
Damisela en apuros.
Su familia siempre sería importante para ella, no importara el que, siempre lo seria. Poppy contemplo con tristeza a su hermano, las vacaciones de navidad dieron inicio y ella permanecería en el castillo, sola. Su corazón dio un salto cuando su hermano le abrazó con fuerza, Riley ya no tenía necesidad de ocultarlo.
—Te escribiré pronto, hablaré con Tomas, le diré la verdad — sonrió al separarse —No estás sola Poppy.
— Lo sé, gracias, abraza por mí a Tomas ¿sí? — le tomó las manos, no deseaba dejarlo ir, no quería quedarse en el castillo - Su regalo, está en mi cuarto, debajo de la cama y...
— Poppy, debo irme ya - se mordió el labio — ¿Segura no deseas venir? Dudo que padre diga algo, si se atreve a herirte yo puedo.
— ¡No! — lo interrumpió- Gracias, yo, descuida estaré bien. Anda, te espera un viaje largo.
Con un último abrazo se despidió de su hermano. El resto de los estudiantes platicaban emocionados sobre las vacaciones de navidad, los recuerdos, regalos y banquetes. Antes de la partida de Riley amenazó a los pocos estudiantes que se quedaba sobre molestar a su hermana. Poppy estaba angustiada, la actitud de su hermano le preocupaba, solo esperaba fuera pasajero y no llegara a dañar a nadie de gravedad.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, era mejor regresar dentro. Pronto nevaría, no deseaba enfermarse. Pero sin previo aviso, unos brazos la envolvieron. La túnica desgastada, y un poco remendada en las orillas le indicio de quién se trataba. Nerviosa y avergonzada, estaba por separarse, pero el pelirrojo se lo impidió.
—Weasley suéltame — frunció el ceño.
George tenía días entablando conversaciones con ella, buscaba la menor oportunidad para hablarle, invitarla a los partidos de Quidditch, o simplemente saltarse las clases como solían hacerlo en su primer año. Poppy no comprendía al pelirrojo, y eso le molestaba. Aún tenía resentimiento por lo sucedido hacía dos años, no era fácil olvidar.
—Hace frío - fue su excusa— ¿Dónde está tu bufanda?
—En mi sala común, así que si me disculpas — se separó — Iré a buscarla.
—No será necesario —sonrió.
— ¿De qué hablas?
Abrió los ojos, George se desprendía de su bufanda para colocarla con cuidado alrededor suyo. El rubor se extendió por sus mejillas, Poppy no sabía que decir, su corazón dio un salto de alegría al ver esa singular sonrisa traviesa en su pecoso rostro, lo extrañaba y mucho, pero no podía permitirse tenerlo como amigo. No soportaría de nuevo tener que elegir.
—No la necesito— con dolor se arrancó la prenda y la arrojó al suelo, olvidando la tristeza en los ojos del pelirrojo.
— Poppy, yo...
—No George, esto no está bien — lo vio acercarse y retrocedió — No puedes llegar un día y querer regresar el tiempo, las cosas nunca suceden de ese modo.
—Quisiera no haber dicho lo que dije...— sin duda estaba confundido.
Se mordió el labio al verlo. Goodwin sabía del arrepentimiento del chico, pero el recordar la discusión que tuvieron, el dolor que sintió ante su rechazo, lo sola que se sintió en ese momento.
—Pues lo hiciste.
Se fue, dejando a George confundido y con el corazón acojonado. ¿Qué debería hacer? No lo sabía, Poppy decidió seguir camino a su sala común.
— Lo lamento.
Tan sumergida estaba en sus pensamientos sin prestar atención a su andar.
— No se preocupe señorita Goodwin ¿Todo bien?
—Si profesor, de maravilla — mintió.
—Excelente, necesitamos apoyo para decorar uno de los doce árboles, al parecer Peeves desapareció los adornos ¿Gustaría ser voluntaria?
—¡Por supuesto!
Abrió los ojos por su gran entusiasmo. Nerviosa miro a otro lado ante la sonrisa de su profesor de Defensa ¿Qué sucedió? A Goodwin siempre le gusto la época de navidad, un evento que deseaba alargar a más de uno o dos días, era la única fecha que su familia era unida. Más tranquila por su propia respuesta, siguió a su profesor. Sería una forma lucrativa de pasar el tiempo, no deseaba realmente estar en su sala común, tampoco deseaba toparse con George.
Sus ojos se iluminaron al presenciar el enorme pino que ocupaba la parte lateral de la entrada. Era la primera vez que adornaría por su cuenta un árbol navideño. Por lo general, los sirvientes lo hacían, el mayordomo y la ama de llaves se encargaban de la decoración, bajo la mirada estricta de su madre. Nerviosa escucho las indicaciones de Remus Lupin, los pocos estudiantes que se ofrecieron en su mayoría eran leones, si acaso sólo una comadreja. Con dificultad tomó la primera esfera de cristal, dentro, pequeños destellos de fuegos artificiales le daban su luz. Presa de sus manos temblorosas, la esfera cayó de sus manos y se estrelló en el suelo, roja de pena tomo otra esfera. Obteniendo casi el mismo resultado.
— Lo...— intentó disculparse.
—No se preocupe— Lupin le vio tranquilo.
—Profesor, si sigue rompiendo las esferas, nunca vamos a terminar.
—Es verdad — colaboró la leona — Ojalá no hubiese venido...-murmuró.
Se mordió el labio, apretó la fina capa de cristal de la esfera. ¿Por qué? ¿Por qué los estudiantes la trataban de ese modo? ¿Qué hizo para merecerlo? Con la mirada baja, dispuesta a irse escuchó las sinceras palabras del único león que guardó silencio.
—Bobadas ¿Quién no ha querido hacerlo? En especial con los anticuados adornos.
—Pero Fred, no entiendo porque una serpiente debe ayudarnos.
—Tu SOLO has tu trabajo comadreja — le amenazó.
Para su sorpresa, Fred la defendió. El pelirrojo la vio y guiño un ojo, con una sonrisa lo recibió y en un arrebato, en un puro recuerdo de complicidad, saco su lengua cual niña había sido al entrar al castillo; sorprendiendo al pelirrojo. Al darse cuenta fue tarde, ya no eran amigos, no eran nada, ni siquiera compañeros.
Poppy se dio cuenta que se sentía sola.
Faltaban dos días para nochebuena, el castillo se encontraba en paz. Una armonía que duró alrededor de treinta y tres segundos, pues, los gemelos Weasley hicieron de las suyas. Lograron de alguna forma, convencer a las hadas de lanzar bombas fétidas en el gran comedor cuando Filch apareciera. El grito de McGonagall se escuchó por los pasillos cuando los pelirrojos escapaban entre risas. Lo desagradable, era el olor rancio, con calma, el director pidió a los estudiantes regresar a su sala común, esperando el olor desapareciera hasta el anochecer.
Un suspiro escapó de sus labios, lo último que deseaba Goodwin era regresar a su sala común. Tal vez su hermano Riley amenazó a los pocos Slytherin que quedaron, pero ello no impedía que sus cosas y pocas ropas desaparecieran. Preocupaba buscó su varita sin mucho éxito. Las risas de satisfacción escuchó tras de sí, volteo y vio con horror como la mayoría de sus cosas se encontraban en el lago. Uno de los beneficios de tener a Severus Snape como jefe de casa, eran la peculiar magia de ventanas que daba vista a distintas partes del castillo.
—Vaya Goodwin, es una pena ¿no?
—¿Por qué?- le vio molesta— ¿Qué te he hecho?
— ¿No lo sabes? Deberías averiguarlo.
Lavanda Goodwin era su prima, una orgullosa Slytherin de último año. No comprendía, eran buenas amigas ¿Qué cambio? Resignada, Poppy fue por sus pertenencias. Esperaba encontrar su varita entre ellas. El lago negro era inmenso, para su suerte los objetos flotaban, sus libros estaban arruinados, pero conocía un hechizo para restaurarlos, Alex y Luna se lo enseñaron. Sus ropas eran otra cosa.
—¿Poppy? ¿Qué demonios haces?
—Tomo un baño ¿Qué no ves? — evito poner los ojos en blanco, tiritaba al hablar—De...de...déjame-me en paz.
Sus manos estaban heladas, sentía crecer el frío en su cuerpo y sus dedos ya no tenían color. No podía hacer magia, su varita no parecía estar en el lago. Sin más remedio, se lanzó para recoger sus cosas. Ya tenía a la mano cinco libros cuando escucho un singular splash detrás suyo. Giro para ver a George rojo como las cerezas, temblaba por lo helado del agua, sus manos parecían fuego al tomar las ropas. Sonrió con ternura, él si era una buena persona.
Terminaron de recoger todo, salieron del lago temblando. Sentían sus cuerpos pesados, y por un segundo Poppy se sentía fatal ¿Cuánto tiempo paso? Mareada y desorientada se recargo en George antes de perder el conocimiento.
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Despierta Poppy
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Perdóname
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No debí hacerte elegir, no debí...perdóname Poppy, yo te...
Sus párpados pesados se negaba a abrirse, utilizó sus pocas fuerzas para hacerlo. Estaba envuelta hasta el cuello de mantas, se encontraba en la enfermería, era de noche. Suspiro, aun sentía frío.
—Despertaste, gracias a Merlin— Madame Pomfrey respiraba aliviada— Nos tenías muy preocupados.
—¿Preocupados?
—Si, pero será mejor esperar a mañana, será mejor que descanses, tu temperatura poco a poco regresa a su normalidad — sonrió— Debo revisar también al chico.
Con la mirada puesta en la enfermera, Poppy contempló a su lado a un pelirrojo que respiraba con calma. Reparó en que sus manos estaban unida, George le miraba con una sonrisa de felicidad.
—Bienvenida damisela.
Damisela.
La última de sus barreras se quebró. Con los ojos vidriosos, apretó la mano que le sostenía con firmeza sintiendo el calor que desprendía. Una pequeña sonrisa asomó en su rostro como hacía dos años, como si el tiempo no hubiese pasado. Y ellos seguían siendo amigos.
—Gracias Greg.
Pequeñas gotas saladas descendieron por sus mejillas rosadas, recordando su antiguo sobrenombre puesto por los gemelos. Ella siempre era una damisela en apuros, pareciese que eso no cambiaba.
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