Capítulo 54
Como cada mañana, Sirius despertó en la cama de Bellatrix con un brazo en torno a su cintura. Comprobó el reloj de su mesilla y vio que aún era pronto, no obstante, no tenía sueño. Le pasaba algunas mañanas: amanecía hiperactivo y con ganas de celebrar lo feliz que era. Su mujer ya le había advertido que lo celebrara como quisiera pero en soledad, ella prefería dormir. Así que solía salir a correr por los bosques, a veces en su forma canina y otras en la humana, disfrutaba mucho de ambas maneras. Se levantó con cuidado y le susurró a la bruja:
-Bella, me voy a correr.
-¿Me he dormido mientras follamos? –murmuró ella adormilada.
Él no pudo evitar reír por lo bruta que era y reformuló la frase:
-No, me voy a hacer deporte.
-Eso no me interesa –respondió ella volviéndose a arrebujar entre las sábanas-. Avísame si follamos.
Su marido le prometió hacerlo, la besó en la mejilla y salió con cuidado de no hacer ruido.
Le recibió el cielo anaranjado del amanecer y una bocanada de aire frío. Lo agradeció para terminar de despertarse. Adquirir una montaña era una extravagancia que solo a su prima se le ocurriría, pero tenía que admitir que no había podido elegir un lugar mejor. Le encantaba correr entre los árboles con hojas purpuras y flores salvajes. Olía a eucalipto, a tierra húmeda y a fuego. De vez en cuando se cruzaba con dragones durmiendo en cuevas, bebiendo en las lagunas o sobrevolando el paraje. Su presencia no les alteraba en absoluto, solían ignorarle como si de un diminuto ratón se tratase. Sin duda eran felices en ese hábitat.
Por supuesto a veces se perdía o se desorientaba y pasaba unas horas dando vueltas sin rumbo. Cuando vencía a su orgullo, lanzaba un hechizo de socorro y al poco aparecía Bellatrix para rescatarlo. A veces incluso Saiph iba a buscarle y se unía a su actividad mañanera.
No se extravió en aquella ocasión: realizó una de sus rutas favoritas (la que pasaba por el bosque en el que se casaron) y a las dos horas alcanzó de nuevo el punto de partida. Cuando ya volvía a la mansión escuchó un chillido, no humano sino animal. No era el rugido de un dragón ni el bramido de los thestrals. Aún así le resultaba familiar. Sacó su varita por si necesitaba defenderse y se acercó al lugar de donde procedía el ruido. Alguien le estaba esperando.
-¡Buckbeak, viejo amigo! –exclamó con alegría.
El hipogrifo con el que escapó años atrás también se alegró de verlo. Sin necesidad de saludo, le golpeó con su pata para que le acariciara. El animago lo hizo con verdadera alegría:
-¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Te dejé con Hagrid!
Obviamente el animal no contestó. Sirius supuso que lo echaba de menos y, de alguna forma, lo había rastreado. Las criaturas mágicas tenían un don para eso: podían tardar más o menos, pero lograban localizar a las personas que les eran queridas. Eso sucedió con los thestrals de Bellatrix: aparecieron en su montaña pocos meses después de que ella se mudara.
-¿Quieres que demos una vuelta?
El animal profirió un chillido de aquiescencia. Se inclinó y Sirius subió de un salto a su lomo. Al instante el animal empezó a galopar y echó el vuelo. La vista desde el cielo era aún más impresionante que en tierra. El animago solía volar con su escoba, pero hacerlo sobre su viejo camarada resultaba más emocionante. Estuvo un rato riendo y poniendo al día al animal (le dio exactamente igual que no entendiera una palabra). Como Sirius supuso que Buckbeak estaría cansado del viaje, pronto aterrizaron en la explanada frente a la mansión. Pero no estaban solos.
-Buenos días, Saiph, ¿todo bien? –preguntó el animago.
No iba todo bien. El dragón agitaba las alas con furia, salía humo de sus fauces y profería un gruñido de baja frecuencia. Sirius le había visto antes en esa actitud: justo antes de atacar a otros dragones. Se giró para comprobarlo pero estaban solos, no había nadie más. Por muy pequeño y adorable que fuese, Saiph era mortífero. Sus afiladísimas garras podían desgarrar la garganta de cualquier criatura en menos de un segundo. Y solo respetaba a Bellatrix. Así que el animago dio gracias cuando la puerta de la mansión se abrió y la bruja salió corriendo.
La mortífaga llevaba únicamente el jersey largo con el que solía dormir y sus botas de combate. Su pelo estaba más enmarañado de lo habitual y en su rostro se adivinaba que un minuto antes dormía. Probablemente había sentido la furia de su cachorro. En cuanto vio a su marido sobre el hipogrifo lo comprendió. Se acercó a ellos y en voz baja ordenó:
-Sirius, desmonta despacio, no toques al hipogrifo y no abras la boca.
El animago frunció el ceño desconcertado y abrió la boca. Pero se frenó y la cerró. Acató la orden tal y como le había indicado. Una vez en tierra, en el mismo tono cauteloso, la bruja le dijo:
-Transfórmate y sal corriendo, Saiph te va a atacar.
-¿Lo dices en serio? ¡Qué le he hecho! –preguntó él en un susurro sin dejar de vigilar al dragón.
-Has jugado con una criatura que no es él, está celoso y se siente engañado y traicionado. No puedo calmarlo cuando está así, es igual que nosotros con las infidelidades. Así que transfórmate y... ¡corre!
Justo en ese momento el dragoncito se abalanzó sobre él. Sirius ya contaba con ello, se apartó con rapidez y se transformó. Como perro era capaz de correr mucho más rápido que como humano. Aunque nada comparable a la velocidad del dragón. Tuvo que esquivar llamaradas y ataques sin tregua. Bellatrix los contempló alejarse y sacudió la cabeza.
-¿Y tú quién eres? –le preguntó a Buckbeak que la miró ladeando la cabeza.
No pudo tomar ninguna decisión respecto al animal porque en ese momento unos metros más allá se apareció Draco. Dedujo por sus gestos que su madre le había hastiado con algún asunto y acudía para desahogarse. Bellatrix le saludó y le preguntó si necesitaba algo. El chico la miró ruborizado: no estaba acostumbrado a ver a su tía únicamente con un jersey. Sacudió la cabeza e intentó exponer el motivo de su visita:
-Tía Bella, quería pedirte que... -empezó.
Entonces vio a su viejo enemigo: el hipogrifo que le atacó en tercer curso y logró esquivar a la muerte. Abrió mucho los ojos con horror y exclamó: "¡TÚ!". Por desgracia, el reconocimiento fue mutuo. El animal se abalanzó sobre Draco que ya corría montaña abajo sin dejar de gritar. Bellatrix los contempló cruzada de brazos. Sacudió la cabeza y murmuró: "Si es que soy la más normal de esta familia...". Dejó que todos esos machos ansiosos se persiguieran entre sí, ella necesitaba su té con whisky. Entró a casa y desayunó con tranquilidad.
Después se duchó, se vistió y se fue a su despacho a revisar sus negocios. Estaba terminando de enviar el correo con sus cuervos cuando su marido apareció por fin. Parecía que hubiese corrido una maratón, le costaba respirar y lucía algunos rasguños. Pero estaba de una pieza, pocos en su situación hubiesen podido decir lo mismo.
-Le he despistado –jadeó-, creo que le he...
No continuó porque a lo que el cuervo salió por la ventana, se cruzó con Saiph que entraba. Al instante Sirius agarró a su prima y se colocó tras ella para usarla de escudo humano. A Bellatrix no le hizo gracia. El dragón se detuvo volando frente a ellos, no tan iracundo como al principio pero sin duda mantenía el enfado. "Discúlpate" masculló Bellatrix entre dientes. El animago ni se cuestionó lo rocambolesco de la situación, simplemente obedeció:
-Lo siento mucho, Saiph. No ha significado nada para mí, te lo prometo. Buck...
Se interrumpió al recibir un codazo de su mujer. Mostrar familiaridad con el enemigo no era un buen enfoque. Así que se corrigió:
-El bicho ese no es nada mío, solo un viejo conocido, pero nadie especial. Le he seguido la corriente para que no se enfadara, pero no he disfrutado con él, no he sentido nada.
El wiseshadow parecía estar escuchándole con atención.
-He pensado en ti todo el rato. Me encanta cuando jugamos juntos, pero no quiero molestarte por las mañanas cuando estás tan a gusto durmiendo con mamá... Te prometo que no volverá a pasar, eres la única criatura especial de mi vida.
-Sí, es evidente que yo no cuento –masculló la bruja-, me estás usando para protegerte...
El animago ni lo negó ni la liberó.
-Nunca más voy a hacerle caso a ningún animal si a ti no te parece bien. Además no tienes motivos para estar celoso: eres el dragón más poderoso y alucinante del mundo y él solo es un apestoso bicho híbrido, sería ridículo compararos... No quiero perderte, lo último que quería era hacerte daño. ¿Me perdonas? –preguntó compungido- Podemos ir a desayunar a tu pastelería favorita, esa en la que hacen calderos de chocolate solo para ti.
El animal le contempló unos segundos más. Después miró a Bellatrix como consultándole su opinión.
-Como tú veas, a mí ahora mismo tampoco me tiene muy contenta...
Saiph lo meditó durante unos segundos más pero finalmente, accedió a perdonarlo a cambio del chocolate prometido. Sirius no perdió tiempo ni en ducharse: utilizó un hechizo limpiador y transfiguró su ropa. Ya se arreglaría cuando el dragón se hubiese calmado. Agarró a Bellatrix del brazo por si volvía a necesitar protección y salieron juntos a desayunar.
El resto del día lo dedicaron a llevar a Saiph a sus lugares favoritos. Primero dieron un paseo por la zona mágica de Estocolmo: el pequeñajo solía disfrutar entrando a tiendas de mascotas y burlándose de las criaturas que tenían a la venta. Seguidamente estuvieron persiguiéndolo con sus escobas durante varias horas. Comieron en un restaurante de hielo en el que todo el mobiliario era de ese material; solían echarlos a los cinco minutos porque el dragoncito adoraba lanzar llamaradas y ver cómo se derretía el local. También sucedió en esa ocasión. Por la tarde lo llevaron a uno de sus bosques favoritos donde disfrutaba cazando. Cuando apareció con el tercer cadáver de la jornada, decidieron dar el día por concluido. Por desgracia el homenajeado no estaba de acuerdo.
Sirius estaba tirando en la cama leyendo una carta de Harry mientras Bellatrix hacía lo mismo con una de la ministra de magia inglesa. Estaba agotados después de pasar todo el día de un lado para otro. Creyeron que su hijo estaría en el mismo estado, pero a la hora de cenar, apareció revoloteando sobre sus cabezas.
-¿Qué quieres, Saiph? Si vas a obligarme a hacer más ejercicio, prefiero que me mates. Mira, aquí tienes mi cuello, adelante –indicó el moreno.
-No quiere tu cuello, quiere cenar en el italiano en el que le preparan albóndigas de carne de hipogrifo.
-Un final poético... -murmuró Sirius.
Mientras se levantaban con esfuerzo para vestirse y cumplir la voluntad de su cachorro, Bellatrix murmuró:
-Anda, ponte unos pantalones ajustados o algo por lo que me merezca la pena vivir.
-No me gusta que me trates como a un objeto, Trixie –protestó él.
-No te gusta, te encanta.
-¡No es...! Nah, nunca podré negar eso, tienes razón –reconoció él-. Pero ponte pantalones tú también, así disfrutamos los dos. Además me recuerda a cuando eras pequeña y tu padre te los ponía con las camisetas de dragones para que pudieras entrenar mejor. Estabas adorable.
La bruja sonrió ante el lejano recuerdo. Otro motivo por el que sabía que Sirius era el único para ella era porque recordaba los buenos momentos que a ella le robaron los dementores. Y le encantaba recuperarlos. Ambos cumplieron los deseos del otro y se admiraron el trasero mutuamente. Olvidaron por completo la cena. Estaban besándose y acariciándose cuando escucharon un gruñido. Saiph los miraba reclamando su comida. "Qué duro es ser padre" murmuró el animago. Bellatrix estuvo de acuerdo. Apoyó la cabeza en su hombro, metió una mano en el bolsillo trasero del pantalón de su marido y caminaron hasta la zona de aparición.
En cuanto pusieron un pie en el restaurante, el chef principal salió a recibirlos.
-¡Señores Black, qué alegría verlos! ¡Oh, Míster Saiph! Ahora mismo doy la orden de que empiecen a prepararle sus albóndigas especiales, ¡qué honor tenerles de nuevo aquí!
El dragoncito rugió feliz. Otro camarero apareció al punto para guiarles a su reservado. No obstante, no pudieron llegar al suyo: en el anterior una pareja de jóvenes llamó su atención.
-¡Tía Bella, tío Sirius! ¡Primo Saiph! –exclamó Draco con inusitada alegría- ¡Que sorpresa veros aquí! Venid, venid, sentaos con nosotros.
Ambos Black se miraron extrañados. Su sobrino nunca era tan efusivo con ellos y menos en público. Sirius no recordaba que le hubiese llamado así en su vida. No obstante, se sentaron con ellos. El joven les presentó a su acompañante:
-Esta es Catharina, la hija de unos amigos de mamá.
-Mucho gusto, llámenme Cath, por favor.
Era una chica rubia de ojos azules y piel clara, sin duda nórdica y de una posición social acomodada. Les saludó con exquisita cortesía e incluso disimuló su extrañeza al entender que eran primos y estaban casados. A Bellatrix le recordó terriblemente a Narcissa, no dudó que ella había tenido algo que ver con esa cita. Aún así le pareció bien, hacían buena pareja.
Como ellos también habían llegado hacía poco, pidieron los cuatro. Sabiendo que no sería su mujer quien iniciaría las cortesías, Sirius le preguntó a la chica de dónde era. Resultó que pertenecía a la nobleza noruega, pero no presumía de ello. La habían educado para tener clase y guardar las formas. Aún así le costaba disimular su fascinación por Draco. El animago intuyó que no era del todo recíproco. Y lo confirmó con la siguiente pregunta de su sobrino:
-Nunca me has contado cómo te hiciste los tatuajes, tío Sirius.
El animago lo captó al vuelo. Sus padres habían obligado a Draco a salir con esa chica y a él no le hacía ninguna gracia pero tampoco quería ser descortés. Así que su plan era que los Black la ahuyentaran por él. Tenía suerte, era su especialidad.
-Fue en la cárcel, por supuesto, me los hice yo mismo. Estuve doce años, tuve tiempo de sobra.
Durante unos segundos Catharina no logró disimular su expresión de horror.
-No te preocupes, querida –comentó Sirius con una sonrisa-, fue un error, yo era inocente.
-Oh, qué alivio –respondió la chica con amabilidad-, en ningún momento he dudado que...
-La que no era inocente es nuestra adorable Trixie –continuó el animago-. Pero hay que reconocerle lo suyo: es la mejor usando crucio, ¡sus víctimas quedan irrecuperables! Por no hablar de la elegancia con la que aceptó la condena... Luego se escapó y siguió matando, no le puedes pedir a un artista que deje de crear... pero ahora ya está casi bien, ¿a que sí, amor mío?
La morena, que no entendía en absoluto de qué iba aquello, le miraba estupefacta. Sirius jamás había alabado su faceta asesina y le emocionaba profundamente que se sintiera orgulloso de ella. Así que asintió con vehemencia.
-Bueno, mi familia somos un poco peculiar... Pero nos queremos igual. Salvo mi padre, que los odia a los dos y siempre los critica con sus pavos reales... -comentó Draco fingiendo tristeza.
La chica estaba casi tan pálida como el mantel de hilo. Aún así respondió que cada familia era única y eso era lo más maravilloso. Draco miró a Sirius con desesperación: si lo de Azkaban había fallado, nada funcionaría. Pero al gryffindor le gustaban los retos, no pensaba rendirse. Mientras, a Saiph le habían traído su enorme fuente de albóndigas y prácticamente estaba buceando entre ellas sin dejar de devorarlas. Bellatrix lo contemplaba embobada ajena al drama de su sobrino.
-¡Mira qué mono es nuestro pequeñín! –comentó Sirius- No queremos tener hijos humanos, seríamos unos padres horribles y ninguno de los dos estamos dispuestos a deformar nuestro cuerpo con un parto. Además, al primer lloro del bebé, Bella lo cruciaría. Y yo tendría que lanzarle un avada al crío, claro, para eliminar su sufrimiento.
Catharina lo miró con espanto durante unos segundos. Luego rió con una risa suave y comentó:
-¡Oh, qué ocurrentes sois, hacía mucho que no disfrutaba de una conversación tan distendida!
-¿De qué habláis en tu casa? –preguntó Bellatrix ladeando la cabeza.
Sirius odiaba fracasar. Pero al parecer no había forma de que su discurso incomodara a la joven. Era igual que Narcissa, lograba encajarlo todo porque la habían educado para ello. Entonces recordó lo que más incomodaba a su cuñada. Igual las palabras no, pero los actos siempre resultaban mucho más esclarecedores. Así que mientras Catharina le explicaba a la mortífaga sus debates familiares, diciéndose que lo hacía únicamente por ayudar a su sobrino, agarró a su mujer y exclamó:
-¡Joder, cómo me pones amor mío!
Seguidamente la besó lenta y concienzudamente. Bellatrix se quedó paralizada, bastante sorprendida de su repentino arrebato. Pero enseguida soltó el tenedor y le pasó los brazos por la parte baja de la espalda. Sirius le acarició el escote sin dejar de entrechocar sus lenguas. Draco (que en cualquier otra situación se hubiese sonrojado de la cabeza a los pies) sonrió con cariño. "Ojalá tener una relación como la de mis tíos, ¡siempre serán mi modelo a seguir!" sentenció. No hizo falta más porque su acompañante se levantó y se disculpó. Una cosa era bromear y otra muy distinta dar un espectáculo de pésimo gusto en medio de un restaurante. Cuando los Black terminaron, Bellatrix se recompuso y comentó:
-Siri, creo que tenemos que poner límites. Ya sabes que me encanta, pero igual sobarme las tetas en un restaurante sería la línea... ¿A dónde va Cath?
-Al baño –respondió Draco con profundo alivio.
-Pero si el baño está al fondo... Eso es la salida.
-¡Así es! –exclamó el rubio satisfecho.
Le dio las gracias a Sirius con todo su corazón y les explicó la situación: desde que su madre se enteró de lo suyo con Harry pasaba los días buscándole una buena chica con la que casarse. Él le explicaba muy amablemente a todas que de momento disfrutaba de su soltería, pero algunas lo veían un buen partido y no lo dejaban escapar fácilmente. Narcissa se enfadaría cuando se enterase de que había espantado a otra, pero era culpa suya. Bellatrix entendió entonces su comportamiento previo y miró a su marido dolida:
-Entonces todo era teatro... No estás orgulloso de lo buena asesina que soy, ¿verdad?
El merodeador la miró durante unos segundos y al final susurró en su oído: "Si respondiera a eso violaría todos mis principios". Ella lo tomó por un sí y sonrió satisfecha. Sirius no deseaba en absoluto inmiscuirse, pero intuía que su sobrino no tenía con quién hablar.
-Pero... ¿a ti te interesan las mujeres, Draco?
El rubio parecía dispuesto a protestar por la suposición. Pero se calló. Necesitaba hablar con alguien y sus padres no lo comprendían. Sabía que si alguien no le juzgaría serían sus tíos: más barbaridades de las que habían hecho ellos... Así que negó con la cabeza. Bellatrix frunció el ceño.
-De pequeño decías que querías casarte conmigo... A los cuatro años le robaste la varita a tu padre para lanzarle la maldición asesina a Rodolphus porque te decía que yo era suya. No te salió bien, pero me sentí muy orgullosa de ti (y ojalá lo hubieras conseguido).
Ahí sí que Draco se ruborizó de manera notable. Al rato murmuró: "Fuiste la única, tía". Bellatrix alzó las cejas sorprendida, pero también se sintió halagada. Sonrió y sentenció:
-Si no quieres salir con chicas, no salgas. Haz lo que te de la puñetera gana, ya hablaré yo con Cissy, tendrá que asumirlo. Ella nunca lo ha entendido porque pudo casarse con el inútil del que se enamoró (lo siento, Draco, cuanto antes asumas lo de tu padre, mejor), pero me niego a que sigamos funcionando así en esta familia.
El joven le dio las gracias profundamente aliviado y emocionado por su apoyo.
-Entonces, si tu sobrino quiere estar con un sangre sucia... -intervino Sirius.
-¡No digas gilipolleces tú también! Una cosa es ser gay y otra es ser estúpido.
-¡Trixie, no...!
-¿Te has casado tú con una sangre sucia? ¿No, verdad? Pues calla y come –le ordenó su mujer.
Su marido sacudió la cabeza y masculló que tenía suerte de que le pusiera que le diera órdenes. Volvió a centrarse en su comida mientras Draco los contemplaba. Sirius sabía cuál debía ser el siguiente tema, pero hasta a él le daba apuro sacarlo. ¿Y si Draco sí que sentía algo por Harry? Eso no podía salir bien de ninguna forma... Por suerte, el chico adivinó su pensamiento y comentó:
-La verdad es que ahora mismo no quiero estar con nadie. Me encanta vivir aquí a mi aire y trabajar con los dragonologistas, es mucho mejor que mi vida en Londres. Me quedan muchos años para buscar pareja si es que en algún momento llega a interesarme.
Sirius asintió comprendiendo que era su forma de expresar que él tampoco tenía sentimientos hacia Harry. Terminaron de cenar ya con sus habituales conversaciones absurdas. Una hora después, Bellatrix necesitó varias servilletas y hechizos para limpiar a su hijo, que tras las albóndigas había disfrutado de una fuente de chocolate. Pero lo consiguió y pudieron volver a casa.
Saiph salió a hacer su ronda nocturna por los bosques y los Black aprovecharon para echar sus tres polvos de buenas noches. Cuando terminaron con el último ápice de energía, se tumbaron entre jadeos. Sirius le pasó un brazo por la espalda y le acarició la clavícula distraído. Al poco no pudo evitar preguntar:
-Tú que conoces más a Draco, ¿crees que ha mentido?
-¿Sobre...?
-Sobre lo de que no desea tener nada con Harry.
-¡Ah! No sabía que hablabais de Potter... -murmuró pensativa- No lo sé... No creo ni que él mismo lo tenga claro. Teniendo los padres que tiene se habrá convencido de que debe rechazar esos impulsos, así que aunque sintiera algo no creo que fuese consciente.
-Nosotros también decíamos que preferíamos estar solos y que nos odiábamos...
-Exacto. Y solventamos nuestros problemas (que eran más gordos, por cierto), sin ayuda de nadie. Así que deja que los críos se apañen solos. Nosotros ya tenemos de sobra con nuestro hijo el asesino glotón.
"Completamente de acuerdo" murmuró Sirius abrazándola y cerrando los ojos. Tal como le venían las preocupaciones, se le iban. Él ya había hablado con los dos y le había supuesto mucho esfuerzo. Que lo solucionaran ellos mientras él disfrutaba de su adorable y trastornada persona favorita.
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