Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

23

VEINTITRÉS AÑOS DESPUÉS

—¡Mamá! ¡Mami! Te he estado buscando por todos lados —me llamó Lusiana, llegando a mí con agitación y tomó una respiración profunda, soltando una risa nerviosa —. Todos preguntan por ti.

Me sobresalté un poco por su inesperado arribo y apagué rápidamente el teléfono, con la intención de ocultarle lo que estaba mirando en él. No quería arruinar con mis penas un momento de dicha para ella.

El propósito de haberme ido detrás de los arbustos de aquel elegante y enorme jardín, era el de poder estar a solas un rato con mi miseria, y las fotos de Lusian en mi teléfono, pero Lusiana había heredado un tanto la imprudencia de su padre y un poco de mi obstinación, convirtiéndola en la tormenta más hermosa sobre la tierra.

Me limpié rápidamente una lágrima delatora y sonreí lo más ampliamente posible, guardándome el teléfono en el escote.

—Perdona, cielo. Sólo necesitaba un momento a solas —me disculpé acomodando el lindo tocado con diamantes incrustados, que adornaba su cabeza, y mi sonrisa se volvió más sincera cuando estuvo perfectamente centrado.

Ella no era cualquier tormenta, era un tornado, un huracán, un tsunami y terremoto juntos, derribando maravillosamente a todos con su belleza y vitalidad, brillando siempre ante el más triste panorama. Y podía saber que su tocado estuvo a punto de caerse al estar corriendo por todos lados, buscándome.

No pensé que llevaría tanto tiempo oculta.

Lusiana miró mi teléfono con una ceja elevada en interrogante y después a mí, con una mueca de tristeza, arruinando por completo su expresión de felicidad.

—Estabas llorando... —indagó con pesadumbre.

—Eso no importa. Es tu día, cariño —la animé frotando sus brazos con ternura —. Nadie debería opacarlo por nada. Vamos —la insté a volver a la fiesta tomándola de la mano.

—No, espera —me detuvo, apretando su mano en torno a la mía —. Antes quiero agradecerte —dijo firmemente.

Arrugué la frente, observándola con curiosidad.

—¿Agradecerme por qué? —Pregunté confusa.

Tomó aire profundamente y asintió, como si se estuviera dando ánimos a ella misma.

—Porque has sido la mejor madre del mundo para mí y para Owen y sé que ha sido tu batalla más difícil —comenzó a decir —. Aún puedo escucharte llorar por las noches, mami. Ni el lugar más amplio es suficiente para ahogar tu llanto y tu dolor. Y aún con todo te has dedicado en cuerpo y alma a nosotros.

Me tomó por sorpresa aquella confesión, robándome un poco el aliento. Impactó contra mí como una gran bola de fuego que se quedó atorada en mi garganta, dejando al descubierto que ni con veintitrés años más encima podía dejar de ser tan emocional.

Me llevé su mano a la boca y le di un beso, cargándolo de todo el amor que vivía dentro mí, hacia ella.

—No he sido la madre perfecta —confesé —, pero te juro que he hecho todo lo que ha estado en mis manos para verte feliz, porque eso me hace a mi feliz.

—No, mamá —aseveró —. No has hecho sólo lo que está en tus manos, has hecho un trabajo admirable. Y por eso estoy tan agradecida contigo. Porque me amaste lo suficiente para quedarte conmigo, aunque sé que la mayoría del tiempo no deseabas seguir aquí. Eres envidiablemente fuerte y aun así estoy preocupada por ti.

—Yo estoy orgullosa de ti, cariño —dije dulcemente, sonriendo con dificultad, gracias al remolino de emociones que hacían estragos en la boca de mi estómago—. Te has convertido en una mujer grandiosa y eso tiene que ver muchísimo contigo, no sólo conmigo. Pero no deberías estar preocupada por mí. Yo seguiré aquí para ti siempre —le aseguré, acariciando con mi otra mano la fina y delicada piel de su mejilla sonrosada.

La vi dudar y bajó la vista hacia el suelo, dándome una sensación de ansiedad, porque ella siempre había sido un vomito de palabras, sin filtros. Y el hecho de que estuviera guardando silencio y sobrepasando lo que fuera, no parecía traer nada bueno.

—Cuando Owen me pidió que me casara con él, lo primero que pensé fue en decirle que no —declaró levantando sus ojos con intensidad hacia mí y los vi cristalizarse —. Tu vida hemos sido nosotros, mamá. Aunque te ocupaste de las casas de acogida, tu vida a girado en torno a nosotros, y casarme... casarnos... Sentí que sería como darte la espalda. Porque entonces ya no tendrías a nadie que cuidar, ni a quien llevar al colegio y alimentar. Te quedarías sin a quien arropar en las noches y ya no habría a quien regañar por llegar tarde y con copas de más, muchas copas de más —me sonrió en complicidad y regresó a su antiguo estado de solemnidad —. Después pensé en que te decepcionaría si me negaba a la oportunidad de ser feliz porque tú no me criaste para eso. Pero tampoco quiero dejarte atrás.

—Tú no deberías preocuparte por eso, Lusiana —dije completamente contrariada —. No me dejas atrás. Estás forjando tu propio destino y eso, más allá de hacerme sentir olvidada, me hace sentir orgullosa. Yo soy la que tendría que estar preocupada por tu futuro y aun así confío en que lo harás excelente.

—Sí, bueno —comenzó a jugar nerviosa con mis dedos, volviendo a bajar la mirada—. Pero ya sabes, vamos a ser vecinos y puedes visitarme las veces que quieras. Incluso Owen y yo pensamos que podríamos hacer un cuarto para ti allí. La mansión es muy grande y aunque no cocinas yo sí y podría hacerte de comer. La verdad es que no quiero que te apartes de nosotros.

Solté una pequeña risa nasal y me acerqué a ella la poca distancia que quedaba entre nosotras, para tomar su rostro entre mis manos y obligarla a que volviera a mirarme.

Sus ojos eran los mismos que su padre y eso siempre me provocó un tirón en el estómago.

—Cariño... ¿Por qué te angustia tanto esto? Que formes tu propia familia no significa que tú dejes de ser la mía —le aseguré, acariciando sus mejillas con mis pulgares.

—Es que, esto no te va a gustar tanto, ¿verdad? —Dijo, insegura y colocó sus manos encima de las mías, las apartó de su cara y me soltó. Dio una vuelta, con impaciencia y cuando volvió a quedar frente a mi supe inmediatamente, por la resolución en sus orbes negros, que efectivamente, no me iba a gustar —. Recuerdo cuando tenía como cinco o seis años. Discutías con mi tío Louis...  Ammm, él decía que te hicieran caso si ya no querías vivir. Recuerdo que llegaron por ti unos hombres de blanco y mi abuelo Gabriel dijo que el que te internaras en un hospital psiquiátrico no era la solución. Ahora que soy grande lo entiendo, ¿sabes? Pienso que querías hacer lo mismo que tus padres hicieron contigo y me da miedo —se pausó un momento y tragó con dificultad —. Me aterra que si ya no tienes que seguir cuidando de mi quieras, bueno, ya sabes. No es que te subestime, es que yo tal vez querría hacer lo mismo de estar en tus zapatos...

Mierda. En su momento creí que sería una buena idea contarle a Lusiana todo acerca de mi pasado, para forjar en ella convicciones que la hicieran una mujer más fuerte y determinada y sobre todo porque no quería ocultarle nada. Le hablé de mi niñez y le conté todo acerca de mi amistad con Joshua y con su padre. No oculté nada de ella, ni sobre quien fue y  era su papá, ni sobre quien era yo, y mucho menos quien era ella. Más que nada, porque no quería que si sucedía que había otra parte de la profecía u otros secretos no revelados, la tomaran por sorpresa.

Le costó trabajo entenderlo, y tuvimos que recurrir a algo drástico: Raphael tuvo que enseñarle sus alas porque no había otra prueba fehaciente que confirmara mis declaraciones. Después de eso vivió alucinada y me parecía que por ello había adquirido un carácter más petulante que el de costumbre, aunque nunca dejó de ser una buena chica. La evidencia de la sangre paterna que corría por sus venas. Ella estaba muy orgullosa de ser la hija de diablo.

Los primeros cinco años después de la muerte de Lusian, fueron lo peor que me tocó vivir, mucho peor que verlo morir y la manera en que lo mataron. Había noches en que no podía dormir y sufría ataques de ansiedad, entonces Joshua y Raphael me daban algún sedante para tranquilizarme y dormía por días y días, hasta que el efecto se iba, y volvía a sucumbir a la debilidad, y los ataques de pánico y ansiedad regresaban a torturarme.

Por eso decidí que debía internarme, y sí, pensé en convertirme en mis padres, porque no había manera en que dejara de dolerme, ni un solo instante. En realidad, aun dolía como si hubiese sido ayer. Pero ese día Lusiana vio todo, lo recordaba a la perfección, vi su carita asustada cuando entró a mi cuarto, cuando los hombres del hospital de salud mental entraron a la mansión Bennett con una orden para llevarme. Y ella sólo dijo que no quería ver más a su madre sufriendo, exigió al estilo Bennett que me dieran lo que quería, porque yo era infeliz y ella también.

Ese día algo cambió dentro de mí. Aunque nunca volví a ser la misma después de la partida de Lu, sí pasó algo. Enfrenté mi pasado y pude perdonar a mis padres, y pedí que me perdonaran por haberlos juzgado toda mi vida. Nunca entendí que tan mal la pasaron tras la muerte de Alexis, hasta que yo perdí la misma voluntad que ellos perdieron de seguir viviendo, por la partida de alguien a quien le entregaste el alma y el corazón. A raíz de eso me aferré a la existencia de Lusiana y también de Owen, y fue lo único que me permitió seguir en pie durante los próximos años. De pie, pero sin alma. La única felicidad que tuve fueron esos dos niños que no tenían culpa del entorno en el que nacieron.

Con Joshua tuve épocas muy difíciles, ya que lo culpé por mucho tiempo de haber dejado ir a su mejor amigo y no a mí. Por fortuna, y después de mucho trabajo, dejé de culparlo y volvimos a ser los amigos de siempre, dedicados a criar a nuestros hijos de la mejor manera posible.

En realidad, debía darle créditos a Josh, porque se dedicó a la extraña familia que formamos. No se casó ni lo vi tener amoríos pasajeros una sola vez. En alguna ocasión le expresé que me hacía sentir culpable el que no se diera la oportunidad de conocer a una mujer o incluso a un hombre, pero me aseguró que no necesitaba nada de eso. De  hecho, en un viaje que hicimos a Rumania con los niños, forcé un tanto la situación y lo besé, y él me besó, y fue lo más ridículo que hicimos alguna vez, porque lo único que hicimos por horas después de aquel beso fue mofarnos y carcajearnos. Desde entonces no volví a sentirme culpable y nuestra relación amistosa y familiar fluyó de las mil maravillas. Nos convertimos en padres de unos hermosos niños y seguimos siendo los amigos incondicionales que fuimos desde que tuve la fortuna de romper su helicóptero.

Pero ni quisiera Joshua fue capaz de mitigar ni un poco el dolor que me dejó Lusian Bennett.

Y Raphael, por más que lo repudié y no le di tregua con mis constantes comentarios hirientes y de oído, no se dio por vencido y se quedó con nosotros, aguantando con entereza. Aún no lo perdonaba del todo, y me no parecía muy probable que algún día lo hiciera, pero amaba a Lusiana y no quise que mi rencor por él fuese un impedimento para que mi hija disfrutara de ese cariño que tenía por ella. Mientras más la amaran, mejor para mí.

No obstante, nuestra relación quedó tan fracturada, que perdí cualquier tipo de respeto y confianza que en el pasado albergué por él y se convirtió en un extraño viviendo bajo el mismo techo.

Lusiana no tenía ni idea de lo mucho que me dolían sus palabras, aunque su intención no hubiese sido el de lastimarme. .

—Oh por dios, Lusiana. No, no sigas por ahí —la interrumpí ofuscada.

—No, mamá, escúchame —sentenció levantando la barbilla, aunque el temblor de sus labios y de sus pupilas brillantes delataron su fragilidad ante esa conversación —. A veces creo que soy una egoísta por querer que sigas conmigo aun sabiendo cuanto sufres. No soy tonta, sé porque estabas aquí. Lo extrañas. Extrañas a papá y puedo ver en tus ojos lo mucho que deseas dejar de sentir ese sufrimiento —confesó con voz ahogada y de sus ojos comenzaron a brotar dolorosas lágrimas que destellaron asombrosamente bajo la luz de la luna —. Él murió porque yo nací, mamá. Porque te lo quité y si me voy ahora yo... Por tanto tiempo deseé pedirte perdón, pero nunca me parecía que unas disculpas fueran suficientes después de todo el dolor que te provoqué por nacer. Pero yo te amo, mamá y me da miedo que me dejes, no sé si estoy lista para dejarte ir —sollozó desesperadamente y se cubrió la cara con ambas manos.

¿Por qué diablos jamás me di cuenta de que mi hija se sentía así al respecto? Yo ni una sola vez la culpé, ni una. Aunque por supuesto, ella era muy inteligente y siempre supo que mi corazón se quedó con su padre.

Durante más de veinte años lloré todas las noches al encontrar la cama vacía a mi lado. Lloré porque su voz no estaba en casa y también reía amargamente porque me amó con todo su ser. Intentaba sonreír, recordando sus mil maneras para quererme. Todos los días veía nuestras fotos y en cada atardecer lo imaginaba. Nunca me recuperé, el vacío que dejó Lusian fue más grande que cualquier otra cosa, pero me determiné a ser mejor que mis padres.

Debía admitir que todos los días, antes de ponerme el  pijama para irme a acostar, deseaba morir, para dejar de sentir el terrible dolor que me consumía por dentro. Pero Lusiana merecía mucho más que eso... y mis deseos de morir se convirtieron en mi más grande secreto, porque incluso esa mañana, mientras la ayudaba a ponerse el vestido de novia, quise desaparecer para siempre, porque yo no tuve la oportunidad de usar un vestido así, para ir al altar con Lusian.

Me atreví a vivir dos vidas. La de la madre fuerte y responsable que ocultaba a la mujer rota, a la cual le arrebataron sin piedad el alma y el corazón.

Presa del mismo llanto que invadió a Lusiana la abracé cuando me mostró su lado más frágil, dejando asomar un poco también a la mujer vulnerable que vivía dentro de mí, y salió con ímpetu.

—No puedes pensar que me quitaste a tu padre... nos amó tanto, que él nos dio su vida, Sia. Nos regaló algo invaluable —sollocé acariciando su larga melena negro azabache, apretando más mis brazos entorno a su delicado cuerpo —. Pero tú no me quitaste nada, todo lo contrario. Me diste la única razón para seguir viviendo.

—Ese es el problema, mamá. Que tú no querías seguir viviendo y es injusto que ahora yo haga mi vida, después de que sacrificaste tu paz... —dijo, sin poder parar de llorar y su cuerpo tembló violentamente entre mis brazos, ocasionando que yo me uniera a ese llanto incontrolable.

De una cosa estaba segura, ni siquiera cuando se rompió el brazo después de hacer un mal clavado en la piscina la había visto llorar de ese modo, ni una sola vez. Me reí internamente, porque no podía negarse por nada que era hija de Lusian Bennett.

Ambas nos quedamos así por un buen rato, hasta que las lágrimas cesaron. Nos pedimos perdón en silencio por todo de lo que nos creíamos culpables. Yo me sentía culpable por haberla puesto en esa situación, vivió culpándose de haberme quitado a su padre y yo viví culpándome por no haber sido una mejor madre para ella, desde que vino al mundo.

Cuando ella nació, quienes se hicieron cargo de sus cuidados fueron Joshua, Louis y Raphael. Por ello Joshua residió en la mansión Bennett todos esos años. Yo no pude, no hubo manera en que me levantara de la cama los primeros meses y cuando fui capaz de hacerlo, solo lo hacía para bañarme, comer lo poco que podía asimilar en el estómago y volvía a dormir o a llorar y ponerme histérica por horas. Me convertí en la sombra de la mujer que fui tiempo atrás y aun después de tanto no fui capaz de recuperarla.

Le di un fuerte beso en la mejilla que me supo a sal y recargué mi frente en la suya, sorbiendo por la nariz.

—Te amo, Sia, sin importar nada. Perdóname por no haberme dado cuenta de cómo te sentías —le dije aun con los resquicios de llanto y limpié la humedad de su rostro utilizando los pulgares.

—No quiero que me pidas perdón, lo que quiero es que sepas que debes de tomar la decisión que mejor te convenga, si eso te libera del sufrimiento —murmuró, hipando como mi pequeña caprichosa, pero sonando como toda una adulta.

Aquello me contrarió.

—¿A qué te refieres? —Le pregunté confundida y con la ansiedad trepando por mi esófago.

—No importa —murmuró, sacudió la cabeza y dio un paso hacia atrás, limpiando la parte inferior de sus ojos —. Eres la mejor mamá del mundo. Ahora creo que debería hacer acto de presencia en mi propia boda —dijo y soltó una risilla, que afortunadamente volvió a hacer brillar sus ojos.

Asentí, sin poder estar tranquila del todo por sus comentarios y acomodé su cabello, esponjándolo sobre sus hombros.

—Te sugiero que arregles tu maquillaje antes, te vez horrible después de llorar —comenté con aire jocoso, limpiando yo también debajo de mis ojos.

—Yo no puedo ser horrible, mamá. Soy una Bennett Baley, esa palabra no existe en mi vocabulario —dijo fanfarroneando.

Me reí, tomé su rostro entre mis manos y besé dulcemente su frente.

—No, en serio. No puedes regresar así a tu boda.

—Owen me encuentre linda hasta cuando vomito —me guiñó un ojo con chulería y dio una vuelta sobre su propio eje, ocasionando que el vuelo de su vestido de novia flotara alrededor de su  cuerpo, convirtiéndola en una asombrosa princesa—. Volvamos ya. El tío Joshua debe estar preocupado.

Por encima del hombro avisté a Owen Parker luciendo élegamente un traje frac que pareció haberse hecho sólo para él, acompañando su buen gusto por la ropa con una sonrisa brillante y unos ojos de exótico color que destellaban de pura alegría, conmoviendo mi corazón.

Owen pudo haber sido la copia exacta de su padre, de no ser porque el tono de su cabello era unos tonos más oscuro, pero por todo lo demás él me hacía recordar al chico que creció a mi lado, yendo contra todos los obstáculos que de jóvenes se nos atravesaron en el camino.

—¿Mamá? ¿Sia? ¿Por qué están llorando sin mí? —Preguntó al llegar hasta nuestra ubicación y me observó con suspicacia, arrugando ligeramente la frente.

Curiosamente, la primera palabra que pronunció el hijo de mi mejor amigo fue "mamá" cuando tenía más o menos año y medio.

Recordaba vagamente aquel evento, ya que en ese periodo yo viví bajó la opresión de mi destrozada alma y pocas cosas me motivaban para mantenerme cuerda por al menos un par de minutos. Pero si forzaba mi memoria, podía darle una visión más clara de aquel día. Raphael y Louis habían llevado a bañar a Sia y Joshua se había quedado conmigo en el cuarto que antes fue el de Lusian y mío, y dejó a Owen sobre la cama, a mi lado. El pequeño tenía una peculiar manera de actuar a mí alrededor siendo todo risas y carcajadas. Entonces de la nada balbuceó aquella simple palabra y colocó su mano en mi cara, como si de alguna manera él también intentara sacarme del frio y oscuro lugar en donde habitaba dentro de mi mente.

Me preocupó que a Joshua le molestara, porque, por favor, él era su padre e incluso en una familia normal de dos padres casados con hijos, se convertía en una guerra de poderes la situación de la primera palabra pronunciada y a quien iba dirigida.

No obstante, Joshua me preguntó que si me molestaba a mí ser llamada así y como no le vi ningún problema, pese a que no me sentía madre en ese tiempo, le aseguré que estaba bien, que me gustaba. Desde entonces Owen creció viéndome como su madre, aunque en su momento, cuando estuvimos de acuerdo en que poseía la capacidad de entender ciertas verdades, le dijimos que yo no lo había traído al mundo, pero que igual era su mamá.

Por otro lado, a Lusiana siempre, Joshua y yo, le dejamos claro quién era su padre, y nunca perdí oportunidad de enseñarle cientos de fotos de él, para que por lo menos tuviera una idea en su astuta cabecita de la apariencia de quien le había dado la vida junto conmigo. Y sí, su primera palabra fue papá, en una ocasión que Raphael le mostró una foto mía y de Lusian en Italia, por ende Joshua era el tío Joshua. Ya cuando a su mayoría de edad se enteró que su papá era el amo del infierno, no hubo poder humano que le quitara esa sonrisa arrogante y de orgullo, por su título.

—¿Qué sería una boda sin un poco de emotividad? —Contestó Lusiana, girando en dirección de su recién esposo, esbozando una amplia sonrisa.

Owen rodeó su cintura con un brazo y la pegó a su costado, robándole un beso, que hizo aún más amplia la sonrisa de ambos.

—Bueno, chicos. Para la luna de miel les falta un poco, no apresuremos las cosas —comenté dando un par de palmadas, instándolos a que se separaran —. Regresemos a la fiesta.

Aún me resultaba extraño verlos de ese modo. Dos años atrás, cuando nos anunciaron sobre su relación, Joshua y yo enloquecimos. Tuvimos infinidad de pláticas con ellos sobre nuestra propia relación en el pasado, haciendo hincapié en que por la manera en que crecimos, vimos erróneamente el modo en que debíamos estar juntos.

Pero la historia no se repetía del mismo modo. Lusiana, muy a mi pesar, comenzó una vida sexual activa antes de su mayoría de edad y le conocí a un par de novios que llevó a la mansión y los dejó porque eran sosos y muy ordinarios, y ella quería algo extraordinario, como yo.

Y Owen también tuvo algunas novias, pero nunca se vio tan feliz como cuando hicieron formal su relación él y Sia.

A Josh y a mí no nos quedó de otra más que aceptar y apoyarlos, pero igual seguía pareciéndome algo inusual, ya que yo era la madre de su esposa y también su mamá. Y su papá era el tío de su esposa. La verdad es que me imaginaba los cientos de comentarios mal intencionados por las circunstancias, pero a ellos nunca pareció importarles.

En consecuencia, tuvimos que alertar a Owen de las cosas que rodeaban la existencia de Lusiana y tal vez casi rompió su relación cuando se enteró que el diablo sería su suegro, pero por fortuna no lo hizo, aunque juró que jamás la lastimaría.

Antes de que pudiera tomar la iniciativa, contra mi voluntad, para volver a estar rodeada de personas que no conocía del todo, Sia y Owen compartieron una mirada cómplice y en un instante mi hijo se me fue encima, dándome un abrazo efusivo, aplicando la suficiente fuerza en sus extremidades para dejarme casi sin poder llevar aire a mis pulmones.

—Gracias, mamá —musitó recargando su barbilla en mi hombro.

Sorprendida y aún más confundida, busqué en la expresión de Sia algo que me revelara su afán de agradecerme, cuando realmente yo no veía motivo alguno para que lo hicieran.

Sia se limitó a obsequiarme una sonrisa cargada de nostalgia, mientras que yo aproveché la cercanía con Owen para regresarle el gesto cariñoso, abrazándolo con la misma vivacidad, recargando el costado de mi rostro en el suyo, esbozando una sonrisa de deleite.

No influían los motivos de su comportamiento extraño. Abrazar a aquel chico que me había dejado ser parte de él durante tantos años, me regalaba la oportunidad de apreciar lo mucho que me amaba y esperaba ser lo suficientemente buena para que él también pudiera sentir lo que quería transmitirle.

Sinceramente, aunque no hubiese nacido de mí, me permití amarlo como si lo hubiera hecho. Agradecía, cruelmente, que Kathara hubiera sido internada de por vida en un hospital de salud mental, porque Owen no merecía menos de lo que su padre le dio toda su vida y de lo que yo intenté darle, aun con mis demonios persiguiéndome día y noche.

—¿Me pueden decir que mosco les picó a los dos? —Pregunté medianamente divertida, despeinando el cabello de Owen juguetonamente.

Este tomó mi rostro entre ambas manos y besó mis mejillas repetidas veces, robándome una carcajada contrariada.

—El del amor —contestó Owen con aire dramático.

Rodé los ojos entretenida y tenté mi cabello salpicado de algunas canas amarrado en un moño alto, preparándome para regresar al tumulto de gente que se había reunido para festejar las nupcias de mis dos hijos.

Owen rodeó a Sia con ambos brazos, por la espalda y los vi juguetear y reírse mientras caminaban lejos de los arbustos en lo que nos habíamos escondido para tener nuestro momento emotivo, que seguramente en ninguna boda podía faltar. No obstante, el comportamiento de ambos me dejó algo inquieta y con un gusto agridulce.

Anduve tras de ellos, observando como interactuaban.

Habían formado a lo largo de los años una relación digna de admirar. Siempre creí que serían amigos para toda la vida, y así sería, porque no habría mejor regalo en una pareja de vida, que el de encontrar en esa persona a tu mejor amigo y cómplice.

Eran la combinación perfecta para desatar el caso a donde fuese que estuvieran, sin importar lugar, día u hora.

Mientras que Owen era un chico noble, dulce, protector y con muy poco sentido del humor, Lusiana era un remolino de soberbia, sagacidad, vitalidad excesiva y tenía el mismo pésimo sentido del humor que su padre y yo compartimos.

Owen era encantador y muy guapo, pero esperaba que poseyera la suficiente seguridad en sí mismo para poder seguirle el paso a una mujer de las dimensiones de Lusiana. Y es que no sólo era altiva, caprichosa y rebelde, junto con todo eso, su apariencia física le daba el último toque para poder mirar a cualquiera que pasara a su lado como si no merecieran respirar el mismo aire que ella. Siempre me dio la impresión de que tenía cierto parecido con Megan Fox, pero con los ojos negros y curvas más prominentes y duras en el área media de su cuerpo. Bien pudo haber sido una modelo de lencería, pero incluso creía que eso le hubiese quedado corto.

En resumen, Lusiana era la versión femenina de Lusian, en todas sus letras. Lo único que parecía haber heredado de mi fueron las ondas en su cabello y el gusto por la cultura italiana. De ahí en fuera, Lusiana era digna hija del diablo.

La melancolía se apoderó de mí en cuestión de segundos y me vi incapaz de regresar con todos los invitados de la fiesta, que se aglomeraron en torno a la mesa de los bocadillos y copas llenas del champagne más caro y los vinos más costosos.

Porque, por supuesto, a Sia le encantaban los lujos y uno que otro exceso, lo que me complicó la existencia un poco en su adolescencia.

En medio de aquel jardín que alquilamos en Sicilia, para la ocasión tan especial, me paralicé de pies a cabeza, sobre la pista de baile, rodeada de farolas de gas, que le daban un toque acogedor al ambiente.

Vi a Raphael reír discretamente cuando Lusiana llegó hasta él y la abrazó, dándole un beso en la frente. Después Louis acaparó la atención de la novia, abriendo frente a ella una caja de terciopelo rojo que llevaba dentro un lindo collar de oro rosado. Mientras tanto, Joshua y Owen se dieron un gran abrazo de padre e hijo y le susurró algo al oído, que los hizo reír a ambos.

Instintivamente miré mi mano izquierda, y rodeé mi dedo anular, en donde aún se presumía mi anillo de compromiso.

Después de la partida de Lusian aprendí a encontrarlo en todo a mí alrededor. Su muerte no fue el final.

Advertí desde la boca de mi estómago la familiar sensación de vacío extendiéndose hasta mi pecho, ocasionando que me faltara el aire y lágrimas se arremolinaran detrás de mis ojos. Me encontraba a nada de tener un ataque de ansiedad, que se presentaba sobre mí como si me hubieran puesto el corsé más ajustado y estuviesen tirando de las cuerdas con violencia, robándome uno a uno el aliento.

Joshua al parecer se percató de mi estado y dejó a su hijo, entre toda esa gente y corrió hasta a mí. O al menos caminó todo lo rápido que le permitía su edad y su ajustado smoking.

Me gustaba ver que aun con los años encima, sus ojos no dejaron de tener ese aire dulce y noble que siempre lo caracterizó. Tal vez sí que me ayudó a que fuese más llevadero el sufrimiento, pero nunca fue suficiente, por más que él intentó de todo para verme feliz.

Tampoco había cambiado tanto con el paso de los años. Aún conservaba un poco de su jovialidad y su aspecto físico lo hacía lucir como mi Joshie en nuestros mejores años, pero con más sabiduría, reflejada en la arrugas de su rostro y en las pequeñas manchas claras que comenzaron a salpicar su rostro.

—¿Estás bien? —Me preguntó con preocupación, ocasionando que las arrugas de su frente y de la comisura de sus ojos se hicieran más visibles.

—Sí —contesté intentando controlar mi respiración —. Es solo que... sabes que no me gusta tanta gente.

—Te traeré un vaso de agua. ¿O una copa mejor? —Me ofreció, tomándome de la mano.

—No. Nada más necesito otro momento a solas.

—Ax... pequeña. Ya te tomaste varios momentos a solas desde la mañana —me recordó, con una mueca de aflicción.

Era gracioso, que ya estando a pocos años de la tercera edad, Joshua me siguiera diciendo pequeña, o pequeña princesa. Nunca lo dejó de hacer, ni siquiera cuando creí que lo odiaba.

Me le quedé mirando, agradecida por su infinito amor y su compañía por todos esos años y lo abracé, besando su mejilla, con todo ese cariño que sentía por él.

—No tardaré —susurré y me aparté de él, forzando una sonrisa —. Y no comas pastel. No puedes, ¿de acuerdo? Te amo, Joshie.

Yo tampoco había podido dejar de llamarlo así, nunca.

—Espera —me llamó antes de que pudiera salir corriendo para ahogarme en soledad —. Nunca volví a pedirte perdón por lo que pasó.

—¿De qué hablas? —Le pregunté, aunque por pura formalidad, porque sí sabía a lo que se refería.

Se vio inseguro unos segundos, cuando bajó la vista a sus lustrados zapatos y volvió a mirarme, con un brillo extraño en sus ojos.

—Siempre quise redimirme por el daño del que fui participe, pero quiero que sepas que nunca lo hice por lastimarte... No hay día en que no me culpe por como pasaron las cosas, pero a veces no me permito el arrepentirme, porque tuve la oportunidad de compartir esta familia contigo —se acercó más a mí y frotó su pulgar suavemente en mi mejilla —. Siempre serás mi pequeña princesa... y no importa lo que pase. Estaré eternamente agradecido contigo, porque me enseñaste que el amor no viene en envases costos ni finos. Y si alguna vez vuelvo a hacerte daño sin querer... perdóname por adelantado —declaró con solemnidad y besó mi frente.

¿Por qué a todos se les ocurría darme sermones de agradecimiento justo ese día? Se suponía que era la boda de Lusiana y Owen, por ende los sermones deberían ser para ellos y no para mí.

Tal vez Joshua también se preocupaba por las mismas razones que Sia, pero no se atrevía a decírmelo tan abiertamente como ella. De todos modos, en lugar de traerme calma, sólo me hacían querer desaparecer con más insistencia.

—Todo lo que has hecho por mí no puedo reclamártelo, Josh, nada. Ni lo que pasó hace años... Pero sí deseé por mucho tiempo que no me amaras tanto —torcí mis labios en una mueca de disculpa—. Ahora creo que fue bueno el que me amaras así. Sin ti, ni siquiera sé si estaríamos en esta boda. Has sido un excelente padre, amigo, tío, hermano... la mejor familia que pude haber tenido. Creo que nuestro hilo rojo ha sido más fuerte de lo que pensamos —comenté convirtiendo mi mueca en una sonrisa sincera y llena de amor.

Joshua en respuesta levantó su meñique en mi dirección y riendo sutilmente hice lo mismo, entrelazándolo con el suyo. 

—Cuando estés lista vuelve con nosotros, ¿sí? —me pidió antes de regresar con Owen.

Me quedé de pie, sin estar muy segura de que era lo que debía hacer, porque tanta palabra y declaraciones afectivas me dejaron más intranquila que nunca.

Experimentándome observada, desvié mi atención hacia el lugar en donde intuía que me estaban mirando, y sin esperarlo me topé con los ojos oscuros y llenos de calma de Raphael puestos en mí. Le sostuve la mirada, siendo asediada por miles de emociones contradictorias y cuando me sonrió, como lo hizo muchos años atrás, le regresé aquel gesto afectuoso sin ni siquiera meditarlo antes.

Podía haber sido el peor traidor del mundo, pero se había quedado conmigo y con Lusiana y de alguna manera necesitaba encontrar la forma de perdonarlo, como un día perdoné a mis padres.

Pero no podría ser ese día, porque por él, Lusian no había podido presenciar la boda de su hija. No obstante, por alguna razón que no entendía, quise volver a verlo como el padre que intentó ser para mí.

Vaya que las bodas ponían emocionales hasta a una piedra.

—Te quiero —gesticulé las palabras en silencio.

—Te quiero, linda —leí en sus labios acompañados de una sonrisa más cálida y posiblemente, si no me equivocaba, también vi en sus ojos admiración y el mismo cariño infinito de siempre, que no dejó de demostrarme.

Quería pensar que se podía seguir apreciando aun sintiendo rencor...

Cuando abandoné sus ojos y me di vuelta, incapaz de decidir qué hacer, volví a sentir los estragos de la soledad mareándome, aterrándome, robándome el oxígeno.

Miré a todos los invitados esparcidos por todo el jardín, odiando la certeza de que ninguno de ellos merecía estar ahí tanto como Lusian.

Quería estar sola. En todo ese tiempo desarrollé una especie de repulsión a las multitudes. Nunca volví a pisar un bar o un club nocturno y evité tanto como me fueron posible las reuniones en donde los invitados eran más de una decena. Estar rodeada de tanta gente me apabullaba y me quitaba la poca calma que conseguía juntar para enfrentarme a cada uno de mis días.

Quise  volver a reunirme con mi familia, pero no lo logré.

Procurando ser discreta y silenciosa hui al baño, que se ubicaba al otro extremo del jardín dentro de una estancia de madera y así dejé atrás a todos los demás invitados que bebían, charlaban y comían, ajenos a lo que pasaba en mi interior.

Atravesé la puerta de cristal y me encerré en el baño de mujeres, concentrándome en mis respiraciones. Me ubiqué frente al espejo y recargué mis manos en el lavabo, observando con desesperación mi reflejo.

Gotas de sudor perlaban mi rostro, arruinando mi maquillaje. Mis manos y brazos comenzaron a sacudirse con pequeños temblores y pude escuchar el ritmo errático y en aumento de mi corazón.

Tomé un par de respiraciones profundas y me concentré en pensar únicamente en los signos de la edad que marcaban mis facciones.

Eso solo aumentó mi desasosiego y con imprudencia me abandoné al llanto, dejando caer mi cabeza hacia adelante, evitando seguir mirando a la mujer de más de cincuenta años que me mostraba el reflejo del espejo.

Posiblemente por mis genes no aparentaba la edad que tenía, siempre se adivinaba que tenía unos cinco o seis años menos, pero envejecer, fue otro de los problemas que tuve que enfrentar, porque incontables veces soñé con hacerlo a lado de Lusian y no había podido cumplir mis deseos. Las arrugas rodeando ligeramente mis ojos y la comisura de mi boca se convirtieron en un cruel recordatorio de que yo estaba viva y él no.

También podía ser que el hecho de practicar ejercicio ayudara a mantenerme menos vieja de lo que debía parecer. Tuve que acudir al entrenamiento físico para así entrenar mi mente de paso y poder seguir de pie ante la batalla que supuso todo el tiempo para mi vivir sin Lusian Bennett. Lo único bueno que podía sacarse de Alexa Baley practicando deporte, era que mi cuerpo aún podía atraer las miradas de hombres de mi edad y jóvenes de la edad de Lusiana y Owen.

Seguía siendo atractiva, no había duda, pero perdí casi todo el brillo en mi mirar que me caracterizó durante mis mejores y más felices años.

Debía dejar mis emociones a un lado y regresar con Sia y Owen, porque no todos los días se casan entre sí tus hijos y era una oportunidad que no podía perderme.

Aguantaría un par de horas más, hasta que emprendieran su viaje hacia la luna de miel y entonces, como cada noche, me acostaría en la solitaria cama, abrazaría la almohada y me echaría a llorar, esperando que nadie me escuchara y así podría seguir viviendo mis dos vidas, y continuar guardando mi más grande secreto respecto a mi muerte. Porque iba a desearla, con todo mi ser, pero no la obtendría, porque necesitaba vivir para alguien más.

Salpiqué un poco de agua en mi cara, limpié los rastros negros debajo de mis ojos y acomodé mi cabello peinado en un moño alto y elegante, sonriéndole a mi reflejo. Torcí un poco el torso para asegurarme que la cremallera de mi vestido color vino de satén estuviera en su sitio y de paso le eché un vistazo a mi trasero, logrando sentirme un poco complacida al descubrir que seguía ahí.

Armándome de valor salí del baño alisando la parte delantera de mí vestido y mire a mí alrededor, buscando a algún mesero, porque para volver a enfrentarme al mundo iba a necesitar un par de tragos fuertes.

Por fortuna encontré a uno saliendo de la cocina, que también se ubicaba en aquella estancia, al estilo cabaña de madera, y lo llamé.

Agarré dos copas, que me tomé sin decoros y de un solo trago, dándole la bienvenida a esa sensación efervescente bajar fría y lenta por mi esófago, y antes de que se retirara cogí otra copa más.

Me detuve en el umbral de la puerta de cristal, antes de volver con mi hija.

Seguía sin obtener la suficiente valentía para enfrentarme a ella, en el día de su boda, porque aunque era mi hija y la amaba con todo mi corazón, envidaba el hecho de que ella sí hubiera tenido la oportunidad de casarse y yo no.

Las palabras que mencionó momentos atrás asomaron su fea cara de la verdad. No lo había pensado de ese modo, si era sincera. Pero ya que lo mencionó, me llené de preguntas e incertidumbre sobre lo que me esperaba después de que Lusiana y Owen dejaran la mansión Bennett para residir en la mansión Parker Bennett, que fue mi regalo de bodas. Nunca usé mi mansión y vi como una buena idea que Lusiana la heredara.

Viví incentivada por esos dos chicos, porque eran lo único que me daba fuerzas para levantarme todos los días y así poder cuidar de ellos. Pero ya no los tendría, al menos no de ese modo, y entonces, ¿cuál sería mi motivo para despertar?

Podría proponerme abrir una cuarta casa hogar, ya que la de Florencia, Guadalajara y Madrid habían sido todo un éxito desde que se comenzaron a construir, sobre todo la de Florencia, a la que regresé a trabajar después de cinco años, sin desmeritar los esfuerzos que siguió poniendo Raphael en ese proyecto. Por eso, cuando la casa hogar de Florencia estuvo terminada, nos atrevimos a abrir una en México y después otra en España, superando nuestras expectativas. Siempre manteniéndonos profesionales Raphael y yo.

Tal vez abrir otra casa hogar en algún país tercermundista se convertiría en el motivo perfecto para no abandonarme a mis constantes deseos de querer perecer, para que dejara de doler. O tal vez podía hacerlo, ya no existía nada que me retuviera aquí. Ya había hecho lo suficiente para que mi hija fuese la mujer que me enorgullecía y podía decir lo mismo de Owen.

No tendría de que preocuparme, a decir verdad. Louis adoró a Sia desde el minuto uno  en que la vio y desde entonces se desvivió por ella, la mimó tanto o más de lo que a mí me mimaron en esa casa e incluso cuando se casó, siguió viviendo en la mansión y tuvo dos hijos con una excelente mujer que también quería mucho a Lusiana. Owen la amaba con locura y sabía que la cuidaría por mí y ella también lo cuidaría por mí. Raphael era como un idiota vampiro que no envejecía y podía adivinar que se quedaría en la tierra por más tiempo. Entonces Lusiana no quedaría desprotegida. Seguiría rodeada de la gente que la amaba y jamás la abandonarían.

Pensar en liberarme del sufrimiento en el que viví por veintitrés años se me presentó muy irresistible y al mismo tiempo doloroso. No sabía si estaba lista para dejarla ir... Fuese cual fuese mi tortura perpetua, ella siempre fue mi luz entre tanta oscuridad. Mi Lusiana. ¿De verdad sería capaz de dejarla? ¿Y si ella me olvidaba cuando mi alma se extinguiera?

Bien, no era momento de pensar en ello. Cualquier decisión que tomara no se ejecutaría esa noche. Quería disfrutar de la felicidad que ella me brindaba con su existencia y de su felicidad por ser la esposa de un hombre digno de ella, que también me contagiaba su alegría, o lo poco que podía llegar a contagiárseme.

—¿No deberías estar en la fiesta? —murmuró una voz peligrosamente seductora a mis espaldas, muy cerca de mi oído, creando en mi columna vertebral un cálido escalofrío.

Sobresaltada me giré abruptamente, derramando sin querer todo el líquido espumoso sobre el carísimo traje del inoportuno hombre que llegó sin avisar.

—¿Pero qué diablos te pasa, amigo? No puedes aparecerte de la nada y asustar así a las personas, mucho menos a personas de mi edad — dije irritada, limpiando con mi mano la camisa azul marino de cuello alto que portaba aquel hombre, a juego con un saco negro de fina tela.

Tuve ganas de abrochar los tres botones que llevaba sueltos cuando mi mano rozó la piel expuesta de su pecho y regañarlo porque nadie debería usar así una camisa. Nadie, excepto...

Mierda. Parpadeé rápidamente, observando el color de piel del hombre y mi mano se petrificó en el aire, olvidando el asunto de seguir aseando nuestro desastre.

Entonces mi querida mano tomó vida propia y con la yema de los dedos rocé la clavícula del hombre en cuestión, que advertía sostener un cuello grueso y unos hombros elegantemente atléticos. Se sentía tan familiar...

Rápidamente alcé la vista y jadeé completamente descompuesta, sin dar crédito a lo que tenía delante de mí.

La copa se me resbaló de la mano, y solo pude escuchar el sonido que hizo al caer al suelo y quebrarse.

Su boca, muy lentamente, se fue curvando en una extravagante y cálida sonrisa que me hizo reconsiderar la belleza de todo el arte renacentista que amaba admirar en las galerías.

Me vi despojada de cualquier pensamiento coherente y en consecuencia todo el aire en mis pulmones desapareció, provocando que mi estómago cayera vertiginosamente a mis pies y que mi corazón retumbara erráticamente contra mi pecho.

Aquella sensación me mareó tanto que perdí mi capacidad visual y todo se tornó nebuloso a mí alrededor, junto con la debilidad de mis piernas.

Me vi cayendo en un abismo oscuro y sin final, pero me sostuvieron de la cintura, antes de que me dejara abducir, y me sujeté con fragilidad a unos bíceps que se tensaron bajo el contacto de mis manos.

Cerré los ojos con fuerza, sintiendo el pánico helado trepar por cada uno de mis músculos, ya  que si se era otro de mis sueños, conocía lo que venía: la terrible devastación de verlo morir de nuevo, en cualquier escenario.

—No eres tú. No puedes ser tú —recité como un ritual satánico, esperando que desapareciera la persona frente a mí.

Bueno, no era exactamente una persona.

—¿Y por qué no, dulzura? —Me preguntó el sujeto de mis sueños, dejando asomar una sonrisa en su voz.

—Porque no —Contesté sacudiendo mi cabeza.

Para ser un sueño, su voz se escuchaba jodidamente real. Y vaya que había soñado todo el tiempo ese tipo de cosas, que terminaban siendo una pesadilla, despertándome a media madrugada con el dolor latente, como si pasara una y otra y otra vez el que lo arrancaran de mí.

Por lo regular, eran esos sueños los que me llevaban al lugar más oscuro dentro de mi mente y los que me imposibilitaban por días de tener una vida medianamente normal, dejándome completamente devastada.

—Abre los ojos y confírmalo —me pidió suavemente, y pude percibir con total sorpresa su mano acariciando la curva de mi espalda.

Negué ante su propuesta y contra cualquier razonamiento presioné mi nariz en su pecho, aspirando con fuerza su aroma. El aroma más dulce, sensual y exótico de todo el mundo.

Eso tenía que ser un maldito sueño, porque no veía otra razón para que estuviese pasando aquello.

—Si abro lo ojos, entonces desaparecerás, como siempre lo haces cuando duermo —musité presa de la desesperación, aferrándome con uñas y dientes a no despertar. Quería quedarme ahí por siempre.

—¿Crees que es un sueño? —Me preguntó el diablo, sí el diablo, con aire entretenido.

Asentí frenéticamente.

—¿Y en tus sueños, se siente como esto? —Cuestionó de nuevo, en un tono de voz ronco y muy bajo, que vibró hasta el rincón más oculto de mi cuerpo.

De un momento a otro advertí su nariz rozando mi mejilla, su aliento golpeó suavemente mi piel y después sus labios aprisionaron el lóbulo de mi oreja, tirando delicadamente de él.

Cada una de esas acciones me llevó en espiral hacia la cima de un lugar completamente desconocido, en el que podía volver a sentir mi alma aferrándose a cada parte de mi cuerpo, como si la hubiesen regresado a donde pertenecía, obsequiándome uno de los placeres más reconfortantes que había experimentado.

Vicky sencillamente resucitó como una momia, que estuvo disecada por siglos, antes de que algunos antropólogos la descubrieran y declamaran la maldición para regresarla a la vida.

Dios mío, no era un sueño. Lusian Bennett realmente estaba ahí conmigo.

Con temor abrí los ojos, esperando el familiar tirón doloroso que experimentaba todas las noches al despertar y ver que no estaba, que había muerto, pero no hubo nada de eso. Se me presentó con más claridad su rostro con expresión divertida y soberbia, como si le estuviera resultando muy entretenida.

Definitivamente era él.

—Lusian... —gemí presa de mil emociones y lancé mis brazos alrededor de su cuello, aferrándome con brío a él.

—Alexa...—musitó como si fuese algo sagrado y sus brazos se envolvieron entorno a mi cintura, elevando mis pies del suelo, al mismo tiempo que enterró su rostro en mi cabello.

De pronto todo el dolor que su partida sembró en mí, salió a la luz convertido en un sentimiento mucho más cruel, alejándome de la sensación placentera que experimenté segundos atrás. No obstante, como mantenerlo cerca era mucho mejor opción que el que volviera a sentir el frio de su ausencia, transformé aquel dolor y rencor en lágrimas que dejé salir sin tregua, aferrada a su cuello.

—¿Tienes idea de lo mucho que quise odiarte por lo que me hiciste? —Sollocé, convirtiendo el agarre de mis brazos en torno a su cuello en un intento desesperado por tenerlo más cerca de mí —. Lo peor era que si me decidía a odiarte no podía por amarte, y no poder odiarte solo me hacía amarte más. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes lo que me hiciste?  Me dejaste en el infierno, Lusian —dije lastimeramente, contra su piel.

—Entiendo porque la oscuridad es tan embaucadora y no por los placeres que te ofrece —dijo ásperamente, trepando sus manos lentamente por toda la extensión de mi espalda, hasta que con una de sus palmas acunó mi nuca y me presionó contra él, como si contestara a mi acto desesperado por tenerlo más cerca —. Te obliga a aferrarte a lo que un día te hizo inmensamente feliz y fue a ti a lo único que me aferré, para soportar la soledad— decretó bajando más el tono de su voz, convirtiéndolo en un sonido lleno de suplicio, que me atormentó.

Mi llanto se hizo más violento, desmedido, sin tregua a apaciguarlo por el dolor transformándose en un lacerante látigo fustigando cada uno de mis órganos.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté, de repente sintiéndome ofuscada y me aparté de él, usando cada gramo de voluntad para no quedarme eternamente pegada su duro y perfecto pecho.

Nos di la oportunidad de volver a encontrar nuestras miradas, y cuando atestigüé la tortura que habitaba sus ojos, convirtiéndolos en un cielo nocturno ardiendo en llamas, un gemido doliente escapó de mi garganta, instándome a tapar la cara con ambas manos, para poder llorar con más libertad.

—No llores así, por favor —me suplicó apartando mis manos de mi cara y las suyas tomaron su lugar, elevando mi rostro en su dirección —. Déjame ver esa bendita sonrisa que he amado desde que te vi, mi vida. —Frotó sus pulgares en mis mejillas, inútilmente intentando secar el agua salada en ellas —. Sólo he podido ver tu sonrisa en mis recuerdos.

Con esas cosas que me decía, ¿cómo pretendía que dejara de llorar, si podía sentir su tristeza y su sufrimiento, mezclándose con el mío?

Elevé una de mis manos, para poder acariciar un costado de su cara con la palma de mi mano, percibiendo como un milagro poder volver a sentir su piel, pero, ¿Cómo era posible que estuviera ahí? ¿Para qué estaba aquí?

—¿Por qué estás aquí, Lusian? —Pregunté ladeando mi cabeza, en el proceso de admirar su rostro, que no pude olvidar ni en más de veinte años.

—No quería perderme la boda de nuestra hija —contestó presionando su mejilla en la palma de mi mano y me regaló un húmedo beso en ese lugar.

Lo analicé, en la búsqueda de hallar algo que me dijera que Lusian ya no era Lusian, por haberse convertido en el señor de las tinieblas, pero al encontrarlo quizá tan devastado como yo, supe que seguía siendo él, pero más oscuro e increíblemente parecía seguir siendo mío su corazón.

Sin embargo, sí me percaté de ciertos cambios en su apariencia: se apreciaba aún más alto y con más destreza, como si hubiese estado ejercitándose todo el tiempo, convirtiéndose en un atleta profesional; sus hombros se habían ensanchado sólo un poco y su cabello iba un poco más corto, aunque aún podía lucir elegantemente despeinado. Sus facciones tomaron un matiz más agudo, casi imperceptible, pero que yo pude ver, gracias a que lo conocí por más de la mitad de mi vida. Tenía un aspecto más crudo, casi frívolo, como si hubiese sido obligado a dejar sus emociones nobles a un lado. Y aun así, él podía amarme inverosímilmente. Porque no importaba que tanto pudiese haber cambiado o no, tenía el don de transmitírmelo sin ningún esfuerzo.

Abrí la boca para volver a recriminarle por lo que me hizo, por lo que nos hizo, pero justo en ese momento dejó al descubierto más de aquel hombre que estuvo conmigo, amándome sin medida y me rodeó la muñeca, uniendo  nuestras bocas como si fuera la primera vez que lo hacíamos.

Fue tan delicado, impregnando en cada uno de los movimientos de sus labios toda la dulzura y ternura posible, como si de algún modo temiera hacerme daño. Viajó sus manos de mi rostro hasta mi espalda, y aumentando la intensidad con que me besaba presionó sus palmas  en mis omoplatos, con la firme intención de mantenerme tan pegada a él, tanto como fuese humanamente posible.

Me vi guiada por mis instintos más crudos y lo envolví con ambos brazos por el torso, subiendo en el camino la tela de su camisa, para dejar en libertad la piel de su abdomen y espalda, la cual acaricié en el proceso, deleitándome en lo suave y duro que era esa parte de su cuerpo y enorgulleciéndome al sentir como se ponían en tensión bajo mi tacto.

Vale, no importaba que fuese una vieja de cincuenta años y que él siguiera pareciendo un hombre de unos treinta y tantos, yo aún conservaba una que otra hormona adolescente.

La verdad es que estuvimos a punto de hacer un gran show voyerista ahí mismo, pero al parecer, él se había vuelto también algo sabio y detuvo aquello sin ser brusco. Separó sus labios lentamente de los míos y recargó su frente en mi sien, soltando una risa baja e incrédula.

Respirando agitadamente me sostuve de sus brazos y sonreí, contagiada por su risa. 

—¿Qué es lo gracioso? —Pregunté con curiosidad.

Tragó con fuerza y se irguió, robándome la oportunidad de seguir teniéndolo muy cerca de mí.

—Cualquiera pensaría que si eres satanás no tendrías ningún tipo de emociones, al menos no buenas. De hecho tenía miedo de que desaparecieran al llegar aquí, pero te amo un infierno, dulzura —dijo, aun agitado y rodeó mi cuello con uno de sus brazos, regresándome al refugio de su pecho, besando la cima de mi cabeza.

Oh, vaya. Yo lo amaba un infierno. De hecho, literalmente, lo amé un infierno durante veintitrés años. Pero en ese momento me aprecié más cerca del paraíso que nunca. De la nada, mágicamente, todo el dolor que me consumió por años desapareció. Pero así como desapareció volvió a hostigarme, porque, en efecto, Lusian era satanás. Entonces él no iba a quedarse conmigo para siempre.

—¿Por qué estás aquí, Lu? —Volví a preguntarle a la defensiva, sin poder ocultar mi desasosiego —. No sé si sea una buena idea que estés aquí. Cuando vuelvas a irte harás que vuelva al infierno...

Lu se apartó de mí lo suficiente para poder hacer contacto visual conmigo y me obsequió una sonrisa llena de ternura, a la vez que acarició mi labio inferior con su pulgar.

—Baila conmigo —me ordenó a su puro estilo embaucador y me ofreció su mano con la palma hacia arriba —. Por favor. Baila con el diablo —susurró las últimas palabras cargadas de segundas intenciones.

En el planeta tierra, bailar con el diablo, significaba hacer algo muy arriesgado, para obtener un beneficio.

Dudé, oscilando mi mirada de sus ojos a su mano frente a mí, y aun sin estar muy segura la acepté. ¿Por qué dudaba, si en ese momento me vi capaz de venderle mi alma por estar un segundo más con él?

Tomados de la mano nos guió a través del jardín, en un inquietante silencio y reparé en que mientras más nos acercábamos a la multitud, más miradas se colocaban sobre nosotros, curiosas y juiciosas.

Las amigas de Sia no dudaron ni un minuto en repasar a Lusian de pies a cabeza, con una buena dosis de lujuria y hasta un par tuvieron el descaro de morderse el labio inferior mientras pasábamos frente ellas, esperando sin resultado que Lusian les prestara atención.

Otro grupo de invitados, un poco más mayores, pero no tanto, empezaron a cuchichearse entre ellos, estudiándome a mí y después a Lusian.

Y al final, el último grupo social, el más viejo, no tuvieron ningún reparo en hacernos saber que Lusian era un caza fortunas y yo una pobre vieja con aires de adolescentes y viuda antes de casarme, ingenua de creer que podía mantener una relación con un hombre de la edad de Lusian. Sinceramente, si yo hubiese estado del otro lado, hubiera llegado a la misma conclusión, por ende no iba a quejarme.

De todos modos, me regocijé y sonreí ampliamente cuando nos dejó en medio de la pista. Porque, podía estar pensando o diciendo lo que les diera la gana, pero yo iba a bailar con satanás y ellos no tenían ni la menor idea de quien era ese hombre frente a ellos.

Por arte de magia las luces de las farolas se atenuaron, dejándonos casi en la penumbra, mas su rostro se iluminó siniestramente, creándose sombras alrededor de las duras líneas de sus facciones, dándole un nuevo significado a la palabra diablo, porque ya no me parecía que debía transmitir terror, sino seducción.

Los primero acordes de "My inmortal" de Evanescence comenzaron a sonar, quitándome inmediatamente la sonrisa estúpida que llevaba. Nuestras miradas colapsaron, atormentadas, como si nos reconociéramos ante aquella melodía. 

La intensidad con la que los ojos de Lusian se posaron sobre los míos me sobrecogió y sentí un fuerte electrochoque en mi pecho, justo cuando colocó una de sus manos en mi cintura y con la otra tomó mi mano.

Silenciosamente una lágrima rodó por mi mejilla cuando las primeras palabras de aquella triste canción fueron pronunciadas, identificándome instantáneamente con ellas, porque estaba cansada de estar ahí, de estar en un mundo sin él.

Lusian nos acercó lo suficiente para empezar a danzar lentamente, al tiempo que besó la lágrima que se me escapó, arrugando su rostro en un gesto de dolor.

Guiada por la soltura que poseía Lusian al bailar, me pegué a su torso, llevando nuestras manos unidas a su pecho y con la otra me sujeté de su hombro, recargando mi mejilla en la suya.

Volví a experimentar el gran amor que sentía cuando estaba junto a él, recuperando cada uno de los pedazos en los que se había roto mi corazón. Pude saborear nuevamente lo que significaba y lo que se sentía ser amada por alguien tan inverosímil como Lusian Bennett.

Mientras nuestros pies se movían al ritmo lento y al unísono, Lu frotó nuestras mejillas unidas, provocando que cerrara mis ojos, absorbiendo tanto como se me permitiera la sensación del roce de su piel. Era tan cálido, pero no quemaba, solo encendió la llama que un día se apagó.

Cuando el tempo y el sonido del estribillo se elevaron, Lusian me retiró de su cuerpo, me dio una vuelta, con una pizca de dramatismo y al regresarme a mi antigua posición me hizo chocar con su fuerte pecho, volviendo a apoderarse de mis labios y de mis cinco sentidos.

Justo en ese momento todo se evaporó a mí alrededor. Dejaron de existir los invitados, la comida costosa y exquisita, los vinos más caros y el salón más difícil de alquilar. También me olvidé de que estaba justo en la boda de mis dos hijos, y no pude recordar ni siquiera cuantos años tenía, porque Lusian arrasó con toda mi cordura y mi capacidad para poder pensar con claridad.

De súbito todo me cayó encima, pesando en mis hombros como algo imposible de seguir sosteniendo. Todos esos años que viví con la mitad de mi alma en completa oscuridad, sin poder disfrutar plenamente de los parajes más hermosos, ni de las flores más coloridas o de los simples amaneceres tranquilos, regresaron a mí con vileza, sobre estimulando mis emociones, llevándolas a desbordarse, y entonces, incapaz de dejarlas salir del todo, como hice en todos esos años que sufrí en silencio, todo fluyó hacía adentro, y sentí mis costillas quebrarse gracias al dolor causado por aquella implosión.

Aunado a eso, como en una batalla de poderes, me vi bombardeada por los miles de recuerdos que tenía con Lusian, los más hermosos e inigualables, haciendo que con cada uno de ellos mi amor por el creciera en dimensiones incontables e inexplicables, al punto de desear tener el poder de crear un nuevo universo para salvaguardar todos ese sentimientos. La primera vez que hicimos el amor, el día que llegó inesperadamente a mi departamento, cuando me confesó su amor con una canción italiana en uno de los lugares culturales más importantes del mundo. Llegó a mi memoria aquel día en que me encontró ebria en casa de Joshua y me dijo que aceptara lo que sentía por él y entonces sería mío para siempre.

Y por si fuera poco, cuando se fue, llevándose todo de mí junto con él, dejando un corazón hecho polvo y un cuerpo vacío de espíritu, jamás creí que volvería a verlo. Nunca guardé ni un solo día algo de esperanza por poder volver a verlo y aun así ahí estaba, contra todo pronóstico, contra todo lo que me aseguré día con día, para sobrevivir. Era algo que ni siquiera podía comenzar a procesar, porque de hacerlo, tendría que volver a aceptar otra realidad, la más deprimente. Sin embargo, se sentía como si nunca se hubiese ido, como si no hubieran pasado veintitrés años de su muerte. Como si siempre hubiésemos estado juntos y no hubiera vivido en la penumbra de su ausencia.

Exactamente aquel día en que le dije que si a mi amor por él, me trajo a este preciso momento, en el que no sabía si debía amarlo por siempre o desear olvidarlo, porque como otra profecía, más retorcida que la que habíamos cumplido, Lusian sí me dio un trágico desenlace, como me lo temí todo el tiempo, desde que me supe enamorada de él.

Incapaz de seguir tragándome las lágrimas, dejé que salieran una a una, con mi mejilla recargada en su hombro, quedándome suspendida en el tiempo y el espacio, en donde sólo él y yo existíamos.

Aun con las últimas notas de la canción sonando, giré mi cuello, para pegar mi boca a su oído y tomé una respiración profunda, antes de pronunciar lo que tenía por decir.

—¿Por qué estás aquí, Lu? —insistí en preguntarle suavemente, con la duda cerniéndose sobre mí, porque no me creía del todo que fuese por la boda de nuestra hija.

Lu esperó a que la canción terminara, y debía aclarar que fue una canción que me llegó hasta lo más profundo de mi recién recuperada alma, porque cada una de las frases que se cantaban, era todo lo que yo sufría por la ausencia de Lusian.

Las luces volvieron a encenderse, robándonos nuestra intimidad y me aferré a sus hombros, negándome a tener que volver a abandonar el calor de su cuerpo.

En mi flanco derecho descubrí a Lusiana mirándome con orgullo, amor y nostalgia y se encogió adorablemente de hombros, sonriéndome ampliamente, mientras que limpió una lagrima de su linda y manchada mejilla.

Sí, ella por fotos sabía cómo lucia su padre, pero nada más.

Owen, Joshua y Raphael también parecían emocionados por lo que sus ojos tuvieron suerte de apreciar y eso sólo me confundió más. Porque... Lusian había muerto, en teoría, y se había convertido en diablo. ¿Y ellos estaban tan quitados de la pena al estar él ahí?

Me hice ligeramente hacía atrás y busqué con impaciencia que Lu llevara su mirada a la mía.

—¿Por qué Sia no parece sorprendida de que estés aquí? Ni tampoco lo parecen Joshua, Owen y Raphael —comenté arrugando la frente.

—Digamos que tuve una charla de suegro a yerno con Owen y también de padre a hija con Lusiana. Ella es hermosa y le gusta ser mi hija—comentó completamente  orgulloso, escondiendo muy bien la anterior criatura prisionera del tormento.

—Es perfecta. Pero... ¿en qué momento hablaste con ellos y con qué fin? Tú no puedes nada más aparecerte y amenazar al esposo de tu hija —dije contrariada, arrugando el ceño.

—Yo no hice tal cosa. ¿Ya estás en la menopausia? Estoy seguro de que puedo arreglarlo —comentó con aire jocoso, rodeó el costado de mi cuello con su fuerte palma y se inclinó lo suficiente para dejar su boca pegada a mi oído —. Vine a proponerte algo—susurró, erizándome la piel.

Para no desmayarme del placer que su susurro ocasionó en mí, tuve que sujetarme de su brazo, y con una ceja elevada lo observé.

—¿Quieres proponerme otros treinta días? —Pregunté con cierto aire cómplice que se convirtió en nostalgia un segundo después.

Fugazmente la tristeza volvió a hacer acto de presencia en sus orbes negros, regresándome a mi estado perpetuo de ansiedad.

—No, dulzura. Ven... —me tomó de la mano y tiró de mí, instándome a volver a la cabaña de madera, en donde me había asustado al aparecerse como lo que era, el diablo.

—Todos nos miran —comenté, como una débil excusa para no estar a solas otra vez con Lusian, y tiré en mi dirección de su brazo.

Algo me decía que iba a volver a arrancarme el alma.

—Por supuesto que lo hacen. Las apuestas están 50/50. Algunos creen que te amo de verdad y otros piensan que dentro de un par de años heredaré tu fortuna —dijo, entretenido y se colocó a mis espaldas, presionando sus labios en mi cuello, en un beso fugaz —. Yo siempre apostaría por la primera, siempre Alexa —susurró vehementemente.

Giré mi cabeza, alentada por su cercanía y sus palabras, y me quedé sin aliento al descubrir que sin importar qué títulos lleváramos, seguíamos siendo Lusian y Alexa.

Mi instinto materno me obligó a mirar otra vez en dirección a Lusiana, pero como ya estaba ella montando su propio show voyerista con Owen, decidí darles su espacio, aunque tuvieran miles de espectadores. No obstante, no me perdí que Raphael, con discreción, nos observaba, con expresión criptica.

De repente me sentí muy fuera de lugar, perdida, como si me hubieran llevado a otro sitio, uno desconocido para mí. En todo ese tiempo, viví siendo solo Alexa y no podía procesar bien del todo que Lusian volvieran a formar parte de esa ecuación, pese a que no sabía por cuanto tiempo. Todo a mí alrededor comenzó a dar vueltas, como si estuviera en un carrusel del terror, girando de manera brusca y sin compasión. Mi pecho se oprimió y tuve que tomar un par de respiraciones profundas, para no perder la calma y poder seguir de pie.

—¿Ax? —Escuché que me llamaron a lo lejos, pero no pude atender, no parecía estar habitando mi cuerpo —. Dulzura... —volvieron a llamarme bruscamente, por fin atrapando mi atención.

Parpadeé un par de veces, desubicada.

—¿Me temes? —Preguntó Lusian, pareciendo un niño perdido, de nuevo frente a mí.

—¿Qué? —Pregunté confusa alzando mí vista hacia él, tardando un poco en comprender su pregunta —. No, Lu. No te temo —sacudí mi cabeza para aclarar mis ideas —. No al menos a lo que eres... Me da miedo lo que dejas cuando te vas —contesté y tragué el nudo feroz que se arremolinó en mi garganta —. ¿Para qué volviste? —Pregunté, sintiendo como mis ojos comenzaban a formar lágrimas y mi labio inferior tembló.

Definitivamente en un par de minutos entraría en estado de shock, porque la situación en la que estaba no podría sobrellevarla ni la persona más esquizofrénica del mundo. De repente me sentí tan confusa, como si no tuviera la capacidad de distinguir entre la realidad y la fantasía.

Tal vez despertaría en una cama de hospital y descubriría que pasé casi treinta años en coma.

—Ven conmigo —dijo ofreciéndome su mano, sacándome ligeramente de mi estupor.

La tomé, sin dudar en esa ocasión y dejé que nos llevara de vuelta a la cabaña de madera.

No me gustaba la sensación de incertidumbre que creció como una gran liana en mí estómago, porque tenía miedo de cualquier cosa que estuviera por suceder, ya que únicamente me llevaba a un solo destino: tendría que despedirme otra vez de Lusian. Aunque, quizá, si esa vez sí tenía la oportunidad de despedirme, me sería más fácil seguir adelante. ¿O no?

O tal vez era el incentivo perfecto para liberarme del sufrimiento, sin culpas ni remordimientos.

Cuando estuvimos resguardados bajo el techo de madera, rodeados por la cocina, los baños y un espejo de cuerpo completo a un lado de la puerta del baño de mujeres, Lusian se colocó frente a mí, me soltó la mano y se me quedó viendo por varios segundos en silencio. No supe si estaba asegurándose de que seguía siendo yo, porque me veía más vieja o si estaba pensando en lo que tenía por decirme.

Yo me quedé ahí, de pie a mitad de la estancia, observándolo llena de incertidumbre y con el corazón latiéndome a mil por hora, incapaz de entender por completo lo que estaba ocurriendo. Pensé que no volvería a verlo nunca más. Realmente me convencí a mí misma de que la última vez que lo vería fue cuando me dijo que me daba hasta el último latido de su corazón. No obstante, estaba ahí frente a mí, viéndose quizá hasta más guapo que antes, casi inalcanzable.

Inalcanzable. La palabra hizo eco en mi cabeza, con saña, recordándome que Lusian ya no era exactamente mi Lusian, aunque aparentemente seguía queriéndome. Que estuviera ahí, no quería decir que lo hubiese recuperado y volví a escuchar mi corazón quebrarse ante aquella afirmación silenciosa.

Comencé a impacientarme porque no parecía querer decir cualquier cosa y me acerqué los pocos pasos que nos separaban, dejando que nuestros cuerpos casi se rozaran.

Lusian siguió mis movimientos con la mirada y cuando elevé mis ojos hacia los suyos, los dejó ahí, expresándome de la manera más pura una tristeza insufrible.

Mi pecho se estrujó.

—Vine a quitarte mis recuerdos, para que tus próximos años los puedas vivir en paz —confesó, bajó sus pestañas y se limitó a seguir mirándome, en espera de mi respuesta.

—¿Qué? —Pregunté dando un paso lejos de él, observando sus ojos con desconcierto —. ¿Quieres que me olvide de ti?

Asintió como única respuesta, ocultando cualquier rastro de emociones.

—Tú no puedes hacer eso... —jadeé, dando otro paso más lejos de él, sin estar segura de que el hombre frente a mí era mi Lusian.

—Sí puedo —declaró con suficiencia —. Justamente ese es mi trabajo, me deshago de todos los buenos recuerdos y sentimientos de las almas que condeno, y dejo lo vil. Así es como funciona y puedo ocuparlo para darte paz—aseguró, impasible —. ¿Lo ves? Ahora tengo un trabajo.

Me quedé mirándolo por más de cinco segundos, intentando procesar lo que me decía y todo lo que implicaba el hecho de eliminar sus recuerdos. Podría tener una vida más tranquila y dejaría de doler. Dejaría de doler para siempre, porque entonces, en mi mente, yo jamás me habría enamorado de él, pero mi alma sí, y eso sería igual de cruel que el hecho de seguir sufriendo día y noche por su ausencia.

—Me refiero a que no quieres hacer eso... No puedes proponerme tal cosa, Lusian. ¿Eres tonto? ¿Tú quieres que te olvide? —Pregunté ansiosa, acercándome  él el par de pasos que me había alejado — Además, ¿qué no piensas? ¿Cómo me explicarías la existencia de Lusiana? —Terminé de decir, contrariada.

—Fácil —dijo, sonriendo con ironía —. Una loca, muy loca noche de copas con Lusian el Golfo Bennett, que huyó del compromiso siendo un cobarde — planteó, como si estuviera poniéndose de acuerdo conmigo para la cena.

En ese instante todo cobró sentido: las palabras de Lusiana, el agradecimiento de Owen, las miradas sin alterarse de Joshua, Raphael, Owen y Sia, que no parecían sorprendidos con la presencia de Lusian. Él había venido para alertarlos de su malvado plan.

Solté una carcajada histérica, echando la cabeza hacia atrás y me presioné el estómago, con la intención de mitigar la amargura con que me reía.

—Estás demente —dije aun riéndome  —. Creo que las brasas del infierno te quemaron el cerebro —farfullé tomando aire y en cuanto las palabras tomaron mayor peso sobre mí, adopté un rictus severo, dejando atrás mi insana diversión —. Para eso viniste, ¿cierto? No porque no quisieras perderte la boda de tu hija. Por eso hablaste con ellos. Dime, Lusian. ¿De eso fue de lo que hablaste con ellos, con todos ellos? —Le exigí que me dijera.

No era posible que me planteara una cosa tan ruin y que encima todos se hubiesen puesto de acuerdo a mis espaldas. Yo no quería olvidarlo. Vivir sin su recuerdo me dejaría en una vida igual de vacía.

—Sí —contestó sin inmutarse.

—¿Y Lusiana estuvo de acuerdo? —Inquirí con suspicacia, entrecerrando los ojos al mirarlo.

—En realidad no. Ella aseguró que te negarías —respondió, como si se sintiera orgulloso de ella —. Y no está de acuerdo, pero dejó claro que aceptaría tu decisión fuera cual fuera. Ella te ama.

—¿Por qué quieres que te olvide, Lusian? —Pregunté, sujetando su rostro entre mis manos, acariciando con los pulgares la piel rasposa de sus mejillas.

Lu pareció resistirse a lo que fuera que le provocaron mis caricias, porque lo vi tragar en seco y tensar la mandíbula, alejando ligeramente su rostro de mi toque.

—Porque has vivido en la miseria por todos estos años, Alexa —declaró en voz baja y ronca, dejándome descubrir su batalla interna a través de sus orbes negros. Cedió a sus instintos, y me tomó del nacimiento del cabello de la nuca, tirando con suavidad de mi cabeza hacia atrás— Me fui para que vivieras, Ax, y no lo hiciste. No disfrutaste ni un solo momento de la vida que te quise regalar —musitó, decepcionado y delineó la línea de mi mandíbula con su nariz—. Has sufrido por mi todos estos años y no es justo, porque yo di mi vida para que tú siguieras manteniendo la tuya y la vivieras al máximo y lo único que hiciste fue ser la madre de Lusiana y de Owen, pero no hiciste nada más. Tu alma es tan gris y triste, dulzura, que no puedo soportarlo —terminó de decir contra mis labios, robándome un húmedo beso.

Me quedé sin capacidad motriz por un segundo, porque aunque no había olvidado la descarga caliente que era Lusian para mí, estar lejos de ese tipo de contacto tan íntimo por tanto tiempo me dejó mareada, porque, además, que fuese el diablo le daba un toque más excitante.

Inclusive puede que solo haya escuchado la mitad de lo que me dijo, porque... ¿de qué estábamos hablando?

Ah, cierto. Olvidándome de mi lapsus erótico cubrí la mano de Lusian, con la que sujetaba mi cabello y tiré de ella para que me soltara, con toda la intención de apartarlo de mí.

—¿Y cómo querías que viviera si te llevaste todo de mí? —dije entre dientes, tirando de mi cabeza hasta que me liberó y advertí lágrimas despiadadas avecinándose—. ¡Dejaste que te arrancaran el corazón y  también arrancaron el mío! —Vociferé limpiando la lágrima traicionera que escapó —. Tú eras mi vida, Lusian y me dejaste con un hueco en el alma imposible de soportar. Fuiste la razón por la que dejé de desear morir al sentirme insuficiente por el suicidio de mis padres y te convertiste en la misma razón por la que cada maldito día, desde que me abandonaste, quería morir, de verdad morir. Pero me dejaste con nuestra hija... ¡Y tú te fuiste! ¡¿Cómo maldita sea querías que yo viviera sin ti?! —Exploté prisionera del dolor que me consumió por años.

—Era la única manera, Alexa—Gruñó, estacionando su mirada encolerizada sobre la mía.

—No. Había otra opción —murmuré y tragué saliva —. Yo pude haber muerto.

—Y me hubieras dejado tú a mí...

—Cobarde. ¡Eres un maldito cobarde, Lusian!—vociferé perdiendo completamente los papales, sintiendo como de a poco me era más complicado respirar con normalidad —. ¿Y por qué después de tantos años vienes a proponerme esto? ¿Por qué no lo hiciste antes? ¡¿Por qué hasta ahora?!

—¿Hubieras aceptado de todos modos? —Preguntó en un gruñido aún más elevado que el anterior.

—¡No! —chillé en respuesta, perdiendo por completo el control.

Nos obligamos a guardar silencio cuando un mesero entró a la cabaña, interrumpiendo nuestra nada cordial conversación y me aclaré la garganta sin quitarle los ojos de encima ni un momento a Lusian, porque él hacía lo mismo conmigo. Nuestra guerra seguía dándose en silencio.

Me aclaré la garganta, alisando la parte frontal de mí vestido y erguí tanto como me fue posible los hombros, levantando la barbilla con dignidad, fingiendo que estaba de vuelta la mujer madura en mí interior.

—Siguen siendo tan infantil como antes —dijo, como si lo complaciera.

—Y tú el mismo idiota de siempre —contraataqué.

Eso provocó que un lado de su boca se curvara deliciosamente en una sonrisa divertida, que regresó a la mujer que no sufría de bochornos ni de revoluciones hormonales por la edad.

Se acercó lentamente a mí, convirtiéndose en el depredador más peligroso y sensual en el universo, le echó un vistazo rápido a la puerta de la cocina y cuando regresó sus ojos a mí, me dejó descubrir cómo sus pupilas se dilataron y danzaron junto con las mías, al encontrase tan frenéticamente.

No le tenía miedo, pero la manera en que caminaba, como si al andar se abriera el suelo bajo sus pies, ensanchando los hombros, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y aun conservando esa sonrisa que me derritió desde siempre, me obligaron a ir en reversa con cada paso que daba en mi dirección.

Por el éxtasis de Santa Teresa, estaba enamorada hasta los huesos del diablo y quería tener sexo con él, en ese lugar, sin importar que cualquiera pudiera vernos. Ciertamente ni siquiera me importaba haber perdido practica en ese aspecto, porque estaba segura como el mismísimo infierno que Lusian me recordaría lo bien que la pasamos muchos años atrás.

Me vi prisionera cuando mi espalda choco contra la pared, quedando atrapada con el amo de las tinieblas frente a mí, a escasos centímetros de que mi pecho rozara su torso.

Tragué audiblemente, levantando mi mirada hacia él y tomé aire entrecortadamente cuando me sujetó con firmeza de la cintura con una mano y extendió su otro brazo sobre mi cabeza, recargándose en la pared. Entonces se inclinó, hasta que sus labios quedaron a la altura de mi rostro y soltó el aire lentamente, provocando que mi piel se erizara gloriosamente.

Tuve que sujetarme de la parte delantera de su saco para no derretirme como un bombón antaño que dejan bajo el sol, y me maravillé de la fuerza con que Lusian se imponía, presumiendo lo que era, como si le gustara serlo. De una manera retorcida a mí me gustaba lo que era, porque lograba sacar a la luz mis deseos más primitivos y carnales. Para eso habíamos sido creados, para que yo le enseñara el amor y él me enseñara que la oscuridad no era tan proterva.

—¿Por qué no me olvidas, dulzura? —Preguntó con sus labios pegados a mi oído y acarició esa zona con la punta de su nariz.

—Tú... ¿Tú querrías olvidarme? —Pregunté trémulamente, cerrando los ojos, para poder agudizar más mi sentido del tacto —. Yo no quiero olvidarte, Lusian. Si te olvido, si olvido lo que tuvimos y lo que aún tenemos... mi alma estaría igual de vacía. Yo te amo y te voy a amar aunque me obligues a olvidarte, porque no se ama con la cabeza, se ama con el alma, se ama con el corazón —musité, rozando la piel de su mejilla en cada palabra que pronunciaba.

—Pero eres infeliz y yo no soporto verte infeliz. Le quitaste a tu alma cada color que a mí me daba vida con solo mirarlo, y es intolerable —confesó, estrechando con más fuerza su mano en mi cintura, llevándome discretamente hacia adelante, hasta que nuestros cuerpos por fin se tocaron.

—Entonces no te hubieras sacrificado por mi... yo no quería que lo hicieras. Yo no quería vivir si tú no ibas a estar a mi lado —declaré, pese a que sabía que eso me convertía en una idiota malagradecida.

—¿Y eso te da derecho a querer quitarte la vida? —Preguntó entre dientes, cambiando el tono de su voz, enseñándome que el diablo podía pasar de ser seductor a ser cruel. 

Esa preguntita, tan pequeñita, me sacó de nuevo de mi burbuja de placer y  con confusión tiré de mi cabeza hacía atrás, buscando la mirada de Lusian.

—¿De qué estás hablando? —Pregunté contrariada.

—Decidiste que te quitarías la vida un segundo antes de que yo apareciera —anunció girando su cabeza el poco espacio que quedaba para que nuestras miradas se encontraran, pero no se apartó ni un milímetro de mí.

Arrugué la frente y negué varias veces.

—No es verdad —susurré.

—¿Me lo juras? —Me preguntó con cierto aire malicioso.

Seguí atrapada en su intensa mirada, incapaz de mentirle.

—Tú no puedes saber eso —declaré con seguridad.

—Soy el diablo, mi amor —decretó con una sonrisa llena de ironía y un toque de orgullo, y frotó la punta de su nariz con la mía —. Puedo saber esas cosas, mucho antes de que pasen y mucho antes de que se decidan, porque soy yo quien hace el trabajo de juzgar y condenar por esas acciones, y tú, dulce terror de mi vida, ibas a condenar a tu alma por una eternidad si hacías eso y yo no iba a poder hacer nada para evitarlo. La oscuridad te hubiera reclamado eventualmente. Entonces hubiera sido peor mi tortura perpetua.

Él podía ser el diablo, sabio y nuevo en esto, pero me parecía que había olvidado un dato importante sobre mi alma.

Con una sonrisa de suficiencia le robé un beso, y me aferré a las solapas de su saco, siendo un poco atrevida.

—Mi alma va a extinguirse cuando yo muera. No hay nada después para mí o mi espíritu, sabelotodo —comenté despreocupadamente, saboreándome victoriosa.

Lusian elevó una de sus cejas, afilando sus facciones y me miró como si sintiera pena por mí.

Eso no me sentó bien y me enderecé todo lo que pude, a la defensiva.

—¿Qué? —Pregunté inquieta.

—Cuando me sacrifiqué, para que tú vivieras —apuntilló —, eximí el pecado por el que tu alma fue condenada al purgatorio y te di el derecho a un juicio justo. Así que no, sabelotodo, no te extinguirás ni te olvidarán. Puedes renacer todas las veces que desees, o ascender convirtiéndote en un lindo ángel, pero no puedes condenarte injustificadamente, porque entonces lo que yo hice no valdría de nada.

Era una noticia que sinceramente no me esperaba, pero no me detuve demasiado en el proceso de aceptarla. Si era cierto lo que Lusian decía, entonces podía ponerle precio a mi alma, ¿no? Porque no sólo tenía la opción de reencarnar, ser un ángel o condenarme al sufrimiento eterno. Había otra opción, una mucho más estimulante.

—Te ofrezco mi alma —dije rápidamente, con el entusiasmo brotando fuera de mis poros, muy inoportunamente.

—¿Qué? — preguntó achicando sus ojos en mi dirección y ladeó la cabeza, como si haciendo eso le diera más sentido a las palabras que acababa de escuchar.

—Que te vendo mi alma —confirmé sin titubear y por primera vez en muchos años me sentí con ganas de seguir respirando.

Probablemente, ya sea que aceptara o no mi negociación, me preguntaría porque me vi tan osada al sugerir aquello, pero por fin había un rayo de esperanza, después de vivir en completa oscuridad.

Lusian se retiró de su sensual posición y dio un pasó en reversa, estudiándome de pies a cabeza, hasta que sus ojos volvieron a instalarse en los míos y los vi brillar con diversión.

—¿A cambio de qué, según tú, quieres venderme tu alma, dulzura? —Preguntó entretenido, tirando del cuello de su camisa, para acomodarlo.

Diablo maldito, ya que no podía decir Jesús bendito, ¿por qué un gesto tan casual lo hacía lucir tan irresistible y condenadamente adorable al mismo tiempo? Era increíble como después de tanto tiempo mi corazón seguía haciendo esa extraña cosa de expandirse con su sola presencia.

—Lucifer me dijo que su trabajo, bueno, ahora tu trabajo es condenar almas, pero también puede convertirlas en demonios. Te vendo mi alma para que me conviertas en uno y podamos volver a estar juntos —dije con convicción, esperando alguna burla o un comentario fuera de lugar de parte de él, pero no lo hizo.

Para mi maldito infortunio, el mesero que interrumpió minutos atrás salió de la cocina, llevando una charola con copas llenas de champaña y tuvimos que guardar silencio, en espera de que se fuera. Lo perseguí antes de que lo hiciera y le robé una copa, disculpándome con una sonrisa fingida y levanté la copa en su dirección, brindando unilateralmente.

—Lo siento, la necesito —dije a modo de disculpa y se retiró, observándome con recelo.

Sí la necesitaba, y no una copa, sino una botella completa. Porque, veamos... ¡Acababa de ofrecerle mi alma al diablo!

Regresé a mi antigua ubicación, frente a Lusian y me bebí la mitad del líquido efervescente, al mismo tiempo que estudiaba su posición y  expresión, viéndolo por encima de la copa.

Parecía que lo habían enviado de vuelta a su nuevo hogar, pero dejando su cuerpo presente, porque le hallé meditabundo, con la mirada casi perdida en la nada y la mandíbula tensa. Oh, ni siendo la criatura más temida por la humanidad, (aunque nadie sabía que era nuevo) dejaba de crear su maldita barrera anti emociones.

Casi una eternidad después y mi copa vacía, Lusian regresó al planeta tierra y sus orbes completamente atormentados regresaron a mí, haciéndome dudar un poco de mi propuesta, pero sólo un poco.

—¿Estás loca? ¿Psicópata? —Me preguntó incrédulo y volvió a reducir la distancia que había entre nosotros.

—No lo sé. Dímelo tú, señor te ofrezco mi alma a cambio de la vida de la elegida —comenté con sátira, buscando desesperadamente un lugar en donde dejar mi copa.

Como no encontré ningún lugar Lusian me la quitó y la aventó fuera de la cabaña, con un rugido que me hizo dar un respingo.

—Si quieres asustarme para que me retracte...

—No —me interrumpió —. En una ocasión te aseguré que no te dejaría bajar al infierno por mí y mucho menos te pediría hacerlo. ¿Cómo te atreves a sugerir algo así?

Oh, sí. Recordaba esa conversación, cuando sacó a flote sus conocimientos culturales sobre Dante y Beatriz.

—En esa ocasión fue metafóricamente, no lo olvides —dije, me acerqué a él lo poco que quedaba de distancia y lo tomé de las solapas de su saco —. Y no quiero bajar para rescatarte, quiero hacerlo para estar contigo. Además... —guardé silencio para darle un toque más dramático a mis palabras, acercando mis labios a los suyos, en una invitación silenciosa para que los probara. Aun con cincuenta y más años podía seguir siendo seductora —... también me juraste que jamás volvería a despertar sin ti a mi lado. Haz incumplido esa promesa por más de veinte años. Puedes romper otra, para volver a cumplir esa, para siempre —susurré, dejando que mis labios rozaran los suyos al hablar.

Lusian tomó aire duramente y probó únicamente mi labio inferior, dejándolo húmedo y deseoso de más. Me rodeó la quijada con una de sus fuertes manos, con suma delicadeza, y empujó mi cabeza hacía atrás, así obligando a que nuestros ojos volvieran a encontrase.

—Cada miserable día, desde que estoy ahí, he soñado con volver a tenerte a mi lado. No ha pasado ni un segundo en el que no piense en lo fabuloso que se sienten tus besos, tu cuerpo, tu corazón latiendo junto al mío... —susurró apasionadamente, restregando su labios con dureza en la curva expuesta de mi cuello, hasta que se detuvo, dejándolos contra los míos —. Te he echado tanto de menos... te he necesitado tanto, Alexa. Pero no puedes ir ahí, dulzura... no puedo llevarte ahí.

—¿Pero es posible, Lu? —Pregunté esperanzada, temblando bajo su dominante presencia.

—Es posible, sí —contestó ásperamente y me soltó.

—Entonces hazlo —le pedí en un susurró ahogado —. A menos que en lo que te convertiste te haya quitado el amor que sientes por mí —sugerí, empezando a sentirme presa del pánico.

—Ah, no, terror —musitó acariciando mi mejilla con el dorso de su mano —. Te amo incluso más estando ahí. Pero no es un lugar en el que quiera que estés —comentó tristemente.

—¿Por qué? Apuesto que siendo el diablo ya te llevaste a todas ahí a tu cama, o en lo que sea que duermas —me aventuré a decir, y enseguida me sentí estúpida por ello.

La risa nasal que dejó escapar Lusian me hizo sentir aún más humillada.

—Hay un montón de criaturas ahí con las que podría hacer lo que sea, de la forma que sea, por el tiempo que sea, pero desde que me dijiste sí a amarte, todos mis sentidos te pertenecen, yo te he pertenecido irreversiblemente desde entonces. Pero ese es el problema, gran parte de los que están ahí, como demonios, entregaron su alma por maldad. No hay un gramo de empatía o nobleza en sus corazones. No puedo llevarte a un mundo así —aseguró sonriéndome con resignación y me dio un beso tan fugaz como un suspiro —Te mereces un mundo lleno de amor, cariño.

—Si es tan malo, no quiero que estés solo ahí, Lu. Quiero ir contigo —pedí, envolviendo uno de mis brazos entorno a su cuello —. Piénsalo, ya una vez estuve en un lugar parecido. Por eso soy quien soy. Fui tu elegida y renací de la oscuridad. Podríamos gobernar juntos tu mundo y nadie se atrevería a volver a separarnos. Deja que esta vez sea yo la que se sacrifique, ya lo hiciste tú por mucho tiempo y de muchos modos.

—Pero tienes la oportunidad de vivir muchas vidas más o ascender como un dulce ángel —dijo aferrándose a no cumplir nuevamente mi requerimiento, como lo hizo años atrás al ignorar mi suplica de que no se entregara.

—Vivir muchas vidas me parece que sería muy fastidioso y... ¿Ser un ángel? ¿Para qué? Ve como de infeliz fue Daniel, Gabriel y Lucifer, sin poder disfrutar de lo que te da el amor. Son esclavos de su gloria. Yo no quiero eso para mí —aseveré.

Según mi intuición, Lu parecía estar dudando por su negativa. Sus hermosos y oscuros ojos se estacionaron en los míos con intensidad y los vi brillar de nuevo, como en otras tantas ocasiones, desbordando amor, devoción, admiración y deseo.

Yo, por otro lado, me sentí totalmente convencida de lo que estaba ofreciendo, de lo que quería. Porque entendía que parte de mi deseaba eso, por el lugar de donde venía mi alma. Nunca estuve tan segura de algo como en ese momento, porque... porque era parte de esa oscuridad, esa misma oscuridad que me llevó a los brazos de Lusian, quien era el único que podía satisfacer mis deseos.

Como lo vi luchar contra sí mismo, lo tomé de la mano y nos guié hasta ubicarnos frente al espejo de cuerpo completo a un lado del baño de mujeres. Me posicioné frente a él, con mi espalda presionada contra su pecho y sonreí mirando nuestro reflejo en el espejo.

Por algún motivo desconocido, estaba convencida de que ese era mi destino. Se me reveló inesperadamente, pero con fuerza.

Lusian me rodeó de la cintura, dejando su mano presionada contra mi estómago y sonrió lentamente a nuestro reflejo, recargando suavemente su mejilla en mi sien. Era tan alto a lado de mí, que tuvo que inclinar un poco su cabeza para lograrlo. 

Sus ojos, por un fugaz instante se volvieron completamente negros, como un agujero en el universo y cuando los regresó a su estado natural, la imagen que me regresó el espejo no era la que vi por años. Mi reflejo era el de la chica de veintiocho años que vivió inmensamente feliz a lado de Lusian. Aunque con ciertas variantes. Pude admirar mi cabello suelto en ondas suaves cayendo sobre mis hombros, sin ninguna cana y mucho más brillante. Mis ojos resplandecían astutos, con una pizca de diversión, agudos y ligeramente rasgados. Mis facciones parecían un poco más afiladas, dejando ver mis pómulos resaltando con elegancia sobre mis mejillas un tono más rosadas y la sonrisa que curvaba mis labios estaba llena de arrogancia. Era yo, pero no lo era. Era mi alma convertida en demonio y me gustó, la quise inmediatamente para mí.

Miré mis verederas manos, encontrando que seguían luciendo de cincuenta años y preferí volver a ver  a la chica del espejo.

Por supuesto, él ahora podía practicar esa especie de hipnotismo o alucinaciones, pero qué alucinaciones.

Oh por satanás, eso sólo hizo que se acentuara lo poderoso que era y tuve deseos profundos por arrancarle su estorboso traje. 

—¿Y si es por esto para lo que nacimos, Lusian? —Le pregunté, hipnotizada con la imagen de nosotros en el espejo, nos reflejábamos casi como una cuadro bíblico —. Podríamos romper todos los esquemas, cambiar la historia, revolucionar el mundo, Lu...

La fascinante criatura a mis espaldas nos estudió en el espejo, deleitándose en cada una de las curvas que se presumían en mi reflejo y fue como si al mismo tiempo estuviese acariciándome con sus manos. Cuando sus ojos se volvieron a encontrar con los míos, fui testigo de la apariencia del verdadero diablo. Aún poseía el mismo rostro que amé ver cada día al despertar, pero sus orbes se abrieron con determinación y reconocimiento, dejándome ver en ellos todo el poder que poseía. Su mirar quemaba y te sentenciaba al mismo tiempo. Sólo con verte, Lusian podría condenar hasta al más casto y puro y podría enviar al paraíso al más perverso.

—Eres la tentación del diablo, dulzura —me susurró usando su doble voz, revelándome que había tomado una decisión, y dibujó una línea invisible en la extensión de mi cuello, con sus labios, sin desviar ni un momento sus ojos de los míos.

Me maravillé con su apariencia, con la supremacía que emanaba de él. Su poder me tentó a querer probarlo, quemando con gusto cada parte de mí, llevándome al lugar más caliente del universo y me sumergí en esa dulce tentación que el diablo era para mí.

Quería ir a la oscuridad por él, pero también quería ir por mí. Porque lo deseaba, deseaba esa penumbra para mí, y no porque me abdujera, sino porque sabía que ahí, también encontraría un lugar lleno de luz, la luminiscencia del amor. Lujuria y amor. Pecado y virtud. Ambos nos ofrecíamos lo mismo, en la misma medida, con la misma pasión.

Lo mejor de ambos mundos.

Porque sólo en la oscuridad se puede apreciar verdaderamente la luz.

—Tardaste meses en ponerle fecha a la boda, pero haces esto como si no temieras a nada... Opacaras la belleza de Lilith —declaró Lusian, sacándome de la neblina de deleite en la que me permití regocijar, regresando a su voz natural, pero dejando expuesto al cien por ciento lo que realmente era.

—¿Lilith? —Pregunté con curiosidad, sin poder dejar de admirar mi nuevo reflejo en el espejo.

Aunque mi reflejó era perfecto, asombroso, maravilloso... sentí un tirón de celos que nació desde el centro de mi vientre, tomándome por sorpresa.

—La primera fémina de la creación—me informó con cierta reticencia —. Creo que no va a estar muy contenta contigo ahí —dijo ásperamente.

—¿Tienes algo que ver con ella? —Pregunté observando de nuevo a Lusian a través de su reflejo —. Yo creí que Eva era la primer mujer de la creación —comenté sin comprender.

—Eva fue la primera mujer en la tierra. Lilith fue la primera mujer que Dios creó... pero se reveló a la sumisión del paraíso y cayó, mucho antes de que Lucifer fuera exiliado... fue enviada al jardín del Edén como una serpiente y por eso se cree que fue así como Eva tentó a Adán... incentivada por esa serpiente.

—Eva no fue tentada por ninguna serpiente y tampoco tentó a Adán—dije, recordando la historia de Lucifer y me olvidé de mi exquisito reflejo, girándome entre el brazo de Lusian para quedar frente a él —. Eva se enamoró de Lucifer... y por eso lo condenaron —comenté con pesar.

—Lo sé, dulzura —murmuró y me sonrió para animarme —. Fueron Lilith y Miguel los que planearon la rebelión contra... Él —dijo casi poniendo los ojos en blanco con fastidio —. Llilth fue quien descubrió el romance entre Eva y Lucifer. Entonces el arcángel y ella usaron esa información para liberarse de la furia de Dios y culparon al caído. Desde entonces Lilith vivió encerrada en una gran jaula bajo el poder de Lucifer y yo no voy a sacarla de ahí, mucho menos ahora que vas conmigo. Así que, respondiendo a tu pequeño ataque de celos, porque aun puedo ver en tu alma, no, no tengo nada que ver con ella ni con nadie más. ¿Qué no me oíste? Te pertenezco solo a ti.

—¿Cómo sabes todo esto? —Pregunté un poco impresionada —. ¿Y entonces por qué esa mujer no va a estar muy contenta conmigo ahí?

—Ahora me sé toda la verdadera historia de la humanidad, Ax y tendremos mucho tiempo para que te cuente todo, después de que, ya sabes... te haga de todo, de todas formas —sugirió sugestivamente, haciendo brillar sus ojos de lujuria —. Y ella es... un monstruo disfrazado de ángel. Odió a Lucifer siempre, y a Eva. Ahora me odia a mí y te odiará a ti por una razón en común... ella nunca tuvo oportunidad de amar como nosotros. Creo que al final, tenías razón con Lucifer.

—No me hables de él —dije, queriendo olvidar que por su culpa Lusian fue arrebatado cruelmente de mis brazos —. ¿Lo harás entonces? ¿Me llevarás contigo?

—Sólo si estás segura —dijo, presionando su frente sobre la mía —. ¿Qué pasará con Lusiana? —preguntó gravemente.

Pensé en ella y en lo que me dijo cuándo me encontró llorando y supe inmediatamente que ella, de alguna manera, sabía lo que iba a pasar.

—Creo que ella va a estar bien... —aseguré.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque creo que me dio permiso sin que yo lo supiera. Es nuestra hija, Lu. Ella es más inteligente que tú yo juntos.

Si me convertía en una mujer más intuitiva y lógica, podía asegurar que todos ellos, de alguna manera se despidieron de mí y me pidieron perdón al mismo tiempo, si es que aceptaba que Lusian borrara mis recuerdos de él. Traidores, confabularon a mis espaldas y me supo tan bien, que estuve aún más segura de lo que quería hacer. Sólo debía deshacerme de una duda.

—¿Puedes decirme como es ese lugar? —Cuestioné a Lusian, acariciando su nariz con la mía.

—No hay luz del día, ni estrellas que iluminen. Sin embargo, la llama naranja que hace arder el cielo eternamente puede resultarte... perversamente bello. Y se puede viajar a Italia, Francia, Egipto, a donde quieras, amor, sólo cuando no hay mucho trabajo —dijo, un tanto divertido y motivado —. Es como la tierra, pero sin alegría, dulzura. Además, siempre escucharás los lamentos de los condenados, como una canción lúgubre de fondo ¿Segura que quieres ir conmigo?

Como lo describía, no me parecía muy diferente al mundo en el que vivía, rodeada de gente sedienta de poder, creando guerras sin importar a quien le arrancaran la vida solo por su propósito. Se extinguían decenas y decenas de especies, la contaminación rara vez nos dejaba ver las estrellas en el firmamento. El sol poco a poco se volvía mortal para nosotros. Y cada vez era menos la gente con empatía, con nobleza en su corazón. Abandonaban niños a su suerte en las calles y mataban fríamente por dinero. Existía gente muriendo de hambre en muchos países, mientras que otros podían limpiarse el trasero con sus billetes. Yo no quería ser parte de ese mundo, no más.

Me tranquilizaba saber que Lusiana estaría protegida siempre por un arcángel, que aunque no fue del todo honesto y me iría sintiendo todavía rencor por él, no dudaba del amor que él le tenía. Además, si me convertía en la compañera del diablo y me enteraba de algún otro plan de su parte, bueno, le arrancaría sus lindas alas de arcángel.

—Sólo si me prometes que no dejaré de quererte—le dije, abrazándolo por el cuello.

—¿Tú quieres dejar de quererme? —Inquirió con seriedad, acariciando con ambas manos la curva baja de mi espalda.

—No, no quiero —aseguré sin una pizca de dudas.

—Entonces puedes amarme eternamente, porque yo lo haré —aseguró vehementemente —. ¿Estás lista para convertirte en mi reina, la reina de las tinieblas? Puedes usar un vestido de novia —sugirió con picardía.

—Me gusta más la emperatriz de la oscuridad... Por ti, llevaría un vestido de novia toda la eternidad.

—Tengo planeado que uses le menor ropa posible por toda la eternidad —comentó sugerentemente.

De la nada, el recuerdo cruel del hueco en su pecho, después de que le arrancaron el corazón me interceptó, encogiendo mi estómago.

—¿Tienes que arrancarme el corazón? —Pregunté algo nerviosa, sujetándome con fuerza de su cuello.

Negó riendo roncamente y me presionó con fervor contra su cuerpo, robándonos a ambos un delicioso gemido.

—Si me entregas tu alma, me entregas tu último aliento... —dijo, soltando mis caderas, pero sólo para tomar mi rostro con ambas manos.

Fue tan rudo que tuve que sujetarme de sus brazos y ponerme de puntitas para, contradictoriamente, no perder el equilibrio.

—Te entrego mi alma, mi vida, mi corazón. Porque siempre fuimos, Lusian Bennett. Siempre —susurré, abrí ligeramente mis labios para él, cerré los ojos, y acepté mi destino, no el prohibido, sino el que siempre fuimos.

—Te amo tanto —gruñó apasionadamente, golpeando el interior de mi boca con su aliento —. Porque siempre fuimos, dulzura —susurró y se apoderó de mis labios con violencia.

Lo besé abandonándome a la sensación tan dulce y caliente que todo él provocó en mi exterior y en mi interior. Ese beso derrumbó todo el dolor por el que tuve que pasar por tanto tiempo y me regresó una a una todas las risas que Lusian me robó gracias a sus pésimos chistes tan fuera de lugar y su manera tan imprudente de tomar las cosas. Me devolvió la alegría de verlo caminar entre la gente, sintiéndose más poderoso que ellos, aun sin saber quién era realmente. Pude saborear de nuevo el delicado gusto que siempre me dejó al hacerme sentir protegida, incluso de él.  Pude ver sin dolor sus sonrisas, sus carcajadas, sus gestos sugerentes, sus ojos llenos de pasión y amor incontrolable. Lo vi, entre todas las escenas que pasaron detrás de mis ojos, bailando conmigo, cantando, paseando en Italia, comiendo conmigo en nuestro pequeño departamento, cumpliendo todos mis caprichosos... amándome sin censura.

Me di la oportunidad de recibir de nuevo en mi corazón a Lusian Bennett, por todo lo que construimos y por todo lo que estábamos a punto de construir, aunque fuese ambiguo el destino que tendría a su lado.

Percibí las manos de Lusian presionándose en la curva de mi espalda, atrayéndome con brío a su cuerpo, como si buscara la manera de unir nuestros cuerpos para convertirlos en uno solo. Jadeé bruscamente cuando la manera en que su beso se intensificó, robándome el aliento... mi último aliento.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro