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Capítulo 23

La incomodidad de cruzarme con Peter en la preparatoria, desapareció tras enterarme de que se había cambiado de instituto. Evidentemente, la advertencia de Matt funcionó mejor de lo que esperaba. Cada vez me quedaba más claro que su voz tenía bastante peso dentro del campus educativo.

Dos semanas después, el campeonato ya estaba comenzando y con él, los partidos que tan nerviosos tenían a los chicos. Hoy, precisamente, se llevaba a cabo el primer juego y con Catalina, ya estábamos sobre el cuidado y pintado césped, bailando la coreografía asignada para este día.

Con un festejo tanto nuestro, como de la tribuna, los jugadores aparecieron. Tomando su lugar como el capitán del equipo, Matt apareció en primer lugar y pisándole los talones, los demás lo siguieron. Moviendo las porras en nuestras manos y dando eufóricos saltos, los recibimos como el buen apoyo que intentábamos ser. Tras saludar al público, compuesto mayormente por estudiantes y amistades ajenas a la preparatoria, los muchachos aligeraron el ambiente bromeando, tirándonos besos que, siguiéndoles el juego, aceptamos sobreactuando, haciendo carcajear a los presentes.

Los sesenta minutos que duró el partido fueron terriblemente tensos, sobre todo los últimos quince. Aunque ganamos, la diferencia fue poca. Si nuestros primeros contrincantes nos hicieron sufrir de comienzo a fin, no quería ni imaginarme lo que nos esperaba. Solo nos quedaba alentar a los chicos para que dejaran todo de ellos en el campo.

Los aplausos y gritos de festejo, por parte de la tribuna, resonaron en toda la cancha. Todas mis compañeras, incluida Cata, salieron corriendo hacia los transpirados jugadores para felicitarlos como las buenas porristas que éramos. Yo iba en último lugar, ya que no tenía a quien hacerle una fiestita; mi hermano no pudo jugar este partido, sin embargo, eso le importó poco. En cuanto me vio, corrió a mí y abrazando mis piernas, me levantó y comenzó a girar, arrebatándome una limpia carcajada.

Después de dejarme un beso en la mejilla, corrió hacia sus colegas y se unió a la ronda de abrazos, que estos mismos habían formado desde que el arbitro tocó el silbato. Con el gesto arrugado y los dientes enterrados en mi sonrisa, negué con la cabeza mientras lo veía festejar como si no hubiese un mañana.

Por otro lado, mi mejor amiga pegó su boca a la de su nuevo novio, con el cual había empezado a salir hacía poco menos de una semana. En contra de los constantes reproches de su mellizo, ella siguió a su corazón y le dio el a Mike. Si bien en mi opinión cada uno debe hacer lo que sienta, que John se opusiera me hacía dudar en un millón de formas. Sin embargo, no era quien para meterme, lo único que podía hacer era apoyarla en su nueva relación y disfrutar a su lado. Total, si se equivocaba ahí estaría para consolarla.

Hace alrededor de tres noches, la rubia me contó que tuvieron una cena romántica con el número 7 del equipo, en la cual él le hizo la pregunta que ella tanto había estado esperando. Si mi memoria no falla, estas fueron sus palabras: "Rubia, no quiero que otros labios toquen los tuyos; que tu cuerpo sea apreciado por otros ojos, que no sean los míos; que tu mente imagine a otro hombre que no sea yo. No voy a mentirte, siempre le tuve miedo al compromiso y al fracaso del mismo, pero ya no más, quiero arriesgarme contigo. No hay nada que deseé tanto como el querer amarte y que me ames, de la manera más pura posible. Me destrozaría el perderte, por eso te pido, hermosa mía: Déjame por siempre, ser tu caballero".

Cuando me relató tan poética propuesta, no pude evitar estallar en fuertes carcajadas y gracias a ello, obtuve un ligero golpe de su parte. Sin dudas me sorprendió, incluso, hasta llegó a parecerme un tanto extraña la romántica declaración. Cuando yo salía con Matt, no puedo negar el echo de que por momentos éramos algo cursis, no obstante, las palabras de Mike parecían votos matrimoniales.

—¿Me felicitarás, bonita?— Una ronca voz a mis espaldas me trajo de nuevo al presente mientras que un caliente jadeo se estrellaba contra mi cuello.

Sonreí ladeadamente al reconocerla y girando sobre mí, anclé mi mirada en los amarillentos faroles de mi mejor amigo. Enderezándose, Zac arqueó una ceja esperando una reacción por mi parte. Infinitas gotas de sudor recorrían su rostro y mechones húmedos caían sobre su frente mojada. Manteniendo su sonrisa, se despeinó el cabello con la mano derecha, ya que los dedos de la izquierda estaban aferrados al casco.

—Te felicito— Susurré volviendo clavar mis orbes en los suyos.

Descendiendo las comisuras de su boca y atrapando su labio superior con el inferior, asintió, fingiendo estar ofendido.

Con la risa raspándome la garganta, soporté la indiferencia todo lo que pude. Cuando ya no resistí más, echándome a reír, salté sobre él. El tanto yo abrazaba su cintura con mis piernas, el pelinegro enrollaba sus brazos en la mía.

—Ahora sí— Vociferó uniéndose a mis risas.

—Felicidades— Murmuré a centímetros de la suave dermis de su cuello.

—Gracias, bonita— Respondió a una corta distancia de mi oreja, desatando, sin saberlo, un infernal cosquilleó que me recorrió entera.

Al separarnos, nuestras mejillas se rozaron y un repentino calor nos envolvió. Pasé saliva cuando los bordes de nuestras bocas estuvieron a un pelo de tocarse.

Esbozando una ladeada sonrisa con la que me dejó ver sus dientes, me bajó de su cuerpo. Un extraño halo de frío pasó cerca de mí e intentando pasarlo por alto, aclaré mi garganta y relamí mis labios.

Agarró parte de mi cara y nuca con su mano libre, y como si estuviésemos completamente solos, acarició mi colorado cachete con la yema de su pulgar.

—Te luciste— Halagué pasando un mechón de pelo detrás de mi oreja, el típico rebelde que se oponía a permanecer quieto en la coleta que traía.

—Como siempre— Bromeó egocéntrico, guiñándome uno de sus peculiares faroles y rodeé los ojos ante su respuesta. Dándole fin a las caricias, alejó la mano y mirando por encima de mi cabeza, sonrió ampliamente —Ahora vuelvo, bonita— Soltó y pasando por mi lado, se encaminó hacia unos jugadores a mis espaldas.

No me extrañaba que hoy lo buscaran más que de costumbre, gracias a Zac pasamos a los octavos de final. Él fue quien anotó el touchdown ganador a segundos de que el partido acabase.

Le di un último vistazo al pelinegro y volteé en busca de mi hermano, le preguntaría si nos iríamos juntos a casa o se iría a festejar con el resto del equipo. Al buscar a Nicky con la vista, me encontré con algo totalmente distinto a lo que esperaba, algo que hizo arder el interior de mi pecho y al mismo tiempo, producirme un punzante dolor en el alma.

Matt estaba besándose con la misma rubia de la fiesta, aunque no vi definidamente las facciones de la chica, los celos me permitían reconocerla sin la necesidad de detalles.

Lo que más me dolió fue el verlo sonreír, porque eso me asustaba. Sí sonreía debajo de un beso significaba que era feliz y, por más que anhelara su dicha, temía porque empezara algo serio con ella y me olvidara por completo.

Mi respiración se volvió pesada y mis escleróticas quemaron ante la escena. Resoplé, sonriendo sin humor. Me sentía estúpida por ponerme así ¿Cómo era posible que no pudiera superarlo? Se me hacía imposible olvidar como me sentía a su lado, cada cosa que me hizo sentir, sus adictivos besos, sus dulces labios y la hermosa forma de ser que tenía conmigo.

Cerrando los ojos, busqué calmarme y suspirando, procuré dejar ir el llanto a través del aire. Relamiéndome los labios, intenté no hacer el ridículo frente a toda la preparatoria y más.

—Aún te ama— Frunciendo mi sonrisa, me esforcé por no lagrimear.

Al ver a mi amigo a los ojos, no fui capaz de seguir aguantando el mar desbordante en los míos. Acompañando a mi diafragma contrayéndose, una que otra lágrima resbaló por mi pómulo para morir bajo mi barbilla.

Sin sacarle la mirada al lamento que se deslizaba sobre mi piel, sonrió con pena y borró todo rastro de él con su pulgar.

Zac

Ver llorar al único ser que apreciaba en estos momentos, literalmente, me partía el corazón. Natalia era una chica increíble, divertida, amable y por, sobre todo, buena. Sin contar que no hacía mucho se había convertido en mi persona favorita. Se merecía todo excepto sufrir, por ninguna forma o motivo.

Fueron más de una las lágrimas que sequé, sin embargo, un tímido sorbido por su nariz me dio a entender que el agua seguiría brotando del verdoso valle que eran sus centellantes orbes. Trabando la mandíbula y relamiendo mis labios, percibí como la molestia por verla así comenzaba a carcomerme.

Sin dudarlo, tiré de ella y la pegué a mí. La abracé, lo más fuerte que pude sin lastimarla. Quería que mi calor la consolara, que mi pecho la acogiera y que se sintiera segura entre mis brazos. Sintiéndose débil, escondió su rostro en mi camiseta adulterada con amorfas manchas de tierra. En cuanto la oí sollozar, intensifiqué todavía más la muestra de afecto y apoyo que le brindaba.

Apoyando mi mejilla izquierda sobre su cabello, dejé caer mis parpados evitando el hormigueo que me producía su cercanía, y nos mecí.

Estudié a Matt a la distancia, esforzándome por comprender que era lo que pretendía con la farsa que estaba montando. Lo conocía lo suficiente como para saber que todo era mentira, que no estaba feliz, que estaba muriéndose por regresar con la chica que yo tenía entre mis brazos.

Hacía menos de dos días que me había confesado extrañar a Natalia. Hacía menos de 36 horas que lo vi lagrimear por haberla perdido. No obstante, él sufrió demasiado cuando se separaron y no puedo culparlo por intentar olvidarlo y refugiarse en otros brazos.

De todas formas, las ganas de ir hasta él, enfrentarlo y darle un buen cachetazo para que reaccionara, no me faltaban.

Matt es la persona más madura que conozco, motivo por el cual su escenita realmente me desconcertaba. Y aunque no se haya acostado con la rubia, como todo hombre despechado haría, seguía siendo raro en él que se comportase así. Jamás lo vi hacer algo siquiera similar, sin embargo, algún motivo ha de tener y por mis padres, que esta tarde descubriría cual es.

—Vámonos— Sugerí en un tono firme.

—¿A d-dónde?— Balbuceó despegándose de mí, ocasionando que el vacío, ya común en mi pecho, regresara.

Tomando su rostro entre mis manos, visualicé los salinos y aguados senderos que el llanto había dibujado en su hermosa cara.

—A cualquier lado lejos de lo que te hace llorar, bonita— Contesté sonriendo y escurriendo su piel con el revés de mis dedos.

Asintió débilmente mientras intentaba secar el dolor con sus muñecas. No pude evitar resoplar, colmado de ternura, se veía como una niña pequeña, débil e indefensa. La necesidad de abrazarla hasta que se cansara de mí, surgió desde lo más profundo de mi ser.

—Iré... Iré a despedirme de Cata, ya vuelvo— Confirmó con la cabeza agachada.

—Bien— Murmuré acariciándole delicadamente una de sus mejillas

Apretando mis labios, respiré profundamente para no hacer lo que todo en mí me exigía.

—Te espero afuera. Iré a cambiarme— Asintió y volteó en busca de su amiga.

Sin molestarme en avisarle a mis compañeros, me encaminé a los vestuarios. Tras una rápida ducha de agua fría, me coloqué unos jeans negros y una camiseta azul. Con el cabello todavía goteando, me cercioré de tener mis llaves y celular encima, salí. Me apuré en llegar a la entrada del estadio, donde tenía mi moto estacionada y Natalia me esperaba.

La pelinegra todavía no había llegado, por lo que deduje haber tardado menos de lo que planeaba. Mientras la esperaba, me recargué sobre mi bebé y prendí el cigarro en mis labios. Medio pucho consumido después, ella apareció, también se había cambiado. Sonreí al verla y no dudó en imitarme.

—Vamos— Arrojando el cigarrillo a un costado, rompí el silencio y me monté en mi rojizo vehículo.

Con sus brazos rodeando mi cintura y un templado viento rompiéndose en mí, medité dónde podría llevarla. Enseguida, la estampa de la ruta de tierra poco transitada a los pies de un pequeño bosque, a la cual asistía cuando necesitaba estar solo, se me vino a la mente.

Al llegar, bajamos de la moto y compartiendo un necesario silencio, consumí otro cigarro para acompañarla. Con la vista perdida en su silueta predominante sobre lo verde del arbolado, permití que se tomara un momento para descansar, para que pensara o, simplemente, para que se relajara.

En un principio se mantuvo calmada, deleitándose con el natural paisaje, sin embargo, no mucho después, sus preciosos iris volvieron a inundarse de lágrimas.

Arrimándome a ella, me aferré a su cintura y suavemente, me pegué a su espalda. Aun manteniendo el sigilo en mi voz, apoyé mi mentón sobre su hombro y me dediqué a disfrutar de su calor, junto con los relajantes sonidos producidos por la otoñal brisa y la salvaje fauna.

Debajo de mí, su anatomía se estremeció, acelerando los rítmicos latidos de mi corazón. Cerrando los ojos, batalló contra ella misma para calmar su agitada respiración en tanto yo disfrutaba de las reacciones involuntarias de su cuerpo.

Saber lo que sentía cuando me tenía cerca, me traicionaba. El aroma de su piel me embriagaba. Su dermis erizada me extasiaba. Estaba jugando con fuego, pero se me hacía imposible no hacerlo y me odiaba por ello.

Me volvía loco el deseo de querer hacerle todo lo que un amigo jamás haría, las fuertes ganas de rendirme ante mis impulsos y hacer lo que hace varias noches no puedo dejar de soñar. Pero estaba haciendo hasta lo imposible para serle leal a mi hermano.

—¿Quieres manejar a mi bebé?— Cuestioné, entrando en una lucha interna por ser un buen amigo —No permito que nadie la toque, así que siéntete más que afortunada.

El momento era más que agradable, sin embargo, era consiente de que, si no lo cortaba, pisaría el palito.

—¿Pero y si choco?— Respondió con un interrogante.

Girando sobre sí, quedó de frente a mí. Si daba un solo paso hacia delante, devoraría esos labios que hace ya tiempo me tienen embobado. Y poniéndomela todavía más difícil, la pelinegra mordió la esquina de su labio inferior, víctima de los nervios por estar tan cerca de mí.

Respirando profundamente, pasé saliva y valorando la segunda oportunidad que mi hermano me había dado, la solté. Caminando hacia atrás, froté mi barbilla, fingiendo no estar sintiendo nada, aunque en realidad sentía todo.

—¿Crees que dejaría que eso pase?— Arqueando una ceja y sonriendo, me acerqué la motocicleta —Anímate— Hice un ademán con la cabeza, señalando la máquina —Quédate tranquila que no dejaré que te pase nada. Confía en mí.

Me subí primero y esperé a que lo meditara. Tras un suspiro por su parte, supe que aceptaba, aunque no lo dijese, y le extendí una mano. En cuanto la tomó, jalé de ella y la senté delante de mí.

Cerré los ojos y respiré profundamente cuando cierta parte de su cuerpo rozó con cierta parte del mío. Si con todo lo que me estaba aguantando, no me ganaba el premio al mejor amigo del año, definitivamente no había forma de ganarlo.

Ladeando la cabeza y estrellando mi lengua contra las paredes internas de mis mejillas, reprimí todos los demonios que insistían con llevarme por el mal camino.

—Pon tus manos sobre el manubrio— Todavía dudaba —Sin miedo— Añadí. Cuando sus manos sujetaron la negra goma de las empuñaduras, apoyé las mías sobre las de ella —Ahora, acelera. Mueve ésta hacia atrás— Indiqué moviendo mi brazo derecho.

Su arranque fue tan débil, que me vi obligado ayudarla. Ejerciendo más presión, hice que acelerara y con el adormilado ronroneo del tanque acompañándonos, la moto se movió. Automáticamente un agudo grito, abandonó su garganta para penetrar inesperadamente mis oídos. Asociado al susto sonoro que sus cuerdas vocales produjeron, su anatomía dio un sutil salto, haciéndola retroceder inconscientemente.

Reí, ocultando los escalofríos que me produjo la fricción de sus glúteos contra mi entrepierna, por suerte, todavía dormida.

—De nuevo— Cepillándome los labios con mi lengua, me removí alejándome.

Poco a poco, Natalia fue perdiendo el miedo y no mucho después comenzó a disfrutarlo. Las carcajadas que lanzaba al aire, me curaban el alma y no entendía porque, solo deseaba que no fuera por lo que mi mente creía.

Con una velocidad media, cruzamos el bosque y nos detuvimos del otro lado, a pocos metros de un acantilado, desde el cual se podía apreciar el sereno oleaje del océano.

Apagué el motor y manteniendo un agradable silencio, ambos disfrutamos de la magnífica vista. A ella le gustaba, tanto o incluso más que a mí, la paz que tan majestuoso paisaje natural nos ofrecía.

Tomándome por sorpresa y burlándose de mi autocontrol, giró sobre la moto hasta quedar de frente a mí. Sujetando su cintura, la levanté y senté encima del tanque de nafta, divertida, acomodó sus pies y manos para no caerse.

Tomé nuevamente el manubrio y amagué con arrancar, haciendo que diera un respingo e incrementara la fuerza con la que se sostenía. Una carcajada brotó desde mi interior al mismo tiempo en que ella soltaba un suspiro. Luego de pegarme en el brazo, sin intenciones de lastimarme, se unió a mis risas.

Cuando las risotadas acabaron, pegó su casco contra el mío y cerró sus ojos. Aproveché para admirarla sin molestarme por borrar mi sonrisa. Así nos quedamos unos cuantos segundos, disfrutando el momento y la cercanía del otro.

—Gracias— Murmuró sacándose la protección de la cabeza.

—De nada— Contesté con una sonrisa menor.

Natalia saltó del vehículo y caminó hasta la orilla del acantilado. Una vez en ella, se sentó de piernas cruzadas y se prendió otro cigarro. Luego de bajar la patilla de la moto, me senté a su lado.

—¿Amas a Matt?— Solté en busca de respuestas, tan necesarias para mí como para el castaño.

Inmediatamente noté que mi pregunta la desconcertó y creo que hasta la incomodó, ya que se removió en su lugar.

—No... No lo sé— Balbuceó remojando sus labios

—No quiero presionarte ni mucho menos, bonita, pero él sí te ama. Y mucho.

Si bien tenía varios sentimientos encontrados hacia Natalia, decirle que otro hombre estaba perdidamente enamorado ella, no me lastimaba. La quería, bastante, pero mi sentir era muchísimo menor al de Matt.

—Lo sé— Sonrió precozmente, acto que acompañé —Pero...— Arqueé una ceja esperando su respuesta.

—¿Pero...?— Repetí interrogando, cuando su silencio se propagó.

—Esa otra persona de la que te hablé...— Nuevamente dejó la oración inconclusa.

—¿Qué tiene?— Sus pupilas vibraban y tragué en seco. Juro que temía por la respuesta, sin embargo, debía sacarme las dudas —¿Quién es?

Mientras mordisqueaba la esquina de su labio interior y pasaba un mechón de pelo detrás de su oreja, exhaló una potente nube tóxica. Otra vez la había puesto incómoda, por lo que me abstuve de insistir.

—¿Puedes llevarme a casa?— Mi ceño se frunció ante su inesperada pregunta.

—Seguro— Me apresuré a decir.

[...]

Después de dejar a Natalia en su casa, me dirigía a la mía. Jamás se había despedido tan secamente como hoy, sin embargo, opté por darle su espacio, de seguro lo necesitaba. Aunque eso incrementaba potencialmente el miedo por la identidad de la persona que le impedía estar con mi mejor amigo.

De la heladera saqué un plato con el guiso sobrante que había cocinado la noche anterior, y lo metí al microondas. Quince minutos más tarde, ya estaba desnudándome en mi habitación. Dejándome caer sobre la cama, prendí mi PlayStation.

Antes de que pudiera ponerme los auriculares y desprenderme así del mundo que me rodeaba, unos ruidos provenientes de la plata baja llamaron mi atención. Apoyé el brillante mando sobre la consola y me acerqué a blanca puerta de mi cuarto para escuchar mejor.

Al distinguir el peculiar sonido de un pesado caminar, di por echo que Dylan había llegado. Restándole importancia al maldito que tenía por familiar, me propuse seguir con mi plan de perderme en los videojuegos, sin embargo, un peculiar sonido me paralizó.

—¿Estás seguro de que Zac todavía no llegó?— Su voz detuvo los vitales bombeos de mi corazón.

Tragué en seco al escucharla nombrarme. Por mucho que odiase, Denise todavía poseía algo de poder sobre mí.

—De seguro salió con sus amigos— Respondió mi hermano toscamente —Anda vamos... — Mis parpados cayeron al mismo tiempo en que mis manos se volvían puños —...Amor.

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