18
¿EL AMOR DE TU VIDA O EL AMOR PARA TU VIDA?
Satisfecha por el acondicionamiento de la habitación de la nueva integrante de la familia, a un mes de ser recibida con todo el amor del mundo, me senté sobre la mecedora que acomodamos junto al alfeizar, adornado con unos lindos cojines en colores amarillo pastel y blancos.
Me dolía la espalda, tenía hinchados los pies, y moría de sueño. Las noches, con el paso de los días, fueron cada vez menos agradables. No podía acomodarme en ninguna posición y solo deseaba que aquel martirio terminara. Sí, era lindo estar embarazada, pero sólo los primeros meses, cuando te mimaban y tú podías dormir todo el día, con la excusa de que cuando naciera el bebé, tus noches ya jamás serían las mismas. Pero con un estómago tan grande, era imposible conciliar el sueño y los mimos ya no hacían falta. Lo único que me apetecía pedir era que sacaran a la pequeña pateadora que deformaba a su antojo mi vientre.
Decidimos, después de una gran discusión, que la recamara de un bebé no debía tener puertas hacía la terraza, por lo que Lusian contrató a un arquitecto y obreros, para que remodelaran la habitación a un lado de la nuestra, construyendo un lindo alfeizar en la ventana, que cubrimos con cojines, mantas suaves y afelpadas y un par de osos de peluche.
Cabe aclarar que no fui yo quien optó por la remodelación. El futuro padre se negó en rotundo a que su hija tuviera terraza, como inicio, pensando en lo peligroso que podía ser para cuando empezara a caminar y hacer desastres por todos lados, después terminó argumentando que una terraza le facilitaría salir a hurtadillas de fiesta o con algún chico indigno de ella.
Lo que él no sabía, o no quería admitir, era que para mantener a nuestra hija fuera del alcance de los chicos, iba a tener que encerrarla en un bunker.
Al menos ya había aceptado que tendríamos una niña y no un niño.
Rebatí su punto, argumentando que no viviríamos para siempre ahí, porque el plan era residir en Florencia y sólo vacacionar por algunas temporadas en Farmington, pero con todo y eso Lusian insistió en no tener terraza. Gracias a eso, el cuarto de bebé tardó más de lo esperado para estar listo.
Pero por fin lo estaba y no pudo haber quedado mejor.
La cuna que compramos en línea, como todo lo demás, la ubicamos al centro, con un lindo dosel en blanco y las barandas llevaban molduras en tonalidades doradas. Un lugar digno de una reina.
Cubrimos el piso con duela, por eso del frio en ciertas estaciones del año. Lusian quería alfombra, pero después de una tarde de investigaciones, descubrimos que las alfombrabas podían ocasionar alergias, por el polvo que guardaban y todos los microorganismos que seriamos incapaces de eliminar, aun lavándola todos los días. Además, no creía que alguien quisiera trabajar en una casa donde te exigirían lavar alfombras para siempre.
Las paredes se pintaron con franjas verdes y amarillas en tonos opacos. Dispusimos una pequeña mesita con un par de sillas de madera a un costado del armario, donde un tapete de hule precedía en su camino, con varios juguetes de activación psicomotriz. El mueble de la bañera lo encontramos de milagro en una tienda de España y exigí que fuese junto con la cómoda lo que se nos complicó dar con algo así, pero cuando por fin lo hicimos, no dudamos en comprarlo.
Sinceramente, llegar a un acuerdo con Lusian, sobre todo lo referente a ese espacio para ella, fue un caos. Nunca habíamos tenido tantas diferencias en algo, hasta que se nos presentó el momento de decidir parte del futuro de nuestra hija. ¿Cómo de complicado sería todo lo demás? No quería ni pensarlo.
No obstante, después de cada confrontación, nos dábamos nuestro espacio y regresábamos a las muestras de afecto, las bromas y las tardes a solas, en donde sólo nos pertenecíamos el uno al otro. Jamás dejamos que un enfado nos durara por más de una hora. Aunque a veces yo necesitaba una semana completa, pero sólo porque mi humor había empeorado gracias a la incomodidad de la gestación.
Lu me dejó a solas en aquel espacio, para que pudiera admirar el trabajo que había hecho otras personas por nosotros, y él tomó su tiempo para ejercitarse en el gimnasio, junto con Joshua, que últimamente parecía estar más a favor de Lusian en todo lo que tenía que ver con la nuez de la india, como Lu la llamaba, a falta del nombre que no quería darle.
De hecho, Joshua sugirió que no hubiera ventanas en el cuarto, lo que me pareció completamente ridículo e hilarante. De verdad, no deseaba ser ningún chico que se interesara en ella cuando llegara a ser una hermosa adolescente.
Dando un par de respiraciones profundas, para mitigar el dolor dentro de mi vientre, porque mi pequeña parecía ya querer salir y dejarnos conocerla, me levanté, para ayudarla a acomodarse mejor y acaricié uno de mis costados, sintiendo un bultito tierno y muy molesto. No estaba segura de si era un pie, una mano, un codo, una rodilla o su cabeza, pero fuera lo que fuese, ella ya pedía a gritos ser liberada.
Una silueta que vislumbré a través de las cortinas beige llamó mi atención, y me estiré un poco para apartar la cortina, encontrándome con que el dueño de la silueta era nada más y nada menos que Daniel, de pie frente a la piscina, vestido con unos jeans, y una chamarra rompe viento azul marino. En esa época del año, lo mejor era ir cubierto todo lo posible, se avecinaban días y noches de heladas.
Me inquieté al verlo ahí, porque desde nuestro encuentro con los híbridos, no volví a verlo, pese a que sabía que seguía custodiando a Joshua, a donde sea que iba.
No perdí de vista nunca el asunto de que vivía en mi mansión, una que no tenía contemplado usar nunca, por lo que no supuso ningún problema para mí y fueron todos cuidadosos de no darme un mal rato, y encontrármelo en cualquier lugar. Aunado a eso, casi no salíamos de casa y las pocas veces que lo hicimos, ni siquiera me di oportunidad de mirar al inmenso jardín vecino.
Extrañamente recordé a Betty, mi verdadero ángel guardián y más allá de volver a sentirme traicionada, un sentimiento de nostalgia se arraigó en mi pecho, presionando mis pulmones y revolviendo mi estómago.
Esto estaba a punto de terminar, o al menos eso esperaba. Cuando naciera mi hija, me parecía que Daniel ya no tendría que hacer nada entre los humanos. A menos que Joshua tuviera razón y siguieran detrás de ella, después de nacida. La cosa era, que sin importar la razón, de la nada tuve deseos de disculparme por lo terrible que fui con él durante todo ese tiempo, después de que volvió de su exilió al cielo.
En mi cuarto me cubrí con una chamarra tipo esquimal de corte largo color negra, me coloqué un gorrito de invierno rosa, con un pompón unos tonos más oscuros de rosado en la cima y una bufanda tejida del mismo tono.
Entonces salí a la parte trasera de la mansión, viendo la espalda en relajación de Daniel, que parecía estar mirando a la nada.
Se veía concentrado y muy serio, con las manos dentro de los bolsillos delanteros de su chamarra.
Me acerqué silenciosamente, aun indecisa de si sería prudente por lo menos saludarlo. Me alivió no haber experimentado ninguna emoción violenta en su contra, por lo que creí que había superado mi aversión. Se debía entender que no lo odiaba, por ninguna razón, pero verlo supuso por mucho tiempo recordar mi sufrimiento ante la perdida y lo mal que lo llevaba.
Cuando él se fue, no recordé nada que me hubiese dolido tanto, ni siquiera la muerte de mis padres o el coma de Joshua, aunque eso también casi termina con mi cordura, de no ser precisamente por la estadía de Daniel en mi vida. Quien sabe que hubiese pasado sí él no hubiera estado...
Bueno, en realidad, creía saber qué hubiese pasado. Lusian hubiese pasado, de cualquier forma.
Pensar en ello me hizo dudar. ¿Estaría de acuerdo Lusian en que me acercara a Daniel? No es que aún guardara sentimientos profundos por él, pero Lusian no estaba en buenos términos con él.
Carraspeé, anunciando mi presencia, parándome a un costado de Daniel.
Daniel giró de súbito su cabeza en mi dirección y pareciendo ofuscado dio un par de pasos lejos de mí.
—Lo lamento, estaba esperando a Joshua, pero puedo hacerlo afuera —dijo rápidamente, con inquietud.
—Perdóname —dije instantáneamente, antes de permitirle dar la vuelta e irse.
Lo miré de reojo, metiendo mis manos a los bolsillos de mi chamarra y le dediqué una pequeña sonrisa de disculpa.
Me observó en silencio, tratando de adivinar si era una ilusión producto de su imaginación o si de verdad yo estaba ahí, disculpándome. Después se arrugó su frente y se acercó los mismos pasos que retrocedió, completamente confundido.
—Creí que con el frío que hace, estarías metida en la cama. Yo lo haría si fuera tú —comentó, viéndose más aliviado, aunque aún persistía en su expresión algo de perturbación.
—Estoy cansada de estar acostada y también de estar de pie o sentada. En general estoy cansada de estar embarazada —dije con resignación y resoplé.
—Aguanta un poquito más, ya falta menos —me animó y me sonrió apenas, inseguro —. ¿Por qué me estás hablando? Todos aquí me pidieron, casi me exigieron, que me mantuviera fuera de tu vista. Nunca logré dimensionar cuan amada, protegida y consentida eres desde siempre.
Su comentario me hizo sonreír de oreja a oreja, porque no se equivocaba. Infantilmente me hacía sentir orgullosa y muy importante, más importante que la princesa Diana.
—Hubieras tenido la oportunidad de dimensionarlo, si realmente hubieras sido mi ángel guardián —dije, incapaz de esconder la protesta implícita.
—Italiana, mira...
—No—lo interrumpí—. Está bien. Me esforcé en poder comprender por qué tantas mentiras, pero ya no importa. Pienso en que tuviste tus motivos, porque querías estar conmigo. No quiere decir que justifico todo lo que ocultaste y lo que manejaste a tu modo, pero no vale la pena reprocharlo —anuncié con seguridad.
—Mi intención siempre fue mantenerte a salvo —declaró con voz ronca.
Me sentí madura al momento de demostrar que estaba superando la situación, pero el que se escudara detrás de esa excusa hizo que mi lado radioactivo se activara, llenando de sangre caliente mi cara.
No se podía ser madura todo el tiempo.
—Tú siempre supiste quien era Lusian y lo que significaba, y jamás lo mencionaste—dije, alterada—. ¿Es de él de quien quieres protegerme? Dime, Daniel, ¿él va a hacerme daño? —Pregunté alzando la voz.
Se vio sorprendido por mi inquisición y dudó un poco antes de volver a abrir la boca.
—No —contestó inmediatamente —. Él no va a lastimarte. Aunque me cueste decirlo, te ama tanto como yo y lo hace mucho mejor —confesó con un hilo de voz, elevando su mirada hacia el cielo —. Pero hay cosas que no sabes.
—Cuando vienen de ti esas palabras, no me sorprende —dije en tono cansado.
Tomé un par de respiraciones profundas y me masajeé la sien en círculos, en busca de la calma que necesitaba para poder seguir conversando civilizadamente.
Cuando me sentí de nuevo en calma, me senté en la tumbona a mis espaldas y enfoqué mi mirada en el movimiento del agua de la piscina, decidiendo que era mejor eso, que mirar al ángel a mi lado.
De todos modos fue en vano que mi atención fuese obligada a estar en otro sitio, porque por el rabillo del ojo lo vi moverse, y temí que se fuera. No quería hablar con él para reclamarle, pero es que él lo ponía bastante complicado,
Daniel se sentó en otra de las tumbonas, que se encontraba a escasos metros de mí y recargó sus codos sobre sus rodillas abiertas. Dejó caer la cabeza hacia adelante y soltó un largo suspiro.
—He vivido con el corazón roto desde que me obligaron a separarme de ti, pero no se compara con el dolor que me hace sentir tu indiferencia. Si me odias, espero que algún día me perdones —murmuró, torciendo la cabeza para mirarme.
Dejé que nuestros ojos se encontraran cuando giré el cuello en su dirección y experimenté una horrible punzada de culpa y tristeza al ver que, aunque sus palabras me habían mentido, sus ojos no podían hacerlo. Él seguía amándome como antes y recordé lo que era ser amada por él.
Miles de escenas de mi poco tiempo a su lado me invadieron como una estampida, viéndome asfixiada entre el torrente de emociones que eso provocó. De hecho, aún podía reconocer los sentimientos de mi vida pasada, guiándome a él, tirando de mí con un hilo invisible. No significaba que siguiera enamorada de él, porque no podía imaginar mi vida sin amar a Lusian, pero recordar cómo fue estar con Daniel y lo que supuso para mí en ese entonces, me dolió, porque me lo quitaron de una manera cruel y despiadada.
Esa era la verdadera razón por la que huía de él. Ya lo había aceptado antes, en un lapsus de introspección, pero reconocerlo y poder reiterarlo con él frente a mí, fue una avalancha.
Mi vida fue miserable después de él. Y puede que en ocasiones lo culpara por haberme metido en esa situación que al final me dejó desvalida por meses, a consecuencia de haberme enamorado con mentiras, pero también era capaz de consentir que no fue su culpa. A su modo me amó y fue hermoso que lo hiciera... eso era lo que valía la pena recordar y atesorar, como una experiencia de las pocas que se tiene oportunidad de experimentar.
—No te odio. Te amé demasiado y es por eso que necesito pedirte perdón —dije después de un largo mutismo —. No fue justo como te traté todo este tiempo desde que volviste. Pero no lo hice por las razones que tú crees. Es difícil mirarte sin recordar lo fragmentada que me dejó tu partida y lo doloroso que fue para mí seguir adelante. Tuve que separarme de las personas que me amaron desde el principio, sin condición, porque me quedé sin nada cuando te fuiste.
—Yo no quería dejarte —aseguró.
—Lo sé. Yo tampoco quería que lo hicieras. Y por eso me duele verte. Me recuerdas que no controlo quien se queda en mi vida... haces que tema la muerte de los que amo —confesé y tragué el nudo en mi garganta.
—No me parece justo que relaciones lo que tuvimos con sufrimiento —comentó con una pizca de irritación.
—A mí tampoco, porque fue hermoso —murmuré, inclinándome un poco en su dirección—. Por eso deseo y necesito pedirte que me perdones por cómo te trate. No quiero volver a cometer los mismos errores... no quiero que la gente tenga que irse de mi vida sin saber lo que siento. Quiero que sepas que en verdad te amé muchísimo, y no me importa que me digan que lo que sentí no fue real, que solo fue la ilusión de lo que realmente deseaba, una parte de dos mundos. Para mí se sintió real y ya no necesita ser más ensombrecido —concluí.
—Pero ya no sientes nada de eso por mí... —musitó derrotado.
—Dan, siempre tendrás un pedazo de mi corazón. Siempre. Fuiste mi primer amor —confesé con una media sonrisa.
No hacía falta aclarar que Joshua no entraba en la semántica, porque con él nunca fue ese tipo de amor. Y los que me conocían de verdad, lo sabían. Daniel lo sabía, pero al parecer le costaba entender lo demás.
—Me hubiera gustado ser el último... —confesó con aflicción.
—Dan, por favor —supliqué, porque no deseaba que siguiera por ese camino.
—No, es verdad. Pero está bien, porque puedo sentir que lo amas mucho más de lo que me amaste a mí — reveló, sorprendiéndome.
Vaya, no esperaba una declaración como esa, porque nunca me paré a pensar en la cantidad de amor que sentía por Lusian, solo sabía que lo amaba de todas las formas habidas y por haber. Pero tenía razón, pese a que nuestro amor fue intenso y bonito, nunca se sintió tan bien como con Lusian.
Cuando estuve con Daniel, siempre tuvimos que ir contra corriente, parados en medio de dos caminos, sin saber cuál elegir. Luchando contra imposiciones y contra nosotros mismos. Él decidió dejar sus alas por mí y yo lo acepté, porque era nuestra única manera de seguir amándonos. Yo tuve que renunciar a gran parte de mi esencia, porque no me sentía digna de estar con alguien como él y caí en el error de transformar mi mundo, para que él cupiera en él. Para estar juntos, necesitábamos hacer a un lado parte de lo que éramos, convirtiéndonos en dos personas incapaces de reconocer que el amor no exige renunciar a lo que eres. Pese a que en su momento, amarlo fue maravilloso, también me mostró que era la manera incorrecta de amar. Nos amamos limitados.
Pero con Lusian todo se sentía correcto. Las cosas fluían naturalmente. Podía ser yo misma y jamás me sentí indigna de estar con alguien como él, porque también era sublime, como un ángel, incluso hasta más, pero me sentía a la misma altura que él. Y él, aunque pareciera que renunció a su vida de excesos y libertinaje, no lo hizo. No dejó de ser él... el amor entiende que también es válido modificar y mejorar ciertos aspectos en nuestra vida, porque son para bien, sin que perdamos ni una parte de nosotros. No fue forzada su elección, para poder estar conmigo. No se le impuso cambiar, ni mucho menos. Era simple, seguía siendo el mismo idiota imprudente, pero resignificó su vida, dándole un nuevo sentido a su presente, tras una interpretación distinta de su pasado. Nos amábamos con libertad.
Para estar juntos, maduramos. Madurar no significó dejar de ser quienes éramos, solamente nos remodelamos: sacamos una mejor versión de nosotros mismos.
Lusian y Daniel eran mi tesis del amor. Dos conceptos diferentes, de una sola palabra.
—No tenemos por qué hablar de eso —dije, afligida.
—Es lógico. Yo te mentí y te oculté cosas para acercarme a ti y me amaras de nuevo, y cuando lo hiciste, te seguí mintiendo, por qué te quería mantener a mi lado. Él sólo te amo... simplemente te amo —dijo, soltando una extraña risa llena de amargura —. Te ocultó sus verdaderos sentimientos porque lo único que él deseaba era verte feliz, jamás había conocido a alguien tan valiente. En realidad, muchas veces me pregunté si yo sería capaz de amarte del mismo modo en que él lo hacía. Mereces el amor que él te ofrece, pero me hubiera gustado ser yo quien te lo diera.
Para mí mala suerte, tuve que presenciar una lagrima correr lentamente por su mejilla.
—Dan, no hagas esto... —le pedí en un susurró cargado de angustia.
Era cierto que ya no lo amaba como alguna vez lo hice, pero eso no significaba que me no doliera que estuviera sufriendo, aparentemente por mi causa. Siempre existiría un gran cariño hacía él y, para ser honesta, me importaba que estuviera bien.
—Nada más quiero que sepas algo. Jamás hice nada con la intención de lastimarte. Las razones por las que hice las cosas de ese modo son mi manera de amarte... Tal vez algún día lo entiendas — dijo contundentemente —. Y no hay nada que perdonarte. No cabe el rencor para alguien a quien amaré eternamente.
En ese momento me pregunté por qué tuve la grandiosa idea de salir en su busca, para arreglar las cosas entre nosotros. Lo mejor hubiese sido quedarme en la cama, aunque me estuviera muriendo por el dolor de espalda.
No se sentía bien que me confesara así sus sentimientos, cuando Lusian estaba no muy lejos de ahí, seguramente dándole una paliza a Joshua.
No alenté su comportamiento, pero de cualquier modo lo veía incorrecto y me sentía como si de algún modo estuviera traicionando a Lusian.
Tenía que acabar con aquella conversación. Ya había dicho lo que tenía que decir.
—No hace falta que sigas evitando encontrarte conmigo... —aseguré poniéndome de pie —. Iré a buscar a Joshua.
—No pretendo incomodarte. ¿Podemos enterrar el hacha? Quiero intentar ser amigos o como sea... —dijo, también levantándose de la tumbona —. Por lo menos podemos ser civilizados y saludarnos. No sugiero que me cuentes tus problemas, pero espero que sepas que cuentas conmigo.
Lo medité por un momento, llegando a la conclusión de que se podía hacer. Sería un poco complicado al inicio, pero a saber cuánto tiempo iba a estar entre nosotros, y mejor que fuera en armonía. Además, no se sentía mal poder tener una relación cordial y quizá amistosa con él. Me gustaba el plan.
Le sonreí asintiendo y lo abracé fugazmente, dejando un beso en su mejilla.
—Bien, pero favor, no hablaremos más el tema de los sentimientos —ordené.
—Es un hecho —secundó, sonriéndome de oreja a oreja.
—Señora Bennett—dijo una voz femenina detrás de mí.
Aquello limó las últimas asperezas entre nosotros y nos miramos con el ceño fruncido.
Me tardé unos segundos en analizar aquellas dos palabras.
La única mujer que vivía en esa mansión, era yo. A menos que Raphael se hubiera casado en secreto y tuviera una esposa escondida en el armario, lo que era prácticamente imposible, dado que Raphael nunca había tenido alguna novia. Ni siquiera la mamá de Lusian y Louis fueron exactamente sus novias y dudaba que lo hiciera sin decirnos nada al respecto. No lo veía de ese tipo de hombres.
Una mujer de Joshua no podía ser, porque su apellido era Parker.
Posiblemente podría ser por Louis, pero tampoco lo vi muy seguro, porque estaba en su etapa de experimentación, gracias a que su hermano ya no estaba suelto y se sabía que andaba besando ranas antes de encontrar a la princesa.
Entonces, se refería a mí.
Me giré lentamente, encontrando a una mujer castaña de aproximadamente unos veintiséis años, con ojos color miel y lindos pechos, vestida con un pantalón negro de corte recto y una camisa de manga larga blanca, anunciando ser parte de la plantilla de los empleados en la mansión. Nunca la había visto, pero desconocía a la mayoría de las personas que trabajaban para los Bennett. Apenas podía recordar a las dos mujeres de mediana edad que nos atendían en el servicio de la comida o la cena.
A decir verdad, nunca me interesé por nadie que trabajara para ellos. Eran invisibles para mí. Quizá sí era un poco la niña malcriada y egoísta que muchos suponían que yo era. Pero ya era muy tarde para remediarlo. De todos modos, nunca era grosera, solo desinteresada.
—¿Me hablas a mí? —Pregunté señalándome con el índice y miré a mis espaldas, por sí de repente estaba ahí alguna otra mujer.
—Sí, señora Bennett. Hay una mujer buscando al señor Parker —informó con formalidad, cruzando sus manos detrás de su espalda.
Volví a fruncir el ceño. Que viviera ahí no ameritaba que ya me trataran como si fuera la señora de la casa, aunque se sintió un poco bien. De todos modos, debía aclarar que era Alexa Baley y no la señora Bennett.
Daniel se paró a mi lado, y elevó una ceja, con total disfrute de la situación, a sabiendas de que estaba completamente en desacuerdo. Claro, él iba a seguir sintiendo lo que yo sentía. No me complacía saber que mis sentimientos estarían expuestos para él, pero era él quien iba a tener que aprender a vivir con ello, no yo.
Resoplé irritada.
—¿Ves este anillo? —Le pregunté a la chica frente a mí, levantando la mano y me quité el guante, exponiendo la sortija que adornaba mi dedo anular—. Es un anillo de compromiso no de matrimonio —expliqué, con cierta ironía —. Entonces sigo siendo señorita.
La chica no fue discreta al desviar sus ojos hacía mi gran panza de embarazada, recalcando en silencio que la afirmación sobre mi estado civil se podía poner en duda.
Escuché a Daniel ahogar una risa y le dediqué una mirada llena de indignación.
—De acuerdo —. Musité y solté el aire lentamente, entrelazando mis manos sobre mi estómago —. Dime Alexa, sólo Alexa —pedí, intentando mantener la calma.
La chica asintió, sin parecer del todo convencida.
—Está bien. Buscan al señor Parker, pero está ocupado con el señor Bennett y no debo interrumpirlos —me informó, pareciendo avergonzada y bajó un poco la cabeza.
Un momento, ¿por qué de pronto tanta formalidad? Nunca me habían llamado señora, ni siquiera con mi apellido y a Joshua tampoco. Siempre habíamos sido jóvenes, niños o lo que sea que no supusiera tan formalidad ni seriedad. De hecho, sólo recordaba cómo se dirigía a mi Betty y siempre fuimos la niña Alexa y el joven Joshua y Lusian.
—Ammm, no creo que al señor Parker le agrade mucho la idea de que lo llamen señor —advertí a la chica, con una sonrisa fingida —. ¿Eres nueva? Te sugiero que solo lo llames Joshua.
—No—contestó —. Llevo un año trabajando aquí. Pero el señor Bennett nos pidió que a partir de ahora la llamáramos señora Bennett y creí que debía llamarlos así a todos —informó, cohibida.
Creía estar entendiendo para donde iba todo eso.
—¿Te lo pidió el papá o el hijo? —Inquirí entrecerrando los ojos, acercándome a ella.
—El hijo —respondió —. No creo que deba desobedecer su orden, señora Bennett —dijo, disculpándose.
Claro, cuando Lusian se lo proponía podía llegar a ser muy petulante, intimidante y extremadamente molesto.
También debía darle créditos, poseía una astucia admirable. Se valía de otras artimañas muy sucias para llegar a mí con el tema de la boda.
Por la mañana volvió a tocar el tema y yo volví a evadirlo.
Sin embrago, repetí ese par de palabras en mi mente, y las saboreé deliciosas. No sonaban para nada mal. Me gustaban. Quería ser la señora Bennett.
Maldición, Lusian me tenía. Necesitaba casarme con él de inmediato.
De todos modos, llevaría mi apellido hasta que no tuviera la sortija de casada.
—Ya entiendo. Mira, al señor Lusian Bennett puedes llamarlo como quieras: Amo, jefe, señor, supremo, como tú quieras —dije haciendo gesticulaciones exasperadas con las manos —.Pero yo sigo manteniendo mi apellido de soltera, porque además me gusta, aunque no me gusten mis padres. Y si deseas ser formal, puedes decirme señora Baley, pero me gustaría más señorita, aunque mi estómago diga lo contrario. ¿Estamos de acuerdo? Ya me encargó yo de que Lusian no se enteré de nuestro secreto.
Lo dudó un poco antes de asentir.
—A ti te gusta hacer las cosas muy difíciles —me susurró Daniel al oído, con diversión.
—No puedo evitarlo —dije descaradamente.
—¿Entonces qué le digo a la mujer que busca al señor Joshua? —Preguntó la chica, viéndose nerviosa.
—Ah sí. ¿Cómo te dijo que se llama? —Le pregunté con curiosidad.
—Dijo que lo buscaba la señorita Kathara Blake —me informó.
¿Qué demonios hacía Kathara en mi casa, bueno en la mansión Bennett, buscando a Joshua?
Supe inmediatamente que no era para nada bueno.
Ignoraba si Daniel estaba enterado del tema actual entre Joshua y ella, pero por la mirada significativa que me dio, imaginé que lo sabía.
—¿No te dijo qué quiere? —Cuestioné, en tensión.
—No, solamente mi pidió hablar con él. Pero no debo dejar pasar a nadie sin su consentimiento ni del de los señores Bennett —contestó.
Vaya... ¿en qué momento me perdí de esa regla?
¿Y por qué señorita? Ella también estaba embarazada, a menos que...
—Gracias por avisarme, yo la atiendo y por favor, si ves a Lusian o a Joshua no les comentes nada —le pedí y entré a la mansión, con Daniel detrás de mí.
—¿Qué haces? —Le pregunté a Daniel mirándolo por encima del hombro, al caminar a través del pasillo central, por debajo de las escaleras.
—Voy contigo... —me informó con contundencia —. Sé lo que pasó. Creo que es peligrosa y también creo que no le va a gustar a Lusian que le escondas esto.
—No te pareció peligrosa cuando la llevaste al departamento donde vivías —lo acusé, abriendo la puerta principal de la entrada.
—Creí que habíamos hecho las paces —dijo irónicamente.
—Y lo hicimos, pero tengo material para fastidiarte un poco — le sonreí sin pizca de humor.
Fue listo al no decir nada más al respecto.
Dejé que me acompañara, pero sólo porque no sabía con qué intenciones estaba ella ahí.
Si es que Kathara estaba ahí, sin un bebé, y Lusian aparecía, no se necesitaría una profecía apocalíptica para desatar el infierno.
Cruzamos el gran jardín delantero, ignorando las miradas de los guardias que custodiaban la entrada principal y me fastidió ver que había otros dos en la gran reja y uno en la puerta peatonal.
Al llegar a las grandes rejas del exterior, descubrí a Kathara abrazándose a sí misma, protegida con una chamarra de felpa y unos guantes negros, tiritando.
Lo primero que hice fue mirar en dirección a su estómago, agradeciendo que aún se viera abultado. Aunque no aseguraba absolutamente nada, ya que llevaba una chamarra muy grande y también dudaba que su cuerpo regresara a la normalidad solo en dos meses, pero quien sabía.
Levantó la cara hacía mí, y al encontrar nuestras miradas tuve que reprimir un grito de sorpresa. Estaba peor a como la encontré la última vez en Colorado. No solo llevaba ojeras, sino que sus ojos se mostraron hundidos y había manchas de sangre en sus labios, como si llevara mucho tiempo sin hidratarse. El tono de su piel era mucho más pálido y desprovisto de brillo y sus pómulos prominentes me recordaron a Maléfica, protagonizada por Angelina Jolie.
Con expresión asustada llevó su mirada más allá de mí, encontrándose con el chico a mis espaldas, que seguramente podía parecer un agente de seguridad. El reconocimiento llenó sus ojos vacíos y regresó a mirarme, completamente confundida.
—¿Puedo entrar? —Me pidió tiritando y frotó sus manos.
—¿Qué haces aquí? —Pregunté presionando los seis botones en el tablero del sistema de seguridad, con la clave, abrí la reja y la dejé pasar, ignorando la mala cara que me dio Daniel.
—Necesito hablar con Joshua sobre el bebé —respondió, y sus labios temblaron.
—Vamos, estás a punto de congelarte —le dije, colocando una mano en su espalda, instándola a que caminara dentro.
—Italiana — dijo Daniel en advertencia.
—¿Qué? — Dije de malos modos, cerrando la puerta y volví a presionar la clave hasta que un zumbido raro sonó, advirtiendo que el seguro motorizado estaba puesto.
Negó frustrado y me rodó los ojos.
Seguí a Kathara por toda la extensión del patio principal, por donde caminamos sobre el empedrado y la vi trastabillar un par de veces, tropezando con sus pies, y con algunas piedras.
La tomé del codo, apoyándola para que mantuviera el equilibrio y la ayudé a subir las escaleras del pórtico.
Mi corazón se encogió al verla en ese estado. No quedaba nada de la chica que conocí años atrás. Tuve ganas de llorar, muchas. Deseé tener algún poder para cambiar su situación, aunque muchos pensaran que no lo mereciera.
De un momento a otro perdí de vista a Daniel y me temí lo peor. Seguramente había ido a buscar a Lusian. Traidor. Ya no estaríamos en paz.
—¿Dónde está Joshua? —Quiso saber Kathara, sonando alterada y me miró directo a los ojos, cuando por fin estuvimos bajo el techo cálido de la mansión.
Por satanás. No tuve oportunidad de apreciar bien su apariencia antes, en el patio. Pero bajo las luces del vestíbulo fue inevitable darse cuenta de que no sólo parecía estar sufriendo físicamente. Había tanto dolor en sus orbes, que juré que me echaría a llorar con ella en esos momentos.
—No lo sé. Déjame darte algo caliente. ¿Kathara, sigues embarazada? —Le pregunté, tomándola del brazo, casi tirando de ella para que me siguiera hasta la cocina.
Ahí era más probable que no me encontraran tan rápido. Debía medir el terreno antes de que cualquiera de los dos, Lusian o Joshua, aparecieran.
—Sí. Por eso quiero hablar con él —contestó en tono bajo y retraído —. No voy a poder con esto, necesito de su ayuda.
Tuve el impulso de gritarle que era una tonta por haber alejado a Joshua de todo lo relacionado con su paternidad, pero mantuve la calma, intentando pensar en el hecho de que el que estuviera ahí sería una buena señal. No obstante, me preocupó el estado de salud del bebé, porque si la madre estaba en condiciones deplorables, el pequeño no debía estar mejor.
Jalé uno de los bancos frente a la isla de la cocina y aun sujetándola de un codo le indiqué que se sentara.
Acto seguido fui hasta el refrigerador y serví leche en un par de tazas, que posteriormente metí al horno de microondas.
—Te prepararé algo caliente. ¿En qué demonios estabas pensando para venir así hasta acá? ¿Cómo llegaste? ¿Traes auto? —Inquirí con la preocupación elevándose en mi interior.
—No. Vine en transporte público —contestó.
—Pudiste haber llamado —le reproché.
Me ignoró.
Al parecer la cocina era más interesante que mi reprenda, porque la encontré evaluándola llena de asombro y fascinación. Sus ojos la recorrían como si estuviera grabándose a fondo cada detalle. Después me miró, con lo ojos abiertos de par en par.
—Esta cocina debe ser dos veces más grande que el departamento donde vivo —dijo, extasiada.
Miré a mi alrededor, y me pareció común y corriente. Olvidaba que ella jamás tuvo una vida llena de ostentosidad, y eso me hizo sentir culpable hasta la médula.
—Pero imagino que tu departamento debe ser muy bonito —comenté amablemente.
Se encogió de hombros y desvió su mirada hacía el enorme refrigerador.
—Todo lo bonito que se puede ser al pagar cien dólares de alquiler —comentó con pesimismo, y recargó su codo sobre la superficie de la mesa.
—No te preocupes, yo en Italia vivo en un piso en donde solo caben dos personas, no imaginas lo pequeño que es —dije, sintiendo un montón de empatía por ella en esos momentos.
Verla tan frágil y en tan mal estado, me hizo reconstruir la percepción que me había creado de ella, tras la pelea que tuvimos, la cual nos separó por completo.
—Imagino que tienen como cincuenta habitaciones en esta casa— dijo, soltando una pequeña risa incrédula.
—No es para tanto, solo 12 —aseguré y de inmediato me sentí estúpida.
Doce habitaciones sí eran para tanto, incluso para mí, que siempre preferí mi casa o la de Joshua. Aunque nunca me negué a los placeres hedonistas que me ofrecía la mansión de los Bennett.
De pronto me pregunté si ese tipo de comentarios que hacía, sin malas intenciones, habían sido causa del rencor que Kathara me guardó por tanto tiempo.
—Si claro, no es para tanto —dijo con ironía —. ¿Y ocupan todos esos cuartos?
—Claro que no —respondí como si fuera lo más obvio —. Sólo las necesarias para Raphael, Louis, Lusian y yo. Joshua temporalmente está quedándose aquí, y ocupa la que antes fue mi habitación —informé.
—¿Tienes una recamara aquí? —Preguntó totalmente asombrada —. ¿Por qué nunca me lo dijiste?
La campana del horno de microondas sonó, anunciándome que la leche estaba lista y saqué las dos tazas. Preparé ambas con chocolate y un buen puño de mini malvaviscos, intentando recrear mi bebida italiana favorita.
—No lo sé —respondí acercando una de las tazas a ella y me senté en el taburete de enfrente, salivando por poder probar esa deliciosa bebida —. No me parecía importante. De todos modos sabías que me quedaba aquí de vez en cuando.
—Sí, pero no pensé que también vivieras aquí. Es alucinante, es como si hubieras tenido tres casas —dijo acercando la taza caliente a su boca y le sopló suavemente antes de darle un sorbo.
Comencé a sentirme incómoda con la conversación. Advertía sus palabras como un método pasivo agresivo de recriminación.
—Siempre me pregunté cómo sería vivir sin compartir el baño. ¿Por qué tienen su baño privado, verdad? —Preguntó con curiosidad.
—Sí, Kathara... lo tenemos —respondí cansinamente.
Me quedé mirando como los malvaviscos se derretían gracias a la leche caliente, creando figuritas extrañas, odiando tener que dejarlo a medias, porque de un segundo a otro se me quitó el hambre.
Kathara me había llevado silenciosamente a un juicio y yo caí ingenuamente, y sin ningún abogado.
Recargué ambos codos sobre la mesa, sosteniéndome la cabeza con ambas manos.
Debía admitirlo, me sentía culpable pero no había nada que pudiera hacer para que las cosas cambiaran. Se me ocurrió que podía regalarle mi antigua casa, para que se mudara de regreso a Farmington y Joshua pudiera estar cerca de su hijo, y así mismo, Kathara pudiera tener una vida con menos carencias. Al menos tendría un lugar seguro en donde vivir, sin preocuparse por la renta. Igual tenía pensado venderla, al no haber podido dejársela a Betty.
¿Qué demonios pasaba en la vida de aquella mujer en la que un día deposité todo mi amor y confianza? ¿Qué estaría ocurriendo con sus padres? ¿La habrían dejado sola? ¿Se había quedado sola?
—¿Sabes de qué me di cuenta? —Preguntó, después de un largo silencio.
—¿De qué? —Fingí querer saber, tomando la taza caliente con mis dos manos y le di un sorbo que me supo a gloria.
—¿Te acuerdas cuando teníamos como doce años, cuando nos escapamos de mi casa, para ir a una fiesta clandestina? Apenas comenzábamos a ser amigas —dijo, mirándome emocionada.
—Sí, me acuerdo —contesté contrariada —. Esa noche tuve que regresarme sola a casa de Joshua porque quien sabe a dónde te habías metido. No parecía una fiesta para nuestra edad. ¿Por qué preguntas?
—Porque fue en la casa de al lado. La reconocí al llegar aquí —me informó.
Esa notica me tomó desprevenida. No podía recordar con exactitud el aspecto de aquel lugar, porque era de noche y yo tenía doce años. No es que estuviera muy preocupada por mi integridad física, porque desde siempre tuve la horrible tendencia de ponerme en riesgo, pero tampoco disfruté mucho el poco tiempo que permanecí en esa fiesta. Por consiguiente, no presté atención ni siquiera de la gente de la que nos rodeamos aquella vez.
Esa casa de la que hablaba Kathara era nada más y nada menos que mi mansión. La que me heredaron mis padres y no lo supe hasta que cumplí veintitrés años. Qué pequeño era el mundo.
Por supuesto que ella no sabía que era mía y no lo sabría nunca.
—¿De verdad? Yo no lo noté. No recuerdo mucho de esa noche —murmuré, con una pizca de reproche.
—¿Y sabes quien la organizó? —Preguntó, como si fuese un secreto nacional.
—No, pero seguramente un maniático irresponsable que no pensó que esa propiedad tenía y tiene dueño —contesté irritada.
—Más o menos. Fue Lusian —declaró en un susurro, pareciendo muy entretenida.
Bien, eso tampoco me lo esperaba. Se me atoró un malvavisco en la garganta y tuve que toser con fuerza para expulsarlo y no morir por asfixia.
Por el amor de dios. Lusian hacía fiestas clandestinas... ¡En mi mansión! ¿En serio? Tuve tantas ganas de reírme, pero me contuve, porque: ¿Cuántas malditas fiestas debió haber hecho en mi propiedad? Y lo peor de todo... ¿Con cuantas debió haberse acostado justo en ese lugar?
—¿A dónde quieres llegar con todo esto? —Inquirí en voz baja.
—A ningún lado —respondió, como si no entendiera de lo que estaba hablando —. Sólo pensé que podía ser algo divertido para platicar.
Mentía.
Sabía que ella había perdido su virginidad con Lusian, por lo tanto, conjeturaba que fue en esa fiesta que pasó, porque no olvidé lo que me dijo antes de escaparnos de su casa; su novio la había invitado a una fiesta que él había organizado. E hizo otro comentario que entendí un tiempo después, algo así como que ya era hora.
—¿Fue ahí donde perdiste tu virginidad, cierto? —Pregunté, agarrándome de la orilla de la mesa.
No me parecía relevante, porque el lugar no cambiaba los hechos y yo no podía cambiar el pasado de Lusian. Si ella deseaba hacerme sentir mal, al recordarme lo que pasó entre ellos, agregándole la nueva información, lo estaba haciendo bastante mal.
Sí, podía ser molesto saber que ellos se acostaron en mi propiedad, y conmigo a unos cuantos metros, pero ella no tenía ese dato, por lo que no entendía para que habíamos llegado a este punto de la conversación.
—Sí, pero no importa. No pretendía llegar a eso. Sólo quería conversar contigo —murmuró, pareciendo avergonzada.
La estudié por varios segundos, llegando a la conclusión de que quizá estaba siendo un poco paranoica. No había nada de lo que ella pudiera revelarme que me afectara, lo sabía todo. Ella, por otro lado, seguiría desconociendo que perdió su virginidad en mi mansión, lo que me parecía irónico. La vida a veces jugaba de extrañas maneras.
No había motivo para ponerme en su contra.
De todos modos, ya no me apetecía seguir bebiendo chocolate caliente. Aunque me costara admitirlo, me desagradaba pensar en Lusian y Kathara juntos.
—Está bien, no importa —aseguré y tomé mi taza medio vacía —. Iré por Josh, para que hables con él.
Tiré su contenido en el fregadero y cuando me giré de nuevo hacía ella, con toda la intención de ir en busca de mi mejor amigo, me pareció haberme encontrado con el mismísimo satanás.
En teoría, con la mitad de satanás.
Lusian estaba parado bajo el umbral de la puerta de la cocina, casi abarcando toda su extensión, por la manera en que se erguía, mostrándose imponente y peligroso.
Tuve que tragar saliva con fuerza, porque no distinguía si lo que aquella imagen me producía era deseo sexual o deseos de esconderme debajo de la mesa.
Decir que estaba molesto hubiese sido el eufemismo del siglo.
De cualquier modo no me amilané ante su mirada llena de furia, y le sonreí.
Daniel y Joshua estaban justo detrás de él. Dan en modo inexpresivo y Josh en modo qué diablos.
—Hola, señor Bennett —dije, con fingida inocencia, llenando las palabras con toda la intención de hacerle saber que había descubierto su sucio plan.
Kathara se giró y pareció ponerse nerviosa, porque se levantó del taburete, haciéndolo chirría.
Aparentemente no era el momento de jugar, porque la mirada de advertencia que me dedicó Lu, me hizo cerrar la boca, ante cualquier otro comentario sátiro que se me ocurriera.
—No me mires así —aseveré, levantando la barbilla —. Está aquí porque necesita ayuda —dije terminantemente.
—Estaré cerca por si me necesitan —dijo Daniel detrás de Lusian.
Kathara y Daniel se encontraron frente a frente en una batalla a muerte de miradas, una muy hostil. Los ojos de Daniel revelaron una gran dosis de ira mordaz, y los de Kathara escepticismo en su estado más puro.
—Creí que habías dicho... —empezó a decir Kathara.
—No hablaremos de eso —la interrumpí, evitando mirar en dirección a Lusian.
Lusian asintió, echándole un vistazo por encima del hombro a Daniel y se comunicaron por un segundo a través de los ojos.
¿Ahora ya volvían a ser colegas?
—Estamos en guerra otra vez —amenacé a Daniel.
—Ya lo superaras. Siempre lo haces —dijo con temple y se fue, como si no le importara haber desenterrado el hacha.
—Sólo hablaré con Joshua —determinó Kathara, sin la valentía de mirar en dirección a Lusian.
Lusian se hizo a un lado, para dejar pasar a Joshua a la cocina, y este se acercó lentamente a Kathara, examinándola, con especial atención en su estómago.
—¿Cómo está el bebé? —Preguntó con auténtica preocupación y me miró asustado.
Imaginaba que se había percatado de la lamentable apariencia de la mamá de su hijo.
—Sólo hablaré contigo a solas —sentenció Kathara, levantando la barbilla, mirando irreverentemente a Joshua
—Me temó que eso no va a ser posible —dijo Lusian, dando un paso dentro de la cocina. Me miró fugazmente, recordándome su enfado conmigo y en seguida su atención fue puesta en Katha —. No sé si reconocer tu valentía o burlarme de tu estupidez. Después de lo que hiciste, ¿cómo tienes cara para venir a exigir cualquier cosa? Si vas a hablar, lo harás con Ax y conmigo presentes —declaró Lusian, en un tono de voz que no dejó derecho a réplica.
Eso se estaba poniendo un poco acalorado.
—Yo creo que podemos darles espacio para que hablen —dije quitándome el guante que aun llevaba puesto, la chamarra y el gorrito.
Fue evidente que ni siquiera mi hija estuvo de acuerdo conmigo, porque se movió tan abruptamente que gemí más fuerte de lo que hubiese querido, doblándome de dolor. Me llevé una mano a mi costado izquierdo, donde la molestia se concentró, casi convencida de que me estaba aplastando un riñón, el hígado y quizá hasta el alma. Maldita sea.
De un segundo a otro tuve a Lusian y a Joshua junto a mí, alarmados.
—¿Qué te ocurre? —Preguntó Lusian tomándome de la cintura y su mano libre viajó hasta mi deforme vientre.
—Sólo es una patada... maldición. No sean tan paranoicos —dije exasperada, esperando que dejaran de estar encima de mi como moscas.
No sucedió. Y lo agradecí, porque el dolor se hizo más intenso.
Inhalé aire profundamente y lo saqué muy lento, probando los ejercicios de respiración que vi en muchos episodios de embarazos no deseados.
Afortunadamente eso ayudó, porque me relajé poco a poco, mientras que la fuerte molestia iba disminuyendo, hasta ya casi no sentirla.
Lusian me ayudó a sentarme y Joshua me acercó un vaso de agua que llenó del grifo.
—Te llevaré al doctor —anunció Lusian, sin poder evitar el pánico en su voz.
—Encenderé el auto —dijo Joshua con premura.
—No— negué rotundamente.
Detuve a Joshua, tomándolo de la muñeca, antes de que se fuera y negué lentamente con la cabeza, inclinándola un poco hacía adelante, aún concentrada en mis respiraciones.
—Entonces déjame llevarte a la cama —pidió Lusian con angustia y se arrodilló frente a mí, masajeando en suaves círculos mi vientre.
Levanté la mirada hacia él y le sonreí levemente, acariciando su mejilla con ternura.
Sus ojos denotaban todo el amor y la angustia que experimentaba en esos momentos, desapareciendo por completo su enojo y frustración anterior.
Él no tenía ni idea de lo mucho que lo amaba, aunque pudiera verlo en mi alma.
—Ya estoy mejor, ¿sí? Sólo creo que va a partirme las costillas si no sale pronto —dije con una sonrisa, animándolo.
Miré a Joshua de soslayo que se quedó de pie a un lado de mí, atento. Me sonrió y besó la cima de mi cabeza.
Bueno, nos habíamos olvidado de Kathara por completo.
Cuando la busqué y la encontré, nuestras miradas chocaron de manera violenta. Sus ojos me observaban con el sentimiento de añoranza y un dolor profundo, que hizo que se me encogiera el corazón.
No es que justificara todas sus actitudes, pero no podía dejar de sentir pena por ella. Tenía el aspecto de estar sola en el mundo. Yo no tenía ni idea de donde estarían sus padres, o siquiera si seguían con vida. No tenía a un buen hombre a su lado, para ayudarla con la gran responsabilidad de ser madre y que la hiciera sentir amada, independientemente de que no lo necesitara para vivir. Pero todos merecíamos ser amados y protegidos. Y como la cosa no le podía pintar peor, tendría un hijo con un hombre que no la amaba, un gran hombre que ni siquiera sentía lastima por ella.
Yo, por el contrario, me vi en el otro extremo. Estaba por formar mi propia familia con un hombre maravilloso, seguía conservando una amistad como pocas con el chico que conocí en mi infancia, y aunque no tenía a mis padres con vida, dos hombres se hicieron responsables de mí al quedar huérfana, sin importar que el padre de Joshua lo hubiera hecho a una manera muy distinta de la de Raphael. Tenía más amor del que podía esperar. Incluso existía un ángel rondando por ahí, amándome desde casi cien años atrás.
Desafortunadamente ella tuvo tanto como yo, quizá más, pero la cegaron las cosas que yo parecía tener, deslumbrándola sólo porque no era suyo, y a veces lo ajeno resulta ser más atractivo. Y pensar que pudo haber sido muy feliz con el padre de su hijo, o probablemente no con él, quien sabe, pero tuvo un mundo de posibilidades, y quería tener fe en que aun las tenía, pero jamás las vería, si seguía viendo hacia mí y no hacia adelante.
Le dediqué una media sonrisa de disculpas.
—Dinos como podemos ayudarte. Yo quiero ayudarte —musité en voz queda.
Lusian recargó su frente en una de mis rodillas, soltando un suspiro de resignación y Joshua colocó su mano sobre mi hombro, dándome un suave apretón.
Kathara lo pensó unos segundos, alisando con ambas manos la parte delantera de su chamarra y escondió a la chica triste, detrás de una mujer siniestra.
—Yo no puedo hacerme cargo de este bebé, apenas puedo alimentar a Sailor —comenzó a explicar Kathara.
—¿Le pusiste Sailor a tu hija? —Preguntó Lusian sin ocultar la gracia que le hizo.
—Es niño —le dije a Lusian, regalándole una mirada desaprobatoria
Lusian se puso de pie, riéndose descaradamente y se colocó detrás de mí, reposando sus manos sobre mis hombros.
Kathara le dedicó una mirada asesina a mi futuro esposo y después miró a Joshua.
—Quiero entregarte al cien por ciento la guarda y custodia del niño... Mis padres me quitaron todo su apoyo cuando se enteraron de este embarazo y perdí mi trabajo. Te doy al niño, que sé que estará mucho mejor contigo, pero sólo tengo una condición —anunció Kathara, dejándonos perplejos a los tres.
—¿Qué condición? —Inquirió Joshua, dubitativo.
—Quiero unos veinte millones de dólares a cambio —anunció con contundencia, mirándose sus horribles uñas.
Se me escapó una carcajada, que fue imposible de retener y ni siquiera hice el intento de ocultarla.
—Estás loca — dije y mi carcajada se esfumó rápidamente, sin esfuerzo —. ¿Estás loca?
—No puedes hacer eso, la paternidad es un derecho irrenunciable —dijo Lusian con calma —Podemos demandarte, ¿lo sabes?
—Sí, lo sé. Pero si no me dan lo que pido entonces desapareceré y daré al niño en adopción. No podrán hacerme nada si no me encuentran. Sailor está enfermo y necesito el dinero. Tú decides, Joshua —dijo aquella mujer que se había convertido en una completa extraña para mí.
Volteé a ver a Joshua, con los ojos abiertos de par en par, expectante, encontrándolo con su mirada llena de violencia, puesta en ella.
Pocas veces vi a Joshua en ese estado, una la recordaba bien, cuando estaba ebrio y me enfrentó con el asunto de Daniel.
Miré a Lusian, torciendo todo lo posible la cabeza y me miró con una ceja elevada, como si no se lo creyera.
Creí que lo encontraría casi en el mismo estado que Joshua, pero al no ser así, me temí que Lusian pudo estar esperando aquello.
—¿Y cómo vas a asegurarnos de que cumplirás con tu parte del trato? —Preguntó Lusian.
—No, esto está mal —intercedí, poniéndome de pie, exaltada—. No puedes vender a tu hijo. No puedes comprar un hijo. ¿Qué les pasa a todos ustedes? —pregunté subiendo el tono de mi voz y me moví hacia Joshua, quedando en su campo de visión —. Joshie, di algo.
—No le daré el dinero hasta que me entregue al bebé, esa es la manera en que nos aseguraremos de que no incumplirá el acuerdo —dijo Joshua sombríamente.
Me quedé atónita ante la respuesta de Joshua. Lusian y él estaban locos, era como si lo hubieran planeado desde antes.
—¿Qué? —Pregunté perpleja.
—Y me aseguraré de que tenga los cuidados necesarios lo que resta del embarazo —siguió diciendo, sin apartar la mirada de ella.
Ni siquiera porque estaba suplicando en silencio que me mirara, lo hizo.
—¿Y yo como voy a estar segura de que ustedes cumplirán? —Preguntó envalentonada.
—Kathara, tú eres la que necesita ese dinero, no nosotros. Lo único que tienes por garantía es confiar en que no somos una basura como tú —anunció Lusian, con desprecio —Tómalo o déjalo. Dudo que consigas un peso al darlo en adopción. Te daremos el dinero cuando entregues al bebé.
Me giré en dirección a Kathara, mirándola despectivamente.
—Ni con todo el dinero del mundo vas a poder comprar el amor que quieres... el amor que a mí me dan sin necesidad de pedirlo. Vas a ser infeliz por el resto de tu vida —sentencié, como si le hubiera lanzado una maldición.
Por un par de segundos vi duda en sus ojos, dándome esperanzas de que estuviera recapacitando, pero entonces se encogió de hombros.
—Bien, ¿Cuál será mi cuarto? —Preguntó animadamente.
—¿Tu cuarto? —Interrogó Joshua, confundido.
—Sí, Dijiste que te harías cargo de lo que necesitara hasta que diera a luz. Eso significa que debo estar cerca y tú estás viviendo aquí —dijo sin vergüenza.
—No, tú no vas a quedarte en esta casa —sentenció Lusian inmediatamente.
—Ni en tus mejores sueños —dije, secundándolo.
—Puede quedarse en tu casa, Ax— sugirió Joshua, por fin atreviéndose a mirarme.
Estaba enfadada con él, pero no podía dejarlo solo con todo eso. Ya encontraría el momento para hablarlo.
—Si por mí fuera, la enviaría bajo un puente, pero esa casa no está en condiciones para ser habitada, al menos no por esta noche —dije y me aclaré la garganta.
—Podría hacer amistad con los de su especie. Vi un par de ratas enormes —comentó Lusian, jactándose.
—Puedo pagarle un hotel cerca de aquí —opinó Joshua, acertadamente.
Perversamente se me ocurrió una idea estupenda. Infantil, pero estupenda. No merecía mi compasión ni un minuto más. Le restregaría en su esquelética cara lo que yo tenía y ella no. Si tanto quería lo mío, se lo daría.
—O puede quedarse en mi mansión —sugerí, cruzándome de brazos, con una sonrisa llena de orgullo.
—No creo que a Daniel le haga mucha gracia—dijo Joshua.
—¿Tienes una mansión? —Preguntó Kathara, estupefacta.
Bien por mí. La rata había caído en la trampa.
—¿No te lo dije? —Pregunté fingiéndome culpable —. ¿Recuerdas cuando teníamos como doce años? El día que escapamos de tu casa para ir a esa fiesta clandestina en la que te revolcaste con Lusian... el lugar en donde fue esa fiesta es parte de mi herencia. Esa mansión es mía. ¿No te parece gracioso? Ni siquiera tu primera vez fue lejos de la sombra que Alexa Baley supone para ti —dije con pedantería y rodeé la isla, acercándome a ella, ignorando que Lusian intentó sujetarme de la mano —. Lo único que me satisface de este numerito es que Joshua podrá elegir el nombre de ese bebé. Ah, y esa chamarra yo te la regalé, pero no te preocupes, la compré de liquidación —terminé de decir, y salí de la cocina, chocando mi brazo con el de ella, con toda la intención.
Sentí unos pasos detrás de mí, y unos segundos después, cuando llegué al pie de las escaleras, una mano tomó la mía, deteniéndome.
—Terror, tienes que tranquilizarte —me pidió Lusian con suavidad.
—Estoy tranquila —espeté, girándome hacia él.
—No, no lo estás —dijo, exasperado. —. Estás cayendo en su juego.
—¿Y ustedes no? —Pregunté con ironía, soltándome de su mano —. Eso que pasó ahí, es horrible —dije, señalando con la mano en dirección a la cocina —. Y me parece extraño que tú y Joshua respondieran tan tranquilos y como si se hubieran puesto de acuerdo antes.
—Joshua y yo contemplamos la posibilidad y acordamos que si algo así pasaba, aceptaríamos bajo nuestros términos —me informó.
—¿Y cómo sabían que esto iba a pasar? —Quise saber, cruzando mis brazos sobre mi pecho.
—Actúas como si no la conocieras — dijo con molestia —. Ella fue la que me pidió dinero cuando se embarazó de Ryan. Me dijo que en caso de que fuera mío, me lo daría a cambio de una cantidad absurda de dinero. Pero yo ni siquiera consideré dárselo, aunque fuera mío. Ni en sueños tendría algo que ver con ella.
—En realidad tuviste que ver con ella. Te la tiraste tres veces —le recordé, perdiendo los estribos.
—¿A qué viene eso? Me la tiré igual que a muchas —me recordó, igual de alterado que yo.
—¡Hacías orgías en mi propiedad! —Exploté, consciente de que me estaba yendo por otro lado —Ahora entiendo porque te sorprendiste tanto cuando te enteraste que la mansión de a lado era parte de la herencia que me dejó Nathan.
—No sabía que era tuya en ese tiempo —argumentó, descolocado —Estás dejando que se meta en tu mente. ¿Qué hablaste con ella antes de que yo llegara? ¿Por qué siquiera la dejaste pasar?
—Porque necesitaba ayuda. ¿La viste? Parece que está muriendo —dije, bajando el tono de mi voz —. Lo hice pensando en el hijo de Joshua y también en ella. Pero esto es absurdo. Nos convertimos en tratantes de blancas —aseveré.
Eso pareció hacerle gracia, porque vi titubear una sonrisa en la comisura de sus labios y una de sus cejas se elevó con socarronería.
—Eso es un poco extremo, dulzura —me dijo, suavizando su tono de voz y me tomó de la mano, llevándola a sus labios y la besó —. Piénsalo como que estás acogiendo a un bebé en tu casa hogar — propuso.
—Una casa hogar que no está terminada —rebatí irritada.
—Mi amor... ese bebé va a estar mucho mejor con nuestro chico, lo sabes —dijo.
—Lo sé, no estoy en contra de que se lo quedé. Pero el modo en que lo están haciendo no me parece bien... estamos hablando de la vida de una personita que ni siquiera pidió venir al mundo. Me duele pensar que sea tratado como un objeto que se puede comprar... Es un bebé —murmuré, entristecida y tuve absurdas ganas de echarme a llorar —. No puedo imaginar que nuestra pequeña sea tratada de ese modo —concluí, sorbiendo por la nariz.
—Eres una criatura fascinante —susurró con vehemencia y me atrajo hacia él, envolviendo sus brazos entorno a mis hombros —. Por favor, no lo veas como un trueque. Es la única manera que tenemos, por el momento, para que el bebé esté seguro.
Envolví a Lusian por la cintura, recargando mi mejilla en su pecho.
—O podemos demandarla...—sugerí —podemos hacer las cosas bien. ¿Y si después voltea las cosas y los acusa de haberla chantajeado para que le entregara el bebé a Joshua? No sé... no estoy de acuerdo.
—Es posible... hagamos algo. Por el momento dejémoslo así. Aún tenemos un mes para pensar en otra solución. Puedo enviarla a un lugar peor que la cárcel —dijo sin rastro de dudas.
—No —contesté rápidamente —. No vamos a convertirnos en alguien peor que ella. Hagamos esto por ahora. Confío en ti —murmuré levantando la cabeza hacia él y le sonreí, completamente embelesada.
Estaba empezando a caer la noche y las luces anaranjadas del atardecer alumbraban su rostro, realzando el tono bronceado de su piel, dándole más profundidad a sus ojos negros.
—Gracias... —susurró besando mi frente.
Con ese lindo beso logró que todas mis molestias para con él se esfumaran y recordé que deseaba ser llamada señora Bennett lo antes posible.
—Ve y ayuda a Joshua con esa bruja. Que se quede en la mansión con Daniel, imagino que se divertirán mucho. Y date prisa, porque tengo que decirte algo muy importante — anuncié dándole un aire misterioso a mis palabras.
Lusian se reveló intrigado, al arrugar su frente con expectación.
—¿Qué cosa? —Preguntó inseguro.
—No voy a decírtelo ahorita, pero no es nada malo. Te va a gustar, te lo prometo —aseguré, dándole un beso.
—Que Joshua se haga cargo... él puso ese bebé ahí. Yo ya intercedí lo suficiente —dijo, tomándome de la nuca para acercarme todo lo posible a su rostro —. Quiero saber que tienes por decirme, ahora —exigió en un susurro ronco, contra mis labios.
Pensé en que la mejor manera de decirle que estaba preparada para ponerle fecha a la boda, sería en nuestra recamara o con una cena romántica junto a la piscina.
Mientras discutíamos con Kathara, también tuve tiempo de organizar en mi mente como arreglaría la mesa o la cama, aunque me pareció más oportuno que fuese en nuestra habitación, porque el frío no nos hubiese dejado disfrutar nuestro momento.
Pero al tenerlo así, tan cerca, tuve que deshacerme de la idea de la cena romántica, porque mi lengua quemaba por decirle la fecha en que quería ir con él hacia el altar.
Rodeé su cuello con ambos brazos y me mordí el labio inferior, sonriendo un poco nerviosa y acaricié su nariz con la mía.
—¿Tienes planes para el 19 de Noviembre? —Pregunté, acariciando su cabello del nacimiento de su nuca.
Ladeó la cabeza, sin comprender y negó.
—No tengo ninguna agenda, dulzura. Todos mis días están disponibles para ti. ¿Por qué? —Inquirió intrigado.
—Porque me gusta esa fecha para que nos casemos —anuncié contra sus labios, rematando la noticia con un pequeño tirón de mis dientes a su labio inferior.
Lu me estudió por varios segundos, como si se estuviera asegurando que no me saldría otra cabeza o serpientes del cabello, e instantes después soltó una pequeña risa ronca, presionando su frente en la mía.
—¿Estás hablando en serio? —Quiso saber, aún sin creérselo del todo—. Hoy en la mañana volviste a ignorarme.
—Allí todavía no me decían señora Bennett. Me gusta tanto como suena, que no puedo esperar a que me digan así hasta el último día de mi vida —dije, sin poder esconder mi gran sonrisa de alegría.
—Te llegó el mensaje —dijo con diversión.
—Claro y conciso. Eres muy inteligente, por eso quiero amarrarte con una boda lo antes posible. Un bebé no me parece suficiente —comenté con inocencia.
—Me tienes desde el primer día en que te vi, Alexa... —declaró apasionadamente y acercó su boca a mi oído —. El mundo es más bonito estando tú en él.
Cerré mis ojos, saboreando sus palabras y absorbiendo la sensación que me embargó al escucharlas. Todo mi cuerpo reaccionó ante eso, experimentando el amor como algo tácito, que corrió por mis venas, azorando mí estómago, hasta que llegó a mi corazón, incitándolo a bombear más rápido y fuerte.
Imité su gesto, rozando con suavidad su oído con mis labios.
—Los dos juntos lo hacemos envidiable —musité, apretando mis brazos en torno a su cuello, deseando poder transmitirle en ese abrazo todo lo que me hacía sentir con su sola existencia.
Me levantó entre sus brazos, cual bebé y me eché a reír, sujetándome de sus hombros.
—Peso una tonelada —dije riendo y recargué mi frente en su sien —. Llévame a la cama... Joshua puede arreglárselas solo.
No hizo falta que se lo dijera dos veces. Subió conmigo en brazos por las escaleras, besándome lenta y suavemente, como si temiera lastimar mis labios, dejando atrás la horrible experiencia que nos hizo pasar aquella mujer sin escrúpulos.
Dentro de la habitación me dejó delicadamente sobre la cama, sin separar sus labios de los míos por ningún momento y se recostó a mi lado, acunando mi mejilla en la fuerte y grande palma de su mano. Después siguió un camino invisible desde mi cuello, hasta mi bajo vientre, sin darle importancia a mi estómago que hizo un poco más largo el trayecto y comenzó a jugar con el resorte de mi pantalón, tentándome con sus dedos, que no entraban lo suficiente bajo la prenda para que pudiera hacerme lo que tanto estaba deseando.
Con la respiración agitada se apartó unos centímetros y detuvo su mano.
Abrí mis ojos para mirarlo, cuestionando en silencio la pausa que hizo.
—19 de Noviembre es mañana, Ax —dijo, cayendo en cuenta apenas de mis verdaderos planes.
—Sí, es mañana. ¿Tienes algo que hacer? —Cuestioné tomándolo de la muñeca para empezar a guiar su mano más abajo.
Se me quedó mirando, como si estuviera procesando la reciente información. Sus ojos brillaban con un montón de emociones que me costó reconocer, pero pude ver una de ellas: Amor. Tenía el don de amarme incluso con la simple mirada.
—Sí, tengo que organizar una boda para las seis de la tarde —dijo y se apoderó fervientemente de mis labios, retomando el camino de su mano, por debajo de mi pantalón.
No es que pudiéramos tener sexo decente e indecente, pero todo lo que descubrimos que podíamos hacer con nuestras manos y boca, a lo largo de esos días de abstinencia, fueron suficientes para dejarme agotada y dormir como un bebé, antes de que mi vejiga se sintiera incomoda, bajo los efectos opresores de una bebé de apenas ocho meses de gestación.
Me chocó la idea de abrir los ojos y otra vez no ver a Lusian acostado a mi lado. Miré hacia el baño y las luces estaban apagadas. No me gustaba la sensación de vacío que eso provocaba en mí, pero imaginé que estaría con Joshua, conversando sobre la nueva inquilina de mi mansión.
Aunque no me lo decía, sabía que le preocupaba la situación en la que nos habían puesto, al vendernos a un bebé no nacido. Sólo esperaba que las cosas pudieran acomodarse de mejor manera y que ocurriera un milagro para que Kathara reaccionara y se diera cuenta del error épico que estaba a punto de cometer.
Miré hacía las puertas de cristal de la terraza, al ser golpeada por una ráfaga de viento que me erizó la piel, descubriendo que estaba abierta una de ellas, haciendo ondear la cortina. Qué extraño...
Estaba oscuro a fuera, parecía ser de madrugada. ¿Por qué Lusian la abriría, si estábamos entrando a uno de los peores inviernos de la historia?
Me dispuse a levantarme para cerrarla, pero entonces la cama se hundió a mis espaldas, robándome una sonrisa al sentir a Lusian regresando de nuevo a mi lado.
No lo escuché entrar.
Mi sonrisa se borró de inmediato, cuando me cubrieron la boca con una tela delgada, con aroma dulce.
El pánico creció en mí, fuerte y rápido, helando toda la sangre en mis venas. Mi corazón pareció haberse detenido por completo. Luché por liberarme, pataleando y empujando mi cuerpo hacia atrás, pero no funcionó. Las pocas energías que tenía se consumieron al pasar los segundos, hasta que me fue imposible poder mantener los ojos abiertos.
Intenté gritar, pero mi voz fue amortiguada por el objeto y la mano que cubrían mi boca.
—Tranquila donna goffa... no te voy a lastimar —murmuró una voz poco familiar, pero conocida, contra mi oído, antes de que la oscuridad me engullera por completo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro