CAPÍTULO TREINTA
LEAH
—... Entonces, todo está resultando como planeé por acá —Mandy habla desde el altavoz de mi teléfono. —Annia es genial. Me he instalado y los chicos practicantes son una pasada. Ni siquiera recuerdo esa época. ¿Alguna vez fui tan joven?
Estoy sobre mi estómago tendida en la cama. Las luces son bajas en mi habitación y las cortinas están descorridas, dejando que se filtren los últimos rayos de sol del día.
—No lo creo. Una vez que salimos de la secundaria te volviste una mujer. No, espera... eso fue desde que te crecieron los pechos y comenzaste a comportarte como una maldita.
—¡Oye! —No está realmente indignada, pues se ríe. —Mis pechos son impresionantes, no podía tener catorce e ir toda dulce por la vida cuando me veía de dieciocho.
Tiene un punto.
—¿De qué me he perdido en estos días?
—No hay muchas novedades. —digo en voz plana. —Los chicos se encuentran evitándome.
—Oh, ¿qué con eso?
—No me hagas ir ahí.
Mandy hace una pausa.
Entre nosotras, hablamos de todo. No hay temas vetados. ¿Sexo? Todo el tiempo. Ella sabe de mis aburridos ex, mi primera vez. Y yo sé sobre sus aventuras de una noche, los chicos que la dejan colgada por más cuando son excepcionalmente buenos con las atenciones. ¿Enamoramientos? No hay muchos que nombrar, pero nos conocemos todos. Tu nómbralo. Quejas, miedos, ansias, deseos. Todo. Así que, si yo no quiero hablar, ella sabe que Efren tiene algo que ver. Es el único que me deja en un estado volátil. Al igual que yo sé que ella jamás nombrará a quien se quedó con su virginidad.
—De acuerdo, ¿y qué haces? Escucho el teclado repiquetear.
¿Viste cómo no me equivoco? Mandy es fácil, atenta a mis necesidades, yendo por un tema alternativo.
—Estoy redactando mi renuncia a Melvin.
Mi amiga se ahoga.
—Estás jugando conmigo. —Ya quisiera. —¿Por qué? ¿Cómo que no ha pasado nada? Eso es grande. ¿No era tu jefe un bombón detrás de tus pantalones?
—Lo era, lo es. Su aspecto no es el tema... —Mi rostro se tuerce en una mueca que obviamente no puede ver. —¿puedo contarte algo?
—Sabes que sí.
Con las horas transcurridas, mi mente está despejada. Ni de loca puedo contarle a Mandy todos los detalles de lo que seguro es la noche más bizarra en lo que va de mi existencia. Pero necesito desahogarme. Necesito hablar con alguien que no me mire con pena o recriminación.
Me acuesto en mi espalda, quitando el altavoz y llevando el teléfono a mi oreja, por si mi madre decide estar cerca de mi puerta.
—Aarón la jodió. —Le cuento en voz baja. —Creo que él tiene serios problemas.
—Del tipo....
—Del tipo acosador. Se ha puesto violento, y ha aparecido en todos lados. No acepta un no por respuesta.
—¿Estás teniendo problemas? —Mandy salta. —¿Lo sabe Efren?
Claro, y eso resultó muy bien.
No, gracias. Quisiera dar un paso al lado del drama.
—Nada que no pueda manejar. Y Efren, lo sabe a medias. No puedo decírselo. Lo conoces. Le arrancará la cabeza al tipo.
—Si es un dolor en el trasero, no es tu asunto. —Ella deja claro y tiene razón. ¿Un tipo cualquiera molestándome? Papá haría el trabajo, Efren o cualquiera de los chicos.
Solo que no se trata de cualquier chico, creí que eso estaba en claro.
Apuesto por lo seguro.
—Estoy intentando ser madura aquí. Voy a renunciar y cortar el tema de raíz. Aún tengo solidas semanas por delante con las que trabajar. Puedo encontrar otro lugar.
—Es algo grande para que quieras hacer eso. —Hay duda en Mandy. Y presiona un poco más. —Digo, es tu carrera.
El rostro de Aarón, la última vez que lo vi, me persigue. Era tal remolacha, venas marcadas, la coloración en sus mejillas. El odio en sus ojos. Eso es suficiente para que me estremezca.
En mi pecho cosquillea un presentimiento. Como cuando vas tarde al trabajo y miras mil veces alrededor de tu departamento antes de salir. Sabes que hay algo que se te escapa y no logras poner tus dedos en ello, hasta que estás lejos, ya en tu oficina y notas que has dejado la regadera corriendo o la cocina encendida. Entonces no te queda más que recriminarte.
—Si me quedo, presiento que empeorará y no tengo que mencionarte su apellido y su influencia. —confieso. Y eso es todo lo que diré.
Mandy parece entenderlo. Resopla.
—Agh, riquillos. Son de lo peor.
—Ni que lo digas.
El celular vibra con un mensaje entrante. Veo el nombre iluminar la pantalla y con ella, todo mi interior.
—Mandy, te tengo que cortar. —digo de manera apresurada. Estoy sentada de golpe, libre de aprensiones.
—¿Qué? ¿Por qué? Leah, tengo trabajo que hacer por horas, no me dejes, háblame. —Se queja y tengo que restregarme el rostro.
—Efren está hablándome. —Facilito a cambio. —Nosotros dejamos las cosas extrañas la pasado noche, necesito responderle.
—Bien. —Ella refunfuña. —Solo cuéntame qué sucede.
—De acuerdo. Besos, te llamaré más tarde.
Creo que gruñe una respuesta.
19:57 pm. De Efren:
Hola.
Es una palabra. Una mísera palabra, sin ningún emoticón o acompañamiento. Que consigue disparar mi pulso a mil.
Mis dedos se deslizan por las teclas arriba y abajo, debatiéndome. Su mensaje es una tentativa. Una bandera blanca. Está esperando que dé el primer paso en esto.
Cinco minutos después, aún no he escrito nada y en un impulso, marco su número.
Contesta al primer tono.
—Leah —Su voz rasposa suena por el auricular haciendo que inconscientemente estruje el teléfono entre mis dedos.
Lo que este chico me hace.
—Hola Efren, ¿cómo estás? —Vaya, ¿puedo sonar más patética? Si existe la posibilidad, alguien máteme ahora.
—Estoy bien, tengo una horrible resaca y por primera vez desde la secundaria, alguien logró asestarme un golpe, así que mi labio tiene una pequeña marca de guerra.
Hago una mueca involuntaria.
—Lo siento.
—No te preocupes, según lo que dijo Eddie estaba comportándome bastante idiota con todo el alcohol en mí, así que simplemente lo perdí. Creo que te debo una disculpa por eso, como que recuerdo algo de ti entre la pelea... fue innecesario.
Lo escucho y no lo creo. ¿Efren está disculpándose por haberse involucrado en una pelea? ¿Qué es esto? ¿Alguna clase de universo alternativo? Definitivamente ha de serlo, muchas cosas que han pasado calzarían.
—¿Leah?
—¿Eres Efren Baker? ¿Qué has hecho con mi chico que de pronto estás todo sobre las disculpas y no queriendo más de los golpes?
Él coge aire.
—Nunca me habías llamado tu chico antes. —Oh oh. Hago silencio, mordiendo mi labio. —Me gusta cómo suena viniendo de ti. —Oh mi Dios, voy a comenzar a hiperventilar. Suelto mi respiración lo más despacio que puedo, para que no note lo afectada que me encuentro. Mal interpretando mi silencio, él vuelve a hablar. —¿Tu cómo estás?
Hecha una porquería.
—Creí que después de lo del sábado por la noche ya no querrías verme.
Efren hace un ruido que suena como un gruñido.
—Y no quise... por un intervalo de medio segundo. Estaba enfadado aun porque no habíamos llegado a nada respecto a por qué arrancaste después de dormir juntos.
—Yo no dormí después de hacer el amor.
—Bueno, entonces no dormir, pero tú sabes... Lo estaba llevando mal con todo lo que bebí y solo quería malditamente besarte. Aun ahora quiero besarte. —Es mi turno de coger aire. ¿Cómo puede estar hablando de los hechos y de pronto ponerse todo sexy cuando dice lo que quiere?
—Te estás desviando del tema. —digo con mi voz estrangulada.
Él lo nota. Suelta una risita.
—Algo así... ¿Tú no quieres besarme, Leah?
Quiero gritar de frustración. Por supuesto que quiero besarlo. Quiero gastarle los labios sin importarme que esté herido. Quiero sentir de nuevo su sabor y la forma en la que me toma por el rostro como si tuviese miedo de que me escape, cosa de la cual no puedo culparlo.
Trago, pero me siento la garganta tan seca que cuando respondo, mi voz suena toda ahogada, deseosa.
—Sí, no sabes cuánto.
—Bien, porque sabiendo eso, no voy a besarte. —dice sobresaltándome. ¿Qué? —Aun cuando me estoy volviendo loco por hacerlo, quiero que hablemos. Quiero que tengas claro que eres completamente mía en todos los sentidos. Se acabaron los tratos de mierda y mitades de por medio. Quiero que comprendas que ya hemos renunciados a derecho de terceros. Ambos. Desde hace un mes y contando. Entonces, solo cuando tu linda cabeza esté en sintonía con la mía, voy a besarte hasta tenerte gimiendo mi nombre y te llevaré a la cama para hacerte el amor como realmente he extrañado. ¿Entiendes?
Oh cielos...
Casi puedo imaginarme el fuego en sus ojos azules y la forma en que suelen quemarme. Este dejó de ser el chico dulce y comprensivo. Este es el hombre que va a reclamar todo de mí y aquí entre nos, mi resistencia es prácticamente nula.
—Efren...
—Dime si has entendido, Leah.
—Sí, te he entendido. Es solo que... Me he estado convenciendo de que solo hemos tenido sexo porque no quiero salir herida, pero no ha sido así, ¿cierto? —Él niega cuidadosamente y yo dejo salir mi aliento. —Bien... entonces, yo... Tengo mucho miedo.
—Está bien que lo tengas. Todo lo que sientas está bien. ¿Acaso crees que yo no tengo miedo? Pues estoy aterrado de que me digas que no. O de que me digas que sí y al final no pueda ser todo lo que tú quieras que sea. Lo que mereces que sea.
Esos son los miedos reales. Esto es nosotros reducidos a saber si podemos funcionar o no.
—¿Cómo es que quieres arriesgarte cuando todo puede salir mal?
Efren ríe. Es relajado, es él nuevamente. Aquel que conozco de lo que parece siempre. Aquel que debe estar tumbado en su cama, todo relajado; con los brazos cruzados descuidadamente detrás de la cabeza.
—Porque para mí, romper tu corazón sería mi maldito peor acto en la vida. Así que sé que no voy a hacer las cosas mal. Deliberadamente, al menos.
Tengo que cerrar mis ojos.
Arriesgarse debería ser fácil, pero como me imagino que ya saben, es lo más difícil del mundo. Cuando saltas en caída libre, el paso que más cuesta es el primero, el definitivo. Ese que te aventará a lo desconocido. A la adrenalina, al verdadero viaje. Y como dije antes, yo no soy una cobarde.
Yo voy a saltar.
—Yo no sé, Efren... es solo que si algo sale mal, no sé qué haría sin ti. —confieso y me siento vulnerable. En algún punto se invirtieron los papeles. Ahora Efren está pujando por tenerme, por una relación. Una romántica. Una real. Y si hay algo que necesitemos siquiera para evaluar esa posibilidad, es ser honestos.
Efren toma una respiración profunda, de la clase que hace a su voz sonar segura, amorosa y a la vez llena de toda la tranquilidad que yo necesito escuchar.
—Nunca vas a tener que averiguarlo. ¿Me entiendes, dulce? Nunca.
Ahogo un sollozo y asiento a pesar de que él no me pueda ver. Esta es la llamada telefónica más intensa que he tenido jamás. La más necesaria.
Efren se ríe—gime cuando escucha cuando comienzo a sorber.
Nunca ha podido con mis lágrimas.
—Veamos... Todo el mundo siempre dice que al final de las cosas, estás solo. —dice en su voz más dulce. —Que solo te tienes a ti mismo. Pero sabes que en tu caso eso no es cierto, yo jamás te dejaría sola sin importar que tan feas se pusieran las cosas. Aun si tú no me quisieras a tu lado, yo estaría al pendiente de ti. Porque no es algo que pueda hacer o dejar de hacer. Es algo que sale de mí. —Suelta una risa sin humor. —Supongo que soy así de patético. —Su voz es emocionada y es... quiero colarme al otro lado de la línea y atraerlo entre mis brazos. Se aclara la garganta. —Sabes que te amo, dulce. No sé por qué te sorprendes.
—No me sorprendo. —Le miento.
—Si lo haces, cada vez que me escuchas decirlo. Y voy a hacer que te entre en la cabeza. Te amo, jodidamente te amo.
Seco mis lágrimas con el dorso de mi mano, ahora ya sonriendo como una tonta, pero con el corazón mucho más ligero.
Efren es un chico por el cual atreverse y le debo eso. Solo no puedo esperar a tenerlo frente a mí para probarle qué tanto lo amo, también.
—Te amo, Efren Baker.
Él coge aire y luego se ríe. Una risa infantil llena de satisfacción que me llega enormemente y me da esperanzas.
—Lo sé.
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