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-0- Nunca más solo -0-

Manuel abrió violentamente la puerta del departamento, demasiado rápido como para asegurarse de haberla cerrado. Abandonó su mochila en el piso y pasó como un relámpago veloz por detrás del sillón. Su novio de hace dos años, que veía un partido de fútbol se impresionó de aquella llegada tan presurosa.

Cuando el novio volteó, solo la fricción del aire le hizo saber que alguien había pasado tras de sí. Sin seguir mirando el televisor lo puso en mute y se giró hacia el pasillo que daba a la habitación.

—¿Uh? ¿Manu?

Torció la boca al no obtener respuesta y salió de su lugar. Camino hacia la entrada para terminar de cerrarla, agarró la mochila y ,con pasos presurosos, salió de la sala hacia la habitación. Algo preocupado por la falta de palabras y la presencia de ruidos.

Al llegar, la puerta estaba cerrada y en ese hogar aquella acción nunca deparaba nada bueno.

—Amor, ¿Estás bien? —la pregunta era medio obvia, pero debía hacerlo hablar de alguna manera.

Volvió a dar otra secuencia de golpes al no obtener una respuesta a su pregunta, los ruidos continuaban dentro de la habitación. Hasta amenazó con tumbar la puerta si no le decía que estaba pasando.

—¡Estoy bien, weón! ¡Déjame solo! —exclamó con clara angustia.

—Si estuvieras bien no me trabarias la puerta —le contestó, severo— . Dale, abrime, no seas boludo ¿Qué pasó que entraste así? —Martin intentó un poco más—. Dale Manu, no tengo ganas de llamar al cerrajero hoy.

Intentó colar algo de su usual sentido del humor, pero el tono era serio y el resultado no fue el esperado. Se quedó en silencio ante el mutis ajeno, y suspiró con fuerza. Apoyó su hombro en la puerta, recostandose apenas, y con la oreja pegada a la madera, tratando de oír algo más dentro de los ruidos, pero no podía distinguir bien.

>>—Bueno, me voy a quedar acá hasta que quieras salir. —le comentó, en tanto tomó el celular de su bolsillo y revisaba las redes sociales, para ver si había dejado algún indicio de algún tipo de visita o problema que él no supiera o recordara en ese momento.

El rubio abandonó la vista del teléfono al escuchar que el ruido intenso cesó, pero que poco a poco, se elevaba del momentáneo silencio un llanto muy desesperado. Un llanto ahogado que amenazaba con robarle el aliento hasta dejar al castaño sin aire para respirar. Este era el preámbulo de un ataque de pánico, una reacción que el rubio tristemente conocía muy bien.

Manuel amaba a ese hombre pero no terminaba de asimilar esa comprensión tan absoluta ni esa empatía tan cariñosa de alguien que hasta olvidaba el cumpleaños de su propia madre.

 Cuando era soltero solo tenía que encerrarse en su habitación y envolverse él solo en sus recuerdos de oscuridad, en la culpa y el dolor. Dolor físico al volver a sentir cada golpe y cada contusión provocadas por el choque. Y el dolor psicológico, aun vívido y peor, al recordarse atrapado entre fierros doblados y ver como su hermano menor exhalaba sus últimos suspiros.

El llanto detonó un mecanismo, como el cordel de una bomba de tiempo. Martín frunció el ceño cuando supo que aquella situación claramente no parecía ser algo menor. Miles de ideas superpuestas comenzaron a molestarlo a gran velocidad, haciendole zumbar los oídos a tal punto que tuvo que golpearse la sien con la muñeca para acallarlos. ¿Lo habían robado para sacarle algo? ¿Alguna patota lo había seguido para golpearle por diversión? Ni siquiera había podido ver si estaba lastimado, o si le faltaba algo. Cuando pensó en lo peor que podrían haberle hecho y él no estuvo ahí para cuidarlo, unió los dientes con impotencia.

—¡¡Manuel!! —gritó, esta vez exhalando su propia desesperación.

Comenzó a forzar la puerta con la mitad de su cuerpo, dando tumbos que a pesar de su ruido no podían acallar el llanto terrible que escuchaba del otro lado. Eso lo desesperó más y los empujones contra la madera fueron cada vez más severos.

En un último impulso la cerradura reventó y la puerta cedió, un movimiento en el que casi cae al suelo por la fuerza. Con la perilla en la mano y casi desprendida de la madera, se sostuvo del umbral y corrió hacia donde estaba postrado aquel, hecho un ovillo en el suelo, abrazándose a si mismo en medio de ese dolor que no comprendía.

—Manu, Manu... —lo llamó entre susurros, tocándolo y revisandolo al mismo tiempo —Mi amor, habláme, estoy acá —lo envolvió entre sus brazos y se arrodilló, pegandolo a su junto lo más que pudo, para que lo sintiera. El cuerpo ajeno temblaba, y el suyo también — Tranquilo, tranquilo... —hablaba para que el otro supiera que estaba ahí, besando su coronilla varias veces —Hablame mi vida, por favor...

—¡Lo vi!—trató de alejarse de aquellas caricias tan acogedoras, por la simple y culposa idea de sentir que no merecía esos besos de consolación— ¡Vi el auto otra vez, vi el auto!...

—¿De qué auto hablás? — lo estrechó fuertemente hacia él cuando sintió que quería zafarse —Manu... —lo volvió a alentar para que lo repitiera, pero el sollozo volvió a aparecer de pronto, callando toda posibilidad de hablar.

No lo había soltado, pero su cabeza ya estaba en otra dirección. Había empezado a estudiar medicina hace un año después de terminar los cursos de enfermería, y ya sabía lo suficiente como para empezar a darse cuenta que estaba pasando: Su novio estaba comenzando a tener un ataque de estrés post traumático. Tomó aire y suspiro, calmando sus propios nervios y tratando de evitar de conjeturar lo que ya parecía obvio.

—Mi amor, acá miráme, miráme a los ojos —entre forcejeos logró tomar su rostro y hacerlo mirar hacia el. Solo allí el chileno vio la mirada verde, determinada y firme, que lo hizo callar o calmarse unos breves momentos. Y él sabía que era vital que pudiera concentrarse en la realidad que lo rodeaba, después del shock emocional que estaba teniendo —. Escuchame, acá estoy, ¿okey? No, no, no —le negó cuando el otro quiso escaparse. Se sentó en cuclillas firme y frente a él, de tal manera que sus piernas atraparon las del otro. Y con las manos volvió a sostener su rostro —. No me voy a mover, estoy acá, con vos —el tono ya no era tan dulce, pero tenía un propósito.

Entonces se calló, sosteniéndolo pero atento a los ritmos de cambio, fueran violentos o resignados. Debía sostenerlo para que pudiera hablar y contarle, para hacerlo salir del susto. Con las manos firmes en sus mejillas, el de ojos verdes, vio tan dilatadas las pupilas de Manuel que el color chocolate de sus iris prácticamente había desaparecido en ese abismo oscuro.

En ese momento, Manuel no estaba en su habitación con su novio, había regresado a ese día del choque. Ese día en el cual se topó de lleno y a más de 90 km/h con un hombre borracho e irresponsable en otro volante. La voz firme de Martín se abrió paso entre los recuerdos, haciéndole recordar que ahora vivía en otro tiempo. No podía escuchar a Martín entre su respiración hiperventilada y apenas podía sentir las manos sobre sus mejillas. Quiso escapar en un último intento de negación, de desesperación tortuosa pero estaba aprisionado entre las rodillas del rubio.

—Vi el auto —balbuceó con las lágrimas cayendo sin control de sus ojos — ... el auto... mi auto... lo vi...

En una esquina, camino a su departamento y pensando en comprar algunas papas fritas y cervezas para ver el clásico deportivo junto a su novio. Vio estacionado un auto con exactamente el mismo modelo, el mismo color y obviamente el mismo año del automóvil que tuvo en sus años de conductor primerizo

—Fue mi culpa – lloró agarrándose con fuerza del polerón de su novio, quien le abrazó al saber que Manuel había regresado. De alguna forma y desde algún lugar maldito, él había regresado al fin.

Martín entendió todo, entre un parpadeo y el siguiente.

—No fue tu culpa, lo sabés. —susurró con suavidad, hablando con cuidado para no perturbarlo, pero no dijo nada más del tema, porque había caído en cuenta que era pasado. Cualquier clase de persona u objeto relacionado a aquello tratado tanto tiempo en terapia aún podría detonar un mecanismo de defensa y culpa; y eso lo sabía bien, por sus propios estudios. Del mismo modo, sabía exactamente que no debía forzar más el tema, y comenzar a dejarlo como lo que era, algo del pasado.

Sin dejar de mirarlo ni cambiar de actitud o gesto, Martin esbozó una suave sonrisa, la misma que había enamorado al chileno, y le secó las lágrimas con los pulgares. Se acercó a él con cuidado y le beso la frente con un cariño casi fraternal; Y se quedó allí, cuando los brazos ajenos lo envolvieron, y el cuerpo delgado se pegó voluntariamente al suyo.

En ese instante quedo, las manos viajaron a la espalda y la acarició con cuidado sobre la ropa y por el pelo. Manuel se escondió en su hombro y el argentino sintió la respiración del otro contra su cuello, calmandose con el pasar de los minutos.

>>—Estoy acá, siempre voy a estar acá. Lo sabés, ¿No? —le murmuro contra el hombro. Cuando sintió que Manuel asintió tímidamente, besó su mejilla expuesta —. Te amo.

—Gracias... te amo tanto... —agradeció refugiándose en el cuello de Martín, acicalándose el rostro con algunos mechones rubios que alcanzaban a tocarle.

Ya no estaba solo y ya no tendría que estarlo otra vez. Acunando con ternura, meciendo suavemente el corazón aún fracturado de su amado, Martín dio espacio al silencio, como pocas veces, y simplemente refugió en su regazo a quien más lo necesitaba en ese instante.

—Este es el asunto, si vos llorás yo también lloro —habló bajito.

—Perdóname, aún no puedo...

—Shh, no importa.

Martín hizo callar todas las posibles excusas y disculpas nerviosas. Manuel se dejó envolver en tan tiernas caricias, entregando él también algunos besitos. La sonrisa de su novio era un bálsamo de felicidad en el cual se bañaba completamente.

–Oye... –habló Manuel, con la inocencia de un niño, luego de un largo tiempo de cariños – Igual vamos a tener que llamar al cerrajero.

La perilla en el suelo y los signos de desgarro en la madera de la puerta ameritaban una reposición. Manuel se hubiese enfadado muchísimo en otras circunstancias; Pero esta vez agradeció aquella brutalidad por parte de su novio, pues gracias a eso rompió aquella barrera que lo encerraba en el dolor solitario y todo mal tiempo se pasa mejor si se está acompañado.

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