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Profesor y alumna.

¡Feliz inicio de año nuevo! gracias por su apoyo y tiempo.

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Amar es un don Poppy, uno que no todos tienen y debes cultivar.

Las palabras de su abuela nunca fueron tan ciertas como en ese momento, amar era un don, uno del cual todos debían cultivar y cuidar. Uno que desgarraba el corazón, destruía las emociones y el alma. Poppy contemplo su reflejo en el vidrio, la noche pronto terminaría y sus lágrimas seguían fluyendo deseando poder despertar de ese sueño llamado realidad.

Se estremeció al sentir movimiento a su lado, la bestia seguía merodeando en el despacho de su profesor, cuidando, vigilando sus movimientos. Cubrió sus labios al evitar escapar un sollozo ¿Cuándo terminaría todo? Estaba aterrada y no se atrevía a alejar la vista de la ventana. Cuando la criatura le atrapo pensó que su mundo se acabaría pero no, fue arrojada a la habitación de su profesor de Defensa y en la menor oportunidad cubrió sus ojos temiendo ver el cuerpo destrozado del maestro pero las horas pasaron y nada ocurría. Seguía con vida.

Un objeto cayó, la trajo de vuelta a una realidad lejana. Con dificultad trago, ahogando su pena, necesitaba pedir ayuda pero su varita se encontraba demasiado lejos y la criatura no parecía moverse de otro sitio ¿Por qué seguía con vida? La respuestas no llego y la dulce voz de su profesor retumbó en su mente.

Está a salvo señorita Goodwin.

Su corazón se detuvo, el recuerdo era lejano. Cubrió sus ojos, ya no lo volvería a escuchar, a ver, no tendría esas tardes té junto a él. No tendría nada.

¿Qué desea proteger?

A usted, profesor...a usted.

Era singular como una persona se volvía importante, como las constantes charlas, la presencia, las tardes envolvían al corazón y la perdida era sofocante. Poppy lo extrañaba, contemplo al hombre lobo detenerse por un momento, oliendo el aire buscando tal vez el momento oportuno. Y una pregunta escapo de los labios de la joven.

— ¿Dónde está?

Hacía mucho tiempo Goodwin perdió el valor, uno del cual se enorgullecía y quedo en el olvido. La valentía era gracias a las circunstancias, su corazón deseaba respuestas. Giro el rostro, en la habitación solo estaba la túnica en el suelo, ningún cuerpo, o señal de que Remus estuviera agonizando.

— ¿Dónde está?

Su voz era lejana, no era suya, la joven se levantó y tomo un viejo tintero de la cómoda. No tendría magia, no tenía modo de defenderse y deseaba saber dónde se encontraba su profesor.

— ¿Dónde está su cuerpo?

La bestia, un hombre lobo de casi tres metros de alto vigilaba la entrada. Falta una hora para la luz del sol, una hora en que la mente de Remus Lupin seguía atrapada en esa criatura siendo el infierno mismo, sin comprender como la situación escapo de sus manos y su estudiante se vio atrapada con él, de esa forma temiendo por su vida. Remus solo deseaba volver a su forma humana y acabar con todo.

— ¡¿Dónde está?!

Una sonrisa, una siniestra adorno el hocico de aquel ser mostrando afilados colmillos dispuestos a despedazar la carne humana, Remus sentía orgullo por la valentía nunca vista de una estudiante de Slytherin.

— ¿Qué-e le has hecho?

Soy yo, señorita Goodwin.

— Él es un buen hombre...

Señorita Goodwin, debe tranquilizarse.

— Por favor...no, no quiero que muera...

Estoy bien, nada me ha pasado...

— Deja que lo salve, por favor...

Remus contemplo a la castaña armada únicamente con un tintero, indefensa, temblorosa y con resto de lágrimas en su rostro en un vano intento de rescatar a la persona que apreciaba. La calidez que sintió en ese momento el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras solo se compara en sus años de juventud, cuando tenía amigos y una familia.

Los rayos del sol se filtraron por el cristal, anunciando el nuevo día esa mañana de domingo. Los estudiantes perezosos cubrían su cabeza evitando sentir al astro rey deseando volver a dormir ajenos a la situación. Riley disfrutaba de la escapada de la realidad a la cual vivía, disfrutando una charla de ensueño con su familia unida, George cómodo en su cama soñaba con confesar sus sentimientos, su gemelo Fred disfrutaba con las bromas más increíbles, Ron peleaba con arañas mutantes y Harry Potter desafiaba al asesino de sus padres.

Poppy deseaba soñar, estar en su cama disfrutando el escape a lo inalcanzable esperando encontrar a su profesor de Defensa sano y salvo. Para Remus los sueños solo eran un constante recuerdo de lo que perdió a lo largo de sus años, un momento de agonía que deseaba detener y volver a la realidad misma; el seguiría siendo un hombre lobo y eso nada lo iba a cambiar.

El sol termino de aparecer en su esplendor, lo animal desaparecía mostrando a un preocupado humano, un hombre desnudo que veía a la única persona que le importaba en ese momento, su joven alumna Poppy. La castaña con la boca abierta y los ojos llorosos miraba a lo que una vez fue animal, la transformación poco terminaba y Goodwin no creía lo que sus ojos presenciaban. Avergonzado Remus tomo la raída túnica, buscando desesperado la varita ahí guardada.

— Pro...profesor...

— Señorita Goodwin, permita que le explique.

Pero ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo explicar que en las peores pesadillas una persona tan pura fuera una repugnante criatura de las noches? ¿Cómo entender aquello? Desesperado no pensó, sus pensamiento eran un mar de inquietudes y Poppy lo sabía, sus ojos se encontraron y antes de pronunciar palabra alguna quedo desmayada ante el hechizo.

— Perdone...

El sufrimiento pasado era poco con el que aguardaba al despertar. Remus no sabía qué hacer, él que tenía todas las respuestas, él quien siempre iba un paso delante de todo, preocupado paseaba de un lado a otro contemplando en breves momentos el cuerpo inconsciente de la joven, era una niña por todos los santos, una niña que se ganó su corazón ¿Sería capaz de desvelar su problema a la única persona que llamaba amiga? No lo sabía, Remus confundido cerró la puerta de su despacho.

¿Qué hacer? Era una cuestión difícil de interpretar, el profesor vagaba por los desiertos pasillos, los alumnos aun dormían, el personal descansaba en la mañana de domingo y él necesitaba de un milagro, un consejo y solo una persona le daría lo necesario, el director del colegio.

— Pastel de limón.

La gárgola se movió, subiendo en el primer escalón se dejó guiar, sumido en sus pensamiento, cuestionando que hacer, que respuestas dar y a donde debía escapar. Si un estudiante descubría su secreto, los padres no tardarían en aparecer dispuesto a echar a una bestia, una criatura como lo era él.

— Adelante.

La firme voz de adentro le dio una confianza ciega, abrió la puerta del despacho mostrando una perfecta habitación iluminada por los rayos del sol. Los objetos dentro pitaron ante su presencia, cachivaches que coleccionaba el profesor Dumbledore para su uso personal. El anciano directo se encontraba desayunando en ese momento, atrapado con la comida en la boca, dejo a un lado los cubiertos.

— Disculpe mi intromisión

— No se preocupe profesor, es lo que menos importa ¿Cómo se lo tomo?

— ¿Disculpe? — era mejor mentir.

— La señorita Goodwin por supuesto ¿Cómo se encuentra?

Abrió la boca pero las palabras no salieron, intento de nuevo obteniendo el mismo resultado, Remus estaba mudo de la impresión. Albus Dumbledore miro al docente tras los anteojos de media luna con una tranquila sonrisa, moviendo la varita desapareciendo el desayuno para aparecer dos tazas de té humeantes.

— ¿Cómo es que lo sabe?

Evitando reír, Albus era consciente de la singular relación entre profesor y alumna, no era de extrañarse que el cuerpo estudiantil sospechara de una posible pero equivocada relación. Solo eran dos buenos amigos, unidos por la soledad de las circunstancias, la joven alejada de su familia y sin amigos encontró refugio en alguien que necesitaba el apoyo de otros; Dumbledore movió solo unos cuantos hilos. No esperaba que las cosas marcharan de ese modo y la joven Goodwin descubriera la peculiaridad transformación del maestro.

— Puede considerar que los retratos están donde deberían, me gusta estar bien informado Remus, lo que me llega a pensar por qué utilizar un hechizo en lugar de enfrenar la verdad.

— No creo que la señorita Goodwin esté preparada para ello...— parpadeo, en que momento pensó si quiera la posibilidad de decir su secreto ¿Qué representaba su estudiante?

Atento ante lo atormentando que estaba el docente frente suyo Albus se levantó iniciando un recorrido por los retratos de antiguos directores, quienes observaban la escena conmovidos, irritados, y curiosos ante las elección de palabras que utilizaría el director.

— Ese es un pequeño detalle, el creer, me parece que sería oportuno aclarar las cosas ante la inevitable perdida ¿No le parece?

— ¿Pe...perdida? — ¿Por qué? ¿Por qué se sentía un chiquillo asustado? Era un adulto, uno con miedo.

— Me parece que hará buen tiempo, les aconsejo dar un paseo por el puente nadie les molestara esta mañana para holgazanear.

— Profesor no me parece...

— Vamos, vamos, la señorita Goodwin está a unos segundos de despertar.

Interrumpido por el director sin otro remedio volvió sobre sus pies aceptando el miedo de su corazón. Quedar solo.

Los sueños eran maravillosos, los deseos se cumplían, las metas y proyectos se realizaban con un chasquido de dedos, eso era la maravilla de ellos por eso eran sueños. La realidad difería de ello, Poppy miraba perdida el paisaje buscando alguna señal de seguir soñando. Una sacudida la volvió a su presente, el ruido de la madera al crujir, la suela de los zapatos al chocar con el piso y la inminente presencia de esa persona en la misma habitación. Temerosa no levanto la vista, dichosa de contemplar sus pies su varita apareció en ellos. Recordando lo difícil que fue obtener en el callejón diagno una varita digna para su apellido, tomo la varita con cautela aun con miedo.

— ¿Le apetece dar un paseo?

— Si — susurro por lo bajo.

Faltaba para primavera, la nieve cubría los campos evitando que el verdor de la naturaleza saliera a flote. Cubierta en un saco viejo Poppy contemplaba sus pies, nerviosa seguía a la figura delante suyo, la espalda de ese hombre que llamaba profesor ¿Qué tanto de lo que vio era real? ¿Un sueño? ¿El limbo? ¿Dónde se encontraba? ¿Cómo despertaba? Y las dulces palabras de su abuela retumbaban en el vacío de su mente es un don amar.

¿Amor? ¿Cariño? ¿Qué era él para ella? Tenía solo trece años, solo trece, demasiado adulta para ser una niña y joven para ser adulta ¿Qué clase de broma era esa?

¡Por favor Remus! No somos tan jóvenes, tenemos tu edad idiota.

Sirius, ustedes no entienden.

Claro que entendemos, más de lo que piensas Remus. Somos amigos, TUS amigos, y como tales no te dejaremos solo, de ser necesario estaremos con tu amiguito peludo.

Pero James...

¡Si! Nunca vamos a dejarte solo.

Peter, pero ustedes no comprenden la gravedad de...

Bobadas, y si dices que no entendemos de nuevo te parto esa linda cara que tienes.

Una sonrisa, una autentica se formó en el rostro de Remus al recordar la primera vez que ese grupo, esos chicos se volvieron su familia. Detuvo su andar, la brisa era fresca y limpiaba la mente. El rostro de la joven Goodwin estaba pálido, ojeroso y sin ningún atisbo de felicidad y todo por su culpa, incomodo Remus decidió hablar, era el momento como dijo el director. En el puente se encontraban, con una sonrisa poso las manos en el frio metal.

— Señorita Goodwin, hace unos años, cuando tenía ocho un hombre lobo me ataco — inicio con voz pausada— Mis padres intentaron por todos los medios aliviar mi dolor, consultaron a magos expertos, pociones experimentales pero ninguna me ayudo a volver a mi formar humana; pero mis padres no se dieron por vencidos, cada cierto día del mes debía ocultarme, se encerrado en una jaula y escuchar los sollozos de mi madre cuando llegaba mi transformación.

⪼ Al despertar estaba asustado, no tenía control sobre mí y en una noche temía atacar a las personas que me dieron la vida. Pero ellos estaban a salvo, mi madre abría la jaula y me abrazaba con fuerza, mi padre me consolaba en las noches. Me sentía desesperado ¿Quién quería a un hombre lobo? Mis oportunidades de vida eran nulas, y al cumplir los once años comprendí que en el mundo aún se encontraban buenas personas, una de ellas fue Albus Dumbledore.

— ¿El directo?

— Si.

La ternura que experimento al verla por fin a los ojos basto para dejarse guiar.

— No podía creerlo, que un mago como lo era Dumbledore estuviera en mi casa, pensé en ese momento que los milagros eran posibles. Pero mis ilusiones fueron falsas, no me llevo la cura...

— ¿Qué...que fue? — nerviosa Poppy se situó a su lado, apretando el barrote con fuerza.

— Una alternativa — rio al ver el rostro contrariado de Poppy — Vera, para alguien en mi situación son escasas las opciones que se tiene en el mundo mágico, es difícil encontrar trabajo, ser aceptado o incluso estudiar en una escuela. El profesor me dio la opción de estudiar en Hogwarts, mis padres estaban furiosos, pensaron que era una especie de chiste, una broma cruel.

— Pero, el profesor Dumbledore no parece de ese tipo...

— Jaja, no, pero para un joven de once años era difícil creer en la esperanza. Renuncie a la plaza que se me ofreció.

— ¿Por qué? — apenada por su torpeza Poppy miro a otro lado, ella conocía la respuesta, el miedo al rechazo. Ella mejor que nadie lo conocía.

Con paso vacilante Remus cambio de sitio, le dio la espalda ordenando sus ideas.

— El profesor no se dio por vencido, apareció de nuevo al año siguiente insistente, mis padres aceptaron a escuchar y la esperanza creció en mi interior. Me daría una oportunidad, una que muchos desecharon, y el mundo se volvió un lugar mejor. Era aceptado, querido ¿Recuerda lo que hablamos hace tiempo, sobre que la familia no es de sangre?

— Si, lo recuerdo — la imagen de los gemelos, de Alex y Luna apareció enseguida mostrando alegría a su corazón. Volteo para ver la espalda de su profesor.

— Yo encontré la mía en cuatro chicos, que me aceptaron y mi miedo creció señorita Goodwin el miedo a perder a la familia que tanto me costo encontrar, preferí esconde mi secreto, pero con el tiempo los atolondrados amigos que tenía lo descubrieron.

— ¿Qué paso con ellos?...

Su profesor dio la cara y la sonrisa que estaba en su rostro era de felicidad, una genuina y pura que inundo su ser y la angustia que sintió se evaporo. El amor es un don Poppy, uno que debes cultivar ¿Era capaz, de querer a su profesor? ¿Qué era él? ¿Amigo? ¿Maestro? ¿Confidente? ¿Consejero tal vez? ¿Una persona más en su vida?

— Me aceptaron, aceptaron a ese chico con un problema peludo sin tapujos o miedo, simplemente me aceptaron como nunca nadie lo hizo salvo mis padres — sus ojos se crisparon, Remus no deseaba llorar, no ahora, recordar a las personas que perdió le era difícil pero perder a alguien más era peor. El único recuerdo vivo de ellos era Harry, el hijo de su mejor amigo James.

Tener trece años era difícil, la infancia quedaba atrás, el cuerpo cambiaba, las emociones eran más vivas y dolorosas, la inseguridad, el temor a ser aceptado o rechazado, la incertidumbre por un futuro lejano y la constante presión de la familia. Poppy Goodwin comprendía que su mundo no estaba en una burbuja color rosa, que la fama no lo era todo, que el dinero compraba la amistad y el poder creaba caos. La fidelidad estaba sobrevalorada, que la confianza carecía y las serpientes de Slytherin solo pensaban en sí mismas, en su propio beneficio.

Una serpiente era orgullosa de su linaje, de su sangre y poder. No se doblegaba ante nadie y daba la satisfacción de ser débil. Pisoteaba a todo aquel por obtener la grandeza.

Es una leona de corazón, pero dudo que lo admita.

Los de Slytherin eran temerarios, enfrentaban todo con elegancia, eran perfectos en cada cosa que hacían. Eran puros como ninguno.

Vas a quedar con nosotros, no te asustes pequeña damisela, veras que seremos buenos amigos.

Una serpiente no lloraba, no temía, no daba las gracias, no tenía amigos puros y leales.

Estaremos contigo, ¿verdad Luna?

La serpiente era el animal más peligro y engañoso de todos.

Tome, le ayudara.

Si todo eso era verdad ¿Por qué lloraba? Porque Poppy aprecio cada momento con esas personas, cada travesura con los gemelos desde su primer año, las pequeñas charlas con Luna y Alex, pero sobre todo el momento que conoció a su profesor de Defensa. Porque eso era, su profesor, su confidente y consejero, un amigo con el cual contar.

Utilizando la tela, limpio su rostro, las lágrimas parecían no querer parar y frustrada consigo misma Goodwin hablo con voz patosa.

— Ire...por una taza de...chocolate ¿Le gustaría acompañarme?

— ...Por supuesto señorita Goodwin, me encantaría.

Aún era temprano esa mañana de enero, los pocos estudiantes merodearon por los pasillos aun adormilados. El reloj marcaba las diez de la mañana y dos personas charlaban con calma en el desayuno, un profesor y su estudiante. 

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