Amanecer en tus ojos
París, lugar famoso por ser la capital del amor, un lugar elegante, imán para los artistas. No es sorpresa que aquellas jóvenes promesas que aspiran a la grandeza y reconocimiento de sus obras se encuentren entre las calles de la bella ciudad. Algunos más afortunados que otros. Sin duda, él había tenido mucha suerte para estar ahí presentando sus obras en las galerías de arte más reconocidas, siendo tratado no como un novato, sino como un pintor respetado dentro de la comunidad artística.
Sus obras habían lo grado ser admiradas en todos los rincones del mundo. Durante diez años se había esmerado para conseguir que sus obras fueran exhibidas en las galerías de arte de su país. El éxito de sus pinturas fue rotundo, las comunidades de artistas estaban extasiadas por la belleza de cada pincelada; era obvio que se tenía que dar a conocer a todo el mundo.
Así fue como de a poco fue adentrandose a ese mundo, viajando a todas partes para sus exhibiciones y demás compromisos. Milo Antars logró convertirse en una figura respetada dentro del arte.
Por eso mismo se encontraba en aquella habitación de un hotel en París. Esa semana había estado ocupado con una más de sus exhibiciones. Por fortuna, ese día fue el último, ya podía descansar después de tanto esfuerzo.
Se encontraba en el balcón de su habitación esperando que el frío aire nocturno despejara su mente y se llevase toda su tristeza. Se supone que debería de estar durmiendo, su amigo, Ángelo, ya le había advertido que descansara como se debe, pero una vez más tendría que desobedecer, pues nuevamente fue despertado por sus recurrentes pesadillas. Jamás podía dormir más de cuatro horas, su mente se encargaba de torturarlo de noche porque tal parece que no le alcanzaba el tiempo durante el día. Día y noche su cerebro no paraba de reproducir la imagen de quien era causante de sus pesadillas...y de su inspiración.
-Camus...- un susurro salió de sus labios, definitivamente no podía dejar de pensar de él ni un sólo segundo.
Resignado a no volver a dormir, solamente se dedicó a esperar el amanecer.
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-Dita me va a regañar si te ve con esas ojeras- el joven de cabellera azul miraba con desaprobación a su amigo. Era evidente que había pasado una noche más sin dormir.
-Se supone que al que debe de regañar es a mi- su rostro demacrado era común en él. Siempre tenía que utilizar algo de maquillaje para que se viera presentable durante sus eventos.
-Sí, pero se enojará conmigo por no hacerte dormir- Ángelo se removió en su asiento, no quería quedarse en abstinencia a causa de su testarudo amigo.
-Nunca lograré entender a Dita-dejó caer su cabeza en el respaldo de su asiento. Quería mucho a Dita pero a veces era todo un enigma....uno muy peligroso.
Los dos hombres se encontraban en el avión que los regresaría a Grecia.
Ángelo Bianchi o Deth Mask, como gustaba que le llamaran, era el fiel acompañante de Milo en todas sus exhibiciones. Él, junto al griego, se hacían cargo de todos los detalles de la vida laboral de Milo. El italiano era uno de los grandes amigos de Milo; se conocían desde la niñez y lo había acompañado a lo largo de toda su vida. Estaba felizmente casado con Afrodita Lindberg, un hermoso hombre que se dedicaba a la botánica.
-No pudiste dormir a causa de él, ¿cierto?-para Deth ya era costumbre que su amigo soñara aquella persona.
-Sí, volví a soñar que jamás regresaba. Yo me pasaba la vida solo, esperando por él hasta que la muerte me alcanzaba-un suspiro cargado de tristeza acompaño sus palabras-el miedo me invade de tan sólo pensar que jamás lo volveré a ver.
-Sabes que eso puede pasar. No quiero ser pesimista pero sabes que es una posibilidad. Yo digo que deberías salir con personas, aún no estás tan viejo, aprovecha ahora...
-No- no esperó a que el italiano terminara, su respuesta a todos los discursos que le daban era la misma que siempre daría, se rehusaba a tener una relación con alguien que no fuera Camus.
-Por favor, Milo, ya todos han encontrado a alguien con quien compartir su vida. Aioria, Kanon, Saga, hasta Shaka que nunca creí que se enamoraría.
-Yo también encontré a alguien a quién amar, tan sólo espero su regreso.
-¿Y si nunca regresa?
-Entonces viviré de su recuerdo.
-Eres imposible- Deth se recostó en su asiento y esperó que el sueño lo invadiera. Tratar de que Milo cambie de opinión era lo mismo que pedirle a un árbol que diera dulces.
El vuelo hacía Grecia fue tranquilo. El griego fue directamente a su hogar a descansar de todo su viaje. Al día siguiente tendría que ponerse manos a la obra para montar una nueva exhibición. Sus obras estarían en una exposición junto a otros prominentes pintores. Al menos ya tenía sus pinturas...o casi todas. Le faltaba terminar una, era una de tantas que se habían inspirado principalmente en Camus.
Tomó una ducha, comió algo y se dispuso a terminarla.
Colores se deslizaban en el óleo a través del pincel. Cada trazo era preciso, delicado; los colores bailaban en armonía para deleitar a la pupila. Sin duda alguna, era otra de sus obras maestras que, como todas las anteriores, fue inspirada en su Camie.
Terminó la pintura deseando poder ver los colores plasmados en la obra en el verdadero dueño de ellos.
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No cabe duda de que las pesadillas no eran el único responsable de el mal descanso de Milo. Desde que inició su carrera como pintor, su vida era un sin fin de eventos, exhibiciones y viajes. No se quejaba, después de todo, era lo que siempre había deseado, aunque a veces quisiera un verdadero descanso, tal vez lo tomaría terminando con la exhibición que se avecinaba.
Después de varios días de duro trabajo, al fin era día del evento.
Levantarse temprano no era un problema para él, cada día se le veía observando el amanecer. Después de su espectáculo acostumbrado se dispuso a comenzar su día, sería muy ocupado dado a la preparación previa al evento. Todo tenía que salir de la mejor manera.
A las ocho ya estaba junto a Ángelo arreglando todo para la noche, se supone que sólo tendrían que supervisar que todo estuviera en su lugar...aunque claro, nunca lo estaba, así que como siempre tendrían que pasar el día junto a otros encargados, discutiendo con todo aquel que se les cruzara en medio.
Ya al final del día se encontraban agotados y con hambre, no habían tenido tiempo de siquiera tomar agua. Fueron a la casa de Deth donde los esperaba Afrodita, que había salido más temprano de su trabajo para prepararles algo de comer; sabía perfectamente que esos dos no se pararían a comer con lo ocupados que estaban.
Cenaron rápidamente, pues todavía tenían que hacer algo con su aspecto desaliñado, no podían presentarse a la exhibición de esa forma. Gracias a todo lo divino tenían a Dita con ellos, él realmente les salvaba la vida. A las 7 partieron a la galería donde se haría el evento.
Afortunadamente todo salió como esperaban; la exhibición fue un éxito, varias de sus pinturas fueron compradas, recibió los acostumbrados halagos a sus obras, bebió unos tragos con Kanon y Aioria que también habían asistido al evento, Dita lo regañó por su mala postura, Deth Mask se burló de lo mucho que lo miraban las mujeres ahí presentes, todo lo normal.
Se despegó un rato de sus amigos para ir a recorrer la exhibición, había pinturas excelentes, no cabía duda de que los creadores de aquellas obras hicieron un trabajo estupendo. Sus pasos siguieron hasta quedar en frente de un cuadro, era uno de los suyos, su obra maestra que terminó hace a penas unos días. Esta vez su inspiración fue causada por el asaltante recuerdo de los ojos de su amado, tan místicos que no se podría encontrar otros así aún en los sueños. Las ganas de querer similar el color cambiante de esos orbes fueron tales que no aguantó las ganas de crear el cuadro que ahora estaba frente a él.
-Amanecer en tus ojos- susurró el nombre de la pintura. Sabía que era un nombre muy cursi pero no pudo encontrar palabras mejores. Al viajar a los lejanos días en que podía admirar esos ojos, veía claramente como si de una fotografía se tratase, aquellos orbes encantadores. El amanecer es lo que veía en ellos, su color similaba a la franja morada que se apreciaba en el cielo cuando los rayos del sol a penas comienzan a salir y se mezclan con la oscuridad de la noche.
-Milo, aquí estás- Ángelo sacó de sus pensamientos al pintor, se posicionó a su lado para luego comenzar a hablar- Estoy haciendo un excelente trato para vender una más de tus pinturas.
-¿En serio? ¿Qué pintura es?
-Precisamente la que está frente a tus ojos. El comprador está dispuesto a dar una buena fortuna para...
-Cancela el trato- no esperó a que Ángelo terminara de hablar. No estaba dispuesto a vender ese cuadro.
-¡¿De qué hablas?! Es un excelente trato. No entiendo por qué de pronto no quieres vender uno de tus cuadros- el italiano estaba muy confundido, su amigo jamás se había negado antes.
-Simplemente no quiero que alguien más lo tenga. Se quedará conmigo- comenzó a dirigir sus pasos a otro sitio- Me encuentro agotado, iré a mi casa. Despídeme de los chicos.
El griego se encaminó a la salida ignorando los llamados de su amigo. Tomó un taxi para dirigirse a su hogar, no quería saber nada de nada, la pintura lo había puesto nostálgico, de nuevo los recuerdos de Camus lo asediaban para no dejarlo un buen rato.
-Aquí, por favor-bajó del taxi quedando de frente al parque que estaba cerca de su vivienda y que también había sido testigo del primer encuentro de dos amantes.
El viento era frío, las dos de la mañana sorprendían a Milo sentado debajo de un árbol, precisamente él árbol donde vio por vez primera los ojos de Camie. Un suspiro pesado salió de sus labios. Cada vez que se sentía acomplejado se dirigía al lugar donde todo había dado inicio, aquel lugar que tantos recuerdos le traía; era lo único que podía conservar, recuerdos que jamás se desvanecerían aún en sus últimos días.
Aún cuando se mostraba fuerte y firme sobre su postura, seguro de que Camus algún día regresaría a él, muchas veces dudaba de que realmente pasara; aún así jamás dejaría de esperar.
Esperaría por él hasta el día de su muerte, y aún más allá de ella, rogaría por verlo en el descanso eterno del manto de la muerte.
Sin percibirlo, unas lágrimas silenciosas cayeron rodando sobre sus mejillas, no hizo nada para quitarlas, simplemente dejó que siguieran su camino, así como las demás que le siguieron.
Aquel lugar sería el único testigo de sus lágrimas, así como alguna vez fue testigo de un amor naciente.
-Sabía que estarías aquí-una voz lo sobresaltó, no levantó la mirada, tan sólo escuchó en silencio-saliste demasiado rápido de la galería, los preocupaste a todos-la persona frente a él tomó asiento a su lado.
Milo no quería elevar la mirada y ver a su acompañante, se encogió más en su lugar ocultando todavía más su rostro. Podía decirse que tenía miedo.
-Haces un excelente trabajo, tus pinturas son maravillosas. Jamás había visto algo tan bello, que transmitiera tantos sentimientos, que...transmitiera tanta tristeza-la persona a su lado siguió hablando, sabiendo que Milo no elevaría su mirada-he asistido a todas tus exhibiciones, he comprado tus pinturas más hermosas. Durante todo éste tiempo nunca había visto una pintura como la de esta noche. Es una pena que no quisieras venderla.
-No podía hacerlo, me recordaba tanto a ti que necesitaba aferrarme a él. Los recuerdos son lo único de lo que vivo-ya no lloraba, sus lágrimas se habían detenido desde hace un rato, aún así su mirada se encontraba escondida entre sus brazos y rodillas.
-Ya no los necesitarás más, no me volveré a irme de tu lado.
El silencio se hizo presente, envolviendo al parque por completo. Un sollozo fue lo que rompió la calma y lo que por fin hizo que Milo alzara la mirada a su acompañante. El bello doncel de cabellos aguamarina permitió que su rostro fuera invadido por el llanto.
-Lo lamento mucho. Sé que no merezco tu perdón, te abandoné y desaparecí por diez años, no imagino el daño que te causé. Estoy arrepentido, no es como si hubiese querido dejarte, pero tenía miedo de que corrieras peligro, no podía dejar que algo malo te pasara, y aún así fui yo quién te causó dañó- las lágrimas no cesaban, su voz se cortaba por los hipidos; tal parece que se había guardado el llanto por esos diez años que estuvieron separados- Soy una persona terrible, estar a tu lado no es algo que pueda merecer, comprenderé si es que ya has encontrado a otra persona...
-Camie, guarda silencio. ¿Qué son todas esas palabras? ¿No se supone que ya no te alejarías de mi lado? No dejaré que te vayas de nuevo, no después de que he pasado todo éste tiempo soñando tu regreso.
-Pero...yo...tú...-Camus no podía completar una oración, su cerebro se desconectó justo en el momento en el que Milo lo llamó por aquel nombre: Camie...esperó demasiado para volver a ser llamado de tal modo.
-Me niego a permitir que vuelvas a separarte de mi, tampoco estoy dispuesto a aceptar cualquier amor que no sea el tuyo. He dejado la ventana abierta por tanto tiempo y por fin mi bella avecilla vuelve a casa, sería un idiota si permito que se vaya volando de nuevo-tomó las manos de Camus entre las suyas, lo miró a esos enigmáticos ojos mientras que un ligero viento hacía volar sus cabellos- Te he esperado diez años, lo hubiera hecho toda la eternidad, pero ahora que estás a mi lado estoy dispuesto a luchar contra cualquier adversidad con tal de pasar la eternidad junto a ti. Quédate para ser mi musa, aquella que le brinde alegría a cada trazo que dé.
-Lo haría sin pensarlo. Acepto quedarme y pasar la eternidad a tu lado, despertar todos los días en la misma cama, besar tus labios cada vez que me plazca, acariciar tu pelo, hacer el amor en cada momento. Te transmitiré mi amor más allá de las palabras.
-Te amo, Camie.
-Te amo, Milo.
Sus labios se unieron en un desesperado beso. Todos los sentimientos que no pudieron expresarse fluían a través de aquella muestra de afecto. Dos corazones volvieron a unirse en ese parque que protagonizó su primer encuentro.
*
*
*
Se removió en las sábanas, los toques en la puerta de su habitación lo habían despertado de su maravilloso sueño. Sabía que ya era momento de que se levantara pero tener la cama para él solo impedía que se moviera un sólo milímetro fuera de ella. Además, quería recordar ese sueño tan hermoso donde estaba al lado de su cubito de hielo.
-Papá, dice mi papi que vayas a desayunar-Al final se tuvo que levantar de su cómoda cama ya que su pequeña hija se aventó justo donde estaba su estómago.
-Ya voy mi niña preciosa, tan sólo quítate de encima-salió de su cama y cargó a su pequeña en su espalda hacia la cocina donde su maravilloso esposo cocinaba el desayuno.
Ya no le interesaba recordar su sueño, podía vivirlo justo en este momento junto a su familia.
Habían pasado diez años desde su reencuentro. Tenían una linda niña de siete años muy parecida al griego. La carrera de Milo fue avanzando a pasos agigantados. Los domingos iban a la casa de Ángelo para comer junto a las familias de Aioria y Kanon, quienes por fin tuvieron el placer de conocer a el que tenía loco de amor a Milo.
Camus y Milo pasaron sus años amándose, entre buenos momentos, peleas, reconciliaciones y recuerdos. Ahora lo único que tenían que esperar era el momento de su muerte, y aún ni ella podría separarlos, no de nuevo.
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Hola a todos.
Sé que no tengo escusa, debí haber subido la continuación hace muuuucho tiempo, pero la verdad es que no me sentía conforme en cómo iba quedando.
En fin, aquí está por fin y espero que lo disfruten.
Les deseo un feliz año nuevo y le agradezco a las personas que lean ésto.
¡Feliz Año! 🎄🎄💖
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