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1.- Regreso.

" Fue la diosa Atenea quién me dio la idea, así que sólo a ella ofrendaré sacrificios"

Los largos cabellos rojo, tal como la sangre derramada de enemigos en suelo troyano lucían llenos de polvo, su rostro de mármol  tenía rastros de hastío y cansancio, luego de tantos años en asedio y en sólo una noche, destruir una ciudad y llevarse sus tristes despojos a sus reinos. Con la destrucción de Troya, ninguno volvería a ser lo mismo, ni los dioses.

Atenea paseaba, en la playa con su casco rematado de cerdas doradas bajo el brazo. Odiseo la visualizó y caminó hasta ella quién adoptó la imagen de una jovencita de cabellos lilas vestida como campesina, la reverenció y quiso ofrendarle una piedra azul que quitó de alguna estatua de la ciudad, la diosa la tomó silenciosa prometiéndose que la usaría en un futuro próximo.

—¿ Qué desea de mi, oh señora de la estrategia, hija predilecta del señor del rayo?

—Mi soldado sabio—ella con evidente cautela, cosa que sorprendió al hombre que imaginó que ella no estaba satisfecha con la caída de Ilión—¡Cuídate del mar y sus peligros! ¡ No hagas cosas que enfaden a los dioses!

Una sonrisa fría se dibujó en los delgados labios de Odiseo, quién pletórico por su inteligencia divinal, creía que volvería a los brazos de su amada Penélope y de su hijito Telémaco quién seguramente contaría con diez años de edad.

Atenea, no compartió la sonrisa, conocía a Odiseo desde que nació y temía como una madre sobre su porvenir. Empuñando la piedra que él le dio, ascendió al olimpo donde su padre Zeus, quién amontonaba las nubes, la recibió ceñudo.

La diosa buscó su trono coronado por un mochuelo de oro, apoyó su lanza a un lado al igual que su casco. Zeus culminó su labor y la acompañó sin relajar su semblante molesto.

—Ese mortal alardea mucho de su astucia, la cual tú otorgaste—Ganimedes se acercó presto con la vasija para escanciar el vino en la copa del señor del rayo, la diosa de ojos cerúleos le sonrió discretamente al joven dios menor que le devolvió el gesto.

—Un mortal que amo mucho y qué tú deberías apreciar también—contestó sin quitar la vista de Ganímedes que se ruborizó.

—¡Jamás entenderé esa ambición de crear a un humano a imagen de Ganímedes!—bufó el padre de los dioses.

Aquello había sido un trato entre Atenea y Ganímedes quién se sentía a veces descontento con su labor y deseaba que su esencia naciera en la tierra que una vez él pisó, por ende acudió a Atenea quién desde hace tiempo buscaba crear un poderoso ejército cuya fuerza vendría bendecida por las estrellas.

Una vez que el mar movilizó sus embarcaciones, Odiseo se sentó con la vista hacia el horizonte, en la dirección donde Ítaca se mostraría, donde la playa de su amada tierra, mostraría a su dulce y amada Penélope, cuya belleza modesta aunque no era sobresaliente como la de Helena, lo mantenía cautivo como un esclavo.

La brisa marina le trajo a colación los rizos rebeldes de la mujer, sus ojos turquesas y su sonrisa que en la intimidad, resultaba sensual, más que la de Afrodita. Y sobre todo, su inconfundible aroma a manzanas.

Una noche, antes de partir a Troya, ella lo acogió en sus brazos maternales, él hundió su rostro entre la curvatura de sus senos los cuales sembró de besos mientras su poderoso ariete se abría paso entre sus muslos; Penélope suspiró mientras una impertinente lágrima se deslizaba por una de sus morenas mejillas ante la molestia, más supo acallarlo cuando los dedos largos y blancos de Odiseo la sostuvieron con delicadeza.

Las sábanas de aquel tálamo nupcial, eran una mezcla de un rio de sangre con un campo de trigos al sol, las risas cómplices y las miradas que nunca bajaron porque ambos se querían más que a nadie.

Penélope, no era Helena.

Penélope era una mujer creada por los dioses para él, creada para ser más que una esposa y madre.

Penélope era la parte que Zeus quitó cuando al inicio, el ser humano tenía dos rostros y él separó dejando que cada uno buscara su parte; Odiseo la halló y con la gracia de Atenea, pronto la vería.

Se recostó en las tablas calientes de su embarcación, con un brazo como apoyo tras su nuca y el otro ocultando sus ojos de los rayos solares de Apolo.

Poseidón, en venganza por haber enceguecido a Polifemo, su hijo, lo persiguió cual lobo a su presa. Luego de varias vicisitudes, Circe y su magia, Calipso y el castigo de ver partir a cada héroe por voluntad de los dioses.

Mientras, Penélope era asediaba por una banda de pretendientes que deseaban obtener su mano, más ella daba largas tantas que en el día tejía, para en la noche desbaratarlo porque no deseaba a ninguno de esos rapaces.

 —¡Odiseo!—susurró anhelante, Atenea quién merodeaba cerca suyo, posó su diestra derecha en el hombro de ella provocando que una emoción sin precedentes se apoderara de la rubia. Su espera y amor infinito, se ratificó como nunca.

Su rey de cabellos escarlata, prometió que volvería.

o-o-o-o-o-o

La sangre bañaba todos los objetos, hachas, espadas y maldiciones saltaban por encima del fornido y furioso Odiseo quién sin piedad alguna, cercenaba las vidas de los ambiciosos pretendientes de Penélope. Gracias a un ardid , pasó como un anciano, más cuando llegó el momento de pedir cuentas, volvió a ser aquel joven y atractivo guerrero que al finalizar, volvió a los brazos de Penélope.

Ella se lanzó a sus pies llorando y besando sus manos.

Conmovido por la fidelidad de aquella esposa, se arrodilló para apartar sus cabellos dorados y rozar con su boca, la nariz de Penélope que al fin podría dormir tranquila y en brazos de Odiseo.

Desde el olimpo, Ganímedes y Atenea bendijeron la unión de los dos. El dios menor ya no se sentía incompleto y aunque Hera lo mirara mal, una parte de si mismo renacería por generaciones atado a su respectiva Penélope.

Siglos después.

—¡Tú eres mi dulce Penélope, Milo!—le susurró al durmiente joven quién luego de haber deshecho muchas veces una trenza en su cabello, se acurrucó en la silla de la biblioteca de Acuario a la espera de su llegada desde Siberia.

Un rastro de lágrimas se apreciaba en el rostro del escorpión, quién hacía caso omiso a las pretensiones de varios dorados, entre esos Aioria de Leo el cual insistía en una relación, basándose en que, Camus no volvería a sus brazos...

Pero Milo, tan fiel como una esposa o madre, se sentaba a mirar con media sonrisa la biblioteca del galo la cual desordenaba a propósito para luego ordenarla y excusarse aduciendo que, el acuariano le pedía por cartas que vigilara sus libros, que él pronto llegaría para pasar tiempo juntos.

—¡Perdona si fui insensible!—regaló un casto beso en la frente del joven quién se removió estrujando una pequeña imagen de una vasija con un grabado del dios Eolo, que halló entre las cosas secretas del templo y que decían, era tan antiguo como la creación de la orden dorada.

Cuando fue Odiseo, jamás olvidó a Penélope.

Ahora que volvió bajo el nombre de Camus, jamás mientras entrenaba a Hyoga e Isaac, olvidó a Milo, el amigo, compañero con el cual unía un amor fraterno, filial y erótico.

Con cuidado, tomó el cuerpo de Milo de aquella silla quién despertó y sin querer soltó el objeto.

La de la incredulidad, pasó a una alegría explosiva. Los labios rojos y carnosos del guardián de Escorpio, inundaron su rostro de besos sin fin. Conmovido por semejante muestra de afecto, dejó que sus labios respondan a la invasión.

Cuando, fue necesario romper el beso. Milo se apartó de él pues quería mostrarle algo que tenía para regalarle, un obsequio que esperaba sea del agrado del galo.

Se internó en la privacidad de Acuario, dejando a Camus con muchas interrogantes, en el breve espacio que antecedió a su despertar, no intercambiaron palabras, sólo los besos fueron suficientes.

Milo regresó con una tela cuidadosamente doblada que a simple vista tenía trazos triangulares. Camus al advertir su presencia, se acercó y tomó la tela la cual abrió, mostrando un soberbio lienzo, tejido tan pulcramente que juraba que se veía reflejado en él.

Con ojos brillantes, preguntó—¿ Tú lo hiciste?

Estrujándose los dedos y bajando el rostro ruborizado, Milo emitió un quedo resuello que resultó tierno para los oídos de Camus, la actitud de su compañero indicaba que él fue el artífice de aquella obra.

—Mientras el patriarca no me enviaba a misiones, yo bajaba al pueblo y descubrí una señora que realizaba lienzos bajo la vieja técnica y pues me interesé y...

—Y no dudaste en realizarlo una vez que aprendiste, lo tejías y deshacías cada noche...—la punta de sus dedos acariciaron con devoción absoluta, su rostro moreno, el cual aún ruborizado se dejó tocar por aquellas blancas manos—tanto es tu amor por mi que rechazabas las pretensiones de Aioria.

—Esperé para que me amoldaras en tus brazos, para que con tu acento amoroso, me susurres odas dignas del orgulloso Apolo. Cam, eres mi tesoro más preciado, lo que dicen de ti sobre la frialdad en tus facciones, es falacia. Tu lealtad es única.

De repente, de uno de los estantes, cayó un grueso ejemplar el cual se abrió a la mitad. De ella salió una hoja amarillenta con un dibujo a medio acabar del perfil de un hombre de cabellos lacios con lentes.

Milo contuvo el aliento cuando Camus se agachó para recoger el dibujo, él por su parte ya lo había visto y aquel perfil, había sido plasmado en el lienzo.

—Es Dégel—dijo colocando el dibujo sobre una mesa—y supongo que...

En el lienzo en el lado derecho, estaba tejido esa imagen. En las esquinas superiores, diversas proezas de cada santo de Acuario mientras que en el centro el santo de Acuario de la generación presente, soberbio con su armadura y su capa.

—Imaginé tu regreso como Odiseo, pero sin acabar con sus rivales a sangre fría, si no con la firmeza que aún me amas, como yo a ti.

Esas palabras aceleraron el músculo en el pecho del galo quién desoyendo los llamados de Aioria a las afueras de Acuario, recostó a Milo sobre la mesa quién atrajo el rostro marmóreo de su amado para besarlo. El lienzo, cuidadosamente fue dejado en una silla, luego lo examinarían a precisión, ahora sólo les interesaba amarse.

Pero resultó incómodo para el menor que rompió el beso para indicarle con señas que era mejor el suelo, así fue, el suelo los recibió mientras un ansioso Camus restregaba su pelvis contra la contraria; Aioria ya mismo derribaba la estancia principal del templo por el silencio de Milo quién ya muchas veces le reiteró que él sólo tenía ojos para Camus de Acuario.

Aioria entró al templo al no obtener respuesta alguna. La bilis subió hasta su garganta cuando escuchó la voz de Camus en tono amoroso y a Milo gimiendo, pidiendo más. 

—¡Diablos!—dijo apretando los puños azorado—¿ Cómo?

Ambos se habían desnudado en el transcurso de la llegada de Aioria al interior del templo.

Con los ojos nublados de deseo, el escorpión arqueó la espalda cuando los dedos de Camus recorrieron la cara interna de sus muslos usando algo de frio, al llegar a su entrepierna, esta parecía una gloriosa lanza lista para ser tomada por su dueño quién jugueteó con su glande, disfrutando de la vista de aquel desnudo hombre que abrió sus brazos para recibir sus caricias.

—¡Hazme el amor, Camus!—rogó ciego por el deseo.

—Despacio, mi Penélope—dijo besando su abdomen—no quiero lastimarte...

Pero Milo, estaba poco dispuesto a esperar para fundirse con su Odiseo, por lo que gruñó como señal que era urgente su interés. 

Un reloj sonó. 

Los ojos de Camus se posaron en el sitio que quería hacer suyo, por lo que sin demoras preparó a su amante quién le facilitó todo. No había nadie más, el pretendiente ya se había marchado escupiendo maldiciones a diestra y siniestra.

Volvió a sonar el reloj y el galo tomó posesión de su botín.

El botín dejó que su dueño tomara todo lo que quisiera. Tembloroso como una hojita, Milo dejó que la impronta de Camus quede grabada a fuego en su interior y piel, la sangre corría como loca por cada vena ante los embates del guerrero de piel clara quién adornó con lirios su terreno.

Con evidente regocijo, Ganímedes, los observaba desde el Olimpo. Lanzó un discreto beso a los amantes que se abrazaban muertos de risa,  Athena en su lugar terrenal pronto sabría de la continuación de aquel romance.

" Ha sido un martirio, estar lejos de ti. Mi corazón era un camposanto ante tu ausencia.

Penélope, Milo o quién seas en cada vida, la calidez de tu amor, derrite mi coraza"

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Créditos de las imágenes a sus respectivos autores.

Muchas gracias por leer :D

Con este fic, finalizo el cumpleaños de Camus y también es el segundo fic de regalo para mi buena amiga Joan Alice, bella, espero sea de tu agrado.


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