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Capítulo 56

Al día siguiente tomaron el traslador a Londres. Una vez ahí, Sirius los apareció en su apartamento de las afueras. En los campos de alrededor que conformaban la campiña se acumulaba una densa alfombra de las hojas que los árboles iban perdiendo. Era una zona bonita y tranquila, con casas bastante separadas entre sí. A Bellatrix le gustó. Al instante Saiph alzó el vuelo para inspeccionar la zona. Sirius le advirtió que ahí vivían muggles, sería curioso que vieran a un dragón... Pero la criatura inició su inspección de todas formas, sabía camuflarse bien.

Los Black entraron al apartamento. Sirius dio gracias de haber limpiado y reparado los destrozos tras su última visita. Si bien muy pocos objetos se salvaban de la destrucción durante sus accesos de rabia, conservaba lo básico. Bellatrix lo inspeccionó todo como un gato intranquilo al que liberan por primera vez en su nuevo hogar. No le llevó ni un minuto dado su tamaño: dormitorio, baño, salón y una pequeña cocina. En su juventud Sirius no necesitó más. Intentó además no derrochar la herencia de su tío en lujos superfluos: para él no era fundamental la vivienda sino el alcohol. Él le tenía cariño a su casa, pero entendía que a su mujer no la ataba ahí ningún recuerdo.

Cuando la morena se quedó de pie en una esquina del dormitorio más tiempo del necesario, Sirius supuso que no se atrevía a decirle que se quería ir. Entró y la abrazó por la espalda.

-Escucha, cielo, no tenemos que quedarnos si no...

La bruja tenía en las manos el único objeto que había permanecido intacto tras todas sus iras y depresiones: la foto enmarcada de Bellatrix y Saiph durante la fiesta en Grimmauld Place. Su mujer dejó el marco, se giró hacia él y murmuró: "No nos vamos ni de broma". Le besó y aunque la cama no era muy grande, no tuvieron problema en darle buen uso.

A la hora de comer habían quedado en el restaurante del Ministerio, ya que Harry, Hermione, Ron y Tonks trabajaban ahí. Después irían con la gryffindor a la Mansión Black para recuperar el libro. La bruja preparó en un bolso lo que juzgó que necesitarían y se marcharon. En cuanto pusieron un pie en el Ministerio, la bruja sintió un escalofrío y murmuró: "Uh... déjá vu". Seguidamente sonrió al pensar cómo habían mejorado las cosas. Sin dudar qué recuerdo le había venido a la mente, Sirius murmuró:

-Antes de que se te acercase un dementor, masacraría todo este lugar.

Bellatrix cerró los ojos y sonrió con el inmenso placer que sentía siempre que su marido mostraba su faceta más oscura. Al poco la Ministra de Magia acudió a saludarlos. Era una vieja conocida de la mortífaga con quien tenía algunos negocios en común y se llevaban bien. Ella misma los acompañó al comedor y seguidamente se disculpó para seguir con su labor.

El trío de oro les esperaba junto con Tonks y Fred, que había acudido para comer con ellos. Se saludaron y se sentaron a la mesa. Bellatrix se acomodó en la silla con la elegancia innata que la caracterizaba. Sirius, pese a la alegría de ver a sus amigos, solía terminar contemplando siempre lo mismo. Y esa escena le recordó algo. Mientras el resto decidían que pedir, miró a su mujer y comentó:

-Me prometiste que me harías una recreación in situ. Estamos en el Ministerio, justo una sala por encima de donde sucedió, ¡hazlo, por fa!

Bellatrix le miró ladeando la cabeza pero finalmente sonrió. El resto los contemplaron confusos. La mortífaga se acomodó en la silla, levantó la barbilla ligeramente y los miró con incontenible desprecio. Seguidamente exclamó con una mezcla perfecta de soberbia, frialdad y pasión:

-El Señor Tenebroso se alzará de nuevo. ¡Destiérrenos a Azkaban! Esperaremos a que resucite y vendrá a nosotros, él nos recompensará más allá que a cualquiera de sus otros seguidores. Nosotros, los fieles, ¡sólo nosotros tratamos de encontrarlo!

El animago la contempló con ojos brillantes feliz de estar presenciando ese pedazo de historia. Harry sintió un escalofrío al recordar la escena exacta de su juicio que vio en las memorias de Dumbledore. El resto también sintieron escalofríos de horror pero sin recuerdos concretos. Bellatrix sonrió alegremente y dio un trago de vino.

-Lo único que deslució mi proclama fue Crouch hijo lloriqueando, pero la esencia fue esa.

"Te amo" vocalizó Sirius sin pronunciarlo para que el resto no le echaran la bronca. Ella le guiñó el ojo y cambió de tema como si nada:

-¿Oye, sabéis algo del cansino? Cindy se cogió vacaciones y se vino aquí, pero no hemos sabido nada de ella.

-Uy sí –comentó Harry-, subió a Hogwarts para dar una clase magistral en Defensa y McGonagall le ha ofrecido dar un seminario sobre el cuidado de dragones junto a Hagrid. Ella está encantada y Remus más.

-Qué bonito que tenga con ella los detalles que nunca tuvo conmigo –murmuró Tonks.

-Aún tenemos que ver si ella le aguanta –comentó Bellatrix.

-Solo se entienden porque ambos son hombres-lobo. Pero vosotros hacéis una pareja mucho mejor –intervino Sirius mirando a Fred-, seguro que os divertís mucho más, hay menos drama y...

-¡Y en la cama somos la hostia! –exclamó el pelirrojo alegremente- ¡No sabéis la de ventajas que tiene estar con una metamorfomaga! Aunque alguna vez me dé algún susto con...

-¡Vale! –le cortó Tonks ruborizándose- Si nosotros traumatizamos a los niños no les dejamos nada a mis tíos.

Los Black asintieron: si alguien desesperaba a Harry, Ron y Hermione con sus rarezas sexuales debían ser ellos. Les preguntaron por sus parejas y al instante Ron se adelantó para alabar las bondades de Millicent. Harry comentó que "Todo bien" con una sonrisa que casi parecía real y Hermione también aseguró que todo en orden. Comieron tranquilamente hasta que llegó el postre: coulant de chocolate. Algún ingenuo confió en poder comerse el suyo, pero Sirius los sacó de su error:

-Veréis, los viajes le abren aún más el apetito a nuestro cachorro. Así que si nos organizamos bien, se los puede comer todos.

Antes de entender de qué hablaba, Saiph ya había saltado sobre la mesa y devorado los dulces de Ron y Tonks. Continuó con los de Harry y Hermione y luego Fred le ofreció el suyo alegremente. A su mamá le permitió comerse el suyo. Con el de Sirius hizo una excepción por haber defendido sus derechos y le dejó la mitad.

-¡Coulant mordisqueado por un dragón, mi postre favorito! –exclamó el animago sonriente.

-De verdad que no lo estáis criando bien –empezó Hermione.

El mordisco en el hombro le llegó a tal velocidad que apenas vio a Saiph. Se supo que había sido él porque le manchó la blusa de chocolate. Tonks le curó la herida y sanó bien. Luego le intentó limpiar la mancha pero no era tan buena con ese tipo de hechizos... Fue como si la blusa de Hermione hubiese peleado contra un escreguto. Nadie logró arreglarlo.

-No pasa nada –aseguró la joven-, me cambio y...

-¡Ah no, no, de ninguna manera! –exclamó Bellatrix- ¿No te corría tanta prisa lo del puñetero libro? Pues ahora mismo vamos, sin perder un segundo.

-Pero...

-O vamos ahora o cambio de idea, globulito.

La castaña la miró con odio; la morena con una sonrisa burlona. Igual Hermione se había pasado presionándola con lo del libro, pero no creyó que fuese para tanto. Aún así se levantaron y salieron hacia la entrada. Ron se despidió porque aún le quedaba papeleo por hacer y Fred debía ir a supervisar la tienda. Tonks y Harry se apuntaron a la excursión, tenían curiosidad por conocer la Mansión Black.

-¿No es más cómodo usar las chimeneas? –preguntó Hermione cuando vio que salían a la calle.

-No, en esa casa todas las chimeneas están selladas. Ni siquiera los elfos se pueden aparecer- explicó Bellatrix-. Siri, ¿recuerdas bien el sitio para aparecerte?

-Uff... Creo que no... No volví desde los trece años... Hay mucho riesgo de despartición.

-Entonces vamos a darnos todos la mano como si esto fuera una excursión de retrasados.

-Tienes la prosa de un catedrático, tita –comentó Tonks burlona.

Su tía asintió. Se dieron la mano en círculo y la slytherin los apareció a todos.

La Mansión Black se alzaba temible y majestuosa. El tiempo había deslucido la fachada y le daba un aspecto más tenebroso. Contaba con cuatro plantas y decenas de ventanas todas con las cortinas cerradas; sin embargo, daba la sensación de que detrás de ellas había alguien espiándoles. Sirius sacudió el pensamiento: le pasaba lo mismo cuando era pequeño, ese lugar siempre le inspiró temor, pero llevaba más de una década deshabitado. Hermione la vio de lejos cuando Bellatrix la llevó a los bosques anexos, pero de cerca resultaba aún más estremecedora. Tonks comentó que eso era exactamente lo que esperaba de los Black y Harry estuvo de acuerdo. La única persona que vivió en esa casa no comentó nada.

-¿Vamos? –preguntó Hermione acercándose al edificio.

Los jóvenes echaron a andar y llegaron al porche.

-Sirius, no sé si puedo –susurró la bruja.

-Cielo, no va a pasar nada, estoy contigo.

- Ella fue la última en morir, me odiaba.

-Somos muy buenos magos, Bella, no va a haber problema.

El resto de la comitiva se giró al ver que ellos no se acercaban.

-¿Algún problema? –preguntó Harry.

-Ninguno –aseguró Sirius.

-¿Vamos entonces? –intervino Hermione- Cuanto antes lo hagamos, antes nos lo quitamos.

-¿Seguro que ese libro es tan importante? –inquirió Bellatrix.

-¿Qué pasa, tita? ¿Te da miedo volver a casa? –preguntó Tonks divertida.

-No pasará nada –aseguró Harry-, somos muchos y...

-Bella, me prometiste que...

-¡NI SIQUIERA PODEIS ENTRAR, JODER! –exclamó la mortífaga cuando su agobio alcanzó el límite- ¡Solo los Black de sangre pura pueden cruzar el umbral, vosotros no podéis hacer nada, panda de bebés mestizos!

El resto retrocedieron porque Bellatrix enfurecida seguía dándoles miedo. Ella se sentó en las escaleras del porche con la mirada perdida en los bosques.

-Vale, muy bien –comentó Sirius-, marchaos y cuando lo tengamos, os llevamos el libro.

-Pero... -empezó Hermione.

-Vámonos, Mione –respondió Tonks cogiéndola del brazo al ver que el tema era serio-, es mejor que se encarguen ellos.

La joven asintió y Tonks los apareció a los tres. Cuando se quedaron solos, Sirius se sentó junto a la bruja en las escaleras y contempló también el paisaje. Durante unos minutos ambos se perdieron en sus memorias, algunas difusas debido a los dementores.

-¿Recuerdas cuando de pequeños Reg y yo jugábamos contigo en los bosques? Tus hermanas no querían porque eras demasiado brusca. Nos obligabas a fingir que éramos dragones.

-Eso no es verdad –murmuró ella con una débil sonrisa.

-¡Claro que sí! Yo quería ser el colacuerno pero nunca podía porque te lo pedías tú. A veces era el wiseshadow, como nuestro monstruito. Nos asignabas cuál debíamos ser y nos perseguías lanzándonos fuego con tu varita.

La bruja abrió los ojos notablemente, su marido supo que lo había recordado y se echó a reír. La cogió de la mano y añadió:

-Esta mansión me daba miedo, pero aún así siempre les preguntaba a mis padres cuándo íbamos a casa de Trixie. Ellos me aclaraban que de momento la casa no era tuya, pero a mí me da igual, para mí el mundo era tuyo.

La mortífaga sonrió y apoyó la cabeza en su hombro. Él la besó y le preguntó si prefería dejarlo y volver a casa. Ella tardó en contestar. Pero al fin negó con la cabeza. Se levantó y se acercó a la puerta. Él asintió y se colocó junto a ella. Antes de ejecutar el hechizo de apertura, miró a su marido:

-Sirius, tienes que prometerme que pase lo que pase, me harás caso.

-Te lo prometo –aseguró él sin entender la necesidad del gesto.

Entraron por fin. Nada más acceder, un torbellino oscuro en el que se distinguían rostros cadavéricos se abalanzó sobre ellos. Sirius se sobresaltó más por la sorpresa que por el miedo. Pero no le dio tiempo a actuar: con un gesto de la mano de la mortífaga, el siniestro tornado se esfumó.

-Maleficios de protección –murmuró-. Como si eso sirviera de algo contra mí...

El animago no respondió. Observó el vetusto recibidor de la mansión Black, maderas nobles con molduras decorativas y cuadros de antepasados. Varias capas de polvo custodiaban todas las superficies, desde las lámparas de araña hasta los picaportes. Sintió un escalofrío, el mismo que experimentaba de pequeño cuando visitaba a sus tíos. Esa casa siempre le resultó más siniestra y hostil incluso que Grimmauld Place. Bellatrix no se detuvo en la contemplación. Echó a andar con decisión entre los oscuros e infinitos pasillos.

-No bajes tu varita –le advirtió a su marido.

No hubiese hecho falta la indicación. Sirius era un temerario, pero cuando se trataba de los Black toda precaución era poca. Ese lugar era tal y como lo recordaba. Ornamentación excesiva envuelta en un aire lóbrego. Todas las puertas estaban cerradas; no obstante, nadie había cubierto los muebles ni tomado precauciones para protegerlos del paso del tiempo. Sabía que las hermanas mayores no volvieron nunca tras casarse; ahora estaba seguro de que Narcissa tampoco. Los dos últimos años tras la muerte de Cygnus, solo Druella Black quedó ahí. Eso generó un nuevo pensamiento macabro en la mente del gryffindor: ¿fue algún elfo quien se ocupó del cadáver o...? Prefirió no comentarlo con su mujer.

Sirius sabía que Bellatrix no tenía miedo. Pero notaba una rabia y, sobre todo, una repulsión hacia ese lugar y lo que allí vivió que pocas veces había sentido en ella. Tras varios pasillos y corredores que el merodeador se esforzó en memorizar, la morena se detuvo.

-Es ahí, esa pared del fondo da acceso a los sótanos.

Se trataba de una pared de madera igual que el resto, lisa y sin ningún tipo de marca. Sirius asintió y caminaron hacia ella. Entonces recordó aquel lugar. Había una grotesca estatua de una gárgola que siempre le dio miedo de pequeño. Y ahí seguía: la criatura de piedra se hallaba en cuclillas, con una sonrisa macabra y una guadaña entre las garras. Bellatrix se detuvo. Pero no fue por la estatua, sino por el retrato que había enfrente.

-Nunca creí que volvería a verte aquí, estrella... Y por tu seguridad no deberías haber venido.

-Papi... No sabía que estabas aquí. ¿Puedo llevarme tu retrato? –preguntó Bellatrix analizando el marco.

-No, tu madre me relegó a este pasillo con un hechizo fijador, ya sabes que nuestra relación nunca fue muy boyante. Pero puedes venir a verme... si vences a tus fantasmas.

-Esta vez no estoy segura de vencer, papi. Ella me odiaba.

-Ella está muerta, estrella, y tú siempre te has comido a la muerte. Los Black siempre ganamos, pero...

En ese momento a la duelista le pareció oír un crujido. Y le hubiese prestado atención de no ser su padre quien le estaba hablando.

-¡BELLA! –gritó Sirius con horror.

La siniestra estatua de la gárgola se había incorporado lentamente mientras los Black contemplaban el retrato. En el momento en que alzó la guadaña, cobró vida. Con su sonrisa bufona se abalanzó sobre Bellatrix. Sirius, que no había dejado de vigilarla de reojo, agarró a su mujer por la cintura y la apartó de su trayectoria. "¡Bombarda máxima!" gritó apuntando al monstruoso ser. La criatura estalló en mil pedazos que se deshicieron al caer al suelo quedando solo una alfombra de polvo. El retrato también quedó vacío; su ocupante había huido. Bellatrix, respirando pesadamente, contempló la escena y susurró: "Gracias, Siri, menos mal que estás aquí".

-De nada, cielo. Nunca me fié de esa estatua.

-Ella lo sabía... -murmuró la morena- Druella sabía que lo único que me distraería sería papá, por eso lo colocó aquí. Pretendía que no llegara ni al sótano.

-Joder... -masculló Sirius- ¡Si es que hemos salido demasiado normales para la familia que nos crió!

Ante eso la mortífaga sonrió y le besó. Le preguntó si estaba preparado y él aseguró que por supuesto. Se acercaron a la pared del fondo y ella murmuró "Toujours Pur". Apareció una puerta de madera que se corrió con un chillido dejando a la vista una angosta escalera. Ambos Black se pelearon por entrar primero: no por deseo, sino por necesidad de proteger al otro. Finalmente, Bellatrix le concedió a Sirius el privilegio; conociendo a su madre daría igual la posición, los atacarían por todas partes. En cuanto pusieron un pie dentro, la puerta se empezó a cerrar.

-¿Para salir es la misma contraseña? –preguntó el animago.

-No, probablemente ya no se abrirá más –respondió la morena-, su idea sería atraparme aquí. Pero es solo madera y tú eres fuerte, podrás abrirla de una patada.

-¿Estás de broma?

-No. Mi madre contó con todo, sabía que tarde o temprano tendría que volver. Lo único que no previó, el único factor que jamás se le pasó por la cabeza, fue pensar que no lo haría sola.

Sirius lo entendió. Druella creyó que tras Azkaban su hija mayor sería para el resto de su vida una fanática de Voldemort a quien todo el mundo abandonaría. Aquello le dio pena y rabia. Pero también se alegró de que sus predicciones hubiesen fallado. No obstante, no entendió su razonamiento: ella podría volar la puerta con cualquier hechizo. Pensaba en eso mientras intentaba ejecutar un lumos.

-Hay conjuros inhibidores –informó la slytherin-, no podemos hacer magia aquí abajo.

Eso sí preocupó a Sirius. Sin magia no veía cómo defenderse. Pero Bellatrix creía que podían hacerlo y él tenía fe en ella. Así que se resignó. Entonces empezó a escuchar un siseo espectral. Estaban a oscuras y sin magia... de verdad que el puñetero libro no valía la pena. Cuando notó que "algo", lo que fuese, se les acercaba, la morena comentó:

-Hay otra cosa con la que esa desgraciada tampoco contó.

Un segundo después, una enorme llamarada iluminó el camino. Lo que se acercaba eran dos docenas de serpientes. Con otra llamarada, Saiph eliminó el maleficio. Hubo varios ataques de similar naturaleza, pero gracias a la agilidad de Bellatrix, la fuerza de Sirius y el fuego de Saiph, lograron alcanzar el sótano. Había decenas de puertas, todas iguales, y de varias salían aullidos ahogados. Abrir la incorrecta no les acarrearía nada bueno. Bellatrix se detuvo ante una.

-Es esta. Este era su laboratorio. Solo bajé una vez con papá, pero era esta.

-De acuerdo –respondió Sirius que se fiaba de su memoria eidética- ¿Estás segura de que quieres seguir? Ya sé que es importante para ti, pero...

-Sí, me da igual el libro. Ella creía que no podría hacerlo y tengo que demostrarle que se equivocó hasta el final. Pero si tú no...

-¡Por supuesto que sí! Hemos podido con hombres-lobo, con centauros, con Voldemort... ¡anda que no vamos a poder con la madre que te parió!

Bellatrix se echó a reír. "Te quiero" murmuró. Él sonrió y la besó. Seguidamente, la mortífaga sacó un cuchillo de su bota. Antes de que al animago le diera tiempo a preguntar qué hacía, se practicó un corte en la mano. Sirius entendió que era un cierre de sangre. Y no valía con una gota. La mortífaga mantuvo su mano sobre el pomo durante medio minuto. Después, la puerta de madera se abrió con un crujido. El mago detuvo a su prima antes de que entrara, desgarró la parte baja de su camisa y le vendó la mano; todo después de echarle la culpa por no haberle permitido a él sacrificarse. Ella le dio las gracias por lo primero e ignoró lo segundo.

La habitación tenía forma oval con paredes de piedra. Cientos de estanterías cubrían las paredes repletas de pociones de todo tipo de consistencia. Diversos conjuros preservaban las pociones del polvo y la humedad. Había varias mesas con matrices, calderos e instrumental para pociones y varios libros. Al fondo colgaba un enorme retrato.

-Vaya, vaya... -comentó una voz entre gélida y burlona- Veo que sigues teniendo el aspecto de niña trastornada que tenías en tu infancia, qué espanto. Aunque no negaré que me sorprende que hayas llegado hasta aquí, creí que con el retrato de tu padre bastaría para eliminarte.

Druella Black lucía tan elegante, altiva y desdeñosa como lo fue en vida. Sus facciones aristocráticas guardaban parecido con las de su hija, aunque era a Narcissa a quien más se parecía.

-Y con tu primo... Muy propio de ti, encamarte con un traidor de sangre sensiblero e inestable.

Sin controlar su rabia, la mortífaga cogió una poción corrosiva y la lanzó contra ella. Antes de alcanzar el retrato, una pantalla de fuego apareció de la nada. Era otro maleficio protector: la única forma de acercarse al retrato era cruzar la cortina de fuego (lo que obviamente suponía la muerte). Bellatrix apretó los puños.

-Eso no es lo mejor –siguió Druella-. Habrás traído todo tipo de filtros para curar lo que preveas que os puede suceder aquí. También conté con ello: en el momento en que has cruzado el umbral, un maleficio ha contaminado cualquier poción que lleves en el bolso. Pongamos que sales de aquí, por ejemplo... envenenada. No podrás utilizar nada de lo que hayas traído, ni podrás aparecerte porque hacerlo en ese estado conlleva la despartición. Esta mansión está a miles de kilómetros del pueblo más cercano. Ni en escoba te daría tiempo a salvar tu vida.

Sirius tragó saliva. Conocía el maleficio y sabía que, efectivamente, Bellatrix había llenado el bolso con todo tipo de remedios que ya no servían. La morena llegó a la misma conclusión. Y lo peor era que ni siquiera consideraba que ese fuese a ser el mayor de sus problemas.

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