir que no irá a buscar a su padre de momento. No después de lo que ha vivido.

Le gusta hacer sentir orgullosas a las personas con las que está, mostrar su gratitud. Los ojos se me cierran, y me preparo otro café en lo que tecleo la computadora, examino fotografías que me envía Betthany de cámaras en New York ya que es el primer lugar que piso y en la pista está su teléfono.

Sólo hay un video corto de como tomo un taxi y desaparece. Repaso los lugares a los que puede ir. Más tarde me llega una fotografía de ella en un aeropuerto de New York así que una vez el aeronave aterriza me dirijo allí.

Saco mi placa, encaminándome a la entrada con el mar de gente, esquivo a varios, desesperado por llegar. Llego a la zona de vuelos y sonrío a la mujer que teclea.

—Matthew Reid —muestro mi placa—. Soy agente del FBI y necesito que me diga si ha visto a esta mujer —saco la fotografía.

—¿Sucede algo? —escanea la fotografía—. No sabía decirle.

—Necesito que hable con quién estuviera en este horario —le pido, guardando la placa.

—Claro.

Se desplaza de su lugar, evitando causar pánico y me dirijo con ella hacia la parte trasera donde sólo entra el personal de servicio. La tarde de New York está colapsando, esta ciudad no descansa, y esta es la parte más tranquila del día.

Son al menos 60 millones de personas que pisan este aeropuerto por año, así que sin duda todo el tiempo está a reventar.

La mujer de piel morena abre la cabina en el sector de cámaras, y el lugar amplio me da la bienvenida, hay al menos diez individuos en sectores donde observan las cámaras.

—Chicos —los llama y voltean con gafas, y ojeras—. El agente Reid está aquí en busca que una joven que tomo un vuelo ayer. Es cosa del FBI así que ayuden con lo que haga falta.

—¿Fotografía? —inquiere un hombre de unos 40.

La extiendo para ver cómo la toma con sus dedos gruesos, quiero quitársela, se la tome mientras me sonría, y no quiero que nadie la arruine.

Examina, y la pasa a todos, el ataque de estrés me lleva, quiero quitarles mi fotografía, no soporto que la toquen. De sólo pensar en las horas que ha estado sola, en donde estará.

—Tomará unas horas —dice—. La pondremos en el escáner.

—Una agente del FBI lo haré en minutos si me permiten darle acceso, esto es crucial —miento.

—Por supuesto —se levanta—. Puede hacerlo de mi computadora.

No pierdo tiempo, dejando mis cosas en el suelo, y llamar a Bettha que responde al segundo pitido.

—¿Encontraste a tu chica en sueño? —no puede ocultar su entusiasmo.

—Necesito que me localices y entres a la base de datos de la computadora 8806Vgh —le explico—. Analiza los rostros de los que entraron aquí al rededor de la 1 de la madrugada y 4. Quiero saber adónde fue.

—Claro, genio.

No soy bueno con la paciencia, quiero obtener respuestas rápido y ahora por Bella me siento vulnerable, se que no estará quieta, quiere mantenerse oculta y se que lo hará.

Lo que puedo pensar es que puede cambiarse de apariencia, pero es tarde así que quizá esté buscando un empleo.

Lo único que puedo decir es que no entraría a un bar, sería el primer lugar donde yo buscaría. Quizá alguna cantina, pero buscarla es como buscar una aguja en un pajar...

El teléfono suena y brinco en la silla para contestar a Bett.

—¿La encontraste? —masajeo mis ojos con mi palma.

Escucho el tecleo de la computadora, y suspiro con desespero.

Está en Naperville —dice—. Tomo un vuelo a Chicago.

¿Hace cuando llegó a Naperville?

No está claro pero al rededor de las 5 llegó a Chicago, se le vio en una gasolinera de Naperville.

¿Algo más? —inquiero.

—No, pero te enviaré su último avistamiento —me dice y cuelga.

Me levanto, tomando mis cosas después de agradecer con una palabra a los de la sala. Esto podría costarme mi empleo y sinceramente me importa una mierda.

«Una mierda», me burlo.

Nunca suelo expresarme así pero mierda, estoy a un paso de encontrarla. No va a escapar, si debo suplicar que se quede lo haré.




Holi

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Sigan a este trío disfuncional.

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