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NUESTROS PEORES TEMORES YACEN DETRÁS DE NUESTRAS MÁS GRANDES ALEGRÍAS

LUSIAN

Me atormentaba la idea de dejar a mi preciosa futura esposa durmiendo sola en nuestra cama. Era de mi total conocimiento que a ella no le agradaba cuando eso pasaba. Adoraba verla dormir. En ese estado de paz, tenía el aspecto del ángel más hermoso en el universo, pero cuando estaba despierta, era un demonio sexy, irritante, frustrante y muy caprichoso. Y la amaba con cada parte de mi cuerpo por eso. Detrás de sus asombrosas virtudes, hallaba hermosos sus defectos, que en mi opinión, no lo eran. Esas imperfecciones la hacían perfecta para mí. Alexa Baley era y sería siempre la mujer indicada para querer vivir una vida larga y plena a su lado.

Joshua me llamó a las dos de la madrugada, para pedirme ayuda, porque Kathara se sentía enferma, según ella. Yo no le compraba su historia, pero si él pedía mi ayuda, era porque realmente la necesitaba.

Por esa razón, abandoné al ángel que yacía sobre las finas sabanas de seda, con el riesgo de verla despertar convertida en el demonio que reprocharía mi abandono.

Daniel y Joshua se las arreglaron para mover una de las camas de las habitaciones desocupadas de mi casa, a uno de los cuarto de la mansión abandonada, mientras yo le hacía cosas extraordinarias a Ax y ella me las hacia a mí.

No me importaba que nuestra intimidad se hubiese visto un tanto limitada por su estado de salud y del bebé. Sinceramente, carecía de importancia si hubiera tenido que vivir en celibato por más de un año, existía en completo estado de éxtasis desde que aceptó sus sentimientos hacia mí y nos dio la oportunidad de estar juntos.

Daniel, quien renegó bastante al principio cuando lo llamé para que nos auxiliara con la bruja embarazada, estaba sentado al otro lado del cuarto, recargado contra la puerta del armario, cabeceando, en una lucha obstinada por no quedarse dormido.

Mi mejor e idiota amigo hablaba por teléfono con Caleb, caminando de un lado a otro, explicándole los síntomas de la madre de su hijo, en caso de que se necesitara enviar una ambulancia.

Si por mi hubiera sido, la dejaría sufrir sola bajo un puente, como sugirió Ax, pero no podía negarme al hecho de que el bebé que estaba por traer al mundo, era de mi mejor amigo. Mi hermano.

Por casi siete meses esa arpía nos negó cualquier tipo de información acerca de su estado, y aunque Joshua trató de ponerse en contacto con ella e incluso varias veces fue a buscarla a donde descubrimos que vivía en Colorado, nunca tuvimos ni una notica de ella.

Joshua se había resignado a que su oportunidad de ser padre se había evaporado, pero yo no. Siempre supe que ella utilizaría el embarazo a su favor, por eso, siempre que parecía desesperado por no saber nada de ella, lo tranquilizaba, aclarándole que en cualquier momento ella apareciera, y así pasó.

Mi hermano tenía un alma tan pura, que entendía porque ahora estaba tan preocupado por los malestares de Kathara, por más que a mí me fastidiara y me repugnara verlo de ese modo, después de tanto tiempo de silencio de parte de ella.

Cuando fui en su auxilio, me limité a quedarme en la entrada de la habitación, recargando mi espalda en la pared adyacente a la puerta y me acomodé cruzando mis tobillos, metiendo las manos a los bolsillos del pantalón deportivo, que fue lo primero que encontré en el armario, para no despertar al hermoso monstruo que dormía exhausta por nuestras actividades extracurriculares.

Con la cabeza inclinada hacia adelante, fijé mi vista en la mujer tendida sobre la cama, que gemía de aparente dolor y se apretaba el estómago, haciendo horribles muecas de sufrimiento. No le quitaría ojo de encima, no cabía ni un gramo de confianza en mí, sobre ella.

¿En qué estaba pensando cuando me metí con ella? Ni siquiera me parecía guapa y mucho menos tenía cualquier cosa linda en su interior. Por lo regular no me arrepentía de mis decisiones, ni siquiera de las cosas terribles que hice antes de estar con Alexa, pero sí lo hacía de haberme enrollado con ese intento mal hecho de mujer.

Me costaba reprimir las ganas que experimentaba de enviar su alma por completo a las tinieblas. Era una sensación asfixiante. Todo en mi interior me pedía a gritos que le arrancara el corazón y la enviara bajo la subyugación de sus propios miedos, convertidos en su infierno. Hormigueaba en mi piel y sangre esa necesidad irracional, convirtiéndome en un alcohólico en recuperación, frente a un estante lleno de botellas de licor.

La única razón por la que no caí en ese perverso y oscuro deseo, fue Alexa. De hacerlo, la decepcionaría. Ella no deseaba vernos convertidos en algo mucho peor que su antigua amiga.

No entendía como Kathara podía odiarla y envidarla tanto, si mi hermosa rebelde siempre la quiso y trató como nadie la había tratado. El alma de Kathara no tenía salvación, estaba podrida. Lo advertí en los tonos oscuros y grisáceos de su alma, que nacían desde el punto central de su abdomen, cubriéndola con un manto negro y espeso, listo para engullirla en el momento que su corazón dejara de latir.

Por eso es que me pareció buena idea tenerla cerca, ahora que se había atrevido a darnos la cara. Mejor tener al enemigo cerca.

—Me gustaría saber por qué estoy aquí en vela, aguantando este numerito— dijo Daniel al cabo de unos quince minutos después de que yo llegara a la mansión abandonada.

—Porque eres un ángel guardián —contesté secamente.

—No soy un ángel guardián —rebatió oscamente.

Quité mi atención de Kathara por un segundo, para dedicarle a Daniel una mirada mordaz y una sonrisa llena de sátira.

—Creíamos que sí —dije llenando mis palabras de sarcasmo, volviendo la vista a la mujer delante de mí.

Me gané un intento de homicidio por parte de Daniel, quien me dio una mirada llena de deseos asesinos, antes de echar la cabeza hacia atrás golpeando el armario, cerrando los ojos.

—No, ya en serio. ¿Qué hago aquí? Son pasadas las dos de la madrugada y tengo un trabajo terrible con una paga nefasta, siguiendo a Joshua a todos lados donde se le ocurre ir. Debería estar durmiendo —se quejó el ángel con un gruñido.

Me percaté de que mi querido hermano se enteró del comentario de Daniel, porque me miró de soslayo, con complicidad, elaborando una sonrisa completamente maliciosa.

Le regresé el gesto, con la misma complicidad que siempre compartimos, desde pequeños. Pero no me resultó tan satisfactorio al notar que la preocupación en sus facciones seguía latente.

—No voy a tantos lados —dijo Joshua, fingiendo cansancio y volvió a su asunto al teléfono.

—Deja de quejarte —le dije a Daniel—. ¿Quieres escuchar toda la noche su llanto y sus quejas? Estás en el cuarto de a lado —le recordé.

—Podría ir a dormir al cuarto de hasta el fondo, o a tu casa, Bal ya me perdonó —comentó, malintencionado.

La verdadera razón por la que hice que Daniel estuviera ahí, aunque la hacía lucir como un castigo, era porque, me gustara o no, formaba parte del equipo.

Era chocante aceptarlo, pero el que siguiera enamorado de Ax nos servía como arma infalible. Como yo, daría su vida por ella. Y debía tenerlo cerca por cualquier eventualidad inesperada, sobre todo con la aparición de Kathara en la ecuación.

Yo tampoco sabía qué hacía ahí. Me ponía nervioso estar lejos del terror de mi vida, aunque estuviera en la casa contigua. Pudiendo estar acurrucado contra el cálido cuerpo de mi mujer, que me arrullaba con el más simple acto de respirar, en su lugar debía aguantar los lamentos gatunos y espeluznantes que profería una bruja sin escrúpulos.

Joshua colgó el teléfono y lo guardó en su pantalón.

Pareció haber querido decir algo, pero Daniel interrumpió cualquier cosa que tuviera por comentar, levantándose abruptamente, con expresión horrorizada.

Me puse en alerta, ignorando la nueva tanda de quejidos que Kathara aulló.

—¿Qué te pasa? Parece que has visto un fantasma —dijo Joshua, confuso.

Decir que había visto un fantasma se quedaba corto, porque perdió todo el color de su rostro.

—Es Bal, puedo sentirla —anunció, falto de aire y enfocó su atención en mí.

—Estás comenzando a parecerme agradable otra vez, no lo arruines —dije entre dientes.

Odiaba soberanamente que Daniel pudiera sentir lo que Ax sentía, por ese maldito vinculo que formaron cundo él bajó por primera vez. Y seguía existiendo porque él aún sentía cosas por ella. No me enfermaba que la amara, porque quien no la amaría siendo la hermosa mujer que era. Me ponía enfermo no poder ser yo quien tuviera esa conexión con ella. Me parecía injusto e ilógico, que siendo el portador, creado para estar con ella, no pudiera hacerlo.

—No seas imbécil... está asustada —tragó con fuerza y se quedó completamente inmóvil, como si hubiese viajado mentalmente a otro sitio.

Todos mis sentidos se activaron en alerta.

—¿Cómo que asustada? ¿Qué está pasando? —pregunté inquieto y por puro instinto volteé hacia Kathara.

Nuestros ojos chocaron y pude ver que en ellos no había rastro de dolor...

Me retó, sosteniéndome la mirada y una sonrisa apenas perceptible curvo una de las comisuras de sus labios.

Algo no estaba bien.

—Maldita sea, ya no la siento —dijo Daniel, ansioso y salió corriendo.

—¿Eso qué mierda significa? —Pregunté saliendo detrás de él y lo tomé bruscamente del brazo.

—Nada bueno —dijo y tiró con fuerza de su brazo bajo mi prisión —. Si no la siento es porque no tiene conciencia de su sentir... Como si la hubieran apagado —dijo sombríamente y volvió a andar con rapidez, bajando las escaleras.

Pánico en su estado más malévolo me envolvió como una manta de fuego ardiendo y corrí escaleras abajo, detrás de Daniel.

Apenas fui capaz de ver a Joshua bajar a mi lado.

Lo único en lo que podía pensar era en llegar cuanto antes con Alexa. Me parecía no estar corriendo lo suficientemente rápido.

—¿Qué no vuelas? Hazte a un lado —rugí pasando por un costado de Daniel, al llegar al pie de las escaleras, empujándolo fuera de mi camino.

Comencé a ver todo rojo a mi alrededor, nada parecía tener sentido. Las imágenes se tornaron borrosas, como si estuviera en medio de un túnel del tiempo.

Salí de la mansión abandonada, con el corazón a medio latir, cerca de la garganta y no esperé a que ninguno de los dos me alcanzara.

No importaba lo rápido que corriera, mi destino parecía cada vez más lejos.

Mi cerebro capturó información importante cuando llegué a la gran reja de la mansión Bennett. La puerta peatonal estaba abierta y unos metros más adelante ubiqué un par de cuerpos tirados inconscientes. Eran los guardias de seguridad.

No me detuve a pensar en las razones, porque eso sólo me dejó ir por un camino. Ax estaba en peligro.

Cuando menos me di cuenta, estaba subiendo las grandes escaleras, de a dos en dos, sintiendo mi corazón latir con violencia, al punto de querer escapar por un hueco muy grande y doloroso en mi pecho.

En mi cabeza había un simple pensamiento: poder encontrar a Ax en la cama aun dormida. Recé con insistencia durante todo el trayecto de las escaleras hasta nuestra habitación y abrí la puerta duramente, empujándola.

Mi miedo más grande y atroz tomó forma de arañas ponzoñosas trepando por mi columna vertebral y mi esófago, hasta convertirse en un sabor amargo en la boca, que me hizo querer vomitar. Alexa no estaba en nuestra cama.

La puerta de la terraza estaba abierta. Salí con la esperanza de encontrarla viendo las estrellas o leyendo un libro, pero no había nadie.

Fui hasta el baño y encendí las luces, encontrándolo vacío.

La bilis que subió hasta mis cuerdas bucales fue tan amarga e intensa que tuve que tragarme toda la saliva, antes de salir del cuarto, topándome con Joshua y Daniel corriendo hacia mí.

—Ax no está —avisé e hice a un lado a Joshua, para abrirme camino hacia la habitación que ocupó cuando más joven.

Juré que si abría la puerta y la encontraba ahí, le pondría un altar.

Pero ella no estaba. Su cama lucía impecable, con el lobo de peluche que le regalé muchos años atrás, acomodado en medio sobre el edredón rosado.

Lo que antes fue un sabor amargo y asqueroso en mi boca, se convirtió en una gran enredadera que envolvió mi garganta, prohibiendo el paso de aire a mis pulmones.

Estaba pasando. Lo que temí por mucho tiempo, desde que nos enteramos de los nephilims huyendo de su extinción, estaba sucediendo. Porque tenía que ver todo con esas asquerosos ratas. Lo intuía.

—¡Raphael! —Rugí.

—Iré a buscar a las otras habitaciones —me dijo Joshua con los ojos enrojecidos y húmedos, y sin color en la piel de su rostro.

Asentí y me di media vuelta, encontrándome de frente con Daniel, mostrándome en su expresión que lo que yo imaginaba era cierto.

Sin pronunciar ni una sola palabra lo dejé atrás y bajé las escaleras a grandes zancadas, esperando poder encontrarla en alguna de las estancias de la planta baja.

Busqué en la cocina, en el salón, en el despacho de mi padre, en el bar, en el cuarto de servicio. Busqué por todos las rincones de la casa, cada vez con menos esperanzas de hallarla.

La desesperanza se hizo presente en humedad detrás de mis ojos, que regresé con violencia, negándome a aceptar que se habían llevado a Alexa.

Mi última salida era el jardín trasero.

Cuando salí al jardín, cerca de la piscina, un objeto brillante llamó mi atención.

Me acerqué lentamente, temeroso de descubrir lo que significaba la luz de la luna reflejada en él. Me agaché, para estudiar el objeto.

Toda la sangre en mi cuerpo se convirtió en hielo, cuando distinguí que era un anillo de oro rosado. El mismo anillo que le di a Ax cuando nos enteramos que estaba embarazada. Era una pieza única. Cuando lo vi, supe que debía haber sido hecho sólo para ella. Así como ella había sido hecha sólo para mí.

El hielo se quebró, abriéndole paso a las brasas más ardientes jamás experimentadas en toda mi vida. Me quemaba de pies a cabeza, rugiendo por poder ser liberadas y quemar todo a su paso.

Me levanté, apretando el anillo con fuerza dentro de mi palma cerrada en un puño, jurando en silencio que mataría a cualquiera que se hubiese atrevido a tocar a la mujer que tenía mi corazón. Y no sólo los mataría, los haría sufrir de maneras inimaginables. Torturaría sus espíritus y sus cuerpos hasta que me suplicaran por su muerte.

Me negaba a aceptar que se la hubieran llevado. Era inadmisible siquiera pensar que cualquiera le pusiera una mano encima y que tal vez la hubiesen lastimado.

Debía mantener la calma, porque Alexa me necesitaba con la soltura suficiente para ir en su busca, como me lo dictaba mi corazón con urgencia.

Sin embargo, la furia que se desató en mí, al imaginar a mi hermosa mujer en manos de cualquiera, fue casi incontrolable. Nadie debió siquiera pensar en ponerle una mano encima, sin temer a las consecuencias.

Desde que tuve uso de razón, viví en una lucha constante de poderes, entre dos entes completamente diferentes que residían en mi interior. La oscuridad por lo regular me envolvía, al grado de caer en las peores situaciones llenas de pecado, inimaginables ante la vista humana. Sexo, drogas, alcohol, muerte... Pero nunca me vi tan tentado de sucumbir a la oscuridad, como en esos momentos. No solo deseando la muerte del prójimo, sino algo más temible: el vacío, la nada.

Y la única capaz de sacarme de tan perverso sitio era Ax. Tenía que recuperarla.

Ella fue siempre la luz en mi oscuridad, el amor ante la lujuria, la paz sobre mi guerra. Desde la primera vez que la vi, fui capaz de saborear todas esas deliciosas virtudes, mostrándome un mundo completamente nuevo. Existí divido en dos, y la mujer que fue hecha para mí, siempre hacía que flotara directo a la luz que descubrí también vivía en mí.

Me juré en silencio, cuando me miró por primera vez a los ojos, con esa rebeldía inocente y sus ganas de vivir en un mundo que le habían pintado con soledad, que la protegería de todo y de todos, incluyendo a mi lado más oscuro. Aprendí a amarla en silencio, porque sabía que existía, que respiraba y eso era todo lo que yo quería para ella, aunque eso supusiera tener que ocultar mis verdaderos sentimientos, porque nunca la amé para poseerla. La amé sin condición y en libertad.

Saberla lejos de mí y con la incertidumbre de su estado, me dolió en lo más hondo, cortándome como esquirlas afiladas, enterrándose como dagas por todo mi cuerpo. Una sensación insoportable.

Un violento huracán se desató, casi consumiéndome.

Ese dolor abrió camino a la locura, gritándome que estaría en el más triste y solitario lugar si ella no volvía a mi lado.

Y esa locura, se convirtió en algo sumamente poderoso.

Surgió como una serpiente de fuego, envolviéndose y arrastrándose por mis terminaciones nerviosas y mis huesos, rozando mis órganos vitales. Un animal rastrero que incendió todo a su paso, convirtiéndolo en cenizas. Me quemaba por dentro y lo acepté, dejé de luchar contra la oscuridad habitando en mi mente y corazón.

Por unos segundos retumbó en mis oídos un feroz zumbido, creado por gritos y llantos de lamento. Pude distinguir la agonía que transmitían y la experimenté como mía, vaciando por ese mismo tiempo mi alma. Por un momento me vi absorbido por la nada, llevándome al lugar más lóbrego jamás antes visitado por nadie sobre la faz de la tierra.

Sin embargo, no me intimidó ni me perturbó, fue la acción perfecta para aceptar lo que corría por mis venas, dejando que me reconociera como parte de lo que éramos juntos, desde el día en que nací, hasta el día de hoy. Necesitaba conocerla, para entenderla.

Dejarla entrar por completo fue liberador. Ella no podría dominarme nunca más. Yo era su amo. Nací para controlarla, no para ser controlado.

Poseía el poder de las tinieblas, pero no sólo eso. Hubo algo más.

Un manto invisible me cubrió con calidez, enrollándose en mi cuerpo, con una sensación frágil y pura, como la del alma de un recién nacido, sin malicia, ofreciendo consuelo al dolor y a la devastación. Me regresó del fuego que me engulló, llevándome al borde del éxtasis. Éxtasis que se convirtió en un halo de luz cegador detrás de mis orbes.

Escuché entonces el sonido de la calma, como un silbido de un pájaro, acompañado de las olas del mar. Un tañido dulce y armonioso me hizo viajar dentro un túnel vertiginoso, de un fulgor cegador, que no podía ni compararse con los rayos del sol a la primera hora del día.

Ese halo cubrió al animal que se había apoderado de mí, pero no apagó las llamas, las sosegó, en un fuego controlado como el de una fogata en medio de un bosque, bajo la oscuridad de la noche.

Ambas, la serpiente y el halo, se amalgamaron, creando algo completamente nuevo y sublime. La ambivalencia del bien y el mal en un solo ser. Y ese ente se fusionó a mi cuerpo, convirtiéndonos en uno sólo.

Podía sentir todo ese poder rugiendo y hormigueando en mi piel, desde la punta de mis pies hasta la cima de mi cabeza.

Ya no era necesario combatir contra ninguna de mis dos mitades. Corría por mis venas la sangre de un arcángel y la del primer caído. Poseía el poder de las dos razas más poderosas en todo el universo.

Yo controlaba la luz y la oscuridad.

Caminé hasta la orilla de la piscina y estudié mi reflejo en el agua, asombrándome al descubrir que mi aura había cambiado completamente. Antes, se apreciaba dividida: Por un lado, un agujero negro, que parecía absorber todo a su alrededor; del otro lado, se iluminaba como los primeros rayos del sol aclaraban un cuarto oscuro al amanecer. Actualmente se habían mezclado. Coexistían como un portal azul y blanco, rodeado de poderosas llamas, que parecían querer volar hacia el cielo.

Un aura excepcional, y era mía. Jamás me aprecié tan poderoso e invencible.

Miré el anillo en mi mano y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón, con un solo objetivo: recuperar al amor de mi vida.

Un par de pasos sonaron detrás de mí, y respiraciones agitadas cortaron el silencio de la noche.

—No está por ningún lado —dijo Joshua, con desesperación.

—Busqué en el gimnasio y en el sótano, pero nada —dijo Daniel.

Me giré, encontrándome con la mirada de mi mejor amigo, revelándome que estuvo llorando.

No existía en el mundo algún ser humano con la capacidad de amar a Ax como él lo hacía. Ella era todo lo que tenía y perderla para él supondría el mismo dolor que a mí me causaría.

—Esta maldita búsqueda fue innecesaria, sabíamos lo que estaba pasando, solo perdimos tiempo —me reprochó Daniel, dando un paso hacia mí, lleno de furia.

—Voy a recuperarla. Te lo juro —garanticé a mi amigo, ignorando la valentía absurda de aquel ángel.

Desvié las mirada hacía sus espaldas, encontrando a Raphael y a alguien más, viniendo directamente hacia mí.

No era un hombre, lo supe de inmediato. Su sangre corría por mis venas y era innegable el parecido que tenía con mi padre y conmigo. Aunque era un parecido en contraste. Su piel lucia blanca e impoluta. Sus rasgos eran finos y afilados, y sus ojos de un gris profundo, como el color de una tormenta en su punto más crítico. Igual de alto que Raphael y con un porte altivo e imponente que podría amedrentar a cualquiera, menos a mí.

Se activó en mi conciencia su nombre.

Lucifer.

Y presumía un aura idéntica a la mía.

Nuestros ojos se encontraron cuando ambos llegaron hasta donde estábamos reunidos Joshua, Daniel y yo.

Le sostuve la mirada con temple y le regalé una sonrisa siniestra. Una forma bastante peculiar de comunicarnos, ya que obtuve el mismo gesto de su parte. Fue un momento de reconocimiento mutuo.

Daniel se tensó en cuanto los pies de aquella criatura infernal tocaron el césped del jardín y miró sutilmente por encima de su hombro, achicando sus ojos al regresar la vista al frente. Él también debió reconocerlo.

La pregunta era: ¿Qué hacía él ahí? No dudaba que se hubiese presentado porque estaba en peligro el futuro de sus grandes deseos por comenzar una guerra. Hubiera sido de más ayuda que estuviese desde antes, no cuando ya teníamos la soga en el cuello.

—Joshua me dijo lo que está pasando. Fui al cuarto de cámaras de vigilancia —dijo mi padre, atrayendo mi atención, ofreciéndome su teléfono celular.

No fue difícil de ignorar el modo en que Raphael me miraba. Pese a que su expresión estaba cargada de angustia, en sus ojos reconocí orgullo reverente, como si al mirarme estuviera admirando su mejor obra de arte.

Y tampoco me pasó desapercibido el color de su alma. Nunca había tenido la oportunidad de verla, era la única persona que conocía a la que jamás pude ver en su interior, a través de su aura. Pero en ese momento, por fin pude hacerlo y fue muy diferente a lo que esperaba. Era tan resplandeciente como la de un ángel, refulgente como el color de la gema más brillante.

Me planteé que en su momento tuvo que pasar por el mismo proceso de metamorfosis que yo, pero sólo aceptó una parte de él: la luminosidad. Bien por él.

Tomé el teléfono que me entregó, revelándome en la pantalla la grabación de las cámaras de seguridad.

Joshua y Daniel se asomaron a la pantalla.

En la primera imagen, en alta resolución, se apreciaba a un hombre alto y fornido, llevando a una mujer sobre su hombro como un simple costal, rodeando la piscina. El cabello de aquella mujer caía como una cascada, junto con sus brazos lánguidos, vistiendo un lindo pantalón de pijama de franela de mi talla, pero que le embonaba perfecto gracias su perfecto estómago abultado.

Enzo. Ese maldito hijo de puta cargaba a Ax como una muñeca de trapo vieja, tratándola con el menor cuidado. Nada de las delicadezas que ella merecía.

Me subió la bilis hasta la garganta y tuve que reprimir un rugido lleno de ira.

En la segunda imagen lo vi corriendo con Ax aun sobre su hombro, saliendo por la puerta peatonal de la reja. Una silueta se escondía detrás del árbol que adornaba aquella entrada y se echaron a correr, no sin antes mirar rápidamente hacia atrás. Pude distinguir que la silueta pertenecía a una mujer, pero Zarah no podía ser, porque había acabado con su miserable existencia.

Miré la hora de las grabaciones. No habían pasado ni quince minutos de aquello. Utilizaron el tiempo que nosotros perdimos en buscarla dentro, para escapar con ella, quien sabe a dónde.

Retorcí con furia el teléfono entre mi mano, hasta que lo convertí en trozos de aluminio y cristal, recibiendo de buena gana el dolor que me proporcionaron las esquirlas al enterrarse en la piel de mi mano.

—¿Y el guardia de las cámaras? —Pregunté sombríamente, mirando a Raphael entre mis pestañas.

—Dormido —contestó, con rabia contenida.

Mi padre siempre amó a Alexa como si fuera su hija. Al principio no entendía porque lo hacía, pero no me lo cuestioné mucho, porque no importaba la razón, mientras más personas la amaran, ella sería más feliz. Después Ax disolvió todas mis preguntas al revelarme que Raphael había estado enamorado de Miranda, su madre y no de Sofia, mi madre. No hubo mucho que pensar. Cosa de Portadores o de los Bennett, comprendía el verdadero origen del amor de mi padre por Ax. Si ella, en un remoto caso, hubiese tenido un hijo con otro hombre, lo hubiera amado y protegido como si fuera mío.

Por ende podía saber que Raphael sufría de la misma ira y desesperación que yo estaba experimentando, aunque no precisamente con la misma intensidad. No tenía importancia, él y yo haríamos todo lo posible para traerla de vuelta.

—Ya firmó su sentencia de muerte —musité roncamente—. Te dije que contratáramos la plantilla completa de guardias —le reproché, dejando caer los trozos de lo que en su mejor momento fueron un móvil de la gama más alta.

—¿Y qué podían hacer contra unos híbridos? Ni mil soldados hubieran podido contra dos de ellos. Son soberanamente fuertes y rápidos y por lo que veo también astutos —dijo mi padre, casi perdiendo los estribos como yo.

Puede que su aura fuera hermosa y brillante, pero en esos momentos, podía leer en sus colores opacos nacientes del centro de su cuerpo, que estaba asustado y lleno de rabia.

—¿Por qué no sonaron las alarmas? —Preguntó Joshua, luciendo cada vez más angustiado y frustrado.

—El enrejado estaba abierto —contesté trémulamente.

—¿No pusiste la estúpida clave? —Preguntó Daniel, alzando la voz.

Aquello provocó que mi sangre se encendiera más.

—Sí lo hice, no soy imbécil —contesté, conteniendo mi rabia, porque no tenía ni puta idea de lo que podía hacerle a su estúpido corazón —. Alguien la abrió cuando fui a la mansión abandonada.

—Nadie más la tiene, ni siquiera el guardia de las cámaras. Las puertas se abren sólo bajo nuestro control —anunció Raphael, mirando hostilmente a Daniel.

Pude haber pensado en que mi idiota hermano de sangre habría sido descuidado y al salir olvidó cerrar con el código de seguridad, pero él no estaba en Farmington. Se había ido a un exótico retiro espiritual en un crucero por el Caribe.

Algo no me cuadraba. No existía manera de que alguien más supiera la clave.

—Ya perdí mucho tiempo aquí con ustedes. Voy a buscarla —anuncié abriéndome paso entre los cuerpos que estorbaban en mi camino.

—¿A dónde vas a ir a buscarla? —Preguntó mi padre —. Tienes que pensar con la cabeza fría, Lusian.

—En el infierno de ser necesario —contesté sin ninguna pizca de duda, dejándolos en medio del jardín.

—Ahí no está —dijo Lucifer, recordándonos su presencia —. Al menos así sabes que sigue viva.

—Púdrete, Lucifer —dije siniestramente y entré a la mansión con pasos firmes y agigantados.

Momentos después Daniel y Joshua llegaron hasta a mí, colocándose a cada uno de mis costados, siguiéndome el ritmo al caminar.

—Sé que no es el momento, pero cuando lo llamaste Lucifer, ¿te referías al diablo? —Preguntó Joshua, nervioso.

Sin detenerme lo miré por el rabillo del ojo y sonreí maliciosamente.

—Ese mismo. ¿Sorprendido? —Dije impasible, atravesando el vestíbulo.

—No tanto... ¿Por dónde piensas que empezaremos a buscarla? No creo que se la hayan llevado caminando, debieron tener algún vehículo cerca de aquí —dijo Joshua y me detuve en seco antes de abrir la puerta principal.

—Tú no vienes — aseguré, deteniéndolo con una mano en su pecho.

—¿Eres idiota? Es Alexa de la que estamos hablando. Yo iré a buscarla. La necesito tanto como tú —aseveró perdiendo los estribos y me empujó con ambas manos del pecho, en un intento débil y nada exitoso de apartarme.

Tenía mucha suerte de ser quien era, porque de haber sido otra persona, le hubiese quitado la conciencia de un solo golpe en la nariz.

Me afligió ver sus ojos llenos de una miserable pena y un poderoso dolor. Recordé la vez en que Ax sufrió su muerte. Vivió todo ese tiempo sin una parte de ella, aunque hizo todo lo posible para seguir adelante. Con Joshua me parecía que sería peor. Él no la amaba del mismo modo que yo, nunca lo hizo. Siempre lo vi en su alma, por eso siempre creí que su estúpida manía por querer estar juntos como pareja amorosa no era correcto. Pero la amaba, de una manera pura, noble y casi devota. La mantenía en un altar y veía venir un desastre por parte de los dos si algo le ocurriera. Algo irreversible.

—Tú vas a quedarte con Kathara. Tu hijo necesita que la vigiles. No confió en ella, Joshua —Le pedí a mi amigo, con convicción, abriendo la puerta y salí de la mansión.

—Tú no me vas a decir qué hacer —dijo Joshua, caminando detrás de mí —. Carajo, se trata de Ax, nuestra chica... No me importa qué seas. Yo voy a ir te guste o no.

Bajé los pocos escalones del pórtico, ignorando las palabras de Joshua.

—No te hagas idiota —vociferó y me detuvo abruptamente, sujetándome del brazo.

Entrecerré los ojos viendo su mano rodeando mi bíceps en tensión y después levanté la mirada hacia él, con frialdad.

—No te hagas idiota tú —sacudí mi brazo liberándome de su agarre —. Piensa en lo mortificada que estaría ella si algo sale mal con tu hijo. Ella lo ama...

—Me mortificaría más saber que pude haber hecho algo para traerla a salvo y no hacerlo. No voy a pedirte permiso, Lusian —aseguró, levantando la barbilla y pasó a mi lado, chocando su brazo con el mío.

No pude evitar pensar en Alexa al ver los ojos verdosos y azulados de Joshua que brillaron vigorosamente. Vivía frustrada por no saber nunca cuál era el color exacto de sus ojos. Ella amaba sus ojos. Amaba a Joshua con la misma devoción que él lo hacía. No podía negarle a mi amigo que participara en aquello.

—Yo también voy a ir contigo —avisó Daniel, enfrentándome.

—Es para lo único que te sirve seguir amándola —gruñí, retomando mi camino.

Agradecí haber tomado las llaves del Mercedes cuando salí a la hora que Joshua me llamó por el asunto de Kathara. En caso de que con urgencia se necesitara llevar a esa mujer al hospital, no pensaba subirla por ninguna razón al convertible de Ax, era sagrado para mí.

Mi hermosa Alexa nunca entendió mi fascinación por ese auto. Más allá de ser un carro precioso y digno de ser conducido por las calles con el techo abierto, se convirtió en una reliquia para mí. Cuando ella por cualquier razón no estaba a mi lado, usaba ese auto como medio de comunicación entre mi mente y mis sentimientos. Fue la única forma de permanecer cerca de ella, cuando no podía verla.

Saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón, y quité la alarma.

Enseguida Joshua se subió del lado del copiloto, sin mirar en mi dirección. Me enorgullecía, para ser sincero, su obstinación y su seguridad.

Rodeé el auto y abrí la puerta, con la urgencia de salir en busca de Ax.

—Lusian —me llamó Daniel, antes de subirme.

Levanté la vista, encontrando al ángel al otro lado del auto, listo para montarse, con la puerta de atrás abierta.

—¿Qué? —Le pregunté secamente.

—Cambiaste... Siento el poder que emanas. Ten cuidado —dijo con sobriedad y para mi deleite, observándome con respeto.

Asentí completamente complacido y sonreí con soberbia.

—Ensaya tu reverencia, ángel —dije con altivez y me monté al auto con un solo pensamiento.

Utilizaría cualquier recurso, hasta la muerte, con el único propósito de recuperar a la dulce mujer que se había llevado mi corazón con ella, al arrancarla de mis brazos.

Quince días, diez horas y 45 minutos. El tiempo transcurrido desde que Ax desapareció.

Calculaba que el noventa y cinco por ciento de ese tiempo, la pasé despierto, temeroso a cerrar los ojos y evocar imágenes perturbadoras, del estado en que posiblemente debía estar mi futura esposa.

En algunas ocasiones dejaba que mi parte masoquista se quedara observando el lugar que dejó vacío en nuestra cama. Pero la mayoría de las veces me negaba a mirar ese sitio. Al hacerlo, todo mi cuerpo temblaba de dolor, por no poder tener la oportunidad de tan solo verla.

La primera vez que temí perderla, fue en aquella situación en la que me puso Kathara, al develarle mis verdaderos sentimientos por Ax, sin mi consentimiento. Me pareció probable que al enterarse, dibujara una barrera entre nosotros, o que se alejara por completo de mí. En aquel entonces, yo no sólo era un patán, también estaba envuelto con personas maliciosas y viciosas. Siempre procuré mantener a Ax apartada de esa parte de mi vida y cuando estaba con ella, me dedicaba a ser solo la persona que necesitara: un amigo, un cómplice, un consejero, unos brazos o un par de oídos.

Pese a que siempre estuve seguro, que sin importar mis demonios, podía amarla como ella lo merecía sin hacerle daño, preferí mantener mis sentimientos a raya, porque seguramente no lo tomaría de la mejor manera. Se hubiera sentido como otra más de mis víctimas, que terminaban solas en una habitación de hotel, antes del amanecer. Y me negaba a que ella me mirara de esa manera. Por eso me aterré cuando se enteró de mi amor por ella.

Fui afortunado cuando no lo hizo, aunque estuvo a punto.

De cualquier modo, ese miedo que experimenté, no se comparaba con el que estaba viviendo cada segundo desde que encontré esa cama vacía. Nuestra cama. Nuestro lugar. El sitio en el que ambos desnudábamos nuestro cuerpo y alma para amarnos sin ninguna barrea, sin juicios ni prohibiciones.

Una de las emociones que experimentaba con más intensidad, era la culpa. De haber sabido que estar con ella la pondría en peligro, por lo que éramos, jamás me hubiese atrevido a ir hasta a Italia, para recuperar nuestra amistad que pareció perdida después de que nos dejamos llevar por las desinhibiciones del alcohol. No obstante, fue uno de los mejores días de mi vida. Había probado el dulce elixir que representaba Alexa para mí y nunca me arrepentí, hasta este momento.

La seguí a Italia, convencido de que quería seguir conservando su amistad, pero muy en el fondo, sabía que lo había hecho para demostrarle que podía ser el hombre que necesitaba y no sólo el amigo. Y me desviví por hacérselo entender. Ni siquiera las lindas Florentinas atraparon mi atención ni un solo momento, porque Alexa desnuda, conmigo sobre su cuerpo, era lo único en lo que podía pensar. Eso y en sus emociones contradictorias que dibujaban colores brillantes en su aura.

Ese encuentro carnal fue el detonante para que Alexa se cuestionara todo acerca de nuestra historia, desde que nos conocimos, hasta que nos encontramos en el club nocturno. Fue un rayo de esperanza que me convirtió en un egoísta, por querer tener el amor de una mujer tan excepcional como ella.

En el transcurso de los días que estuve en Italia, lianas de color rosado y rojo comenzaron a trepar como enredaderas por toda la extensión de su alma, que brillaban cada vez con más ímpetu siempre que me miraba. Supe que se estaba enamorando de mí. Por eso, aunque me corrió de su piso, después de que la besara en el sofá, me negué a retirarme de la batalla y encontré la oportunidad de abrirle los ojos en esa gala, donde yo fui uno de los invitados más distinguidos del evento. Ella no lo sabía y aproveché ese motivo para confesarle mi amor frente a todas esas personas.

Quizá pudo haber parecido que fue una mala idea, cuando se negó a si misma a aceptar lo que sentía, pero ya no hubo manera de negarlo. Las lianas rosadas y rojas se unieron para formar una nube carmín sobre su corazón, después de nuestro baile. Y aun así, me alejó y yo me di por vencido.

Con el corazón roto regresé a Farmington, buscando lo único que sabía hacer bien... por eso me encontré con Zaraha y me acosté con ella, decidido a seguir con mi vida como lo hice todo el tiempo, amando a Alexa desde lejos. Era la forma en que se pintó mi futuro tras su negativa. Y si era sincero, nunca esperé que ella me buscara, pero sucedió y fue el segundo día más feliz de mi vida.

¿Por qué no dejé las cosas ahí? ¿Por qué me dejé llevar por las ansias de experimentar ser amado por ella? Lo que pareció antes una dulce victoria, se dibujaba frente a mí como el peor final de esa lucha.

Prefería mil veces verla en brazos de otro hombre a tener que estar viviendo en este infierno, donde ella podría estar sufriendo más que yo.

Daría mi vida por recuperarla, pero ya no sabía qué más hacer.

Patrullábamos las calles del condado día y noche, turnándonos cada seis u ocho horas, entre Daniel, Joshua, Raphael y yo. Fue una de las maneras que encontramos al estar tan limitados, para poder dar con algún rastro de Ax.

Supusimos que no debían haberla llevado muy lejos, porque no pisaron ningún aeropuerto. Mi padre se encargó de pedir todos los videos de las cámaras de seguridad de cada uno de ellos en Nuevo México y estados colindantes. No obstante, nos negamos a involucrar a la policía, porque estaba fuera de sus capacidades y creíamos que empeorarían la situación.

Por otro lado, en uno de los videos de las cámaras de seguridad pública, de la calle en donde se ubicaba la mansión, logramos ver una pic up blanca y vieja, donde subieron a Ax con pocos decoros, pero no tuvimos mucha más información, porque cubrieron la matricula con un papel y también los hologramas. Con esas condiciones, la camioneta no debió haber llegado muy lejos. Pero no teníamos más pistas. Quizá tenían otro vehículo para poder transportarse. No lo sabíamos.

Raphael me contó que los híbridos eran expertos en esconderse, gracias a años y años de experiencia de estar huyendo de los demonios y los ángeles que por temporadas salían de caza. Por lo que, si estaban escondidos cerca de aquí, no saldrían a la luz durante un buen par de meses. Eso solo incrementó mi desesperación. Eran criaturas organizadas y lo hacían muy bien, porque de eso dependía su supervivencia. Y si viajaban en grupo, como nómadas, teníamos menos puntos a nuestro favor. Entre más personas estuvieran unidas, más probabilidades había de ganar.

Ellos tenían en su equipo a Kathara.

Tras regresar de buscar a Alexa aquella madrugada, unas cuatro horas después, cansados y abatidos, descubrimos que se había ido de la mansión abandonada. Y no fue casualidad. Podía no ser un agente del FBI, pero todo apuntaba a que ella había ayudado a los híbridos a llevársela. No fue casualidad que se presentara aquel día, pidiéndonos ayuda, para después negociar el futuro de su hijo. Ella vio el código de seguridad cuando Ax la dejó pasar. No había más que hurgar en ese asunto. Todos estuvimos de acuerdo, porque... mientras ella fingía sentirse enferma y preocupó a Joshua, Enzo tuvo el campo libre para llevarse a mi mujer.

En mi equipo solo teníamos a un humano, un ángel autoproclamado guardián, un portador que eligió solo el bando de los buenos y el portador de la elegida, que parecía servir solo para transportar almas al infierno.

Otra cosa que nos dejaba en inferioridad de oportunidades, era que ellos no tenían alma y sabían esconderse muy bien entre los humanos. Por ello decidimos patrullar Farmington, aunque Joshua no servía mucho para ello, ya que no poseía la habilidad de hacer nada, más que amar a Ax.

Sin embargo, ni siquiera yo, que podía distinguir las almas y podría reconocerlos al no poseer ninguna, jamás vi uno rondando por las calles, lo que me confirmaba que debían estar escondidos. Pero... ¿Dónde?

Lucifer no volvió a aparecer por la mansión, lo que me pareció muy estúpido, ya que él era una de las razones por las que Alexa nació siendo la incubadora de un bebé apocalíptico. Nuestro bebé.

Pensar en ello, en si esa nueva vida inocente seguía con vida, también me torturaba. Era parte de Ax y mía, algo hermoso, creado del amor que ambos nos teníamos. Sincerándome, nunca me vi con la posibilidad de crear una familia y cuando por fin podía tocar esa oportunidad, me la arrebataron, sin la certeza de tener un mañana con ellas. Jamás imaginé que sería capaz de amar de verdad a dos personas, hasta que escuché el latido del corazón de mi hija, dentro del vientre de Ax, a través de un ultrasonido. Fue el sonido más hermoso y lleno de vida que jamás había escuchado.

Mi corazón se hacía pedazos conforme pasaban los minutos.

Cada día, la oscuridad se cernía con más saña sobre mí.

Las pocas veces que me dejaba llevar por el cansancio, despertaba pocos minutos después, sintiendo un frío vació en el pecho y en la boca del estómago al tomar conciencia de que Ax no estaba. Odiaba esa sensación tan asfixiante, transmutando en un nudo tenaz en mi estómago, que no me permitía ni comer.

¿De qué me servía controlar dos mundos completamente opuestos, si no tenía ni puta idea de dónde encontrar al amor de mi vida? Cada segundo que pasaba, se veía más probable que ella no estuviera con vida.

Su ausencia me tenía muerto en vida.

Encontré refugió en el gimnasio. Cuando no estaba patrullando las calles de Farmington, me encerraba en aquel sitio para desahogar toda la ira, la impotencia y el sufrimiento en el que estaba existiendo.

—Deberías ponerte guantes —comentó Joshua, por décima vez en ese día.

Lo ignoré por décima vez en el día.

Conecté mi puño en el medio del costal con fuerza, soltando un rugido cargado de toda mi energía que intenté vaciar en ese golpe, como en todos los anteriores. Después vino otro golpe, y otro más, cada uno más firme que el anterior, mucho más vigoroso. Podía sentir mis nudillos arder a carne viva cada que enganchaba un puñetazo. Disfrutaba ese dolor viciado, que me pedía más y más.

El sudor que corría por mi frente, la cien y bajaba raudo hasta mi barbilla, me alimentaba de vitalidad, para seguir luchando, contra un objeto inanimado y contra la penumbra de mis pensamientos, resistiéndome a ser engullido por mis deseos más oscuros. Cada golpe evocaba una de las sonrisas que Alexa dedicó para mí, y solo para mí.

Tras regresar de patrullar, decidí que un combate contra un costal de box parecía mejor idea que levantar pesas o correr hacia ningún sitio, sobre una caminadora. Por ello, me envolví las manos con unas vendas y por cuarenta minutos golpeé a saña el cuarto costal de esa semana.

Prefería no llevar guantes, porque al abrirse la piel de mis nudillos, el dolor físico junto con el agotamiento, me distraía por unos segundos del dolor que llevaba por dentro.

Y había otra razón, más personal, que ni siquiera mi mejor amigo sabía.

El sudor que se generaba por la actividad física y que cubría mi cara al hacer ejercicio durante horas, ocultaba mis lágrimas. Lágrimas de pena y furia que solo le pertenecían a Alexa y que no permitía que nadie más viera. Las quería ocultar para el momento en que volviera a mi lado.

—Que acabes con tus manos y con el quinto costal no la van a traer de vuelta —dijo Joshua, tocándome las pelotas.

Dejé de golpear el costal y me sujeté de él, respirando pesadamente, con el corazón latiéndome a mil por hora. Mi cuerpo entero vibró de furia, que se convirtió en calor, y no solo por el ejercicio físico. Joshua estaba siendo un imbécil.

—Cierra la boca —le ordené sin aliento, limpiándome con el dorso de la mano el sudor que cayó sobre mis pestañas.

Respirando pesadamente percibí un par de gotas saladas, de diferente procedencia que el sudor y me tragué el nudo que se estacionó en mi garganta, mirando a Joshua con ira contenida.

—¿Qué sugieres? ¿Que me quedé mirando al vacío como tú, por horas? —Pregunté con ironía, desenvolviendo la venda de una de mis manos.

Amaba a mi mejor amigo con todo el corazón, pero desde que desapareció Ax había tomado una actitud algo renuente y rebelde contra mí. No era su habitual manera de ser conmigo, algo cambió.

Me culpaba y no podía culparlo de hacerlo. De cualquier modo, no se separó de mí ni un segundo. Me seguía a todas partes, pese a que no perdía oportunidad de molestarme y decirme cosas que sabía me podrían enfurecer.

No se podía ignorar la hostilidad entre nosotros.

—Jamás debiste dejarla sola —dijo roncamente, recargando sus codos en las rodillas abiertas, mirándome entre sus pestañas de manera mordaz.

Desde que me siguió hasta el gimnasio, se sentó en ese banco de cuero negro, en silencio, esperando a que terminara mis actividades diarias.

Así que estaba tocando fondo. Por fin le dio voz a los pensamientos que lo consumían desde el día uno. Nunca me lo dijo abiertamente, pero fui capaz de distinguir los oscuros tonos verdes en su aura, cada que se encontraba cerca de mí. Eran los colores de la culpa, destinados a mi persona.

—Me estás jodiendo —rugí —. Fuiste tú el que me llamó por ayuda. Si quieres buscar un culpable, mírate en un maldito espejo —espeté, quitándome la otra venda con más dureza que la anterior —Fue a ti a quien se le ocurrió dejar embarazada a esa tipa. ¿En qué estabas pensando?

—Fue sin querer —se defendió, obviando la situación.

—¿Sin querer? —Pregunté en tono jocoso y me reí amargamente —. Nadie en el mundo la mete sin querer. Eres un imbécil.

—Te dije que ella nunca, Lusian —murmuró sombríamente y los colores verdes en su aura tomaron más intensidad.

Pausé lo que estaba haciendo, dejando mi mano suspendida en el aire, sujetando la venda en una bola mal hecha.

Eso era. La misma razón por la que yo me culpaba. No se trataba del presente, sino del pasado. Como yo, sabía que había sido un error haber dejado entrar de ese modo a Ax en mi vida. No importaba como, parecía que estaba destinado para hacerla sufrir.

—Si me hubieras hecho caso, nada de esto estaría pasando —me acusó, poniéndose de pie —. Tenías que quedarte alejado de ella. Jamás debí permitir que te acercaras. Nunca.

—¿Entonces tú sabias que esto iba a pasar? —Cuestioné en un gruñido, tirando del ultimo trozo que quedaba envuelto en mi muñeca y aventé la venda al suelo —Porque yo no. De haberlo sabido, jamás hubiera ido a tu maldita casa el día que la conocí. Cúlpame todo lo que quieras, yo ya lo hago. Pero eso tampoco cambiará lo que está pasando.

—¡Tal vez ya está muerta! —vociferó, explotando en furia —. Ya pasaron quince días y no hay nada, ni una maldita pista y tú te pones a jugar al fisiculturista.

—Ella no está muerta—dije en tono bajo y estrangulado, acercándome lentamente a él —. No vuelvas a decir que está muerta, porque olvidaré que eres mi amigo y vas a conocer lo que es el verdadero infierno — amenacé, empujándolo con una mano del pecho.

Dio un paso hacia atrás, para no perder el equilibrio, pero ni por un segundo apartó los ojos de mí.

—¿No te has dado cuenta? Ya nos llevaste a todos ahí —dijo, sin amilanarse ante mí mirada cargada de ira y mis intenciones de seguir golpeándolo, alzando el mentón.

Por más que supiera que Joshua estaba odiándome de alguna manera, aquellas palabras me golpearon tan cruelmente, que tuve que dar un paso hacia atrás, como si me hubiese pegado de verdad. Lo hizo, de hecho, justo en el corazón.

—Entonces ya sabes lo que te espera por una eternidad si sigues por ahí —lo amenacé, bajando el tono de mi voz peligrosamente.

—No te tengo miedo —dijo envalentonado —. Si ella está muerta, deseo que vivas para siempre, Portador. Así sufrirás toda la eternidad.

Otro gancho directo al corazón.

En ese momento me arrepentí de haberle contado a Joshua sobre mis habilidades por poder enviar a las almas al infierno y sobre la manera en que mis poderes siendo el portador habían evolucionado. Jamás debí habérselo confiado. Joshua ya no me veía como antes. Ya no parecía ser su amigo, solo era el portador para él. Lo descubrí en sus pupilas dilatas de rencor.

—E iré contigo a patrullar esta vez —anunció, acomodándose las solapas de la camisa color verde agua.

—Deberías hacerlo—dije quitándome la estorbosa playera de algodón, que se me pegaba al torso y a la espalda gracias a la humedad —. Eres un inútil por tu cuenta. — Se la aventé, dando justo en su cara de niño bonito jugador estrella de americano, el cliché de las películas americanas.

—Tú con tus súper poderes no haces mucho tampoco —rebatió en su defensa, aventándome de vuelta la playera, que logré atrapar en el aire.

Ambos nos sumergimos en una batalla de miradas, en la que ninguno fue capaz de darse por vencido.

Me vi tentado, muy tentado, en dejar asomar a la verdadera criatura en la que me convertí dos semanas atrás. Tenía deseos de colarme en su mente para mostrarle una probada de lo que podía hacer con su alma. Quise arañar la superficie de su aura, para tomar un pequeño trozo de ella y sumergirla en las tinieblas.

A esa criatura, que estaba igual de afectada que mi humanidad, porque también amaba a Alexa y sufría por ella, no le importaba que Joshua fuese nuestro amigo desde la infancia. Esa criatura quería tener la libertad de mostrarse tal cual era y castigar a quien osara retarme como lo estaba haciendo Joshua.

La sangre en mis venas vibró por hacerlo. Me temblaron las extremidades al contener todos esos deseos. La dejé salir un poco, sintiendo todo ese poder como una garra que atravesó mi pecho, tratando de alcanzar a quien se hallaba frente a mí, para poder tomar lo que quería.

El sonido de la puerta del gimnasio al abrirse me sacó de aquel estupor y ambos volteamos, descubriendo a mi padre entrando inexpresivo, con su mirada puesta en mí.

—Basta, hijo —ordenó en tono firme y miró a Joshua —. Veté de aquí —Le pidió con un ligero movimiento de cabeza.

Joshua me dedicó una última mirada llena de aversión y salió del gimnasio, a grandes zancadas.

Evadí los orbes llenos de advertencia de Raphael y dejé la playera mojada sobre el banco en donde antes estuvo Joshua sentado.

—¿Qué? —Le pregunté con irreverencia, dándole la espalda.

Tenía que canalizar toda esa furia e ira en otra dirección. De preferencia a un objeto inanimado que no pudiera sufrir ningún daño y no en alguien que de verdad pudiera salir herido.

Estuve a punto de causarle un mal irreversible a Joshua. No tenía ninguna duda, aún podía sentir esa efervescencia en las venas, que clamaba por poder realizar aquellos perversos deseos, deseos que iban más allá de un simple asesinato. Lo peor de todo, es que no podía sentir arrepentimiento alguno. Quería hacerlo aún y me temía que por eso estaba allí mi padre.

—Tú no eres eso, Lusian —anunció mi padre con voz trémula, colocándose al otro lado del costal, sosteniéndolo firme para mí.

Lo miré fugazmente, antes de enfocarme en el objeto frente a mí, que posiblemente sustituiría por otro en la noche, porque estaba por convertirse en nada bajo la furia de mis puños.

—No sé de qué me estás hablando —dije, dando el primer golpe sin venda que cubriera mis puños, abriendo aún más la piel.

Ese dolor fue placenteramente recibido, extendiéndose a través de mis brazos, hasta mi columna vertebral. Era mucho mejor eso, que seguir reteniendo mis impulsos.

—Sabes de qué estoy hablando —comentó, tensando todo el cuerpo, para que el costal no se meciera.

Por supuesto que sabía de lo que hablaba. Casi pude saborear la pureza del alma de Joshua y deseé con todas mis fuerzas tomarla y llevarla conmigo a las tinieblas.

Entrecerré los ojos, centrando toda mi atención en el costal. Lo golpeé una vez por un costado, el siguiente golpe lo di en el costado contrario. Después enganché uno en la parte posterior y rematé el último justo en el centro, depositando cada gramo de frustración, tortura, dolor e impotencia en él, rasgando la piel sintética, lo que provocó que la arena del interior comenzara a esparcirse en el piso.

—Estoy es lo que soy —dije gravemente, mirando directo a los ojos de mi padre —. Y eso es lo que hago.

—No —rebatió con convicción —. Es tu amigo.

—Él me odia —aseguré, dando un paso hacia atrás.

—Pero tú a él no. Si no quieres pensar en lo que sientes por él, piensa en lo que Alexa siente. La herirías irreversiblemente si le haces daño —dijo e hizo a un lado el costal, para acercarse a mí.

—En caso de que siga viva —dije taciturno y me senté en la duela, recargando mi espalda en el pilar más cercano, echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.

Doble mis piernas contra mi pecho y reposé mis brazos en las rodillas, dejando mis manos caer lánguidas. El escozor de las heridas en mis nudillos se intensificó.

Advertí a mi padre sentándose a mi lado.

Abrí un ojo, para poder mirarlo de soslayo y volví a cerrarlo, temiendo que la pena convertida en lágrimas se desbordara, exhibiendo mi vulnerabilidad ante él.

—¿Qué te hace pensar que no lo está? —Preguntó inseguro.

—No tengo nada que me haga pensar que sigue aquí —murmuré y tragué con fuerza, deshaciendo el nudo lleno de espinas que se enredó en mi garganta.

Se quedó en silencio por varios segundos, aceptando que yo podía no estar del todo equivocado.

—Debes controlarla, Lusian. No vas a ir por la vida llevándote almas así, sin ni siquiera ser juzgadas. Te convertiría en un monstruo —dijo, colocándome una mano sobre la pierna.

Abrí los ojos, para observar su mano y después lo vi a él, dejando que descubriera lo atormentado y desolado que me sentía.

—Por si no los has notado, nacimos siendo unos monstruos —aseveré —. ¿Qué lo hace diferente ahora? ¿Para qué me sirve ser esto si no pude mantener a salvo a la persona que más amo en el mundo?

—Todo tiene una razón de ser, hijo. No des por sentado que lo que eres no sirve de nada —dijo retirando su mano de mi pierna y se puso de pie.

—No necesito un momento filosófico de padre e hijo, Raphael —anuncié hostilmente, mirándolo desde abajo.

—Como quieras —dijo sin importancia —. Joshua no te odia, solo necesita culpar a alguien... y tú te pones como el blanco perfecto. No naciste para dañar, Lusian. Fuiste creado para algo mucho más grande y sin precedentes. Eres parte arcángel, ¿no crees que tus poderes deben ser superiores a los de un simple soldado? —sugirió ofreciéndome su mano, para ayudarme a levantar

—¿Qué significa eso? —Pregunté intrigado y me levanté, por mi propia cuenta.

—Pensé que no querías tener un momento filosófico padre e hijo —me dijo con cierta sorna.

—Ya quiero. Dímelo —exigí.

—Pero yo no —me miró fugazmente antes y empezó a andar hacia la puerta.

—No me gustas, Raphael —murmuré entre dientes y aquella frustración en la que me vi envuelto me recordó un tema que había querido tocar, sin encontrar la oportunidad —. ¿Qué hacía Lucifer aquí ese día? —Inquirí, siguiéndolo.

—Vino a ayudar —respondió llanamente, al llegar a la puerta.

—¿En serio? Pues no lo veo por ningún lado. Se supone que Alexa es de gran importancia para él y para los otros, ¿entonces por qué no nos están ayudando? ¿Qué no nos observan desde dónde están? Ellos deberían saber dónde está ella —espeté frustrado y le corté el paso, colocando un brazo frente a él.

—No lo sé, Lusian. Soy solo un portador, no tengo las respuestas a tus preguntas, aunque me gustaría. ¿Por qué no averiguas si tú las tienes? —Dijo y miró mi brazo frente a él, elevando una ceja.

Con un gruñido la retiré y dejé que saliera de la estancia a regañadientes. Odiaba que se pusiera en modo acertijo y me dejara más confuso de lo que ya estaba.

Desmotivado a seguir ejercitando mi cuerpo como intento fallido de distraer mi mente, fui hasta el dormitorio, para darme una ducha, antes de que me tocara la siguiente guardia en las calles.

Recibí el esperado choque helado en la boca del estómago al entrar a la recamara. Eso pasaba todo el tiempo, siempre que entraba, encontrando la cama sin ella. Y ocurría en todos lados, incluso hasta en la ducha, por eso no demoraba nunca más de cinco minutos bañándome.

Metí la mano al bolsillo de mi pantalón deportivo, buscando con los dedos la sortija que le pertenecía a Ax y la acaricié por unos segundos, evocando su sonrisa, que aunque me dolía verla entre mis recuerdos, era lo mejor que podía hacer para no perder las esperanzas.

Todo el tiempo traía conmigo aquel artilugio lleno de estimación sentimental invaluable. Quería creer que si lo encontré, era por una razón más grande, que por el simple hecho de llevarme a recordar ese día.

Me quité el pantalón y el boxer, y me metí bajo el chorro de agua caliente, casi hirviendo, agradeciendo las pequeñas punzadas de dolor que me provocaba el impacto contra la piel.

Bastaban nada más cinco minutos bajo el agua, para revivir incontables ocasiones en que ella y yo compartimos más que el champú en ese baño y en el de Florencia. Mi vida, desde que aceptó ser mi compañera, dio un cambio tan radical, que empecé a olvidar el ser despreciable que alguna vez fui. No obstante, el que me la arrebataran tan violentamente, me regresaba constantemente al pasado, sobre todo a mi época en que toqué fondo gracias a las drogas.

En la adolescencia las probé y no me disgustaron, pero no dejé que me enviciaran, porque prefería otro tipo de excesos, como el sexo y alcohol. Pero cuando Ax huyó a Inglaterra, dejándonos a Joshua y a mi sin explicaciones, sin despedidas y sin algún dato sobre su destino o sus planes, me vi envuelto en una espiral que me llevó a lo más bajo.

Nada me satisfacía... era como probar el más exquisito mangar, sin tener papilas gustativas. El sexo, que siempre fue como atender una simple necesidad básica, que rara vez me complacía hasta saciarme, dejó de tener sentido para mí. Lo hacía buscando encontrar algún rastro de lo que alguna vez fui, pero no hallaba nada. Y el alcohol dejó de tener efectos adormecedores y desinhibidos en mí y se convirtió en algo soso.

Fue entonces que busqué aquellos placeres en los estupefacientes. La cocaína la usaba para mantenerme despierto tanto como se pudiera, porque dormir suponía tener que soñar con ella y despertar queriendo aborrecerla por dejarme, pero sin resultados, porque no podía odiarla, por más que me lo propuse. Encontré en el éxtasis, con sus efectos alucinógenos, que podía experimentar una sensación de intimidad con otras personas, sin importar el género, llevándome a tocar casi el punto deseado al tener relaciones sexuales.

Perdí el control y casi morí. Y me odié por ello. Me avergoncé de haber hecho de Ax la razón de mis pecados, cuando ella solamente estaba buscándose su lugar en este mundo. Fue la única ocasión, en todo el tiempo que viví amándola, que me sentí indigno de sentir ese amor. La convertí en mi infierno, cuando era solamente luz y paz.

En mis tantas luchas por rehabilitarme casi asesiné a Louis y llevé a mi padre a una situación social indeseable. Sin embargo, Raphael siempre me juró que eso no le importaba y gracias a ello intentó acercarse a mí, mostrándome que, a su modo, siempre me amó.

El día que me vi al espejo, y no me reconocí detrás de las sombras oscuras bajo mis ojos y de la demacración que deformaba todo mi rostro, decidí que no era esa persona que quería ser.

Tenía claro lo que provocaba en las mujeres, y también en un porcentaje de la población masculina. Me deseaban, era el pecado que querían cometer. Enloquecían por tenerme y se valían de cualquier cosa para obtener lo que pedían a gritos con solo mirarme. Siempre aproveché esas facilidades otorgadas, para saciar temporalmente mis deseos. Ese era yo, no el hombre deplorable en el que me dejé convertir por las adicciones.

Tocar fondo con las drogas me vació de todo eso que yo apreciaba de mí y entonces decidí hacer algo. Convertí a Ax en la inspiración que me ayudó a mirar de nuevo al camino correcto. Quise ser otra vez el de siempre, el que ella quería, el que ella había dejado atrás. La persona que ella me mostró que podía ser. Pero también quería ser mi otra parte, esa que tanto disfrutaba y que no me avergonzaba.

Y no lo hice por ella, lo hice por mí. Yo no quería seguir siendo esa persona que me miraba en el reflejo de los espejos. Yo era muchísimo más que eso. Yo había nacido para algo más grande, lo rugía mi sangre, me lo exigía mi mente. Tenía el poder de cambiar mi destino, porque era Lusian Bennett, apuesto, envidiado, deseado, millonario, inteligente, con un exquisito sentido del humor y excelentes gustos.

Por ello me tatué la brújula en el antebrazo izquierdo. Esa brújula era ella, pese a que dejó de estar presencialmente en mi vida, se había quedado para siempre en mi mente y alma. No importaba lo lejos que ella estuviera o con quien porque vivía, respiraba, reía y soñaba. Era todo lo que deseaba para esa chica que un día me dejó entrar a su corazón sin ni siquiera conocerme.

Salí de ese abismo... ¿Pero cómo salía de en el que actualmente estaba?

No sabía ni siquiera si seguía respirando. ¿Qué sentido tendría la vida, el mundo, sin ella en él? Se dibujaría vacío. La quería de vuelta, pero seguía sin encontrar como hacerlo.

Más que nunca deseé poder ser Daniel, solamente para poder sentir sus emociones. Tal vez él no estaba poniendo la atención adecuada. Tal vez para él era mejor que las cosas estuvieran de ese modo, porque podría ser del tipo, "si no es para mí, no es para nadie". Claramente era una idea completamente absurda, porque yo conocía sus sentimientos por ella y no había duda de que la amaba casi tanto como yo. Pero no como yo, porque no habría nadie en el mundo que pudiera quererla tan libre e incondicionalmente.

Si tuviera que renunciar a estar con ella, para que regresara sana y salva a casa, lo haría sin dudarlo. No me importaba el precio a facturar, si con ello tuviera la oportunidad de seguir viviendo.

Lo único por lo que valía la pena rescatar a la humanidad, era Alex Baley.

Salí de la ducha, ansioso por poder tomar mi turno en la guardia y me vestí con un pantalón sastre a la medida Calvin Klein y una camisa del mismo color, dejando sin abrochar los primeros dos botones; siempre me asfixió tener que llevarlos todos en su lugar y prefería la libertad de llevar así las camisas, además que podía enseñar un poco de la piel que muchas mujeres deseaban, no iba a negar ese hecho.

Medianamente renovado y fresco por el baño, busqué el anillo de Ax en el bolsillo del pantalón que usé en el gimnasio y lo guardé, junto con las llaves de la Lincoln Navigator negra con vidrios polarizados, que compré dos días después de la desaparición de Ax.

Todos llegamos a la conclusión de que debíamos cambiar de medio de transporte, para que se nos relacionara con los anteriores y así hacerles complicado el que nos reconocieran, por si alguno de esos híbridos deambulaba por la calle. Además de que suponíamos que Kathara conocía los autos que Joshua y yo conducíamos.

Joshua renovó su garaje con una Toyota 4runner color rojo, con vidrios también polarizados. A Daniel, aunque yo creía que no le merecía del todo, le compré una Ranger Rover blanca, igual polarizada. Mi padre no eligió ningún nuevo auto, él salía a patrullar caminando, lo que me pareció siempre muy extraño, pero no me di tiempo a cuestionar su decisión. Carecía de importancia para mí.

Me peiné el cabello hacia atrás, con un poco de cera, utilizando únicamente mis dedos para acomodarlo y me vacié la mitad de la colonia en el cuerpo. Todos los días hacía la misma rutina, con la esperanza de hallar a Ax y que sonriera solamente al olerme. Esa colonia era su favorita y quería darle la mejor bienvenida a mis brazos. En caso que siguiera viva.

Ese pensamiento me torturaba e incrementaba gradualmente su estadía en mis pensamientos.

No faltaba mucho para que Daniel regresara a casa después de su turno y me impacientaba siempre, cada que faltaban quince minutos para que arribara. Me comía la urgencia por salir a las calles y encontrar cualquier pista que me llevara hacia ella.

Me asomé por la puerta de la terraza, haciendo a un lado la cortina, esperando ver su camioneta entrar para poder salir antes de que siquiera pisara la casa.

No quise aceptar al inicio que nos turnáramos, porque yo quería estar las veinticuatro horas buscándola, pero Raphael y Joshua insistieron en que debíamos hacerlo así, para poder reposar. Lo que ellos ignoraban o tal vez no, es que yo no descansé ni un segundo desde aquel día.

Saqué el anillo de Ax de la bolsa y me lo llevé a la boca con mirada ausente, deslizándolo una y otra vez a través de la longitud de mis labios, esperando una respuesta a mis tantas interrogantes.

¿Cómo lo haría Daniel? No sabía cómo funcionaba ese estúpido vinculo y no entendía por qué él lo poseía y yo no. Yo era mitad arcángel, debería poder hacerlo también, tendría que estar igual o más conectado a ella, porque, maldita sea, tendríamos un hijo.

Rebusqué en mi memoria cualquier cosa que me diera una respuesta, impulsado por las palabras de mi padre sobre ser más poderoso que ese ángel. Debía existir algo que yo pudiera hacer.

Tenía el poder de los cielos y el infierno.

Y si...

Recordé aquel día de la gala, después de nuestro baile y que Ax me rechazara. El dolor que me provocó aquel desplante de su parte fue sobrecogedor e impetuoso. A raíz de esas emociones, mi interior vibró, desconcertado, porque su alma había aceptado sus sentimientos por mí, algo que no hizo su mente en esos momentos. Su espíritu me reconoció y dibujó para mí esos extraordinarios colores que representaban el amor en un rojo intenso y un rosado pastel, la combinación perfecta del erotismo y la pureza del sentimiento.

En aquel tiempo no lo entendí, porque ni siquiera estaba consciente de lo que yo era, pero con todos los datos sobre mi naturaleza, tenía todo el jodido sentido del mundo.

Al reconocerme su alma, fue como si quisiera llegar hasta a mí y yo deseé lo mismo, tanto, que odié ver ese maldito collar colgando de su hermoso y fino cuello, y pedí con ímpetu que dejara de llevarlo. Lo anhelé tanto, que en mi mente dibujé un cordón suave e invisible que pudiera acariciar los colores de su espíritu y entonces este vibró, con ferocidad, e instantes después el collar cayó sin ninguna razón.

Su interior me aceptó y desde entonces estuvimos unidos.

Demonios, yo podía crear ese maldito vinculo, pero no sucedía de la nada, tenía que atraerlo, tenía que crearlo.

Cerré los ojos, sin dejar de acariciar mis labios con la sortija y visualicé, con toda la información que tenía sobre su alma, ese cordón invisible queriendo llegar a ella.

La busqué en mi memoria, viendo sólo oscuridad, hasta que una luz cegadora me iluminó y fui capaz de apreciar el arcoíris que toda la vida adornó ante mis ojos, la silueta de Ax. Me concentré mucho más para poder llegar hasta ella y cuando la toqué, cuando mi espíritu tocó el suyo, caí dentro de una vorágine impresionante, que me dejó fusionar ambas esencias, arrasando con todo a su paso, haciendo a un lado lo que yo experimentaba y me convertí en sus sensaciones.

Pero, ¿cómo saber si seguía con vida o la había alcanzado en otro plano?

¿Dónde estás, dulzura? Te necesito...

Pocos instantes después de que gritara esas palabras en el interior de mi cabeza, me vi asediado por un choque eléctrico que me quitó el aliento, como un buen gancho en el estómago. Cada descarga se percibía como cada una de sus emociones, azotándome como un fuerte huracán. Su confusión, el pánico, la desesperanza y la soledad se convirtieron en parte de mí, revolviendo la bilis, que subió como lava amarga hasta mi boca, y gotas cálidas y saladas corrieron fervientemente por mi rostro, sin haberlas invocados.

Fue increíblemente aterrador y doloroso sentir a Ax... sufrir su pena. Un sufrimiento tan grande y aun así, entres todos aquellos sentimientos, también pude percibir su amor. Ella me amaba más allá de lo humanamente descriptible, era un amor tan puro y noble, que incluso me hizo dudar de si yo lo hacía con la misma intensidad.

Tuve dos opciones: ella estaba viva o estaba en el infierno. Pero en el infierno no hubiese conservado sus sentimientos por mí, por consecuente, pude concluir que estaba viva. El problema era en dónde.

No tardé mucho en saberlo. Aparentemente el alma de Ax se percató de aquella conexión, porque pese que no hubo imágenes ni palabras que me mostraran el camino hacia ella, hubo el conocimiento inmediato de su ubicación.

Bastardos, de tan obvio que eran lo convirtieron en su guarida perfecta, porque justamente jamás se nos ocurrió buscar ahí y eso me hizo sentir como un pedazo de imbécil.

Tan pronto como logré mi objetivo, salí de mi pequeño transe y al mismo tiempo vi la camioneta de Daniel entrar por la gran reja, a toda prisa, chirriando las llantas al detenerla frente al pórtico.

Me apresuré a salir de mi dormitorio, sin olvidarme de guardar el anillo de Ax en el bolso de mi pantalón. Por fin lo tendría de vuelta en su pequeña y delicada mano.

Volvería a verla y que me condenaran si volvía a dejarla sola por un segundo. La protegería mejor de lo que pensé lo hacía.

—¡Joshua! ¡Papá!—los llamé con gran urgencia, llegando al barandal de la parte superior de las escaleras.

No aguardé a que atendieran a mi llamado, esperaba haber sido lo suficientemente imperativo como para que entendieran la urgencia.

Al llegar a la planta baja de la mansión, me topé con Daniel entrando por la puerta principal corriendo hacia mí, a través del vestíbulo. Se le veía preocupado y algo eufórico.

—Pude sentirla —avisé falto de aire.

Daniel pareció no comprender mis palabras, porque vi la confusión llenar sus orbes color ámbar, pero no ocupó mucho tiempo para deducirlo, ya que la sorpresa se instaló en cada rincón de sus facciones.

—¿Cómo? —Me preguntó, completamente incrédulo —Yo también la sentí. Fue un segundo, pero pude sentirla. Lo que quiere decir que está viva.

Sí, la sintió porque despertó gracias a que la alcancé y la llamé. El problema era que descubrí cómo funcionaba y me encolerizaba saber cómo y por qué Daniel seguía percibiéndola.

—Asqueroso gusano con alas —gruñí entre dientes, asiéndolo de su camisa con fuerza y lo sacudí—. Tú no la percibes naturalmente. Buscas, creas y controlas la maldita conexión —dije, escupiendo cada una de las palabras en su angelical rostro, al acercar el mío tanto como me fue posible —. Invades su intimidad, lo que ella siente, y nos hiciste creer que no podías controlarlo. Te prohíbo que vuelas a conectar con ella.

Daniel ni siquiera tuvo la decencia de fingirse asustado o amenazado por mi tono de voz ni por la manera en que lo zarandeé. Al contrario, levantó la barbilla y con fuerza liberó su camisa de mi amarré y se cuadró, mostrándose cuan alto era frente a mí.

No me intimidaba ni un poco. Por demás estaba decir que le sacaba como cinco o seis centímetros de altura.

—¿Por qué? ¿Por qué ahora es tuya? —Preguntó con desdén y sarcasmo.

—No, animal. Porque es libre. No tienes derecho a hurgar en su alma y su corazón. Y mucho menos a tu conveniencia— espeté, empujándolo del pecho —. Eres un imbécil, todo el tiempo usaste esa conexión con ella, solo para enterarte de si sus sentimientos aún seguían latentes por ti.

—¡No es verdad! Te recuerdo que de no haber sido por eso, quien sabe que hubiese pasado en Colorado, con esos híbridos gemelos. No escuché que te quejaras ese día —vociferó, dando un paso amenazante hacia mí.

—Por suerte ya no necesitamos de tus servicios. Te prohíbo que...

—¿Sabes dónde está? —Preguntó Joshua trémulamente, detrás de mí, interrumpiendo la lista de reglas que tenía por dictaminar.

Me giré enseguida en dirección a su voz. Bajaba las escaleras con premura y detrás de él venía Raphael.

—Está en su antigua casa —respondí enfurecido por mi falta de intuición.

Mis ojos conectaron violentamente con los de Joshua, reconociendo la ilusión y el miedo por todos esos días que estuvimos sin saber nada de Alexa. Era pánico a la esperanza. Miedo a casi tenerla y que por alguna razón volviera a alejarse de nosotros. Yo me sentía igual.

No obstante, detrás de ese par de emociones, reconocí una pizca del chico que se volvió mi amigo en mi infancia y distinguí una nota de disculpas en esas ventanas de color excepcional. Vi una oportunidad de recuperar nuestra amistad, pero sería cuando todo eso hubiese acabado.

—Nunca buscamos ahí —dijo Joshua, desconcertado.

—Vamos... —ordené.

—Tienes que pensar bien qué vas a hacer, hijo. Necesitas un plan. Podrían haber decenas de nephilims —dijo Raphael, mesuradamente.

Vi en sus facciones duras un vestigio de esperanzas, pero dominó más su preocupación y la gran sabiduría que expulsaba por cada poro de su piel.

—No voy a esperar ni un segundo más para ir por ella. Está sufriendo —espeté—. Pensar no es una opción, ya bastante tiempo perdimos.

—Si no tienes cuidado, los alertarás y podrían precipitarse a hacer cualquier cosa—aseveró en tono bajo y duro.

—Sé qué hare. ¿Vienes o no? —Le pregunté bruscamente.

—Bien... pero lleva la cabeza fría —advirtió.

—¿Qué puedo hacer yo? —Preguntó Joshua, colocándome una mano sobre el hombro.

Joshua, tanto como yo, estaba ansioso por salir de ahí sin pensar en ningún tipo de plan. Era consciente de su desesperación y el pánico que crecía dentro de él. No obstante, agradecía su templanza, porque en esos momentos, necesitaba a alguien de mi lado, que me hiciera poner los pies sobre la tierra.

—Tú vienes. Serás de lo primero que querrá y necesitará ver —dije con rotundidad.

Joshua asintió, aceptando.

Me parecía sencillo lo que debía hacer para regresar a Ax a su hogar y a mi lado. Sería complejo poder derrotar a la cantidad incierta de híbridos que podrían estar ahí. Sin embargo, teníamos el efecto sorpresa y, por encima de eso, iba yo. El ser creado para controlar la luz y la oscuridad. Quería pensar que no tenían nada que hacer contra mí.

Adelanté mis pasos, en una corta caminata por salir de la casa, encontrándome en el trayecto con la mirada de Daniel puesta en mí. Debía olvidar por el momento mis molestias y las muchas cosas que tenía por restringirle, porque apremiaba que Ax estuviera de regreso en la cama, donde durmió los últimos meses, calientita y en paz, bajo mi cuidado.

Maldita sea. Mi corazón latía con fuerza, en una batalla contra mis pulmones, que no dejaban de dificultarme el paso del aire y mi pulso se aceleraba a cada segundo que pasaba.

Aunque me negara a imaginar el estado de Ax, me era imposible no hacerlo. Pensaba en todas las cosas horribles que debieron hacerle, para subyugarla. Entendía que permaneció todo ese tiempo inconsciente, pero ignoraba si le habían suministrado cualquier sustancia, en consecuencia, poniendo en peligro la salud de nuestro bebé.

No podía detenerme a pensar en un maldito plan para atacarlos, lo único que se posaba en mi mente, era la imagen de Ax tirada en el suelo, sin ninguna manta que la protegiera del frío, sin el calor de los suyos que tanto la amaban, acogiéndola. Estaba indefensa, entre un montón de híbridos sin escrúpulos.

—¿Cómo piensas que vamos a entrar a su casa? No creo que deban estar tan confiados y que los agarremos por sorpresa —dijo Daniel, llegando a mi lado.

Bajé las escaleras del pórtico, dedicándole una mirada mordaz.

—Sólo entraremos y ya. Sabemos cómo acabar con ellos, no hay mucho que pensar —contesté quitándole la alarma a la camioneta.

—Puede haber cientos de ellos —dijo mi padre, pegado a mis espaldas.

—Pues mejor que saques tu lado menos noble, padre... —exigí roncamente.

—Hablando de eso... hay algo que creo que es momento de que sepas —informó, llamando por completo mi atención.

Me detuve a medio camino de rodear la Lincoln y convirtiendo mis ojos en dos astutas rendijas me le quedé viendo con agudeza.

—Más vale que sea algo útil y si no, te sugiero que esperes. ¿Sabes? Ya estoy cansado de tus secretos. Si me hubieras dicho lo que era capaz de hacer desde hace dos semanas, Ax ya estaría de vuelta con nosotros —reproché continuando mi andar.

Me subí a la camioneta y esperé a que los demás lo hicieran. Mi padre se subió a mi costado, ocupando el asiento del copiloto. Joshua y Daniel se subieron en la parte de atrás, en silencio.

El ambiente se podía casi palpar, de lo tenso que era.

—Deberías haberlo descubierto por tu cuenta, yo sólo te aconsejé que pensaras que no podía ser más poderoso un ángel que tú, que llevas sangre de un arcángel — se defendió bruscamente, cerrando con fuerza la puerta.

—Pues si me hubieras aconsejado eso, lo habría descubierto antes —gruñí entre dientes, encendiendo nuestro lujoso medio de transporte —No me estás diciendo que es lo que se supone que debes confesarme.

Debía admitirme a mí mismo, que aquella camioneta la compré guiado por dos razones. Sin importar las circunstancias, mi lado hedonista era incapaz de controlarse, pero sobre todo y más importante, pensé en las necesidades de Ax, cuando la encontráramos. Era amplia por dentro y tenía calefacción en los asientos. No me importaba que un lado de mi subconsciente me advertía que podía estar muerta, el otro lado se negaba a perder las esperanzas y sabía que necesitaría un medio de transporte como ese. Y tal como lo predije, pasó. Cuatro no hubiésemos entrado en un deportivo y menos si teníamos la posibilidad de traer a Ax de vuelta.

Había hecho una buena elección.

Di marcha a la camioneta, tomando velocidad desde el primer arranque, dejando detrás de nosotros una nube de humo oscura, y probablemente marcas de llantas en el asfalto.

—No soy un Portador. Mi verdadero nombre es Gabriel...

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