Una misión de mutantes
Las Vegas, Nevada
A las afueras del club Atomic un coche se encontraba estacionado, con dos agentes de la C.I.A. en su interior.
–¿Ese es el Coronel Hendry? –preguntó la mujer que se encontraba en el asiento del copiloto.
–¿El de la O.T.A.N.? –preguntó su compañero.
–Sí... –replicó ella, identificando que en efecto, era el Coronel Hendry.
–Son tres capos mafiosos, el embajador italiano y el consejero delegado de Lockheed...
–No serán todos comunistas. Este Club Fuego Infernal debe ser algo más. –musitó ella, tratando de reflexionar.
–¿Has visto eso? –preguntó su compañero tras escudriñar a unas cuantas mujeres que entraban en el club en ropa interior y tacones de aguja–. ¡Vaya...! Espectacular... –comentó con evidente tono de deleite, antes de girarse y ver a su compañera desvistiéndose–. ¿Qu-qué estás haciendo?
–Usar una herramienta que no me dio la C.I.A. –replicó ella con soltura, instantes antes de salir del coche en ropa interior y tacones, con la intención de infiltrarse entre aquellas mujeres y entrar al complejo.
Entretanto, el Coronel Hendry se encontraba en una sala, esperando a su anfitrión, cuando la puerta precedente al club se abrió, entrando por ella una bella mujer de cabello rubio y ojos azules que vestía enteramente de blanco.
–¿Coronel Hendry? –preguntó ella.
–Sí, señorita.
–Emma Frost, la socia de Sebastian Shaw. –se presentó la joven con una sonrisa encantadora.
–¿Y dónde está el Sr. Shaw? –preguntó el coronel con discrección.
–Estamos dando una fiesta, y él es el anfitrión. –comentó ella mientras hacia pasar a las chicas en ropa interior al recinto de la fiesta–. Acompáñeme.
Ambos entraron al club mientras Emma tomaba el brazo de Hendry, guiándolo por la sala. Ninguno de ellos notó que en ese preciso instante, la agente de la C.I.A. se acababa de infiltrar en la fiesta, llegando a la estancia poco después que ellos. Todo estaba dispuesto como si se tratase de un gran casino, juegos de mesa, apuestas, y en última instancia, chicas que deleitaban a los asistentes. La agente pudo ver en el momento justo cómo Emma Frost entraba a un pequeño rincón del esplendido salón de juego, en el que había una mesa redonda. Segundos después, Emma cerró las cortinar, al igual que las demás chicas que acababan de llegar a esos rincones con sus clientes. La joven de la C.I.A. comenzó a caminar lentamente hacia el lugar en el que habían desaparecido tras las cortinas el Coronel Hendry y la mujer vestida de blanco.
–Hola preciosa, ¿cómo estás? –preguntó uno de los huespedes de la fiesta, acercándosele.
–Eh nena, ¿nos vamos a un sitio más tranquilo? –preguntó otro.
–Oh, cuanto lo siento. –se disculpó la agente con una sonrisa inocente–. Me ha pedido el Coronel Hendry. –comentó, antes de caminar de nuevo hacia la mesa a la que Hendry se habñia dirigido hacia pocos segundos. Cuando abrió las cortinas se quedó pasmada, pues la mesa estaba vacía... Y era imposible que hubieran salido de ese rincón sin que ella lo hubiera advertido, por lo que entró, cerró las cortinar y se sentó en la mesa.
Entretanto, en la sala oculta del Club Fuego Infernal, Sebastian Shaw, o como se le conocía anteriormente, Klaus Schmidt, estaba charlando de forma informal con el Coronel Hendry, acompañado por Emma Frost y otro hombre más.
–¿Seguro que no quieres otra copa, Bob? –le preguntó el hombre.
–No. –replicó el Coronel.
–Creo que te has opuesto a la propuesta de situar misiles Júpiter en Turquía. –comentó Shaw mientras tomaba un trago de coñac, sentándose en el sofá de la estancia–. Espero que lo medites mejor.
–Ya hemos tenido ésta conversación. –replicó Hendry–. Si llevamos misiles a Turquía, o a cualquier lugar así de cercano a Rusia... Tendríamos una guerra. Una guerra atómica.
En ese preciso momento, la joven agente de la C.I.A. pulsó el pequeño vaso que habia en el centro de la mesa, sorprendiéndose al comprobar que se giraba, encontrándose en una sala secreta que parecía un despacho: lleno de estanterías provistas de libros, un escritorio, y encima de éste varios ficheros. En cuanto se aseguró de que el perímetro era seguro, la joven se acercó al escritorio, observando varios documentos que estaban en ruso, lo que la hizo suspirar.
Shaw continuaba hablando con el Coronel Hendry sin ningún tipo de tapujos ni ataduras, pues estaba realmente calmado.
–No pido favores, coronel. Solo expreso mis esperanzas... –comentó–. Con que, te lo repetiré: solo espero que lo reconsideres.
–El único asunto que voy a reconsiderar... es si me apetece otra copa de ese delicioso champán. –replicó Hendry, sin demasiadas intenciones de cambiar su postura respecto al plan de los misiles.
Ante su respuesta, Shaw hizo un gesto al hombre que se encontraba en la barra del lugar, quien de pronto creó un pequeño tornado con sus manos, lanzándolo a la mesa, mientras que fue desplazándose hacia Hendry.
–¿Qué coño me has hechado en el vaso...? –preguntó Hendry con una nota evidente de sorpresa en su voz.
El pequeño tornado fue acercándose cada vez más al Coronel, hasta que de pronto, el joven que lo había creado hizo un leve gesto, lo que provocó que el tornado golpeara al Coronel Hendry, lanzándolo contra la pared. Ese golpe resonó en la habitación contigua, siendo ésta en la cual se encontraba la agente de la C.I.A., quien tras escuchar el golpe, se acercó a investigar una de las estanterías que acababa de moverse ligeramente. Cuando se asomó a investigar lo que ocurría en el cuarto adyacente, observó cómo Emma Frost transformaba su cuerpo en diamante, lo que la hizo abrir los ojos con pasmo.
–Es magnífica, ¿verdad, Bob? –le preguntó Shaw a Hendy–. Una mutación genética. La evolución del genoma humano. –le comentó con una sonrisa complacida, antes de girarse hacia Emma–. ¿Dónde está Azazel? –preguntó, ante lo cual Emma silvó con un desagradable sonido que de pronto fue interrumpido por la aparición repentina de un hombre de piel roja, cuernos en su cabeza, pelo negro y cola como la de un demonio–. Ah, no queremos que el Coronel llegue tarde.
Ante el comentario de Shaw, el hombre que acababa de aparecer, Azazel, extendió su mano hacia el Coronel Hendry, quien la tomó tras unos segundos de duda, teletransportándose de pronto y sin el menor rastro.
Cuando la agente de la C.I.A. regresó a su coche, trató de ponerse en contacto con su superior, informándole de lo que acababa de presenciar, pero no quiso escucharla, pues el Coronel Hendry se encontraba con él y los demás miembros de la O.T.A.N. reunidos en la estancia, por lo que le pareció inverosímil que el hombre hubiera viajado más de cinco mil kilómetros en menos de diez minutos por arte de magia. Tras unos segundos colgó el teléfono, dejando a la agente con la palabra en la boca.
–Señor, yo--
–¿Has perdido el juicio? –le preguntó su compañero, observando que colgaba la llamada–. ¿Y ahora qué?
–Buscaremos a un experto en mutaciones genéticas. –sentenció ella con una sonrisa conocedora, pues sabía exactamente a quiñen iba a recurrir.
***
Universidad de Oxford, Inglaterra
–Bueno, ¿qué se siente al ser profesor? –preguntó Raven, mientras salíamos del recinto de la universidad, donde acababan de licenciar a mi querido hermano telépata y a mi, puesto que gracias a mis últimos exámenes, a mis altas calificaciones e inteligencia, había podido graduarme en mis cuatro especialidades asignadas mucho antes que mis compañeros.
–Ah, no me llames así. –replicó Charles–. No se es profesor hasta que te contratan para dar clases.
–Ya lo sé, pero te queda bien. –comentó Raven mientras caminaba junto a mi hermano, caminando yo tras ellos–. ¿Y tú qué, (T/n)? Has podido graduarte en todas las especialidades que querías, ¿no? –me preguntó, mientras me miraba.
–Es cierto. Enhorabuena, hermanita. –me felicitó Charles.
–Gracias Charles. –repliqué con una leve sonrisa antes de volver a mi expresión estóica–. "Siempre es así. Un simple enohorabuena es todo lo que se le ocurre decirme. Nada más. Solo está interesado en Raven... Y ya ha vuelto a charlar con ella... Como siempre, dejándome de lado", pensé mientras caminaba con ellos, sin hacer demasiado caso a su conversación.
–En serio, deberías valorar más el esfuerzo de (T/n), Charles. A pesar de ser humana se ha licenciado en docencia, psicología, armamento avanzado y combate avanzado. –comentó Raven con un tinte de admiración en su voz.
"Genial Raven, muchísimas gracias por tus ánimos. No metes para nada el dedo en la yaga...", pensé con ironía tras su comentario acerca de que yo era, muy a mi pesar, humana.
–Y lo estoy, Raven, lo estoy. –dijo Charles–. Por ello vamos a celebrarlo tomando un trago.
–¡Estupendo! –exclamamos Raven y yo, al fin contentas de poder disfrutar de una copa.
Caminé tras Raven y mi hermano Charles por unos segundos antes de girarme, pues sentía como si alguien nos hubiera estado observando todo este tiempo. Escaneé con mis ojos azules el entorno, y pude localizar a lo lejos a una mujer de cabello castaño y ojos marrones que salía del auditorio, encaminándose en nuestra misma dirección. No era telépata como Charles, pero ni siquera me hizo falta una mutación para averiguar que esa mujer quería algo de él. Lo que me escamaba era el no saber cuales eran sus intenciones, por lo que decidí mantenerme alerta.
***
Villa Gesell, Argentina
Erik acababa de llegar al lugar en el que el banquero francés le había asegurado que se encontraba Klaus Schmidt. Tras unos pocos minutos caminando encontró lo que buscaba: un pequeño establecimiento. Entró y depositó su gorro y su chaqueta en el perchero que allí había.
–Buenas tardes, caballeros. –saludó el joven manipulador de metal a dos hombres sentados en una mesa, que disfrutaban de una cerveza.
–Buenas tardes. –lo saludaron ellos, mientras él caminaba hacia la barra.
–Una cerveza, por favor. –le pidió al hombre que atendía la barrra, una vez se hubo sentado en uno de los taburetes. En ese momento su vista se giró a la izquierda, encontrando una foto de uno de los hombres que allí había, junto a Klaus Schmidt. Se encontraban a bordo de un barco llamado Caspartina. Aquello no le dejó dudas sobre que acciónes debía tomar–. Cerveza alemana. –comentó Erik en alemán, mientras observaba al que atendía la barra, esperando su contestación.
–Claro. –le respondió el hombre con un perfecto castellano, lo que hizo que Erik descartara que aquel hombre hubiera estado o hablado con Schmidt, pues en tal caso sabría alemán.
–Sí, es una Bitburger. –comentó uno de los hombres que se encontraba en la mesa cuando él había entrado–. ¿Te gusta? –le preguntó aquel hombre antes de carcajearse. Éste le habló en alemán, lo que hizo que Erik se tomara unos instantes para responderle, pues acababa de encontrar al hombre que aparecía en la foto del barco junto a Schmidt. Era lo que necesitaba.
–La mejor. –sentenció Erik con una sonrisa maliciosa en su rostro, instantes antes de girarse hacia los dos hombres de la mesa–. ¿Qué les ha traido a Argentina? –les preguntó.
–El clima. –replicó el que aparecía en la foto–. Soy un granjero de cerdos. –comentó antes de soltar una risotada que Erik compartió, esbozando una sonrisa sarcástica.
–Soy un sastre. Desde que era niño. –replicó el otro hombre de la mesa–. Mi padre hizo los trajes más finos de Dusseldorf.
–Mis padres son de Dusseldorf. –comentó Erik con aparente sorpresa, levantándose del taburete de la barra, acarcándose a la mesa.
–¿Cómo se llamaban? –preguntó el sastre.
–No tenían nombres. –replicó Erik con una sonrisa aún plasmada en su rostro, sentándose en la cabecera de la mesa, a la derecha del hombre de la foto y frente al sastre. Éstos intercambiaron una mirada al escuchar las palabras de Lehnsherr–. Les quitaron los nombres... los criadores de cerdos... y los sastres. –comentó con una sonrisa, brindando con ellos, antes de comenzar a beber la cerveza.
El manipulador de metal estuvo manteniendo un pequeño concurso de miradas con los dos hombres por unos minutos, quienes de pronto parecían incómodos. Al dejar el vaso de cerveza aún sin terminar en la superficie de la mesa, gesto que los dos hombres imitaron, Erik se miró el brazo izquiero, girándolo lentamente para dejar a la vista los números con los que había sido marcado: 214782. Aquello no les dejó duda alguna sobre la identidad del joven.
Cuando aquella realización se hizo presente, los dos hombres con los que Erik acababa de mantener una conversación estaban evidentemente asustados. El primero con el que había hablado sacó un cuchillo claramente perteneciente a las SS, intentando acuchillar al joven, quien fue más rápido, aprisionando su brazo derecho con el izquierdo suyo, y tomando el cuchillo con su mano derecha.
–Sangre y Honor. –leyó Erik en el filo del cuchillo, mientras mantenía la mano derecha del hombre contra la superficie de la mesa, con el dorso apoyado en la madera–. ¿Qué quiere perder primero? –le preguntó, su semblante ahora serio.
–Solo cumplíamos órdenes... –se excusó el criador de cerdos.
–Sangre, entonces. –concluyó Lehnsher, clavandole el cuchillo en la palma de la mano, lo que hizo retroceder al sastre, asustado. En ese momento el dueño del establecimiento y quien atendía la barra, salió con una pistola, apuntando al joven mutante.
–¡Vamos, dispara! –lo animó el sastre.
Erik unicamente tuvo que dar una ligera mirada a la pistola del hombre para poder manejarla a su antojo, por lo que sin ningún esfuerzo, giró la mira y el brazo del hombre hacia el sastre, apretando el gatillo. Tras unos pocos segundos de haber hecho aquello, Lehnsherr usó sus poderes para hacer volar el cuchillo y calavarlo en el pecho del dueño del bar, para después volver a clavarlo en el dorso del hombre que aún estaba vivo. Tras suspirar, el joven de 32 años cogió el vaso de cerveza, terminándoselo de un solo trago.
–¿Quién eres? –preguntó el hombre.
–Digamos que soy en monstruo de Frankenstein. –replicó Erik en un perfecto castellano, levantándose de la mesa pocos segundos después, caminando hacia la foto, observándola–. Y estoy buscando a mi creador. –sentenció antes de usar sus poderes para coger la pistola y dispararle al ex-nazi.
***
Universidad de Oxford, Inglaterra
Charles se encontraba sumido en un concurso de beber todo lo que puedas, mientras yo y Raven lo mirabamos divertidas, pues estaba bebiendo el coñac de un tubo de ensayo extremadamente largo. Los compañeros habían querido celebrar con nosotros que nos acababamos de licenciar. Cuando mi hermano terminó de beber aquel tubo de ensayo, iba a acercarme para brindarle un abrazo y un beso en a mejilla cuando Raven corrió hasta él y lo abrazó. Una vez más, sentí la indeseable punzada de los celos, pero me concentré en no pensar en ello.
–Que orgullosa estoy de ti... –indicó la metamorfa.
"¿Orgullosa? ¡Es mi hermano, Raven! ¡Yo debería sentirme orgullosa, no tu!", pensé, dejando que la ira y los celos dominaran mi consciencia.
En ese momento pude notar que mientras Charles se dirigía a la barra, la misma chica que había notado que nos seguía esa mañana salía a su encuentro.
–Enhorabuena, profesor. –lo felicitó esa mujer, estrechándole la mano.
–Muchas gracias. –dijo él algo achispado–. Es mucho más difícil de lo que parece, la verdad--
–No, es por su tesis. –lo interrumpió ella.
–Oh, ¡ha estado en mi lectura! –se sorprendió mi hermano–. Muchas gracias.
–Moira MacTaggert. –se presentó ella con una sonrisa, que extrañamente no me molestó en lo absoluto, incluso decidiéndo acercarme a ellos.
–Charles Xavier. –se presentó mi hermano, antes de notar mi presencia–. Oh, esta encantadora señorita de aquí es mi hermana, (T/n) Xavier.
–Encantada, Moira. –la saludé con una sonrisa, feliz por encontrar a alguien normal como yo–. Lo lamento, no pretendía escuchar.
–No te preocupes, de hecho puede que tu ayuda también nos venga de perlas, (T/n), ya que veo que tu hermano está algo más achispado de lo que quiere reconocer.
–Oh, vaya, muchas gracias... –se ofendió de forma sutil Charles, lo que provocó que yo sonriera, pues esa mujer me caía bien. Tras unos segundos nos sentamos los tres en una mesa cercana para charlar con tranquilidad.
–¿Qué problema tiene, Moira? –pregunté con franqueza, pues odiaba irme por ar ramas y desvariar. Además, teniendo en cuenta que mi querido hermano telépata estaba algo achispado, sería más fácil ir al grano.
–¿Co-cómo has sabido que tengo un problema? –me preguntó ella–. ¿Acaso me lees la mente? –inquirió con sorpresa, lo que hizo que Charles soltara una pequeña risa, y que yo sonriera de forma incómoda.
–No, no leo la mente, Moira. –le respondí–. Pero por tu postura corporal, tus ojos nerviosos que no dejan de observar cada rincón de la habitación, y el revelador hecho de que estés jugando con tus manos, me ha dado las pistas suficientes para saber un par de cosas sobre ti: Eres de la C.I.A., lo sé por el evidente secretismo con el que te conduces, y por el hecho de que lleves una placa de identificación el el bolsillo de la gabardina, que por cierto, sobresale un poco. Por otro lado debes de tener un problema realmente importante si requiere hablar con un experto en genética como mi hermano. –me expliqué con toda la calma de la que disponía, pues no quería incomodarla. Ella me observó con los ojos como platos, y por una vez me sentí como si también yo fuera una mutante.
–Ha sido increíble. –comentó con asombro–. Es tal y como has dicho, (T/n). –dijo antes de volverse hacia Charles–. Profesor, dígame, la clase de muaciones de las que hablaba en su tesis, quiero saber si ya pueden haber ocurrido. En personas que vivan hoy.
En ese momento observé cómo mi hermano se colocaba una mano a un lado de la sien, lo que me hizo rodar los ojos una vez más, pues estaba usando su poder para leerle la mente a Moira y ver lo que ella había visto. A los pocos segundos pude ver cómo su expresión pasaba de una aburrida a una interesada y emocionada, lo que me indicaba que acababa de ver más mutantes como él y Raven. Lo que significaba que había mutantes causando problemas para la C.I.A.... Algo realmente importante sin lugar a dudas.
–¿Profesor? –preguntó, confusa por la aparente ausencia de mi hermano, quien parecía ante sus ojos estar soñando despierto–. ¿(T/n), tu hermano está bien? –me preguntó Moira.
–Oh, sí, tranquila. –le aseguré yo–. Le suele pasar con frecuencia cuando se encuentra pensando. Aunque claro está, es un poco imbecil y es fácil confundirse...
Ante mi comentario sarcástico la agente MacTaggert se hechó a reír, lo que terminó contagiándome, ambas riendo al unísono por unos breves instantes, hasta que al fin nos calmamos y observamos a mi querido telépata.
–Algo me dice que ya conoce usted la respuesta a su pregunta. –le respondió Charles, una vez hubo salido de aquel trance en el que se hallab sometido–. Esto me importa mucho, y si puedo ayudarla me esforzaré al máximo.
–Gracias. –replicó Moira con una sonrisa–. Gracias a los dos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro