Extra 1
Hace 33 años atrás.
Un pequeño niño de cinco años, de ojos verdes y cabello rubio, iba caminando de la mano de su madre, una mujer alta con las mismas características que su pequeño y una sonrisa que encantaba a cualquiera que se la topara en el camino.
El niño iba saltando de un lado mientras sujetaba en su otra mano una paleta que había sido recientemente comprada por la bella mujer.
-¿Cuanto falta para llegar?.- preguntó él con una completa curiosidad en su rostro viendo levemente a su madre hacia arriba.
-Sólo un poco más, amor.- respondió dulcemente y se agachó para peinar sus cabellos hacia el lado con sus dedos.
-¿Papá estará allá?.- preguntó nuevamente llevándose a la boca la paleta.
-Papá debe ver algunos asuntos con un señor, pero llegará después. Nosotros podemos investigar la casa para después hacerle un recorrido, ¿Qué dices?.
-¡Si!, ¿y podemos jugar a las escondidas?.- abrió un poco mas sus ojos y luego hizo una mueca.- espera... aun no están los muebles, entonces no podré esconderme.- ella soltó una suave risa y besó su mejilla.
-Te aseguro que lo antes posible jugaremos en la nueva casa.- él asintió y volvieron a encaminarse ambos.
En unos pocos minutos llegaron a su destino, era una pequeña residencia, pero lo suficientemente grande para la pequeña familia.
La mujer se detuvo observando el lugar con una sonrisa en sus labios, para ella era el lugar perfecto sin duda alguna.
Gabriel había emprendido de a poco en el mundo del diseño y ahora mismo estaba trabajando con algunos posibles inversionistas para el proyecto que tenía en mente. El talento por la moda le sobraba y quería hacer un gran imperio para poder mantener a su familia y dejarle un buen futuro a su primogénito.
El joven diseñador había trabajado duro los últimos meses en una fábrica de telas y por fin había ahorrado lo suficiente para comprar una casa en el centro de la hermosa ciudad parisina.
-Mami, ¿es aquí?.- la voz de su pequeño sacó de la ensoñación a la bella mujer y parpadeó un par de veces en su lugar antes de bajar la vista a su hijo.
-Si amor, es aquí. ¿quieres entrar?.- preguntó con una sonrisa y él se soltó de su mano yendo hacia la puerta.
-¡Vamos!, ¡vamos!.- exclamó completamente entusiasmado.
-Tranquilo, Adrien.- intentó apaciguarlo mientras sacaba las llaves de su bolso y se dirigía a la entrada del lugar.
Puso las llaves en la cerradura y la giró abriendo la puerta, Adrien entró rápidamente observando todo el lugar.
-¡Mira mamá!, ¡tiene una escalera!.- gritó haciendo eco en la casa.- Eco... ¡eco!.- gritó saltando y riendo.
Emilie rió levemente y se adentró en el hogar viendo detalladamente cada rincón de esta.
La luz de esa tranquila tarde se filtraba por una de las ventanas, iluminando así todo el lugar, rebotando en las paredes blancas y un poco desgastadas.
-Es perfecta... .- musitó la rubia girando lentamente en su propio eje para observar la que era la sala.
-¡Mami!, ¡tenemos chimenea!.- el pequeño rubio corría de un lado para el otro saciando su curiosidad por su nueva casa.- ¡santa podrá visitarnos!.- exclamó feliz y tomó la mano de la bella mujer guiandola hacia la estructura con algunas cenizas en su interior.
-Ya veo... esto será muy útil para el invierno.- susurró y el frunció el ceño en su dirección.
-Si la encendemos, santa no podrá visitarnos.- se cruzó de brazos haciendo un leve puchero en sus labios.
-Pero santa es mágico.- ella se agachó y tocó delicadamente la pequeña nariz del niño.- y puede pasar sin ningún problema por el fuego.
-¿De verdad?.- preguntó asombrado.
-Claro.- afirmó ella tomando sus mejillas.- ¿quieres ver arriba?.- preguntó y él asintió en su lugar repetidas veces.- entonces vamos, podrás elegir tu habitación.
Ambos siguieron explorando la casa y estuvierom casi una media hora así, hasta que tocaron la puerta principal.
La joven madre se dirigió a la entrada y abrió dejando a la vista a su esposo que tenía una gran sonrisa.
-Gabriel... .- habló y fue interrumpida por un fuerte abrazo de su parte, mientras la alzaba y giraba con ella.- ¡Gabriel!, ¡nos vamos a caer!
-¡Todo salió bien!.- exclamó completamente feliz aún sin soltarla.- invertirán en mi proyecto, creen que puede ser todo un éxito.
-¡¿De verdad?!.- preguntó ella sonriendo enormemente correspondiendo al fuerte abrazo.- lo sabía, sabía que podrías lograrlo.- se aferró con fuerza a su cuello derramando un par de lágrimas a la vez que respiraba profundamente su perfume.- me siento muy feliz por ti amor.
-Por nosotros, esto es para nosotros.-corrigió dejándola en el suelo a la vez que se separaba tomando su rostro con ambas manos limpiando sus lágrimas.
-¿Papá?.- la voz del niño a sus espaldas los sobresalto y ambos se giraron para verlo.- ¿Mamá?, ¿por qué lloras?.- cuestionó y Gabriel se acercó a él tomándolo en brazos.
-¡Hey campeón!.- lo miró fijamente.- sabes... .-el niño se quedó en silencio esperando a que prosiguiera.- hay algo que siempre debes cuidar, ¿si?... tu madre es lo mas sagrado que hay, jamás la hagas llorar, jamás dejes que alguien le haga daño, jamás la dejes sola, jamás le digas una mala palabra, jamás permitas que sufra y siempre sacale una sonrisa, ¿se ve hermosa sonriendo no lo crees?.- preguntó girando se con él viendo a Emilie con los ojos llorosos.
-Mamá es hermosa sonriendo.- respondió el rubio.- pero ahora, ¿por que llora?.-preguntó algo entristecido y ella se acercó.
-Sólo porque estoy feliz, amor. Estoy feliz de tenerte a ti.- acarició su mejilla suavemente.- y de tener a tu papá.- ahora besó la mejilla de su esposo.- son lo más bonito que tengo.
Adrien soltó una risa y se abrazó al cuello de su madre fuertemente.
-Bien, ¿quieren ver lo que les traje?.- preguntó el Agreste mayor y ambos rubios se voltearon a verlo.
-¿Qué trajiste?.-preguntó ella y Gabriel dio un paso hacia atrás abriendo la puerta, dejando así a la vista los muebles recién comprados.
Adrien abrió sus pequeñas gemas verdes divisando unas frazadas con figuras de dinosaurios.
-¡Dinosaurios!. - exclamó e hizo que su madre lo bajara al suelo. Él corrió entre todos los muebles para encontrar lo que sus ojos habían visto.
-¿Estás seguro que podemos pagar esto?.- preguntó Emilie preocupada y él la rodeó con sus brazos.
-Lo que sea por usted señora Agreste.- respondió acariciando su nariz con la de él provocando una risa.
-Gab, hablo en serio.
-¿Viste la sonrisa de Adrien?.- preguntó y ella asintió.- vale la pena algunos gastos si él está feliz.
-No se que haría sin ti.- suspiró cerca de sus labios.
-Seguramente estarías igual de hermosa que ahora.- las mejillas de ella se pintaron de un ligero carmín.
-N-no digas esas cosas.
-Es la verdad. Eres la mujer mas bella que mis ojos han visto y me has dado el regalo más hermoso que jamás tendré.
-¡Mamá!, ¡papá!.- gritó Adrien entre los muebles.
Gabriel suspiró resignado y luego sonrió tomando la mano de su esposa.
-¡Ya vamos!, ¡ya vamos!.- le respondió dirigiéndose hacia él.
Luego de jugar un poco con su pequeño, Gabriel con la ayuda de Emilie comenzaron a entrar los muebles en la casa, pero hubo un momento en que uno de estos se le resbaló, antes de que llegara al suelo un hombre lo sujetó.
-Con cuidado, con cuidado.- la voz serena a sus espaldas le ayudó a poner en pie la estructura de madera.- veo que se están mudando.- habló nuevamente y Gabriel se dio la vuelta, para agradecerle.
-Si, recién... Gracias por la ayuda.- extendió su mano al sujeto frente a él y este extrecho su mano amablemente
-No hay de que, no hay de que.- sonrió.- si quieres te puedo echar una mano, por mi no hay problema.- ofreció.
-No quisiera molestar.
-¡Oh vamos!, seremos vecinos después de todo.- se explicó.- la panadería que ven allá en la esquina, es mía.- apuntó el lugar y tanto la rubia como el de lentes miraron en su dirección.- es mas, les traeré uno de mis pasteles como bienvenida.
-¿Pastel?.- la voz inocente de Adrien se hizo presente y el hombre miró hacia abajo.
-Claro, ¿te gustan los pasteles?.- preguntó amablemente mientras se agachaba a su altura y este asintió rápidamente.- entonces te traeré los mejores de todo París.- sonrió.
-De verdad, no es necesario.- habló Gabriel nuevamente y el le dio unas palmadas en el hombro mientras se ponía de pie.
-Eres muy modesto.- soltó una carcajada.- llámame Tom.- Emilie se acercó y le dio un leve empujón a su marido.
-Gabriel.- respondió el de gafas.- gracias por la ayuda.
-Pero si aún no les ayudo.- bromeó el castaño.- bueno, iré a dejar algunas cosas a la panadería y regreso.- alzó las bolsas que había dejado en el piso.
-¡Papá!.- la voz de una niña sonó en todo el lugar y Tom se volteó hacia la panadería.
-¡Por dios, Marinette!, ¡no cruces la calle!.- gritó yendo hacia ella, pero la pequeña niña de coletas ya había cruzado y corría hacia los brazos de su padre.
-¡Papá!, ¡mami dice que la señora bruja no quería nueces en su pastel!.- Tom la elevó en sus brazos.- ¡y que también... !
-Marinette.-habló seriamente el hombre.-no debes cruzar así la calle, podría haberte pasado algo.- la azabache cerró la boca rápidamente haciendo un pequeño puchero en sus labios.
-Lo siento... .- musitó abrazándose a su padre.
-Está bien, solo no vuelvas a asustarme de esa forma.- ella asintió levemente y luego él la dejó en el suelo.
Los azulados ojos de la azabache se posaron en los verdes de ese niño que la miraba curioso detrás de su madre.
Nadie podría haber imaginado, que con tan solo esa mirada sus vidas estarían destinadas a unirse en un futuro.
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