Capítulo 20
—¡¿En serio dejaste a Matt por Zac?!— Invadiendo la privacidad de mi habitación, mi hermano entró en un grito sin molestarse en tocar la puerta.
—Creí que no querías que saliera con nadie— Arrugando el gesto, me senté en la cama y dejé mi celular a un lado.
Desde que mi relación con el mariscal de la preparatoria había terminado, Matt no había respondido ni uno solo de mis mensajes. Entendía perfectamente su necesidad por alejarse de mí, pero no podía dejar de pensar en él. Quería saber como estaba, me preocupaba el no tener ni una sola noticia sobre él.
Habían pasado poco menos de una semana y hasta entonces, la única que sabía sobre mi separación había sido Catalina. Sin embargo, al volver a la prepa, mi compañero de sangre no tardó en enterarse y ser víctima de los rumores... Los cuales eran ciertos y seguía arrepintiéndome por ello.
—Y eso no cambió, pero Matt es el único chico con el cual aceptaría que salieras— Bajando el tono de su voz, pero sin cambiar su expresión de enojo, se sentó a mi lado.
—Tú no eres quien para juzgar a la persona con quien esté.
—Sabes a lo que me refiero, Natalia— Provocándome un escalofrío por lo gélido de su mirada, parpadeó cansado y acarició a nuestra mascota, la cual movía su cola alegre por estar entre sus dos dueños —Estás confundiéndote, hermanita.
—No sé porque lo hice. Ni siquiera sé lo que siento— Bufé frustrada y dejé caer mi cabeza sobre su hombro —Matt no contesta ninguno de mis mensajes y me evita en el instituto. Lo que menos quería hacer era perderlo.
Tragándose todas las verdades que seguramente quería gritarme a la cara, se calló y acariciando mi cabello, me contuvo.
—Los roces con Zac terminaron— La musculatura de Nicky se tensó por completo —Y por suerte, la amistad sí se forjó... Como debió ser desde un principio. Aunque todavía no estoy segura de si lo quiero como a uno.
—Si ese idiota llega hacerte algo... Si te llega a poner una mano encima, te juro por lo que más quieras, princesa, que lo mataré con mis propias manos.
Sonreí ante sus palabras sobreprotectoras y poniendo los ojos en blanco, me acomodé mejor para también poder acariciar el pelaje de Oso.
—No es malo... Ya empecé a conocerlo. Simplemente no puede con tanto dolor...
Con Cata las cosas eran bastante similares, si bien ella me apoyaba incondicionalmente, no estaba muy contenta con el desenlace de mi vida amorosa. Estaba, al igual que Nicholas, convencida en que Matt no tenía comparación y que lo haya dejado ir por alguien a quien nadie quería, no le gustaba mucho.
El transcurso de los días sin mi novio se había vuelto terriblemente lentos, la concentración por mis estudios me había abandonado y el dolor clavado a mi pecho parecía no querer irse.
En la cafetería mi hermano y John ya casi no se sentaban conmigo, ambos pasaban la mayor parte del tiempo con el equipo. En tanto Nick estaba emocionado por crecer en el equipo, su mejor amigo se veía en la obligación de acompañarlo. Por lo cual, mis almuerzos se habían vuelto privados con Catalina, algo que lo agradecía por momentos, mientras que en otros extrañaba la presencia de los dos tarados que teníamos por familiares.
Había veces en que Zac se arrimaba a mi mesa y en esos casos la rubia se levantaba para aprovechar a sentarse con Mike. A Cata le estaba costando aceptar al pelinegro, pero de a poco sabía que conseguiría que lo considerara como uno más de sus amigos, solo necesitaba conocerlo... Y dejar de comérselo con los ojos.
Nuestra amistad con el oji-amarillo comenzaba a fortalecerse y eso era un alivio. Agradecía su compañía, más después de lo que había pasado con Matt. Él me ayudaba a sobrellevar mi pesar y con sus chistes le daba un particular brillo a mis días.
El irritante canto de la campana me sacó de mis pensamientos haciéndome dar un sobresalto, estaba demasiado concentrada dibujando un Pikachu sobre mi cuaderno. Suspirando, guardé mis cosas y desganadamente, me dirigí a la cafetería. Hacía días que mi vista se negaba a despegarse del suelo, la situación en la que me había metido no me gustaba, todo se me había hecho más difícil sin la cálida compañía de Matt. Me sentía incompleta, como si algo me faltara, sin duda eso era él. No obstante, un poco de ese vacío se llenaba cuando estaba con Zac.
Así pasaba la mayor parte del tiempo, pensando en ellos, intentando descifrar que era lo que mi caprichoso corazón quería. No dejaba de verlos en mi mente y comprarlos, entre ellos y conmigo. Jamás había estado tan confundida en algo como hasta ahora y realmente, no se lo deseaba ni a mi peor enemiga.
Cansada, me acerqué a la barra y luego de que el almuerzo humeara sobre la bandeja entre mis manos, le di un vistazo al lugar. No tardé en encontrar a los chicos compartiendo una mesa con los jugadores del equipo, incluida Catalina, quien en cuanto me vio lanzó señas al aire para que me acercara, pero al ver a Matt sonriéndole a otra chica, negué con la cabeza. Mi mejor amiga amagó con levantarse, sin embargo, volví a pasar.
Sabía que no tenía nada que reclamarle al castaño, pero no podía negar el hecho de que sentía celos porque le sonriera a otra chica como lo hacía conmigo. Como bien prometió, Matt no me hizo a un lado ni fingió mi inexistencia, por el contrario, me saludaba sonriente cuando me veía y seguía siendo igual de gentil y caballero como siempre. Aunque dudaba que fuera totalmente sincero, pero no era quien para decirle cómo afrontar una ruptura ya que ni yo misma sabía cómo hacerlo.
Abandoné el edificio optando esta vez por comer en una de las mesas del patio. Desganada me senté y apoyé la cara sobre mi mano derecha en tanto la izquierda volcaba gaseosa dentro de un vaso blanco de poliestireno. Pinché las papas fritas sobre el plato una y otra vez, no obstante, ninguna terminaba dentro de mi boca. Empujé la colorada bandeja hacia delante y dejé caer mi cabeza sobre la madera.
—¿Puedo sentarme?— Preguntó entre risas la única voz que parecía darme calma este último tiempo.
—Obvio— Respondí incorporándome y regalándole una sonrisa.
—Come. Hace días que no te veo comer, bonita— Pidió señalando mi almuerzo con su tenedor —Estoy a nada de empezar a preocuparme— Mordí mi sonrisa mientras ponía los ojos en blanco.
—No tengo hambre, Zac— Resoplando como un padre frustrado, se dedicó a engullir su propia comida.
Sin decir una palabra, nos quedamos mirando al otro en tanto compartíamos una sonrisa. Lo observé devorar su plato mientras que él me ojeaba divertido y cada tanto me guiñaba un ojo, haciéndome reír.
Amaba el humor del pelinegro, siempre tenía una sonrisa en su rostro, pese a todo. No podía ver a nadie triste que ya estaba haciendo payasadas para distraerte de tu sufrimiento. Esa hermosa característica era la que más me gustaba de Zac, siempre haría todo lo posible para sacarte una sonrisa, así tuviera que auto golpearse para hacerlo.
Ayer, guardando mis libros en el casillero, el oji-amarillo apareció a mi lado para ofrecerse a llevarme a casa, ya que Cata se había ido con Mike y mi hermano había salido una hora antes. Tras salir del instituto y emprender el corto viaje hasta su moto, él no fue capaz de levantarme el ánimo, por lo cual, mientras caminábamos, tropezó y literalmente se comió el piso de piedra. Tardé quince minutos en subirme a su bebé, me había agarrado un ataque de carcajadas y, además del calambre en el estómago, no podía respirar debido a que las risas no cesaban. Cuando estuvimos frente a mi vivienda, me confesó haberlo hecho a propósito, aunque no le creí del todo, realmente le dio un apasionado beso al suelo.
Reí ante la alusión y lo encontré espiándome con un vaso sobre sus labios y una sonrisa detrás de él.
—¿De qué re ríes?— Cuestionó intercalando las palabras con cortos sorbos a su gaseosa.
—De la caída que te pegaste ayer— Arqueando una ceja, lo vi arrugar su gesto con humor.
—Ya te dije que no me caí, que fue apropósito— Gruñó dejando el vacío recipiente sobre la mesa.
—Como digas— Poniendo mis ojos en blanco, agarré mi bebida.
—¿Te comerás eso?— Señaló mi plato y en cuanto negué, arrastró la bandeja hasta él y seguidamente se metió una papa a la boca.
Viéndolo comer, mordí mi sonrisa y con mi ceño fruncido, me pregunté internamente como es que podía comer tanto y no engordar.
—¿Y ahora de qué te acordaste?— Calvando sus electrizantes iris en los míos, apoyó ambos codos sobre la madera y sumergió otra papa en mayonesa.
—¿Cómo es que comes tanto y sigues tan...?
—¿Sexy?— Concluyó por mí esbozando una ladeada sonrisa. No pude evitar reír e hincándose de hombros, siguió con lo suyo —No lo sé... Genética supongo. O las horas que me paso entrenando.
Asentí ante el nuevo dato que había descubierto, justo cuando iba a preguntarle cuanto tiempo se ejercitaba o para qué se esforzaba tanto, una tercera voz nos interrumpió:
—¿Puedo?— Mi piel se erizó automáticamente con simple hecho de solo escucharlo.
La sorpresa de ver a Matt junto a nosotros provocó que un cosquilleó transitara mi anatomía y que Zac se atragantara con la comida.
Ninguno esperaba verlo, o siquiera se nos pasaba por la cabeza la idea de que se nos acercara. Después de lo que pasó en la playa al pelinegro ni se molestaba en mirarlo mientras que las cosas conmigo obviamente no habían vuelto a ser las mismas.
Aclarando su garganta, Zac se puso de pie mientras que yo me volvía presa de los nervios que me carcomían.
—Debería dejarlos solos— Soltó Zac, sus retinas estaban irritadas del reciente atragantamiento, pero no le dio mucha importancia.
—No— Negó Matt secamente, ocasionando que yo tragara con fuerza y mi amigo arqueara una de sus cejas —Vine...— Hizo una pausa y suspiró con pesadez —Vine para hablar contigo.
Los ojos de Zac se abrieron ante la sorpresa en tanto los míos pasaban del rostro de él al del mariscal. Al haber pasado un buen tiempo del pleito que ellos tuvieron, no todos en el instituto conocían el motivo de su enemistad, por lo cual no se formó una ronda de estudiantes a nuestro alrededor, cosa que agradecí. Sin embargo, sí podía sentir las miradas de los alumnos más viejos, como los compañeros del castaño y los míos. Me removí ante la sensación de estar siendo observados, aunque para los chicos los demás parecían no existir.
Con la vista puesta sobre la mesa, Matt relamió sus labios y pareció analizar las futuras palabras que promulgaría. El pelinegro volvió a sentarse e intercambió una rápida mirada conmigo.
—Natalia— Me nombró y un escalofrío recorrió mis huesos. Anclé mis ojos sobre los suyos y no tardé en descubrir la tristeza que los adornaba —Perdóname por lo que hice en la playa. No debí haberme puesto así en frente de ti. También me arrepiento de ciertas cosas que dije— Sus orbes vibraron y mi garganta tragó en seco —Jamás fue un error.
Las ganas de llorar me apuñalaron por la espalda. Lo extrañaba tanto, quería saltar sobre él, besarlo y abrazarlo. Sin embargo, el orgullo mantenía mi culo firmemente pegado al banco de madera.
—Elijas lo que elijas...— Miró al oji-amarillo a su lado por una fracción de segundos y agachando la cabeza, tomó coraje para seguir hablando —Voy a estar siempre para ti. Te lo dije aquella noche y te lo repito ahora, si me quieres a tu lado, me quedaré.
El dolor en su discurso pasaba las barreras de las palabras, incrustándose en lo más profundo de mi alma. Un halo de culpa me abrigó. No quería ser la causante de tan tortuoso sufrimiento y mucho menos saber que había sido capaz de romper un corazón tan puro y noble como el de Matt.
Ambos masculinos frente a mí giraron sus cabezas dándome la espalda. Zac, como el mejor amigo en el que se estaba convirtiendo, estaba al tanto de que mi separación con Matt se debió a mi cercanía con él, pero queriendo librarlo de culpas le comenté que otro chico interfería en mis sentimientos. El pelinegro no conocía la identidad de esa persona y se resistía a buscarla por miedo a saber la respuesta sin siquiera hacer la pregunta.
Zac, al igual que todos habían hecho, me dejó muy en claro que el dejar a Matt había sido una de las más grandes estupideces que pude haber hecho. Sin embargo, se limitó a decirme que, si la otra persona valía tanto la pena, me arriesgara y así descubrir por quién mi corazón latía más eufórico.
—Gracias— Musité sonriéndole y devolviéndome el gesto, asintió desganado —Y sí. Quiero que te quedes— Murmuré agachando la cabeza al sentir como mis mejillas se enrojecían.
Tras guiñarme uno de sus verdosos faroles, despeinó su castaña cabellera y se giró hacia su antiguo amigo, quien parecía ser víctima de los nervios.
—Zac...— Respirando profundamente, rascó su nuca y continuó —Intentaré ser lo más sincero posible. Sabes que siempre te consideré parte de mi familia, después de todo lo que pasamos juntos fue muy difícil ver como te destruías por un accidente, que por mucho que lo contradigas, no fue tu culpa— Haciendo una pausa, relamió sus labios mientras que la mirada de Zac comenzaba a inundarse —Me comporté como un idiota contigo. En vez de apoyarte y consolarte, te dije un centenar de cosas que no iban con el momento. Tendría que haberte escuchado y ayudarte a superarlo de otra forma. Fui un bruto, no supe tratarte, no supe como manejarlo. Para colmo todo terminó por empeorar...
—Lo arruiné todo... Tú simplemente querías traerme de vuelta. Hacía tiempo que quería disculparme contigo, Matt— Zac tragó el nudo en su garganta y sonriendo, dejó salir una lágrima.
—No fue así. Éramos amigos, hermanos y cuando más me necesitaste, me enojé sin ver cuan lastimado estabas. Fui un estúpido, perdóname por haberte abandonado.
Sonriendo, el pelinegro pellizcó el interior de sus mejillas y asintiendo, permitió que otra lágrima se derramara.
—No pasó un solo día en que no te extrañara. Estuve tan... avergonzado por lo que te hice y me dejé llevar por la humillación, con respecto a nuestra pelea, que terminé por creerme mi propia mentira de que habías dejado de ser el fastidioso chico que conocí— Sonriendo, Matt clavó sus faroles en los del hombre a su lado —Pero cuando Natalia se empeñó en acercarse a ti, supe que ella estaba viendo lo que yo hace unos años atrás. Y confió ciegamente en que no se equivoca, porque en su momento, tú no te equivocaste conmigo, pese a todo.
—Eres un puto cabrón— Soltó el oji-amarillo entre risas —Siempre serás el más maduro entre nosotros ¿Cierto?
—Tú eres el divertido y yo el serio ¿No?— Continuó la broma y compartieron una carcajada, que hasta a mí me alegró.
Extrañamente, la respuesta se prolongó más de lo que esperaba. Con el ceño fruncido, vi a Zac agachar la cabeza y apoyando ambas palmas sobre la madera, se levantó. El mariscal lo observó atentamente a la espera de alguna respuesta.
Zac se acomodó a un costado de la mesa en dos simples y rápidos movimientos mientras que sus manos se volvían temblantes puños. Matt, con la calma que lo caracterizaba, también se puso de pie y se colocó delante del otro chico sin siquiera vacilar.
El diafragma del pelinegro comenzó a contraerse y sin esperar un minuto más, se abalanzó brusca y velozmente sobre el castaño. Todos estábamos sorprendidos por ese acto tan fraternal, todos excepto quien lo había recibido. Matt lo acogió sonriendo y comenzó a darle palmadas sin fuerza sobre la espalda de mi amigo.
—No tienes idea de cuanto te necesité y te necesito, hermano— Murmuró Zac con una que otra lágrima tranzando saladas estelas por su rostro.
—También te extrañé, hermano— Contestó Matt y sonriendo, le dio unas cuantas sonoras cachetadas en la mejilla.
Verlos así me reconfortó en un montón de formas. Primeramente, eran los chicos que más quería, claramente después de mi hermanito, y ahora podía tenerlos juntos sin que el ambiente se volviera por demás tedioso e incómodo. Y, en segundo lugar, una reconciliación así me demostró que la amistad, si es pura, siempre va a poder superarlo todo, pase lo que pase.
Porque un amigo verdadero, es para siempre y una amistad firme, es inquebrantable.
[...]
Después de la reconciliación de los chicos todo mejoró, las cosas volvieron a la normalidad y la tranquilidad reinaba entre nosotros. Ahora todos podíamos compartir un mismo espacio sin miradas asesinas, silencios molestos, tenciones, y lo mejor era que Zac por fin estaba incluido.
En el segundo en que Matt lo perdonó, cada estudiante del instituto también lo hizo, era increíble la influencia que un chico popular podía tener sobre todo un alumnado. Ahora que el pelinegro era la mano derecha del mariscal y el mejor amigo del chico más conocido de toda la prepa, nadie se atrevía a mirarlo mal, si no, todo lo contrario.
Los días pasaban y mi hermano seguía preocupado por mi rompimiento con el castaño de ojos verdes. Necesitada de su apoyo, me senté con él en el jardín trasero de nuestra casa y comencé a contarle todo lo que había vivido con Matt y Zac, exceptuando la noche que me quedé en la casa de mi exnovio, algo que no debía saber, ni tampoco quería que supiera, hasta que por lo menos estuviera embarazada o fuera a casarme.
—Como tu hermano mi mayor anhelo es tu felicidad, princesita— Sonriéndome, acarició mi mejilla con su pulgar —Averigua que es lo que quieres, arriésgate, la vida es una sola— Relamiendo sus labios, volvió a arrancar pedacitos del césped entre nosotros —Siempre contarás con mi apoyo incondicional, pase lo que pase y elijas lo que elijas. Sin embargo...— Fijando sus azulados orbes en los míos, sonrió divertido —Siempre seré "Team Matt".
—Eres un idiota— Respondí carcajeando mientras le daba un ligero golpe en su hombro —Gracias— Murmuré y no tardé en ser abrazada por él.
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