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Cap. 2 No se puede mantener a salvo lo que quieres quebrar

Sus reuniones fueron iguales hasta que al poco tiempo empezaron a trabajar juntos. Era sencillo, se les había asignado a los dos el robo de un cargamento de cajas de un almacén no lejos de Nassau. Los intentos previos de robos de Edward habían salido frustrados, a excepción de este, este salió bien. Kidd fue el silencio y la luz que logró que esto saliera bien, y Edward aprendió un par de trucos de Kidd aparte de ese día, como el arrastrar en silencio a un hombre lejos de su puesto, o asegurarse de moverse sin ser visto y la manera de robar de un bolsillo sin percatarse de que el ladrón estuvo allí.

Kenway había quedado impresionado, y cuando de lo mencionó a Kidd el joven sólo le dio en respuesta una sonrisa, una sonrisa socarrona, poco más que una contracción de sus labios, pero fue suficiente para Kenway. Le dio unas palmadas al joven en la espalda y echó a reír, de buen humor después de su atraco exitoso. Nada podía llevarle los ánimos abajo, ni siquiera la lengua afilada y contestadora de Kidd o su seria e indiferente actitud. Bebieron mucho esa noche y Kenway comenzó a considerar a Kidd como un amigo.

Desafortunadamente, Kidd no era un tipo que confiaba tan fácil de los demás, a pesar que eran capaces de trabajar muy bien juntos con bastante éxito después de ese robo, Kidd permaneció casi igual como cuando se conocieron. Hablaba quizás un poco más, y le daba informaciones extras a Edward de algunas otras personas, pero aparte, lo trataba como el simple mortal que era. Kenway lo atribuyó a la naturaleza de Kidd. Tranquilo, prudente y astuto. No lo tomó como algo personal, como Hornigold le había recomendado.

Por supuesto, no se percató cuando robó el actual atuendo de asesino a que iba a conocer a Kidd mejor. ¿Cómo iba a saber que el muchacho era parte de una sociedad secreta? Era una locura, pero cuando Kenway persiguió a Kidd exigiendo respuestas a sus preguntas, Kidd levantó las manos al aire y suspiró, murmurando sobre lo ignorante que Edward era. Sin embargo, pasaron varias semanas juntos en esa isla, descubriendo los secretos de las ruinas mayas y averiguando sus planes para acabar con los templarios.

Edward no sabía por qué, lo que podría haber sido que no vio en su esposa en un largo tiempo, o en cualquier otra mujer. Tal vez estaba siendo rodeado por desconocidos que disgustaba y desconfiaba, pero encontró a Kidd con ganas de sus reuniones, disfrutando del tiempo que pasaban juntos. Kenway no tenía a otras personas a las cuales recurrir ante sus preguntas, y Kidd, a pesar del sarcasmo sin fin, hizo todo lo posible para ayudar a Edward a entender.

Y poco a poco, Edward se dio cuenta de los golpes en su pecho que eran muy diferentes a los que sentía cuando estaba con una mujer. Se fue a Nassau al día siguiente y trató de no pensar demasiado en ello.

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