Prólogo - [Editado]
—Buenos días, señoras y señores pasajeros. El Comandante Richard Herford y la tripulación, en nombre de la aerolínea, les damos la bienvenida a bordo... —comenzó a explicar la azafata.
Claramente, no me importaba en absoluto sus palabras. No cuando me temblaban las manos y sentía un sudor frío caer por mi cuello. Solo quería salirme de esta cosa gigante e inestable cuanto antes y ni siquiera habíamos despegado. Me aferré al asiento con tensión y respiré hondo.
Richard Hereford, mi vida estaba en tus manos.
—Señores Pasajeros, siguiendo las normas internacionales de seguridad les vamos a efectuar una demostración de los sistemas de emergencia que dispone este avión. Les rogamos máxima atención.
Cerré los ojos mientras la azafata daba las instrucciones de emergencia. Me ponía más nerviosa pensar en todas las posibilidades en las que esta cosa podía caer y terminar con cada uno de nosotros. Respiré hondo y apreté los ojos aún con más fuerza.
—Amy, este es precisamente el único momento donde no debes cerrar los ojos en un avión —murmuró mi padre cerca de mí.— No sabrás como actuar ante una emergencia si no miras.
Sin decir ni una palabra, abrí mis ojos pero le observé con una mirada asesina. Supuse que entendió el mensaje porque tragó fuerte y murmuró sus disculpas.
—Tranquila, he viajado millones de veces por esta aerolínea antes de que tú nacieras y créeme, nunca ha pasado nada.
«Pero podría ser la primera vez», pensé inevitablemente.
Suspiré hondo y me dispuse a observar el pequeño rectángulo que tenía en el asiento delantero. El logo de la aerolínea tomaba parte de casi todos los pequeños televisores y eso me ponía aún más nerviosa.
Bueno, no había nada que no me pusiera nerviosa en ese tubo gigante con forma de pasta dentífrica y alas.
—...Les recordamos que delante de su asiento encontrarán una copia de estas instrucciones de seguridad que les acabamos de enseñar.
Fantástico. Observé el bolsillo del asiento delantero y allí estaba, la gran papeleta gigante que jamás iba a ser leída. Al menos no por mí.
—También les informamos que deben apagar sus móviles y aparatos electrónicos durante el despegue y aterrizaje de la nave. Gracias por volar con la aerolínea. Les deseamos un vuelo agradable —concluyó de una buena vez la amable azafata.
Todos los pasajeros comenzaron a parlotear en voz baja, y pude percibir un poco de murmullo. Probablemente porque estábamos a punto de despegar y algunos se sentían un poco abrumados, como yo.
Al cabo de lo que parecieron cinco minutos en los cuales me mantuve en un silencio abrasador, el avión comenzó a moverse por la pista poco a poco. Evité salir corriendo porque recordé la única razón de mi vuelo: Ryan.
Fue entonces que mi madre se volteó expectante de mi reacción a medida que el avión se acomodaba para tomar impulso y finalmente, volar. Le devolví la mirada con desesperación.
—Estará todo bien cariño, lo prometo —dijo sonriente y aunque intenté relajarme, no pude.
—Solo por las dudas, ¿te has despedido de Ryan? Siempre hay que tomar medidas, no vaya a ser que esto caiga y... —comenzó a bromear mi padre como si fuese gracioso.
—¡Hey!
Mi madre le propinó un manotazo en su hombro con tal de callarlo y mi padre se quejó pero en cuanto vio la mirada asesina de ella, bajó la cabeza y murmuró un "lo siento".
Aún me sorprendía que no entendiese que estaba a merced de las mujeres O'Donnell.
Casi sin poder prevenirlo comencé a oír un gran sonido chirriante, similar al sonido del fuego descontrolado, y me alarmé. El corazón comenzó a latirme con fuerza y no pude hacer más que mirar hacia todos lados. En lugar de encontrar gente desesperada y asustada como yo, solo noté un grupo de seres humanos sentados con tranquilidad. Observé a mis padres, quienes se abrochaban el cinturón de seguridad con total calma.
—Cariño, abróchate el cinturón, ¿sí? —sugirió mi madre.
Oh, así que tal sonido era producto de las turbinas que acababan de encenderse. Jamás habría imaginado que harían un sonido tan fuerte desde aquí dentro. Le hice caso a mi madre y me coloqué el fuerte cinturón alrededor de mi cintura. Comprobé que estuviese bien ajustado y me quedé como estaba, tiesa y aterrada. Sabía que una vez que el avión se pusiera en vuelo, no habría vuelta atrás.
Y de algún modo, recordé nuestro campamento. Por alguna razón, las tres horas de viaje al centro Roshmore me parecian una tontería comparado con esto.
El avión de repente comenzó a ponerse en movimiento, aumentando la velocidad y tomando más forma en vertical al punto en que mis oídos empezaban a taparse. Sentía una presión en el pecho y un miedo aterrador pero digamos que casi a la mitad del proceso, comencé a tomarle un poco de gusto. Bueno, al menos me conformaba con que estábamos volando y esta cosa no se había caído. Cerré los ojos e intenté respirar con más tranquilidad que antes y mentalizándome en que pronto vería a Ryan.
—Mira Amy —murmuró mi padre, picándome el hombro.
Observé la ventanilla de la derecha donde él me señalaba.
De repente, mi ciudad natal se parecía a aquella maqueta de Seattle que había tenido que construir cuando tenía siete años para un proyecto escolar, con la diferencia de que esta vez los edificios pequeños no eran de cartón, que a pesar de que la lejanía los mostraba pequeñísimos y atractivos, eran reales. De alguna manera, había vuelto a enamorarme de mi ciudad.
—¿Te has comunicado con Ryan? —preguntó mi padre.
Asentí mientras cerraba los ojos: —Nos estará esperando en el aeropuerto de Nueva York.
—¿Y sus padres?
—Oh, están volviendo de Hawaii en avión. Llegaran casi al mismo tiempo que nosotros a Nueva York.
—Bien —murmuró—. Por cierto, ¿está nervioso?
—¿Qué?
—Ryan, ¿crees que conseguirá un buen lugar?
—Por supuesto que sí.
Mi padre me sonrió en forma de complicidad sabiendo que su pregunta tenía esa única respuesta, pues estábamos completamente seguros de qué Ryan no iba a perder una de sus mayores oportunidades.
Nuestro regreso de la reserva Roshmore había traído consigo grandes cambios en nuestras vidas. No solo porque habíamos comenzado una relación completamente inesperada entre ambos, sino también por las oportunidades profesionales que comenzaron a acechar a Ryan con respecto al Fútbol Americano. Si bien su pasión por el deporte se minimizaba a un pasatiempo, uno de los entrenadores de la escuela vio potencial en él y le sugirió ponerlo a prueba para que pudiera crecer de manera profesional en ello.
En un principio se negó rotundamente, a tal punto, que parecía casi imposible hacerle entrar en razón. No había forma de que sus padres pudieran convencerle y tampoco podía hacerlo yo. Sin embargo, luego de mucha insistencia me confesó la razón por la cual no quería unirse a dichas pruebas: sabía que no iba a poder pasar tiempo con nosotros. El tiempo de calidad se reduciría a solo pocas veces y que incluso viajaría muchísimo a zonas un tanto lejanas.
Digamos que su explicación casi me convence pero al mismo tiempo, lo conocía lo suficiente como para saber que el Fútbol Americano era su sueño de la infancia y que verlo feliz, me haría feliz a mí. Sin embargo, fue difícil convencerlo. Mi objetivo era estar segura de que al menos, si rechazaba la oferta, fuese meramente porque él realmente no tenía deseos de hacerlo y no porque lo estábamos deteniendo emocionalmente con toda la cuestión de la distancia y el tiempo de calidad.
Hasta que finalmente, accedió a sus deseos.
Y sí, al principio fue torturante, ¿pasar más de una semana sin verlo? Era la desidia total. No obstante, comenzamos a amigarnos con las videollamadas. Si bien había días en los cuales nuestros planes eran cancelados inesperadamente por un entrenamiento intenso y eso provocaba que estuviésemos sin vernos por más de un tiempo, me conformaba con saber que lo estaba dando todo de sí.
Además él me lo había advertido y yo había aceptado. Quizá lo hice sin tener demasiado en cuenta como se sentirían las consecuencias en la vida real pero jamás podría echarme atrás. Ryan iba a conseguir un puesto firme en una gran liga profesional y yo no podía arruinarlo solo por la necesidad de querer pasar tiempo con él, así que cada vez que moría de ganas por verlo, realizaba un trabajo mental para recordarme que cuando menos me lo espere íbamos a estar juntos de nuevo.
Y ese día, finalmente había llegado.
El gran e importante partido que definiría su futuro iba a llevarse a cabo en Nueva York y Ryan tendría que jugar a la vista de numerosos entrenadores profesionales de distintas partes del mundo que estaban en busca de nuevos talentos deportivos. De alguna manera, él había estado entrenando arduamente durante todo este tiempo para poder destacar durante el partido decisivo y así poder recibir variedad de oportunidades que abarcaban desde becas universitarias hasta puestos en grandes ligas profesionales.
Fue así que con mis padres habíamos decidido asistir durante el fin de semana, considerando también que mi último contacto decente con Ryan había sido hacía dos meses. Solo algunos mensajes de texto que podía enviarme entre descansos pero no mucho más, por lo que mi necesidad de verlo e interactuar con él era casi incontrolable, a tal punto que me atreví a tomarme un avión con tal de verlo.
* * * * *
—Señorita, ¿desea alguna bebida? —preguntó la azafata mientras intentaba pasarme un nivel de Candy Crush.
—Agua, por favor —respondí amablemente, observando por primera vez a mi alrededor.
Había transcurrido algo así como una hora y media desde el despegue pero la verdad es que dicho tiempo lo había utilizado para distraerme con mi teléfono. Mientras la mujer me entregaba el pequeño vaso con agua y le agradecía, noté que mi madre, quien estaba a mi lado, se había quedado completamente dormida al punto de encontrarse roncando sin vergüenza alguna. Noté que la azafata intentaba mantener la compostura pero era inevitable, incluso yo tenía atorada la risa en el interior de mi garganta: estaba con la boca abierta y como si la cosa no pudiese volverse peor, estaba babeando. Con un poco de piedad le tapé el rostro con la pequeña mantita de viaje.
«Madre, al menos intentaré proteger tu dignidad», pensé.
A mi otro lado estaba mi padre buscando qué ver en el mini televisor del asiento. Había comenzado tres películas distintas que había apagado cuando alcanzaban la media hora de reproducirse, pues estaba indeciso y nada le convencía. Quizá fue por esa simple situación que es que caí en la cuenta de que iba a ser un aburrido y tedioso viaje. Le di un trago al agua fresca para humedecer mi garganta seca y tomé el folleto de las instrucciones a seguir en caso de emergencia. No voy a negar que las leí una por una con un nudo del estómago pero digamos que la culpa de no haber prestado atención previamente había comenzado a carcomer mis entrañas, así que ahora ya sabría que hacer en caso de que algo sucediera.
Guardé el folleto en su lugar, respiré hondo e intenté pasar un nuevo nivel en Candy Crush. Luego, observé a las personas que me rodeaban una vez más. Algunos ya dormían como mi madre, quizá sedadas por terror a volar o quizá por sueño, otros observaban las ventanillas que daban hacia el exterior y otros controlaban a los niños que se entretenían jugando o leyendo. Por mi parte, ya no sabía qué más hacer.
Me volteé a ver a mi padre y curioseé en la cuarta película que había comenzado a reproducir en el día, deseando que por fin sea la definitiva. En su pantalla pude apreciar un perro de pelaje claro de raza Akita y por otra parte, a un hombre de traje.
Oh, no.
¿Este hombre sabía que iba a terminar llorando con el final de "Siempre a tu lado"? De repente tuve el impulso de quitarle los audífonos y advertirle sobre la famosa película del fiel perro y su gran dueño pero de alguna manera me contuve. Digamos que... servía a modo de venganza por molestarme durante el despegue.
Resoplé y repentinamente recordé que llevaba mi agenda conmigo. Con la mirada repasé lentamente todo lo que había punteado en la hoja de papel hasta enfocarme en un ítem donde tenía marcado que una buena opción para que el viaje se pase más rápido, era con buena música. Conecté mis auriculares a mi teléfono y comencé a oír un par de bandas que me había enseñado Ryan medio año atrás.
Una hora entera pasó pero aún faltaban unas dos o tres horas más para arribar. Ya deseaba llegar y al mismo tiempo, se agotaban mis fuentes de entretenimiento. Finalmente me decidí en dormir, sabiendo que si lograba llevar a cabo esta opción, el viaje pasaría literalmente en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, cuando llevaba menos de cinco minutos intentando inducirme el sueño, vibró mi teléfono celular por culpa de un mensaje de texto.
«Estoy en medio de un descanso, ¿cómo va tu vuelo?»
Me emocioné tanto al ver el mensaje de Ryan que una inevitable sonrisa apareció en mi rostro.
«Aburrido pero podría ser peor como, no sé, estrellarnos. Así que me conformo. Hablame de ti, ¿cómo está ese entrenamiento?»
«Torturante. El entrenador está siendo demasiado exigente con nosotros pero entiendo la razón considerando que mañana se define nuestro futuro... Por otro lado, te extraño.»
No sé que me sucedió, si fue por la repentina confesión en medio de otro tema, o porque estaba relajada, que mi corazón comenzó a latir como la primera vez que me había besado... Oh bueno, la tercera según él.
«Yo a tí, Ryan. No sabes cuanto he estado esperando por este día.»
«Lo sé, parece increíble que en unas horas podremos vernos en persona. Ahora debo volver al entrenamiento pero estaré esperandolos en el aeropuerto cuando arriben. Enviame un mensaje cuando lleguen, ¿okay? Te quiero.»
«Bien, yo igual.»
Tecleé finalmente para luego guardar mi teléfono y sonreír como idiota, conteniendo las ganas de reír ante la sensación bonita que revoloteaba en mi interior.
Aunque bueno, no duró mucho que digamos. Al menos no con mi padre sollozando a mi lado como cuando mi madre regaló su colección de discos de Elvis Presley.
—Hachiko... Un buen perro, ¿huh? —susurré, palmeando su hombro a modo de contención.
Eso solo provocó que mi padre comience a sollozar descontroladamente y yo tenga que medio ahorcarlo con mi brazo alrededor de su cuello entre susurros de "ya está, ya pasó, ya todo está bien" con tal de que los demás pasajeros dejen de mirar en nuestra dirección.
Hervía de la vergüenza.
* * * * *
—Arriba cariño, despierta —era la voz de mi madre—. Debemos guardar nuestras cosas. Pronto aterrizaremos.
Abrí los ojos como si estuviera totalmente descansada y preguntándome de alguna manera en qué momento me había quedado dormida. En realidad, daba igual porque el viaje había transcurrido rápidamente gracias a ello. Observé los rayos de luz que se filtraban por algunas ventanillas sin cortina y bostecé con felicidad, pues me quedaban solo minutos para encontrarme con él y tenerlo cerca de mí luego de tanto tiempo separados.
La azafata apareció nuevamente para indicarnos el ajuste de los cinturones y el piloto dio un pequeño discurso por los megáfonos, explicando brevemente que en cinco minutos estaríamos aterrizando en el aeropuerto de Nueva York. También indicó el clima y otros tipos de instrucciones pero poco relevantes.
Todo esto era muy extraño y nuevo, puesto que jamás había viajado a Nueva York.
De alguna manera percibí que las azafatas ya no estaban en ningún sitio que pudieran verde, lo cual me indicaba que también habían ido a tomar asiento para abrocharse los cinturones porque estábamos aterrizando. Y Ryan estaba allí a poca distancia, ambos esperándonos y a muy poco tiempo.
El avión hizo muchos movimientos repentinos intentando estabilizarse. No voy a negar que estaba en pánico pero un poco atenuado por la emoción de ver a Ryan.
Cerré los ojos e imaginé que estaba en la casa rodante llegando a la reserva Roshmore. Rememoré los cimbronazos y zarandeos de esa chatarra gigante de cuatro ruedas, y sonreí para mis adentros sin darme cuenta que el avión ya estaba finalmente en tierra y sin moverse.
Lo que sucedió luego quedó como un difuso recuerdo.
Estoy segura que salí y bajé de ese avión casi sin tener en cuenta que mis padres me seguían detrás intentando alcanzar mi ritmo. Pasé migraciones, tomé mi maleta y comencé a caminar a paso rápido por el pasillo que conducía al área central del Aeropuerto de Nueva York.
¿Dónde estaba él? ¿Cómo podía encontrarlo? ¿Debía enviarle un mensaje?
Mis padres habían quedado atrás y yo no podía dejar de mirar hacia todas las direcciones, encontrando miles de rostros distintos y desconocidos a mi alrededor. Estaba desesperada y no podía pensar con claridad. Sabía que debía calmarme y contactarle para poder coordinar un punto de encuentro en común. Lo sabía, pero...
—¿Me buscabas? —dijo una voz susurrándome en el oído.
Ni siquiera dudé al oír su voz que me lancé a sus brazos. Mi corazón latía con tanta fuerza y tanta emoción, que no podía borrar la sonrisa que tenía en el rostro. Cruzó sus brazos alrededor de mi cintura y me elevó un poco del suelo mientras hundía su rostro en el hueco de mi cuello. Me aferré a su cuerpo con mis brazos mientras comenzaba a perderme en su aroma tan característico y apetecible, casi olvidándome de aquellos meses sin comunicación. De alguna manera ya lo tenía aquí entre mis brazos y compartiendo el mismo aire que yo.
Luego de unos minutos que se sintieron una eternidad, se separó lentamente y me besó ligeramente en los labios. Fue un beso suave, dulce y sostenido. Un poco odié la situación, pues me dejaba con ganas de más ganas pero bueno, de algún modo lo entendía considerando que mis padres se acercaban y no podíamos hacer de mucho.
—Te he extrañado tanto —dijo en mi oído y volviendo a envolverme entre sus brazos.
—No puedo creer que finalmente estamos juntos —respondí.
La presencia de mis padres nos obligó a separarnos un poco para que puedan saludar a Ryan, a quien por cierto, saludaron como si fuera su propio hijo. Comenzó a hablar con mis padres sin dejar de entrelazar su mano con la mía y me tomé el atrevimiento de aprovechar esos momentos de distracción para observar detenidamente. Fue entonces que noté que Ryan estaba exorbitantemente atractivo, más aún que cuando viajamos a la reserva Roshmore. Su cuerpo claramente reflejaba los meses de arduo entrenamiento. No solo su complexión se había vuelto más prominente, sino también sus músculos y sus facciones. Seguía siendo el mismo Ryan de siempre pero digamos que con un buff.
Su cabello estaba algo despeinado pero llevaba un nuevo estilo, supuse que más conveniente para el entrenamiento. Me pregunté si luego se lo volvería a dejar como siempre o lo mantendría de esa forma, ya que también dejaba a la vista su marca de nacimiento en la parte trasera de su cuello.
Suspiré sin poder creer que este era mi chico, que me amaba y que estuviese conmigo.
—¿Amy? ¡Amy! —dijo mi padre de un momento a otro, sacándome de mis pensamientos.
—¿Algún día dejarás de estar en las nubes? —me molestó Ryan.
Me aguanté las ganas de acertarle un golpe en el hombro, en primer lugar porque estaba demasiado atontada por él luego de tanto tiempo sin verlo y en segundo lugar, porque si le golpeaba en ese fornido brazo lo más probable era que me quebrara una mano.
Con tranquilidad nos dirigimos todos juntos hasta la entrada del aeropuerto donde muchos taxis se encontraban esperando por clientes. Ryan nos explicó que sus padres estaban por llegar en un próximo vuelo que venía desde Hawaii y que él debía esperarlos. Pronto como dijo eso, me adelanté para advertirles que también me quedaría con él, pero rápidamente los tres se opusieron.
—Acabas de bajar de un avión. Debes descansar. —sentenció Ryan.
—No, dormí en el viaje.
—Esa no es excusa —murmuró él, acomodando un cabello desordenado detrás de mi oreja y reprimiendo una risa.
—Pero...
—Nada de "pero". Ve al hotel y descansa un poco que esta noche iremos a cenar —me guiñó el ojo, y lentamente me derretí.
Oh, sí, esa no me la esperaba. Internamente comencé a bailar, saltar y gritar como una desquiciada.
—¡Nos vamos al hotel! —concluí, mirando a mis padres.
Mis padres rieron en complicidad con Ryan, supongo que porque él era casi el único que podía convencerme tan fácilmente, y casi sin darme cuenta, ya estaba montada en el asiento trasero de un taxi, saludando a Ryan mientras el coche se alejaba.
Si bien mi encuentro no había durado demasiado tiempo, sabía que esta noche íbamos a poder pasar el tiempo de calidad que nos debíamos desde hacía tanto. Así que otra vez, mi espera había comenzado y en esta ocasión, podía suceder cualquier cosa.
Por fin, Ryan y yo estábamos más cerca que nunca.
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