CAPÍTULO TRECE
LEAH
La sala de conferencias es en el piso más alto. Hay una larga mesa de caoba en el centro de la habitación y está expuesta a la directa luz del sol. Es elegante y sofisticada; dispuesta perfectamente para tentar a todos los interesados en tener proyectos con Melvin.
Los doce hombres de turno están sentados mirando las diapositivas en el proyector. Se mantienen estoicos mientras la presentación se realiza y uno que otro añade comentarios cada cierto tramo de tiempo. En la cabecera, Aarón con las manos cruzadas, tiene toda su atención en la tarea. Y yo estoy sentada en un rincón tomando todos los apuntes que pueda. Esto es extrañamente vigorizante. Mi mano no ha parado de repiquetear sobre el teclado de mi laptop. Llevo ya tres reuniones en esta semana y en cada una he aprendido algo nuevo.
Un tacón golpea mi pie, la secretaria de Aarón se lleva un dedo a los labios para que no haga ruido y me señala su portátil, donde leo:
Esto es aburrido. ¿Qué error cometiste para estar acá arriba?
Le sonrío y escribo una respuesta, ella se inclina sobre mi hombro.
El jefe me solicitó para ver el asunto de un posible trato. Soy la nueva encargada de finanzas. Leah Green.
Ella eleva ambas cejas:
Ana Daniels. ¿Cuándo has llegado? No creo haberme topado contigo.
Esta es mi segunda semana. —Escribo de vuelta. Yo la he visto en la sala de fumadores, sin animarme a saludar. Todo el mundo parece tener un grupo armado y no deseo ser la nueva chica entrometida.
Pues bienvenida a la tierra perdida. Las reuniones del jefe son como estar en Nunca Jamás. No sabes qué hora es, ni cuándo van a terminar.
Se me escapa una risita ante sus palabras. Tardíamente me cubro la boca. Aarón ya nos ha sorprendido charlando y nos da una mirada gélida. Maldita sea.
Ana le saca la lengua cuando no está mirando.
Me pierdo parte de la reunión mientras que Ana comienza a "platicarme" por medio de nuestras laptops.
La reunión termina pasados unos minutos. Se trata de medicamentos. Una red de farmacias en la cual Empresas Melvin quiere poner las manos. Tendría un elevado costo de inversión y según los gráficos, el reembolso demoraría menos de medio año. Tienen una gran posibilidad de proyección y por la forma en que Aarón despachó a los vendedores, creo que él está más que tentado.
Con Ana caminamos a la puerta de salida. Aaron nos detiene con sus características manos en la espalda.
—No estoy en contra de la fraternización entre mis empleados, pero apreciaría que lo hicieran en sus horarios libres. Mientras estamos en una importante reunión no es uno de esos momentos. ¿Estoy siendo claro?
Ana comienza a afirmar de inmediato. Yo no. Estoy sorprendida. Su voz ha sonado cortante, sin derecho a reclamos. ¿De verdad nos está hablando así? ¿Qué somos? ¿Niñas de cinco años?
Él dirige su mirada en mi dirección cuando ve que no hay ningún movimiento de mi parte. Lo primero que viene a mi mente es que es un cabrón, no un jefe. Carl en el bar, jamás nos ha tratado de una manera tan dura ni siquiera cuando en realidad hemos metido las patas en algo.
—Señorita Green —Apremia. —¿No he sido lo suficientemente claro para usted? ¿Necesita que se lo explique por medio de su computadora, tal vez?
—Se da a entender usted muy bien señor Melvin, —respondo apretando mi computadora contra mi pecho. —aunque no creo que sea el tono adecuado para hablarnos cuando solo compartimos un par de palabras.
Ana respira sonoramente.
—¿Perdón? ¿Me dice usted que es innecesario?
Él da un paso hacia mí en lo que debe de ser una postura intimidatoria. Por si no lo ha notado, con el tamaño que tengo, es como si todo el mundo se cerniera por encima de mí.
—Claramente innecesario no. Sin embargo, creo que Ana estará de acuerdo conmigo en que su tono es brusco. —La miro buscando algo de apoyo, pero ella está muy concentrada en admirar sus zapatos. Bien, haré esto sola. —Lamento la risa. Si se toma el tiempo de revisar mi trabajo durante la reunión, se dará cuenta de que estuve al pendiente de todo lo importante.
Le extiendo mi computadora para que él revise el archivo en donde aparece una copia de las diapositivas de la presentación.
—Hablaré con usted luego señorita Daniels, nada más por ahora. Puede retirarse.
Él prácticamente ladra esas palabras a las que me estoy acostumbrando que use para despachar y ella corre hasta la puerta. Cuando cierra de un portazo, el ruido retumba por todo el lugar.
—Estoy impresionado, Leah. Nadie jamás me enfrenta cuando les doy una orden. —dice Aarón y me devuelve la laptop sin darle ni un vistazo. —No es necesario que revise tus apuntes, te vi muy interesada en el asunto.
Él pasa por mi lado hasta su escritorio y yo me quedo donde estoy.
—¿Entonces, por qué llamarnos la atención?
Sus ojos son duros.
—Porque es cierto que son mis empleadas. Y es cierto que no me gusta que se distraigan cuando hay cosas importantes en juego. Si no se los recuerdo de vez en cuando, la gente lo pasa por alto.
Bueno, eso es mucho más cabrón aún.
—Sigo pensando que fuiste... duro.
Se limita a mirarme.
Aarón es complejo. Y no en el buen sentido. Sus gestos son medidos. Sus caras y comportamientos para cuando estamos solos o en compañía. Es casi como si jugara conmigo.
En estos momentos su mirada no se parece en nada a la que aprecié el jueves pasado en la cena. Tampoco parece ser la de un hombre que estaba loco por conseguir mi número e invitarme a una segunda cita. Ni mucho menos a la del hombre que hace solo dos días atrás me pidió que tomara este puesto. ¿Para eso ha querido que esté más cerca de él? ¿Para que venga aquí y me trate mal al primer error que cometo?
—De verdad me sorprendes, Leah y no lo digo como algo bueno —Me dice tras unos minutos. —No me gusta la gente que me planta cara. De hecho, la detesto.
Okey, es bueno saberlo.
—No estoy plantándote cara para crear un conflicto Aarón, solo he dicho lo que no me parece. Si no tienes nada más que hablar conmigo, me retiro. Quiero irme temprano a casa, tengo asuntos personales que atender.
Ana está detrás de su escritorio y me ofrece una sonrisa apenada cuando paso.
—Lo siento, no puedo decir nada. Él es así en su buen modo, ni quiera te imaginas como se pone cuando anda de malas.
Admito que no fue lindo sentirme sola en una situación que nos estaba salvando el pellejo a las dos, pero no la puedo culpar. Como su secretaria, debe de bancárselo todo el tiempo.
—No te preocupes, solo ha sido un mal momento —La tranquilizo y me voy hasta mi oficina.
Con estos nuevos datos de inversión, debo de arreglar un par de cifras en la computadora y me dedico a ello. Mi celular vibra.
14:30 pm. De Aarón:
No voy a disculparme por cómo me he comportado. Yo soy así, Leah. Espero que puedas comprender mi postura. Sin embargo, no me ha gustado como te has marchado de la oficina. ¿Hay algo que pueda hacer para remediarlo?
Su mensaje no me produce nada. No se está disculpando realmente aun cuando sabe que se ha comportado mal. Y si Ana tiene razón, él puede llegar a ser mil veces peor como jefe. Así que no tengo intención de aceptar ninguna de sus atenciones.
Su carácter errático no es fácil de seguir. Tomando en cuenta que no lo conozco y tal vez, por más desmotivante que sea, este puede ser el verdadero Aarón detrás de la fachada. Yo le pedí que no mezclara las cosas; he aquí el resultado.
14:40 pm. Para Aarón:
Tienes razón, no deberías de disculparte si es que así eres. Pero solo para dejar claro, no lo entiendo y no, no hay nada que puedas hacer.
Pulso enviar y lo dejo sobre el escritorio, a los pocos segundos vuelve a vibrar.
14:41 pm. De Aarón:
¿Qué tal una segunda cita ahora?
Claro y yo estoy para sus estados de humor. Aquí la chica soy yo; una que está enfadada por un jefecito que juega al caprichoso.
14:43 pm. Para Aarón:
Tengo planes ya. Gracias, pero no.
No hay mensajes después de eso. Y como nunca, apenas se cumple mi horario apago el ordenador y me marcho. Aún tengo un par de horas para aprovechar así que decido avisarles a las chicas de que voy por mi vestido. Ellas aceptan reunirse conmigo en el centro comercial y enfilo hacia allá que solo queda a unas manzanas de aquí.
Alice y Mandy están felices de verme y más cuando se trata de una salida de chicas sin la banda alrededor.
Ellas están conversando en una esquina cuando me ven y con sonrisas gigantes en sus rostros gritan hasta llegar a abrazarme. Un par de personas que van pasando por la calle se nos quedan mirando y cuando ven de la manera tonta que saltamos, ellos también sonríen.
—Estoy tan feliz de poder hacer esto con ustedes. Las compras son aburridísimas estando sola —Nos dice Mandy a la vez que rompe el abrazo y se echa atrás. —Intenté hacerlo el otro día para tener algo en lo que despejarme, pero no funcioné.
Alice suelta una risita.
—No creo que necesites ese tipo de distracción de todos modos.
Mandy le da una mirada de ojos estrechados.
—No sé a lo que te refieres.
—¿Qué sucede? —pregunto viendo la interacción de ambas.
—Oh, nada. Ya sabes, me refiero a que Amanda tiene muchas cosas en las que pensar por lo de Boston y eso, ¿no es así? —Alice tiene esa clase de mirada que te dice que hay algo más de por medio y me siento excluida mientras que entre ellas ocurre algo con tantas miradas para acá y para allá.
Mandy aferra la tira de su bolso y se dirige a Alice.
—Te lo advierto, mantén la boca cerrada, compañera.
Para mi sorpresa, Alice solo se ríe y me guiña un ojo.
—Ya va, ¿Qué está pasando? —Agarro a Mandy por el brazo para que me mire porque sé que el secreto me lo está ocultando ella. Su cuerpo está inclinado hacia el mío, pero sus ojos en realidad miran por encima de mi cabeza. Es una chica lista, sabe que puedo calarla así que finge muy bien hacerse la desentendida. Lástima para ella. Ahora sí que estoy intrigada. —¿Mandy?
—No es nada, Leah. Alice solo quiere fastidiarme por algo que pasó la otra noche. La conoces.
Ella intenta caminar. Se lo impido cortándole el camino.
—¿Y eso es todo? ¿Es motivo para que te pongas así? ¿Qué pudo haber ocurrido?
—Solo dile, Mandy. A Leah le encantará saberlo. —La pincha Alice.
Mandy está comenzando a desesperarse y como buenas amigas que somos, con Alice estamos disfrutando de verla así.
—Está bien, Alice me pilló con un chico en la casa hace unos días.
—Y dile quién era el chico.
—Ya basta Alice, no seas malvada. No te irás al cielo, si no que al infierno. —Acusa Mandy.
—Todos lo haremos eventualmente. —Ella se escabulle. —Ahora dile.
Mandy suelta un suspiro de cansancio.
Si yo fuera otra clase de chica, incluso me sentiría mal por ponerla en esta situación, pero no lo soy. La que se siente mal soy yo, la vida de mis amigas sigue su rumbo y aunque yo esté algo ocupada últimamente, no quiere decir que me tienen que hacer a un lado.
—Es el chico que me tiene confundida sobre marchar. ¿De acuerdo? ¿Ya estás feliz?
Alice le da una mirada cómplice. Como compañeras de piso, tienen la facilidad de estar en contacto mucho más de lo que yo puedo estar con ellas, pero esto es otra cosa. Mandy tiene miedo de la jugosa información.
—¿Y quién es? ¿Lo conozco?
—No, claro que no. —Se apresura Mandy antes de que nadie diga algo más y mueve las manos exasperada. —Hablémoslo luego, estamos paradas en medio de la calle sin caminar, la gente nos mira.
Echo un vistazo a mí alrededor para comprobar que no hay mirones. La gente sigue caminando simplemente esquivándonos. Pésima excusa.
—Nadie nos mira, Mandy. No estés nerviosa.
Sin eso para escapar, ella se ve resignada.
—Solo es un chico, es muy mono y a la vez fastidioso, es lo único que diré sobre él. Así que; por favor, movámonos.
Y con eso enlaza su brazo con el mío y comienza a caminar.
—Yo no utilizaría la palabra "mono" para describirlo, pero si tú así lo prefieres... —Alice murmura un paso detrás.
—Alice, cállate o te juro por Dios que te voy a arrojar contra algún carro. —Le responde Mandy sin inmutarse.
Yo me ahogo una risa también.
—Ya va chicas, cálmense. Te dejaremos descansar Mandy. Quiero que me cuentes luego. Ya de nada me entero.
Mandy me aprieta la mano.
—Oh no, Leah. No pienses eso, es solo que no estoy segura de ello y no quiero preocuparte con más cosas.
—Siempre seré tu mejor amiga, se supone que digas hasta las cosas sin importancia.
Mandy se ríe, relajándose visiblemente.
—Está bien, lo siento.
—¿Y perdonas a Alice? No puedes culparla; ella ya conoce a quien te quita el sueño.
Ella se muestra reacia a dar su brazo a torcer, pero Alice la compra haciéndole un tierno mohín.
—Está bien... pero él no me quita el sueño.
—Sí, claro.
—¡Alice!
Negando con la cabeza, le hago una seña a Alice para que se adelante y se coloque en mi otro brazo. Enlazadas comenzamos a caminar abarcando toda la acera.
Las palabras vienen y van entre ellas de todas maneras. Me apego a mi papel de mediadora de la paz, recurriendo a tirones de brazos cuando es necesario. Es un misterio de Dios que compartan un techo. Más para dormir. En esa dinámica, visitamos un par de tiendas.
—¿Alguien ha llamado a Clarisse? —La voz de Alice sale del probador donde se encuentra. Corre la cortina para mirarnos a Mandy y a mí. Ambas negamos. —No tenemos la menor idea sobre qué buscar. Colores, exterior, interior. Necesito algo por lo que inclinarme.
—Tienes razón, espera. —Saco mi teléfono del bolso y llamó a la madre de Efren. Ella contesta al primer tono, como siempre.
—¿Leah?
—Hola Clarisse —Le digo animadamente y las chicas me hacen señas. —Un momento. —Pulso el altavoz y las tres nos apretujamos. —¡Hola Clarisse! —Coreamos y ella se ríe al otro lado.
—Hola chicas. ¿A qué debo esta llamada? ¿Está todo bien?
—Pues fíjate que no; estamos buscando algo para lucir bellas en tu día. —Le informo.
—Y no sabemos si tienes un tema, una paleta de colores ni nada. —Se queja Alice.
—Como es de esperarse, supongo que harás algo espectacular —Acota Mandy —Contigo no puede ser menos.
Clarisse suelta otra queda risa.
Ella es en muchas maneras un referente para todas nosotras. La madre de Efren posee un estilo inigualable y a veces, ella ha estado en contacto con nosotras más que nuestras propias madres. Bien podría decir que Clarisse crío a siete hijos porque en la adolescencia pasábamos la mayor parte de las tardes en su casa con ella cocinándonos y hablándonos de la vida y el amor.
Por eso no es curioso que quiera casarse de nuevo a sus cincuenta años. Ella da los mejores consejos al corazón que pueda haber y para nosotras siempre fue una buena escucha.
—Oh niñas, por favor. Ya tuve mi gran boda de blanco y los invitados de esta son solo los más cercanos. No estoy para repetir la experiencia del estresante proceso de preparar una boda, además que ya ni tiempo me queda como para informar sobre un tema. —Ella nos explica y nosotras hacemos pucheros, aunque no nos pueda ver.
—Es injusto Clarisse, tenemos muy pocas ocasiones para lucirnos, ¿por qué nos haces esto? —Mandy dramatiza.
—Bueno, ¿qué es lo que ustedes sugieren?
Yo miro a las chicas y todas tienen el mismo brillo en los ojos. Sé que estamos a solo días para la boda, pero aun cuando es su segundo casamiento, ese día significa que todo debe de salir perfecto. Que cada detalle significará la diferencia y se quedará en su memoria.
Si trabajamos todas juntas, el trabajo se hará nada.
En este extraño poder mental de compartir ideas sin hablar, miro a las chicas y ellas asienten.
—Ya va Clarisse, envíanos tu lista de invitados. Me encargaré de avisarles de todo. —Le ofrezco y ella chilla al otro lado de la línea. Lo sabía, sabía que solo estaba siendo dejada por el hecho de organizar todo sola.
—Puedo ayudarte con todo lo que sea la decoración y el tema que escojas. ¿Qué te parecen tonos pastel dado la época en que estamos? ¿Podríamos aprovechar tu amplio jardín, tal vez? —Alice comenta.
—Yo no sé en que pueda serte útil —admite Mandy. —Pero tengo un par de días libres del trabajo así que estoy a tu completa disposición.
—Oh chicas, que encantadoras son. —La imagino llevándose una mano de perfecta manicura al pecho mientras se emociona. Ella, tenga la edad que tenga, sea el número de boda que sea, siempre será una chica y se merece lo mejor.
Nos vamos a un café y aun con ella en altavoz, afinamos los detalles para la fiesta.
La casa de Clarisse tiene un patio precioso al que Alice podría sacarle mucho potencial aprovechando que las noches, aunque frescas, nos permiten una fiesta al exterior.
Ella está de acuerdo en que no sea de blanco impactante. Prefiere variaciones de crema y dorado y uno que otro toque de rosa pálido.
La lista de invitados que me envía, no la conforman más de cincuenta personas, lo que hace que el trabajo de informarles el cambio de planes sea pan comido.
Y Mandy, fiel a su palabra de decir que está dispuesta a hacer lo que Clarisse necesite, termina por ser la encargada de retirar los arreglos florales, banquetería y decoración. Ella es quien se lleva la parte más ardua, pero como ella misma dice, no tiene nada más en que ocupar la cabeza así que dejando a la madre de Efren mucho más contenta, finalizamos la llamada prometiéndole que está en muy buenas manos y ella sabe que es así.
Con eso listo, la tarde con las chicas se vuelve de lo más productiva.
Para cuando nos derrumbamos en los sofás de mi sala de estar, cada una lleva los brazos cargados con muchas bolsas de papel. Si se trata de nuestra imagen, las tres somos muy derrochadoras y aparte de conseguir despampanantes vestidos para la fiesta, hemos conseguido varias mudas de ropa de las mejores marcas.
Para ser bella, hay que ver estrellas.
O más bien, abrir la billetera.
Ser una chica, no es algo fácil.
Mi madre nos trae refrescos y nos insta a que le mostremos nuestras nuevas adquisiciones. Mientras las chicas se entretienen deslumbrándola con sus conjuntos, aprovecho para mensajear a Efren. No he tenido tiempo de hablar con él y él también se ha mantenido en completo silencio.
20: 14 pm. Para Efren:
Hey cariño ¿Qué tal una señal de vida? Recién he tenido algo de tiempo. Estoy exhausta, me he hecho con muchas compras.
Para un chico de estándar normal, charlarle sobre prendas debe de ser lo mismo que para una chica a la que le dan una letanía sobre zombies. En pocas palabras; horroroso, aburrido, agonizante.
Y Efren no es la excepción, pero él posee una variante. Me quiere lo suficiente como para aguantarme, claro que nunca he esperado que me diga que paletas de color van mejor con mi piel ni qué clase de jeans favorecen más a mis piernas y mi trasero; tampoco espero que lo haga, eso sería francamente aterrador.
20:20 pm. De Efren:
Estamos en un proyecto y tenemos un descanso. ¿Hay algo de lencería entre esas compras? Porque soy totalmente voluntario para decirte cómo te ves con ellas si me las enseñas puestas. También estoy dispuesto a arrancártelas si no te quedan, lo prometo.
Su mensaje, acompañado de un emoticón sonrojado me hace sonreír. Es un incorregible, siempre tiene que tener la cabeza en otra parte. No puedo quejarme, me encanta así. En gran parte, porque saca mi lado pícaro de paso.
20:23 pm. Para Efren:
Esperaba tu amable ayuda. Hay dos juegos y uno de ellos creo que puede encantarte. Es de tu color favorito. ¿Tu ofrecimiento también incluye tocar para saber que tan bien se sienten? Porque francamente creo que debería de estar incluido.
Levanto la cabeza de mi celular cuando escucho la exhalación de mi madre. Mandy le está enseñando su vestido y sí, quita bastante el aliento. Dadas las medidas de los pechos de mi amiga, el trozo de tela que ha escogido tiene un pronunciado escote en el frente que la obligará a no llevar nada debajo, salvo por sus bragas y hasta de ellas creo que bien podría prescindir. Es prácticamente un lienzo sencillo que caerá perfecto por su cuerpo haciéndola resaltar aún más su belleza.
—Combina perfecto con tu cabello —Mamá exclama encantada sosteniendo el vestido para Mandy.
—¿No crees que es algo diáfano para una boda? —pregunto. —Lo dije en la tienda, lo repito ahora. Todo el mundo tendrá sus ojos en ti.
—Leah, a Clarisse no le importará. No robaré las miradas de ella. Y tomando en cuenta que me iré a Boston, es una despedida. Quiero que me recuerden despampanante.
—¿Boston? No sé nada de eso. Cuéntame.
Mamá arrastra a Mandy al sofá. El celular me vibra en la mano y mi atención se desvía, agradeciendo la distracción para que no me baje la pena.
20:27 pm. De Efren:
Creo que ambos pueden encantarme, aunque sabes que te prefiero mil veces sin nada. Estoy a tus órdenes; tocar, besar, lamer... lo que sea necesario para testear.
Una sonrisa boba se instala en mi rostro. Mi estómago se contrae con deliciosa anticipación. Mientras que estábamos en la tienda de lencería, escogí un juego en especial con liguero incluido pensando exclusivamente en Efren. Es de un azul profundo y en partes iguales luce delicado y pecaminoso. Es de un encaje suave que apenas cubre mis pechos y el sutil colaless tiene lacitos a los costados para ser retirado. La dependienta del local me aseguró que era perfecto para alguna ocasión especial y aunque me limité a sonreírle en lo realizaba la compra, pensé lo mismo que ella.
Las chicas no pararon de bromear acerca de ello, sobre quién sería el afortunado en quitármelo. No los revelé nada. Ni de loca.
No es que no me sienta mal de tener que ocultarles lo que ocurre con Efren. Ellas son espectaculares, no me mal entiendan, es su tendencia a gritarlo todo y a comunicárselo a medio mundo lo que me detiene. Y el que no deseo que Efren se sienta en una situación complicada. Él está bien con esto que tenemos, aunque me pique. Él bien lo dijo, solo exclusividad sexual. Eso no nos convierte en una pareja, significa que no quiere nada más de mí y supongo que debo de estar bien con ello, pero al cien por ciento, aquí entre nos, demonios que no lo estoy.
He intentado por todos los medios ahogar la sensación que me atenaza el corazón cuando pienso que hace solo unos días atrás pensé que él me propondría exclusividad real.
Imaginarnos juntos no es algo difícil. Todo el mundo lo supone, de hecho. Con nuestro trato y todo el tiempo que pasamos en compañía del otro. Desde que tuve catorce años que viene siendo triste aclararle a toda la gente "solo somos amigos" y mi favorito sin duda "la amo, ella es como una hermana para mí". Cada vez que Efren dice esas palabras, es como si una mula comenzara a bailar tap en mi estómago. Me destruye.
La gente suele pensar que con el tiempo uno se acostumbra a tener alrededor un chico guapo. Mucho menos uno que te atrae. No es algo sencillo, no es algo bonito y definitivamente no es algo que le dé a cualquiera. Ni a mi peor enemiga en mi peor día.
Es como tener que masticar un limón agrio.
Con el tiempo solo aprendes a mirar hacia otro lado. A fingir sonrisas. A hacer como si nada, cuando él baila frente a ti con chicas lindas y les mete la lengua hasta la garganta.
Como su "partner" —otra palabra que odio que me dé— aprendes a hacerte la idiota y atender sus llamadas para excusarlo cuando él deja a la chica plantada o ya no quiere más. Cuando te haces la ofendida frente a algún novio celoso como si tu dichoso amigo fuese tu novio también y te hubiese engañado, prometiendo golpearlo tú misma antes de que el tipo lo haga.
Tener a Efren cerca no ha sido fácil. Él pasó de ser un chico inseguro a uno que jode todo en su camino. Y lo amo. He amado cada faceta que ha tenido. Lo que lo convierte en una kriptonita.
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