Capítulo 26
Ni bien llegamos a casa, mi hermano se fue directamente a su habitación y dando un buen portazo, dejó en evidencia su mal humor. Desde que volvimos del parque que no había vuelvo a pronunciar ni una sola palabra, algo muy común en Nicky cuando se enojaba.
—¿Qué le pasó?— La preocupada voz de mi madre, me incitó a verle el rostro.
No quería mentirle, era mi mamá. Tampoco me agradaba la idea ocultarle cosas, mucho menos algo tan importante como lo que habíamos descubierto con su hijo más chico. Merecía saber la verdad, pero por algún motivo, decidí hacerle caso a mi hermano.
—Se peleó con una chica— Mentí rodando los ojos, intentando verme creíble.
—Con que mi bebito ya creció— Bromeó con un halo de melancolía por el rápido paso del tiempo.
—¿Cuándo fue un bebito?— Jugué arrebatándole una risilla que acompañé.
Para Susana, Nicholas era un santo cuando de relaciones y mujeres se hablaba. No era tonta, sabía que la vida sexual del oji-azul era activa, no obstante, a él jamás traer una chica y tocar el tema, decidió fingir que todavía era un crío. Si nuestra madre supiera cuantas fueron las féminas que compartieron las sábanas con Nicky, se desmallaría ante la cantidad. Sin embargo, mi hermanito siempre tuvo la decencia de recordar el nombre de cada fugaz amante y asegurarse de que ni una sola lágrima sea derramada por su particular forma de "amar". Nick podía ser mujeriego, pero jamás un patán.
Tras compartir un abrazo con la castaña que tenía por progenitora, besé su mejilla y subí a mi cuarto. Me saqué las zapatillas y caí de espaldas sobre el acolchado turquesa que escondía mis sábanas de Piolín.
Tantas cosas fueron las que me pasaron en un solo día, que las escenas se interponían entre sí dentro de mi cabeza. Para completar, tenía que ponerme a estudiar cuanto antes, en unos días tenía examen de Historia y lo que sabía sobre La Revolución Industrial era poco y nada.
Necesitaba tomarme un tiempo para pensar en cada cosa, así ya dejarían de atormentarme, o por lo menos no lo haría a la vez.
Exigiendo una reflexión inmediata, el rostro de mi padre apareció. Verlo después de casi cuatro años, sin duda fue algo raro y por demás incómodo. Todavía no entendía como es que tuvo la caradures de hablarnos como si nada hubiese pasado, después de habernos abandonado sin molestarse en mirar atrás. Por otro lado, seguía sin poder creer que Denise compartía mi sangre ¿En qué momento pasó de ser la exnovia de mi mejor amigo a mi media hermana? Me asqueaba de solo pensar que alguien tan fastidioso como ella pudiera ser mi familiar y el de Nick, quien varias veces había destacado el buen físico que la capitana de las porristas poseía.
El recuerdo de mi hermano haciendo comentarios sobre el físico de la rubia, hizo que una risotada personal inundara el silencio de mi dormitorio, haciéndome quedar como una perfecta maniática. Secando la lágrima de diversión que recorría mi mejilla, me senté y el amargo sabor de nacientes preguntas que jamás obtendrían respuestas, trajo de vuelta a mi serio semblante.
Tras ponerme de pie, me cambié la camiseta por una dos talles más grande y me deshice de los ajustados y calurosos jeans que traía.
La segunda cosa que revoloteó en mi cabeza durante todo el día desde que sucedió, fue el beso con Zac. El no saber como quedaron las cosas con él, me daba un poco de miedo. Es decir, no quería perderlo, temía porque el oji-amarillo sintiera algo que yo no podía corresponder.
Lo quería muchísimo y sí, las ganas que tenía por probar sus labios estaban volviéndome loca, sin embargo, no sentí más que un beso, uno bueno, pero nada extraordinario. No hubo mariposas, escalofríos, sentimientos y mucho menos, pasión. Su boca no me embriagaba, no me incitaba a querer más, a desesperarme por acariciarlo...
¿Cómo iba hacer para explicarle que no sentía nada después de haber compartido esa fuerte tensión cada vez que estábamos cerca? ¿Cómo sería capaz de cortarle el rostro luego de haber sido yo quien lo buscaba?
No quería jugar con sus sentimientos, lo que menos quería era lastimarlo como lo hice con el castaño. Necesitaba hablar urgentemente con mi amigo y dejar las cosas claras, debía evitar a toda costa los malos entendidos. Además, tenía que contarle sobre la recién conocida relación que tengo con su antiguo amor.
No terminé de apoyar la ropa que me había sacado sobre la silla-cesto cerca de mi escritorio, que mi vientre se retorció de repente. Agarré mi celular y al mismo tiempo en que me fijaba la fecha en la que estaba, sentí una particular humedad apoderarse de mi sexo.
—Mierda, mierda, mierda— Murmuré.
Tomé una toalla femenina de mi armario y corrí al baño. Cinco minutos después, cuando el mensual problema fue solucionado, volví a mi pieza y tras apagar las luces, me hice una bolita dentro de las ropas de mi cama. En momentos como este odiaba haber nacido mujer.
Mirando un punto fijo en la oscuridad atravesada por el débil fulgor de una media luna y una que otra estrella, el último y más importante tema llegó, buscando ser el que más concentración requería.
No había un solo día en que no pensara en Matt, ni una sola noche pasaba sin que recordara sus caricias. Mientras besaba a Zac, por un segundo creí estar besándolo a él. No podía simplemente olvidarlo y superarlo. Tal vez era el verlo diariamente en el instituto o como dice el dicho, era por un cruel capricho de desear lo que perdí.
Cada vez que lo veía con Jazmín, dato otorgado por el oji-amarillo, todo dentro de mí temblaba y la sangre me hervía. Siempre imaginaba acercármeles, correrla de un tirón a ella y besar al que alguna vez fue mi chico. No obstante, me faltaba mucho valor para volver real la casi diaria fantasía que soñaba despierta.
Ya habían pasado varios meses desde que nos separamos, bastante más tiempo del que creía, sin embargo, seguía observándolo como si fuese ayer que dejó de estar conmigo. Odiaba con toda mi alma los celos que se apoderaban de mí cada vez que lo veía con la rubia, yo fui quien destruyó lo nuestro y ahora me la pasaba llorisqueando porque él estaba con otra persona. Era consciente de la hipocresía en mis palabras, pero no podía evitarlo.
Hoy más que nunca me arrepiento de haberlo dejado por alguien más, nunca debí haberlo hecho. El mariscal siempre tuvo razón, lo que sentía por Zac no era más que un estúpido capricho, pero no, en vez de escucharlo y valorarlo, seguí mis putos impulsos. El pelinegro había protagonizado a la perfección la fachada del chico malo, sexy y solitario que llamaba la atención de todas, incluyéndome; no obstante, no podía culparlo a él, yo había sido la estúpida.
Algo me decía que mis sentimientos por Matt eran más que simple cariño, como yo solía decir.
[...]
Mientras repasaba mis apuntes de Historia y Cata pasaba a limpio los suyos, le conté todo lo que ayer había vivido; desde el beso con mi mejor amigo hasta el inesperado encuentro con Anthony. La expresión de sorpresa que gesticuló cuando le conté lo de mi padre, se intensificó al revelar la identidad de su otra familia. Sé que Nicky me obligó a cerrar la boca, pero no podía no contárselo a la rubia, era como mi hermana... otra. Además, si no lo hablaba con alguien, llegaría un punto en el que estallaría y todos lo sabría. Mejor prevenir que curar.
—¡¿Denise?! ¡¿En serio?!— Se burló.
—¡Sh!— Exigí silencio, si mi hermano se enteraba que le conté me arrancaría la cabeza —¡Cállate!
—Perdón— Susurró entre risas.
—Deja de reírte— Pedí acompañando su contagiosa diversión.
—Como sea— Poniendo los ojos en blanco, se acomodó sobre su pupitre —Me alegra que por fin entiendas que Matt es el indicado. Es más, creo que todavía siente algo por ti.
—Zac dice lo mismo, pero no lo sé... Pasó mucho tiempo y está con Jazmín.
—Algo me dice que solo es una pantalla...— Sonrió cómplice y enarqué una ceja —No se me pasa por alto como te mira— Intentó pasar por alto la sonrisa todavía latente sobre su boca —Porque todavía lo hace— Afirmó.
—¿Qué tramas?— Cuestioné palpando mis labios con el extremo sin punta de la lapicera en mi mano.
—Nada, tarada— Respondió volviendo a poner sus ojos en blanco y guardando sus útiles, ya que el timbre acababa de chillar anunciando la hora del almuerzo.
Mientras nos dirigíamos a la cafetería, por un momento tuve la idea de acercarme a Matt para hablar con él, sin embargo, me arrepentí cuando vi a Jazmín colgada de su brazo, sonriéndole. Suspirando, opté por evadir los celos que quemaban mis entrañas, y después de despedirme de Cata, quien había quedado para comer con su novio, me dirigí a la barra para recoger mi almuerzo.
Un halo de pánico me abrazo al encontrarme con Zac y su infaltable sonrisa.
—¿Podemos hablar?— Pedí en un susurró mientras acomodaba un mechón de pelo detrás de mi oreja.
—Por supuesto, bonita.
Esperó a que la milanesa, acompañada por un poco de ensalada, fuera depositada en mi bandeja y me siguió hasta el patio. Amaba comer al aire libre, no sé por qué, pero era como si le diera otro gusto a la comida.
—¿Qué sucede?— Interrogó con la vista puesta sobre el improvisado sándwich de carne que se había hecho.
—No sé cómo decirlo sin que suene mal...
—¿Quieres hablar sobre el beso que nos dimos ayer?— Asentí tímidamente —No tienes de qué preocuparte, bonita. Puedes olvidarlo y quedarte tranquila de que no volverá a pasar.
Inmediatamente me sentí aliviada y se dio cuenta de ello por la sonría involuntaria que se había pintado en mi cara.
—Qué suerte...— Suspiré anclando mi mirada en la suya.
—¡Oye, eso duele!— Exclamó incrementando su sonrisa, dejándome ver sus dientes y bien definidos colmillos —¿Tan feos son mis besos?— Fingió tristeza en su voz y apoyándose una mano sobre el pecho, llevando a otro nivel su actuación.
—Horribles— Bromeé haciéndonos carcajear a ambos.
—Eres una terrible persona— Acotó todavía riendo. Mordiéndome la sonrisa, negué con la cabeza y me llevé el tenedor a la boca —¿Es por Matt? Porque soy muy consiente de que mis besos son más que exquisitos.
—¿Hay algo de personalidad en tu ego?— Una nueva risotada nació y me respondió con su dedo pulgar e índice, los cuales había elevado frente a su rostro y estaban a un pelo de tocarse, expresando algo más que diminuto. Cuando la gracia pasó, contesté su interrogante —Sí...
—Tienes que hablar con él, bonita.
—No sé si sea una buena idea... Lo veo feliz con esa chica y pasó mucho tiempo desde lo nuestro. Tengo miedo a que me rechace.
—No tengas miedo, él todavía te quiere— Me animó apoyando su mano sobre la mía por encima de la mesa —Me molesta lo que hace, pero Jazmín no es más que una persona en la que él se apoya. No siente nada por ella. Anímate.
Me guiñó uno de sus dorados faroles y siguió devorando su almuerzo. Con una apenas visible sonrisa, apreté la bombilla plástica de mi bebida con los labios y me perdí en un punto fijo. Tal vez debía seguir los consejos de mis mejores amigos y buscarlo. No podía vivir esperando a que él fuera quien dé el primer paso, otra vez.
Al recordar lo que quería contarle, me sobresalté y me ahogué con la amarronada gaseosa.
—¿Estás bien, bonita?— Consultó el comensal frente a mí, riendo y con el cachete derecho inflado por la comida en su boca —Sé que soy hermoso, pero no es la primera vez que me vez— Bromeó extendiéndome una servilleta.
—¿Eres noventa por ciento ego y diez por ciento persona, verdad?— Inquirí sintiendo como el gas me congelaba las fosas nasales y sacudí la cabeza al sentir el ardor. Hincándose de hombros, Zac mantuvo su sonrisa —Tengo que contarte algo muy loco.
—¿A sí?— Arqueó una ceja y asentí.
—Ayer vi a mi padre— Solté y sus ojos se abrieron ante la noticia —Y estaba con un integrante de su otra familia. Mejor dicho, con mi media hermana.
—¿Y? ¿La conocías?— Supuso, y supuso bien.
—La conocemos— Punteé.
Su ceño se frunció y no pude evitar reír por eso.
—¿Micaela?— Preguntó con la boca llena y señalando a la mencionada, sentada a unas mesas de nosotros.
—¿Qué? No— Negué riendo.
—Que se yo, tienen el mismo color de pelo— Se defendió.
—Tú la conoces mejor que yo.
En tanto él pensaba y repasaba una lista imaginaria sobre las chicas que ambos conocíamos, yo pellizcaba el interior de mi boca con los dientes y jugaba con mis uñas y el popote de mi bebida.
—No— Escupió anclando sus orbes en los míos. Sin dejar de sonreír, afirmé con la cabeza —No... No puede ser.
—No dramatices, tampoco te dije que serías padre.
—Créeme que eso sería mucho mejor— Parpadeó digiriendo la noticia —¿Ella lo sabe?
—No tengo idea, aunque ahora entendería el porqué de su empeño con molestarme... De todas formas, no se te ocurra decirle, eh— Lo amenacé con mi tenedor cargado de lechuga.
—Claro... Como yo hablo tanto con ella— Respondió sarcástico.
—¡Bueno, perdón!— Chisté sonriendo —Me olvidé— Confesé riendo y él resopló divertido.
[...]
La hora de salida por fin había llegado y desesperadamente, todos abandonamos las aulas. En la amplia entrada del instituto y con las mochilas al hombro, junto a Catalina nos encontramos con Mike y Zac, quienes recién llegaban de despedirse de sus compañeros.
—¿Quieren venir esta noche a casa? Podemos comer unas pizzas— Propuso la melliza, guiñándole un ojo a ambos.
Los dos masculinos aceptaron y se fueron tras saludarnos con un amistoso beso en la mejilla, excepto por Zac, que aprovechó el despiste del defensor y besó la cornisa de los labios de la rubia.
Esperé a que ellos se fueran y con la boca abierta, la incriminé con la mirada. Ella simplemente sonrió hincándose de hombros, haciéndose totalmente la desentendida.
—¿Y eso?
—No lo sé. Igual, no imagines cosas raras. Por muy sexy que sea el lobo, estoy con Mike— Contestó y sin mirarme, comenzó a caminar.
—Okey...— Susurré entre risas y corrí hasta su lado.
[...]
Después de haber mandado a los chicos a comprar, con la rubia reacomodamos la sala de estar. Para volver más espacioso y cómodo el lugar, tiramos los cojines del sofá al suelo, repartimos un par de mantas y formamos un cuadrado con los sillones, carentes de sus almohadones, frente al amplio plasma donde el logotipo de Netflix resaltaba en rojo.
Justo cuando terminamos de acomodar nuestro cine casero, ambos pelinegros regresaron. Abriendo ellos mismos la puerta, con la llave que Cata les había prestado, dejaron entrar una fresca correntada nocturna, digna de otoño.
—¡¿Qué compraron?!— Gritó la rubia al ver a su novio dirigirse a la cocina.
—¡Pizzas, cervezas y helado!— Contestó el número siete del equipo desde el otro cuarto.
—¿Y mis cigarros?— Pregunté en un tono no tan alto mientras terminaba de colocar la última manta.
—Acá están, no tienes por qué gritar, bonita— Susurró Zac a centímetros de mi oído, generándome un escalofrío —Creí que fumabas ocasionalmente y que no te comprabas, mentirosa.
—Yo no los compré, fuiste tú y fumo por nervios— Me excusé sacándole la lengua y poniendo los ojos en blanco.
—Eh, a mi no me hagas esas caras— Ordenó con su gesto arrugado y una ladeada sonrisa.
—Oblígame— Lo desafié enarcando una ceja.
—Conste que tú lo pediste.
Al verlo acercárseme, retrocedí y a los pocos pasos, caí de espaldas sobre los almohadones que tan estratégicamente había acomodado hacía unos minutos. Zac cayó sobre mí y mordiendo la lengua que escapaba de su boda, comenzó hacerme cosquillas. Me retorcí de mil formas, chillé, pataleé, lagrimeé, carcajeé y hasta le pegué, pero nunca me soltó.
Con el diafragma palpitando y ardiendo ante las potentes risas que los malditos dedos de mi amigo me producían, abrí un ojo en busca de algo que pudiera ayudarme.
—A-yu... Ayud... Ayu-da— Pedí como pude entre llantos y risotadas al ver a la rubia detrás del pelinegro, divirtiéndose ante la tortura que este me estaba haciendo sufrir.
—Déjala, déjala— Habló Cata, con el mismo tono que usaba mi madre conmigo y Nicky cuando peleábamos —Suficiente, que sino después se enoja y se pone a llorar— Argumentó haciendo carcajear a Zac.
—¡Eso solo pasó una vez!— Reproché con las mejillas prendidas fuego mientras me ponía de pie —Mi hermano es muy bruto— Susurré con un involuntario puchero que el oji-amarillo copió exageradamente para burlarse.
Como una campana salvadora, el timbre sonó.
—¿Quién es?— Consulté abriendo la caja de cigarros para estrenarla —John tiene llaves y dudo que hayamos pedido delivery.
El silencio fue acompañado por una extraña tensión. Frunciendo el ceño, sostuve el blanco filtro con los labios.
—Te amo— Susurró Catalina.
Mike nos observó a todos unos segundos y abrió la puerta. Tragué en seco cuando la figura de Matt apareció del otro lado.
Con un huracán desatándose en mi espalda baja, mi corazón acelerándose y una sonrisa queriendo asomarse, lo observé ingresar a la casa. Sin embargo, todo desapareció cuando Jazmín se hizo presente en la escena y traspasó el umbral.
—Mierda— Chistó mi mejor amigo.
Sostuve el cigarro con la mano y relamiendo mis labios, me dirigí directamente al baño.
—Petisa— Me llamó la rubia, pero hice oídos sordos.
Cerré la puerta, y recargándome en ella, dejé salir la primera lágrima. Rápidamente encendí el pucho, clamando su tóxica calma. No podía evitar el dolor de verlo con otra persona, aunque me sentía por demás estúpida al montar la escena que me esforzaba por no provocar.
—Nata— Murmuró la rubia del otro lado de la gruesa y negra madera —Perdón, no teníamos idea de que vendría con ella— Se disculpó como si fuese culpa de ellos —Lo invitamos para que tuvieran la oportunidad de hablar. Solo queríamos ayudar, petisa.
Exhalé el humo en conjunto con un pesado suspiro y procurando mantener serenidad, salí del cuarto. Mordiéndose los labios, la melliza secó la húmeda estela que la salina gota había dejado sobre mi mejilla.
—No te pongas así, bonita...— Sin dudarlo, Zac rodeó mi cintura y me pegó a su pecho —Por favor.
En cuanto sentí el placentero calor que su torso emanaba, el llanto me rebalsó y una a una, las secreciones fueron abandonando mi mirada. Apoyando una de sus manos en mi cabeza, nos meció. Cata me arrebató el cigarro de la mano e instantáneamente, rodeé la espalda de Zac con mis brazos.
Separándose de mí, el pelinegro sujetó mi rostro y borró el visible rastro de mi lamento.
—Esos ojitos verdes no tienen que estar opacos y cristalinos. Tienen que brillar— Sonrió y sollozando, sonreí con él.
—Ya nos inventaremos algo, amiga— Catalina apoyó ligeramente su cabeza sobre mi hombro —Y el lobito nos ayudará— Añadió mirándolo y él asintió, inclinando los bordes de su boca hacia abajo, aunque su sonrisa se lo ponía difícil.
De la mano de Zac, regresé al improvisado cine y me encontré con que todo estaba listo, la pareja recién llegada en su lugar y la comida, al igual que el alcohol, estratégicamente ubicada para que todos pudieran saciarse.
Al pasar frente a Matt, nuestros iris se conectaron por un segundo y, no sé por qué, pero sentí como si estuviera molesto consigo mismo y al mismo tiempo quisiera correr a mí. Sin que se le pasase por alto, su ceño se frunció al ver mi mano entrelazada con la de su mejor amigo.
Cortando nuestro cruce de miradas, su acompañante lo tomó del mentón y después de dos jalones, consiguió que despegara su vista de mí, no obstante, su gesto seguía arrugado.
Con el oji-amarillo, pasamos frente a ellos y nos sentamos. Zac se acomodó al lado de Jazmín, incrementando el espacio que me separaba de mi musculitos, quien no se molestaba en disimular la molestia en sus verdes orbes al mirarnos de reojo.
La noche recién empezaba.
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