Epílogo
Con el Rey y la Reina gobernando el infierno, La Profecía de La Elegida y El Portador se consumó prósperamente. Con ellos, el final de la guerra más antigua entre las dos razas más poderosas, de antecedentes bíblicos, llegó a su fin.
Para triunfar en cualquier batalla no se necesitan las tropas más numerosas, no se requieren a los soldados más fuertes y mejor entrenados, ni es indispensable la mente maestra más prodigiosa. La única arma letal e infalible contra cualquier enfrentamiento violento, es el amor; el amor en todas sus expresiones, en todas sus facetas, en todos los sentidos, en todos los lenguajes.
Amar nos convierte en seres virtuosos, afines para expulsar soberbia con humildad, avaricia con bondad, lujuria con castidad, ira con paciencia, gula con moderación, envidia con caridad y pereza con diligencia.
Nuestro Portador y Nuestra Elegida nacieron y existieron del pecado y virtud, la ambivalencia para comprender el bien y el mal, lo esencial para obtener la sabiduría con la que debe ser regida la oscuridad, portando coronas de luz y mantos de paz.
Reinaran la tierra no deseada y verán caer a la humanidad a su extinción, transmutando al globo terráqueo en un paraje inhabitable para cualquier tipo de especie viviente.
Juntos condenaran y eximirán pecados, mientras el planeta tierra se regenera a través de los siglos, hasta que retorne el nuevo paraíso, que habitarán cientos de nuevas especies, entre ellos, los hijos de Dios.
Eva renacerá como la primera mujer en el nuevo mundo y Luzbel llegará como el primer hombre en el nuevo mundo, a quien antes se conoció como el primer caído.
Nuestros jueces perpetuos de las tinieblas serán testigos de la caída del arcángel Miguel y lo condenaran a la esclavitud eterna, como castigo a su gran ambición.
Liderarán juntos hasta que un nuevo astro Rey exista o cuando la tierra deje de girar.
—Ya que todo salió tal como lo deseé, mí tiempo en la tierra llegó a su fin —dijo el arcángel Gabriel cerrando el libro en el que inmortalizó esas palabras y dejó el bolígrafo sobre la pasta, complacido —. ¿Tú, estás listo? —Le preguntó al hombre frente a él, sentando al otro extremo de su imponente escritorio.
El hombre en cuestión llevó sus ojos hacía Gabriel, y después observó el libro sobre la superficie de caoba, como si temiera a lo que se escribió ahí. Sus orbes del color del mar y del jade mezclados brillaron suspicaces.
Aquel libro con apariencia antigua, de pasta desgasta y hojas amarillentas se posó ante aquellos dos seres como algo poderoso, indestructible, y a la vez tan frágil, como la primera página de una historia de amor, sin saber cuál es su fin.
—Si esa es otra de tus retorcidas profecías, solamente espero que no involucre a ninguno de los míos —aseveró el hombre de ojos de color, regresando su vista al arcángel frente a él, con una nota de advertencia dilatando sus pupilas.
Gabriel sonrió con benevolencia y se puso de pie, reposando con delicadeza únicamente la yema de sus dedos en la pasta del libro y metió la otra mano al bolsillo de su elegante pantalón.
—No es una Profecía, Joshua —corrigió Gabriel —. Es el final de una historia y el principio de otra.
—Eso suena igual de retorcido si viene de ti —rebatió Joshua —. Tienes que jurarme que nadie de mi familia saldrá herido por eso —exigió Joshua, sin temor a su irreverencia, delante de un ser supremo.
—Descuida, Sia, Owen y la pequeña Alexa en camino tendrán una larga y tranquila vida sin seres alados ni condenados —aseguró Gabriel sinceramente, tamborileando sus dedos sobre la pasta del libro.
—No importa lo que me digas, creo que debería quedarme unos cuantos años más —dijo Joshua, cruzando sus brazos sobre el pecho —. Tal vez para ver a Alexa nacer y poder llevarla a su primer día de la Universidad.
Quien iba a decir, que después de haber sido un jugador de Americano con un excelente futuro, y después el entrenador de una escuela publica, iba a terminar con problemas se azúcar alta, colesterol y unos cuantos panecillos ocultos debajo de su almohada, para que su hijo no lo descubriera comiendo lo que estrictamente le prohibió el doctor.
—Tú no debiste tener ese accidente, Joshua, pero moriste y la única razón por la que fui contra las reglas y regresé tu alma, era para que acompañaras a La Elegida a atravesar su duelo por El Portador. Puede que Lusiana fuese la única que la mantuvo con vida, pero ya con bastantes pérdidas iba a tener que lidiar, como para aumentarle la tuya. Ahora, como Alexa y Lusian están donde deben estar, no hay otro motivo para que tú te quedes —sentenció Gabriel, con autoridad.
El ceño de Joshua se arrugó al juntar sus cejas con irritación y se levantó abruptamente, aventando la silla al hacerlo.
—Me gustabas más cuando eras Raphael, ¿sabes? Parezco más viejo que tú y me estás dando órdenes —se quejó, Joshua—Antes de irme contigo, quiero saber un par de cosas —dijo, bajando la vista al escritorio, con expresión nostálgica. El recuerdo de su pequeña princesa llegó de pronto a su mente y lo entristeció —. ¿Ella está bien? ¿Ax y Lusian están bien?
Desde que encontraron el cuerpo de Alexa en el baño del jardín donde celebraron sus nupcias Sia y Owen, la vida de Joshua se tornó triste y poco estimulante. No se arrepentía de haber amado incondicional y noblemente a la chica que un día rompió su juguete favorito. Tampoco podía arrepentirse de haberle entregado todos esos años en que ella vivió encerrada en una burbuja de oscuridad y sufrimiento, porque eso lo llevó a tener una familia poco convencional, ya que le dejó un gusto dulce y satisfactorio, Su familia nuclear nunca lo pareció del todo, hasta que llegaron Lusian y Alexa a su vida. Pero por dos largos años vivió bajo los efectos melancólicos de los hubiera.
Cundo Malcolm, su padre, murió de un infarto, el día en que Owen cumplió ochos años, se juró a si mismo que le enseñaría al mundo, lo que significa una familia de verdad, sin la necesidad de llevar la misma sangre. Después del incidente provocado por su padre y sus malas compañías y turbios negocios, lo poco que conservaron de su relación desapareció. Sin embargo, nunca lo juzgo ni lo culpo, porque pese a todo seguía siendo su padre, y más aún, hizo lo que pudo para cuidar a Alexa, su pequeña princesa.
El amor que experimentó toda su vida por Alexa siempre fue inexplicable para todos, incluso para él, pero podía asegurar que nadie en el mundo tuvo esa misma suerte, la de poseer sentimientos tan puros y fieles, como los de él por ella.
El día que perdió a su hermano y cómplice, una parte de él lo acompañó, pero la alegría que siempre supuso Alexa para él fue suficiente para poder colmar de amor y cuidados a su nueva familia.
Y ahora que sabía que moriría, lo intranquilizaba dejar a Lusiana y a su hijo, porque no estaba seguro de si estarían bien o no. De alguna manera, todos los secretos y los planes de Gabriel le quitaron cualquier tipo de credibilidad a sus palabras y Joshua no se fiaba por completo de él.
No quería irse aún, pero era irreversible. Su hora había llegado.
—Ellos están bien, Joshua —le aseguró Gabriel —. Se convirtieron en lo que tenían que ser, por lo que nacieron. Sé que te cuesta aceptar que el infierno no era el destino de ninguno de los dos, pero te aseguro que ellos lo harán muy bien, al final, son el diablo y la esposa del diablo. Lo disfrutan bastante.
Joshua hizo una mueca de inconformidad pero asintió aceptando la declaración de Gabriel, porque muy a su manera, ambos, Lusian y Alexa, tuvieron un pequeño entrenamiento del infierno cuando eran adolescentes, por su loca manera de vivir, en la que él los acompañó.
—¿Y qué hay de mi nieta? ¿No tienes planeado convertirla en otra elegida o algo más perverso? —Inquirió achicando sus ojos en dirección a Gabriel.
—No —contestó Gabriel y se aclaró la garganta para disimular la risa que estuvo por escapársele —. Todos los descendientes de Lusiana ya no portaran ninguna de las dos razas en su sangre. Serán tan ordinarios, que un día querrán una aventura apocalíptica. ¿Contento?
—Más o menos —comentó poco convencido —. ¿Me va a doler? —Preguntó, refiriéndose a su muerte.
—Compruébalo tú mismo —dijo Gabriel, señalando con su cabeza a las espaldas de Joshua, girando el bolígrafo sobre la pasta del libro frente a él.
Joshua, sin comprender a qué se refería, frunció el ceño y echó un vistazo a donde sugirió Gabriel.
Dio un paso hacia atrás al descubrir que su cuerpo yacía inerte sobre la silla, con una mano sobre su estómago y la otra cayendo flácida hacia el suelo, junto con su cabeza, que quedó apoyada sobre el respaldo de la silla.
Fue tanta la sorpresa de verse a sí mismo, que deseó gritar y salir huyendo de ahí, pero después de todo lo que pasó con la profecía, huir de su propio cuerpo le pareció algo ridículo.
—¿Qué diablos? ¿Estoy muerto? —Preguntó incrédulo y se inclinó sobre su cuerpo, agudizando su vista sobre su pecho, por si encontraba alguna señal de que siguiera respirando
—¿Te dolió? —Preguntó Gabriel, sonando un poco divertido.
—¿A qué hora pasó eso? Ni siquiera me diste oportunidad de despedirme —se giró enfurecido hacía Gabriel y sus ojos centellaron, como cuando era un joven lleno de vida.
—Eres igual de divertido y noble que cuando eras un irritante adolescente y pre adulto —comentó Gabriel jactándose, olvidando un poco la seriedad que lo obligaba a tener el ser un arcángel —. Y ahora que tienes la misma apariencia que ese chico, tengo toda la autoridad para decirte que... estés en paz, Joshua. Deja de preocuparte más por los demás y déjalos ir. Les obsequiaste amor incondicional a todos y ellos te lo obsequiaron a ti. Moriste desde que te sentaste ahí. Y todo este tiempo, seguías preocupándote sólo por ellos, que no te percataste de que habías muerto. Eres de las pocas almas que realmente valen la pena. Pero ya no tienes que angustiarte. No te casaste y nunca te hizo infeliz eso, de hecho dudo que algún día lo desearas —. Gabriel arrugó la frente, como si eso no le cuadrara del todo —. Pero como el amigo de tu difunto padre y el hombre que te aprecia y te vio crecer, te pido que sueltes lo que ya no te corresponde. Cuidaste muy bien a Alexa y a Lusian de sí mismos, pero no más.
Era cierto, Joshua vivió para Alexa y Lusian y nunca le pesó, por nada del mundo. Nunca se vio insatisfecho ni deseo otra cosa más. Y aun así no parecía que se hubiese conformado, más bien se le reveló como si su misión en la vida hubiera sido esa, ser la familia que Lusian y Alexa necesitaban, porque estaban solos y él los amó sin condición. Y los extrañaba tanto...
Joshua se quedó mirando a Gabriel por largos segundos, con la sensación de tener humedad en los ojos, aunque se preguntó si un alma podía llorar. Lo descubrió cuando percibió un ligero cosquilleo a través de su mejilla, y la tocó, encontrando una pequeña gota de agua salada correr.
En ese momento, tuvo una mejor apreciación de su mano, y al verla sin arrugas y sin las pequeñas manchas claras que comenzaron a cubrir su piel, estudió su otra mano, encontrándola igual.
Asombrado, regresó su atención a Gabriel y elevó ambas cejas.
—¿Dices que me veo joven otra vez? —Preguntó, algo desorientado.
—Siempre fuiste el más sabio y centrado de los tres, pero tu alma se mantuvo joven... tus nobles sentimientos no la dejaron envejecer. Esa es tu esencia, Joshua —anunció Gabriel, con una pequeña reverencia.
—Otra pregunta antes de irnos —dijo Joshua, sacudiendo su cabeza, como si de ese modo, todas sus ideas en direcciones opuestas se acomodaran —. ¿Yo fui parte de tu plan?
Hubo ocasiones en las que se sintió tan insignificante desde que se enteró que sus amigos eran el Portador y la Elegida, aunque nunca se los hizo saber, que regularmente se preguntaba por qué se habían cruzado sus caminos, si ellos habían sido creados para fines supremos y él no aportaba nada con su simple humanidad sosa y aburrida.
—No, Joshua —Respondió Gabriel y rodeó el escritorio con pasos lentos y seguros hasta que quedó frente al joven y colocó sus manos sobre sus hombros —. Eres un alma privilegiada que amó a Alexa por casualidad y eso, te hace mucho más grande que yo.
—Quiero verla otra vez—dijo Joshua con voz rasposa, levantando la barbilla con seguridad, esperando poder ocultar su ansiedad por ver a su pequeña princesa por última vez.
—Lo lamento amigo, eso no será posible —confesó Gabriel, mostrándose empático—. Pero a donde vamos no vas a tener tiempo de querer verla.
—¿A dónde me llevarás? —Preguntó con inseguridad.
—Quiero que seas uno de mis ángeles... —declaró Gabriel, con solemnidad.
—¿De verdad? —Preguntó Joshua, con algo de sátira impregnada en sus palabras —. ¿Eso en qué tipo de ángel me convertirá?
—Con suerte y si nos damos prisa, serás el guardián de la pequeña Alexa en camino —informó Gabriel, esbozando una sonrisa orgullosa.
Joshua, completamente maravillado con la información giró su cabeza para observar de nueva cuenta su cuerpo inerte y tomó una respiración profunda, porque aunque su destino se avecinaba prometedor, no podía dejar de preocuparse por las personas a las que amaba, por mucho que Gabriel se lo hubiera pedido.
—Yo creo que va a ser un poco violento que encuentren mi cuerpo aquí, así. ¿Podemos llevarlo a mi cama y cubrirlo con una cobija? —Preguntó Joshua, con pesadumbre.
—La muerte es violenta e inevitable... El lugar donde te encuentren no reducirá el dolor —aseguró Gabriel soltando los hombros de Joshua.
—Bien, entonces vamos. Pero para que sepas, querías que dejara de preocuparme y me vas a poner a cuidar a una niña que me parece dará más problemas que Lusian y Alexa juntos, cuando tuvieron su oportunidad —le reprochó Joshua a Gabriel, comenzando a andar hacia la salida del despacho en la mansión Bennett, con el arcángel siguiéndolo a sus espaldas.
—Puedo darle el trabajo a alguien más —comentó Gabriel, con aire divertido.
—No —comentó con rotundidad —. Sólo espero no encontrarme a Daniel por ahí.
—Es probable que lo hagas.
—¿Por qué? —Preguntó irritado Joshua, deteniéndose bajo el umbral de la puerta.
—Porque es el guardián de Lusiana.
FIN
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