CAPÍTULO VEINTIOCHO
LEAH
Para cuando termino mi turno, estoy entumecida y no es de frío.
Mi cuerpo se ha negado a cooperar desde el incidente de hace un rato y he trabajado como robot lo que queda de noche. Una vez pude controlar mi cuerpo, me lavé la cara, sin molestarme en retocar mi maquillaje.
No. No he llamado a Efren porque tengo miedo de su reacción, sin embargo, Eddie amablemente me mandó un texto para avisarme que estaba con él en su apartamento y que no tenía daños graves salvo el orgullo herido.
Ni siquiera sé cómo llegamos a esto, mucho menos como voy a poder arreglarlo.
Ahora mismo estoy embutida dentro de mi gran abrigo de oso esperando que todo el mundo recoja sus cosas para tomar el camino a casa.
Carl me ofreció irme a casa más temprano. Decliné su amabilidad porque no quería estar sola en casa y penar.
Jamás en mi vida me he sentido tan perra conmigo misma.
Con mi jefe en la delantera salimos todos del bar y las chicas se dirigen directo hasta el Sub. Johnny se queda rezagado con él para asegurar todas las puertas y yo comienzo a dirigirme hasta mi Jeep. Pero a medida que me acerco, mi estómago se contrae.
Aarón está apoyado en la puerta del piloto esperando por mí y se endereza cuando llego hasta él.
—¿Qué estás haciendo aun aquí? —Mi voz es calmada ahora que ha pasado un rato para relajar mi cuerpo de la tensión, pero aun así suena rara incluso para mí.
Aarón tiene las manos enguantadas y la mayor parte de su cuerpo cubierto por su grueso cachemir. Su rostro ha estado recibiendo todo el frío de aquí afuera y luce pálido y de nariz roja.
—No terminé de hablar contigo.
—Ah, ¿sí? Pues que pena, porque yo no tengo nada que hablar contigo.
Paso por su lado, revolviendo en mi cartera para encontrar las llaves del coche. Aarón se para justo frente a la puerta.
—Leah lo que paso hace un momento fue...
—Fue que fuiste un bruto, un metiche. —Aprieto los dientes de la rabia que tengo. No sé a quién dirigir mi rabia y él es un gran blanco en este momento. Lo miro directo a los ojos. —Ni siquiera sé a qué carajos has venido hasta acá. Eres un psicótico abusador.
Él se acerca a mí en dos grandes zancadas, su cara tornándose roja y un dedo apuntando frente a mi cara.
—Ya basta. No permitiré...
—Deja de decir que puedes permitir. Yo no soy nada tuyo, enfermo hijo de... Aléjate de mí. Ya no trabajaré más para tu empresa, renuncio. No quiero tener nada que ver contigo o tu trabajo. Así que solo mantente alejado de mí, maldito loco.
Al igual que pasó con Efren, Aarón levanta el brazo y lo baja de golpe contra mi mejilla.
La cachetada cortando contra mi rostro.
Nunca nadie me ha golpeado, en mi vida. La piel de mi mejilla se siente de inmediato caliente y punzante. Miles de piquetitos aquí y allá. Es una sensación que quema y me asusto. Miedo frío se filtra en mí mientras doy un paso hacia atrás para alejarme de Aarón quien intenta acercarse. Su rostro contraído en una mueca.
—Aléjate de mí. —Le digo retrocediendo y negando ante su mano levantada. ¿De verdad espera que lo acepte después de esto? Podré estar aterrada justo ahora, pero no soy lo suficientemente idiota como para darle otra oportunidad.
—Leah...
—¡Que te alejes!
—¡Leah! —Johnny viene corriendo cruzando el aparcamiento provocando que Aarón reaccione. Él sabe que está en problemas. Se aparta de mí y se dirige hasta un auto que está a escasos metros. Se introduce en él sin perder tiempo y cierra la puerta justo cuando Johnny se estrella contra la puerta. Él ni se inmuta, se pone en reversa y sale de allí pitando en el carril equivocado. —¡Idiota, ven y pelea, cabrón!
—¿Qué sucede hoy, joder? —exclama Carl acercándose por mi espalda.
Johnny suelta un suspiro lleno de vaho y se voltea a verme y frunce el ceño al mirar mi mejilla. Supongo que ha de estar bien fea porque incluso con el viento la siento arder. Él levanta la mano como si fuese a tocarme el rostro, pero se detiene a centímetros.
—Deberíamos llamar a la policía. Esto no está bien.
Oh demonios, no.
—No, no podemos llamar a la policía. —digo aterrada.
Carl pasa una mirada de Johnny a mí.
—¿Por qué no?
Oh por Dios, ellos no lo entienden.
—Solo no, chicos... es complicado de explicar. Él tiene muchas influencias... no, no puedo...
Johnny parece menos que convencido, pero entendiendo mi punto, cabecea afirmando.
—¿Quieres que llame a alguien? ¿Qué te acompañe a casa? ¿Algo?
Aprecio la preocupación en su voz, pero niego con la cabeza. No quiero más de esto, no quiero más de esta noche. Se siente como si acabara de entrar en la dimensión desconocida.
—No te preocupes, solo quiero irme a casa.
Él no parece muy seguro y me otra mirada, más insistente.
—¿Estás segura?
—Sí, descuida... —Le hago una seña para que se aleje y miro al resto de los chicos que parecen petrificados en la Sub. Oh no. Esto no va a terminar nunca. —Y Johnny, por favor no le menciones esto a nadie.
—No estoy seguro dulce, esto no está bien...
—Solo ha sido un malentendido...
Él da un paso atrás con las palmas de las manos hacia arriba.
—No te prometo nada, y tampoco sé por los chicos.
El resto de mis compañeros que está en el Sub y también vieron todo, lucen rostros impactados que intentan disimular. Es muy probable que alguno de ellos se vaya de boca.
—Está bien, ya veré como lo soluciono.
—De acuerdo, y Leah, si no quieres que nosotros hablemos está bien, pero tú sí deberías decirle a alguien lo ocurrido.
—Lo haré Johnny, gracias.
Siempre me he preguntado cómo es que nuestras madres detectan nuestros estados anímicos; y he llegado a la conclusión que es un sexto sentido que se desarrolla cuando te conviertes en una.
Todo el camino a casa, mi cabeza es un lío. Me basta llegar y encontrar a mi madre levantada, para echarme a sus brazos y llorar como no lo hago desde hacía mucho, mucho tiempo.
Dejo salir todo. Mi dolor en la mejilla. Mi cansancio físico. Mi frustración. Mi incertidumbre. Mi agonía. Y, por último, todo mi miedo al mañana y lo que con él llegará.
Lloro como una chiquilla y mi madre, aunque con una curiosidad mal escondida, simplemente me abraza. En medio de la sala de estar, dejando que las lágrimas corran en silencio, aplanando su mano por mi cabello, como si ella supiese que eso es cuanto necesito.
En mi cuarto, mamá me arropa. Dejando una taza de té humeante en la mesita de noche. No rechisto, ni me explico. Estoy entumecida. Mamá no hace preguntas, aun cuando la preocupación está escrita por todo su rostro. Como si de pronto hubiese vuelto a tener diez años, me da un beso en la frente antes de apagar las luces.
Estoy aterrada, eso era seguro, principalmente porque llegará la luz y tendré que revivir todo lo ocurrido.
Mi último pensamiento antes de dejarme arrastrar por el sueño, es un par de ojos azules llenos de emoción.
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