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Capítulo 46

Nota: ¡He vuelto! Como ya os dije, esta historia es una de mis favoritas, tanto que fui incapaz de terminarla. El mundo necesita más fluff entre Bella y Siri. Así que tengo diez nuevos capítulos (que posiblemente también prorrogaré) y los voy a ir publicando los lunes. En este fic los caps son bastante largos, avisadme si los preferís más cortos. ¡Espero que os guste y Saiph os manda un besote!

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Bellatrix caminaba presurosa por los pasillos de su mansión: llegaba tarde a una reunión. Le costaba mucho que su marido aceptase separarse de ella; ya llevaban medio año casados pero a él le daba igual, seguía igual de pesado que el primer día. Y a la mortífaga cada vez le costaba más fingir que le molestaba. Sacudió la cabeza y observó desconcertada cómo una snitch aleteaba ante sus ojos. Descubrió que estaba firmada. Juraría que era la que le regaló a Draco tras uno de sus viajes, pero eso significaría que alguien se la había robado. No era posible que...

Como una exhalación y más veloz que la áurea pelota, un pequeño bulto oscuro pasó volando ante sus ojos y apresó el objeto entre sus fauces. A Saiph le encantaba robar y atrapar cosas. Y aún le gustaba más que le persiguieran. Quizá por eso, pocos segundos después, otro bulto oscuro pero de dimensiones similares a las de un lobo apareció corriendo por el pasillo en pos del dragón. Casi atropelló a la slytherin que por suerte tuvo reflejos suficientes para pegarse a la pared:

-¡POR LOS CUERNOS DE MERLÍN, SIRIUS! ¡Cuántas veces te he dicho que no juguéis dentro de casa!

Fue ignorada porque el enorme perro ya había doblado el recodo del pasillo y desaparecido de su vista. Rara vez conseguía atrapar a Saiph, pero ambos disfrutaban mucho con sus persecuciones. A la mortífaga le encantaba. Pero también le gustaba actuar cual dama antigua y amonestar a su marido por su falta de urbanidad (por supuesto su hijo estaba autorizado a hacer lo que le diera la gana). Así que siempre procuraba regañarle. Se alegró de que estuviera distraído, así no insistiría en participar en su reunión. Por mucho que se hubiese resignado a permitirle ejecutar sus planes, sabía que sus compinches seguían sin ser de su agrado. Salió de la mansión y se apareció en una elegante cafetería de la zona mágica de Estocolmo. Entró presurosa y vio que su cita ya estaba ahí. Se saludaron con un abrazo y se sentaron. El camarero les tomó nota enseguida y se retiró.

-Siento el retraso, Dol –murmuró mientras se quitaba la capa.

-No te preocupes –respondió él sonriente-. Supongo que a tu nada posesivo marido no le hacía gracia que quedaras conmigo.

-Le he dicho que tenía una cita de negocios, prefiere no preguntar. Solo me ha pedido que le avise si voy a ejecutar alguna matanza de calibre considerable. No quiere enterarse por la prensa.

El mortífago alzó las cejas sorprendido, pero finalmente sonrió. Era evidente que Sirius estaba loco por Bellatrix.

-Pero no va a hacer falta, ¿verdad? –inquirió la morena removiendo su té con whisky.

-No. Ni matanzas, ni dragones, ni nada –confirmó su lugarteniente-. Ha salido todo perfecto. Te han nombrado vicepresidenta del Consejo Mundial, no llevas ahí ni un año y nadie ha protestado. Al presidente lo tienes comiendo de tu mano, hará lo que tú le digas y te será más fácil permanecer en el anonimato.

-Sí, eso me pareció. En la última reunión propuse la creación de descuentos fiscales para los matrimonios de sangre pura y les pareció bien. También sugerí la idea de aumentar las zonas mágicas desmemorizando y trasladando muggles a otros lugares para quitarles terreno (porque tienen demasiado) y les pareció un plan maravilloso. Ya estamos trabajando en ello, aunque por supuesto es todo alto secreto.

-Muy bien. Te traigo la documentación para la inmunidad diplómatica que conlleva tu cargo. En cuanto la firmes, no podrán acusarte de ningún crimen, seas o no culpable.

-¿Han incluido la cláusula interconyugal? –preguntó la bruja hojeando los papeles.

-Así es. Mientras esté casado contigo, tu marido también será inmune.

-Perfecto -respondió Bellatrix satisfecha.

-Creí que nos costaría más llegar hasta la presidencia –murmuró Dolohov sorbiendo el café-, pero claro, llevamos mucho tiempo planeando esto... Y te has convertido en la bruja más influyente del mundo mágico, te seguirán sin dudar.

-Brindo por ello –murmuró la morena con una sonrisa cruel alzando su taza.

Su compañero emuló el gesto y la puso al día del resto de los negocios que él la ayudaba a coordinar. Todo iba como la seda. Cuando dieron por terminada la reunión, se ofreció a acompañarla a casa. Se había mudado a otro país y echaba de menos la montaña que fue su hogar al huir de Azkaban. La morena aceptó y los apareció a los dos. Estuvieron un rato paseando por los bosques de las laderas, que en tonos ocres y dorados se preparaban para recibir al otoño.

Unos minutos después, se escuchó a sus espaldas un gruñido ahogado pero sin duda agresivo. Dolohov alzó las cejas y se giró sobresaltado. La mortífaga cerró los ojos temiendo la escena que se avecinaba. Detrás de ellos no parecía haber nadie; probablemente porque el intruso quería conservar su secreto ante el invitado no deseado. Pero medio minuto después, apareció Sirius con expresión poco amigable. Su mujer optó por normalizarlo.

-Creo que no os conocéis oficialmente. Dol, él es mi primo y marido, Sirius, de la noble, ancestral e insuperable casa Black. Y él es mi único amigo desde el colegio, Antonin Dolohov, pero...

-Odio mi nombre –informó el mortífago tendiéndole la mano-, llámame Dolohov.

El animago se lo pensó un rato con el ceño fruncido y sin molestarse en disimular su adversión. En Hogwarts apenas interactuaron porque Sirius detestaba a los slytherins y viceversa. De adultos solo se habían visto en la Batalla en el Departamento de Misterios y después en el interrogatorio que hizo con Bellatrix a las afueras de la Madriguera. Pero era un mortífago. Y sobre todo, era un mortífago que parecía tener bastante confianza e interés en su mujer. Aún así, para no parecer un marido celoso, le estrechó la mano. Para romper el duelo de miradas entre ambos, la mortífaga le preguntó a Sirius dónde estaba Saiph.

-Ha juzgado que había hecho suficiente ejercicio jugando con la snitch (por cierto, se ha borrado el autógrafo entre las babas y los colmillos, no seré yo quien informe a Draco) y se ha ido a la cocina a almorzar. Supongo que porque no sabía que contábamos con tan ilustre invitado...

-Bueno, yo llegué aquí antes que tú, así que el invitado serías...

Ante la mirada de advertencia de Bellatrix, el slytherin no terminó la frase. Pero no hizo falta para enfurecer a Sirius, que parecía estar teniendo serias dificultades para contener su rabia. Que ese hombre –innegablemente atractivo- le recordara que Bellatrix confió primero en él no le hizo ninguna gracia. Dolohov se dio cuenta. Valoraba mucho a la que fue su confidente durante el colegio y quien luego le salvó de Azkaban. No quería que se enfadara con él. Así que con aire burlón comentó:

-Enhorabuena por vuestra boda, por cierto. Siempre le dije a Bella que acabaría casándose con su primo, por muy idiota que te considerase.

-¡No es verdad! –intervino Bellatrix al instante- Yo de pequeña le odiaba mucho, jamás se me pasó por la cabeza.

Sirius notó que su mujer se ponía nerviosa. Así que pese a sus reservas, no pudo evitar suavizar el gesto y comentar:

-Lo dudo. Yo tampoco me di cuenta hasta muchos años después.

-Por favor... ¡Era evidente! Siempre que estabais intentando mataros en el colegio, los tontos de tus amigos y yo nos mirábamos como diciendo "Podían liarse ya y no obligarnos a aguantar esto cada día".

-¡Cállate, Dol! –le ordenó la duelista.

-Trixie, él siempre ha sido tu mejor amigo, tienes razón: deberíamos llevarnos bien –comentó Sirius con solemnidad-. Haremos el esfuerzo por ti. Cuéntame en qué notaste que mi prima estaba loca por mí.

-¡Dejad de decir gilipolleces los dos! –exigió ella.

El mortífago la miró pensativo. Sabía que eso le iba a costar caro, pero realmente Bellatrix era y fue siempre su mejor amiga. Y les gustaba hacerse rabiar. Así que contestó:

-Durante el segundo año, Belle encontró un libro en la Biblioteca que hablaba sobre el encantamiento patronus. Le hacía mucha ilusión saber qué animal sería el suyo, así que le pidió al profesor de Defensa que le enseñara. Él se rió y le respondió que eso se estudiaba en séptimo e incluso en ese curso muchos no lo conseguían. Por supuesto ella se obsesionó y decidió que iba a batir el record. Así que...

-Una historia preciosa –le cortó Bellatrix-, ya puedes largarte.

-No seas tan mala anfitriona, mi amor –la regañó Sirius-, ¿qué dirían nuestros ancestros? Prosigue, por favor.

-Como te decía, se obsesionó. Durante meses pasó todos los descansos practicando. Era aburridísimo. Además con los recuerdos que generan nuestras familias no suele ser nada fácil... Así que como ya estaba harto de pasar horas sin hacer nada más que repetir un hechizo que no salía, le sugerí que pensara en su primo el idiota. Me insultó y dijo que era absurdo, pero...

-Cállate o no vuelves a saber de mí –le advirtió la morena.

Ante la amenaza, Dolohov cerró la boca. Pero el desenlace era demasiado evidente:

-¿Funcionó? –preguntó Sirius con ilusión- ¿Conseguiste invocar tu primer patronus a los doce años pensando en mí?

La morena los miró a los dos con odio. Sin decir nada, se dio la vuelta y se alejó. Era evidente que la respuesta era un sí. Para evitar la disputa, Sirius le gritó: "Yo también ejecuté el primero pensando en ti". La mortífaga se giró con expresión de duda. "Dije que había pensando en mi madre cuando se enteró de que había huido de casa, pero eso no funcionó". Bellatrix le miró con el ceño fruncido. Finalmente decidió que estaban en paz. Viendo que la cosa se ponía demasiado íntima, Dolohov se despidió apresuradamente y se apareció. El matrimonio emprendió la vuelta a su mansión. El gryffindor rompió el silencio y comentó:

-Bueno, no me cae mal del todo... Aunque es evidente que está enamorado de ti. Y me da rabia que viva en nuestra misma montaña sin otra cosa que hacer que trabajar para ti y pensar en ti todo el día.

-Ya sabes que me gusta tener a mis amantes cerca –murmuró la slytherin.

Sirius la miró con rabia sabiendo que le estaba devolviendo el golpe por insistir en la anécdota. La duelista alcanzó la mansión y abrió la puerta. Una vez dentro, se giró hacia su marido y comentó:

-Ah, por cierto. Hace meses que no vive aquí: se casó y se mudaron a Alemania.

Hubo unos segundos de estupor antes de la reacción.

-¿¡QUÉ!? ¿Con quién? ¿¡Y por qué no me lo habías contado!? ¡Has dejado que esté celoso todo este tiempo pensando que tenía interés en ti! –protestó él con rabia.

-Sí, así ha sido –confirmó ella sonriente.

Sirius la miró apretando los puños y masculló: "Corre". "¿Cómo?" preguntó ella desconcertada. "Que más te vale huir ahora mismo o voy a pasar tantas horas achuchándote, besuqueándote y diciéndote cursiladas que vas a desear no haber salido nunca de Azkaban" advirtió él. La morena abrió los ojos con horror, no se le ocurría una tortura peor. Pero ella era Bellatrix Lestrange, nunca huía de nadie... Salvo de su primo cuando tenía esa expresión. Sin dudarlo, echó a correr con toda su energía. Se sintió profundamente aliviada de que esos juegos bruscos que tanto les gustaban le evitaran responder a sus preguntas.

El castigo de Bellatrix duró hasta que apareció Saiph. Al instante Sirius tuvo que liberarla porque ante cualquier duda, el dragón se lanzaba a atacarle. Y era más letal que cualquier conjuro.

Ese día era el cumpleaños de Narcissa y los había invitado a su mansión para cenar con ellos. Ambos se pusieron sus mejores galas y Sirius se aseguró de que su pelo brillara como de costumbre. Así era. Cuando consideró que nada podría mejorar su aspecto, pasó a la habitación de Bellatrix. Su pasatiempo favorito era contemplarla cuando se vestía, se maquillaba, o se pasa la mano por la melena y consideraba que ya estaba peinada. En esta ocasión había atravesado ya la primera y la tercera etapa. Estaba sentada en su tocador aplicándose capas y capas de sombra de ojos negra.

-Solo vamos aquí abajo, a casa de tu hermana, no hace falta que te maquilles –murmuró Sirius apoyándose en el marco de la puerta.

-Sí que hace falta. Si no parezco demasiado...

-Demasiado joven, inocente, adorable y mucho menos mortífera de lo que eres.

-¿Si ya lo sabes para qué me haces repetírtelo?

-Porque cuando te enfadas también estás adorable –respondió él sonriéndole a través del espejo.

La bruja entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. Pero continuó con lo suyo. En el fondo Sirius estaba de acuerdo con ella: prefería que su versión más auténtica fuese solo para él. Ante el resto mostraba la máscara que usaba para potenciar su imagen más salvaje, pero él la conocía de verdad

-Te he observado maquillarte tantas veces que creo que podría hacértelo yo.

-Nunca lo sabremos –aseguró la morena revolviendo entre sus cosméticos.

-Ya, te da miedo porque se me daría mejor que a ti –comentó Sirius-. Oye ¿no deberíamos llevarle algún regalo a Narcissa? Ya sé que tiene de todo, pero yo que sé... Un abrelatas o algo...

-Si vamos a hacerle un regalo cutre... -murmuró la mortífaga delineándose los labios- Yo optaría por un saco de arpillera para que se lo ponga a su marido y no tenga que verle esa cara de estúpido que tiene.

Ese comentario hizo que Sirius tragara saliva al recordar un detalle que no habían hablado. Ajena a él, Bellatrix le aseguró que no se preocupara: le había regalado una mansión y la libertad para toda su familia. Debería ser ella la que les regalase el abrelatas. Su marido no respondió, sino que comentó:

-Respecto a eso, Bella, tengo que decirte algo...

-Dime –respondió ella sin apartar la vista del espejo.

-La última vez que Lucius y yo nos vimos... digamos que no fue muy bien. Fue en el Departamento de Misterios: le di un puñetazo que terminó con él en Azkaban con un collarín, no creo que me tenga en mucha estima. No quiero fastidiar la cena, ni que por mi culpa...

En ese punto, Bellatrix dejó la barra de labios y se giró hacia él. Le miró con gravedad y sentenció:

-En toda la historia de los Black nunca una mujer se ha sentido tan orgullosa de su marido como yo lo estoy ahora mismo. Te follaría ipso facto si no fuera porque ya llegamos tarde y temo que mi hermana se persone aquí.

Sirius no pudo evitar reír y sentirse profundamente aliviado. Le preguntó por qué lo odiaba tanto.

-¡Porque es un maldito cobarde que siempre huye! A él se le rompió la profecía, ¡Voldemort me castigó por su culpa!

-Lo siento, Trixie –respondió el animago entristecido por recordarle aquello.

-Bah, a Voldemort lo mató un crío cuyo hechizo favorito es expelliarmus, estamos en paz. Y Lucius fue a Azkaban como siempre mereció, el maldito cobarde... Aunque también te digo que tras lo del Departamento de Misterios yo hubiese preferido la cárcel que quedarme en la Mansión Malfoy.

-¿Por los castigos? –preguntó Sirius apenado.

-No. Porque Voldemort no tenía nada que hacer y se pasaba las horas vagando por los pasillos como alma en pena. A todos les daba miedo y angustia y yo ya no sabía cómo entretenerlo.

Eso llevó a Sirius a otro de los puntos que nunca habían tocado. Casi prefería no saberlo, pero aún así no pudo evitar preguntar: "Alguna vez... ¿tú y él...?". La bruja le miró fingiendo desconcierto. "¿Yo y él qué?" inquirió dando los últimos retoques a su maquillaje. El animago cogió aire y le preguntó si se habían acostado. Bellatrix frunció los labios ligeramente sofocada y con un gesto casi imperceptible, asintió. El gryffindor no recordaba haber sentido nunca tanto horror. La slytherin se dio cuenta e intentó minimizar el golpe:

-Fue solo un par de veces, cuando yo era más joven y él era todavía humano. Yo le adoraba y me avergüenza reconocer que hubiera seguido, pero...

-¿Pero? –respondió su primo con un hilo de voz.

-Pero la tenía pequeñísima. Aquello sí que era difícil de atrapar y no una snitch –suspiró la bruja como perdida en sus recuerdos.

Eso fue la gota que colmó el vaso. Sirius la obligó a levantarse y a girarse hacia él.

-Repite eso mirándome a los ojos.

-Yo... me acosté con Voldemort... - empezó la morena intentando no desviar la mirada-, pero la tenía como un gusanito y me daba repelús que...

En ese punto, la mortífaga se echo a reír incapaz de seguir. Su primo no supo si lanzarle un crucio o suspirar aliviado.

-¡¿POR QUÉ ME HAS HECHO PASAR LOS PEORES MINUTOS DE MI VIDA?! –protestó él.

-¡Porque tú te lo has planteado como posible! –respondió ella.

-¿Y nunca lo fue?

-La verdad es que sí –respondió con sinceridad-. Cuando me liberó de Azkaban estaba muy zumbada y loca por él. Y me lo encontré de compañero de piso. Así que casi cada noche me colaba en su habitación en camisón fingiendo que me había equivocado.

Sirius no pudo evitar reír. Aunque sabía que ya no mentía, estaba el alivio de que no llegaron a nada. Aún así menudo imbécil fue Voldemort: incluso recién salida de la cárcel Bellatrix siempre fue la mujer más atractiva del mundo. O al menos así lo consideraba él.

-No me hacía ni caso y al final me rendí –comentó ella-. Ya era "la loca de Lestrange", no quería ser también "la loca que violó a Voldemort".

-No habría habido valor para eso –murmuró él ayudándola a colocarse la capa-, como mucho habrías sido "La que le hizo a El-que-no-debe-ser-nombrado lo que menos-aún-debe-ser-nombrado".

Bellatrix rió y le dio la razón. Después le besó y le susurró que ningún hombre en su vida había sido nunca comparable a su primo el idiota. Él la atrajo hacía sí y le aseguró que el mago oscuro más poderoso de todos los tiempos jamás la había merecido, nadie estaba a su altura. Bajaron las escaleras entre risas y comentarios absurdos. Llegaron al recibidor y apareció Saiph revoloteando. Se posó sobre el hombro de Bellatrix y salieron para aparecerse en la ladera en la que se ubicaba la residencia de los Malfoy.

Draco salió a recibirles y abrazó a su tía. Después le tendió la mano a su tío con cierta incomodidad, seguían sin decidir si se llevaban bien. Mientras los conducía al comedor, el rubio comentó que estaba triste porque había perdido la snitch que le regaló Bellatrix. Los Black se encogieron de hombros y -como los mentirosos profesionales que eran- comentaron que ya aparecería.

La tensión fue evidente desde que entraron al elegante salón que Narcissa había decorado para la cena. Todo en tonos blancos y plateados, prescindiendo de la excesiva opulencia de su antiguo hogar pero sin renunciar a pequeños detalles –como las lámparas de oro puro o la mantelería bordada a mano- que mostraban su poder. La rubia saludó a su hermana y a su cuñado con dos besos; Lucius les tendió la mano con rigidez. Bellatrix y Sirius le sonrieron con ojos brillantes.

-Felicidades por vuestra boda, está claro que os merecéis el uno al otro –murmuró Lucius.

Todos supieron que pretendía ser un insulto. Pero ambos Black le dieron las gracias con exagerada alegría y lamentaron que él no hubiera acudido; impostaron una mueca lastimosa obviando el hecho de que se habían esforzado mucho para que no asistiera. Antes de que sacaran sus varitas, Narcissa les indicó que se sentaran. Obedecieron. Enseguida un elfo comenzó a servir los platos. Tras las cortesías iniciales entre las hermanas que se pusieron al día, se generó un silencio incómodo. Sirius pensó en algún tema agradable que lo rompiera:

-¿Y cómo fue tener a Voldemort de inquilino? –comentó con aire despreocupado- Bella me contaba antes que el pobre se aburría bastante en vuestra mansión.

Los tres Malfoy empalidecieron ante el recuerdo de la época más siniestra de sus vidas. Lucius parecía tener problemas para contener su rabia ante el recuerdo de cómo Bellatrix y su Señor le quitaron el mando de su propia casa. La morena, que seguía comiendo ajena a todo, respondió:

-Yo jugaba al ajedrez con él para distraerlo, pero era agotador... Aunque cualquier cosa mejor que oírlo desbarrar sobre Potter durante horas...

-¿Era bueno al ajedrez? –preguntó Sirius.

-Era muy malo. Y tenía muy mal perder. Le dejaba ganar siempre y aún así, muchas veces, tenía que estar atenta cuando se giraba para acariciar a Nagini para quitar algunas de mis piezas y facilitárselo. De verdad que el ajedrez se le daba peor que matar a Potter.

-Por eso yo nunca jugué con él –comentó Narcissa-. Una vez probó suerte Rabastan y le ganó (a pesar de que él también era malo de narices). Voldemort cogió tal enfado que le crució tres veces seguidas.

Bellatrix asintió y sonrió recordando aquella escena. Draco cambió a un tema más agradable y comentó la actualidad de quidditch. Pronto iba a jugar la selección inglesa contra el equipo de Estocolmo y él ya tenía sus entradas. Sirius comentó que acababan de seleccionar a Ginny para el equipo nacional y estaría en ese partido, así que tanto Harry como el resto de amigos acudirían para verlo. Draco asintió con interés. Su padre comentó luego lo bien que le iba su nuevo puesto en el Ministerio Sueco. A raíz de eso, Bellatrix recordó que tendrían que inventarse alguna historia para ellos.

Aunque el Ministerio de Magia Británico –por intervención de la mortífaga-, había archivado todas las causas contra los Malfoy, la gente seguía creyendo que Lucius murió tras el derrumbe de Azkaban. El afectado comentó que valdría con algo como que escapó a nado, pasó varios días a la deriva en el mar del Norte hasta que llegó a Noruega y le costó un tiempo recuperarse. Bellatrix no pudo evitar estallar en carcajadas. Una cosa es que Sirius -mucho más fuerte, valiente y capaz- consiguiese llegar a nado a Inglaterra; sin embargo al blandengue de su cuñado lo veía del todo incapaz.

-Yo lo veo factible, Bella –comentó Lucius con calma-. Si pudo hacerlo tu... ¿primo? ¿marido? ¿mascota? ¿Qué dirías que es exactamente?

-¡Lucius! –le reprendió al instante Narcissa.

Su marido dibujó una pequeña sonrisa. La mortífaga perdió el buen humor de inmediato y agarró su varita. Que se metieran con Sirius (y más por algo tan admirable de conseguir como ser un animago) sí le dolía. Él se dio cuenta y le cogió la mano bajo el mantel para tranquilizarla. No valía la pena. Tomó la palabra y comentó entre sorbos de vino:

-Otra opción sería que dijeras que en realidad nunca llegaste a Azkaban porque lograste convencerlos de nuevo de que estabas bajo la maldición Lucius. ¡Perdón, Imperius! Es que suena muy parecido. No permitas que nadie te diga que es la maldición de los cobardes: es tuya y solo tuya.

-¡Sirius! –le regañó también la rubia.

-Narcissa, me explicaste que mi única misión en la vida es hacer feliz a tu hermana. ¡Y mira lo feliz que está!

Efectivamente, Bellatrix volvía a sonreír cual gato de Cheshire. Que le recordaran a Lucius lo patético que era siempre la ponía de buen humor. Comentó con tono casual que en cualquier caso era ella la que le había salvado la vida al rubio, a cambio solo le pedía que cerrara su bocaza. Al aludido no le quedó otra que obedecer. Por suerte apareció el elfo con el postre y eso serenó los ánimos. Hasta que alguien que dormitaba sobre el regazo de Bellatrix olió la tarta de chocolate. De un salto estaba en la mesa comiendo del plato de Sirius.

-¡No dejéis que suba a la mesa ese...!

Narcissa no pudo terminar la frase. El gryffindor la respetaba y temía a partes iguales, pero había límites infranqueables.

-Cissa, querida, como te metas con nuestro hijo –comentó Sirius con calma-, tu menor preocupación va a ser que tu marido vuelva a la cárcel.

Sin que hubiera tiempo a replica, Bellatrix se giró hacia él y le besó. Procuraron que el gesto fuera lo más baboso, ruidoso y molesto posible para el resto de comensales. Narcissa puso los ojos en blanco y les reprochó su falta de clase, Draco bajó la mirada ruborizado y Lucius comentó que se le había quitado el apetito. Al instante Saiph corrió por la mesa hasta alcanzar su plato y devoró su porción en pocos bocados. Cuando terminó, Draco le ofreció un trozo que el dragoncito aceptó.

-Hijo, al menos tú no le permitas meter el morro en el plato –suspiró la rubia.

-Quiero llevarme bien con uno de mis primos, mamá –comentó él-. Y a la metamorfomaga esa no la soporto. Mucho mejor Saiph.

-Draco, te dejaré toda mi herencia –sentenció Bellatrix.

-Te lo agradezco, tía Bella, pero tú nos sobrevivirás a todos –comentó el joven.

El resto asintieron sin dudar (Lucius con notable pesar). Cuando Saiph acabó de lamer toda la vajilla, se despidieron de los Malfoy y volvieron a su mansión. El dragoncito decidió salir de caza nocturna, era uno de sus hobbies favoritos. En ocasiones los Black le acompañaban con sus escobas, pero ese día había resultado muy largo para ambos. Demasiadas reuniones sociales para dos seres ariscos y solitarios como ellos.

Bellatrix le comentó a su marido que se estaba planteando pedir que despidieran a Lucius del Ministerio. Pero lo pensó mejor: el tiempo que estaba trabajando no estaba en su montaña, eso que ganaban. Además su hermana se enfadaría... Sirius no opinó, estaba ocupado besuqueándole el cuello.

-¡Siri, hazme caso! –protestó ella.

-Te estoy haciendo mucho caso, cielo, y no me pone nada que hables de ese imbécil.

La mortífaga tenía claro lo que él quería y estaba bastante por la labor. Pero le gustaba tanto hacerse la loca... Además no estaba muy sobria: había bebido para soportar la cena con los Malfoy y en ese estado todo resultaba más gracioso. Así que continuó:

- Ya. ¿Pero tú crees que...?

-Trixie, no sé cómo gestionar el hecho de que yo tenga que suplicarte lo que a Voldemort le dabas hecho.

La slytherin tuvo que aguantar las ganas de reír. Le miró con seriedad y le preguntó si quería que le llamara "mi señor" y fingiera equivocarse de habitación. Él puso los ojos en blanco dispuesto a protestar por la literalidad de sus palabras. Pero se lo pensó mejor. Resultó que la idea sí le atraía.

-¡Vale, genial, hacemos eso! Y yo simulo desinterés y desconcierto como él... Lo del gusanito ya sabes que no lo puedo fingir, pero...

-¿Lo dices en serio? –preguntó la mortífaga.

-Si te resulta incómodo por supuesto que no –respondió él mirándola con preocupación.

-¿A mí? ¿Incómodo? Me resulta incómodo ser amable con la gente o fingir interés por sus miserables vidas, pero follar raro jamás. Venga, ve a tu cuarto que ahora voy yo. Tira una bufanda en el suelo y fingimos que es Nagini, sospecho que le gustaba mirar.

Sirius no pudo evitar reírse. Amaba a esa mujer con cada célula de su cuerpo (tanto del humano como del canino). La duelista cumplió. Pocos minutos después, sin llamar a la puerta, entró a su habitación. Llevaba un camisón negro, corto y con transparencias que no hacía nada por ocultar la espectacularidad de su cuerpo. La morena miró a su alrededor con el ceño fruncido como extrañada de que su dormitorio hubiera mutado. Al poco reparó en Sirius, de pie junto a la cama, y le miró con una mezcla perfecta de sorpresa y sumisión.

-¡Mi señor! –exclamó con voz ligeramente asustada- ¿Esta no es mi habitación? Es que he bebido un poco... Aunque por supuesto eso jamás me distraería de mi principal deber: servirle a usted.

Su primo le miró profundamente excitado pero sin saber qué hacer. No estaba nada seguro de cómo habría actuado Voldemort en esa situación. Abrió la boca e intentó balbucear algo, pero no se le ocurrió nada y solo la contempló con desconcierto. La morena le miró sorprendida:

-¡Joder, así es exactamente como reaccionaba él! ¡La misma cara de "¡No es posible que me esté pasando esto, tengo al mundo tiranizado pero una loca se me está intentando meter en la cama"!

Sirius se rió de nuevo. La mortífaga continuó como si nada. Se acercó a él con la mirada gacha y comentó:

-Ya que estoy aquí, milord, si le puedo ayudar con cualquier cosa... No habría mayor placer para mí que servirle...

-Soy el mago más poderoso del mundo, que pienses que puedo necesitar tu ayuda supone una ofensa –respondió Sirius intentando sonar seco como supuso que haría el mago oscuro.

-Hombre, para matar a Potter no le vendría mal que le echaran una mano... -masculló Bellatrix sin levantar la vista.

-¿Qué acabas de decir? –preguntó él en voz baja acercándose a ella con gesto amenazante.

-Na... nada, mi señor –respondió ella temblorosa-, me marcho ahora mismo.

Hizo ademán de huir pero él le cortó el paso. Rodeó su garganta con la mano (asegurándose de no hacer ninguna presión) y la obligó a mirarle a los ojos. Bellatrix era capaz de fingir terror y sumisión con una habilidad que sin duda le costó adquirir. Pero también había un brillo salvaje que chispeaba en sus ojos. Colocó su mano sobre la de él y susurró "Aprieta". Sirius le apartó la mano con brusquedad. Por mucho que a ella la excitara, él jamás le haría el más mínimo daño.

-¿Te parece adecuado darle órdenes a tu Señor? –siseó empujándola a la cama.

-No, milord –respondió ella avergonzada-, lo siento mucho... Asumiré el castigo que considere necesario.

-¿Lo juras, Bella?

-¡Lo juro, lo juro, milord! –respondió ella con rapidez, incapaz de contener la ansiedad.

Era como cumplir la que fue su mayor fantasía durante décadas pero con un hombre mil veces mejor que Voldemort. "De acuerdo...", murmuró el mago pensativo acariciando su cintura, "Entonces tu castigo será...". Bellatrix le miraba con un deseo y una emoción que no sentía desde que presenció el asesinato de Dumbledore. Sirius se tumbó sobre ella, le sujetó ambas muñecas sobre la cabeza y susurró en su oído: "Tu castigo será aguantar toda la noche mientras te hago cariñitos y te repito que eres el desiluminador de mis miedos, la snitch de mi vida y el azúcar de mis ranas de chocolate".

-¡Nooo! –protestó la slytherin con frustración.

Ese no era el castigo doloroso y sucio que ella quería. Era mil veces peor. Dieron igual sus protestas porque su marido estaba muy ocupado besando cada centímetro de su piel y acariciándole la mejilla. "Eres el peor Voldemort de la historia" murmuró ella enfurruñada. Él camufló su risa contra su cuello. Después se separó, la miró a los ojos y sentenció con solemnidad:

-Si yo soy Voldemort, tú eres la inmortalidad: todo lo que he querido y perseguido toda mi vida. La única causa por la que asesinaría a todo el que se interpusiera.

Ella escrutó su rostro y al final suspiró: "Maldito seas, Sirius Black, es lo más romántico que me han dicho nunca". Liberó sus brazos, rodeó su cuello y le besó aceptando que tenía un marido que la adoraba y preferiría el beso del dementor antes que hacerle daño. Era extraño y seguía sin creerse que le estuviese pasando a ella. Pero ese idiota era la magia negra más poderosa que había conocido jamás.  

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