CAPíTULO UNO
Diez años después...
LEAH
20:15 pm. De Efren:
3 llamadas perdidas.
20:20 pm. De Eddie:
Chica, el ensayo está siendo un asco. Aparece que Efren tiene un humor de perros.
20:30 pm. De Efren:
2 llamadas perdidas.
21:00 pm. De Efren:
3 llamadas perdidas.
21:10 pm. De Mamá:
Cariño, Efren no para de llamarme. ¿Cómo salió la entrevista? ¿Todo bien?
21:15 pm. De Trevor:
Hey Leah, chica. ¿Estarás en la función de esta noche? Efren está que llora y necesitamos de toda la suerte posible.
21:36 pm. De Efren:
4 llamadas perdidas.
21:41 pm. De Efren:
La función está por empezar, ¿dónde estás?
21:51 pm. De Efren:
¡Trae tu culo aquí! ¡Me estás poniendo de los nervios! ¡Empiezo en diez minutos!
21:54 pm. De Efren:
¿Dios, te ha sucedido algo? Háblame, dulce, me estás espantando.
21:57 pm. De Efren:
Estoy a tres minutos de escena. Hazme saber por qué no vi tu rostro de ángel en primera fila. Si no recibo nada de aquí a las doce, iré a tu casa y no me importa que tu madre me reclame por los horarios. Llámame.
Ignoro el último mensaje de Efren al igual que todos los anteriores, el de mamá y los de los chicos y entro corriendo en el abarrotado bar empujando y abriéndome paso por la multitud sudorosa, alcoholizada y gritona.
—... Muy buenas noches chicos, veo que están animosos esta noche...
La voz de Eddie, el vocalista de la banda se abre paso hasta mis oídos por encima de las voces y los gritos de las fans emocionadas. Sólo me queda un par de pasos para llegar al frente del escenario, lo que supone una maratón a comparación del tamaño de mi cuerpo. Soy pequeña, del tipo metro sesenta.
—... Ustedes ya nos conocen, pero para aquellos que no... Somos Suck it!, nenas...
La multitud enardece gritando, saltando y derramando sus tragos por todos lados. Me pierdo el resto de las palabras de Eddie mientras presenta a la banda y anuncia la canción con la cual abrirán. Conozco cada uno de sus temas, he estado alrededor para la creación de la mayoría de ellos, así que reconozco de inmediato la melodía que comienza a sonar.
Entre empujones, una chica me pisa enterrando su tacón en mi empeine y ahogo un grito. ¡Demonios! Se gira para ofrecer lo que supongo es una disculpa, pero su estado no se lo permite. Ella solo consigue verter parte de la cerveza que sostiene precariamente sobre mí. Perfecto. Gesticula de nuevo y esta vez la ignoro. No tengo tiempo para ello.
Avanzo entre codazos con renovado empeño. Toques en los hombros, insistentes empellones y uno que otro golpe directo a los riñones. Lo que sea con tal de conseguir que se muevan. El dolor de mi pie recién lesionado no facilita las cosas. Y para colmo, no puedo enfadarme. No cuando, probablemente seguiré los pasos de la chica ebria en un tramo corto.
Esto es Carlston, el principal bar en la zona universitaria. En su apogeo en plena época de exámenes y último día de la semana. No es la gran cosa. Un bar común y corriente. Pista de baile al centro, un par de mesas altas a los costados, bar con chicas en ajustados uniformes atendiendo y por el costado allí, un improvisado escenario que Carl, el dueño, le facilitó a mi mejor amigo Efren para que su banda toque aquí jueves, viernes y uno que otro día entre semana.
La clientela se basa en jóvenes que escasamente alcanza la edad legal para beber, por ello el musculitos de la puerta con el ceño fruncido todo el tiempo.
No es raro encontrar a todo el mundo alcoholizado incluso siendo la hora que es. Es de hecho, una marca que caracteriza a la población bajo los veinticinco años que no tiene aspiraciones a más. Disfruta de tu juventud, Carpe Diem, ya sabes de qué va la cosa.
Logro salir de la masa de cuerpos justo cuando los chicos empiezan los acordes de "Bite me", una canción que escribió Trevor, el baterista; cuando pescó a su novia engañándolo... con otra chica. Me pego al borde del escenario, la plataforma que queda en altura frente a mis ojos y ahuecando las manos en mi boca, grito:
—¡Efren!
Y el acopio de todas mis fuerzas es tragado por los estridentes gritos de la multitud y el estruendo de los instrumentos atronando en los altavoces.
Efren está de lleno en el bajo, con los ojos cerrados y el ceño fruncido demasiado concentrado para notarme. Conozcan ese ceño. Significa mal humor. De seguro por no contestarle el teléfono. Sé que habíamos quedado de reunirnos en el bar para el ensayo previo de la banda a eso de las ocho de la tarde. Siempre es así. Es lo nuestro. Pero no hoy, por primera vez desde tiempos inmemorables, tuvo que ser pospuesto. Se preguntarán por qué he retrasado una cita que llevo prácticamente tatuada en la frente y la respuesta a eso es: entrevista para la práctica.
Cualquier persona allí afuera que esté pensando en ser banquera, presté atención a mis palabras. La práctica que realices en tu último semestre de universidad, definirá tu futuro.
Así que no me culpen si perdí la noción del tiempo y me atrasé. Fue motivo de fuerza mayor. Y creo que Efren también lo verá así una vez que me permita darle el notición que traigo conmigo. Es algo grande, lo suficiente como para tomar mi Jeep y conducir hasta aquí lo más rápido que podía ignorando toda llamada o mensaje, arriesgándome a lo exagerados y mal humorados que pueden llegar a ser mis amigos; sobre todo en el caso particular de Efren. Solo imagínense a Lucas come galletas, sin sus galletas. De por vida.
Ahora, suspirando le lanzo una mirada de vuelta sobre el escenario.
Ese es él. El chico de aspecto rudo con los brazos tatuados, que viste de negro en una camiseta sin mangas y jeans ajustados que hace a las chicas derretirse a sus pies.
Él puede ser un músico Don Juan a simple vista... pero para mí, era mucho más que eso.
Es un gruñón encantador que me va a hacer pagar por hacerlo a un lado.
Quédate cerca si quieres ver el espectáculo. Con él nunca se sabe dónde es que vas a parar.
EFREN
Estoy atacando el bajo con más fuerza de la que debería, pero me encanta. Me da igual. Necesito dejar ir frustración y este es el mejor método que conozco.
Sip, bajista en acción por aquí.
Aprendí a tocar en mi primer año de secundaria, meses después de la muerte de papá. Mamá simplemente le había comprado este bajo rojo, increíble con llamas dibujadas por todos lados a mi hermano Rick en su último cumpleaños y él lo había dejado tirado en su habitación. Entonces, un día yo sólo entre allí para molestarlo y lo tomé y de pronto, ni sé cómo; estaba tocando y digo, de verdad tocando. No una mezcla emocionada, sino que una melodía que sonaba en mi cabeza y nada, pues no dejé de hacerlo de ahí en adelante. Llené cuadernos sacando canciones en aquel bajo. Era una locura. No podía parar. Me volaba la mente. Me hacía olvidar el dolor, la pena y los problemas en casa.
Me hacía enfocarme en otra cosa que no fuese lo mierda que era mi vida en esos momentos. Era increíble. Entonces, como mi manera patentada de liberar estrés, estoy aferrándome a ello para no reventar.
¿Dónde demonios está Leah?
Quedamos hacía dos horas y no se ha dignado a contestar mis mensajes.
Que me jodan si no me pone de los nervios. Ella sabe eso. Ella es mis ojos y oídos en cada ensayo. Confío en ella para decirme qué tal salen las cosas y su ausencia me hace perder los estribos.
Voy a matarla en cuanto la vea o a besarla delante de los chicos; aun no me decido.
Tocamos "Kiss you" y "Surrender" con los gritos de las personas atronando en nuestros oídos. No soy de los que miran al público, me gusta escucharlos gritar, clamar mi nombre y a las chicas lloriquear, pero no me dirijo a ellos. No soy quien se cree la estrella en la banda. Ese es Eddie. El vocalista principal.
Él tiene grandes planes para nosotros esta noche, quiere enseñarle a nuestro público frecuente una de las últimas creaciones; "White lies".
Normalmente soy yo quien se encarga de dar con el ritmo de las canciones, como te dije, el bajo lo guía todo. Y Eddie es quien trabaja en la letra. Pero como todo en la vida, tiene que haber una excepción a la regla y esta cancioncilla es la nuestra.
Eddie apareció demasiado excitado un viernes por la mañana a despertarme a mi departamento para contarme sobre los acordes que había sacado. Aseguraba que era algo que podía gustarme. Y no se equivocó. Es sorprendente. Material realmente bueno. Nada que ver con nuestra general mezcla de punk rock pesado y covers pop. Esto es algo que te vuela la cabeza. Es soul. Suave y lento al igual que una buena copa de whisky añejado a la perfección. Y habla de tener que mentir por una buena causa. Cosa de la que, para mi mala suerte, sé.
Vaya que sí sé.
—Bueno chicos, quiero pedirles algo de silencio —En su mayoría la multitud obedece, con alguno que otro silbido rezagado que Eddie se toma con humor— Vamos, solo será por un momento. Queremos mostrarles algo nuevo...
—¡Efren!
Esa voz... ¡Esa voz!
Está parada justo bajo la tarima; pequeña, aplastada y con el pelo pegándose a su rostro mientras miles de imbéciles la empujan y derraman cerveza sobre su chaqueta.
Luce como un desastre, si me lo preguntan, y es lo mejor que he visto y de seguro veré, en toda la noche.
—¡Hey Efren, es Leah! —dice Eddie por el micrófono y los chicos corean su nombre a modo de saludo. Incluso entre el público dan vitoreos porque ya la conocen o creen conocerla, al menos. Han de suponer que ella es nuestra mayor groupie.
Si tan solo supieran.
Ella no es una condenada groupie, eso es mandarla al carajo respecto a lo que es.
Ella es la maldita musa.
Mueve su mano en dirección al público sonrojada cuando las luces se centran en su persona. Jamás le ha gustado llamar la atención, eso más bien siempre ha sido lo mío. Se voltea a verme, ofreciéndome su mejor rostro de cachorrito, aquel que sabe que me puede, aquel que usa cuando estoy enfadado. Aquel que suaviza sus rasgos a niña y me traslada al momento que la conocí. Una parte de mí se apacigua con solo mirarla allí sana y salva. Pero aquí hay algo que tienes que saber sobre mí. Tengo una gran bocota. Y esta tiende a tener vida propia.
—¿Dónde rayos estabas? —demando frunciendo el ceño. Mi voz suena amplificada por el micrófono que tengo frente a mí. ¿Ves al público guardar silencio, mantenerse expectante? Como dije, gran bocota. —Vamos, ¿dónde estabas? ¿Por qué no contestabas el teléfono?
Leah se ve como pez fuera del agua.
Es divertido si no fuese la ocasión, abriendo y cerrando la boca sin decir palabra. Se ve sorprendida; una parte de mí también lo está. Aquella parte que no quiere alcanzarla y estrangularla. No espero que la gente se entere de nuestro intercambio, pero me encuentro más allá del punto de ser paciente. Mi mecha es corta en ese aspecto. La paciencia es una virtud que estoy gustoso de dejar para monjes y mujeres amantes del yoga.
—Yo, fui a la entrevista de trabajo y... Efren, hablémoslo después, ¿de acuerdo? —Su voz suena nerviosa. He aquí la cosa. La conozco. Desde que tengo uso de razón. Y de una mala manera o no, depende de cómo se le mire. Reconozco aquellos gestos que para el resto pasan inadvertidos. ¿Aquel saltito en su voz? Me está ocultando algo.
Ella mueve sus cejas arriba y abajo intentando transmitirme una señal. Oh, no me digas. Este no es el momento ni el lugar y quiere que lo deje pasar.
¿Adivinen qué?
Eso no va a pasar.
Deslizo la correa del bajo por mi espalda y doy un paso hacia ella sin perder contacto visual. Una sonrisa tirando de mis labios.
—Hablémoslo ahora —Me agacho para poder estar a su altura. Cara a cara. Ella es pequeña, lo que no es una mala cosa. No me van las chicas altas. Mucho menos en Leah.
En lo que a mi concierne, ella es perfecta.
A la medida justa para calzar sobre mi corazón cuando la abrazo, pero eso no quiere decir, que en momentos como este tenga que prácticamente tenderme en mi estómago para poder verla a los ojos.
Me fulmina con la mirada, con ese marrón caliente de sus pupilas, sin aplacarse a pesar de su vergüenza. No está en ella dar un paso atrás cuando se trata de mí. Ella es una retadora por naturaleza y vivo para picarla. Da un largo suspiro y se cruza de brazos —lo que solo consigue alzar sus pequeños pechos. ¿Los amigos no se supone que miramos esas partes? Me trae sin cuidado.
—Obtuve el trabajo y me quedé charlando con quien será mi jefe, ¿feliz? —responde alzando una ceja.
Vaya, obtuvo el empleo.
Eso es grandioso, quiero decirle, jamás dudo de ella. Es una cerebrito con cuerpo de muñeca. No obstante, una palabra suya me hace tragar todo lo que pueda desear decir... ¿Que se quedó charlando con su nuevo jefe? ¿Quién? Si no falla mi memoria, mencionó anteriormente que sería una jefa.
Estoy a punto de hacérselo notar cuando Eddie habla por el micro sobresaltándome.
—Felicidades, dulce. Así se hace —Él se acerca a chocar los cinco con ella, lo que la hace reír. Una risa que penetra en mí y me hace dar cuenta de mi error.
Sí, sí, tú lo notaste antes que yo. Soy un niño lento, tenme paciencia. Estamos en una presentación y no en un ensayo con la banda. Lo tengo. Supongo que puedo dejar las cosas para después.
Le hago una seña a Eddie para que se aparte y poder ofrecerle así mis manos a Leah. Afortunadamente solo duda un segundo antes de aceptarlas. La alzo sin mayor esfuerzo, asintiendo en dirección a mi amigo para que continuemos.
Eddie retoma rápidamente explicando al público qué fue lo que le llevó a escribir nuestro último sencillo, entreteniéndolos dándome tiempo para guiar a Leah a un costado del escenario fuera de la vista de todos. Ella abre su boca, la cual cubro con una mano y le obsequio una de mis sonrisas.
—Tienes razón, podemos hablar luego.
Me muerde juguetonamente y la dejo ir. Sabiamente no me replica. Si es una buena chica —y no cruzo mis dedos por ello— se quedará ahí el resto de la presentación y podrá pensar en qué me dirá sobre su nuevo jefe. Soy su mejor amigo, no puede dejarme en la oscuridad. Soy un hijo de perra sobreprotector.
—¡Hey!, ¿qué les parece que Efren cante un poco esta noche? —Trevor habla en su micro desde la batería. Me sonríe maliciosamente como un loco. —Yo solo digo, avergoncémoslo un poco, ya que, él bien avergonzó a nuestra amiga.
La gente lanza un bajo ruidito ante el reto.
Los locales saben de mi reticencia al canto.
Tengo buena voz. A las chicas más que nada les encanta, si no me crees, solo echa un ojo a la multitud. A las miradas brillantes en mi dirección. A las sonrisas babosas. Los gestos esperanzados.
Cantar hace el trabajo sobre algunas mujeres y a mí me gusta cazarlas, así que no son conceptos que vayan de la mano. Esta noche, sin embargo, mi ánimo ha cambiado. La única chica a la que me gusta cantarle, ha hecho acto de presencia y me siento participativo.
Me encojo de hombros y reemplazo mi bajo por el micro que Eddie me extiende con un mejor ecualizador.
—Vamos a ello —acepto y las fans gritan por mi incluso sin empezar a cantar aún.
¿Qué te dije?
Si tienes el don, sólo lo tienes y ya.
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