20
LA GUERRA ES UNA OPCIÓN. LA PÉRDIDA ES INEVITABLE
ALEXA
Nos fuimos a dormir con la duda de no saber si darnos la mano, un beso o asegurarnos que nuestros corazones estarían a salvo, a donde sea que tuviéramos que ir.
¿Dónde estás, dulzura? Te necesito...
Pareció que aquellas dulces palabras, pronunciadas por la voz que aceleró por mucho tiempo mi corazón, fueron lo único que escuché durante una eternidad. Y esas mismas palabras me hicieron entrar en un laberinto interminable de terror y desolación.
Fueron, aquella unión de letras, las que me llevaron a abrir los ojos, con la única esperanza de encontrar al hombre de mi vida, a un lado de mí, durmiendo en completa calma. Pero nada más lejos de la realidad. Lo único que hallé fue dolor en el pecho y el alma vacía. Deseé poder volver a dormir, para no sentir nada.
Recordaba lo último que pasó, antes de caer en la oscuridad perpetua y absoluta. Vívidamente mis últimas memorias se dibujaron en mi conciencia. Alguien me había dormido con algún extraño químico de aroma dulce, y después, nada.
Aterrada por ese recuerdo miré a mí alrededor, encontrando mi visión cubierta por una densa neblina que apenas me dejaba distinguir la siluetas que detectaba en el camino que recorrieron mis ojos. Poco a poco obtuve un poco de claridad hasta que tuve la capacidad de entender en donde me encontraba. Era mi habitación en mi antigua casa de Farmington. ¿Qué demonios hacia ahí?
Quise levantarme y querer mover mis brazos, pero el sonido de cadenas retumbó en mis oídos y me descubrí incapaz de moverme. Tiré con fuerza de mis manos y alcé la vista, descubriendo los eslabones que habían sonado un segundo atrás. Había dos armellas incrustadas en las pared, por encima de la cabecera que reconocí de mi recamara.
El pánico se apoderó de mí y seguí tirando con fuerza, en un intento vano de soltarme. Estaba atada, inmovilizada.
Con el terror instalado en mi pecho y unas inmensas nauseas que tuve que reprimir y así tragar el sabor amargo en mi boca, miré de nuevo a mí alrededor, obteniendo con más claridad imágenes del escenario en el que me hallaba.
Mi estante de libros se posó frente a mí, cubierto de algunas telarañas y polvo en las pastas. La puerta del baño estaba entre abierta con la luz encendida. Las cortinas de la ventana estaban completamente cerradas y fui incapaz de distinguir en qué hora del día había abierto los ojos para encontrarme en aquella situación tan escalofriante.
Mi corazón latía desbocado y erráticamente, y lágrimas inundaron mis ojos, volviendo mi vista de nuevo a la neblina anterior.
Me fijé en una silueta femenina, sentada en el suelo, en una esquina, entre la pared y mi cómoda. La mujer se abrazaba las piernas y lentamente levantó la cabeza hacia a mí, revelándome su identidad.
—¿Katha? —Pregunté, tragando saliva con dificultad.
Estaba muy oscuro como para poder descifrar su expresión, pero no cabía duda de que era ella. Su cabello negro y grasoso revuelto y las líneas que definían su rostro no me dejaron ninguna duda.
—Despertaste —musitó sin aliento, como si tuviera alguna dolencia —. Se supone que debía mantenerte dormida.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Pregunté desesperada, volviendo a tirar de mis brazos, sólo logrando que el frío metal abriera la piel de mis muñecas.
Al menos me dejaron en la comodidad del colchón de mi cama y una cobija me cubría una parte de las piernas.
—Enzo me matará —gimió lastimosamente y se echó a llorar, escondiendo su cabeza entre sus piernas.
Nada tenía sentido, absolutamente nada.
—¿Enzo? ¿Qué está pasando? —Interrogué, presa del pánico y al sentirme desvalida me eché a llorar junto con ella, sin interrumpir mi lucha para liberarme.
—Él me prometió que me daría todo lo que siempre soñé, todo lo que tú siempre has tenido, pero le fallé y no me dará nada —sollozó y la vi apretar uno de sus brazos contra su abultado abdomen.
Parecía no sentirse bien. De hecho, se veía peor de lo que yo me sentía y eso ya era decir mucho, porque era yo quien estaba atada con cadenas a la pared, con la boca seca, náuseas y dolor en cada rincón de mi cuerpo.
De pronto tomé consciencia de algo de suma importancia. Mi hija. Sin aire en los pulmones me concentré solo en esa parte de mi cuerpo, buscando una señal de que estuviera aun conmigo. Afortunadamente pude sentir unos suaves movimientos, que apenas pude percibir, pero eran lo que necesitaba para saber que ella estaba bien y a salvo.
Ocupaba inmediatamente salir de ahí.
¿Dónde estaba Lusian? ¿Cómo estaría? Seguramente desesperado por no saber nada de mí. ¿Cuánto tiempo llevaba en cautiverio? Maldición, tantas preguntas, demasiado pánico y poco por hacer. Quería llegar a él de cualquier forma y pedirle que me rescatara, que me regresara de nuevo a su lado. No podía imaginar lo que estaría pasando.
Kathara parecía ser la única vía de escape. Qué ironía y desesperanza.
Debía que llegar emocionalmente a ella, de algún modo. Aparentemente estaba ahí por su voluntad y no secuestrada como yo.
Por cierto. ¿Quién demonios se había atrevido a alejarme de mi familia?
Lo supe en cuanto me formulé aquella pregunta. Enzo. Ahora tenía sentido. Recordé la voz que escuché en mi oído, antes de cerrar los ojos contra mi voluntad. Y era obvio, si recordaba la situación en la que vivía, por llevar dentro a la hija del portador. Ellos no querían que ese bebé naciera o supondría su extinción.
Necesitaba pensar con la cabeza fría y mantener la calma, si quería llegar a ella y que me ayudara a escapar. Veía probable que ambas necesitáramos hacerlo, porque a saber las razones por las que Kathara estuviera ahí, exactamente, o cómo fue que llegó hasta eso.
—Katha... tienes que escucharme —le pedí con calma, intentando controlar mi respiración —. Enzo...
—No, cállate. Lo he defraudado— gimió y con dificultades se puso de pie —. Ahora por tu culpa no tendré nada de lo que quiero. Siempre me quitas todo.
Caminó sosteniéndo su abultado vientre y se sentó a mi lado, a la orilla de la cama.
Así fue como pude darme cuenta del verdadero estado en el que se encontraba. Su piel lucia verdosa y perlada por gotas de sudor. En sus labios se dibujaban varias grietas con resquicios de sangre y sus pómulos parecían haberse amalgamado con su cráneo. Definitivamente ella no estaba bien.
—Desátame y te prometo que te pondré a salvo, las dos podemos escapar de aquí —le pedí ansiosamente, retorciéndome bajo el subyugo de las cadenas.
—No quiero ir a ningún lado contigo —gritó y en seguida se tapó la boca con una mano, volteando a ver con nerviosismo hacia la puerta —. Tienes que volver a dormir —susurró, como si lo lamentara y acarició un costado de mi rostro, con sus nudillos.
Aterrada y furiosa retiré mi cara de su toque, sintiendo la bilis trepar por mi esófago.
—Suponiendo que tu Enzo sea el mismo que yo conozco, creo que no sabes en lo que te estás metiendo —murmuré, petrificándome al ver una sombra pasar por la rendija inferior de la puerta.
Tenía que bajar la voz y no alertar a quien fuese que estuviera ahí afuera. Imaginaba que no era sólo Enzo quien participaba en aquel hecho tan impensable y nauseabundo.
A mi costado, Kathara comenzó a trabajar con algunos objetos sobre la mesa de noche. Unos en concreto y que me quitaron la poca cordura que poseía. Había un montón de frascos pequeños de vidrio, un montón de agujas usadas, y algunas dentro de su empaque, algodón y alcohol. Ah, y unas llaves, que brillaron casi mostrándome mi libertad.
Ella estaba llenando una de las jeringas con un líquido transparente de uno de esos frascos, concentrada y con las manos temblándole.
Demonios, no. Me iba a volver a dormir.
Bien, si tenía suerte y Daniel estuviera participando en algún rescate, en caso de que no me hayan dado por muerta, podría sentirme, ¿no?
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Pregunté, evitando mostrar mi desesperación.
Katha le dio unos pequeños golpes con la uña a la jeringa y se volteó para mirarme, con una sonrisa carente de emociones.
—Como quince días —contestó y dejó la jeringa sobre la mesita.
¿Tanto tiempo?
Las pocas esperanzas que tuve al pensar en la conexión que tenía con Daniel se esfumaron. Quince días era demasiado. Dos semanas eran suficientes para darme por muerta. ¿Pero por qué Daniel no me encontró gracias a su vínculo? ¿Lo habría perdido? Tal vez le pasó algo...
Todo se ponía peor a cada segundo. Y fue mucho más aterrador cuando Kathara frotó el algodón humedecido en mi brazo, regalándome una sensación fría y nada bienvenida.
Quise apartarme, y con suplica desbordando de mis ojos busqué que Kathara me mirara. Debía haber algo en ella que pudiera disuadirla de lo que estaba haciendo.
—¿Sabes qué es Enzo? Es un monstruo, el hijo de un ángel y un humano. Una raza que jamás debió existir. Te estás poniendo en peligro, tú no le importas. Katha, tienes que escucharme... —supliqué, víctima de mis peores temores, echándome a llorar como una niña perdida.
—No vas a asustarme con eso, sé lo que es. Él me lo dijo. Y también me dijo que podía cumplir todos mis deseos... tiene muchos poderes —anunció, casi pareciendo orgullosa, pero su lamentable aspecto solo la mostraron como un personaje de alguna película de terror —. Cuando por fin maten a ese bebé tuyo, tendré todo lo que me prometió. Él me ama...
¿Quién creía que era? ¿El genio de la lámpara?
¿En serio? En otras circunstancias me hubiese reído, pero era más el pánico que mis ganas de pasarla bien al estar secuestrada en mi propio cuarto.
No iba a servir de nada que dijera cualquier cosa en contra de Enzo, que ella estuviera dispuesta a creerme. Pero tal vez si le hacía ver que alguien más era mucho más poderoso que él... Y no sería mentira.
—Kathara... ¿Te hablaron sobre el hijo de satanás? Ese que está detrás de ellos... ¿Lo sabes? Cuando los encuentre no solo los matará, los enviara al infierno y a todos los que lo ayudaron—dije, vaciando en mis palabras todo lo atemorizante que me permitía ser mi estado de desesperación.
Era mitad diablo, pero ella no lo sabía, aparentemente.
Vi un atisbo de duda cuando me miró de reojo, pero decidió seguir ignorándome cuando cogió de nuevo la jeringa y limpió la aguja con el algodón.
Podía funcionar, si le daba el suficiente toque dramático a mis palabras. Aunque para mi sonara todo menos amenazante, ya que conocía al diablo en persona y no era más que un ser torturado.
No dudó más y guió la ajuga hacia mi brazo.
—¡No! ¡Detente! Estás cometiendo un error —supliqué, dejando atrás lo que me parecía era una buen actuación y gotas saladas de desesperación corrieron rápidas por mis mejillas —. Por favor, no deseo que salgas herida de esto. Contéstame... ¿te hablaron sobre eso?
La vi tragar saliva y bajó la mirada hacia su regazo, junto con la mano que sujetaba la jeringa.
Casi suspiré de alivio.
—No existe tal cosa. Tú quieres confundirme —murmuró haciendo una mueca de dolor y presionó su vientre con su mano libre.
—Te sientes mal, Kath. Tu hijo está en peligro. Por favor, piénsalo... —volví a suplicar.
Levantó sus ojos llenos de terror hacia mí y negó lentamente, con resignación.
—Aunque te creyera, hay un montón de ellos allá afuera. No tendrías oportunidad de escapar. Yo no quiero irme, creo que estoy enamorada de él —confesó a punto de echarse a llorar.
Bueno, ¿pero qué diablos le ocurría? ¿Dónde habría dejado su amor propio? En realidad, ¿alguna vez lo tuvo?
Incapaz de entender su afán de seguir buscando lo que sea que quisiera encontrar, en las personas y lugares equivocados, me removí sobre el colchón, para sentarme con la espalda recargada en la cabecera. Mi bebé estaba casi tan asustada como yo, porque se presionó contra mi costado derecho, robándome un gemido.
Tranquila, por favor. Te sacaré de esto.
Si Katha no quería escapar, yo sí. Necesitaba toda la información posible para maquinar alguna estrategia. Y para eso debía seguir despierta, entonces tendría que distraer a Katha todo lo posible. Podía hacer las dos cosas al mismo tiempo.
O tal vez podía golpearla con mi pie y hacer malabares para así poder alcanzar las llaves.
La primera opción me pareció más viable, porque con mi gran estómago, dudaba que pudiera hacer cualquier tipo de flexión.
—¿Cuántos de ellos son? —Quise saber.
Mis brazos comenzaron a sentir el dolor de permanecer tanto tiempo en la misma posición y estirados, por lo que, de nueva cuenta, intenté zafarme. Pero ya solo me parecía que era como una necesidad básica el hacerlo, porque no obtenía ningún resultado.
—Como treinta y vienen más en camino —contestó y dejó la jeringa a un lado —. Lo único que puedo hacer por ti es no sedarte... ya tienes todo en tu contra de todos modos.
—Podemos salir juntas —insistí, aunque sabía que sería en vano —. ¿Desde cuando estás metida en esto, Katha? ¿Por qué?
—Lo conocí hace tres meses, el día que nos reencontramos tú y yo en esa tienda... dijo que tú no debías tener ese bebé, porque acabaría con la humanidad. Yo no quiero morir —se lamentó.
Vaya... podía conjeturar una cosa que me produjo escalofríos.
—No fuiste a la mansión Bennett por ayuda, ¿verdad? Fue para esto que fuiste ahí... —dije con cautela, con una vaga esperanza de que lo negara.
—Son cosas que se tienen que hacer por amor—dijo, con seguridad.
—No, él te usó nada más. ¿Qué no lo ves? —dije.
—¿Estás celosa de que por fin tengo algo que era tuyo y ya no? Sé que tuvieron algo Enzo y tú, pero ahora está conmigo —vociferó, alterándose y se puso de pie.
—No seas estúpida. Lo único que tuve con él fue sexo... ¿Sabes algo? Lusian va a matarte cuando me encuentre —espeté, perdiendo hasta el más mínimo atisbo de compasión que tuve por ella.
—Por favor... ya pasaron quince días desde que te trajimos aquí. La verdad, pienso que ni siquiera te buscó —dijo.
La miré con los ojos entrecerrados, con la necesidad de derramar mi veneno sobre ella. Pero no pude hacerlo, no podía decirle que Lusian me amaba más allá de lo que ella podía entender y lo que conocía. De hecho, aunque no hubiéramos sido sobrenaturales o lo que fuera, Katha sería incapaz de entender lo que significaba el verdadero amor y restregárselo en la cara sólo la haría enfurecerse y entonces terminaría por volver a sedarme.
De algún modo me tenía en sus manos.
Lo que sí podía hacer, era sembrarle miedo y más dudas sobre sus actos. Eso no supondría que me envidiara más, o quería creerlo.
—Enzo no te contó sobre Lusian, ¿verdad? —inquirí, rezando por que la información que estaba por develarle la hiciera reconsiderar su bando —. Es el hijo del diablo y de un arcángel. Apuesto lo que sea a que nunca lo mencionó —dije con cierto aire enigmático.
Volvió a sentarse a mi lado y retiró un mechón de mi cabello que caía sobre mi rostro, acomodándolo detrás de mí oreja con especial cuidado, como si tuviera algún tipo de aprecio por mí.
—Creo que voy a tener que dormirte otra vez, mi querida amiga. Si existe algo así, dudo que ese imbécil lo sea...
Antes de que pudiera decirle cualquier otra cosa, la puerta del cuarto se abrió abruptamente, haciendo que ambas diéramos un respingo y nos miráramos llenas de pánico.
Enzo atravesó el umbral, con aire iracundo y depositó su pétrea mirada en Kathara, quien tuvo la oportuna idea de levantarse y alejarse hasta que quedó oculta en la sombra del rincón más cercano.
—¡Maldito hijo de puta! —Vociferé, suplantando la desesperación antes experimentada por una furia sin precedentes, que hizo que mi sangre corriera espesa y caliente por mis venas—. ¡Suéltame! ¡Te juro que vas a arrepentirte ese esto! —Lo amenacé, tirando con la mayor fuerza de mis manos, ocasionando que las cadenas golpearan escandalosamente contra la cabecera.
No me importó el ardor en mis muñecas ni el vertiginoso nudo de frustración e impotencia que creció en el centro de mi estómago. Tenía tantos deseos de asesinarlo.
—Lo siento, me sentía mal y no pude volver a sedarla —se disculpó Kathara, llevándose las manos a su vientre, con lágrimas silenciosas surcando su miserable rostro.
—¡Libérame ahora! —Le volví a exigir, presa de la ira, sin pensar en que podía estar alentando a un depredador que solo quería hacerme daño.
La mirada de Enzo dejó a Kathara y se instaló sobre mí, con una sonrisa cargada de arrogancia y goce, que sólo hizo que me enfureciera más.
—Por tu estado, me parece que no deberías alterarte tanto, vas a hacerle daño a ese bebé —comentó sin vergüenza, acercándose a mi lentamente.
No me amilané ante su potente y furiosa mirada, por lo que se la sostuve, levantando la barbilla. Mi pecho subía y bajaba erráticamente, mi vista comenzó a nublarse y me vi presa de mis impulsos, tirando una y otra vez de las cadenas.
No comprendía por qué no me habían matado ya, o porque seguía embarazada si ellos no querían que naciera mi hija.
Enzo me retiró su atención y volvió a ponerla en Kathara, que temblaba de pies a cabeza, contra aquella esquina.
Los pasos de Enzo tomaron rumbo en dirección a Kathara y cuando llegó hasta a ella me sorprendió dándole una bofetada con el dorso de la mano, que le volteó la cabeza y terminó por caer al suelo, envuelta en un llanto incontrolable.
Incluso a mí me dolió y me repugnó que hubiera hecho eso. No es que mereciera mi compasión, pero tampoco merecía ser tratada de ese modo. No merecía ser herida así ni de ninguna forma. Solo era una chica que no había podido encontrarse a sí misma y buscaba su identidad detrás de otras personas, olvidándose de a quien lastimaba en el camino.
Por otro lado, si dejaba de preocuparme por ella, había otra razón que me impedía sentirme sin remordimientos por la situación en la que se encontraba. Llevaba dentro un bebé y no cualquier bebé, sino de Joshua.
—Está embarazada, maldito idiota —gruñí, mortificada y con lágrimas escapando silenciosas.
—Pronto ya no lo estará, como tú —dijo secamente y se acercó a mí, me tomó del cabello, haciendo violentamente mi cabeza hacia atrás y me besó duramente —. Y cuando ese bebé nazca, será uno de nosotros y tú serás mía —murmuró lamiendo mis labios.
Tuve ganas de vomitar y como consecuencia, junté toda mi amarga saliva y la escupí, dando justo en el rostro de Enzo que seguía lastimándome con su duro agarre a mi cabello.
Más allá de enfurecerse, su sonrisa torcida me advirtió de su diversión y regocijo.
Me soltó bruscamente, haciendo tronar mi cuello y arremetió contra mí, siendo golpeada del mismo modo que lo había hecho con Kathara.
Gemí de dolor y mi cabeza cayó hacia a un lado, con parte de mi cabello cubriéndome la cara y percibí un hilo de sangre correr por la comisura de mis labios.
Mi visión se volvió borrosa y estuve a punto de perder la consciencia, pero entonces Enzo retiró el cabello de mi cara y me tomó con brusquedad de la quijada, girando mi cabeza en su dirección. Apenas si fui capaz de distinguir su rostro y puede que en su momento lo hubiese apreciado como alguien apuesto y noble. Pero estaba tan equivocada. Por supuesto que poseía una belleza irregular, pero el chico que alguna vez me rogó por tener algo más que sexo casual, había desaparecido por completo.
—Si tan solo me hubieras escuchado y te hubieras quedado conmigo, nada de esto estaría pasando. Por tu culpa mi hermana está muerta... pero no soy una persona que practique la venganza —murmuró, sacudiendo mi cabeza con ferocidad —. Te daré una última oportunidad. Necesito que repitas conmigo: Voy a quedarme contigo, Enzo. ¡Dilo!
Asentí bruscamente, presa del pánico y cerré los ojos, temiendo que me rompiera la quijada o algo mucho peor.
—Voy... voy a quedarme contigo, Enzo —sollocé las palabras, sintiendo el rio de lágrimas escocer en mi piel y arder la parte abierta de la comisura de mis labios.
—Buena chica. Ahora, tienes que entender que debes volver a dormir, hasta que nazca tu bebé, ¿de acuerdo, donna goffa? —dijo, sonando extremadamente cariñoso y me soltó.
—No, por favor —supliqué negando —. Prometo que no haré nada, pero no me sedes otra vez. Mi bebé, puede hacerle daño —murmuré entre hipidos lastimeros.
Eso era todo... cualquier oportunidad que hubiera tenido para escapar de ahí se esfumó, junto con mis esperanzas, mis ilusiones y sobre todo, ensombreciendo todas mis alegrías.
Me despedí del amor que sentía por Lusian y por Joshua. Me despedí del futuro que imaginé incontables veces a lado del hombre que me amó toda su vida. Vi perdidas todas esas mañanas que amanecí a su lado. Vi cómo se extinguieron las sonrisas que fueron exclusivamente hechas para mí. Me despedí de mi mejor amigo y de toda nuestra infancia, juntos.
Kathara tenía razón. Ya habían pasado demasiados días como para pensar que me encontrarían. Seguramente sí me buscaron, pero era poco probable que lo siguieran haciendo. Después de todo, el show debe continuar. Solo deseaba con todo el corazón que Lu tuviera la suficiente fuerza para superar mi perdida.
No estaba segura de lo que podría depararme el destino en manos de esos híbridos, pero por lo menos tendría una cosa. Él, por alguna razón, pensaba en convertir a mi hija en parte de ellos y tal vez tendría la oportunidad de estar con ella. Era lo único que me quedaba e iba a aferrarme a ello.
Era eso o desatar más la furia de Enzo y que terminara con mi vida. No me importaría morir, sino tuviera que preocuparme por la vida del ser que creció por ocho meses dentro de mí, como una prueba tacita del amor que Lu y yo compartimos.
Lusian... y pensar que unos minutos antes de que todo esto pasara le había dado fecha de boda. Por eso no quería hacerlo. Era la prueba de mi resistencia a caer bajo el influjo dulce de las esperanzas y la ilusión.
—Vas a tener que aprender una cosa. Aquí el que manda soy yo —rugió y volvió a golpearme, esa vez más fuerte y casi letalmente, logrando que mil cuchillos atravesaran mi cráneo y se extendiera el dolor por todo mi rostro.
Mierda, me percibí al borde de caer de nuevo en la inconciencia. Era una estúpida, si tan solo hubiera dejado que volviera a sedarme. Hubiese sido mucho mejor que ser violentada de ese modo.
Quería ceder a la oscuridad. Lentamente perdí mi voluntad ante mis sentidos, cayendo vertiginosamente en el vacío de mi subconsciente, en donde podía imaginar que mi vida era otra. Pero no caí por completo, seguía luchando por conservar un poco de lucidez. Era algo estúpido pero incontrolable. El instinto de supervivencia flotando sobre mí.
Ojala hubiera podido dejar de sentir, pero no fue así. Su puño chocó violentamente contra mi nariz y apenas fui capaz de soltar un gemido lleno de dolor. Ya ni siquiera tenía la vitalidad de poder gritar ante la dolencia ocasionada.
Dejé caer mi cabeza hacia adelante, sintiendo hilos de sangre escurrir de mi nariz. Mis brazos intentaron caer también, pero sólo tensaron la cadena que los sujetaba, clavándose el frio metal en la piel magullada.
Tal vez sí era mejor morir. No era justo esperar a traer al mundo a un bebé en medio de todo eso...
—Deseo concedido. Nada de sedantes, donna goffa.
Lo escuché decir, como un simple eco en mi cabeza.
De pronto algo hizo que quisiera seguir conservando un poco de claridad, entre tanto dolor y falta de energía.
Escuché gritos y gruñidos provenientes de afuera, lejanos, pero que podía escuchar con claridad. Intenté abrir los ojos por completo para averiguar qué estaba pasando, pero me fue inútil. No poseía ni un gramo de fuerza, para siquiera levantar la cabeza.
Enzo pronunció una serie de maldiciones y percibí en su voz algo muy diferente a la furia antes mostrada. Estaba asustado.
Mi curiosidad me inyectó un poco de energía y cuando fui capaz de levantar medianamente la cabeza y apenas abrir los ojos, las lágrimas de esperanza se hicieron evidentes y surcaron mi rostro como un caudal dulce y tranquilizador.
Lusian estaba parado en el umbral de la puerta desprendiendo una furia latente, que pude tocar. Su mirada chocó con fuerza contra la mía y por un segundo, un hermoso segundo, vi todo el amor que me tenía, antes de dejar que la ira lo consumiera.
Vestía con un traje negro y la camisa negra también, con su sexy manera de portarla, sin abrochar los tres primeros botones y el cuello levantado, representando en todo su esplendor a la misma muerte. O algo peor. Una versión mejorada de Lucifer.
Era tan difícil poder mantener los ojos abiertos, se cerraban contra mi voluntad, pero podía alcanzar a notar pedazos de lo que acontecía frente a mí.
Enzo se vio sometido bajo el poder absoluto que representaba Lusian para mí y para toda la humanidad.
Lo vi volar hacia la cómoda, chocó contra el espejo y cayó como un pesado costal en el suelo, con varios trozos de cristales cayéndole en la espalda.
Quiso levantarse, pero el rugido de Lusian, fuerte y supremo, lo hizo declinar y se quedó tumbado en el suelo. Su espalda subía y bajaba pesadamente.
Mi vista volvió a apagarse por unos segundos y cuando tuve de nuevo un poco de fuerza para abrirlos, encontré a Enzo bajo el cuerpo de Lusian, que no dejaba de arremeter contra él, dejando caer su puño uno y otra vez sobre su rostro, comenzando a desfigurarlo.
Inoportunamente tuve deseos de suplicarle que parara, y no porque me importara lo que le pasara a Enzo, sino porque lo quería cerca de mí. Era una necesidad apremiante que se presentó como una sensación burbujeante en todas mis extremidades.
Pero no pude hacer nada. Me resigné a los sucesos y sólo rogué porque eso no perturbara para siempre su alma.
Lusian hizo entonces lo último que quedaba por hacer.
Se inclinó por completo sobre el cuerpo de Enzo, dejando escasos centímetros entre sus rostros, y su puño atravesó el pecho del hibrido, robándole un jadeo.
—Tienes surte de que lleve prisa —murmuró Lusian peligrosamente, sacando a relucir aquella voz que pertenecía a su parte más oscura, haciendo eco en mi pecho y mis oídos —. Podría torturarte hasta que me supliques compasión —gruñó entre dientes y hundió más su puño en el cuerpo de Enzo —. Pero ten por seguro una cosa, voy a acabar con toda tu especie, aunque sea lo último que haga —sentenció como si hubiera lanzado una maldición y dio el ultimo tirón de su mano dentro del pecho de Enzo.
Lo siguiente que vi fue la mano del portador saliendo del cuerpo de Enzo, con una masa negra y viscosa chorreando hilos de plasma, escurriendo entre sus dedos. Su espalda se contrajo con duros espasmos hasta que dejó caer el corazón de Enzo sobre su cuerpo inerte y se puso de pie.
Su siguiente y único objetivo fui yo. Haciendo a un lado la criatura oscura que había dejado salir a dar un paseo, corrió hasta a mí, con el dolor de verme en ese estado impregnado en sus orbes oscuros como la noche.
Quise decirle cuan feliz me hacía que estuviera ahí y lo mucho que lo amaba, pero lo único que salió de mis labios fue un humillante balbuceo.
—Tranquila, dulzura —me susurró y sentí uno de sus brazos por debajo de mi axila y acto seguido fui liberada de la presión de una de las cadenas.
Puede que estuviera al borde de la inconsciencia pero no pase por alto que para desprender las cadenas de la pared se necesitaría una fuerza sobrehumana. ¿Cómo demonios hizo eso?
Mi otro brazo también fue liberado y cayó flácido hacia la gravedad, percibiendo el peso de las cadenas, tirando hacia abajo.
Íbamos a necesitar a un cerrajero para quitarme los grilletes, pero le resté importancia cuando mi rostro se presionó contra el pecho cálido y duro de Lusian, dándome la oportunidad de apreciar su inconfundible aroma.
Diablos... tal vez me creí dentro de un sueño cuando vi a Lusian aparecer en mi habitación, pero poder sentirlo y olerlo me mostró que no era un sueño, que él realmente estaba ahí. Y llevaba la loción que más me gustaba. En otras circunstancias me hubiese dado la oportunidad de sonreír.
Con la poca energía que me quedaba, que era casi nula, tuve la ingeniosa idea de echarme a llorar, esforzándome bastante por levantar una de mis manos y sujetarlo de la camisa, con el miedo de volver a ser alejada de él.
—Está bien, mi amor... estoy contigo —susurró Lusian entrecortadamente, rodeándome con ambos brazos, construyendo una linda jaula para mí —.Vamos a sacarte de aquí.
Me sujetó la cara suavemente con una mano y la elevó en su dirección, con sumo cuidado, dándome la oportunidad de, al abrir lo poco que podía los ojos, ver su rostro.
Sus facciones se desfiguraron en una mueca de horror y dolor al verme de cerca y negó frenéticamente, dejando que una lagrima corriera rápida por su apuesto rostro. Aquello me partió el corazón en dos.
La única vez que vi a Lusian derramar lágrimas fue en el accidente de Joshua, pero nada más. Que pasara aquello por mi causa me estrujó el alma y sentí como si me la arrancaran.
Traté de negar, para pedirle que no lo hiciera, pero la atención de Lusian fue desviada de mí, cuando un sollozo llegó hasta nosotros, proveniente de la esquina del dormitorio.
Kathara. Maldición. Por un momento me había olvidado de ella.
Presencié aterradoramente el cambio radical de Lusian. Sus ojos se afilaron al descubrir e identificar a la chica escondida entre las sombras y sólo pude distinguir una cosa en aquellos ojos que al mirarme me transmitían el amor más puro: venganza.
Me depositó con sumo cuidado en la cama, desolándome cuando se alejó de mí.
Sin embargo, unos segundos después regresó a mi lado y casi de inmediato mis muñecas fueron liberadas del dolor y del frio metal que las cubría.
Lusian se levantó conmigo entre sus brazos, cual bebé siendo llevada por su padre.
Rodeé su cuello con un brazo, aunque eso requirió más energía de la que poseía y no pude dejar de notar la mirada de Lusian sobre Kathara. Sentí aquel campo invisible que emanaba de su cuerpo cada que la furia lo dominaba y me hice consciente de lo que iba a pasar.
Enderecé la cabeza tanto como pude, para buscar que Lusian me mirara a mí y no a ella, arrepintiéndome al instante de haberlo hecho; el dolor de los golpes propinados se extendió rápidamente por todo mi rostro, recordándome lo que Enzo fue capaz de hacerme.
Mas nada se comparaba con lo que Lusian estaba a punto de hacer.
—Por favor no, Lu —supliqué débilmente, en un susurro ronco —. Piensa en el bebé de Joshua —dije, presa del pánico.
Lu me miró fugazmente, me dio un beso en la frente y empezó a caminar lentamente en dirección a la puerta, apretando sus brazos en torno a mí, para acomodarme mejor y no resbalara mi cuerpo.
Estuve a punto de soltar un suspiro de alivio cuando nos vi bajo el umbral de la puerta, pero no tuve oportunidad de hacerlo. Un grito desgarrador, lleno de amargura y sufrimiento, sonó a través de la estancia, llegando a mis oídos como el más cruel de los lamentos, que no deseaba ni siquiera para el peor de mis enemigos.
Me encogí contra el cuerpo de Lusian, como si hacer eso me protegiera de la desolación que transmitía, cerrando fuertemente los ojos.
—No pienso disculparme contigo por esto, terror —dijo Lusian con voz gruesa y llena de convicción.
Y no lo culpaba, ni le reprocharía. Pero no estuvo de más tener un poco de esperanza de que no lo hiciera.
Aquel sonido cesó y el silencio nos envolvió por completo, junto con una sensación agridulce instalándose en mi pecho.
No me cabía ninguna duda de lo que Lusian acababa de hacer. Y sabía que no sólo había sido un fugaz viaje a las tinieblas, como en la ocasión anterior. Kathara había sido condenada viva al infierno, al sufrimiento eterno...
Sin poder hacer otra cosa, tuve que obligarme a pensar en lo que tenía y no en lo que no me correspondía. Al fin de cuentas, Kathara había cavado su propia tumba, al caer en la tentación de desear lo ajeno y cometer actos contra los demás, sucios y probablemente imperdonables. Presentía que su destino de todas formas era aquel lugar, pero aparentemente, se había adelantado un poco el final de su viaje sobre la tierra.
¿Estaría muerta? ¿Y el bebé de Joshua?
Bloqueé esos pensamientos momentáneamente, porque necesitaba estar completamente segura de que estaba de vuelta a mi lugar favorito: Lusian.
Hundí mi nariz en un costado de su pecho, convenciéndome de que no era un sueño. Podía sentirlo, podía escuchar el latido de su corazón. Maldita sea. Él se sentía más real que nunca. Las mariposas en mi estómago renacieron como el ave fénix, revoloteando con ferocidad, provocándome un agradable cosquilleo que calentó cada rincón de mi cuerpo.
Bajó lentamente las escaleras, conmigo aun en brazos y tuve que olvidarme de mis placeres, al escuchar más de un par de gemidos y respiraciones agitadas. También escuché gruñidos y una que otra mala palabra.
¿Qué demonios ocurría?
Abandonando el satisfactorio lugar en el que me había acurrucado, levanté de nuevo la cabeza y el escenario que se plantó frente a mí fue digno de una película apocalíptica, o si no nos íbamos a los extremos, parecía una escena final de una película de terror.
En el vestíbulo de mi antigua casa ocurrió una masacre.
Decenas de cuerpos inertes, con huecos en el pecho, burbujeando y chorreando sangre, tapizaban toda la superficie del suelo, sin un lugar libre para poder caminar sin complicaciones. Me alivió no ver caras conocidas entre ellos, pero eso no le restó el impacto que tuvo en mí ver a esas personas, o híbridos, sin vida, en lo que fue hace mucho tiempo mi hogar.
Se me revolvió el estómago. Eran demasiados los cuerpos, tantos que fui incapaz de contarlos.
Sin embargo, eso no fue lo más impactante.
Vi a Daniel, con sus hermosas alas blancas extendidas, irguiéndose después de arrancar el corazón de uno de ellos, dejándolo caer de su mano como una bola de papel. Su camiseta blanca estaba salpicada de sangre, casi cubriéndola toda y en su rostro se apreciaban un montón de puntos rojos, como si le hubieran sacudido una brocha con pintura.
Su mirada se encontró con la mía. Tragó saliva con fuerza y me dedicó un asentimiento de cabeza, sin poder ocultarme el brillo y la humedad en sus ojos. No quiera ni imaginar mi aspecto, para que dos hombres tan duros y poderosos se vieran amenazados por aquella fragilidad.
Pero no terminó ahí.
Aquello no era una escena de terror... me sentí dentro de mi serie favorita de vampiros y aunque debió parecerme reconfortante, lo único que sentí fueron ganas de vomitar.
Raphael, quien vestía de traje color azul marino, con un pañuelo azul cielo en la bolsita de su saco, dejaba caer un cuerpo femenino de sus brazos, arrancando violentamente su corazón. Su rostro también estaba salpicado de sangre y sus labios se retiraban hacia atrás, mostrando sus dientes. Llevaba un par de alas doradas, extendidas desde sus omoplatos, levantándose casi un metro por encima de su cabeza, cegándome con su fulgor.
Parpadeé un par de veces, para asegurarme que lo que veía no era una broma que me jugaba mi subconsciente y al darme cuenta de que eran reales, decidí que era hora de sucumbir a la oscuridad, porque aquello, todo en conjunto, me había sobrepasado por completo.
Tal vez después de todo eso necesitaría un psiquiatra.
No sabía qué estaba mal y qué estaba bien a mí alrededor.
Me rendí ante el cansancio mental y físico, y quise dejar de pensar, conjeturar e imaginar.
Mis ojos se cerraron por completo, dejé caer mi cabeza hacia atrás y me sumí en un sueño profundo, que esperaba fuera reparador, en paz y tranquilidad.
Estar de regreso con Lusian era lo único que me importaba.
LUSIAN
Zïzëk dijo que el amor es un acto extremadamente violento. Lo que yo entendía, en base a eso, es que cuando se ama, una persona se sobrepone, de las demás. Una persona importa más que las demás. En este sentido es violento, porque aniquila a las demás personas. Nunca sentí lo mismo por ella, que por los demás; nunca hice lo mismo por ella, que por los demás. Para todo el mundo podía ser cualquier persona, pero para mí, ella era el mundo.
Todos esos días en que pasé por la pena de no tenerla a mi lado, parecieron haberse esfumado, gracias a que podía volver a sentir su suave y delicado cuerpo contra al mío, aunque estuviera en medio de la consciencia y sus ganas de darse por vencida.
Dentro de mí, se llevaba a cabo una batalla entre la penumbra y la luminiscencia. De nada sirvió que tomara el control de ambas en esa noche que ella desapareció, porque volví a sentirme perdido, sin la certidumbre de a cuál de los dos lados claudicar.
Mi mente era una tormenta indomable.
Encontrar a Ax, después de dos semanas fue catártico, porque me debatí entre la alegría de volver a verla y la furia por el estado en que la encontré. Su hermoso y fino rostro se perdía de bajo de moretones y sangre, que en la vida jamás imaginé tener que presenciar en ella. Y aún sentía la ira correr espesa por mis venas, hormigueando por ser liberada hasta que no quedara una pizca de ella.
No me bastó matar a Enzo. No me bastó enviar el alma entera de Kathara a las tinieblas. No me bastaba ver aquellos cuerpos sin vida, tapizando todo el piso de la planta baja de la antigua casa de Ax, mientras bajaba con ella entre mis brazos las escaleras. Ni siquiera parecía ser suficiente que todos esos cuerpos se presumieran con un hueco en el pecho, sin corazón. Mi espíritu necesitaba más.
Por otra parte, tener de nuevo la oportunidad de sostenerla contra mí, de verla, de escucharla respirar y poder sentir el latir de su corazón, era lo que me sostenía, para no caer al abismo de mis más bajos y oscuros instintos.
Comprendía y me enfocaba en que toda mi atención y mi energía debían estar sobre ella, pero eso sólo hacía que aquella guerra interna fuese más difícil.
Ella me necesitaba más que nunca, y me necesitaba con los cinco sentidos al cien por ciento atentos.
Me preocupó, desde que la vi atada con esa maldita cadena, que su alma titilaba, como la llama de una vela a punto de apagarse. Quería suponer que se debía a que los químicos en su sistema, que vislumbré en la mesa de noche a un costado de ella mientras rompía las ataduras que la lastimaban y le quitaban su preciada libertad, eran los causantes de ese cambio en su aura, porque por mucho que ella hubiese sufrido a lo largo de su vida, jamás se anunció de ese modo, como si estuviera lista para extinguirse.
Maldición. Y es que estaba tan herida. Se apreciaban sus muñecas con la piel al rojo vivo gracias a esos malditos grilletes que pude quitarle con las llaves que encontré entre todos los frascos de cristal.
Sus piernas iban casi completamente desnudas, porque descubrí que la habían vestido con un pijama tipo lencería que antes usaba cuando era más joven y estaban salpicadas de cardenales, hasta el interior de sus muslos, que me guiaron a pensar lo peor. Pensarlo solo me direccionaba con más fluidez hacia la negrura, y ver su rostro en tan mal estado, se convertía en un detonante más.
Al llegar al pie de las escaleras, Ax levantó con mucha dificultad su cabeza, inspeccionando con intriga lo que pasaba a su alrededor, y no pude ignorar las miradas que le dedicaron Daniel y Raphael.
Pese a que casi conocía toda la verdad detrás de su falso nombre, apenas habían pasado como treinta minutos en que tuve ese nuevo dato, por lo tanto, mi cerebro lo seguía reconociendo como Raphael, pero no como mi padre.
Caminé, esquivando los cuerpos inertes en el suelo, siendo cuidadoso de no tropezar.
Me detuve a mitad de camino. La cabeza de Ax cayó lánguida hacia atrás, junto con su brazo, dejando que su cabello se convirtiera en una larga cascada.
Invadido por el pánico que tomó forma de una bola helada instalándose en mi estómago, me apresuré hacia la salida.
Cayó inconsciente de nuevo. Temí ver su alma apagada, pero no. Afortunadamente, o lo poco que podía parecer afortunado, aún seguía titilando, resistiéndose a ser vencida a abandonar su cuerpo.
Ax estaba muriendo... Y no podía pensar en peor forma de seguir viviendo, que sin ella a mi lado.
Daniel se dio cuenta y saltando por encima de los cuerpos se encontró conmigo, con sus facciones retorcidas por el mismo sentimiento que experimentaba yo.
De cerca pudo apreciar mejor el estado en que se encontraba y lo advertí tragando saliva con fuerza, endureciendo su mandíbula casi al punto de romper sus dientes.
Reprimí mis instintos asesinos cuando acarició una de sus mejillas con el dorso de su mano, con la más cuidadosa ternura, y levantó sus ojos hacia mí, llenos de ira e impotencia.
—Son unos hijos de puta —murmuró roncamente.
No iba a decir nada al respecto, porque ninguna palabra parecía suficiente para describir lo que experimentaba en esos momentos. ¿Cómo cualquiera podía atreverse a lastimar así a Alexa, cuando ella era lo único que hacía que el mundo no se viera tan triste?
—Kathara está arriba. Tráela, necesitará un doctor —dije, sin decoros, advirtiendo en seguida la mirada de Raphael sobre mí.
—Deberías ser un poco más cortés para pedir las cosas —musitó irritado, pasando a mi lado, obsequiándome un golpe en el brazo, mal intencionado.
—Deberías saber que no me importa. Date prisa, debo llevar a Ax con un médico —dije, retomando mi camino a salir de aquella casa.
—Lusian, ¿qué fue lo que hiciste? —Me preguntó el impostor de mi padre, sorteando los cuerpos, caminando detrás de mí.
No tuve ni una intención de responderle, no me interesaba tener ningún tipo de charla con él. Después de tantos secretos y mentiras, no había nada que dijera que pudiera remotamente considerar creerle.
Acomodé mejor a Ax entre mis brazos, porque sutilmente estaba resbalando su cabeza de la curva interior de mi codo y con el mayor de los cuidados la pegué a mi torso, amando y odiando al mismo tiempo la situación.
Mientras seguía por el camino empedrado del patio delantero, Raphael se posicionó a mi lado, y con el rabillo del ojo fui capaz de distinguir que observaba a Ax con una tristeza profunda y una nota de culpa.
—Debemos hablar en algún momento —casi ordenó Raphael, roncamente.
—Ahora no. Tal vez en un par de siglos... No me interesa nada que no sea Alexa. ¿Lo entiendes? Quédate con tus malditas mentiras, que a mí de nada me han servido. Incluso pienso que todo esto es culpa tuya —gruñí entre dientes con exasperación —Estás siendo imprudente. Ax parece estar muriendo.
—Lo está —reafirmó —. Y es por eso que tienes que hablar conmigo. Que no se te olvide quien soy.
—Será mejor que a ti no se te olvide quien soy yo— dije con aire desafiante.
Apreté la mandíbula al confirmarse mis sospechas del estado de Ax y aunque tal vez debía hacerle caso y hablar con él, no me parecía que fuera el momento adecuado ni la situación. Pondría mi atención en otros temas después de asegurarme que Ax estuviera sana y a salvo de la muerte.
A la mitad del sendero de piedras, Joshua advirtió mi presencia y se bajó abruptamente de la camioneta. Corrió hasta a mí y al alcanzarme, se detuvo como si algo lo hubiera golpeado en el pecho, analizando el horrible aspecto de su mejor amiga.
—Me estás jodiendo —murmuró, completamente horrorizado y su expresión se llenó en un segundo de rabia.
Apretó sus puños con fuerza y su mirada se clavó en la mía, brillando en cólera.
Terminé de reducir la distancia que quedaba entre nuestro medio de transporte y yo, y Joshua rápidamente abrió la puerta de la camioneta para mí.
—Daniel trae a Kathara—anuncié subiéndome a la parte trasera de la camioneta, acomodando a Ax sobre mi regazo y mejoré su postura, recargando su rostro contra mi pecho.
No me era suficiente la protección que le proporcionaban mis brazos a su alrededor. Necesitaba más extremidades para cubrirla por completo o, de ser posible, un cuerpo del doble de ancho, para que nada pudiera tocarla.
—Así que ella está aquí —dijo sombríamente, con un pie dentro de la camioneta y su mirada fija en la casa.
—Que no te sorprenda. Súbete ya —le pedí con frustración.
En ese momento Raphael se montó a la camioneta, frente al volante y la encendió, sin perder la oportunidad de echarme un vistazo a través del retrovisor.
Joshua también cerró la puerta al subirse a mi lado y volvió a fijar su atención en Ax, sumiéndose en su propia angustia y pena. Tomó una de sus manos y empezó a acariciarla, hasta que se dio cuenta de la carne al rojo vivo de sus muñecas. Entonces la soltó, me miró en completo silencio y, como yo, sabía que no entendía por qué ella. Por qué todo esto.
Sería mejor que Daniel se apresura, o me veía capaz de dejarlo a él, junto con aquella mujer. La única razón por la que me atreví a tener un poco de compasión, fue porque llevaba al hijo de mi hermano. De no haber sido así, incluso me hubiese atrevido a arrancar su corazón, sin importarme que fuese una simple humana corriente y sucia.
Daniel se apareció en mi campo de visión, corriendo hacia nosotros, cargando el cuerpo lánguido de Kathara. La subió a un lado de Joshua, dejando a este en medio del asiento y después se subió, como copiloto de Raphael, cerrando ruidosamente la puerta.
Con todos dentro pude saborear el ambiente tétrico con amargura, mientras que Raphael dio marcha a la camioneta.
—¿Qué le pasa a ella? —Preguntó Joshua, estudiando el cuerpo a su lado.
Me incliné un poco hacia adelante, para poder admirar mejor mi obra de arte.
Seguía respirando, claro estaba, pero no había nada en sus ojos que delatara vida dentro de ella. La mirada de las mil yardas se instaló permanentemente y nada que pudiera ocurrir a su alrededor estimularía ningún sentimiento, ni siquiera negativo. Su piel lucía opaca. Su boca se quedó medianamente abierta, sin movimiento alguno. En general, su cuerpo solo seguía con vida porque su cerebro seguía funcionando, pero solo sería eso, como un estado vegetal. Sólo un recipiente de agua, sangre y oxígeno.
Técnicamente quedó vacía, después de que arranqué su espíritu de su cuerpo, como una flor marchita se arranca de un rosal. Fue tan fácil llegar a su alma carente de belleza, tan fácil como respirar. Creé desde lo más hondo y turbio de mí, una neblina negra y densa, que emanó bifurcándose en extensas ramas que la alcanzaron, y al hacerlo, la envolvieron hasta cubrirla por completo y succionarla, reduciéndola a nada.
—No quieres saberlo —respondí, como si nada —. Pero tu bebé está bien, te lo prometo.
Aparentemente Joshua había dejado un poco atrás su resentimiento hacia mí, porque no me cuestionó, sólo asintió y volvió a tomar la mano de Ax, deslizándose en el asiento para tomar más distancia entre él y la mujer sin alma a su lado.
Tal vez debía sentirme mal por Joshua, porque seguramente tenía una buena dosis de preguntas por hacer de todo lo acontecido y por su cara de confusión y miedo, pero no podía darme permiso de sentirme mal. No al menos en ese momento. A su tiempo la contestaría a todo lo que él quisiera saber, sin reservarme nada.
De igual forma, él también comprendía que no era momento, porque lo imperativo en ese momento era atender a Ax.
—Lo hiciste, Lusian —dijo Raphael con una nota de advertencia en su voz, apretando con fuerza el volante.
—Sí, ¿y sabes qué? Lo disfruté —anuncié con el mismo tono de voz que él implementó.
No fue simple disfrute, se me presentó como la más adictiva de las drogas, instándome a probas más de esa sensación de poderío, en el que me sabía incapaz de ser derrotado. Una insistente voz me gritaba que existía como algo superior a un Portador de tres razas. Mi destino parecía haberse revelado dentro de mi subconsciente.
—Tenemos que pensar en qué haremos con el asunto de todos esos cuerpos —se anunció Daniel, mirando por encima de su hombro hacia mí.
—Quemaremos la casa —sentencié con convicción, besando la frente de Ax —Prendé la calefacción.
Al notarla más fría de lo habitual, me maldije en silencio por haber olvidado algo imprescindible, como un cobertor, agua y un poco de comida. No tuve tiempo de pensar en todo eso cuando salí en su busca.
Mi autoproclamada supremacía mermó ante ese hecho, porque seguía siendo incapaz de proteger a mi hermosa prometida como lo merecía y se requería.
—¿Es broma, no? —Preguntó Joshua, incrédulo —. No puedes hacer eso. Están todos sus recuerdos.
—Ahí ya no hay nada que ella necesite, Joshua. Te aseguro que lo bueno que vivió en ese lugar ha desaparecido —farfullé, mirándolo de reojo y distraídamente acaricié uno de sus muslos —. Además son decenas de cuerpos, ¿tienes alguna idea mejor de como deshacernos de ellos? Te escucho.
Efectivamente, en aquella casa, lo único que quedaba, era dolor. Todas nuestras fiestas, nuestras noches en vela, las veces que decidimos dormir en la sala por temor a dejarla sola por la madrugada y las miles de ocasiones en que comimos como la familia que éramos, se le vio arrebatado en el momento que usaron ese sitio para privarla de su libertad, alejándola de mí y de su familia. Violentándola de la manera más baja y cruel.
Y había una cuestión mucho más preocupante que el hecho de haberla visto presa de unas cadenas. Había moretones en el interior de sus muslos y sólo pensaba en una cosa que pudiera haber provocado esas lesiones.
—Pero es muy radical— comentó Joshua, pasándose las manos por el cabello —. No sabes si es lo que ella querría —murmuró afligido.
—Joshua, no tengo ni puta idea de lo que le hicieron ahí. ¿De verdad crees que quiero conservar esa casa o ella? —Le cuestioné alzando la voz.
Joshua frunció el ceño cuando advirtió en mi mirada la desesperación y la impotencia elevándose. Imaginar lo que pudo haberle hecho ese pedazo de animal me revolvía las entrañas y me hacía desear traerlo a la vida para torturarlo, hasta que suplicara piedad de rodillas.
Por puro instinto intenté bajar todo lo posible la poca tela que cubría una mínima parte de sus muslos y Joshua no se perdió ese detalle, porque miró en esa dirección. Se quedó observando ahí por más tiempo del necesario, hasta que el reconocimiento llenó sus facciones con el más puro horror.
Daniel tampoco pasó por alto aquello, porque por un momento sus ojos se encontraron con los míos, tragó saliva audiblemente y su mirada se oscureció. Tras varios segundos de comunicación no verbal, a través de nuestros orbes llenos de desconcierto, regresó la vista al frente, regalándole a Ax la privacidad que necesitaba.
—Mierda —masculló roncamente, echando la cabeza hacia atrás, mostrando el nervio que comenzó a saltarle en la mandíbula.
—Daniel y yo nos encargaremos —aseguró Raphael.
—¿Y cómo van a hacer eso? — Preguntó Joshua, dubitativo.
—Desintegramos los cuerpos con la luz que poseemos, sólo necesitaremos un par de horas para hacerlo—contestó Daniel, mirando significativamente de reojo a Raphael.
Joshua se quitó el suéter que llevaba por encima de los hombros, con las mangas anudadas sobre su cuello y lo colocó sobre las piernas de Ax, cubriéndolas casi por completo. Solo sus pies y tobillos seguían al descubierto.
Todos en la camioneta nos quedamos en silencio, procesando la probabilidad de que Ax no sólo hubiese sido golpeada...
Cuando entramos a la escandalosa ciudad, me permití abandonar todos los sentimientos y pensamientos negativos y me dejé llevar fácilmente por la sensación de su cuerpo conectado al mío.
Admiré la belleza que poseía, incuestionable aún detrás de toda esa sangre manchando su piel y los cardenales que se hacían más oscuros con el paso del tiempo. Segundos en los que su alma perdía gradualmente ese brillo que la caracterizaba. Aquel arcoíris hermoso que me impactó la primera vez que lo vi estaba desapareciendo.
Lagrimas se arremolinaron detrás de mis ojos, con la letal idea de perderla. Pensar en no volver a escuchar su risa, ni sus reclamos, ni sus exquisitos sonidos a la hora de hacer el amor hacía que mi alma se cubriera de hielo que quemaba tormentosamente. Lo único que medianamente me regalaba algo de tranquilidad, era poder apreciar la pequeña luz en el centro de su vientre, como advertencia de que nuestra bebé estaba a salvo.
Por lo menos a ella no pudieron lastimarla.
Con el mayor cuidado del mundo acaricié su mejilla, apenas rozándola con el dorso de mi mano y en consecuencia se removió, soltando un pequeño gemido. Abrió sus ojos, que se clavaron inmediatamente en los míos y me sonrió, como si yo fuera la cosa más hermosa que hubiese visto jamás.
Mi corazón saltó con vigor contra mi caja torácica al tener la oportunidad de ver sus hermosos ojos, que se mostraron con pequeños derrames, sin arrebatarle ni un poco de belleza a su mirada. Fue como si la hubiese visto por primera vez.
—Entonces no estaba soñando —musitó apenas audiblemente, alzando con mucho esfuerzo su mano hasta mi mejilla, acunándola en su palma —. Sí me encontraste.
Cerré los ojos ante aquella caricia, embriagándome de esa dulce sensación de poder volver a sentirla, y me froté suavemente contra su palma, dejando un pequeño beso en ese lugar.
—Si acaso lo dudaste por un segundo —murmuré entrecortadamente, abriendo los ojos para no perderme ni un segundo la ocasión de verla—. No importa... te amaría de todos modos.
Joshua se inclinó en dirección de Ax sin soltar su mano y me resultó conmovedor presenciar aquel reencuentro.
—Hola... tú también Joshie—dijo Ax, luchando por mantener los ojos abiertos.
—Bienvenida de regreso, pequeña —susurró Joshua, conteniendo las lágrimas.
Ax asintió apenas sonriendo, cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás y un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas, dejando que su cuerpo se relajara por completo.
—Tengo frío —anunció débilmente y como una dulce gatita se acurrucó contra mí.
Daniel, que había volteado nada más escuchar la voz de Alexa, se quitó la playera salpicada de sangre y me la ofreció, observándome suplicante.
No es que ese pedazo harapiento de tela fuese a cubrirla del frio, así que me negué, sin importarme su suplica silenciosa, ganándome una mirada llena de odio de su parte. Pero poco me importó.
Froté sus brazos, para así poder darle un poco de calor y recargué mi barbilla en la cima de su cabeza, dándome por vencido en la lucha interna que mantuve por contener todo ese dolor insoportable durante tantos días.
—Perdóname, dulzura. Lo lamento tanto —musité presó de la angustia que necesitaba dejar salir —. Fui tan idiota...
Caí en espiral, directo a lo más sensible de mi alma y corazón, dejando que por primera vez en todo ese tiempo las lágrimas se hicieran visibles, para cualquier tipo de espectador. Fue la epitome de esos quince oscuros días. Sólo ella merecía que corrieran como un caudal, después de un destructivo huracán.
Escucharla llorar junto conmigo fue catártico.
Me rodeó con su débil brazo, sujetándose con fuerza a la tela que cubría mi espalda y la sentí temblar en cada uno de los sollozos que dejó escapar. Lloramos en conjunto por los días en que nos obligaron a permanecer separados. Lloré por sus sonrisas que me arrebataron, por los besos de los que me privaron, por la impotencia de verla tan frágil entre mis brazos. Lloré por todo el miedo experimentado de tener que verme en un futuro sin ella a mi lado.
Besé repetidas veces la cima de su cabeza, antes de recargar mi frente en la suya, dejando que las lágrimas que corrían, escocieran en mi piel sin permitir que se secaran al liberar una tanda más de ellas, como una prueba de que Alexa era mi punto de quiebre y al mismo tiempo mi mayor fortaleza.
—Si lloras se me rompe el corazón —susurró entre sollozos, frotando su frente contra la mía —. Esto no fue culpa tuya, mi amor. Tú siempre me has cuidado como nadie.
—No lo suficiente... —murmuré con voz pastosa, acunando su nuca en la palma de mi mano, para sostenerla contra mí—. Nunca será suficiente.
Con esfuerzo la sentí elevar su cabeza, hasta que sus labios tocaron los míos, dándome el más dulce y tierno de los besos, regalándome un rayo de luz entre tanta penumbra.
Había besado a muchas mujeres antes, dejándome una sensación de vacío, pero cuando ella me besaba, siempre se sentía como si fuera la primera vez.
La besé de vuelta, con sutileza para no darle más dolencias en sus lastimados labios y con mi brazo que la sostenía la pegué a mí, para ahuyentar el pánico de volver a tenerla lejos.
Poco me duró el dulce gusto de aquel beso, porque había algo que me rondaba por la cabeza, que no me dejaba en paz, desde que la encontré atada.
—Necesito que me digas si recuerdas algo de lo que paso ahí, cariño —le pedí amablemente contra sus labios.
Ella negó soltando un suspiro entrecortado.
—No hay nada—respondió—. Recuerdo que me enojé porque no estabas en la cama y después alguien cubrió mi boca, nada más. Escuché tu voz ¿sabes? Desperté en ese momento, y ya habían pasado quince días. Me vi atada en mi cama, custodiada por mi mejor amiga—informó, dándole un toque de sarcasmo a sus palabras—. Pero no hay nada sobre todos esos días. Y creo que eso es bueno, ¿verdad? —Preguntó con suspicacia, pareciendo dolorosamente vulnerable.
No sabía si era bueno o malo. Justamente la razón por la que no dejaba de pensar en que tenía que hacer algo, debía sanarla para poder recuperar también su alma. Pero ahí era en donde entraban mis dudas. Si la sanaba, lo haría por completo y si quería asegurarme de que no sufrió ningún tipo de abuso sexual, debía dejar cada una de sus heridas, externas e internas.
Sin embargo, si ella no recordaba nada, descartando que sus recuerdos estuviesen reprimidos por el trauma, no tenía por qué advertirla de ese hecho. Pero entonces estaría invadiendo parte de su intimidad, al robarle una verdad, que pese a que se presentaba dolorosa e irreparable, era de ella.
Maldición. Tenía que decidir lo antes posible, porque su alma se vació aún más de ese brillo único que poseía.
Bien, seguramente viviría con culpa por esa decisión toda mi vida, pero no me importaba. Lo único que yo deseaba para ella era felicidad y calma, entre tanta miseria que la había tocado vivir.
—Es bueno, dulzura —susurré y tragué saliva audiblemente.
Asintió de nuevo, cerrando los ojos y llevó su mano hasta mi nuca.
Eso me dio la oportunidad de empezar con mi plan para curar cada una de sus heridas. Empezando por las de su alma. Saqué su anillo del bolsillo de mi pantalón y tomé su mano, intentando no pensar en esas marcas que cubrían como un aro oscuro y sangriento sus muñecas.
—Mira lo que traje para ti, Ax —susurré elevando su delicada extremidad, a la altura de nuestros ojos y lentamente deslicé el anillo en su dedo anular, oscilando mi mirada de aquel objeto a ella.
—Es mi anillo... creí que lo había perdido para siempre —dijo, llena de sorpresa y volvió a echarse a llorar, llevando su mano frente a su rostro, apreciando la sortija que regresé al lugar que pertenecía.
—Si no te gustó, me lo hubieras dicho y te conseguía otro —dije, con la intención bromear un poco con ella.
Alentado por su débil sonrisa, junté la palma de mi mano con la suya.
—Creo que me hubiera gustado con más diamantes —dijo, cómplice de mi broma —. Acepto... para siempre.
Antes de que un nuevo grupo de lágrimas cubrieran mi cara, me enfoqué en el propósito que me llevó a darle el anillo.
Le di vida, desde mi lado lleno de luz, a una decena de hebras doradas, brillantes y delgadas, que dejé que se colaran naciendo de la palma de mi mano, a través de su piel, enredándose por cada una de sus terminaciones nerviosas que recorrieron llenas de fulgor toda la extensión de su brazo, llegando hasta su corazón. De ese punto, ramificaciones de esas hebras se expandieron hacia cada rincón de su cuerpo, revistiendo sus huesos, sus venas, sus arterias y cada capa de piel.
Observé como lentamente cada una de sus heridas y moretones se iban difuminando, hasta que desaparecieron por completo, llevándonos a ambos, como en ocasiones anteriores, a la cima del clímax. Una sensación más poderosa que la vida misma.
Ax arqueó la espalda, echando la cabeza hacia atrás y gimió placenteramente, con los labios entreabiertos. Lágrimas acompañaron aquel acto, junto con mi gruñido bajo, provocado por aquel efecto de absoluto deleite, significando nuestra unión incorpórea, algo más allá de la simplicidad de una alianza física.
El mundo entero a nuestro alrededor desapareció, dejándonos a Ax y a mí, solos, en medio de una burbuja cálida, que nos protegía momentáneamente de la realidad.
Cuando abrió sus ojos, con las pupilas dilatadas, me sonrió tímidamente, y entrelazó nuestros dedos, llevándose nuestras manos afianzadas a su pecho.
Por desgracia, no ocurrió lo que tanto esperé que pasara al curar sus heridas físicas. Su alma seguía apagándose. ¿Por qué?
No quería darle esa angustia en esos momentos, por lo que me decante a sonreírle, tratando de ocultar mi contrariedad y desconsuelo, dándole un beso con un poco menos de cuidado.
—¿Te sientes mejor? —Pregunté agitado contra sus labios, interrumpiendo nuestro beso.
—Sí —respondió igual de agitada que yo, descansando su mano sobre mi pecho —. Pero creo que no deberíamos hacer esto en público —mencionó sin vergüenza.
Una ráfaga de deseo se impactó en mi pecho al apreciar las pupilas dilatadas de Ax, llenando sus ojos de un deseo crudo y potente.
Pese a la situación, sonreí de lado sugestivamente y acerqué mi boca a su oído, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja.
—Después lo haremos de otra forma —susurré provocativamente.
—Sí, pero otro día. Tengo mucho sueño... Me siento muy cansada. Creo que me agota respirar —se quejó, removiéndose sobre mi regazo, adoptando una postura más cómoda para ella.
Me preocupación se elevó, dejando atrás la escena casi pornográfica que exhibimos, porque la opacidad que comenzó a destruir la luz de su alma, se hacía cada vez más notable.
—Pronto estaremos con un médico, dulzura—le aclaré dulcemente.
Asintió en aceptación y se irguió levemente, recorriendo con su mirada a todos los pasajeros dentro de la camioneta. Se detenía en cada uno de ellos, por un par de segundos, como si su cerebro estuviese conectando sus rostros en su mente.
Al terminar su inspección volvió su atención a mí y la vi dudar, al querer hablar.
—Me gustaría saber algo —dijo tímidamente, bajando la vista.
—¿Qué cosa? —Pregunté, colocando mi mano sobre la suya que seguía descansando en mi pecho.
—Primero bájame de aquí —dijo, intentando retirarse de mi regazo.
—Imposible —murmuré sin derecho a réplica, sujetando con más ahínco su mano contra mi pecho.
Me retó con la mirada, pero supo que no iba a ganarme en esa ocasión y dejó caer sus hombros, derrotada.
Sí, podía estar perdiendo vida su espíritu, pero seguía pareciendo la misma mujer indomable y rebelde que conocí y me enamoró en seguida.
—Al menos ayúdame a sentar. Esto es humillante— protestó frunciendo adorablemente el ceño
La ayudé a incorporarse, empujándola suavemente con mi brazo detrás de ella, dejando que se recargara contra la puerta. Incluso ese pequeño movimiento la hizo perder el aliento, lo cual me inquietó al punto de querer preguntarle a Raphael qué estaba pasando. Pero me guardé las interrogantes, cuando descansó su frente sobre mi sien, pasando su brazo por detrás de mí cuello.
No era momento de tener una pelea con aquel hombre.
—Bien... ¿por qué tardaste tanto en encontrarme? —Inquirió, asomando vergüenza en el sonido de su voz.
Joshua, Daniel y yo nos miramos significativamente, porque los tres nos sentíamos culpables, cada uno con sus razones y le cedí la palabra a Daniel, asintiendo en su dirección.
—Te durmieron, dejándote inconsciente, eso hizo que se apagaran tus emociones y que yo dejara de percibirlas—informó Daniel, mortificado
Ax giró levemente su cabeza en su dirección y asintió regalándole una sonrisa llena de tristeza y me pareció ver decepción en sus ojos. Como si de alguna manera estuviera culpándolo por lo sucedido.
—Pero estuvimos buscándote noche y día con todos los recursos que teníamos —dijo Joshua apresuradamente, disculpándose en nombre de los tres —. No hubo ni un solo minuto sin que estuviéramos buscándote —murmuró y soltó una risa amarga —. Y resultó que estabas en el único lugar que no se nos ocurrió buscar —comentó con ironía, mirando dubitativo en dirección a Ax.
Nos merecíamos sentirnos humillados por nuestra falta de inteligencia ante la situación.
Ax miró entonces a Joshua, y le tendió su mano, con una sonrisa llena de intención para tranquilizarlo, demostrándole que no lo culpaba. Este la aceptó emocionado y le sonrió con ternura, acariciando el dorso con su pulgar.
—¿Y cómo me encontraron entonces? —Preguntó, sonando envalentonada.
Me aclaré la garganta, porque lo que tenía por develarle me hacía sentir orgulloso y soberbio, pero se achicaba a la hora de pensar en que tardé demasiado tiempo en encontrar la forma de recuperarla, y no estaba seguro de si debía informarle con orgullo o vergüenza.
—Bueno... ya no necesitamos un GPS celestial. Dices que escuchaste mi voz. ¿Recuerdas el día de la gala en Los Uffizi? Cuando se te cayó el collar que te dio Daniel y que ya no volviste a usar —dije con chulería, intencionado de tocar fibras sensibles del ángel —. Pasa que fui más o menos yo quien hizo que se te cayera.
—No es necesario que des tantos rodeos —dijo Daniel, mal humorado.
—Sí, fue raro. ¿Pero eso qué tiene que ver? —Preguntó Ax irritada.
—Resulta que ese día conecté contigo. Nos vinculé como se vincularon tú y Daniel hace tiempo. Yo también puedo percibir tus emociones y con mucha más fuerza, hasta el grado de llegar a ti aun inconsciente y también puedo hacer que me sientas o me escuches... Sólo que lo descubrí muy tarde —dije, observando a Raphael por el reflejo del retrovisor —. Así fue como supe dónde estabas.
Ax se quedó en silencio, jugando con el botón suelto de mi camisa, y tras lo que me pareció una eternidad, levantó sus ojos hacia mí.
—¿Quieres decir que no solamente Daniel puede fisgonear en mis emociones, sino que tú también? —Preguntó molesta y pareció haberse dado cuenta a tiempo de que no era momento para rebeldías, porque me sonrió disculpándose y besó mi mejilla —. Espero que no lo ocupen en mi contra. Ya bastante tengo con que tú veas mi alma y él sienta lo que yo.
—Por mí no te preocupes. El vínculo se busca, es intencionado. No pretendo usarlo, más que para fines prácticos, como cuando sientas lujuria —dije, lanzándole una mirada sugestiva, que me regaló una sonrisa provocadora de parte de ella —. Aunque no puedo decir lo mismo de Daniel. Él lo buscó todo el tiempo, para saber lo que sentías. Podía evitarlo.
—Deberías cerrar la boca —gruñó Daniel, observándonos sobre su hombro —. Sólo lo hice con la intención de protegerte. Lo lamento si te molesta, italiana, pero Lusian no es el único aquí que te ama y que desea mantenerte a salvo —confesó Daniel, dándome una mirada astuta.
—No me olviden —dijo Joshua —. Creí que jamás volvería a verte, pequeña. No sabía qué hacer porque yo no tengo nada de esos poderes o esas cosas, pero estoy tan feliz de que estés de regreso con nosotros. Me parece que también rompí mi palabra de protegerte siempre, perdóname.
A Ax le brillaron los ojos con lágrimas y la vi apretar la mano de Joshua, tragando saliva pesadamente.
—Yo ni siquiera te culpo. A ninguno —murmuró agotada —. Gracias por traerme de vuelta a donde pertenezco —se mordió el labio inferior, cuando este le tembló y ocultó su rostro en la curva de mi cuello.
—Te prometo que nadie volverá a alejarte de nosotros —murmuré vehementemente, acariciando su espalda.
—Linda —dijo de repente Raphael —. Me apena mucho que hayas tenido que pasar por todo esto. Me lamento desde el primer día todo lo ocurrido. No mereces nada de lo que está pasando.
—Te quiero, Raphael. Mucho —dijo Ax, levantando la cara de su escondite —. Gracias por cuidarme todos estos años. Has sido como un papá para mí, aunque me alegro que no lo seas, o no podría estar con tu hijo —dijo Ax, en un intento de apaciguar las aguas.
Le daba créditos por ello, pero no tenía ni idea de que aquel comentario sólo hacía que la hostilidad entre Raphael y yo creciera, tensándose hasta poderse cortar con un cuchillo.
Raphael y yo compartimos una mirada, cuando miró fugazmente sobre su hombro antes de volver su atención a lo que debía hacer, que era conducir hasta el hospital.
Después de aquello no hubo más conversaciones, ni disculpas, ni bromas.
Ax se quedó dormida con su mejilla recargada en mi hombro, regalándome uno de los momentos más preciados en mi vida.
La posibilidad de perderla fue algo que me hizo cuestionar toda mi existencia. Al tenerla alejada de mí, no supe encontrar el punto de partida y en qué momento mí vida tomó ese camino, hasta poder llegar a ella, en todas las formas, en todos los sentidos.
Viví tanto tiempo bajo la sombra de mis sentimientos por ella, que cuando la vi fuera de mi alcance, se me presentó como si regresara en el tiempo, a cuando la amé desde lejos, observándola con cautela de no delatar lo que realmente había en mi corazón. Cuidé por muchos años mi comportamiento para no asustarla o mostrarle en su dirección al hombre que ella veía todos los días, cuando se trataba de mujeres, sexo y alcohol.
Volví a sentirme el adolescente que dejó caer todas las barreras cuando la vio por primera vez, deseando ser todo lo que necesitara, sin exigir nada a cambio. Estuve dispuesto a dar todos esos momentos a su lado, desde que me atreví a cocinar para ella sin saber exactamente lo que estaba haciendo, hasta la última mirada llena de amor que me dio antes de dormir en nuestra cama, si con eso tenía la oportunidad de rescatarle y regresarla a su vida. Aunque eso supusiera perderla como mi compañera de vida.
Un trato justo con el diablo.
Era capaz de vivir sin que ella me amara como lo hacía, pero no me veía con la capacidad de enfrentar una vida en la que ella dejara de existir sobre la faz de la tierra. Aquello se me presentó como mi propio infierno y me dio una perspectiva diferente de mí. Analizarlo de ese modo me convertía en la persona más cobarde del mundo, porque prefería morir, antes que llorar en su tumba.
Me vi transportado en una máquina del tiempo, de vuelta a uno de los episodios más tristes y duros que tuvimos que vivir Alexa y yo, unos cuantos años atrás.
Cuando Joshua tuvo aquel desafortunado accidente, la habitación en la que estuvo, en estado de coma, era justamente la misma en la que debíamos esperar él y yo a que trajeran a Ax de unas pruebas que Caleb determinó se le harían.
Al llegar al hospital, nuestro médico y gran amigo de toda la vida nos atendió y otro médico examinó a Kathara, a quien se llevaron a la zona de urgencias.
Caleb quiso saber que había ocurrido para que lleváramos a Ax y a esa otra mujer en esas circunstancias.
Dudé un poco para contarle la verdad, pero terminé confesándole lo ocurrido, omitiendo ciertos datos como el de los híbridos y que había sanado sus heridas con mis súper poderes de portador.
Tuve que pedirle que fuera completamente discreto, porque era un asunto de suma importancia y muy delicado. Sin embargo, me pidió detalles, para saber a qué se enfrentaba y así poder atender mejor el estado de salud de Ax.
Le comenté sobre el tiempo que estuvo desaparecida y cuando la encontramos, estaba justamente en la casa de su niñez, donde la hallé dormida y vi algunos frascos de cristal, aparentemente con lo que la habían mantenido sedada. Acomodé un poco las cosas para que su profesionalismo no se viera obstruido por su amistad con nosotros y le aseguré que era un tema familiar, que mi padre ya estaba atendiendo. La policía no estaba dentro de nuestros planes.
Quería suponer que Caleb lo entendería, porque al ser Ax una de las personas más ricas de Farmington y de sus al rededores, vivía en constante peligro y más aún, cuando se sabía huérfana desde hace mucho tiempo.
Construí una verdad a medias, diciéndole que las habían secuestrado por un tema de rescate y que gracias a algunos contactos de mi padre pudimos llevar el tema oculto de la sociedad y de la política.
No pareció muy convencido con mi declaración, pero no hizo más preguntas y se llevó a Ax a los laboratorios, donde me aseguró le haría las pruebas necesarias para poder diagnosticarla.
Tras una hora de espera, empecé a impacientarme, al no tener ni una noticia de ella.
Joshua, quien prefirió seguirme a mí y no a la mamá de su hijo, se sentó en el sillón ubicado en una de las esquinas de aquel austero cuarto y yo me quedé sentado en la orilla de la cama, preguntándome por más de una vez si regresaría con vida a mis brazos.
Todo el tiempo, de camino al hospital, se me hizo más inquietante como la luz de Ax se estaba apagando. Y descubrí con horror que no solamente se estaba apagando, sino que estaba desapareciendo. Se vislumbraba como la suave neblina en un amanecer después de una noche lluviosa, evaporándose con los primero rayos del sol.
Deseaba que Caleb pudiera hacer algo científicamente hablando, para que el alma de Ax se restaurara. Tal vez yo pasé alguna cosa por alto al haberla sanado y eso debía estar ocasionando que siguiera débil y con su espíritu en decadencia.
Alarmados, Joshua y yo nos pusimos de pie cuando la puerta de la habitación del hospital se abrió sin aviso y un par de enfermeras entraron, empujando la camilla que llevaba a Ax, completamente dormida.
Maldición, desde que se quedó de nuevo dormida en la camioneta, no había despertado, ni siquiera con los movimientos que se ejecutaron para recostarla en la camilla.
Pero al menos seguía viva. Aún seguía respirando. Todavía seguía conmigo y era capaz de lo que sea para que así fuera por mucho tiempo.
Joshua y yo ayudamos a las enfermeras a pasar a Ax a su cama, y antes de irse me avisaron que Caleb estaría con nosotros en unos minutos.
Joshua me ayudó a acomodar la almohada bajo la cabeza de Ax y la tapé con la blanca sabana, hasta su pecho, dejando un beso suave y muy delicado sobre su frente. Sabía de sobra que ese tipo de besos que le daba los adoraba más que aun chocolate con bombones por la mañana.
Al estar ambos complacidos con la postura de Ax, Joshua volvió al sillón en el que estuvo meditabundo por una hora y yo me acosté en el reducido espacio que quedaba en la cama, a un costado de Ax.
Cuando despertara quería que me descubriera ahí con ella, para que no se enfadara. Para que no volvieran a apartarla de mi lado.
Josh dejó su mirada plantada en Alexa, cruzando su pierna por encima de la otra y recargó su codo en el reposabrazos, acomodando su mentón sobre su puño cerrado.
En silencio me dediqué a dibujar círculos suaves con mi pulgar, en uno de los brazos de Ax, observando el semblante sombrío de nuestro mejor amigo.
Abruptamente la vista de Joshua se clavó en la mía, externando sin palabras lo que su corazón anunciaba a gritos. Estaba asustado, tal vez tanto como yo, y llevaba una batalla interna que no le daba la sensatez para poder decidir en qué momento nos equivocamos tanto ambos.
Podía ver que parte de él me seguía culpando, también yo lo hacía. Pero por otro lado, Josh entendía y era completamente consciente de que mis decisiones, pese al destino desafortunado al que nos habían conducido, siempre fueron por el gran amor que profesé por ella desde el primer momento.
Abrió y cerró la boca, como si quisiera decir algo, pero se retractó, regresando toda su atención a Ax.
—No olvides que puedo saber lo que estás sintiendo. Luces un horrible color verde, compañero —dije en voz baja y presioné mis labios en la sien de Ax.
—Entonces no hace falta que esperes a que diga algo —dijo con brusquedad, viéndome fugazmente, con reproche.
—¿Sabes qué creo? Que prefieres culparme a mí, porque no quieres culparte a ti mismo al haber permitido o aceptado que Alexa y yo estuviéramos juntos. De hecho, me parece que no deseas culparte por haberme dejado pasar esa noche a tu casa —dije hostilmente.
—Igual iban a acabar conociéndose, pero no, Lusian, no me culpo por haberte dejado pasar esa noche a mi casa. Creo que fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida, aunque en su momento lo dudé. No hay nadie en el mundo que pueda amar a Ax como tú lo haces, ni siquiera yo, y lo es todo para mí —confesó y se decidió a mirarme de nuevo.
—Me culpas por dejar que me amara, ¿cierto? Todo era más fácil cuando las cosas eran en una sola dirección, ¿o me equivoco? —comenté suspicaz.
Se encogió de hombros y echó la cabeza hacía atrás, reflejando en su rostro el cansancio de todos los días anteriores, junto con la desesperanza del momento.
—Sé que está muriendo, Lusian... solo puedo pensar en que si no se hubiera enamorado de ti, ella no estaría ahora aquí. No puedo perderla... es lo único que tengo y lo único que quiero tener —murmuró cerrando los ojos, dejando caer el brazo que reposaba sobre el sillón.
Interrumpiendo nuestra charla poco amistosa, Caleb entró leyendo unas hojas que llevaba en las manos y cuando levantó la vista hacia la cama donde estaba Alexa, me dedicó una mirada desaprobatoria.
Lo tenía bastante mal si él pensaba que con su débil mirada amenazante me iba a obligar a parame de aquella cama.
—Te conviene que sea yo el doctor en turno o ya te hubieran sacado de ahí, Lusian —comentó cerrando la puerta.
—Pagaría tus horas extras para que no tuvieras que cambiar de turno —dije sin alterarme.
—No lo dudo —dijo con aire resignado.
Volviendo a su lectura se detuvo al pie de la cama, pasando de una en una las hojas que leía y cuando terminó de estudiarlas volvió a verme, con una sonrisa tranquilizadora.
—No hay rastros de ninguna sustancia en su sangre que pudieran haber utilizado para mantenerla dormida. Me parece extraño por lo que me cuentas, pero puedes estar tranquilo por esa parte — informó y le echó otro vistazo a uno de los papeles en su mano —. No hay ninguna conmoción cerebral a la que se le pueda adjudicar su inconsciencia durante tantos días. No hay ninguna lesión en ninguna parte de su cuerpo, Lusian. Ninguna. No hay señales de violencia, ni de ataduras, ni de forcejeos. No hay nada malo con ella —comentó confundido y sin duda, reprochándome algo implícitamente —No veo razón para que la trajeras.
—¿Y nuestro bebé, cómo está? — Le pregunté, posando delicadamente mi mano sobre el vientre de Alexa.
—Perfectamente bien —me aseguró con una media sonrisa.
Joshua y yo nos miramos significativamente y en complicidad, y me levanté de la cama con mucho cuidado de no sacudir el colchón al hacerlo.
Me acerqué a Caleb y le quité los papeles que llevaba en la mano.
No era experto en medicina, pero podía encontrar algo fuera de lugar. Algo que no estuviera viendo. No me importaba que no hubiese encontrado nada de lo que me dijo, porque yo sabía de sobra que se debía a mi intervención y menos me preocupaba que pudiera estar sospechando cualquier cosa de nosotros.
Lo que me apremiaba era encontrar otra cosa. No sabía exactamente qué, pero me negaba a aceptar que Alexa no moría por causas humanas... sino por algo más, algo en lo que al parecer yo no tenía control ni conocimiento.
Joshua de repente se paró a mi lado y me quitó los papeles, para ojearlos del mismo modo que yo.
Caleb resopló con irritación cruzándose de brazos, mientras nos observaba hacer su trabajo.
—Si desean mis horas extra, tendría que tomar unas cuentas clases de medicina —dijo instantes después, quitándole a Joshua las hojas.
—Si no hay nada malo con ella, ¿entonces qué está pasando? —Pregunté frustrado.
—¿Por qué no les sorprende que no tenga lesiones de ningún tipo? —Preguntó, mirándonos con los ojos entrecerrados —¿Por qué la trajiste, Lusian? Si no eres sincero conmigo no voy a poder ayudarte.
—No puedo decirte... sólo sé que siento que está muriendo. ¿Puedes confiar en mí para no hacerme preguntas? —Lo cuestioné, mirándolo directamente a los ojos, con resolución.
Lo medió por unos segundos, antes de dejar las hojas sobre la cama y plantarse de nuevo frente a mí con los brazos cruzados y las piernas ligeramente abiertas.
Con su bata blanca y su apariencia profesional, me dio la impresión de que llamaría a la policía, pero con una mueca de insatisfacción asintió, dándome el beneficio de la duda.
—De acuerdo. ¿Por qué crees que ella está muriendo? —Me preguntó consideradamente.
—Porque si no hay nada malo en ella, no debería estar durmiendo tanto. Tiene algo más —confesé, casi cayendo en la desesperación.
La ambigüedad con la que estaba tratando las cosas con Caleb pudiera no ser de mucha ayuda, pero no podía simplemente soltarle la noticia de la verdad detrás de todo aquello, porque para empezar, en el hospital tenían una estancia exclusiva de psiquiatría.
—Que duerma no es malo, está embarazada, amigo mío. Es normal que lo haga. Las últimas semanas de gestación suelen ser las más difíciles y cansadas. Entiendo que estés aquí como padre primerizo, pero tu insistencia me confunde —dijo Caleb, posando una mano sobre mi hombro —. Si no eres más explícito, entonces no sé cómo ayudarte. Lo único que puedo darte como posible respuesta a tus inquietudes, es que quizá se trate de un problema psicológico. Puede que esté evitando tanto como le sea posible regresar a la realidad. Después de todo, si dices que fue secuestrada, lo que ya es muy alarmante, tal vez su subconsciente la esté manteniendo en ese estado para no enfrentarse a los hechos. Por otra cosa no veo que tenga otro problema.
Analicé sus palabras, encontrando que sonaba lógico y entonces también podía ser esa la razón de que su alma se estuviese apagando, por la tristeza y todo lo sufrido en esos días en que estuvo en cautiverio, alejada de todas las personas que la amaban.
Tenía sentido. Al fin y al cabo, el alma era alimentada por nuestros sentimientos.
De algún modo eso me tranquilizó, porque entonces, sí tenía como traer de vuelta la verdadera esencia de Alexa. Era probable que necesitáramos algo de ayuda profesional, como la de un terapeuta, que supuestamente te ayudan a curar interiormente. Pero lo más importante era, que si ella estaba rodeada de las personas que la querían, podía regresarla.
No sería tan complicado. Amarla y mimarla era mi misión en esta vida. Y también de algunos cuantos más.
—Entonces crees que es por estrés postraumático —inquirí.
—Es posible —contestó —. La ayudaría que la llevaras a casa y que pudiera encontrarse en algún sitio en el que se recuerde a salvo. La verdad es que no hay motivo para que esté aquí. Ambas están sanas y salvas—comentó con una sonrisa tranquilizadora.
—¿Ambas? —Preguntó Joshua de repente —. ¿O sea que Kathara está mejor?
—¿Qué? —Preguntó Caleb confundido y al parecer entendió sin necesitar mucho tiempo porque sacudió la cabeza —. No. De hecho, su situación es muy delicada. ¿Conocen al padre de su bebé?
Carraspeé, incómodo, cubriéndome la boca con el puño, mirando de soslayo a Joshua que pasó su peso de un pie a otro, levantando la barbilla en dirección a Caleb.
—Yo soy el papá — confesó con voz ronca.
Caleb se quedó perplejo ante tal revelación, elevando una de sus cejas con total asombro, recuperando la compostura unos segundos después.
—¿En qué momento crecieron tanto? —Preguntó para sí mismo y su expresión se endureció —. Lamentablemente debemos hacer una intervención quirúrgica y necesitamos un responsable que nos firme el permiso. Tu esposa...
—No es mi esposa —lo corrigió Joshua rápidamente.
—Menos mal, porque no recuerdo haber sido invitado a una boda —comentó Caleb con guasa. Me miró rápidamente con una ceja arqueada, disimulando una sonrisa que me contagió y se aclaró la garganta, adoptando de nuevo su rictus profesional —. Su amiga...
—Tampoco es nuestra amiga. —Fue mi turno de corregirlo.
Caleb nos miró a Joshua y a mí con exasperación.
—¿Se dan cuenta de que esto es muy siniestro verdad? No es la esposa, ni su amiga, pero la trajeron aquí en circunstancias deplorables. A veces creo que son un clan de mafiosos y me gustaría saber si me encuentro en peligro —dijo, sentenciándonos a ambos con sus indagaciones.
—Eso suena bien... sería un excelente mafioso, pero no, no lo somos. Sólo dinos que hay que hacer con el hijo de Joshua —le exigí, perdiendo un poco el control.
—Por si no lo saben, debo hacer reportes de mis pacientes... —dijo Caleb, retrayéndose de cooperar.
—Pues no hagas reportes de esa mujer ni de Ax, no veo el problema —sentencié.
—No lo entiendes, Lusian. La mujer que trajeron junto con Ax parece estar en estado vegetal, pero cuenta con actividad cerebral sin ninguna anomalía, no hay fracturas en su columna que determinen su inmovilidad. Lo único que encontramos fue deshidratación, anemia y contracciones. Por todo lo demás, se encuentra en perfecto estado —anunció elevando el tono de su voz—. Ya que no quieren decirme que está pasando en realidad, por lo menos coopera y deja de jugar al inteligente conmigo. Ustedes tres siempre se meten en problemas desde que los conozco —se quejó, tomó los papeles de la cama y le entregó un par de ellos a Joshua, dejándolos violentamente contra su pecho, junto con una pluma que sacó del bolsillo de su bata —. Firma la maldita autorización. Ese bebé debe nacer cuanto antes. No quiero saber qué clase de padre serás si tienes a la madre en tan malas condiciones. Y ten en cuenta la posibilidad de ser papá soltero. Si el problema no es físico, tendrá que intervenir la especialidad de neurología y veo muy probable que termine en un hospital de psiquiatría. ¿Ahora entienden lo de los reportes? Y deberían llamar a la familia de esa chica. No es una broma.
Definitivamente jamás había visto a Caleb tan molesto, ni siquiera la vez que terminé internado por una enfermedad de transmisión sexual, que afortunadamente era curable.
Joshua, sin expresión alguna que delatara sus pensamientos, leyó apenas aquellas hojas y dibujó un par de firmas sobre las rayas que pedían el nombre del responsable. Se las entregó a Caleb, y regresó a sentarse de nuevo al sofá, sin mirarnos a ninguno de los dos.
Nuestro enfadado medico se me quedó viendo, respirando algo agitado y se apretó el puente de la nariz, asomando su frustración en unas suaves arrugas alrededor de sus ojos. Era casi de la edad de mi padre, pero en esos pocos minutos pareció haber envejecido unos diez años.
—No sé qué les ocurre a ustedes tres ni en qué están metidos, pero voy a hablar con tu padre —aseveró —. ¿Alguna vez van a madurar? Por cierto, Joshua... — lo llamó, un poco más tranquilo — Puedes asistir el nacimiento de tu hijo. Te espero en media hora fuera de la sala de obstetricia.
Joshua lo miró por dos segundos en completo silencio y después desvió sus ojos hacía Ax.
—Bien... como quieras. De todos modos tienes media hora para pensarlo —comentó Caleb, resignado y se enfocó en mí —. En unos minutos te traigo el alta de Alexa —dijo, mirándola rápidamente por uno de mis costados —. Te sugiero que la mantengan lo más tranquila posible. Ser víctima de secuestro es algo muy difícil con lo que lidiar... Explicaré en su reporte que su visita fue sólo de rutina, ¿de acuerdo? Pero mejor que vayan con cuidado. Si estás en algo turbio, Lusian, yo no podré ayudarte y te lo digo como amigo, no como médico.
—Gracias, pero no tienes de que preocuparte —le aseguré.
—¿De verdad? —Preguntó con ironía —. Como sea —soltó un suspiro largo y cansado —. Va a necesitar mucho amor y paciencia, ¿bien? Que duerma todo lo que sea necesario, pero no dudes en llamarme si vez algo extraño. Y prepárate, porque en pocos días vas a tener que lidiar, no con una, sino con dos mujeres rebeldes y caprichosas. Te sugiero que también duermas tanto como sea posible.
—Gracias por todo —agradecí sinceramente, ofreciéndole mi mano en un gesto varonil de respeto y admiración.
Ignoró mi ofrecimiento y en su lugar me dio un cálido y amigable abrazo, dando unas fuertes palmadas en la espalda.
Lo abracé del mismo modo, con la idea presente del buen médico y amigo que siempre fue con nosotros. Se preocupó y estuvo al pendiente de cada uno, en todo momento, y sí, también hicimos que se viera envuelto en situaciones poco ortodoxas por nuestra manera despreocupada y sin límites de vivir en el pasado.
Por eso, más que agradecimiento, sentía un infinito respeto por él. Al igual que Ax, Joshua, su padre y mi padre lo hacían.
Un segundo... ¿dijo dos mujeres rebeldes y caprichosas?
Me aparté, chocando con la cama y entrecerré mis ojos, observando al doctor frente a mí.
—¿Es niña? —Pregunté escéptico y por instinto miré hacia atrás, encontrándome con la mirada asombrada y divertida de Joshua. Volví a ver a Caleb, quien sonreía como si estuviese apiadándose de mí —. No puede ser posible que Ax tuviera razón todo este tiempo —dije, con incredulidad y fastidio.
—Felicidades, futuro papá. Y suerte, —dijo Caleb, palmeándome el brazo un par de veces, como si me estuviera mandando a la guerra — la vas a necesitar.
Con un ligero asentimiento se despidió de mí y después de Joshua, antes de salir de aquel cuarto y cerrar la puerta tras de sí.
—Creo que tienes que ir pensando en cómo sobrevivirás a dos Alexas —comentó Joshua desde el sofá, con aire jocoso.
Debió haber sido fácil procesar la noticia, porque Ax me preparó por casi nueves meses, pero no fue sencillo. Una cosa era una simple presunción y otra muy diferente a que fuese un hecho verídico.
En mi mente, y aunque nunca se lo hice saber a Ax, me imaginé a un niño. Un sagaz e inteligente niño que iría por el mundo conquistando corazones y presumiendo su gran fortuna. Con la conciencia de una educación adecuada, para un futuro mucho más prometedor que el mío, pero sería un Bennett, a final de cuentas. Un apuesto y millonario Bennett.
¿Pero una Bennett? Una Bennett Baley... Mirase por donde mirase, encontraba problemas. Un noble corazón como el de su madre no podía caer en manos de un tipo cualquiera que pudiera romperlo, solo por diversión, cómo mucho tiempo lo hice yo. Y veía casi imposible que existiera alguien que pudiera cuidarlo con todo el amor y la dedicación del mundo. Dudaba que alguien tan excepcional como yo naciera para amarla, como yo amaba a su madre.
En consecuencia todo mi pasado se me vino encima, y por primera vez en mi vida, me arrepentí de cada una de las mujeres a las que llevé a la cama, sin pensar en sus sentimientos, sólo para satisfacer mis deseos.
Tuve la insistente urgencia de ir a pedir perdón a cada una de ellas.
Jamás había experimentado tal arrepentimiento y hacerlo colisionó contra mí como un meteorito, destruyendo cada onza de tranquilidad en mi interior.
Por otro lado, la innegable verdad sobre ser padre arremetió por completo. Fue como si de repente mi cerebro lo asimilara al cien por ciento. Iba a ser papá de una niña. Una niña que tendría con la mujer más maravillosa sobre la tierra.
Aquello se me presentó como algo inefable. Entre el amor inconmensurable que tenía por Ax, más esa sensación de integra plenitud al saber que un pequeño ser nacería de mi sangre y dependería de mí, por lo pequeña y frágil que sería al nacer, mi corazón se vio saturado de una emoción que me veía incapaz de definir con palabras.
Iba a tener mi propia familia. No me había dado la oportunidad de saborearlo tan gustosamente hasta ese momento. Ni siquiera cuando nos enteramos del embarazo me sentí tan complacido y emocionado.
Más que nunca necesitaba recuperar del todo al terror de mi vida, porque deseaba con fervor poder tener a las dos mujeres más importantes para mí en el universo, hasta el último de mis latidos.
Colmado de emociones vertiginosas, me dirigí a Alexa, agradeciendo en silencio su existencia, y más que nunca tuve deseos irrefrenables por hacerle saber todo lo que sentía por ella.
Me recosté de nuevo a su costado, haciendo caso omiso de la mirada confusa con que Joshua seguía mis movimientos, y la pegué a mi costado, sintiendo sus delicadas y suaves curvas contra mi piel, contra todo mi ser.
Por alguna extraña razón la aprecié más poderosa que siempre y mucho más frágil que nunca. Su ambivalencia en concavidad con la mía. Dos mundos completos, existiendo en un gran universo compartido, con una nueva integrante.
La amaba con cada parte de mí. Cada célula en mi cuerpo vibraba de amor por ella. Cada molécula se extasiaba con su presencia y la sola visión de su hermoso rostro.
Una sensación extraña se sembró en el centro de mi cuerpo, dándole la bienvenida a un nuevo sentimiento supremo. Algo parecido al reconocimiento y aceptación de mi dualidad, uniéndose en un solo ente junto conmigo, pero menos perverso, más sublime. Me sentí indestructible, poderoso, invencible... sin embargo, eran sentimientos nacidos desde el amor y la protección.
—¿Qué te pasa? —Me preguntó Joshua, sacándome de mi ensimismamiento.
Contrariado por haberme arrebatado de ese estado de éxtasis, vi a mi amigo, parpadeando un par de veces, inseguro de qué habría visto en mí para que me hiciera esa pregunta.
Los colores de su aura llamaron mi atención y con pena dejé atrás mi regocijo.
Los opacos tonos verdes formaban una desaliñada masa de hebras en la boca de su esófago, como si estuviesen intentando desenredarse, luchando porque cada una tomara el lugar que le correspondía.
Lo entendí de inmediato. Joshua se debatía entre quedarse ahí conmigo o salir por la puerta y ver nacer a su hijo.
—Aunque no pidas mi consejo, te lo daré. Ve, anda. Ve a ver nacer a tu hijo — lo animé.
—Es fácil decirlo para ti. Tú serás padre con la mujer que amas, yo no —dijo secamente.
—¿Pero lo amas a él, a tu bebé? —Pregunté, convencido de que ese no era mi amigo.
Mi mejor amigo, sin importar la situación en las que desarrollaran las cosas, nunca hubiese tenido un corazón tan duro.
—Ni siquiera se me permitió estar en todo el proceso. Esa bruja me arrebató mi derecho de cuidar de él. No me dio oportunidad de empezar a amarlo. Incluso por un tiempo creí que se había desecho de él... Y si voy, estaría eligiendo a esa mujer por encima de Alexa y es algo que no podría perdonarme nunca —confesó abatido.
Se presionó el puente de la nariz, echando la cabeza hacia atrás y vi cómo se le hundió el pecho.
Lo observé con los ojos entrecerrados, entendiendo que no era por un corazón endurecido, sino por el corazón más noble y leal que ningún humano normal hubiese tenido fortuna de poseer, más que Joshua Parker.
—Crees que traicionarías a Ax al estar ahí, por el daño que le hizo —divagué, recargando mi mejilla sobre la cabeza de Ax—. Me gustaría saber qué pensaría ella de eso.
—Si me eliges por encima de tu hijo, me romperías el corazón, porque tú no esperarías que hiciera lo mismo. Yo no lo haría —dijo de repente Alexa, en voz muy baja y adormilada.
Con sorpresa bajé la mirada hacia ella, descubriéndola con los ojos cerrados, pero con una bonita sonrisa en sus labios.
Joshua rápidamente se paró de su asiento y se acercó. Mientras que yo, aliviado por escuchar su voz, cerré los ojos hundiendo mi nariz en su cabello, aspirando su aroma, llenando mis pulmones de su inconfundible olor y de calma.
—Bienvenida otra vez, dulzura —musité.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Joshua con urgencia, arrodillándose a un lado de la cama y tomó la mano de Ax.
Para mi satisfacción, Ax se acurrucó contra mí, girando medianamente su cuerpo, dándole a mi pecho la oportunidad de sentir parte de su espalda.
—Ansiosa por conocer al nuevo Parker. Ve y tráeme a ese bebé lo antes posible... —dijo, abrió un poco los ojos y le frunció el ceño a Joshua —. ¿Sigues aquí? —Le preguntó con molestia y volvió a cerrar sus lindos ojos, bostezando.
Me reí por lo bajo, con mis labios contra la cima de la cabeza de Ax, mirando a Joshua con fingida compasión.
—Ya la oíste —dije, dándole mi total apoyo.
—Pero te van a dar de alta ya —argumentó, sosteniendo la mano de Ax con sus dos manos —. Quiero acompañarte...
—Ay, por favor —dijo Ax, en tono cansino —. A mí ya me has visto salir muchas veces de este hospital. Mueve ese trasero y ve por ese bebé —le ordenó, levantó su cabeza hacia mí y abriendo apenas sus ojos en mi dirección, sonrió como si hubiese visto el sol por primera vez —. Ahí estás—dijo complacida, en un susurro.
—Aquí estoy, terror. Te amo —murmuré y me incliné, dejando un beso muy suave en sus labios.
—Yo te amo a ti —dijo, volviendo a cerrar sus ojos, aun con su cabeza en mi dirección —. ¿Sigue ahí?
Miré a Joshua y torcí mis labios de un lado, con socarronería.
—Ya se está yendo —dije.
—Son tan molestos los dos juntos —se quejó Joshua poniéndose de pie y me miró con la frente arrugada, en un gesto de desaprobación —ni mandados a hacer.
—Sigo escuchándote, Joshie —canturreó Ax.
Joshua rodó los ojos con irritación.
Antes de salir de la habitación, al girar el pomo de la puerta, nos miró por encima del hombro.
—¿Será que podemos irnos los cuatro juntos de aquí? —Preguntó inseguro, mirándome suplicante.
—No creo que te den al bebé enseguida, hermano —contesté —. Deja de tener miedo de ser papá. Que lo seas no te hace menos amigo, ni menos hermano. Hiciste un trabajo excelente con Ax y conmigo durante todos estos años. Maduraste antes que nosotros y trataste de protegernos... es nuestro turno de protegerte, Josh.
—Te veremos en casa... —comentó Ax, interrumpiéndome —. Llegó el momento de que nos sueltes, cariño.
Los ojos de Joshua se humedecieron, al punto de que un par de gotas rápidas resbalaron por su cara y tragó audiblemente, asintiendo.
Se fue, en busca de un nuevo camino para él, junto a su hijo, dejándonos a Ax y a mí, solos en la habitación.
—¿Él no nos va a soltar, verdad? —Preguntó Ax, tiernamente.
—No lo creo, su corazón es muy grande y se convertirá en un viejo gruñón a nuestro lado—dije, presionando mis labios en su frente —. ¿Cómo te sientes, amor?
—Tan cansada, pero bien. ¿Por qué estoy en un hospital y no en nuestra cama? —Dijo, reprochándome con dulzura.
—Quería asegurarme que estaban bien la bebé y tú. Caleb dice que sólo necesitas descansar, no tardara en traernos los papeles de tu alta. Pronto te llevaré a esa cama que tanto te gusta —murmuré, deslizándome un poco hacia abajo, para quedar a la altura de Ax y pasé mi brazo a través de su vientre, rodeándola en un suave abrazo, con mi pecho completamente pagado a la mitad de su espalda.
—¿Dijiste la bebé? —Preguntó insinuante.
—Vas a matar a Caleb... —afirmé, contra su nuca.
—Debería agradecer que estoy muy cansada para eso —susurró y la escuché bostezar —. Pero te lo dije.
—¿Por qué estabas tan segura? ¿Me vas a decir ahora sí el nombre? —Interrogué.
—Pues por que sí. Se llaman instintos maternos —comentó orgullosa.
—El nombre, Ax... —Insistí, guiando mis labios hasta su oreja —. Quiero ser parte de eso. Deseo ser parte de todo lo que tenga que ver contigo y con ella. No quiero saltarme nada. Quiero verla crecer e ir a la universidad. Quiero asustar a todos sus pretendientes y quizá mandar una que otra de esas almas al infierno si se atreven a lastimarla. Dímelo, dulzura —murmuré contra su oído, masajeando suavemente su estómago.
Ax se quedó en silencio por largos segundos, llevándome a dudar de si me lo diría. Pero entonces se giró con dificultad, dejándonos frente a frente y me tomó de ambas mejillas dejándome notar sus manos frías, y abrió los ojos para mí, sólo para mí.
—Lusiana... ¿Te gusta? —Preguntó tímidamente.
Parecería imposible, pero en ese momento mi amor por ella se elevó, más allá del cielo, más lejos que las estrellas y más grande que la eternidad.
—Lusiana Bennett Baley —susurré, saboreando el nombre en mi paladar, como una oración —. Es perfecto. Tan perfecta como tú. ¿Por qué no querías decírmelo?
—Porque es horrendo. ¿Imaginas cómo se burlaran de ella en la escuela? Pero en el momento que supe que ella venia en camino, ese nombre se instaló en mi cabeza y no hubo nada que pudiera quitarlo de ahí —confesó, acariciando mis mejillas con sus pulgares.
—Eres muy graciosa, no es horrendo —defendí ese espectacular nombre, besando la palma de su mano —. Mientras que sea como tú...
—Yo creo que va a ser tan atractiva como tú y tan inteligente, sabía y madura como yo —dijo con un toque de diversión, pegando su frente a la mía.
—Entonces estamos perdidos, ¿lo sabes? —Dije con el mismo tono divertido, cerrando mis ojos al sentir su cercanía, tanto física como emocional.
Supe que tenía todo a mi favor para recuperar su hermosa alma. Sólo le daría todo el amor que ella merecía.
Ambos nos quedamos en silencio, tan pegados como nos era posible y de súbito el agotamiento me invadió, de todos los días anteriores en los que no pude dormir, en espera de su regreso. En la búsqueda de la tranquilidad que su compañía representaba para mí.
El sosiego que me proporcionaba era tan grande, que quería dormir por semanas, con la única condición de que fuese a su lado, sólo a su lado.
Cuando estuve a punto de rendirme ante el agotamiento físico y mental, Ax se removió, y dejó de sostener mi rostro, quejándose suavemente.
—¿Estás bien? —Le pregunté abriendo los ojos rápidamente, alarmado.
—Sí... sólo que me gustaría que fuera una Bennett menos molesta. Se mueve más que tú cuando duermes —dijo, presionando un costado de su vientre, como si quisiera acomodarla.
—Ya falta poco. La espera valdrá la pena —la tranquilicé.
Cerré mis ojos de nuevo, deseando poder dormir por lo menos cinco minutos.
—¿Lu? —Ax me llamó tras pocos segundos en los que me permití dormitar.
—Dime, dulzura... —contesté adormilado.
—¿Qué va a pasar con ella, con Katha? —Preguntó afligida.
Me vi obligado a abrir los ojos y soltando un suspiro de resignación, preguntándome si Lusiana sería igual de impaciente e inoportuna que su madre, besé la nariz de Ax.
—No va a pasar nada con ella. Ahora sólo es un cuerpo vacío. Sé que suena frívolo, pero no me importa —confesé—. Caleb cree que ha caído en estado vegetal. Y más o menos es así. No te preocupes por eso, dulzura. Ahora le practicaran una cesárea y el bebé de Joshua estará sano y salvo fuera de ese cuerpo maldito.
—No seas así —me regañó, frunciendo su adorable ceño —. Ella solamente no aprendió a quererse. Yo me quedé sin papás y tuve suerte de que ustedes me amaran. Pero piensa que si ustedes a lo mejor no hubieran estado conmigo, yo pude haber sido ella.
—Eso no es posible, Ax... —dije rotundamente —. Con o sin nosotros tú siempre has sido mejor que ella. Sé que hubieras luchado con fuerza por sobrevivir sin lastimar a nadie más. ¿No lo ves? Decidiste irte por tres años. Nosotros nunca te definimos, tú elegiste ser esta persona y ella también hizo su elección... Quería tu dinero, quería tener a las personas que te aman... Pero nunca pensó que lo que tenías se debía a tu corazón. Mejor hubiera trabajado en ser una buena persona, en lugar de querer algo que no le pertenecía. Y la verdad espero que su hijo no se parezca a ella.
Me gané un pequeño golpe en el brazo, acompañado de una pequeña y nasal risa de Ax, que alimentó todo mi ser. Si ella supiera cuanto amaba que riera.
—Eres un idiota —dijo, besando la punta de mi nariz —. ¿Oye, tú también vas a tener alas? —Preguntó de la nada, desorientándome.
Completamente confundió hice un poco la cabeza hacía atrás, observándola, en busca de que alguna otra cabeza le estuviera empezando a salir. ¿Qué clase de pregunta era esa?
—¿Por qué iba a tener alas? —Pregunté, arqueando una de mis cejas.
—Porque tu papá tiene unas. Entonces... No entiendo. Yo vi alas en su espalda. Unas alas doradas y hermosas, Lu... ¿Tú no? Las vi cuando me rescataron y estaba matando a un hibrido —dijo, confusa, con los ojos brillantes ante mil preguntas.
Bien, no esperé que tuviera que hablar con Ax sobre eso, al menos no tan pronto, porque ni quisiera yo estaba completamente convencido de lo que me reveló Raphael mientras íbamos de camino por Ax.
No creía que fuese oportuno hablarlo, mientras estuviera tan débil. Pero tampoco quería mentirle u ocultarle cosas. Jamás fui capaz de hacerlo, aunque sabía que había verdades que pudieran lastimarla. Aun así, mentirle nunca fue una opción para mí y de todos modos, ella por alguna razón, siempre encontró la manera de saber la verdad, con solo mirarme a los ojos.
Apretando la mandíbula, para controlar la furia que me provocaba saber que mi vida había sido toda una vil mentira, negué lentamente, esperando que su suspicacia le hiciera entender que no estábamos en el lugar ni en el momento para hablar de eso.
Se me quedó mirando largos momentos, estudiándome en silencio, buscando la respuesta que necesitaba y cuando pareció estar complacida con el resultado de su escrutinio, asintió, dándome un beso rápido en los labios.
—Bien, Lu... pero no te alejes de mí, por favor. No quiero que hagas eso de encerrarte como sueles hacerlo. ¿Sí? —Me pidió cautelosamente.
—No lo haré, pero mejor duerme, anda —le aconsejé —. Porque estamos a nada de que dormir sea un lujo.
—No quiero dormir otra vez—confesó angustiada.
—¿Por qué no? —Pregunté confundido.
—Porque... ¿y si despierto y otra vez no estoy contigo? —dijo desesperada, a la par que sus ojos bailaron sobre los míos, con miedo y desolación.
Mi corazón se hundió en mi pecho ante tan tormentosa confesión y me sentí el peor hombre del mundo, el más culpable y el más idiota.
Me dolió tanto escuchar esas palabras, pero fue letal la mortificación con que fueron pronunciadas. Ax sufría aun estando de regreso a mi lado. Habían quedado heridas tan profundas en su alma, que no sabía si iba a ser capaz de sanarlas por completo. No sabía si las cicatrices la dejarían vivir en paz. No podía estar seguro de si mi amor por ella sería suficiente para que saliera de esa oscuridad a la que, por mi intransigencia, había caído.
—Perdóname, terror —le pedí dolorosamente, sujetando su rostro delicadamente de la quijada, frotando mi frente sobre la suya —. No volverás a despertar ni una sola vez sin mí a tu lado —le aseguré vehementemente, dejando que mis labios rozaran los suyos, en cada movimiento de mi boca al hablar.
—¿Me lo prometes? —Me preguntó asomando toda su fragilidad en esa simple interrogante, sintiendo su aliento mezclarse con el mío.
—Te lo juro. No tendrás que volver a pasar por eso nunca —aseveré, recitando las palabras como si fueran una oración, la más sagrada, vertiendo en ellas cada gramo del amor que tenía por ella.
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