Capítulo 12: "Besos que no son besos"
Solo quiero agradecerles de corazón por toda la espera y apoyo durante mi ausencia. Realmente espero que lo disfruten~
*****
Capítulo 12.
Las festividades habían culminado, ¿en qué momento el tiempo había transcurrido tan rápido? Cuando quise darme cuenta tanto navidad como año nuevo ya habían pasado, y pronto retomaría lo que quedaba de mi último año de preparatoria.
Solo faltaba la mitad de él para graduarme, y pensarlo provocaba que me diese escalofríos, ¿quizá porque no le había dado la suficiente importancia en este último tiempo a causa de las idas y vueltas con el futuro de Ryan? Probablemente.
Pero todavía no era momento de pensar en ello, al menos no ahora.
Sin abrir los ojos, me estiré y rodeé por toda la cama, de un lado a otro. Sentía que aún si hiciera aquello, mi cuerpo continuaría tenso de todas formas. Y eso se debía a que... ¡ding dong! Respuesta correcta, el frío no era mi mejor amigo, definitivamente.
El sol tenue que asomaba por la ventana de la habitación de huéspedes, me hizo percatar de que ya era momento de levantarse. Hoy era un día especial, y me había propuesto a mí misma el despertar temprano para poder hacer cómodamente todo lo que tenía en mente.
Así que me estiré una vez más, saqué una pierna de entre la cobija y... me di cuenta de que estaba tomando una mala decisión. Me arrepentí, iba a morir de frío si me levantaba, así que volví a refugiarme bajo las mantas una vez más.
—Hey, chica dormilona, arriba.
Suspiré mentalmente, no supe en que momento me volví a quedar dormida pero de todos modos ya no quería despertar, solo deseaba poder seguir escuchando su grave y profunda voz cerca de mi oído.
—Amy, hablo en serio, despierta, vamos tardísimo.
¿QUÉ?
Abrí los ojos instantáneamente y encontré a Ryan a medio vestir mirándome a un lado de la cama. Su rostro demostraba desespero mezclado con diversión.
Alguien explíqueme qué era lo que le resultaba divertido de todo esto porque estaba a punto de aventarle un zapato.
—¿Qué hora es? —musité medio dormida y quitándome el cabello desordenado del rostro.
—Las nueve y treinta, como mucho tenemos diez minutos para arreglarnos, así que será mejor que nos apresuremos —dijo él, subiéndose la cremallera de sus jeans.
Ryan no esperó a mi respuesta y salió pitando hacia su habitación para continuar vistiéndose, mientras tanto, yo continué sentada en la cama, mirando un punto fijo y cuestionando la razón de mi existencia.
Diez minutos.
No había tiempo suficiente como para ni siquiera intentar calmarme a mí misma, así que a toda prisa lancé las mantas al demonio, cerré la puerta de la habitación y agradecí a todos los santos que Ryan de alguna manera se haya despertado un poco antes que yo, y haya venido hasta mi habitación para advertirme.
Definitivamente tanto él como yo, nos habíamos acostumbrado a que su madre, la señora Cooper, nos despierte todas las mañanas pero esta vez, ella y su marido se habían marchado un poco más temprano que nosotros para atender a unas responsabilidades, por lo que planeaban unirse a nosotros en dicho destino.
Y la noche anterior fue muy clara con nosotros cuando dijo: "Programen las alarmas suficientes. Ya son casi adultos, así que tomen esto como una gran responsabilidad y lleguen a tiempo."
Pero aquí estábamos, corriendo por la casa como monos rabiosos y con menos de diez minutos para alistarnos y llegar al aeropuerto.
—¡Amy! —gritó Ryan desde su habitación.
—¿Qué? —grité en respuesta desde la mía.
—¡Somos unos idiotas! —dijo entre risas.
—¡Lo sé!
La risa levantó un poco nuestro ánimo, lo suficiente como para tomar el primer pantalón de jean que encontré por mis maletas. Entré en pánico al no tener decidido que usar en la parte superior, así que mi mente se nubló y comencé a aventar por toda la habitación todos los abrigos que no me convencían usar hasta que mi mente hizo su famoso click.
Tomé la sudadera granate que aún no había tenido oportunidad de usar desde navidad, y me lo calcé. Me reflejé en el espejo de la habitación y sentí un remolino de emociones al ver el balón de fútbol americano impreso en la tela, pero aún más al ver mi rostro destruido. El remolino de emociones se convirtió en un huracán destructivo en cuestión de segundos.
Me asusté de mí misma, en serio... ¿Qué diablos me había sucedido? ¿Acaso me había pasado un tractor por encima mientras dormía?
Ya, daba igual, no tenía tiempo para mis planteos sin sentido, el tiempo corría.
Salí de la habitación literalmente trotando e ignorando a un Ryan preocupado que justo salía de la suya.
—Hey, ¿estás bien? ¿Por qué tapas tu rostro? ¡Amy!
Ignorando sus palabras, pasé de él y me metí en el cuarto de baño, respirando hondo.
—¿Estás llorando? ¿Qué sucede? —dijo él, que se había acercado y hablaba desde el otro lado de la puerta.
—Lo siento, estoy bien pero la próxima vez que vengas a despertarme avísame que luzco como un muerto vivo atropellado por tractor así te evitas el mal momento.
—¿De qué hablas? Si te ves igual que siempre —preguntó confundido.
Oh dios, oh dios, ¿así me veía a sus ojos en todo momento?
—E-Está bien, Ryan... —murmuré abatida mientras descargaba la vejiga... que manera elegante de decirlo.
—¿Por qué suena tan... desanimada si la halagué? —se preguntó más para sí mismo—, de todos modos, Amy, yo ya estoy listo así que iré a sacar la camioneta del garaje. Te esperaré en la puerta, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, dame cinco minutos.
—Bien, te espero abajo.
Sus pasos lentamente fueron desvaneciéndose, así que cuando terminé de hacer mis necesidades, me dispuse a peinarme, lavar mis dientes y arreglarme en cuestión de cinco minutos.
Y sorpresivamente lo conseguí.
Con la rapidez de un rayo me metí en la jungla, digo, habitación revuelta luego de mi batalla con la ropa, y me dispuse a tomar mis pertenencias.
Billetera y teléfono celular.
Bajé las escaleras a la velocidad de la luz, tomé las llaves de Ryan que estaban en el cuenco del hall y cerré la puerta detrás de mí, como si fuera mi propia casa.
Eso me hizo pensar que en realidad no había notado cuan cómoda me estaba sintiendo con los Cooper.
—Amy, apresúrate, no hay tiempo.
Observé la nueva adquisición de Ryan, su Land Rover Discovery negro obsequiado por sus padres hace no más de una semana atrás por navidad y como recompensa por su gran esfuerzo al haber conseguido una beca deportiva en una prestigiosa universidad. Parecía un niño con su juguete nuevo, y yo aún no podía creer que esta fuese la realidad. De por sí ni siquiera tenía idea de que Ryan ya tenía licencia de conducir, lo que es peor, desde los dieciséis años.
Abrí la puerta de la camioneta y escalé hacia el asiento del acompañante, mientras que Ryan ajustaba el espejo retrovisor.
Fue entonces que él se quedó boquiabierto y musitó: —Estás usando la sudadera.
—¿Qué? Oh, tú también... ¡C-Creo que voy a quitármela! —dije impulsivamente. Mi ataque de vergüenza repentina me había sorprendido, y aún más por haber coincidido sin planearlo con anticipación.
—No lo hagas, ¿por qué? Fuiste tú quien pensó en las sudaderas de pareja como obsequio de navidad, y además me gustan, ya no podía esperar para usarlas contigo...
—Ryan...
Quise decir algo más pero mi teléfono celular comenzó a sonar repentinamente, sacándonos de nuestra ensoñación.
—¿Hola?
—¡Amy! Habla mamá, ¿ya estás en el aeropuerto? En minutos aterrizaremos...
Palidecí y miré a Ryan con expresión de pánico, la cual él captó instantáneamente porque sin decir ni una palabra, arrancó la camioneta y se puso en marcha.
—Terminal A, por allí, corre.
Me tomó de la mano y aceleró el paso, olvidándose que yo no tenía su mismo estado físico y que la última vez que corrí de esta forma fue cuando un grupo de chinos me persiguieron para asesinarme en Nueva York. Aun así, no dije nada... porque no tenía ni aire en los pulmones.
En el transcurso del camino, me resultaba muy fácil percatarme de que habían personas que se volteaban a vernos, y no precisamente porque estuviésemos corriendo —en un aeropuerto es bastante común—, sino por nuestra vestimenta a juego. El obsequio que tanto me había costado decidir vino por partida doble: sudaderas granate a juego con el logo de un balón de futbol americano impreso en el centro. Y debo admitir que ahora estaba que moría de la vergüenza pero a la vez, disfrutaba de que Ryan se sintiese tan a gusto con mi obsequio.
—Creo que es aquí —musitó agitado y provocando que bajase la velocidad—, mis padres me han escrito, ellos ya están en la puerta de la terminal y me dijeron que los tuyos ya bajaron del avión.
—Hemos llegado a tiempo, quien iba a decirlo...
Ryan sonrío divertido y nos aproximamos a la salida, justo cuando mis padres salían radiantes por las compuertas de arribo y saludaban a los Cooper.
Y allí estaban, felices luego de su escapada de amantes. Lucían contentos y frescos como una lechuga. Si bien al principio me dio rabia saber que me estaban dejando para ellos disfrutar de la magia de Nueva York en épocas festivas, ahora me hace sentir llena ver sus rostros radiantes, en especial porque a consecuencia de ello yo pude disfrutar de estar con los Cooper.
Mi madre me visualizó de alguna forma de entre las ochocientas mil personas y comenzó a gritar mi nombre con emoción, a lo cual yo desee que la tierra se abriese y me tragase.
Me abrazó como si no nos hubiésemos visto en mil años y me obsequió un llavero de Nueva York de recuerdo, como si en primer lugar yo nunca hubiese estado allí. Aun así se lo agradecí porque eso significó que al menos pensó en mí durante su estadía y la idea de "viaje de solteros" no le había consumido completamente.
Mi padre, por otra parte, solo se quedó mudo observando la situación con la mirada perdida.
—No me digas, ¿otra película triste durante el vuelo?
—"Marley y yo" —se limitó a decir, así que le palmeé el hombro de forma comprensiva, sin apelar.
Un par de charlas más fueron suficientes para que decidamos que ya era la hora de salir de este aeropuerto repleto de suricatas, y volver a casa.
Ese último pensamiento se plantó en mi mente y por un momento sentí inquietud al ser consciente de que si mis padres habían vuelto, eso solo significaba una cosa.
Yo iba a dejar a los Cooper y volver con mi familia.
*****
Doblé las camisetas restantes y las metí a presión dentro de la maleta. Estaba a punto de explotar pero al menos me las había arreglado para conseguir que todo entrase y la cremallera cierre.
Exhausta me lancé sobre la cama que acaba de tender y me resigné. Mi tiempo siendo huésped en la casa de la familia de mi novio, había terminado. Pensar en que ya no iba a ser capaz de ver y estar con Ryan cuando a mí me diese la gana, me hacía sentir un poco vacía. Quiero decir, pasé las festividades junto a él, conocí a su familia, pude estar presente cuando me necesitó, incluso pude escabullirme a su habitación durante una noche cuando tuve una pesadilla.
Ryan estaba a disponibilidad mía en cualquier momento, como yo lo estaba para él, y ahora eso iba a terminar.
Me levanté con cansancio y golpeé la puerta de su habitación.
—Pase —simplemente murmuró.
Entré silenciosamente y lo encontré acostado en su cama mirando la televisión. Tuvo que quitar la mirada de ella para saber exactamente quién había entrado.
—Oh, Amy, ¿ya terminaste de empacar?
—Sí —respondí por lo bajo.
Me arrepentía un poco de haberlo echado cuando se ofreció en ayudarme pero todo estaba hecho un completo desastre, y prefería arreglarlo rápido sin que tuviese que presenciar ese caos provocado por mí.
—Bien, entonces cuando quieras puedo llevarte a tu...
—¿Puedo quedarme un rato más? —la pregunta escapó de mi boca antes de que pudiese detenerme.
Ryan me observó entre una mezcla de sorpresa y ternura, y se sentó luego de hacer una seña para que me acercase. Estaba cómoda pero nerviosa, en especial porque me había empezado a percatar de que en varias ocasiones no era capaz de controlar mis sentimientos y terminaba actuando por impulso, solo cuando se trataba de él.
Me senté a su lado, y él sin decirme nada sonrió dulcemente mientras me acomodaba algunos cabellos de mi frente.
—Yo tampoco quiero que te vayas pero...
Lo sabía al igual que él, mis padres habían insistido en que esta noche querían cenar conmigo en casa y claramente yo también quería cenar con ellos, los extrañaba, y además ya no tenía ningún sentido que continuase hospedándome en la casa de los Cooper, pero...
—Si no te molesta, me iré antes de la cena, quiero quedarme aquí contigo un rato más.
—Está bien, si no me queda de otra...
—¡Ryan! —grité en forma de protesta mientras se me escapaba la risa.
Me recosté a su lado y usé de almohada su hombro mientras él rodeaba mi cintura con su brazo. Era tan cálido y cómodo que me sentía lo suficientemente relajada como para dormir, allí, entre sus brazos mientras me embriaga con su aroma a cítricos de luego de haberse tomado una ducha.
—¿Qué has hecho con los posters de 'Los Caballero del Zodiaco'?
La pregunta lo tomó desprevenido porque abrió los ojos como platos.
—¿Cómo es que recuerdas eso?
—¿Tú época otaku?
—No era otaku.
—Vamos, no tiene nada de malo, hasta yo he estado mirando algunos animes en este último tiempo.
—¿En serio?
—Tu mirada de otaku soñador me lo acaba de decir todo, lo llevas dentro.
—Ya, que no soy otaku —volvió a insistir, esta vez revolviendo mi cabello para molestarme.
—Ryan, la semana pasada cuando buscamos una película en tu cuenta de Netflix, alcancé a ver que ibas por la novena temporada de Naruto, vamos, libera al otaku que tienes dentro, yo sé que está ahí, no lo reprimas más —me senté en la cama y levanté los brazos hacia el techo en señal de liberación... ¿o algo así?
Eso provocó que Ryan comenzará a reírse con fuerza y empezase a moverse de lado en la cama para poder tomar aire. Uf, cuando escuchaba su bonita risa me hacía querer continuar haciéndome la tonta para tentarlo.
—Eres un caso, Amy, ¿quién me hará reír con sus ocurrencias a partir de mañana?
—No digas eso porque estoy a un paso de encadenarme a esta casa, te lo advierto.
Ryan volvió a reír otra vez y yo le acompañé en el sentimiento.
—¿Qué te parece si traigo unas botanas de la cocina, libero mi otaku interior y vemos Naruto juntos?
Creo que mis ojos se iluminaron porque ni siquiera necesitó de una respuesta de mi parte para levantarse e ir hacia la cocina.
Comodidad, dulce comodidad. No había dudas de que el cuello de Ryan era mi lugar favorito en el mundo. Mientras que para algunos su sitio preferido era una extensión de tierra, para mí lo era el hueco que había entre la garganta y la clavícula de mi novio. Ese sitio había sido creado solo para que yo me enterrara en él, sin lugar a dudas.
Su voz, grave y ronca pero suave, me indicaba que ya se había hecho tarde y debía partir pero aun así me negué a salir de mi escondite, y él pareció entenderlo. Acarició las hebras de mi cabello con suavidad y me encerró entre sus brazos. Ambos acabábamos de despertar de la siesta que vino luego de nuestra gran maratón de anime.
—Solo cinco minutos más, ¿bien? —murmuró él.
Pude sentir que poco a poco volvió a relajarse, quizá entrando en el mundo de los sueños una vez más.
No quería pensar que en menos de una hora todo iba a volver a ser como lo era antes de volver de Nueva York. A pesar de que esta vez Ryan ya estaba asentado nuevamente en Seattle e iba a poder verlo seguido, eso ya me daba igual porque ahora me había vuelto una persona codiciosa que se había acostumbrado a tenerlo a una sola habitación de distancia.
Con ese pensamiento en mente, observé su rostro plácido y dormido, y rocé suavemente sus labios con los míos. Intenté sentir ese hormigueo tan familiar en la piel de mi boca y me tomé mi tiempo para observarlo de cerca, desde su bonita nariz hasta sus largas y arqueadas pestañas. Era perfecto, y a pesar de que me llevó mis años admitirlo en voz alta, nunca fui incapaz de pensar lo contrario. Ryan siempre fue atractivo y aunque conmigo se comportaba como un cretino, siempre me había llamado la atención.
—Me harás un hoyo en el rostro.
Su voz me quitó de mi ensoñación y me hizo caer en la realidad. De alguna manera me sonrojé y tuve que alejarme un poco.
—Lo siento —dije entre risitas y removiéndome para levantarme de la cama, ya era hora de alistarse para volver a casa.
—Espera ahí, O'Donnell —sentenció repentinamente, haciendo que me detenga a medio camino.
—¿Qué sucede, Cooper?
—Los besos se deben dar de la manera correcta, sino no pueden llamarse besos.
Por un instante el corazón me dio un vuelco y la Amy tímida me poseyó. Es decir, hace un rato levantaba los brazos al estilo Dragon Ball sin miedo a hacer el ridículo pero ahora con una sola frase de su parte, ya estaba derretida en mi sitio y sin saber qué hacer.
¿Por qué soy así? ¿Por qué?
Alguien golpeó la puerta dos veces pero no dio a tiempo a contestar, ya que no tenía intenciones de entrar. Era la madre de Ryan que hablaba detrás de la puerta.
—Amy, tu madre acaba de llamar preguntando si ya volverás a casa, ¿qué debería decirle?
—Oh, sí, me iré ahora, gracias Sussane.
—Por nada, entonces te esperamos abajo —respondió ella.
Ryan me tomó de la mano, y me sonrío levemente.
—Vamos.
*****
De alguna manera mi despedida fue emotiva. Yo me había acostumbrado a los Cooper, y ellos se habían acostumbrado a mí. Es por eso que en cuanto tuve que saludarlos a ambos, no pude dejar de agradecerles por todo lo que habían hecho durante mi estadía.
Y sí, todo esto lucía como que me estaba por mudar a Camboya cuando en realidad solo volvía a mi casa que se encontraba a quince minutos de la de Ryan.
Pero en fin, hay que dejar que los sentimientos fluyan, incluso cuando se vuelven un poco más intensos de lo que deberían.
¿Qué rayos digo? Ni idea, ¿Hotel? T... basta Amy, contrólate.
—¿Quieres que encienda la radio? —propuso Ryan una vez en su camioneta pero no esperó mi respuesta y aun así la encendió. Había que llenar el silencio sepulcral y deprimente de alguna manera.
—Oh, me encanta esta canción —mencioné al escucharla, así que comencé a cantar—, "Oh oh oh oh, love is nothing stronger, oh oh oh oh, than a boy with, than a boy with luv".
—Wow, veo que has recuperado energías con aquella siesta.
—Algo así —murmuré, aun moviéndome al ritmo de la música.
—Entonces ya debes estar lista, ¿verdad?
—¿Para qué? —pregunté desorientada, bajándole un poco el volumen a la radio.
—El lunes comienzan las clases luego de las vacaciones de invierno, no me digas que lo habías olvidado.
Digamos que si ya estaba haciendo un melodrama por mi semi-separación con Ryan, ahora se había intensificado al recordar aquella abominación.
—No, por supuesto que no, ¿cómo podría haber olv...? Bueno, sí.
—Lo imaginé pero anímate, ahora podremos estar juntos en la escuela.
Él estaba en lo cierto. No habíamos pasado juntos mucho tiempo, ya que hacía cuatro meses que estuvo fuera por motivos educativos en relación al fútbol americano. Ahora él iba a poder asistir el medio año restante de preparatoria, para luego graduarse e ir a la Universidad de Washington gracias a la beca que había conseguido obtener.
Y lo mejor de todo es que íbamos a poder graduarnos juntos.
—Ya llegamos —dijo de repente, estacionando en la entrada de mi casa.
Suspiré muy notoriamente y él río juguetón.
—Supongo que es hora, te voy a extrañar mucho Ryan, no me olvides —murmuré exagerando.
—Tú tampoco, envíame una foto cuando me extrañes.
—¿De qué exactamente te gustaría? —insinué en broma y enarcando las cejas.
—Dios mío Amy, o me dices este tipo de cosas o te avergüenzas a la primera frase que suelto, decídete por favor —dijo avergonzado, lo cual me resultó tierno pero acertado.
—Ryan...
—¿Qué?
—Curiosamente tienes razón.
—Siempre la tengo.
—Ya quisieras.
—Ah, Amy.
—¿Qué?
—¿Puedo reclamar mi beso ahora que estás así de atrevida?
Bueno, bueno, esto me lo merecía por querer pasarme de lista y molestarle. Supuse que avergonzarme y actuar con la inocencia de Heidi ya había caducado.
Y no, no es que tuviese problema en besarlo, es solo que me costaba un poco ser yo quien tuviese la iniciativa de hacerlo, y más si me lo pedía de esa manera.
—Será mejor que te apresures porque harás que tus...
No le dejé lugar a que termine con la frase. Aún sentados cada quien en su asiento de la camioneta, sostuve cada lado de su rostro con suavidad y mientras exploraba sus labios con los míos, pude sentir como dejó de respirar ante la sensación. Este liderazgo era nuevo para mí pero de alguna manera me resultó atractivo. Sin dejar de sentir que nuestros alientos se mezclaban, Ryan enredó sus dedos entre mi enmarañado cabello y tiró de él, recuperando el dominio. Mi rostro se inclinó un poco a causa de su acción y decidió indagar más con ayuda de su lengua, provocando que un hormigueo me recorriese por toda la espina dorsal.
Tardé un poco en reaccionar pero cuando lo hice, me di cuenta de que esto se nos estaba yendo de las manos y debíamos detenernos. Así que con lentitud dejé de corresponderle, hasta finalmente separarnos. Ni él ni yo emitíamos palabra, solo se hacía presente nuestra respiración agitada y me entretenía con ver sus labios hinchados.
—¿Contento? —finalmente pregunté.
—Te felicito, has dado tu primer beso oficial.
Enarqué las cejas y no dudé ni un segundo en asestarle un golpe en el hombro que provocó una gran risa ahogada de su parte.
—Juro que un día de estos me romperás un hombro.
—Ya quisieras —murmuré, bajándome de la camioneta con una sonrisa de lado.
El momento de realmente despedirnos había llegado. Bajó mi maleta de la maletera e hizo todo el camino hasta el porche con ella. Si le dijeras a la Amy del pasado que Ryan Cooper estaba siendo tan caballeroso, probablemente te hubiese golpeado. Digo, una vez estuvo a punto de que casi la atropelle un coche por culpa de él, tiene sentido.
Mi madre salió a recibirme y saludo a Ryan, incluso le invitó a cenar pero este se rehusó diciendo que sus padres le estaban esperando, así que con su ayuda, entramos mi maleta hasta el hall.
—Bien, entonces nos vemos el lunes, descansa —murmuró él, dándome un beso en la frente.
—Está bien, tú también descansa niño otaku reprimido.
Rodeó los ojos y se fue al coche riendo para sí mismo.
Mamá cerró la puerta y luego de un segundo, murmuró: —Vaya que no han perdido el tiempo ustedes dos.
No tardé en darme cuenta de a qué se refería porque en cuanto me observé en el espejo del hall, observé que mis labios aún continuaban rojizos e hinchados.
Fue el trágame tierra nivel supremo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro