CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
LEAH
El camino a casa es silencioso. Efren maneja mirando la carretera con sus manos firmes en el volante. Deseo que me toque, que me mire, que me diga alguna cosa, pero no se da y yo entro y salgo de la inconciencia. Cuando llegamos al departamento, nada más cruzar su puerta, todo se siente familiar.
El olor de su colonia, el calor del lugar a cambio del frío del exterior, el aroma a cuero que desprenden sus sofás y cómo no, su desorden. Hay cosas que simplemente no cambian y es bueno saber eso.
—Debería tomar una ducha. —Efren me lleva a la habitación. Su mano en mi espalda baja. —Cuando salga, podremos hablar de lo que quieras o ver tv o dormir.
Sonrío.
—Hablar suena bien.
—Okey. —Lo observo tomar prendas de la cajonera y escabullirse hasta el baño. Hace una pausa en la puerta, quitándose el mono gris. Lleva una camiseta blanca debajo y sus boxers son oscuros y apretados y... Los analgésicos son fuertes. —Si no fuera por esos puntos en tu cabeza, te hubiese invitado a compartir la ducha.
Subo mis ojos a los suyos. Me rio ante su cara de molestia.
—Creo que vamos a tener que pasar de ello.
Hace un puchero adorable. Lo despido antes de que tenga la oportunidad de cometer una locura como acercarme y besarlo por completo.
Estoy íntimamente familiarizada con el departamento de Efren, mucho más con su habitación. Me muevo alrededor de sus guitarras sonriente. Dejo mis medicamentos al alcance de la mano y robo una de sus camisetas de la banda para dormir. Me despojo de mi ropa que huele a hospital y la dejo doblada sobre la única silla vacía en el cuarto.
Escucho el agua correr al otro lado de la puerta del baño mientras me deslizo bajo las sabanas frescas de la cama. Las almohadas retienen el olor del perfume de Efren; madera de pino. Y el pesado cobertor está hecho para reconfortar, al igual que su dueño.
Cierro mis ojos en el mismo momento que su voz se filtra por debajo de la puerta.
Tomo respiraciones profundas, inhalando y exhalando. Relajo mi cuerpo, vacío mi mente, predispuesta a escuchar sus lentas palabras haciendo de alguna manera, su camino hasta mi corazón.
Efren canta una balada que no he escuchado desde hace mucho tiempo. Los Bee Gees me dan un guiño y es... Hogar. Hogar no es un lugar o siquiera una persona. Hogar, dulce hogar es una idea. Porque el significado correcto de esa palabra es refugio. Es donde está tu corazón y tu mente y tus memorias. Mis padres me criaron con oído para la música de los ochenta. La música de sus años jóvenes, que los enamoró y los acompañó a lo largo de su romance. Las bandas modernas que aprecio tienen sus bases cementadas en bandas de antaño y Efren lo sabe. Efren lo sabe todo sobre mi, por eso canta, por eso su voz es un bálsamo para mi alma.
Apago la luz y me pongo cómoda. Primero vienen las baladas clásicas. Aerosmith, Bon Jovi, Guns and Roses, solo clásicos. Me estremezco, jalando el cobertor más cerca de mi barbilla. Efren no tiene problemas en cantar también temas de chicas. ¿Madonna, Janet Jackson? No se hacen esperar. Si los chicos lo escucharan, tendrían material para burlarse de por vida, pero en la privacidad de su casa, entre nosotros, él no se contiene. Cuando estamos solos, él es todo sobre mi; lo que me gusta, lo que quiero y proporcionármelo de inmediato. Es dulce, encantador, juguetón y mío. Especialmente mío.
¿Quién necesita una lista especial de Spotify cuando tiene a un chico como Efren?
La puerta se abre, la luz del baño iluminando hasta la cama, vapor siguiendo a su figura recortada contra el marco. Su cuerpo brilla aun mojado y sus ojos, estos parecen arder en mi dirección.
Su cabello demasiado largo cae sobre sus ojos. Los músculos de su cuerpo y las facciones de su rostro se relajan a mediada que deja salir el aire y allí, en medio del desorden de su cuarto, él es solo él, en toda su gloria. Cubierto con nada más que sus boxers.
Es perfecto.
—¿Estás mejor? —Apaga la luz y en la oscuridad hace su camino hasta meterse debajo de la cama, a mi lado.
—Mejor.
No puedo ver nada. Así que agradezco cuando extiende su mano y encienda la luz de la mesita de noche. Puedo verlo con claridad, tiernamente recostado, su cabeza apoyada en su mano como soporte. Su brazo flexionado contra la almohada.
—Voy a estar contigo.
—¿Qué?
—Cuando todo lo de Aarón comience, voy a estar contigo.
Demandar a Aarón es algo sobre lo que Efren no va a ceder. Él quiere ver al tipo tras las rejas o en un manicomio, no hay que ser un genio sobre eso. Dejó su deseo claro de eliminar al tipo del mapa y comparto su deseo. Quiero ponerlo en un lugar donde nunca pueda hacer daño otra vez. Pero lo cierto es que, mientras dure la investigación y se someta a juicio, Aarón estará libre y tendré que verlo en la corte. Lo que no suena exactamente como algo que desee hacer.
—Lo sé.
—Entonces, ¿qué sucede?
—Nada. —Con las extremidades de mi cuerpo no del todo funcionales, tengo que fiarme de impregnar mi voz de certeza. Efren me escanea.
—Leah...
—Si estás conmigo, todo estará bien. Lo sé. No digo que no me asuste, pero voy a dejar que eso venga cuando corresponda. ¿Ahora? Me encantó como cantabas.
Sus ojos dan destellos, si es que es posible.
—Dulce, puedo cantarte toda la noche si deseas. Y todas las noches de nuestras vidas. Tanto que no querrás escucharme.
No es probable.
He hablado con él desde que somos unos adolescentes. Vengo viendo su mirada sencilla desde que éramos unos críos. Nunca me canso de él. Nunca tendré suficiente. Hay muchas cosas de las que no tengo certeza, no puedo tenerla. El cambiar de opinión solo se da. Pero cuando lo sientes, lo sientes y ya.
Su mano libre viaja hasta la parte baja de mi espalda y me voltea, de manera que nuestros medios cuerpos queden alineados y una de sus piernas pueda colarse entre las mías.
Se siente bien; correcto y seguro. Su contacto no me crea remordimiento ni molestia, sin importar si toca alguna zona sensible. Me presiono más cerca. Su cuerpo es caliente y huele de maravilla. Es mi complemento; desde los vellos en sus piernas hasta su mano recogiendo hebras de mi cabello, alejándolas de mis hombros.
—Creí que íbamos a hablar —Le recuerdo en su pecho. Siento el suave subir y bajar de su respiración.
—Eso también. —responde en la misma voz baja.
Ninguno habla en un largo rato. Efren no deja de tocarme y no se trata de algo sexual. No está tomando nada de mí, me da. Su cariño en cada caricia, apenas rozándome. Es íntimo y amoroso.
Al terminar el día, todo se reduce a esto.
Solo nosotros.
¿Cómo pude dejarlo pasar? Sintiéndolo de esta manera. Simple, libre de enredos y palabras sobrantes. Esto vale la pena. Por esto, vale la pena arriesgarse. A tener el corazón expuesto, arriesgarse a salir herido y hasta enfrentar una tormenta.
—Mientras estaba en la sala de espera —comienza Efren sin perder el ritmo de sus dedos. —Trabajé en todo lo que quería decir cuando te viera. Pensé que debía aclararle al mundo y a ti, que eres mía. Que quiero seas mía, al menos. —Se mofa de sí mismo. —¿Sabes?, cuando entré en esa habitación y te vi allí, entendí qué hice mal. Fue como si la última pieza que necesitaba, terminara por calzar.
Efren se remueve. Sus manos subiendo para tomar mi rostro entre ellas de manera delicada, como si yo fuese un tesoro frágil.
—Yo soy el único que debe entender eso. Soy quien debe sentirse seguro cuando te mira y eso no pasó hasta que me dejaste besarte delante de los chicos. Sé que suena estúpido, pero siento que fue el momento. Y luego aceptaste venir aquí conmigo y permitir que me haga cargo de lo sucedido. —Sonríe. Dulce y franco. —Gracias por confiar en mí.
Tartamudeo una respiración trabajosa, absorbiendo cada una de sus palabras.
—No he terminado, —dice en vista de mi momento complejo. —no necesito etiquetas, la verdad, se trata de otro asunto. Quiero ser tu único, porque por Dios que tú eres la única para mí.
No suspires. Yo no puedo hacerlo, tu tampoco. Efren ha tenido una batalla para llegar aquí. He estado esperando por este momento. En que entienda que soy suya. Que puede reclamarme cuando lo desee, cuando esté listo. Y si eso es ahora, estoy bien con eso. Estoy más que bien. Incluso entiendo su primitiva lógica de querer ser mi dueño. Porque seamos sinceras, quiero reclamarlo como mío. Ante todo el mundo. Que todos vean que este estupendo chico me pertenece.
Con gran esfuerzo para no forzar mi cadera, me acomodo hasta quedar sentada. Efren me sigue.
—Dulce, no quiero que sobre pienses las cosas. No quiero que supongas. Hemos hecho eso, estado ahí y mira cómo salió. Solo escucha lo que te estoy diciendo. Dime todo lo que estés pensando, prometo hacer lo mismo a cambio. Hemos hecho cosas estúpidas en el pasado. Jamás debí aceptar ser amigos con beneficios. Ese es mi arrepentimiento. —Se meza el cabello dejándolo en todas direcciones. Se ve frustrado. —Te quiero para mí; completamente, sin posibilidad de nadie más. Te quiero al despertar y por las noches y para vagar por la casa. —Se acerca, ahuecando mi mejilla, mirando dentro de mis ojos. —Quiero tus cosas con mis cosas. Todas juntas; mezcladas y tu olor por todo el lugar. Te quiero en mis conciertos y en dónde sea que todo nos lleve. Te amo, te amo con cada respiro que doy.
Todo mi ser hormiguea deliciosamente. La espera, el dolor, los errores, el ocultar mis sentimientos... por este momento que compensa todo lo demás. Es grande, tan sincero y anhelado. Y no está siquiera cerca de haber terminado.
—Te amo como mi mejor amiga, como mi chica y quiero saber si tú me amas igual. —Nunca sentí algo así, tal urgencia en su voz. Tal entrega. Quiero tomarlo y dejarle ver mi corazón y tranquilizarlo y mostrarle que todo es suyo Que siempre lo ha sido. Sin embargo, su necesidad es tal que le dejo, ambos necesitamos que diga sus siguientes palabras. —Leah, ¿existe la posibilidad de que tú me ames siquiera un poco a como yo te amo? Sé que debería darte tu espacio. Que puedo estar abrumándote con todo esto. Si fuese un poco mejor tipo, algo más caballeroso, te dejaría tomarlo en tus manos y simplemente esperar. Pero me conoces. No puedo. Me estoy muriendo por un chance para demostrarte que puedo ser el tipo indicado para ti.
Tengo que callarlo. Cubro su boca con más manos para detener su lengua rápida.
—Efren, Dios solo cállate para que te pueda contestar. —Estoy al borde las lágrimas. De felicidad claro está. Si no fuera porque ya tuve mi cuota del día en el hospital.
—Sí, lo siento. —Habla tan pronto lo dejo ir. Es un incorregible ansioso. —¿Y bien?
Esto es lo que quiero. Solo esto. Solo a él.
Pueden decirme que soy blanda. Que hay baches y piedras en el camino. Y tienen razón. Y no me importa. Nosotros lo llevábamos bien con una amistad con mentiras, lo hicimos a medias con una relación abierta. Si él está dispuesto a intentar, a dar los pasos correctos, voy a tomar su mano y sujetarme fuerte.
—Solo falta que me propongas matrimonio. —Le digo con una risita para aligerar el ambiente.
—Con el tiempo —Él devuelve midiendo mi reacción. —Por ahora acepta estar conmigo y el resto se resolverá sobre la marcha.
Querido señor Jesús...
Ha llegado el momento, ¿no? De saltar el último obstáculo y llegar a la meta.
—Quiero todo contigo. —Tomo mi turno para declararme. Estoy del todo despejada y mis palabras se sienten listas para salir. —Soy tuya tanto si me quieres como si no, no tienes que pedir. Como tampoco pediré un permiso sobre ti. ¿Todo lo que acabas de decir? Es mi derecho a reclamarte. —Me aferró a sus sexis mejillas con barba que pica en mis dedos. —Mis sentimientos parece que no pueden contenerse, porque aun cuando intento luchar contra ellos, estos siempre responden ante ti... a la menor cosa que dices, a tu menor grado de interés. Estoy cansada de negarlos, Efren, y quizás sea mejor solo dejarlos tomar las riendas... y darles la oportunidad.
—Es todo lo que necesito.
Sus labios hacen contacto con la piel de mi sien. Dejan un reguero de pequeños besos húmedos a medida que desciende y se burla de mí, besando aquí y allá, en todos lados menos en mi boca. Es colorido, brillante, fuego enviado a mis venas. Baja hasta más allá de mi barbilla, volviéndose lento sobre las marcas de mi cuello. Quiero alejarme, no porque duela, pero vi mi reflejo. Los cardenales se están formando donde los dedos de Aarón habían presionado. Y son horribles. Efren no tiene que besarlos.
—No me haré a un lado —presiona otro beso en mi cuello, con firmeza. —Si estás conmigo, lo aceptas todo. Yo acepto todo. Estoy aquí para ti, quiero cuidarte.
Se traga mis replicas con un beso en la boca, tomando mi lengua y enredándola más que mis pensamientos. Creo que jadeo muy pronto y se aleja.
Cuando habla, me alegro de no ser la única con la respiración acelerada.
—Una vez, escuché a alguien decir que las cosas, en ocasiones, primero deben ir mal para que luego puedan marchar bien.
Lo miro aturdida.
—¿Quién lo dijo?
Efren se deja caer contra las almohadas, perdido y extrañamente extasiado. Es lo más hermoso que he visto jamás.
—No lo sé, no lo recuerdo. Pero era alguien definitivamente inteligente... O alguien que escuchó de nosotros.
Bueno, eso es raro. Y acertado. Me acomodo a su lado. Mi mejilla sobre su corazón que late potente. Sus manos en mis hombros para estrecharme cerca y un beso perfecto sobre mi coronilla.
Siempre pensé que se trataba de estar juntos; del momento culminante y descarté la travesía que hay que recorrer para lograr que los sentimientos hablen antes de que uno lo haga.
Un consejo, no abran la boca si no es necesario.
Porque ser inteligente en esta vida es importante, alejarse de las cosas que nos pueden dañar es también un buen movimiento, pero dejarse llevar por lo inevitable; es de lo que se trata el amor.
Estar en el cielo y el infierno al mismo tiempo, dicen. Porque te vuelves de cabeza, te vuelves idiota, absurdo: lloras, ríes y hasta odias y todo está bien. Ahora lo sé.
—Prométeme que a pesar de lo que pase, lo importante es que siempre seremos tú y yo. Nosotros.
Él sonríe, sacando el cabello de mi rostro y colocándolo detrás de mi oreja. Hay tanto cuidado en ese simple gesto que lo comprendo; su amor y reverencia. Él deja a sus dedos recorrer mi rostro y aunque yo no lo toco, hago lo mismo con mi mirada. Desde su fuerte mandíbula espolvoreada con la barba de un día, a sus labios amables, que son capaces de decir las palabras más hermosas y de regalarme los besos más apasionados. A su nariz altanera con pecas y sus ojos que son cubiertos por su mata de cabello rebelde que amo. Pero no hay dudas que, de todo él, siempre amaré más sus ojos.
Aquellos que son exactamente los pozos más azules que he visto jamás y que ahora lucen como el mar con destellos del sol. Cuando se fija de vuelta a los míos, están tan llenos de promesas que sé que es mucho más de lo que yo le he pedido o de lo que le pediré jamás. Conozco a este chico desde que soy una niña y espero tenerlo en mi vida por muchos años más. Conozco esa mirada determinada en él. Está viendo algo que quiere y va tras ello. Sé que se está prometiendo él mismo.
—Siempre Leah.
FIN... o al menos, todo lo que podemos nosotros saber hasta aquí.
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