Más tarde, esa noche, Kenway estaba a punto de irse a dormir cuando alguien llamó a la puerta.

-Adelante.- Gritó. No estaba a punto de dormir o algo así en su camarote.

Se volteó para ver a Kidd de pie en la puerta. Kenway intentó fruncir el ceño, pero su rostro estaba aun herido por el corte, aun fresco y todavía dolía.

-¿Qué quieres?

-Quería disculparme.- Dijo Kidd simplemente, cerrando la puerta. –Reaccioné mal, lo sé, pero tienes que entender, Kenway... No me fio de nadie de lo que no sostengan mi vida en sus manos. No son mis compañeros, ni siquiera yo mismo a veces. –Se acercó y se apoyó en el mostrador. –Yo intento confiar en ti, Edward, realmente lo intento, pero creo que el mar me ha hecho... más cauteloso que antes.

Kenway no había considerado que Kidd podía haber tenido que luchar contra otro para mantener a salvo su cuerpo. Ni siquiera había considerado el hecho de que otros lo encontraran atractivo de la misma forma que él. ¿Quién más había querido tener a Kidd para sí mismo? ¿Quién más había roto su confianza?

-Está bien, James.- Suspiró. –Fue estúpido de mi parte, yo no debería haber...

-Yo quise decir lo que dije ahora, sin embargo...- Dijo Kidd interrumpiendo a Kenway. -...No quiero que me toques sin mi permiso.

-No lo haré.

-Ni siquiera si yo te estoy tocando.

Kenway frunció el ceño. -¿Qué?

-Lo que escuchaste.

-Oh, ¿así que resulta que soy tu puta ahora?

Kidd sonrió, sus dientes intermitentes y brillantes atreves del opaco cuarto oscuro.-Sólo si mi pito está en tu boca.

Kenway tomó la deriva y le devolvió la sonrisa. –Así que soy tu juguete personal ahora, ¿eh?

-¿Por qué? – Preguntó Kidd astutamente. -¿Te estas quejando?

-De ningún modo.

Kenway estaba agradecido de que esta vez, al menos, Kidd no lo dejara confundido y solo. Pero le preocupaba que algún día la tripulación oyera los gritos y gemidos procedentes de la cabaña del joven capitán Kidd.