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FIN DEL JUEGO AMANDA

TREVOR

Veo tu sonrisa al venir por aquí. Y sé lo que estás pensando. Conozco a este chico, es el bobo que suele molestar a Mandy. Y no lo negaré. Culpable. Solo que no sabes qué fue lo que pasó entre nosotros. Porque hay una historia. Siempre la hay.

No fue la gran cosa. No esperes demasiado.

Pero puedo ponerte al día.

Y para eso hay que empezar desde el principio... o algo así. Porque si es que hay un nosotros, es en una segunda oportunidad.

Aquí vamos.

Los hijos de puta también tenemos sentimientos. No lo dudes. Sucede que no los dejamos ver demasiado. Los saludamos cuando escapan y los volvemos a encerrar en donde deben de estar; en nuestro interior, lejos de las miradas curiosas y malintencionadas. Si todo el mundo los viera, nos veríamos reducidos a uno más de la población. Y allí no habría gracia. Porque pese a estar en el siglo en el que estamos, a la gente le gusta tener un tipo cabrón con el que toparse de vez en cuando. Los hace sentir mejores personas. Ensancha el pecho de muchos tíos y baja las bragas de muchas chicas. Lo que es sin duda, la bonificación extra.

Aunque definirme a mí mismo como un cabrón no mi idea de adjetivo calificativo preferido, tengo que admitir que mi carácter ha apuntado en esa dirección desde que soy un crío. Jodedor. Irascible. Pueden preguntarle a mi madre. Mi infancia no fueron sus mejores años. Es un milagro que esa mujer no terminara con su cabello cubierto de canas.

A mí me gustan los juegos a mi manera, en casa, terreno seguro. Me gustan las presas fáciles, las chicas sumisas que estén dispuestas a tomar los que yo esté dispuesto a dar. Y no más.

No como Amanda por supuesto, joder nada como ella.

Ella me saca de mis casillas, me exige, me planta cara y jamás se echa atrás sin importar qué mierda le diga y con los años, le he dicho mucha. Mentirle cada vez se hizo más fácil a medida que ella encontraba algún modo de responderme.

Pero Amanda no es tonta y me tiene bien sacada la película.

Ella es por lejos, la única chica que me tiene cogido por las pelotas.

Así que no sé por qué estoy de pie aquí, planteándome invitarla a bailar cuando bien podría dirigir mis esfuerzos a cualquiera de las chicas invitadas. Sería menos trabajo y de seguro un polvo fácil al final de la noche, pero ni siquiera saber eso me hace cambiar de parecer.

Si hay algo a lo que un hombre puede sacarle provecho en las bodas, es a la ridícula cantidad de mujeres melancólicas que creen que todo es una oportunidad para el amor.

Señoras allá afuera, la realidad es que todo, pero absolutamente todo, es una oportunidad para el sexo.

En la pista de baile, hay miles de parejas moviéndose al ritmo de antiguas canciones lentas. Clásicos románticos que propician el ambiente. Prácticamente podría hacer mi movimiento con cualquiera de las solteras. Y no, no me estoy jactando de nada. Todo se trata del juego. Un hombre seguro de sí mismo tiene al menos, la mitad del trato hecho.

Ahora bien, desde donde me encuentro puedo ver a Amanda al otro lado de la pista balanceando su cuerpo que parece sacado de alguna película de femme fatale. Está llevando un vestido rojo diáfano y por supuesto lleva tacones, lo que la hacer ver más alta. Lo que no es una mala cosa.

El poco tiempo que pasé a su lado estaba casi de mi altura y eso es algo que me pone cachondo de ella, no me pregunten por qué. Pero por encima de todo, de las curvas marcadas, de su cuello alto y de lo hermoso que luce su rostro, estoy hipnotizado por sus pechos.

Yo soy un hombre de pechos, así sin sutilezas y ella posee el mejor par que he visto y vaya, sí que he visto. De nuevo, no me jacto. Uno necesita tener puntos de comparación.

Sus ojos se mueven de la pista hasta mí y me atrapa mirándola, me ofrece una sonrisa roja coqueta y creo que eso es todo.

Voy a lanzarme a la piscina.

Me mantengo al borde de la pista, abriéndome paso entre la gente que mira a la pareja recién casada bailar. La madre de uno de mis mejores amigos y su nuevo esposo.

Efren y Leah pasan por mi lado compartiendo una sonrisita entre ellos. Esos dos nunca parecen cambiar, ni resolver sus asuntos, para el caso.

—¿Por qué los estás viendo de esa manera? —Es lo primero que me pregunta Amanda cuando la alcanzo. Ella sigue mi trayectoria de vista y observamos a nuestros amigos perderse en el interior de la casa, tomados de la mano.

—Creo que estoy sorprendido. Aún no puedo creer que después de todo este tiempo ese par siga luciendo como enamorados chiquillos de quince años.

Ella chasquea la lengua en ese molesto hábito que tiene para reclamar mi atención.

Está más allá de mi mantener mi vista por encima de su cabeza, creo que sus pechos están alegremente saltando hacia mí. Me obligo a centrarme en su cejo fruncido.

—Creo que estás más en el amor de lo que crees.

Boqueo y ella aprovecha para comenzar a caminar lejos de mí.

—Eres quien mejor me conoce. Cada cosa de mí. Cada estupidez. —digo poniéndome a su altura y manteniendo el paso. —No puedes venir a decirme esas cosas ahora. Sabes que el amor no es lo mío.

Ella pone los ojos en blanco.

—Cómo puedes decir tú que yo soy quien mejor te conoce, cuando haz intentado alejarme casi desde que nos conocimos.

Oh, así que ahí está. Esa lengua de doble filo que reserva para nuestros intercambios.

—No finjas que no has estado al pendiente de mí a lo largo de todos estos años. He visto como me miras.

Amanda se ríe, una sonrisa real, porque ella es inmune a mis bromas. Sabe perfectamente distinguir cuando solo quiero tontear un poco o cuando estoy sobre algo. Sea como sea, si es que ahora ha detectado mis intenciones, se deja llevar.

—Presumido.

—No lo niegas.

—Bueno, me he enterado de un par de cosas. —Ella se detiene y me mira. Todo su cuerpo inclinado hacia el mío que comienza a zumbar en combustión. —Después de todo, quiera o no, siempre estás en mi vida.

—¿Y no quieres?

No pude contener mi sonrisa arrogante ante la pregunta. Porque yo ya sé la respuesta. De una u otra manera, a Amanda le gusta tenerme alrededor. Finge ir toda genial sobre ello. Básicamente como si no sucediera. Pero es imposible dejar pasar la forma en que siempre responde a mis comentarios. En como parece estar atenta a ellos y saber exactamente qué decir a cambio.

Estamos sincronizados y no me oirás quejarme sobre ello.

Como siguiendo mi línea de pensamiento, Amanda se ríe derrotada mirándome a los ojos.

—Me da igual. Ya me he hecho a la idea de tenerte por ahí. Eres como un perrito que te sigue a casa, ¿sabes? Tarde o temprano terminas por apiadarte de sus ojazos y lo cuelas en casa.

Me río. Con ganas. Echo la cabeza atrás, soltando una fuerte carcajada que llama la atención de la gente más próxima. Por supuesto que me había dejado colarme en su casa, es en parte por lo que estoy aquí ahora.

—A mí no me has dejado colarme en tu casa. —digo dando un paso más cerca, bajando la voz para que note la intención. Sus ojos brillan de la forma que deseo. La tengo.

—Ya lo hiciste. —Me recuerda tras aclararse la voz.

A la mierda... Tomo otro paso a su lado y juro que siento como toma aire de golpe.

—Solo una vez.

—No es necesario más. —Y hasta ahí llega todo. Amanda retrocede todo el terreno que he ganado y al igual que cada vez que sacamos el tema a colación, las paredes a su alrededor se alzan. Lo veo en sus ojos, en la capa de dolor y rabia que aún alberga en ella y que al contrario de lo que parece pensar, siempre me alcanza.

No soy inmune a su dolor, ni aunque quisiera. Porque yo fui quien lo puso ahí. Y antes de que pienses que fue alguna mierda de confusión.

No lo fue.

—He cambiado Trevor, no soy la chica con la cual jodiste cuando teníamos diecisiete años. —reprocha y tengo que contenerme de gruñir.

No hay que ser un genio sobre esto. No hay que armar un alboroto de ello tampoco. Sí, Amanda fue la chica con la que perdí mi virginidad, gran cosa. Estaba embobado por ella, pero una serie de eventos desafortunados de la época nos hicieron separarnos y no solo eso, llegar a esto que somos ahora.

—En primer lugar, no jodí contigo —aclaro exasperándome. Tomando respiración, entro en el juego que sé que llevará su mente a otro estado. Le doy una mirada lasciva de pies a cabeza tomándome mi tiempo en las partes que cuentan. —Y en segundo lugar, soy muy consciente de que has cambiado.

—Ah, ¿sí?

Si las dagas que me lanza con la mirada fuesen tan reales como el malestar en su voz, de seguro que ya estaría apuñalado en el piso.

Suspiro.

Esto no está saliendo como lo había pensado. Tengo que aligerar el ambiente. Necesito hacerlo. Me gusta joderla, pero no cuando me da su mirada de odio. Así que tomo una medida desesperada.

—Sí, tus pechos son más grandes que en aquel entonces. —dejo caer y ¡bang!, así es como se hace. Amanda resopla, sus fosas nasales se abren cual caballo de carreras y arremete en mi contra.

—Diablos, eres un idiota.

—Espera, espera, tranquila nena, solo estoy intentando relajar el ambiente entre nosotros. —Apenas contengo mi sonrisa. Levanto las manos por si es que desea atacarme. Sus uñas arregladas se ven como potenciales armas. —Baila conmigo.

Un sonido entre indignado y sorprendido sale de ella antes de que sea su turno de mirarme de manera apreciativa de arriba a abajo... Oh no, no es apreciativa la de que me da. Es despreciativa, de hecho.

—¿Qué te hace pensar que voy a querer bailar contigo estando vestido así?

Me encojo de hombros.

—Estoy seguro de que no tengo ninguna posibilidad, pero si voy a apostar, me gustaría hacerlo en grande.

Soy sincero. Es lo que más deseo justo ahora. Llegué hasta aquí, soporté el que me lanzara malas palabras y todo con un fin. Quiero hacer esto con ella. Solo tienes que mirarla para saber por qué. Digo, es Amanda. Es increíble. Es tremenda chica.

—Por todos lo que más quieras Trev, ¡estás usando un maldito bermudas! —Sí, sobre eso, fue un percance con el traje completo, pero en vista de que el matrimonio se llevaría a cabo tanto conmigo en traje como si no, decidí venir de todas maneras. Ella comienza a reír y es contagioso. La tengo.

—¡Y me veo genial en él! Así que cierra tu besable boca y ven a bailar conmigo. —Agarro su mano y sin miramientos la arrastro hasta la pista. Trastabilla un poco, pero logra estabilizarse y hasta se ríe a mi espalda.

—Si lo pides así, no creo que pueda negarme.



AMANDA

Algo en Trevor siempre me ha recordado a los niños grandes de Blink—182. Haz escuchado de ellos seguro y entenderás de lo que estoy hablando.

Es como si su cuerpo se hubiese desarrollado mucho antes que lo hiciera su mente. Y es un cuerpo muy bien desarrollado, si se me permite admitir.

Él tiene la clase de físico que cualquier modelo envidiaría. Los chicos como él no se ven a menudo por allí, salvo por los gimnasios y hay que dar gracias por ello, de otra manera las mujeres nos veríamos reducidas a cuerpos sobrecargados de hormonas flipando por las calles.

Puedes asentir, sabes que es así. Y no es crimen. No te sientas culpable.

Ahora, con eso en mente creo que puedo tomarme mi tiempo disfrutando del hecho de estar envuelta en musculosos brazos con mis manos cruzadas sobre amplios hombros. Es atractivo, se siente bien. Aunque no del todo bien.

No es que me ablande respecto a Trev solo por su físico, pero es algo a tener en cuenta cuando me hace sentir de esta manera.

Suspiro mentalmente.

La verdad es que me gusta más de lo que debería, pero no puedo dejar que él sepa eso. Sería como darle un arma y él posee bastantes por su cuenta.

Las canciones pasan por distintos ritmos; llegados a uno rápido en donde Trev se luce haciéndome girar. Alejándome y atrayéndome de nuevo hacia sí. Se me escapa una risa y finjo con una tos. Ni de loco lo he engañado. Quiero disfrutarlo, pero no puedo. No me lo permito. Es... como cuando haces dieta. Sabes la contradicción.

Aun así no me alejo. No puedo. Pasamos por un par de lentos y me regodeo por tener toda su piel a mi alcance. No me mires así. Tú también harías lo mismo en mi posición.

—Golpeé al idiota de Johnny Talon en el baile de secundaria —Trevor rompe el silencio. —no porque te engañara con la zorra de Annie Michaels, sino porque él fue quien robo tu primer amor... Y tu primer amor siempre debí ser yo.

Oh mi Dios.

Ese tono; no es solo el hecho de lo que ha dicho, es también cómo lo dice.

—Diablos, Trevor eres un pedazo de imbécil. —Me echo atrás fuera del alcance de sus brazos. —¿Cómo puedes decir eso? Ya me habías traicionado para aquel entonces.

—Tuve tu primera vez, ¿recuerdas? —dice haciendo énfasis en las palabras —¿Te crees que después de obtener eso de ti, no me obsesioné con cada parte de ello? Quería todo de ti, desde el primer momento en que te vi y no sabía cómo tomarlo.

Se deben estar preguntando de qué va todo esto. Por qué de pronto Trevor salta con cosas de este tipo a colación. Pues no se alarmen, más bien prepárense porque él disfruta de hablar de nosotros cuando menos te lo esperas. Sonríe cuando me acorrala. Es feliz cuando me ve enfadada. Y la respuesta es solo una; es un sádico que no sabe dejar el pasado en donde debe de estar.

—Tu... Podrías haberlo hecho de la misma manera en que perdimos la virginidad, porque fue mutuo, ¿recuerdas eso, tu? —Quiero pincharlo con mi dedo. —Eras otro chico por aquel entonces y fue ese muchacho el que me enamoró.

—Somos el mismo. Solo he crecido. —Su voz suena seria. Dura. Poco usual en él.

Niego.

Trevor no siempre fue una mala persona, de hecho no es una mala persona en general, pero cometió un error. Uno que rompió mi corazón y me ha tomado todo lo que soy mantenerlo conmigo por todo este tiempo.

—Te has perdido, Trev. Quisiste hacerte el fuerte y lo lograste. Ocultaste tu corazón como medida y me perdiste en el proceso. Es sencillo... yo... —No me importa darle trozos de mí mientras que peleamos. Es terapéutico. Es justo. Se lleva aquellos que están dolidos y feos. —No lo entiendo. Nunca voy a poder entenderlo. No importa cuántas veces hablemos de esto. Ni siquiera puedo ver el punto, ¿estás acaso feliz ahora?

Él da un paso cerca y me alejo.

—Amanda...

Vuelvo a negar. No es el momento.

Trevor es conocido por no ubicarse en tiempo y espacio pero esto es algo más. Gracias a Dios, no hay curiosos mirando porque todo el mundo sigue enfrascado en la fiesta, así que mejor cortar esto antes de que alguien lo note.

—¿Para qué demonios has sacado todo esto a colación? Solo querías bailar, estaba bien con eso. —reclamo con voz cansada.

—Solo pensé que tal vez...

—No, no piensas Trevor, ese es tu problema.

Sus ojos se reducen a rendijas como lo hace cada vez que está enfadado.

—Pensé que podíamos sacar algo de la mierda de este asunto para hacer algo con él. Ambos estamos solteros por primera vez en mucho tiempo, creí que sería bueno ver qué hay entre nosotros.

Vaya, vaya. Mira lo que el gato sacó de la bolsa.

—Esto es lo que hay. —digo haciendo con mis manos un espacio entre los dos. —Somos tú y yo y nuestros diferentes caminos en la vida. No hay un nosotros. No la habrá y si me preguntas, ni siquiera lo hubo hace tantos años... Y todo fue gracias a ti.

No le doy una segunda mirada. Me doy media vuelta y me marcho.

Trevor puede ser imposible a veces. Pero él acaba de cruzar la línea.

Ese tema está simplemente vetado entre nosotros.

¿Qué demonios pasa por su cabeza?

Que le den al idiota.

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