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Extra 12: Nao, AtsuHina y Soichi 2/3

A todos, les dolió la muerte de Kageyama.

Era algo que muy dentro suyo habían interiorizado de que el pelinegro no les diría adiós. Que era alguien fuerte que superaría aquel momento en el hospital.

Pero no fue así.

Acabó muriendo.

Delante de Shouyo.

Tanto él como el pelinaranja sabían que llorar como ambos lo hacían en la oscuridad de la habitación de ellos era algo que sin duda afectaría al pequeño que crecía dentro del menor. Pero también sabían que retenerlo era peor.

Él sufría.

Pero no tanto por la muerte de Kageyama. Que lo hacia.

Pero más lo hacia viendo como Shouyo lloraba cada noche completamente desconsolado y él tan solo podía abrazarlo con fuerza a ver sin con eso podía calmar aquel terrible dolor.

—Dijo que iba a dar su vida por la de nuestro pequeño.

Le dijo una se las tantas noches del largo mes en las que el pelinaranja estuvo llorando.

Ver como se rompía tras esa frase, le rompía a él también.

Puede que Shouyo le ame a él. Que ambos sean el verdadero amor del otro, pero nada de eso cambia que Kageyama fue alguien demasiado especial en la vida de su pequeña esposa.

En cambio para él, Shouyo ha sido todas sus primeras veces.

Fue la primera y única persona de la que se enamoró. La primera con la que dio su primer beso. Su primera vez. Su primer hijo. Su primera familia...

Siempre ha sido Shouyo.

Después de la muerte del pelinegro, fue una vez a su tumba, solo. Sin la compañía de nadie y miró el pedazo de cemente frente a él sentado en el suelo.

—Muchas veces pensaba y pienso: si no le hubieses dicho a Shouyo tus planes de futuro, ¿las cosas habrían acabado así? Puede que mi pequeño te hubiese llamado papá, y a quien hubiese admirado habría sido a ti. Puede que no estuvieses muerto.

Él a veces se aguantaba las lágrimas delante de Shouyo, pero soltaba cada una de ellas frente a Kageyama.

—Si no lo hubiese encontrado ese día en la playa, tal vez habría vuelto a ti.- decía muchas otras veces.

Atsumu no se arrepiente de estar junto a Shouyo. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará.

Pero se siente la peor persona del mundo al saber que su hijo podría haber sido feliz con otro que no fuese él. De que esa persona, podría estar respirando entre ellos y siendo feliz.

Se siente la peor persona del mundo porque siente que la muerte de Kageyama en cierta parte es su culpa.

·

·

·

El rubio mantenía la mirada fija en la carretera mientras conducía de forma tranquila.

A veces miraba por el retrovisor a Tobio de seis meses en su sillita, que movía sus manos en el aire, y habían veces que se las llevaba a la boca y compartía su puño con Soichi.

El pelinaranja ignoraba al menor mirando a la ventana.

El niño no es que despreciase a su hermano, porque lo había visto a escondidas jugar con él, pero habían veces que ni le importaba su pequeño hermano como lo hacía con Takeo o con Ai.

—Papi...

—¿Hm?

—No es que no quiera ir a casa de Seiya pero...- le vio jugar con sus manos a través del retrovisor.—¿Por qué no puedo ir contigo?

—... No es que no puedas venir, pero estoy seguro que me dirás que no.

Lo escuchó bufar.

—Nao y Kenji fueron con Shiro-nii y aniki, mamá llevó a los gemelos al médico y yo tengo que quedarme con Seiya.

—¿No te gusta estar con Seiya?

—Me gusta... Pero también me gusta estar contigo, papi.

Atsumu suspiró y apretó con fuerzas el volante.

Con la mirada buscó rápidamente un lugar donde aparcar -aunque fuese mal- y se giró a mirar a Soichi cuando lo hizo.

—Voy a presentarle a tu hermano a... a tu padre.

Vio el momento exacto en el que el pequeño ceño de su niño se iba arrugando exactamente igual al de Kageyama.

—Él no es mi padre. Tu eres mi padre.

—Pero él es tu verdadero...-

—Si me vas a hablar una persona que no quise y que además está muerta... prefiero que me lleves a casa de Seiya cuanto antes.- interrumpió al mayor.

—Soichi yo...

—... Mamá y tu se empeñan en recordarlo. Todos lo hacéis. Empezando por llamar a mi hermano igual que él... Es desagradable.- refunfuñó frunciendo mucho más su ceño.

El rubio se dio de vuelta de nuevo, y volvió a poner en marcha el vehículo.

Sentía que si volvía a decir algo, Soichi podría tomarlo mal y dejase de hablarle. Y él no quería que el niño no le hablase.

Tenía que saber que la sola mención del pelinegro no era del gusto del menor, pero dentro de él, muy al fondo, donde esta su sentido común, le decía que debía de hablarle de Kageyama. De lo buena persona que fue estando con vida.

Aunque él no era el más indicado para hablar de él ya que no convivió lo suficiente con el pelinegro para saberlo. Lo más probable era que Shouyo supiese todo, incluso el resto de las personas supiesen más que él.

Él era una especie de intruso en aquellas vidas.

Empezando por la de Soichi.

Le arrebató un tiempo valioso y de calidad al lado de su padre. Él se hizo pasar por su padre, mientras que el verdadero ni sabía de su simple existencia.

—Vendré a por ti más tarde.- le habló al niño a través de la ventana.

—Sé que solo soy un niño pero... No pienses cosas innecesarias, papá.- dijo.— Los vivos necesitamos más de ti que los muertos.

Abrió la boca para decirle algo, pero Soichi ya se había dado la vuelta y entrado por la puerta que Yamaguchi había abierto para él.

Volvió a suspirar por a saber que vez en ese día, y se puso en marcha al cementerio.

Al llegar allí, después de sentir aquel camino demasiado corto, aparcó cerca de la entrada y cargó al niño castaño.

Le puso seguro al coche y entró dentro de aquel lugar donde descansaban infinidad de personas. No le hizo falta mirar el nombre de cada una de ellas para saber donde se encontraba la de Kageyama.

Había estado allí el día en que todos lo enterraron y par de veces cuando algo le carcomía por dentro, pero el camino hasta aquella tumba lo tenía sin duda grabado en su memoria como si hubiese sido el día anterior cuando fueron a despedirse del pelinegro. La miró por largos segundos, quizás hasta minutos, hasta que se decidió finalmente ponerse de rodillas en la fría nieve de enero aunque eso implicase que sus pantalones se mojasen.

Acomodó a Tobio sobre sus piernas para que quedase sentado y le arregló el gorrito que llevaba puesto y los guantes que había colocado en sus pequeñas manos antes de bajar del coche. Alzó de nuevo la mirada a aquel pedazo de cemento inscrito e intentó sonreír de medio lado.

Él sintió aquello como una mueca.

—Hola Tobio-kun... Tiempo sin vernos.

Instintivamente, el niño en sus piernas alzó su mirada al escuchar su nombre salir de los labios de su padre.

—No se si alguien es tan dejado como yo y no ha venido a verte últimamente...- rió mirando al nombre del chico.— Se que Shouyo ha venido a verte porque acompaña a Nao... Veo que las personas que quieres no se olvidan de ti.

>>— Pero no he venido por eso. Quería presentarte a Tobio, de momento el único hijo que se parece a mi.- rió.— Shouyo y yo estuvimos de acuerdo de que llevase tu nombre. Para no olvidarte. Aunque con Soichi y Nao no lo haremos. Los dos se parecen mucho a ti...

>>— Lo siento Tobio-kun. No pensaba llorar cuando vine a verte pero... Eres el único que no me juzgará.- intentó en vano limpiarse las lágrimas que no paraban de salir.— ¿Está mal que ya piense en Nao como mi hijo? Sé que nunca seré su padre, pero él es parte de mi familia. Y Soichi... Soy su padre pero tu también y desde que no estás siento, que te he robado la infancia que podrías haber vivido con el.

>>—Cada día. Desde que no estás. Me pregunto constantemente si podré ser un buen padre como lo he sido todo este tiempo.

>>—Tengo miedo de convertirme en alguien que no soy y no darme cuenta.

Dio un pequeño bote al sentir la pequeña manito de su niño en su mejilla y mirarle con lo que él creía era preocupación.

Dentro de él, quiso creer que aquello había sido el verdadero Tobio diciéndole que no se preocupase por cosas como aquellas.

Agarró con cariño la mano del menor y le dio un beso en el dorso, por encima del guante.

—Estoy bien cariño.- le dijo para volver a mirar la lápida.— Tobio-kun. Daré lo mejor de mi para cuidar y amar a nuestra familia.

Atsumu repartía su peso de una pierna a otra completamente ansioso a que los mayores de la casa bajasen para poder tomarles una foto.

Nao y Soichi pasaban a la secundaria y sería la primera vez que usarían uniforme. Y sería un gakuran, el mismo que llevó Shouyo en preparatoria, algo que solo ha visto en fotos. Cuando pasasen a preparatoria dejarían atrás el negro del uniforme por una chaqueta y corbata.

No entendía el porqué Satori no dejaba uno de los dos uniformes durante toda la secundaria y preparatoria. Bueno. No era quien para juzgar.

—Oye... Siéntate, ¿sí? Solo acaban de pasar de curso.- decía Shouyo divertido al ver a su esposo ansioso.

Limpiaba las boquitas sucias de Takeo, Ai y Tobio cuando veía que se ensuciaban con la papilla de frutas que les había preparado para el desayuno.

—Once años no los cumples todos los días, y estar en tu primer curso de secundaria tampoco. Recuerdo que Samu y yo estábamos muy emocionados en nuestro primer día.

—Estás exagerando un poco papi.- habló de repente Kenji al aparecer por la puerta.— Te quiero, pero no quiero que te comportes igual cuando yo entre en secundaria.

El rubio hizo un puchero al sentirse rechazado tan pronto por su hijo.

Al menos, podría hacerlo cuando los pequeños entrasen en el kinder, la primaria, si corría con suerte, lo haría en secundaria, y si corría con mucha más suerte, la preparatoria.

Se sentó en su silla y se puso a desayunar de mala gana picando con algo de fuerza su comida.

¿Qué había hecho para merecer tal desprecio?

Se había esforzado por ser un buen padre. Los mimaba. Los quería. Les daba lo que querían -algunas veces. Entonces, ¿por qué le trataban así?

Alzó la mirada al escuchar pisadas por las escaleras, y pudo ver como entraba Nao por la cocina con su uniforme perfectamente abotonado y ligeramente avergonzado al ver sus mejillas algo sonrojadas.

—Pero mírate.- decía el rubio.— Cuanto ha crecido mi pequeño. Creo que voy a llorar.

—Te pareces tanto a tu padre...- habló esta vez Shouyo apoyando su cabeza en el brazo del mayor.— Nuestro pequeño crece tan rápido cada día, cariño.

Nao solo pudo sonrojarse más por las palabras de los mayores.

—Tu madre y yo os llevaremos al inicio de curso y os haremos una foto antes de entrar.

—E-eso sería genial, Atsumu-san.

Recuerda que al entrar a la primaria su padre no pudo hacerse la foto al inicio de curso, pero al recogerle, tuvo su ansiada foto. Puede que tuviese sus ojos rojos al haber llorado porque su padre después del duro trabajo que había tenido, había ido junto a él, pero había valido la pena.

En cambio, en el kinder, era su padre quien tenia los ojos algo rojos al tener que dejarle ir.

Atsumu desvió su mirada de Nao para centrarla en Soichi que llevaba una sudadera blanca debajo de la chaqueta del gakuran que no había abotonado.

Tenia el bolso colgando de uno de sus hombros y juraba que podía ver en él a Shouyo en una época de la que desconocía completamente.

—Mi bebé ha crecido tanto también.- decía el rubio mientras abrazaba al pelinaranja y restregaba su mejilla en las hebras naranjas.— Eres igual que tu madre. Voy a volver a llorar.

—Papá... Estás siendo algo pegajoso.

—Vas a salir realmente guapo en la foto junto a tu hermano.- dijo ignorando aquel comentario dejando libre a su vez al menor.

—Lo siento, pero no voy a hacerme la foto.

—¿Por qué?- preguntó Shouyo algo triste.

Aquella sería la primera vez que se haría una foto junto a Nao en un nuevo comienzo escolar, y le hacía ilusión colgar aquel momento en alguna de las paredes de la casa que ya estaban algo abarrotadas de fotos.

—Seiya y yo vamos a ir juntos.- dijo cogiendo a toda prisa unas tostadas y bebiendo de golpe el jugo de naranja.— Además, no quiero que vean a papá. No quiero amigos porque soy hijo de Miya Atsumu, el gran jugador de la liga nacional de voleibol. Quiero amigos porque soy solo yo.

—¿Por qué no puedes ser como tu hermano? A él no le importa eso.

Soichi apretó los labios y miró a su padre escasos segundos para luego ver a su hermano que comía su desayuno importándole poco lo que sucedía a su alrededor aunque estuviese involucrado.

Ojalá pudiese ser como él.

Se dio la vuelta y caminó hacia la salida.

—Pues diviértete con mi hermano.

·

·

·

Shouyo se miraba las mejillas sonrojadas en el espejo de su baño.

Se mordía el labio inferior con insistencia y negaba con la cabeza una y otra vez.

Lo que estaba a punto de hacer era bastante arriesgado. No tenía que ir a trabajar hasta la tarde, y ese día era día libre para Atsumu.

Los niños estaban en la escuela y los más pequeños los había puesto a dormir una siesta hacía poco, por lo que tendrían tiempo para ellos dos solos.

Cerró los ojos durante largos segundos para después volverlos a abrir y mirar la ropa que tenía puesta. Era de lo peor.

Durante años escuchó a Atsumu lloriquear porque nunca lo había visto en uniforme escolar. Y hasta hace unos días, nunca pensó que se volvería a poner uno. Pero el que sus niños estén en preparatoria hizo que los lloriqueos de antaño de Atsumu volviesen a él.

Le avergonzaba admitir que había ido a un lugar especializado para trajes de adultos para hacer juego de rol durante el sexo.

Compró un uniforme escolar igual al suyo en preparatoria, y era hasta ahora que se lo probaba después de mantenerlo a buen recaudo lejos de manos infantiles y de dedos ágiles de cierto rubio.

Y no sabía como iba a salir aquel juego de ''alumno desobediente y profesor estricto'' que se había montado en su cabeza.

—Shouyo, ¿estás bien? Llevas un rato ahí dentro.- habló Atsumu al otro lado de la puerta notablemente preocupado.

—¡E-enseguida salgo!

Por el espejo miró hacia la tapa bajada del váter donde habían unas gafas de marco rectangular y de metal sin ningún aumento junto a una corbata roja a la que solo había que apretarla un poco.

Aquello, claramente era para Atsumu.

Pero no sabía si el rubio estaría dispuesto a ponérselo sin rechistar.

—¡O-oye!- llamó desde el baño.

—Dime.

Por la cercanía con la que escuchó su voz estaba seguro que estaba junto a la puerta, pero al otro lado.

—¿Puedes sentarte en la cama y... cerrar los ojos?

—¿Ocurre algo?

—No, solo... ¿Puedes hacerlo?

—Claro.

Escuchó los pasos y el crujido de la cama, pero no había respuesta al otro lado confirmándole que el mayor había cumplido con lo pedido.

—¿E-estas sentado y con los ojos cerrados?

—Por supuesto, cariño.

—No te creo.

—Me ofendes Shouyo.

—Se como eres, Miya Atsumu.

Volvió a escuchar el sonido de la cama y entrecerró los ojos a la nada.

¡Sabía que no había cumplido su palabra cuando se lo dijo!

Lo conocía como a la palma de su mano. No por nada, era madre de seis hijos, a los que podía descifrar el tipo de dolencia que tuviesen por el tono de su llanto.

—Ya estoy Shouyo.

Soltó aire y se giró a coger la corbata y las gafas para salir después del baño.

Atsumu estaba sentado en la cama con sus ojos cerrados y sus manos inquietas jugaban entre sí. Seguramente por la ganas de querer ver que era lo que estaba planeando.

Se acercó hasta él, y lo primero que le puso fueron las gafas.

Vio las intenciones de de hablar de Atsumu al abrir la boca, pero él fue más rápido y puso un dedo sobre sus labios callándolo.

Se rió al sentir un beso en la yema de su dedo justo ante de retirarlo de los carnosos labios, y enseguida le colocó la corbata roja que contrastaba con el blanco de la camisa de botones que tenía puesta el rubio.

Si en verdad el rubio fuese un profesor, él estaría suspirando por los pasillos por él.

—P-puedes abrir los ojos.

El mayor abrió los ojos, y parpadeó un par de veces ante la claridad de la habitación. Pero al acostumbrarse y ver frente suyo a un sonrojado Shouyo con un gakuran puesto, le hizo tragar duro.

Se veía jodidamente adorable.

Le vio bajar la cabeza logrando que sus rebeldes mechones tapasen su cara, pero aún tenía a la vista sus rosados labios que se separaron para hablar.

—P-perdóneme por fallar el examen, Miya-sensei.

La cara de Atsumu estalló en millones de tonos de rojo al escuchar a Shouyo hablar así, y pronunciar su nombre de forma adorable.

¡Nunca creyó que harían algo así!

Siempre quiso hacer juegos de rol a la hora del sexo, pero sabía a que a Shouyo no le interesaba el tema. Pero ahora...

¡Era el paraíso!

Le vio acercarse y arrodillarse enfrente suyo.

Sensei~... ¿Qué puedo hacer para subir mi nota?

Tragó saliva al sentir como una de las manos del menor iba acariciando su muslo hasta dejarla sobre su entrepierna que ya estaba dura como una piedra.

—No hay nada que puedas hacer para tener una mejor nota, Hinata-kun.

Algo dentro de Shouyo se encendió al escuchar después de muchos años su nombre de soltero.

Sentía que lo que estaba haciendo era muy indecente, pero que igualmente le llenaba de adrenalina.

—Le haré cambiar de opinión sensei.

Desabrochó el cinturón seguido del botón del pantalón, y con sus dientes bajó la cremallera con sus ojos fijos en los contrarios que brillaban llenos de deseo y lujuria.

Bajó un poco con sus manos la ropa interior dejando libre el duro pene del mayor. Lo agarró por la base con una de sus manos y le dio un beso a la punta con su mirada aún pegada en la otra.

Se relamió los labios antes de meter dentro de su boca todo lo que pudo de aquel caliente miembro escuchando un bajo suspiro por parte del mayor. Subía y bajaba lentamente moviendo su lengua por toda la longitud mojándola con su saliva.

Ahuecaba sus mejillas para llegar más profundo, hasta volver a la punta donde jugaba con la uretra por donde ya podía sentir como líquido pre-seminal salía por ella.

De repente, una mano se enredó en sus mechones naranjas y jaló hacia atrás.

Aquello en vez de dolerle, le excitó más de lo que ya estaba.

—Eres un alumno muy desobediente, Hinata-kun.

—¿Qué hago sensei?- sonrió.— Va a tener que castigarme con su regla, sensei.

Fue jalado de nuevo, pero esta vez para dejarle sobre las piernas del rubio boca abajo.

Sintió algo de frío al sentir sus pantalones y ropa interior ser bajados dejando su trasero al aire. Se mordió el labio inferior cuando una de las grandes manos de Atsumu acariciaba su nalga izquierda, deseando que fuese hasta la separación de éstas y que jugase con su deseosa entrada que no paraba de retorcerse a la espera de que algo le llenase.

Gimió de sorpresa, dolor y algo de placer cuando la nalga que estaba siendo acariciada fue golpeada.

—Debes de escuchar más a tu profesor, Hinata-kun.

Nalgada.

—Veo que tendré que educarte ya que tus padres no lo hicieron.

Nalgada.

—Los alumnos rebeldes, son los que menos me gustan.

Nalgada.

—¡Ngh!... ¡L-lo siento, sensei!

—¿De verdad lo sientes?- otra nalgada.— Si fuera así, habrías pasado el examen.

Nalgada.

—¡Mph! ¡N-no lo haré de nuevo sensei!

Atsumu paró de golpear aquellas redondas nalgas que ya estaban rojas, y las acarició.

Se inclinó hasta tener su boca pegada a la oreja del menor y le susurró.

—No te creo, Hinata-kun.

El pelinaranja gimió alto y abrió por completo sus ojos al sentir como dos dedos de Atsumu entraron de golpe en su ansiosa entrada. Se movían con fuerza entrando y saliendo. De su boca no paraban de salir sonoros gemidos que ni siquiera podía retener con sus manos ya que estas, al igual que el resto de su cuerpo habían cedido al placer.

Encogió los dedos de los pies y arqueó la espalda al sentir como los largos dedos en su interior tocaban aquel lugar que lo hacia enloquecer.

Un tercer dedo se unió a los otros dos que estaban dentro suyo y empezaron otra ronda de embestidas que lograban dejarle la mente en blanco.

Su cara, que estaba pegada la pierna del mayor, estaba seguro de que había manchado con su saliva el pantalón negro del mayor al tener la boca algo entreabierta dejando salir de ella infinidad de gemidos y suspiros combinados.

Su cuerpo tembló acompañado de un suspiro saliendo de sus labios al sentir el momento en el que se corría manchando no solo el pantalón de Atsumu, sino las sábanas y el suelo también.

Respiraba con dificultad y sonreía como un completo idiota.

—Eso no está bien, Hinata-kun.

La voz ronca de Atsumu acariciando su oído le hizo gemir del gusto.

—Te has venido sin el permiso de tu sensei. Tendré que castigarte nuevamente.

Shouyo apenas se giró para mirar al mayor.

—H-hágalo con su regla, sensei.

—Entonces, este sensei te castigará con la regla que tanto deseas.

Fue arrojado a la cama y sintió que se enamoraba aun más de Atsumu al ver como tiraba a cualquier lado las gafas junto a la corbata y se abría a la fuerza la camisa consiguiendo que los botones saliesen volando por todos lados al no conseguir quitársela.

Eliminó de su mente el dato de que cargaba con un condón en uno de los bolsillos del pantalón al ver como lo sacaba y abría el paquete con los dientes.

Todo estaba siendo demasiado caliente.

—Espero no escuchar quejas cuando te castigue.

Oh, por dios.

Estaba seguro que podría volver a venirse con tan solo ver a Atsumu con su pelo hacia atrás gracias a su mano, la camisa abierta dejando ver su trabajado torso perlado en sudor y como con su otra mano iba colocándose aquel pedazo de látex alrededor de su duro pene.

Le agarró de las piernas atrayéndolo hasta el para después doblarlas y tener las rodillas a la altura de su cara. Sentía la punta rozar contra su entrada sin llegar a entrar; y el mayor se inclinó hasta volver a tener su caliente boca junto a su oreja.

—Espero que después de esto, aprendas la lección, Hinata-kun.

En el momento justo que el lóbulo de su oreja era mordido, el rubio entró con fuerza de una sola estocada logrando que su espalda se arquease y retuviese el aliento.

Atsumu empezó a moverse de forma certera sin siquiera oportunidad de que pudiese recuperar el aliento, y jalaba el aire de donde podía.

La cara del rubio estaba ligeramente sonrojada y sus cejas se fruncían en cada embestida. Sus dientes apretados y sutiles gruñidos que se mezclaban con los altos sonidos de su voz al no parar de gemir.

Su cuerpo se volvió a estremecer al sentir una nueva oleada de placer recorrerle para acabar viniéndose encima de la chaqueta del uniforme.

—Muy mal, Hinata-kun.- habló el rubio parando de moverse de forma rápida para ir ahora más lento haciéndole temblar.— Te has vuelto a correr sin mi permiso nuevamente. Y encima manchaste la ropa... Que desastre.

Atsumu quitó lo que le quedó de ropa a Shouyo mandándola a volar y salió de él para darle la vuelta y dejarle con el culo en pompa. Le dio una sonora nalgada haciéndole gemir de nuevo, antes de volver a introducirse con fuerza en aquella apretada entrada.

—¡N-no me gusta! ¡E-está muy profundo!

—Tu agujero no piensa lo mismo. No deja de apretarme.

—A-astumu, ¡y-yo...!-

El rubio se introdujo con fuerza logrando que dejase de hablar y volviese a gemir sin parar.

Soy Miya-sensei para ti, Hinata-kun.

—M-miya-sensei, y-yo... ¡Ngh! Yo acabo de correrme.

—Pero yo no. ¿Lo sientes? ¿Lo duro y caliente que estoy por tu culpa?

¿Qué si lo sentía?

¡Era obvio que podía sentirlo!

Se enterraba dentro de él una y otra vez algunas veces de forma ruda y rápida, pero otras lo hacía de forma lenta y acertando en cada uno de sus embestidas.

El sexo con Atsumu siempre era el mejor.

Haciéndole sentir especial. Siempre prestando atención a cada una de sus peticiones. Aceptando cuando no quiere hacerlo y hacerlo de forma delicada cuando ha pasado un tiempo en el que sus cuerpos no se han unido.

Pero esta vez... Se sentía diferente.

Atsumu estaba siendo una bestia insaciable -más de lo habitual- y eso extrañamente le encantaba.

—P-por favor. P-para un momento, M-miya-sensei.

—¿Por qué debería, Hinata-kun? Tu fuiste el primero en pedirme ser castigado por mi regla.

—Algo... Siento que algo saldrá.- dijo con lágrimas de placer rodando por sus mejillas.

El rubio de nueva cuenta se inclinó sobre Shouyo pegando su pecho contra la espalda sin dejar de mover sus caderas de forma rápida, y deslizó sus manos por la cama hasta entrelazarlas con las del pelinaranja que apretaba con fuerza las sábanas.

Dirigió su boca hasta la blanca oreja y la mordió con suavidad antes de hablarle con suavidad.

—Entonces déjalo salir todo, Shouyo.

El menor gimió y apretó las manos de Atsumu entre las suyas para luego, como dijo Atsumu, dejarlo salir todo.

El rubio por su parte dio un par de estocadas más hasta que se corrió dentro del condón.

Salió despacio del interior del pelinaranja y se soltó del agarre que mantenían sus manos. Se retiró el condón haciéndole un nudo, en el momento que el cuerpo de Shouyo no aguantó más su peso y acabó desplomándose contra las sábanas.

—Wow, cariño. Literalmente lo dejaste salir todo. Es la primera vez que mojas las sábanas.

Shouyo le miró de la peor manera posible desde su posición.

—Ésta es la peor idea que he tenido.

—¡Todo lo contrario!- beso el rubio los rebeldes mechones del más bajo.— Hoy tu descansa. Me encargaré de todo.

—Me preocupa eso último.

—Tonterías. Pero primero...- se bajó de la cama cogiendo entre sus brazos a un débil Shouyo y caminó hacia el baño de su habitación.— Debemos de tomar un buen baño.

Atsumu y Shouyo estaban sentados en la mesa de la cocina con caras de preocupación.

Soichi nunca llegaba tarde a la casa.

Nao había llegado solo después de clases, y sabían que Soichi debía de llegar junto a él ya que habían reformas en el gimnasio.

El peliblanco tampoco sabia donde estaba su hermano, lo que aumentaba la preocupación de ambos.

Incluso cuando llamaron a Seiya, éste no les dio la respuesta que deseaban.

—Soichi y yo no somos siameses para estar siempre juntos, Atsumu-san. ¿Pero acaso sabe lo que es un siamés? Probablemente no.

Tan rápido como les había respondido la llamada, el de gafas la había terminado.

Quizás supiese donde estaba su hijo, pero no quería decirles.

Aunque les aliviase, era mayor la preocupación por no saber que era de su pequeño.

Lo mismo pasó al contactar a Hayato. El chico tampoco sabía donde se encontraba Soichi, y fue quien dijo que era mejor que esperasen tranquilamente hasta que llegase a casa en vez volverse un manojo de nervios.

Pero se ve que aún así, no pudieron evitar ponerse de aquel modo por no saber si algo malo le habría pasado al pelinaranja mejor.

Hacía siete años vivieron aquel horrible momento donde fue llevado lejos, pensar que volviese a suceder les ponían más ansiosos.

Al escuchar la puerta de la entrada abrirse, ambos se pusieron de pie con rapidez como si les impulsase un muelle fuera de la silla en la que estaban sentados. Al llegar a la entrada, Soichi se quitaba los zapatos apoyándose con la ayuda de la puerta.

—¿Donde estabas?- fue lo primero que preguntó Atsumu.— Deberías de haber llegado con tu hermano hace cuatro horas.

Soichi les miró brevemente a cada uno y siguió con sus zapatos.

—Me quedan unos meses para cumplir dieciséis, ¿no creéis que este control que me tenéis es demasiado?

—Sigues viviendo en esta casa jovencito.- le dijo Shouyo.— Y en esta casa hay reglas. Al menos podrías avisar que llegas tarde.

—No exageres mamá.

—Tu madre no puede coger nervios, Soichi. Está empezando su primer trimestre de embarazo.

El pelinaranja menor rodó los ojos.

—Que novedad. No me extraña que esté así si folláis como conejos.

El de ojos azules paró la rápida mano que se acercó a él y miró a los ojos a su padre.

—Te puedo asegurar, que esa cachetada, te iba a doler más a ti que a mi.- soltó de golpe el brazo de su padre.— Y si tanto te interesa saber donde estaba, pues estaba trabajando en la tienda del tío Samu. En un lugar seguro.

Le vieron irse por las escaleras y cerrar con fuerza la puerta de su habitación.

El rubio se miró la mano que no le dejaba de temblar y su cara estaba completamente desfigurada.

—Tsumu...

—¿Qué estuve por hacer Shou...? Estuve a nada de golpear a mi hijo... ¿Y me hago llamar padre?

—Atsumu... Estuvo mal, pero Soichi tampoco debía de haber hablado así.

—Aún así no son formas de reprender a un hijo.- negó con su cabeza.

Estaba completamente torturado por lo que había estado a punto de hacer.

La mano incluso le seguía temblando.

—Lo siento, Shou... Necesito estar solo un rato.

El pelinaranja le vio subir las escaleras, y él solo se pudo quedar ahí viendo como su rubio se iba cabizbajo.

·

·

·

Estaba sentado en el asiento del conductor, recostado encima del volante mirando hacia el otro lado de la calle por una de las pocas ventanas del local, como Soichi hablaba con Seiya en una de las mesas.

El pelinaranja no dejaba de hablar y toquetear las mejillas del rubio quien solo se centraba en la tarea que estaba haciendo. Aún así podía ver que aquello no le molestaba al de gafas, ya que no lo apartaba y -aunque estuviese lejos- podía ver una ligera sonrisa tirando de sus labios.

Apenas habían clientes a esa hora por lo que el local estaba vacío. Quizás esa sea una de las razones por las que no había entrado al lugar. Las pocas personas que habían entrado, habían sido atendidas por su chiquitín con una gran sonrisa, y los había guiado hasta una de las mesas vacías.

Suspiró y negó con la cabeza.

Cogió las llaves del coche y salió poniéndole el seguro. Miró a ambos lados de la calle antes de cruzar y llegó hasta la puerta de la tienda. Desde ahí ya podía oler la rica comida que hacia Osamu. Tenia una gran suerte de poder comer siempre su comida sin tener que pagar nada. Siempre y cuando no hubiesen clientes cerca.

Entró al lugar y pudo ver la sonrisa que Soichi le daba a cada cliente que entraba al lugar, ir desapareciendo poco a poco cuando le vio.

—¡Bienvenido!- frunció los labios al verle.— Oh... Eres tu. Tardaste más de lo que imaginé.- cambiaba el peso de un pie a otro.— ¿Quieres una mesa?

—No. En la barra estoy bien.

—En ese caso, vuelvo a lo mio.

Se alejó de él más rápido de lo que esperó.

Ahora, recordaba con nostalgia como cuando su niño era pequeño, corría hasta sus brazos para tener aunque fuese un poquito de su atención. Pero aquel niño ya no quería su atención.

Fue hasta la barra donde habían dos hombres, uno a cada lado de esta, y él se sentó en una de las sillas del centro. A través de la ventana que daba a la cocina, pudo ver como el castaño al verle alzó la mano en modo de saludo y a los pocos segundos lo tenia justo frente suyo.

—Es raro verte aquí. ¿Te sirvo algo?

—Un té verde está bien.

—¿Solo eso?

—Sí.

—¿Seguro?- alzó una ceja.

Chasqueó la lengua y rodó los ojos.

—... Quiero un onigiri de atún. Pero no de esos pequeños que haces aquí, sino los grandes que sueles llevar a casa.

—Mi tiempo vale oro, y si quieres que te haga uno tendrás que pagar el doble.

—... Oh... Me pareció haber visto una tienda de onigiri cerca del centro. Dicen que te harán el onigiri que quieres por el mismo precio que me comería aquí uno pequeño... Bueno, iré allí entonces.

—¡Está bien, está bien! Espera un poco.

Sonrió satisfecho y vio complacido como Osamu iba refunfuñando hacia la cocina y se ponía a hacerle aquel onigiri especial solamente para él.

En su silla, se giró con la ayuda de la barra para centrarse de nuevo en su niño. Volvía a ver a Soichi de perfil pero más de cerca. Estaba tan guapo...  Intuía que gracias a Seiya, sus notas habían mejorado desde que entró en secundaría, y eso que ninguno de los dos compartían clase, aunque el rubio iba constantemente a casa.

La puerta de la habitación del pelinaranja siempre estaba abierta para que pudiesen ver lo que ellos hacían dentro. Y por una lado, eso le aliviaba.

Sabe que un adolescente debe tener su intimidad pero, algo dentro de él no podía estar tranquilo si veía aquella puerta cerrada.

—Tu comida.

Al escuchar la voz de Osamu, se giró para ver como casi literalmente le arrojaba el plato sobre la barra.

—Gracias.- le sonrió.— Me moría de hambre.

—Haber comido antes de venir.- le entrecerró los ojos.— No soy tu chef personal.

—Somos familia, no te pongas así.- le dijo con la boca llena de comida.

A lo que Osamu puso cara de asco.

—¿Estás seguro? Perfectamente puedo cambiar mi apellido al de Shin. En ese momento, podré deshacerme de vuestra gran familia de locos.

Dejó el onigiri que estaba comiendo en el plato, y tras quitarse restos de comida que tenía entre los dientes con la lengua, apoyó sus brazos en la barra y entrelazó sus dedos mirando al castaño.

—Tus amenazas me traen sin cuidado. Ya sabes. Perro ladrador poco mordedor. Si quieres convencerte con eso, adelante, pero nunca dejarás de ser un Miya. Y aunque así fuese, seguirías siendo mi familia.

—¿A qué has venido? Me haces perder el tiempo.

—No veo que haya mucha gente ahora como para hacerte perder el tiempo.- Osamu le entrecerró los ojos, y volvió a dejar el onigiri que se estaba comiendo en el plato.— ¿Por qué le diste trabajo a Soichi?

—¿Disculpa?

—El otro día llegó tarde a casa por estar trabajando. Miles de cosas se nos pasaron por la cabeza al saber que no llegaba.

—... Shouyo, Soichi ya no es un niño para que lo protejas así.

—No lo haría si avisara de su retraso. Incluso tu pudiste decir algo. Por dios, Atsumu casi levanta la mano contra Soichi.

—Eso es problema vuestro Shouyo. Si os ponéis sensibles por cualquier comentario que él os haga tenéis que hacéroslo mirar.

El menor apretó los labios y miró al contrario frente suyo a los ojos.

—¿Acaso Soichi te contó lo que ocurrió?

Osamu suspiró y se masajeó el puente de la nariz.

Dio una rápida mirada a Soichi que se dejaba golpear suavemente en la frente por el lápiz que tenía Seiya para mirar otra vez a Shouyo que comía algo enfadado su onigiri.

—Paga antes de irte. Saluda a bakatsumu de mi parte.- fue lo que dijo antes de girarse y caminar a la cocina.

—¡No me has respondido!

—¡Y no lo haré Shouyo!

Atsumu odiaba, detestaba el trabajo de oficina.

El estar sentado frente a un escritorio con una inmensa montaña de papeles no era lo suyo. Nunca creyó que ser entrenador implicaba aquel tipo de trabajo. Ingenuamente pensó que solo era entrenar a los jugadores y controlar su rendimiento. Idear tácticas de juego y esas cosas.

Pero no.

Se había engañado toda la vida creyendo esas tonterías.

Pero ya no podía hacer nada al respecto.

Suspiró pesado y se echó hacia atrás en su silla giratoria y miró desde su posición por el enorme ventanal a sus chicos divertirse en los vestuarios después del duro entrenamiento que habían tenido.

En un par de días jugarían un partido contra el equipo de Ushijima. Quería parecer relajado y despreocupado, pero le era imposible.

El mayor había sido un buen jugador, lo sabía por experiencia, por lo que también es un buen entrenador. Podía verlo en primera persona en como un equipo casi nacido de la nada era uno de los equipos más temidos de la V-league.

Y él como el capitán de los Black Jackals, no podía defraudar a nadie. Todos sus partidos habían sido invictos. Nadie podía vencerlos.

Pero de solo oír que se enfrentarían contra Ushijima, le temblaban las piernas.

Si Kageyama siguiese vivo, se habría reído en su cara.

Ya lo hizo su hermano cuando se lo contó, no le sorprendería.

Dio una vuelta en su silla parando con sus manos cuando estuvo de nuevo frente al escritorio, y se acomodó viendo los documentos de reclutamiento que tenía delante. El equipo contaba con reclutadores profesionales que se encargaban de buscar por todo japón a jugadores excepcionales que se uniesen a sus filas.

Cuando creían encontrar a alguien indicado, iban a ver su desempeño a un partido para confirmar que podría ser un gran aporte al equipo y luego le entregaban a él como entrenador, a los candidatos que él mismo debería de evaluar después de verlos en acción.

Todo aquello sin duda era un gran marrón. Él prefería las pruebas de reclutamiento como se hacen en los musicales para ver quien es el idóneo para el papel. El equipo las hacia, pero no era lo mismo que entrar por una recomendación donde podrías tener un lugar asegurado.

Se pasó las manos por la cara y miró la foto de uno de los candidatos a los que tenía que ir a observar.

Nada más y nada menos que a Soichi.

Sabía de lo gran jugador que era su hijo, por lo que los reclutadores también debieron de haberlo visto.

Fue un gran líder en secundaria ganando los torneos en los que competía, y seguía siendo un gran líder en preparatoria hasta que dentro de unos meses tuviese que dejar aquello para graduarse.

Pero aquello parecía casi una broma de muy mal gusto. Como si los reclutadores supiesen que Soichi es su hijo. Sin embargo, si aquellos papeles le hubiesen llegado hace un par de días, habría estado feliz de decirle la noticia a su hijo. Incluso habría gritado de felicidad al comentarle.

Pero ahora no podía sentir tal emoción al saber que Soichi piensa ir hasta Kyushu solo para estudiar arte.

La tensión que habían entre ellos podía cortarla hasta con un cuchillo. Por eso el ir a hablar justo en ese momento con él, no parecía buena idea, pero debía hacerlo.

Sin contar que el pelinaranja había dejado muy claro desde que entró en secundaria que no quería que le relacionaran con él debido a que él era Miya Atsumu, una imagen pública. Y entendía que quería formar sus amistades sin la influencia de su nombre.

·

·

·

Soltó aire viendo el gran pabellón de deportes que era aquel gimnasio metropolitano de Tokio donde se celebraban las nacionales de voleibol. Donde él jugó en sus años de preparatoria y cuando regresó de Brasil.

Podía sentir la mirada de algunos chicos encima suyo poniéndole igual de nervioso a cuando volvió a verse con Shouyo en aquella playa. Los que mirasen las revistas deportivas o fuesen verdaderos fanáticos del voleibol, saben quien era él.

Emprendió camino hacia el interior del gimnasio donde estaría más calentito y fue directamente hacia la cancha donde se encontraban todos los jugadores. Nada más entrar, el ruido del público llenaron sus oídos, el ruido de la pelota golpeando contra el suelo, el grito de los jugadores para hacerse notar y poder darle a la pelota en el aire...

Demonios.

Sus manos picaban por poder colocar una pelota a un buen rematador.

Le gustaba ser entrenador, pero lo suyo era estar ahí de pie. En la cancha. Siendo uno más en el equipo.

Queria vovler a sentir esa adrenalina correr por sus venas en cada partido y sumergirse en cada jugada que realizaba. Hacer bailar a los jugadores del otro equipo con una sintonía cuando él bailaba en otra.

Pero él ya no era ese chiquillo de diecisiete años. Empezaba a tener una edad donde su cuerpo pedía a veces un descanso. No es que fuera tan mayor, pero no podía ir corriendo de un lado a otro como si tuviese la edad de un chico de preparatoria.

Escuchó el fin de uno de los partidos que se estaban disputando, y pudo ver como los jugadores del equipo de Soichi saltaban de alegría. Habían pasado a la final que se disputaría al día siguiente. Sin embargo, su hijo era el único que no festejaba su victoria. Se había acercado hasta llegar a la red, la alzó pasando al lado del equipo contrario y se acercó hasta el capitán del equipo y sacudirle la mano junto algunas palabras. Antes de irse, se inclinó frente a todos los jugadores para luego girarse y reunirse con los suyos en la linea de saque de la cancha.

Agradecieron por el juego dando todos una reverencia y se giraron para poder recoger sus cosas e irse.

En eso, él se adelantó un poco hasta adentrarse y llegar a donde el equipo de chicos adolescentes se encontraban. El entrenador al verle, se puso nervioso. Habia acordado con Shouyo no dejarse ver por la escuela para que no hubiese revuelo entre los alumnos o profesores, por lo que entendía al pobre hombre.

—M-m-m-miya-san. Es un honor tenerlo aquí.- dijo el hombre.— ¿Ha venido a ver algún partido?

—No.- negó.— Vengo a hablar con Soichi... Ro-kun.

Todos miraron con asombro al pelinaranja que entrecerraba los ojos en dirección del rubio.

—¿Ocurre algo con nuestro jugador estrella?- volvió a hablar el entrenador.

Atsumu apretó los labios antes de volver a hablar.

—Quisiera que cuando Soichi... Ro-kun se gradúe se una a nuestro equipo. No solo yo, sino todos los que lo formamos estamos convencidos de que es un gran jugador.

Se pudo escuchar como Soichi bufaba ante sus palabras. Guardaba con algo de rabia sus cosas y evitaba la mirada de todos.

—Agradezco la oferta, en serio, pero voy a rechazarla.- le miró directo a los ojos.— Si hubieses venido hace unos días, unas semanas, lo habría pensado. Pero no ahora que ya tengo las cosas claras.

Los compañeros de equipo se susurraban entre ellos y él prefería ignorarlos y centrarse en las palabras de su hijo.

—¡¿Por qué dices eso, Soichiro-kun?!- preguntó alarmado el regordete hombre.— Es una gran oportunidad. ¡No la dejes escapar!

—Lo siento entrenador, pero ya está decidido.- le dijo mirándole brevemente antes de volver a centrar la mirada en él.— Podrías haber venido antes sabiendo mi forma de jugar.- acusó.— Sin embargo, si dentro de cuatro años cuando me haya graduado de la universidad la oferta sigue en pie, estaré encantado de unirme.

Cerró el bolso con sus cosas y salió de las canchas dejando a todos detrás que enseguida cogieron sus cosas para ir a prisa detrás de su capitán.

Atsumu pudo escuchar como el hombre suspiraba; mientras veía su espalda alejarse.

Su niño se había convertido en un hombre y no se había dado cuenta.

—Miya-san. Por favor, perdónelo.- se excusó el hombre.— Él no suele ser así de rudo al hablar.

—No se preocupe. Cuando lo vea, estoy seguro de que podremos hablar tranquilamente... O eso espero.

—¿A qué se refiere?

—Soichi es mi hijo- le dijo con una sonrisa tirando de sus labios y con un tono lleno de orgullo.

Escuchaba por el aparato el típico pitido cuando realizabas una llamada de teléfono y la persona al otro lado de la línea no le respondía.

Ya había perdido la cuenta de las veces que había llamado a aquel número que juraba ya que se lo sabía de memoria.

Suspiró derrotado cuando saltó de nuevo el buzón de voz, y se tiró de espaldas a la cama con sus brazos abiertos y en una de sus manos su teléfono.

La puerta de su habitación fue abierta dejándole ver como Shouyo entraba con un gran cesto con ropa doblada dentro y se dirigía al armario que ambos compartían para empezar a guardar en el las camisetas dentro de sus cajones, camisas en perchas y pantalones encima de algunas baldas.

—¿Ha habido suerte?- preguntó acostándose encima suyo sin llegar a aplastarlo.

El rubio suspiró.

—¿Para qué demonios tiene un teléfono si no contesta cuando uno le llama?- refunfuñó.— Los jóvenes de ahora siempre se la pasan con la cara metida en los teléfonos haciendo a saber qué.

—Esa es una frase muy de persona mayor cariño. ¿Acaso ya te llegó la crisis de los cuarenta sin tenerlos todavía?

El mayor bufó y rodeó con sus brazos al cuerpo encima suyo.

—El próximo año los cumplo. Tampoco es que me queden décadas.

—Pero últimamente estás exagerando un poco las cosas.

Atsumu volvió a bufar, esta vez rodando los ojos.

—Shirabu nos pidió a todos que fuéramos. A todos. ¿Y Soichi es el único en no venir? ¿Acaso somos las peores personas de la faz de la tierra como para que no quiera vernos?

—Sé que lo extrañas tanto como yo, pero lo más seguro es que tenga exámenes para los que estudiar o proyectos que entregar.

—... Nao puede sacar tiempo para venir a vernos de vez en cuando. ¿Por qué Soichi no? Sé que está a miles de kilómetros de distancia, pero podría venir un fin de semana. Me gustaría verle aunque fuese un momento.

Shouyo suspiró con una sonrisa tirando de sus labios.

Subió un poco y depositó un pequeño beso en los labios del contrario antes de ponerse en pie y ayudar al mayor a quedar sentado en la cama.

—Vuelve a llamar. Quizás responda después de ver que no paras de molestar.- Atsumu le miró mal y él solo pudo reír.— Voy a llevar a Hiromi a sus clases de ballet. Nos vemos al rato.

El rubio alzó su mano en forma de despedida e intentó sonreír fallando en el intento.

Giró su cabeza para ver su teléfono encima de la cama y lo cogió para quedarse mirando su reflejo en la pantalla en negro.

Apretó el botón de encendido para que la pantalla se iluminase, y deslizó su dedo por ésta para desbloquearla. Le recibió el listado de llamadas con las diecinueve llamadas sin ser contestadas de Soichi, y muchas otras que había y le habían hecho.

Sonrió de lado algo decaído y volvió a pulsar aquel teléfono verde para llamar a Soichi.

'A la vigésima va la vencida' se dijo.

Podía ver en unas pequeñas letras amarillas como salía 'llamando' y el bajo sonido de llamada al no tenerlo pegado a la oreja y sin el altavoz.

De repente, vio como aquellas letras se convertían en números indicándole que empezaba el conteo de cuanto duraría aquella llamada. Enseguida llevó el aparato a su oreja sintiendo una extraña adrenalina recorrerle el cuerpo.

—Hola, ¿Soichi?

—Hola papá.

Atsumu casi llora al escuchar la voz de su hijo al otro lado de la línea.

Se notaba que no estaba feliz de hablar con él, pero él personalmente podría hasta gritar de la emoción.

Llevaba bastante sin escuchar su voz.

—Te estuve llamando.

—Lo sé. Vi como la pantalla del teléfono no paraba de encenderse con tu nombre en él veinte veces.

—... Si hubieses respondido a la primera, no te habría llamado tantas veces.

—Papá... Tengo un trabajo que hacer para el lunes. No puedo perder el tiempo hablando contigo.

—¿Hablar con tu padre es una pérdida de tiempo para ti?

—Te recuerdo que tengo una beca que mantener. Así que sí. Es una pérdida de tiempo.

—Si te hubieses quedado en Tokio en vez haber ido a Kyushu, quizás no te haría perder el tiempo de esta manera.

—Oh, por favor. ¿Crees que en esa casa podría haberme centrado en mis estudios? Mi casa es más una guardería con todos mis hermanos en ella.

—No pongas a tus hermanos de excusa. Quisiste irte.

—Por uma boa razão!

—¿Y se puede saber cual? ¡Nunca me dices las cosas!

—Se eu não te disse antes, menos agora!

Atsumu suspiró y se sobó el puente de la nariz.

—É para isso que você me chama? Para acabar discutindo como sempre?

—Yo... agh...- cerró los ojos y apretó los labios antes de pasar su lengua por ellos y volver a hablar.— Te llamaba para decirte, por favor, que vengas este fin de semana a Tokio. Shirabu y Semi quieren decirnos algo importante.

Hubo un momento de silencio hasta que el chico al otro lado de la línea retomó la palabra de nuevo.

—Eu disse que estou ocupado. ¿Acaso me escuchas cuando te hablo?

Atsumu pudo identificar la incredulidad en su voz en aquella última frase.

—Soichi, no eres el único que está ocupado. Tu hermano dejará de lado la residencia en el hospital solo para venir. ¿Por qué tu no?

—Ya.- dijo cortante.— Siento que a tus ojos veas que el trabajo de un artista sea poca cosa en comparación de un médico.

—Yo no...-

—Déjalo papá. Me ha quedado bastante claro.

Atsumu se sobresaltó al escuchar el final de la llamada.

Miró a la pantalla de su teléfono viendo que aquella llamada no había durado más de un minuto y medio.

Era la conversación más larga que había tenido desde que Soichi se había marchado.

·

·

·

Desde su sitio había podido ver a Soichi durante todo esa mañana.

Cuando lo vio aparecer junto a Seiya, se emocionó igual que un niño en el día de navidad. Puede que su hijo apenas le había dirigido la palabra al igual que a Shouyo, pero al menos había aparecido.

Seguramente fue Seiya quien le insistió en venir.

Era más que obvio.

Las palabras de su novio pesaban más que las de su padre.

No iba a admitir que le dolía y que le ponía celoso tal cosa, pero como adulto que era tenía  que saber afrontar las cosas.

—¡Por favor, todos a la mesa! ¡La comida está casi lista!- había gritado su hermano quien era el que se encargaba de hacer el almuerzo en la parrilla de los anfitriones de la casa.

Todos empezaban a sentarse en cualquiera de los asientos de la gran, gran mesa que habían preparado, y él se sentó junto a Shouyo dejando su otro asiento libre a propósito para que su pequeño se sentase a su lado.

Aunque no le hablase, lo quería sentir cerca por las pocas horas en las que estaría con ellos.

En eso, le vio entrar como alma que lleva el diablo y con su característico ceño fruncido. Cogió con furia el bolso de tela con el que había entrado y meter en él con enfado su bloc de dibujo.

Seiya se había acercado a él, y les pudo ver intercambiar palabras que él por la lejanía no podía entender.

—¡Soichi! ¡Espera Soichi!

La llamada a gritos de Seiya llamó la atención de todos formándole un nudo en la garganta.

Se puso en pie para seguir a la joven pareja y habló.

—¡Soichi!- llamó consiguiendo su atención.— ¿Ya... piensas irte?

El pelinaranja le había mirado brevemente para luego centrarse de nueva cuenta al chico de gafas.

—Hice lo que me pediste. Ya saludé, estuve un rato y ahora me regreso a los dormitorios. No quiero estar más tiempo aquí.

Seiya volvió a llamarlo en voz alta sin conseguir que se quedase.

Él solo pudo masajearse el puente de la nariz.

¿Por qué? ¿Por qué era tan difícil pasar aunque fuese cinco minutos junto a su hijo?

—¿Se puede saber qué es lo que pasó?- preguntó mirando de reojo a sus otros hijos.

Kenjiro bufó y Nao apartó la mirada hacia otro lado.

—¿Tu ves normal que se enfade por mirar sus dibujos?- habló el de pelo cobre.

—Invades su privacidad.- dijo de repente Seiya, quien había regresado; con su ceño fruncido.— Ni siquiera yo miro lo que dibuja. A eso se le llama confianza, algo de lo que creo que careces.

El de gafas pasó por el lado de Kenji golpeando su hombro con algo de fuerza logrando que apretase sus labios en una sola línea.

Y no porque le haya dolido aquello.

—Es que son tal para cual.- dijo entre dientes.

—Ya vale Kenji...- Nao puso una mano sobre su hombro.

—¡Pero es verdad! Si no quería que mirásemos que dibuja a los muertos como si los tuviese en frente, ¡pues que no deje su maldito bloc a la mano de cualquiera!

—Kenjiro, ya está bien.- habló Atsumu con un tinte de enfado en su voz.— Tu hermano apenas viene por casa y tu haces lo que sea para que se marche de un plumazo. ¿Acaso no sabes lo complicado es que siquiera venga?

—¿Te estás poniendo de su lado?- Kenjiro señaló la puerta refiriéndose a Soichi al haberse ido por esta.

—¿Por qué miraste lo que no debías sin su permiso? No es de la incumbencia de nadie saber que es lo que dibuja. Meter la nariz donde no te llaman hizo que tu hermano se fuese. ¿No piensas en lo triste que estará tu madre al ver que ni siquiera le dijo adiós?

La mirada que le regalaba Kenjiro era de enfado.

Puede que la suya igual.

No se acordaba de la última vez que había visto a Soichi. Y cuando lo volvió a ver, le pareció verlo más alto. Más guapo. Todo un hombre.

Se sentía orgulloso de ser su padre.

Pero con los volátiles que podían llegar a ser los sentimientos de su hijo, cualquier cosa le haría cambiar e irse lejos como había pasado.

—Pues si tu y mamá le hubieseis insistido en que estudiase aquí, nada de esto habría pasado.- fue lo último que había dicho Kenji antes de salir hacia el jardín jalando a Nao de la mano.

Atsumu se apoyó en la pared más cercana y miró al techo.

—Por favor Tobio-kun. Ayúdame con nuestros hijos.

—¿Estás seguro de que es aquí?- preguntó Atsumu mirando por el parabrisas el enorme edificio que tenía en frente al otro lado de la calle.

—Completamente.

El castaño torció su boca todavía algo desconfiado.

Suspiró y miró a las personas pasar tranquilamente por las blancas calles. Completamente abrigados para no pescar algún resfriado.

En eso, pudo divisar como de la entrada del edificio salían Seiya e Ichiro, el menor sosteniendo el brazo del mayor y con su mano libre acariciando sobre las capas de ropa la barriga del rubio que no hizo más que sonreír ante el acto.

Por instinto, apretó las manos alrededor del volante, y juraba que tenía una cara de tristeza en su cara.

Recuerda como hacía unos días atrás, su hijo había venido con Seiya a su casa seguramente a decirles que serían abuelos. Pero aquello no llegó a pasar porque Nao se les había adelantado contándoles tan grata noticia del futuro bebé en camino.

Todos habían estado felices menos, Soichi y Seiya.

Ahora entendía porqué sus caras largas en un momento tan especial, y como el día de navidad habían salido casi corriendo cuando la noticia volvió a salir de los labios de Nao delante de todos.

Pero se sentía un padre terrible.

Durante años intentó ser un buen padre con Soichi como lo había estado haciendo los ocho primeros años antes de regresar a Japón. Pensó que lo había estado haciendo bien después de que Kageyama les dejara y Nao llegase con ellos. Pero estaba completamente equivocado. Lo supo cuando hace unos días Soichi había dicho que no podía competir contra Nao.

Soichi estaba bien. Tenía su genio al igual que cierto pelinegro, pero seguía siendo su niño.

No supo en que parte del camino llegó él a desviarse en su rol como padre.

—Te dije que era aquí.- la voz grave de su acompañante le sacó de sus profundos pensamientos.

—Tu ve a hablar con nuestro pequeño, nosotros iremos con Seiya.- le dijo Shouyo desde atrás recibiendo un beso de su parte en la mejilla.

Por los retrovisores vio como Tadashi ayudaba a su pequeña esposa a bajar con cuidado debido a su abultada barriga.

Nunca paraba de pensar en lo adorable que se veía con su vientre abultado dándole a entender a todo el mundo que lo viese que en su interior estaba creciendo vida.

Aquella pequeña sonrisa que tenía en sus labios se esfumó por completo al recordar las palabras -más bien los gritos- que les había dicho Soichi meses atrás.

Fueron palabras que rodaron por su cabeza sin cesar haciéndole pensar seriamente las cosas.

Y lo compartió con Shouyo. Sus dudas. Sus temores. Las verdades ante las palabras de su pequeño. ¿Qué decía de pequeño? Soichi ya había crecido. Tenía veintiocho años y estaba a punto de ser padre.

Su pequeño era un hombre hecho y derecho capaz de sustentar a su familia en crecimiento.

—Nosotros también deberíamos de ir yendo.

La voz de Tsukishima lo volvió a sacar de lo profundo de sus pensamientos.

Quitó las llaves del contacto, y bajó del coche cerrando la puerta. Lo aseguró, y cruzó la calle junto al rubio mirando a ambos lados.

El calor los envolvió de nuevo al entrar en el edificio, y fueron directos al ascensor. El rubio apretó el número trece del panel, y las puertas se cerraron justo delante de ellos. El aparato se movió con suavidad y empezó a subir hasta que finalmente llegaron a la planta deseada.

Volvió a seguir al rubio hasta quedar justo en frente de una puerta con los números trece veintiuno en ella. Más abajo, en la placa que había sobre el timbre podía leerse Miya en ella.

El menor lo miró con una ceja alzada y solo atinó a subirse las gafas con el dedo medio y mientras que al, le empezaba a aparecer una sonrisa socarrona tirando de sus labios.

Rodando los ojos, tocó el timbre y esperaron pocos segundos hasta que Soichi les abrió la puerta visiblemente sorprendido. Pero poco le duró la sorpresa hasta que su ceño se frunció ligeramente.

—Demonios, Seiya...- murmuró.— Anda, pasad.

—Esperamos que no estés ocupado.- se disculpó con la mirada el castaño.

—Y si lo estás, te desocupas. Porque necesitamos hablar contigo.- dijo firme el de gafas entrando en el apartamento de su niño.

Soichi suspiró pesado.

Algo le decía que aquella charla iba a desenterrar cosas que nadie querría escuchar.

Ya pueden leer la tercera parte del extra →

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