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Capítulo 41

Advertencia: Este capítulo contiene un ligero BDSM con sangre, cuchillos y sexo guarro en la segunda parte, por si no os va eso que os lo podáis saltar.

Un millón de gracias por leer, votar y comentar, ¡os adoro muchísimo!

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-¡Eh, eso no vale es trampa!

-Me has quitado la varita, tendré que defenderme...

-¡Besuquearme el cuello no es defenderte! Y has perdido, no te mereces.

La mirada lastimera de Sirius obligó a la mortífaga a suspirar y rendirse. Liberó los brazos del animago y él la abrazó para poder seguir besándola con más detenimiento. Practicaban duelo todas las mañanas y últimamente sus enfrentamientos solían acabar así... Con el animago inmovilizado pero apañándose para hacerle cariñitos. Al rato, la bruja le devolvió su arma y le obligó a levantarse del suelo.

Quedaban dos días para la boda y habían decidido dejar de preocuparse. Sirius se llevaba mejor con Draco -dentro de la frialdad y la desconfianza del chico- y él sería su padrino. Y cualquiera de las dragonologistas que vivían en su montaña podría ser la madrina de Bellatrix. Los elfos andaban muy atareados planeando la ceremonia y engalanando el bosque elegido. La documentación estaba preparada, todo en orden. Así que podían dedicarse a perder el tiempo, hacer el loco y visitar los restaurantes más elegantes del país. Sirius había vuelto a beber pero con moderación y gracias a su compañera no había tenido ningún problema. La bruja había renunciado al whisky de fuego para que a él le resultara menos duro y se limitaban a bebidas de baja graduación. Ambos se dieron cuenta de que habían dejado de necesitar tanto alcohol.

-He quedado con Saiph para salir a volar en media hora, ¿vienes? -preguntó ella.

"Claro", respondió el animago despareciendo escaleras arriba, "Nos vemos en la entrada". Ni siquiera le extrañó que hubiese acordado una cita con un dragón: ya estaba acostumbrado a la estrecha relación madre-hijo. A pesar de que pasaban juntos casi todo el día, seguían conservando cada uno su habitación y su baño privado. Ya habían comprobado que si compartían ducha, el resto del día no resultaba nada productivo, las horas y las fuerzas se les iban por el sumidero... Y Sirius estaba harto de recibir broncas por usar demasiados productos para el pelo.

El animago se duchó y se vistió. Después se examinó en el espejo durante largos minutos para asegurarse de que su belleza seguía en su apogeo. Así era. "Muy bien, Canuto, sigue así, sigue siendo una obra de arte" se felicitó a sí mismo. Aunque habían quedado en el recibidor, a Sirius le encantaba contemplar a su prometida cuando se vestía o se maquillaba, era su pasatiempo favorito. Así que salió al pasillo y viendo que la puerta de su habitación no estaba cerrada del todo, entró sin llamar. Su prima, ya preparada,se hallaba muy concentrada leyendo lo que parecía una carta. Su expresión era una mezcla entre rabia y angustia. En cuanto le vio, dio un respingo y ocultó el papel tras su espalda. Ese gesto desconcertó al animago.

-Habíamos quedado abajo... -murmuró ella.

-Lo sé -respondió él acercándose para besarla-, pero te echaba de menos.

Ella sonrió y se relajó. "¿Qué lees?" preguntó él. "Oh, nada. Un asunto de negocios" respondió guardando la carta en un cajón. A Sirius le bastó un vistazo fugaz durante esa maniobra para darse cuenta de que la letra le sonaba. Era una caligrafía desastrosa altamente parecida a la de su ahijado. "Parece la letra de Harry" murmuró frunciendo el ceño. Bellatrix rehuyó su mirada, sabía que a los ojos jamás conseguía mentirle.

-Da igual, es mía, vamos con Saiph -respondió ella nerviosa.

Sirius no la creyó en absoluto. Sabía que Harry podía detestar su decisión de casarse con su prima, pero jamás le ocultaría nada ni conspiraría contra él a sus espaldas. Y él no había vuelto a saber nada de su ahijado desde que la semana anterior cuando rechazó su invitación... ¿Y si se arrepentía y le había escrito de nuevo? Igual la lechuza le había entregado la carta a Bellatrix. Pero ella jamás leería su correspondencia privada y menos se la ocultaría. No obstante, actuaba de forma muy extraña y ¿por qué le había mentido?

-No me has estado robando el correo, ¿verdad? -preguntó él intentando sofocar su infame temperamento.

-¡Claro que no! ¿Crees que yo...?

Antes de que pudiera terminar, Sirius no aguantó más y realizó un accio no verbal. La carta se escapó al instante del cajón entreabierto y voló hacia sus manos. Comprobó entonces que su prometida no le había mentido: era para ella; y él también tenía razón: era de Harry. Leyó las dos primeras líneas:

"No me voy a meter en vuestra relación, no quiero saber nada, pero eso no quita que me siga preocupando por mi padrino. Como le hagas algo, me aseguraré de que te arrepientas. Piensa que maté a tu todopoderoso maestro y tú tan solo...".

Levantó la vista compungido y se encontró con la mirada llorosa y profundamente dolida de Bellatrix. La bruja le arrojó varias cartas más y aguantando las lágrimas, espetó:

-Llevo toda la semana recibiendo cartas amenazantes de tus amigos. Potter, Lupin, Tonks, Andrómeda... hasta Arthur Weasley, ¡que en mi vida he hablado con ese retrasado! Todos coinciden en que no van a impedir nuestra boda pero van a estar pendientes y como te haga el más mínimo daño... Te lo oculté para que no te entristecieras más.

-Deberías habérmelo dicho... Lo siento, Bella... -murmuró él profundamente arrepentido.

"Vete a la mierda" le espetó la bruja saliendo a toda prisa de la habitación. Al instante Sirius corrió tras ella y la agarró del brazo.

-¡No, no, cielo, lo siento de verdad! Se han portado fatal contigo, no tenían ningún derecho a amenazarte, no se lo perdonaré jamás.

-No es eso -contestó ella intentando serenarse-. Eres la única persona a la que nunca he hecho daño y aún así me escriben todos como si fuera a torturarte. Y una vez más, nadie se preocupa por mí, nadie te dice a ti que no me hagas daño... Sigo estando igual de sola que toda mi vida. Creí que ahora te tenía a ti, que estabas de mi parte. Pero no es así, ¡si ni siquiera tú te fías de mí, cómo van a hacerlo los demás!

-¡Claro que me fío de ti! Pero sabes que soy un...

-¡Déjame en paz! Ni siquiera Voldemort me leía el correo -susurró ella liberándose de su brazo y alejándose a toda prisa.

Sirius no supo qué replicar. Lo mínimo que podía hacer era concederle el espacio que necesitaba. Supuso que volar con Saiph la relajaría. Así que se quedó ahí, en la habitación de Bellatrix en la que todo olía a ella, sintiéndose el ser más miserable y despreciable del mundo. Siempre había sido así, hasta con sus mejores amigos: por culpa de los abusos de su familia su carácter era desconfiado, arrogante y demasiado propenso a actuar sin pensar. Iba a tener que cambiar eso. No podía casarse con el amor de su vida y seguir sufriendo arrebatos infantiles.

Tras varios minutos de auto flagelarse, decidió que la culpa no era solo suya. Sabía que se arrepentiría, pero aún así, cogió las cartas que la bruja le había arrojado. El señor Weasley había sido firme pero correcto en su amenaza, Tonks directa pero no agresiva; ambos simplemente se preocupaban por un amigo que se iba a casar con una ex mortífaga. Pero las otras tres... La frialdad de Andrómeda brotaba en cada línea lo mismo que la rabia de Harry y la preocupación/desprecio paternalista de Lupin. No supo cuál era peor. Al rato decidió que la de su ahijado y su mejor amigo, era a quienes él consideraba su verdadera familia. "No les pido que me apoyen, ni que vengan a mi boda... ¡Con no amenazar a mi prometida habría bastado, joder!" maldijo en voz alta. Ni siquiera pensaba molestarse en responderles, los ignoraría hasta que se disculparan en condiciones.

Pasó la hora de comer y la slytherin no había vuelto. Quería dejarla tranquila el tiempo que necesitara, pero la echaba de menos y quería explicarle que aunque fuese un cabezota, la quería más que a nada y siempre estaría de su parte. Con esa idea, salió de la mansión a buscarla. Le costó poco dar con ella, sabía de sobra cuáles eran sus rincones favoritos en los bosques que rodeaban la mansión. Estaba sentada en un banco de piedra en una de las laderas contemplando a lo lejos la ciudad de Estocolmo. Se la veía triste y furiosa a partes iguales y en su cara aún había rastros de lágrimas. Acariciaba a Saiph que dormía en su regazo y ni siquiera se giró al oír a Sirius acercarse.

-¿Sigues enfadada? -preguntó él con suavidad sentándose a su lado.

-Lárgate.

-Escucha, cielo, lo...

-¡No tengas encima la desfachatez de llamarme 'cielo' ni ninguna de tus tonterías!

-De acuerdo. Lo siento mucho, de verdad. Claro que confío en ti, te confiaría mi vida sin dudar. Voy a estar siempre de tu parte, te lo prometo. Soy un idiota que no utiliza el cerebro todo lo que debería... Pero te prometo que casarme contigo es lo más...

-No quiero casarme -informó ella sin mirarlo.

Sabía que no lo decía de verdad, que por muy enfadada que estuviese, le seguía queriendo. Pero aún así, oírla pronunciar esas tres palabras le provocó un estremecimiento y un miedo enorme. Le cogió la mano que le quedaba libre y la estrechó entre las suyas. La besó con cariño y entonces se dio cuenta de que entre sus anillos de serpientes no llevaba el suyo. Sintió cómo el alma se le partía al ver que se había quitado su anillo de pedida. Vale que hubieran discutido, pero él se lo había regalado con muchísima ilusión, le había costado más dinero del que poseía y...

-Lo llevo en la otra, maldito idiota -aclaró Bellatrix mostrándole la mano ocupada en acariciar a su dragón.

Él suspiró aliviado.

-Tienes razón, soy un completo idiota. Pero ninguno de los dos hemos tenido nunca una relación y estas cosas pasan, a veces se cometen errores y eso no quiere decir que deje de quererte o no confíe en ti. Te adoro, Bella. Pero ya sabes como es nuestro carácter, somos muy parecidos, es normal que choquemos. Me dijiste que aunque discutiéramos cada dos días valdría la pena estar juntos...

-Me equivoqué.

-No es verdad, tú nunca te equivocas. Eres la persona más inteligente, brillante, guapa, poderosa y maravillosa en general del mundo mágico. No sabría vivir sin ti, estoy súper orgulloso de ti y no vas a encontrar nunca a nadie que te quiera tanto. Y quiero que me lo cuentes todo, no me ocultes lo que pueda dolerme, no te guardes el dolor para ti sola, ya no necesitas hacerlo, estoy contigo.

Bellatrix estaba muy harta de que Sirius intentara solucionar todo apelando a su vanidad; estaba muy harta porque siempre funcionaba. Suspiró y asintió. "Te perdono", murmuró al rato, "Debería haberte contado que todos tus amigos son unos desgraciados". Él sonrió, la besó en la mejilla y la abrazó.

-Ven, vamos a casa, que empieza a refrescar.

-Estoy bien aquí -replicó la bruja disimulando el frío.

Sirius aguantó las ganas de reírse ante su cabezonería compartida y no le dejó elección. La cogió en brazos y emprendió el camino de vuelta. Por mucho que Bellatrix pataleó, le pegó y protestó de forma infantil, al final se rindió. Cuando llegaron a la mansión, la dejó con cuidado en el suelo e intentó besarla. No tuvo éxito. Le había perdonado pero seguía enfadada. No quería estar así con ella a dos días de la boda... No quería estar así con ella nunca. Se le ocurrió una solución que podían disfrutar ambos.

-Quiero que estemos en paz de verdad -le aseguró cortándole el paso-. No puedo seguir con mi vida si sé que te he hecho daño y no estamos bien del todo. Así que podrías... castigarme...

-Estas de coña, ¿verdad? -preguntó la bruja con incredulidad- ¿No pretenderás que después de haberme tratado así follemos sin más?

-A ver, no... Bueno, sí. Sinceramente, contigo siempre pienso en follar... Bueno y en abrazarte y achucharte y olerte el pelo y observar tu forma de...

Sirius se dio cuenta de que estaba desbarrando y su prima perdía la paciencia. Retomó el hilo:

-Pero hace mucho que no torturas a nadie... Te dejo hacerlo conmigo. Y si eso acaba en sexo, pues oye, no me negaré...

Un brillo de deseo cruzó fugaz los ojos de la duelista. Sirius supo que había acertado. Le aterraba recibir un crucio de la bruja más temida del mundo, pero deseaba hacer las paces. Y la deseaba a ella. Jamás había cedido el poder en el sexo ni en ningún otro campo, pero con Bellatrix era diferente. Le hicieron falta pocos argumentos más para que su prometida aceptara castigarle. La slytherin le preparó la cena a Saiph y volvió al salón con Sirius. El animago, bastante emocionado con su propia idea, comentó:

-Ya que estamos... ¿Puedes hacer de mortífaga mala, de la loca Bellatrix Lestrange que acaba de escapar de Azkaban y me ha capturado para obtener información de la Orden? -preguntó él.

-Si eso te pone... -concedió ella con indiferencia- Pero si en algún momento tienes miedo... -empezó la bruja.

-Oh, por favor, ¿cómo voy a tener miedo de algo tan adorable como tú? -la cortó él sonriente- No necesitamos ninguna clave de peligro, podré aguantar.

"De acuerdo" murmuró de nuevo la bruja que un tono que le hizo sentir miedo al instante.

-Aunque ahora que lo pienso, no es realista -meditó el animago-. No te sería nada fácil capturarme...

-¿Recuerdas como empezó todo esto, con mi daga en tu cuello? Ambos sabemos que no habrías podido liberarte sin morir.

-Bueno... -concedió él- Pero tú tampoco hubieras conseguido nada de mí, por mucho que...

Antes de acabar la frase, la bruja había sacado su varita y murmurado "imperio". Fue una sensación maravillosa, como flotar ajeno a cualquier preocupación, envuelto en una felicidad artificial a la que no deseaba renunciar. En el fondo de su mente, Sirius sabía que poseía fuerza de voluntad para resistirse, ¿pero por qué iba a romper ese trance tan agradable? Además, por mucho que odiara el rol de sumiso, a una parte de su mente le excitaba pensar que la bruja había usado una maldición imperdonable para controlarlo. Y también sabía que si no era con ese método, su prima encontraría otra manera de doblegarle, por tanto mejor así.

-Camina -le ordenó la bruja con brusquedad.

Sin pensamiento alguno, obedeció. Recorrieron la planta baja hasta el final de un pasillo. Sirius no había investigado mucho esa zona, pero sabía que ahí no había ninguna habitación ni nada similar. La bruja le agarró del cuello de la camisa para obligarle a detenerse.

-Oye, Bellatrix, aquí no...

Un fuerte bofetada le hizo callarse al instante. Le dolió, la slytherin tenía fuerza. Sin embargo, la maldición engañó a su cerebro para que sus nervios no procesaran demasiado el malestar. Ni tenía ni quería tener fuerzas para defenderse. Ambos habían adoptado su papel a la perfección.

-Escúchame bien, asqueroso traidor -siseó la mortífaga colocando un cuchillo en su cuello-. Para ti, soy Madame Lestrange, tu superior en todos los aspectos. No te dirigirás a mí a no ser que te dé permiso, no quiero una sola queja ni un lloriqueo o lo lamentarás. Esto no va a ser agradable para ti, así que por tu bien, más te vale comportarte por una vez en tu patética vida. ¿Me he explicado con suficiente claridad?

El animago tragó saliva y asintió. No fue capaz de verbalizar nada. Ver a su prometida así, tan de cerca y en una sesión privada, le producía una mezcla de pánico y excitación que tenía a su cuerpo y a su cerebro totalmente desconcertados. "Muy bien" murmuró la bruja con frialdad. Seguidamente, pronunció un encantamiento y ante el asombro de Sirius, el muro se abrió permitiendo una pequeña abertura. Lo único que se veía era una escalera de piedra descendente y una oscuridad absoluta. Y sintió frío, mucho frío. "No necesitarás esto" murmuró desgarrando su camisa con el cuchillo. Le obligó también a quitarse las botas y los calcetines. Seguidamente, le ordenó que bajara delante de ella. Dudó un segundo y recibió un empujón para indicarle que acatara la orden.

El animago empezó a descender tanteando las paredes. Supo que le había hecho descalzarse para que el frío se adueñara de su cuerpo con más rapidez: pequeños hábitos de tortura. No veía los escalones, ni lo que había abajo, ni siquiera sus propios pies. Con un movimiento de la varita de la duelista, unas pequeñas antorchas adosadas a las paredes comenzaron a arder. Poco mejoró eso el panorama: la angosta escalera de piedra parecía simplemente no tener fin. Pero bajó con más seguridad. Él también estaba muy metido en su rol: era un miembro de la orden y un gran mago, no iba a permitir que ninguna mortífaga le atemorizara. "Pero, joder, qué frío hace..." pensó añorando su camisa. También le hubiese gustado saber a dónde iban...

"O no" pensó al alcanzar por fin el pie de la escalera. Lo que se desplegaba ante él era una intrincada red de pasillos y cámaras que componían una mazmorra digna de cualquier castillo de la Edad Media. Calculó que aquello debía estar excavado dentro de la propia montaña. La idea resultaba ligeramente espeluznante. Le sorprendió llevar varios meses viviendo ahí y no haberlo descubierto, estaba perdiendo sus dotes de merodeador... O quizá las de la duelista eran mejores. Sin mediar palabra, le condujo hasta una de las salas abovedadas y le hizo entrar.

El espacio estaba vacío, no había ningún tipo de objeto ni de decoración... salvo por una especie de altar de sacrificios en el centro. Sirius adivinó perfectamente cuál iba a ser la siguiente orden. "Túmbate ahí, escoria". Y acertó. El animago obedeció al instante porque los efectos de la maldición seguían en su cuerpo. No obstante, no pudo evitar ver que había rastros parduscos sobre la construcción de piedra que en absoluto parecían decorativos.

-Podrías haber limpiado antes... -murmuró mientras se tumbaba.

Supo que el comentario le iba a costar caro. La bofetada fue más fuerte que la anterior y como la maldición empezaba a desvanecerse, fue consciente del dolor. En un gesto instintivo, intentó llevarse la mano a la cara para acariciarse la mejilla. Pero en cuanto movió el brazo, unas gruesas cadenas se amarraron a sus brazos y piernas inmovilizándolo por completo.

-Un comentario impertinente más y lo limpias tú con la lengua -informó ella con tranquilidad.

Seguidamente, extrajo una daga de su cintura, otra que llevaba en el muslo y un cuchillo de la bota derecha. Los colocó los tres peligrosamente cerca de Sirius y le comentó con una sonrisa cruel que le dejaba elegir. Paradójicamente, una de ellas era la que él le regaló en Navidad. Le enterneció pensar que la llevaba junto a ella. Aún así, conociendo a su prima y viendo la circunstancia en la que estaban, no había logrado engañarse: sabía que ese era el escenario final. Por muy salvajes que fueran sus encuentros casuales, Sirius nunca había usado armas de ese tipo. Estaba abierto a nuevas experiencias, pero aún así, dudó. Supo ademas que al hacerlo con fines lúdico-sexuales, el juramento le permitiría torturarle. La bruja se sentó en un lateral del altar y comentó:

-Si traicionas a la Orden y te unes a mí, serás libre. Seguirás siendo mío -murmuró acariciándole el rostro con sus largas uñas- pero no habrá tortura.

El merodeador se estremeció. No supo si por el frío, el temor o el cosquilleo de la perfecta manicura de la bruja sobre su piel. En cualquier caso, él no era un traidor ni pensaba serlo. Vale, de sangre sí, pero jamás vendería a la Orden. Así que optó por elegir el cuchillo porque era el más pequeño. La mortífaga sonrió y cogió el arma.

-Está impregnado de veneno de acromántula -murmuró sonriente-. En cuanto haga un corte, toda tu piel se infectara, se inflamará, te empezará a picar tanto que querrás arrancart...

-¡Vale, vale! -la cortó él- Elige tú entonces.

La mortífaga ladeó la cabeza decidiendo si esa respuesta constituía una impertinencia. Decidió que no y arrojó el cuchillo al suelo sin ningún miramiento. Guardó con más cariño la daga que Sirius le regaló y empuñó la otra. Era de plata, con un zafiro estrella gris en la empuñadura. Acarició la piedra preciosa con el pulgar y contemplando su brillo grisáceo murmuró: "Hace juego con tus ojos". Sirius le dedicó una mirada de desprecio con sus ojos grises. La bruja le amenazó con sacárselos si se portaba mal. Le animago los cerró e intentó relajarse mientras la mortífaga murmuraba un par de encantamientos. El efecto sedante de la maldición Imperio se desvaneció por completo. Con agilidad, la bruja se sentó a horcajadas sobre su cintura. A pesar del frío, el ligero temor y lo inquietante de la situación, Sirius notó un movimiento de excitación en sus pantalones.

Con el arma horizontal y poco riesgo de cortar, la bruja recorrió su cuello con detenimiento. Disfrutó zigzagueando hasta alcanzar sus clavículas donde empezaban los tatuajes. Eso le generó a Sirius una nueva angustia: si realizaba un corte en alguno de los tatuajes, la marca quedaría para siempre. Y él era notablemente vanidoso... La mortífaga sujetó bien el arma y colocó el filo a milímetros de su piel.

-Última oportunidad para salvar el pellejo, chucho traidor, ¿te unirás a los mortífagos, serás mi esclavo? -preguntó enarcando las cejas en un gesto interrogativo.

-¡Antes muerto, psicópata demente! -escupió él.

"'Psicópata demente' es un pleonasmo, chucho" murmuró la bruja mientras realizaba el primer corte paralelo a su clavícula derecha. El animago apretó los ojos y frunció los labios para no proferir ningún grito o gruñido de protesta. La herida comenzó a sangrar mientras su captora seguía realizando un camino de cortes por su torso. Se dio cuenta de que esquivaba con maestría las imágenes rúnicas y trabajaba únicamente en el lado derecho de su cuerpo para evitar acercarse al tatuaje de Saiph. Poco alivio supuso eso cuando vio las finas hileras de sangre. Claro que le habían torturado durante su época en Azkaban, pero la tortura mágica resultaba menos perturbadora, un crucio ni siquiera dejaba rastro. La mirada de la slytherin era de total deleite y fascinación. Era realmente hábil con la daga, no dudaba ni fallaba: sus cortes eran precisos y limpios. A pesar de que eran superficiales, el animago sintió que se ahogaba, que le faltaba oxígeno por la pérdida de sangre, que se iba a desmayar y...

-Respira -le ordenó ella levantando el arma por unos momentos.

Eso interrumpió su tren de pensamiento. Se percató de que desde que habían empezado con la daga, había contenido la respiración. Con esfuerzo, obligó a su mente a centrarse en inhalar y exhalar. Cuando medio minuto después logró regularlo, su cerebro procesó las verdaderas sensaciones. Seguía habiendo dolor, sí, pero el placer era muy superior. Un morbo descontrolado que nunca había sentido lo envolvía todo. Era como cuando de pequeño le explicaban que rascarse las picaduras de mosquito era peor porque extendía el picor; lo hacía igual, el gozo bien valía la pena. Aquella reacción no podía ser natural... Se dio cuenta de que debía haber sido el conjuro que la bruja había murmurado antes de empezar. Sirius no conocía ningún hechizo que transformara el dolor en placer pero...

-Lo inventé yo -le susurró la bruja al oído.

El animago experimentó un escalofrío al sentirla tan cerca de su cuerpo y notar su cálido aliento sobre su piel. Porque aunque hubiese pasado a un segundo plano, el frío seguía ahí. "Genial, está violando mi cuerpo y también mi mente" pensó al darse cuenta de que había usado legilimancia en él. La mortífaga soltó una carcajada cual demente profesional y apartó la daga por un momento. Volvió a inclinarse sobre él y empezó a lamer las heridas con avidez, mirándole a los ojos. Para que su prisionero no disfrutara demasiado, deslizó las manos por su espalda y comenzó a arañarle. Si bien no era comparable a hacerlo con un cuchillo, era evidente que los rasguños también serían importantes. Pero a sus uñas sí que estaba acostumbrado y le ponía bastante cachondo. Además, las miradas de pantera hambrienta devorando su sangre que le dirigía la morena tampoco ayudaban. Así que de nuevo, no tuvo claro lo que sentía... aparte de una enorme incomodidad por no poder liberarse y desnudar a la bruja con brusquedad.

-No podemos permitir esos pensamientos -le regañó ella haciendo girar la daga entre sus dedos-. ¿Te unirás a mí?

El animago negó con la cabeza pero con menos seguridad que al principio. Su prima asintió con una sonrisa cruel. Justo sobre sus costillas, paralelo a su corazón y al tatuaje de Saiph, grabó con profesionalidad sus iniciales. Contempló las dos "B" satisfecha y decidió lamer la sangre para sellar su obra. De nuevo, el moreno cerró los ojos y se mordió los labios para evitar chillar de dolor, gemir de placer o lo que fuese. Era la tortura más profunda y confusa a la que le habían sometido. Al rato, ella apartó los cuchillos y sacó su varita. Sirius no supo si aquello era bueno o malo: la bruja era casi más peligrosa con su varita. Pero tuvo suerte.

-Voy a sanar estas heridas para poder seguir torturándote -murmuró con alegría-. Así que dame las gracias, traidor asqueroso.

El animago pensó en replicar algo respecto a que ella acababa de pasar varios minutos lamiendo la sangre de un traidor asqueroso. Pero la mirada de advertencia que recibió le hizo pensarlo dos veces. "Gracias, Madame Lestrange" masculló sin mirarla. La morena empezó a murmurar encantamientos y al poco, todas las heridas menos las de sus iniciales desaparecieron por completo. Empezaba a entender por qué la gente se rendía ante ella, por qué era la mejor. Casi comprendía a Peter... Él hubiera dado su vida para proteger a los Potter, pero aquella tortura era peor que dar su vida. Nunca la había deseado tanto. O igual sí, llevaba toda su vida deseándola con mucha fuerza... "¡Joder, me está volviendo loco! Si al menos me besara..." deseó internamente.

-Júrame lealtad e igual lo hago -le tentó ella.

-Jamás -contestó él secamente.

Era Sirius Black, no iba a rendirse ante una mortífaga, por muy sexy y salvaje que fuese. Su arrogancia era superior a la de su prima, estaba seguro, iba a ganar esa batalla. Podía desangrarle varias veces, pero él no cedería. La duelista volvió a sentarse sobre él, acarició con la yema de los dedos sus iniciales y se relamió inconscientemente. El animago sintió cosquillas y se le erizó el vello. Ya no era por seguir con el juego: no sabía qué encantamiento le ataba, pero definitivamente no podía liberarse.

-No te lo voy a ofrecer más y te prometo que después del siguiente castigo me suplicarás que pare, así que júrame que serás mi esclavo y podrás ahorrártelo.

Sonaba totalmente sincera. Ninguno de los dos parecía recordar que el juego no era real, estaban demasiado metidos. Aún así, Sirius no iba a darle ese placer: volvió a negar con la cabeza. La slytherin chasqueó la lengua como si se tratase de un niño al que no había manera de corregir. Pero ella era la mejor en su campo. Sacó su varita de nuevo y Sirius se esperó sin dudar un crucio. Sabía que el dolor resultaba insoportable, ese sí que no podía suavizarse... y Bellatrix era inigualable con ese hechizo. Tendría que aguantar. La duelista murmuró algo que él no distinguió. Y al instante deseó que hubiese usado la maldición torturadora.

No era un crucio, era un serpensortia. De la varita de la mortífaga emergieron dos víboras negras de considerable tamaño. En cuanto cayeron sobre su estómago desnudo, clavaron en él sus ojos amarillentos. No pudo evitar un grito al sentir su tacto escamoso, frío y húmedo sobre su piel. Y esta vez tuvo claro lo que sentía: terror, terror sin adulterar. La morena seguía sentada sobre su cintura completamente tranquila y sonriente mientras los reptiles empezaban a deslizarse hacia su cuello. No aguantó ni dos segundos.

-Bellatrix -suplicó él-, deshazte de ellas, por favor, el veneno de las víboras es letal, si me muerden...

-Oh, ¡por supuesto que te van a morder! -respondió ella- Te morderán en el cuello, el veneno entrará en tu organismo y se mezclará con tu sangre haciendo que empiece a brotar por todos tus orificios. Será una muerte lenta y agónica, ¡pero tranquilo, solo durará cuatro o cinco horas!

Eso no era un sueño ni ningún tipo de manipulación mental: las serpientes acercándose a su arteria principal eran completamente reales. Sirius empezó a replanteárselo todo. Igual ese era el plan de su prima desde el principio: hacerle el hombre más feliz del mundo para que al asesinarlo resultara aún más cruel y poético. Muy típico de las familias de sangre pura. Quedaban unos tres segundos para que las lenguas viperinas alcanzaran su cuello. Lo intentó de nuevo:

-Por favor... Me uniré a vosotros, traicionaré a la Orden, te serviré, pero...

-Ya es tarde. Te lo he advertido y no has querido. Acepta las consecuencias -respondió ella casi con tristeza.

No pudo responder porque notó como los colmillos de los reptiles se clavaban a ambos lados de su cuello. Cerró los ojos y gritó. El mordisco en sí no dolió mucho; a la mortífaga también le gustaba morderle y a él no le molestaba en absoluto. Pero la tortura psicológica de saber lo que venía después era devastadora. Sintió como el fluido letal entraba en su cuerpo. Sabía que aunque la bruja le proporcionara el antídoto al instante, siempre había riesgo de secuelas. Eso en el caso de que realmente fuera un juego y no una tortura real...

En cuanto terminaron, los reptiles se desvanecieron. Pero el daño ya estaba hecho. En ese momento, Sirius no fue consciente pero un par de lágrimas acudieron a sus ojos. Al instante, la bruja se inclinó sobre él y le acarició la mejilla:

-Siento que te hayan hecho daño, no creí que llorarías...

-¡ESTÁS COMPLETAMENTE LOCA! -bramó él- ¡Has dejado que dos víboras me muerdan! ¡Ya siento como...!

-¿Qué sientes? -le interrumpió ella.

Sirius iba a contestar en el mismo tono furibundo hasta que se dio cuenta de que no era veneno lo que sentía. Su cuerpo, expuesto al frío inclemente de la mazmorra, fue invadido por un intenso calor. Sintió un hormigueo creciente por todos sus miembros y notó que o se desabrochaba el pantalón o reventaba. No había estado tan sexualmente excitado en toda su vida. Miró a su prima sin entenderlo.

-Modifiqué el hechizo yo misma. Esas víboras no tienen veneno sino una especie de filtro de lujuria.

El animago suspiró visiblemente aliviado. La bruja volvió a coger su varita, él intentó frenarla sin éxito porque seguía atado.

-Tranquilo, igual me he pasado -susurró ella-. Voy a soltarte y podemos follar normal.

-No -respondió él al instante-. Me lo has advertido y me lo he ganado. Es mi castigo y quiero seguir.

-¿Estás seguro? -respondió ella con bastantes dudas -Porque...

-Completamente -aseguró mirándola a los ojos para que viera que no mentía-. Nada me ha puesto tan cachondo en la vida. Pero, por favor, desabróchame el pantalón, porque te juro que...

La bruja rió y con un movimiento de su varita, el animago quedó completamente desnudo. Sirius suspiró aliviado. Aunque la erección era preocupante, al menos ya era libre. La mortífaga se quitó la falda pero se dejó la camisa tipo corsé que apretaba sus pechos de forma sobresaliente. Se inclinó sobre el cuerpo de su primo con su escote a la altura de sus ojos.

-Así que ahora quieres unirte a mí, ¿eh? -ronroneó en su oído.

El animago no respondió porque apenas la oyó. La visión era demasiado absorbente, todos sus sentidos estaban centrados en las enormes tetas de su prima. Ella se dio cuenta y se bajó el borde del top justo hasta el comienzo de los pezones. Se acercó más a él y le levantó la cabeza para hundirla en su escote. "Mi pobre nene ha tenido miedo, ¿verdad?" murmuró con voz infantil pegándolo junto a su piel. Él intentó chupar, morder o lo que fuera, pero ella le apartó al instante.

-No seas malo -le riñó-. No intentes comerte lo que no es tuyo.

Sirius profirió un gemido de protesta cuando la bruja se separó de él. Iba a suplicar hasta que los finos dedos de Bellatrix se cerraron sobre su endurecido miembro. Lo estrujó con fuerza sabiendo que a él también le gustaba hacerlo brusco. El animago cerró los ojos con placer sintiendo que iba a estallar en cualquier momento. Estaba ya completamente empapado de los fluidos previos cuando la bruja redujo la presión. Él profirió un gruñido de incomodidad. Sabía que no iba a ser tan fácil...

-Para ser un traidor, tu polla está muy bien... -murmuró acariciándosela- Quizá solo por eso te conserve. Al fin y al cabo tu sangre sigue siendo pura, puedes servir para procrear o como juguete sexual... ¿te gustaría eso?

En situaciones normales, su respuesta habría sido irónica o despectiva, pero en aquel momento... En aquel momento en que casi lloraba de las ganas de correrse que tenía, se tuvo que rendir. La mortífaga había ganado, sin duda. "Mientras sea contigo..." masculló de forma ahogada. Las uñas acariciando su parte más sensible eran una tortura continua. La bruja sonrió.

-Eso tendrás que ganártelo -respondió burlona-. Pero aún así...

Viendo que realmente no aguantaba más, la bruja descendió sobre su cuerpo y se colocó entre sus piernas. Le lamió la punta de forma tentativa y él suplicó ya de forma abierta y casi patética. Al instante, ella se la metió en la boca y empezó a recorrerla con su lengua. Chupó, mordisqueó suavemente y succionó con habilidad. En ningún momento apartó sus ojos de los de él. No obstante, por mucho que adorara verla en esa posición, a Sirius le costaba trabajo mantenerlos abiertos. A los pocos segundos, la avisó de que se iba a correr. Para su horror, la bruja separó sus labios. No le dio tiempo a protestar porque con un par de sacudidas de su mano, el orgasmo más intenso de su vida llegó sin problemas. Estuvo en éxtasis más tiempo del que fue consciente.

-Joodeer... -jadeó el animago cuando recuperó el habla- No recuerdo así... algo... nunca.

A Bellatrix le hizo gracia que fuese incapaz de articular una frase con sentido. Pero sabía que los hechizos que había usado para aumentar su libido eran fuertes y le iba a costar recuperarse.

-Perdona -se disculpó limpiándose la boca con la manga de la camisa-. No quería tragármelo, tengo el sabor a tu sangre y no quiero que desaparezca.

Él asintió sonriendo como un idiota. Le daba absolutamente igual. La boca de Bellatrix sabía a él, eso era lo importante, sus tendencias vampíricas eran lo de menos. Aunque se moría por probarla y seguía atado... Su prima le contemplaba con curiosidad. Él seguía sintiendo los efectos de la poción lujuriosa en su cuerpo. Era evidente que no habían terminado.

-Y ya que hemos llegado a un acuerdo... -empezó a negociar él- ¿No podrías desnudarte tú, o besarme, o dejarme hacértelo a ti, o...?

-¡Eh, eh! Con calma -le recriminó ella-. ¿Qué me darás a cambio?

-Lo que quieras -respondió él al punto-. Destruiré lo que quieras, torturaré, mataré...

-¿Matarás a la Orden por mí? -preguntó la bruja con un brillo malicioso en los ojos

-A quien quieras -respondió al instante- A Shacklebolt, a Bill, a Fleur...

La bruja asintió sin dejar de sonreír y se quitó la camisa para quedarse en ropa interior. El animago la miró embobado. Era imposible que existiera nadie más sexy, más provocativa, más femenina, más... Bellatrix era la mejor en todos los aspectos. La mortífaga se tumbó sobre él, cruzó los brazos sobre su pecho y apoyó su barbilla en ellos. Sirius sintió un escalofrío de placer al notar su cuerpo sobre el suyo. "¿A quién más?" preguntó ella con interés. Él se dio cuenta de que aunque se trataba de un juego, quería oírselo decir. Quería que aunque fuese en la ficción, aceptase matar a sus amigos por ella. Resultaba casi ilógico, era todo mentira, pero aún así le costó decirlo. Y no lo dijo por desnudarla, sino porque en la situación en la que estaban, lo sentía de verdad. "¿A quién más?" repitió ella.

-A Andrómeda y a Tonks -concedió él casi avergonzado.

La bruja se incorporó y se quitó el sujetador. Sirius se relamió inconscientemente y casi se atragantó con su propia saliva. Maldijo a todos sus ancestros por seguir inmovilizado. La slytherin se llevó las manos a los pechos y empezó a estrujárselos con los ojos cerrados. Se retorció el pezón derecho como a ella le gustaba y gimió de placer mordiéndose el labio inferior. Por muy erótica que resultara la imagen, el gryffindor temió que se corriera solo con eso y sin él. Necesitaba frenarla y que volviera a centrarse en él. Así que añadió: "Mataría a Ron y a Hermione". De inmediato, la bruja, con una sonrisa creciente, paró. Se acarició las costillas, arañó su cintura y finalmente deslizó los pulgares por sus bragas. Se las quitó con rapidez y volvió a sentarse sobre él. Notar la humedad de Bellatrix directamente en su cintura prácticamente le volvió loco. Necesitaba besarla y tocarla. Bueno, necesitaba follarla salvajemente, pero si el juego era ese...

-Vamos -le animó ella- Aún te queda gente.

Ambos sabían quienes quedaban. Su mejor amigo que le había acompañado toda la vida y su ahijado. Ni siquiera en un juego podría decir en voz alta que los mataría. No supo si estaba en su mente o si lo adivinó, pero la bruja murmuró: "Muy bien. Lo respeto. Pero yo estoy empapada y necesito algo dentro ya, así que...". Se acomodó sin separarse de él y se metió dos dedos que entraron sin ninguna dificultad. Los juegos previos la habían lubricado a la perfección. No le dio tiempo a meterlos y sacarlos ni un par de veces.

-¡A Remus, mataría a Remus por ti! -exclamó él lloriqueando de necesidad.

La bruja se sacó los dedos y se los acercó a la boca. El animago chupó de inmediato con avidez, le encantaba el sabor de su prima. Decidió que como darle el nombre de Lupin le había costado, el premio debía ser mayor. Se inclinó sobre él y le besó. Sirius prácticamente le folló la boca con la lengua, no aguantaba más. La bruja le liberó un brazo. No supo para qué usarlo primero. Decidió empezar por apretujar el cuerpo de ella contra el suyo sin dejar de besarla. Sentir sus endurecidos pezones sobre su pecho era como para correrse sin más. Le acarició las costillas y bajó con rapidez a su trasero. Le arañó el culo, se lo estrujó y hubiera seguido azotándola si no fuera porque su coño también quedaba muy a mano. Le metió un dedo con brusquedad disfrutando de su expresión de éxtasis. Le frotó el clítoris con el pulgar y la hubiese hecho correrse así de no ser porque necesitaba que lo hiciera con su polla dentro. Intentó maniobrar con la mano libre pero ella no se lo permitió.

-Dilo y te suelto del todo -murmuró ella mordiéndole el cuello y masturbándose con la otra mano.

¿Para qué esperar si el desenlace sería el mismo? Sintiéndose una rata traidora peor que Pettigrew confesó:

-Mataría a Harry por ti.

La vergüenza le duró escasos segundos porque al instante sus ataduras se soltaron. La bruja no hizo ningún movimiento, se quedó sobre él permitiéndole elegir posición. Por mucho que le encantara verla a cuatro patas o debajo de él, dejarla arriba ofrecía el aliciente de extasiarse con bamboleo de sus tetas. Y la indudable ventaja de poder metérsela en ese preciso instante. Así que no dudó.

-Agárrate, Madame Black,-advirtió- porque te voy a follar como a la niña caprichosa y calientapollas que eres. No vas a poder andar en dos semanas.

"Ya veremos quién no puede andar" rió ella dejándose hacer. Sirius la sujetó por las caderas con una mano y con la otra le introdujo el pene de un golpe y hasta el fondo. Ella gimió complacida sintiéndose llena. El animago también suspiró aliviado y gruñó apreciativamente al conquistar por fin en su lugar favorito. Cogió a la mortífaga por la cintura y empezó a moverla con brusquedad para disfrutar lo máximo posible entrando y saliendo de ella. La mortífaga le mordió los hombros sin renunciar a los gemidos de placer. "Sigue moviéndote tú, princesa" le ordenó él cuando cogieron el ritmo adecuado, "Que tus descomunales tetas también necesitan mi atención". Ella obedeció. Sirius subió ambas manos a sus pechos para magreárselos de forma obscena. Jugó a retorcer sus pezones hasta que se dio cuenta de que no podía aguantar más.

-Me voy a correr, Bella -advirtió.

"Mmm" contestó ella demasiado ocupada mordiéndole el cuello. Sirius estalló dentro de ella y la bruja tardó pocos segundos en corresponderle. Estuvieron así durante un tiempo récord, con una intensidad casi preocupante. Sin duda la poción lujuriosa funcionaba. Hasta que finalmente se separaron y se quedaron jadeando juntos sobre aquel extraño altar en una mazmorra. El merodeador, que hacía mucho que no sentía un éxtasis semejante, pensó que le iba a costar siglos poder moverse. Por desgracia, su pareja no estaba de acuerdo.

-Vamos al cuarto -sugirió la duelista incorporándose y volviendo a vestirse-. Aquí hace frío.

Sirius la miró casi con espanto. Recordó la larga escalera por la que habían bajado al sótano, los dos pisos que los distanciaban de sus dormitorios, los interminables pasillos... Imposible, del todo imposible. Y tampoco podían pedirle a un elfo que los apareciera: su dueña no les daba permiso para bajar al sótano y además, el hombre agradecería que no le vieran en esas circunstancias...

-Dame un rato, Bella, ahora soy incapaz de moverme... -susurró él maldiciendo internamente la hiperactividad de su prima- Prefiero la hipotermia.

La bruja aguantó las ganas de reírse y se alejó. "¡Pero no te vayas!" rogó él. Bellatrix le aseguró que volvía en seguida. Al poco reapareció con varios objetos levitando tras ella. Colocó una pequeña almohada bajo la cabeza de Sirius, le echó una gruesa manta por encima y se acurrucó junto a él. "Bébete esto" murmuró dándole un tubo con un líquido escarlata. El animago obedeció. Si en ese momento su prima le pedía que bebiera sudor de troll, lo haría. No obstante, se trataba de una poción reabastecedora de sangre. No se sentía débil ni en absoluto preocupado por la pérdida de sangre causada por sus juegos previos, pero sabía que así su prometida se quedaría más tranquila.

-Ah y deja que te cure eso -murmuró ella acariciando sus iniciales en su piel y sacando su varita.

-¡No! -la detuvo Sirius obligándola a guardarla y a apoyar la cabeza en su pecho- Quiero tenerlo para recordarte.

-¡Cómo que recordarme! -rió ella- ¡Si estamos juntos las veinticuatro horas!

-No es cierto. Hay veces que me ducho cuando tú aún duermes y ese rato te echo de menos -respondió él con tono dramático.

La bruja puso los ojos en blanco y siguió sonriendo mientras acariciaba sus tatuajes. Él la tapó bien y pasaron un rato juntos en silencio. Juntos en silencio. En una mazmorra subterránea sobre un altar cubierto de manchas rojizas que la mortífaga aseguró que eran de atrezo y él optó por creerla. Nunca imaginó que tendría una relación tan bizarra. Ni mucho menos tan salvaje y maravillosa.

-Trixie -murmuró él jugando con su pelo.

-¿Mm?

-Me interesa mucho saber en qué momento de tu vida te hallabas cuando decidiste invertir tu tiempo en crear una variación de serpensortia con fines sexuales y cómo le explicaste a los sujetos de prueba en qué consistía el experimento.

La bruja soltó una carcajada y hundió la cara en su cuello aspirando su aroma. Le gustaba tanto el olor a cuero y cítricos del perfume de Sirius que a veces lo usaba ella misma. Decidió saciar su curiosidad:

-Durante una reunión que convocó Voldemort en la mansión Malfoy. Insistía en matar a Potter y ya se me hacía muy cansino, así que desconecté. Vi a Nagini reptando cerca de la silla de Lucius que la miraba acojonado y a mi pobre hermana con cara de no haber follado bien en meses. Se me ocurrió la idea y la desarrollé. Y te alegrará saber que tú has sido el primer sujeto humano en quien lo he probado.

-¡¿QUÉ?! ¿¡Te has arriesgado a probar semejante burrada en mí!? -exclamó con los ojos desorbitados- ¡¿Por qué cuernos iba a alegrarme eso?!

-Sabes que soy muy buena con la magia, mis hechizos nunca fallan. ¿Preferirías que lo hubiese probado en cien hombres antes de ti?

Sirius abrió la boca para bramar de nuevo, pero no tuvo claro qué decir. Por un lado, la mujer con la que se iba a casar en menos de dos días estaba de atar; por otro, sí que le alegraba que hubiese guardado sus conjuros lujuriosos para él... Así que le revolvió el pelo y le permitió salirse con la suya. Al rato comentó que él creyó que usaría crucio para torturarlo. Ella contestó con poca convicción que lo había pensado pero prefirió ser más creativa. Él la cogió de la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos: "Dime la verdad, princesa". Ella se liberó y volvió a perderse en su cuello. El moreno insistió.

-¿Me vas a obligar a decirlo en voz alta? -protestó ella.

-¡Por favor! -suplicó él- Es el cumplido más bonito que puedes hacerme...

Recibió como respuesta un gruñido de protesta. Al rato, sin apenas separarse de su escondite murmuró en voz muy baja: "Porque sabía que no tendría ningún efecto, por primera vez en mi vida no sería capaz de hacerlo bien". Sirius sonrió complacido, la besó en la cabeza y la abrazó con más fuerza bajo la manta.

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