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16

SE SABE QUE EL OLVIDO NOS ASUSTA MÁS QUE LA MUERTE

—¿Qué dice esto de mí? —Me preguntó Lusian, mientras caminábamos de la mano por el austero y frio pasillo del segundo piso del hospital —. La última vez que estuve aquí, fue por una sobredosis y ahora voy saliendo de una consulta de obstetricia, acompañado por la mujer de mi vida, sujetando cuatro diminutas fotos que según muestran un bebé de siete semanas, pero a mí me parece más una nuez de la India.

Me reí bajito dándole un beso en el hombro, limpiándome con su camisa el pequeño rastro salado que me escocía en la piel, por las lágrimas de alegría derramadas en la consulta con la ginecóloga que Caleb nos había recomendado una noche atrás, cuando decidimos que era tiempo de hacer una visita al médico, para saber el estado de salud del bebé en camino.

Dudamos un poco para asistir a dicha consulta, ya que la naturaleza de nuestra hija no era para nada convencional, pero Raphael nos aseguró que podía examinarse como cualquier otro bebé.

Aún no estábamos en tiempo para saber el sexo, pero yo estaba segura de que sería una niña hermosa de ojos negros y cabello azabache como el de su papá y ya sabía que nombre llevaría.

—Dice que eres la prueba viviente de que existen las segundas oportunidades, y que eres el hombre más valiente del mundo —le aseguré, apretando su mano.

—No olvides guapo y sexy —me advirtió juguetonamente —Ya casi no recuerdo esas cosas... desde que estoy contigo, es como si mis demonios hubiesen sido eximidos y liberados.

Nos detuvimos frente a las puertas del ascensor y muy atrevidamente me tomó de las caderas y me apretó contra él. Bajó un poco su rostro hacia el mío y me dio una pequeña probada de lo que podía ser un beso suyo en medio de un hospital lleno de enfermos. Para mí infortunio nunca tocó mis labios y eso me ponía al cien, sin importar el lugar en el que estuviéramos.

—Metafóricamente... —Dije al presionar el botón del elevador hacía la planta baja, intentando mirar de reojo si era el correcto —. Si lo piensas bien, eres un demonio, o la mitad de uno... no es que estén eximidos del todo —comenté rodeando su cuello con ambos brazos, buscando con un poco de desesperación poder besarlo de verdad.

—Y a ti te encanta eso, ¿cierto? —Preguntó en un susurro, contra mis labios, robándome un suspiro entrecortado.

Mi accende —murmuré en un delicioso y sugestivo acento italiano, atrapando fugazmente su labio inferior entre los míos, casi logrando darle el beso que tanto necesitaba en esos momento.

Mis hormonas enloquecieron frente a esas puertas de acero cuando Lusian gruñó, presionando por fin sus labios contra los míos y advertí su lengua abrirse paso duramente para poder colarla en el interior de mi boca, pero poco más pudimos hacer. La campanita inoportuna del elevador sonó y tuvimos que separarnos al notar a un par de enfermeras y una pareja aparentemente discutiendo, saliendo del ascensor.

Me sacudí una pelusa inexistente del hombro y vi a Lusian acomodar, no tan sutilmente, la parte del cierre de su pantalón, obligándome a apretar los labios, para no reírme por ser tan descarado.

No pude pasar por alto la mirada que una de las enfermeras le dedicó a Lusian cuando ambos nos metimos al ascensor, y tuve dos opciones: o ella quería llevárselo a su cama, o ya lo había llevado.

Elevé una ceja mirando a la mujer en traje blanco y curioso gorrito sobre su cabeza y le sonreí guiñándole un ojo, mientras las puertas del elevador se cerraban, para lastima de la mujer, más lento de lo esperado.

—Voy a detener el elevador —me advirtió Lusian, cuando las puertas estuvieron cerradas por completo.

Contrariada giré mi cabeza en su dirección.

—¿Por qué? —Pregunté quitándole el ultrasonido de la mano a Lusian, que tenía arrugado en su puño.

—Nunca lo he hecho en un hospital —Confesó mirándome de abajo hacia arriba, deteniéndose en mis ojos.

—Y no lo harás —musite tragando saliva.

No me parecía una mala idea, pero estábamos a plena luz del día y no era un ascensor muy largo, como para poder esperar atrapados unos veinte minutos o quizá más.

—Que no se diga que no lo intenté —se quejó y me atrajo hacia el rodeándome los hombros con uno de sus brazos.

Irritada acomodé el acetato impreso con la ecografía de nuestra pequeña nuez de la india y la hoja de diagnóstico. Aparentemente a Lusian no le importaba que fuera la primera muestra de que traeríamos juntos a un nuevo ser al mundo y eso probablemente me hacía sentir un poco molesta y triste, pero no iba a decírselo, porque cuando lloré al ver en la pantalla del equipo médico de ultrasonidos la pequeña mancha que se decía era mi hija, Lusian estuvo a punto de llorar junto conmigo, pero como todo macho se aguantó las lágrimas y se escondió en mi hombro, dándome un montón de besos.

Se tenía que admitir que fue uno de los momentos más emotivos que había experimentado con Lusian. Comprobar que realmente estábamos a punto de ser padres, a través de una pantalla, fue lo que necesitaba para poder aceptarlo por completo y me sentí diferente después de todas las explicaciones de medidas y dimensiones que nos comentó la ginecóloga. Podía sentirme una verdadera madre...

Posiblemente suene absurdo, pero fue como si el botón de mi instinto materno se activara y la Alexa que algún día fui, llena de dudas, rebeldía y malas decisiones hubiera desaparecido, abriéndole paso a una nueva mujer, con metas más altas y el amor más grande del mundo para compartir con su nueva familia.

De camino a la salida del hospital, nos encontramos a Caleb en la recepción, charlando con una enfermera de gran edad, a la que le hizo unas señas y despidió, para acercarse con una amplia sonrisa a nosotros.

—Hola chicos —nos saludó alegremente al llegar hasta nosotros.

Perdí la cuenta de cuánto tiempo había pasado sin verlo, y por la revolución de mis hormonas y mis sentimentalismos, lo abracé efusivamente, dejando un rápido beso en su mejilla.

—Hola —Le dije emocionada —Hace mucho tiempo que no te veía.

Caleb me saludó del mismo modo, dándome un paternal abrazo y me tomó de los bíceps, para apartarme y analizar mi aspecto, con una mirada de intriga.

—No puedo creer que estés embarazada. Eso me hace sentir muy viejo, yo conocí a sus padres de la Universidad.

—Raphael se ve más viejo que tú, no te angusties —dijo Lusian y se acercó a Caleb para darle un masculino abrazo, que remataron con un par de palmadas en la espalda.

No estaba segura de que Lusian tuviera razón. Caleb seguía siendo un hombre apuesto, rubio y alto, de ojos color verde, con un gran parecido a Peter Facinelli. Pero si éramos completamente sinceros, las marcas de la edad ya estaban asomándose en las comisuras de ojos y boca, y en la poca pérdida de cabello que se notaba en la apariencia de mi doctor de cabecera y el favorito de todos. A diferencia de Raphael, que parecía no envejecer después de todos esos años.

¿Tendría que ver con su sangre de ángel y demonio? Tal vez Lusian sería eternamente apuesto mientras que yo me convertiría en una linda anciana.

—¿Cómo va todo? ¿Puedo ver la ecografía? —Me pidió Caleb, con amabilidad.

Le entregué el sobre con una amplia sonrisa y abracé a Lusian por la cintura, recargando mi cabeza en su pecho, esperando que nuestro medico diera el visto bueno.

Sacó el acetato y la hoja de diagnóstico y las estudió atentamente, asintiendo de vez en cuando en aprobación. Regresó los papeles dentro del sobre y me los devolvió.

—Siete semanas... Vaya. ¿Quién lo diría? Ustedes dos me han dado una gran sorpresa... No imaginé que terminarían juntos —Confesó dedicándonos una sonrisa pícara.

—Se resistió por mucho tiempo, pero por fin cayó —Dijo Lusian con galantería.

Le di un pequeño golpe en las costillas con el codo, haciéndolo reír por lo bajo.

—¿Y Joshua? ¿Cómo lo lleva? —Preguntó nuestro médico, con cierta duda.

—Él está bien... le costó aceptarlo pero al final tenemos todo su apoyo. Ahora pretende ser el hermano mayor de Alexa y futuro tío —comentó Lusian algo irritado, pero con un toque divertido.

—Espero puedan venir pronto a mi casa, para poder charlar mejor y me pongan al corriente. Me quedé en que estabas en Italia, Alexa —dijo Caleb, mirándome.

—Es una historia muy larga y algo turbia, merecería la pena charlarlo con hotcakes y una malteada —dije.

—Es un hecho. ¿Les dieron alguna recomendación? —Nos interrogó Caleb, realmente interesado en el embarazo.

Por eso se había ganado el cariño de todos nosotros. Porque, pese a su profesión, nos había abierto su corazón de todas las formas cuando por alguna razón caíamos enfermos en el hospital o accidentados. Lo mejor de él salió a la luz cuando Joshua estuvo en coma y Lusian tuvo que sobornarlo para que me dejaran quedar ahí todas las noches. Caleb nunca aceptó el dinero, pero tuvimos que ser algo precavidos para que no perdiera su trabajo.

—Todo está bien, pero nos sugirieron no viajar en avión por lo menos los tres primeros meses —contestó Lusian.

—Italia va a tener que esperar —me quejé en voz baja.

—Es natural, el primer trimestre es el más delicado, pero por lo que puedo apreciar en la ecografía, su bebé está perfecto. ¿Van a querer saber el sexo?

—No es necesario, será una niña —comenté segura de mi misma mirando de reojo a Lusian.

—Eso dice ella. Ni siquiera notó por su cuenta que estaba embarazada y ahora jura que tendremos una niña —dijo Lusian, en tono cansado.

El nombre de Caleb sonó por el altavoz, llamándolo a una sala de cuidados paliativos, interrumpiendo nuestra amena conversación.

—El deber me llama. Muchas felicidades a los dos... —Dijo Caleb y guardó silencio por un par de segundos, observándome atentamente—. Serás una madre espectacular.

Era de su conocimiento todo el lio familiar en el que había crecido y el cómo había pasado de ser una pequeña de padres millonarios, que lo tenía todo, a una chica huérfana y millonaria que se complicaba la vida cada que podía. Y en algunas ocasiones tuve oportunidad de comentarle mi temor a ser madre y a negarme en rotundo a serlo. Qué ironía.

—Gracias —susurré intimidada por su declaración, encogiéndome de hombros.

—Te vemos después —dijo Lusian cuando nuestro doctor se marchó.

—Quiero comer. Vamos al cine —Le pedí a Lusian mientras salíamos del hospital, dejando atrás el aroma a desinfectante y medicamentos.

—No sé, Ax... no sé si sea bueno que camines tanto — comentó mi preocupado Portador, colocándome una mano en la espalda, para guiarme hasta el camino donde nos esperaba el auto, fuera de la clínica.

—La doctora dijo que debía hacer mi vida normal. Normal significa caminar, comer, ir al cine, ir de compras y todo eso... sólo debemos hacer a un lado lo de viajar —comenté subiéndome al auto cuando Lusian abrió la puerta del copiloto para mí.

Me subí al auto y una sensación escalofriante de ser observada me atacó, poniéndome la piel de gallina. Miré hacia todas direcciones, alerta ante cualquier señal de peligro, observando con suspicacia a cada persona caminando por ahí, yendo y viniendo, pero no encontré nada que me alarmara.

Mis manos viajaron instintivamente a mi vientre, y solté un suspiro de alivio cuando Lusian se montó al auto y cerró la puerta.

Inmediatamente puse los seguros y no le permití que bajara los vidrios.

Tal vez ir al cine ya no pintaba como una buena opción.

—¿Qué te ocurre? —Preguntó Lusian poniéndose el cinturón de seguridad y me miró con atención.

—¿Sabes dónde está Joshie? —Quise saber, colocándome yo también el cinturón de seguridad, evadiendo la mirada de Lusian.

Después de acordar que Daniel cuidaría a Joshua, mi mejor amigo empacó unas cuantas cosas para mudarse a la mansión, con Daniel acompañándolo entre las sombras. Cuando volvió, justo al mismo tiempo que llegábamos nosotros de una de las mejores citas de mi vida en el desierto, nos informó sobre su disposición de dejar de trabajar en la escuela y en el Blue Moon, mientras las cosas se apaciguaban.

No estuve muy convencida. No me gustaba que Joshua hiciera a un lado su vida y sus empleos, solo por mantenerlo alejado del peligro, para que no lo usaran en mi contra. Me parecía demasiado radical y tal vez innecesario, porque ni siquiera habíamos sufrido ningún ataque ni nada que nos amenazara desde que llegamos a Estados Unidos.

Posiblemente sólo era mi ansiedad ante la situación, porque si corriéramos algún peligro, Lusian lo sentiría, como dijo que podía percibir almas poderosas o como fuera, y dudaba que lo estuviera haciendo, ya que se veía relajado y muy contento.

El problema era que los híbridos no tenían alma, por lo tanto, Lusian no podría notarlos si se ocultaban por algún lado y ellos eran de los que teníamos que cuidarnos.

—Me mandó mensaje cuando estábamos en consulta, para saber si todo iba bien. Él está en la mansión, disfrutando de la alberca, con una chica rubia —me informó.

—¿De verdad? ¿Lo dejas meter furcias a tu casa? —Pregunté sorprendida y molesta.

—Sí... Mira, si te preocupa que sea una nephilim, Daniel está por ahí, haciendo su trabajo.

—Me preocupa que Joshua se meta con las chicas equivocadas. ¿En qué momento pasaste a ser él y él tú? —Me quejé cruzándome de brazos —. Ya tenemos un problema bastante grande con lo de Kathara.

—Yo sigo siendo yo... y creo que no has tenido oportunidad de conocer al Joshua que no debe estar con Alexa, es más divertido —dijo con una amplia sonrisa, encendiendo el auto —. ¿Entonces quieres que vayamos al cine?

—No sé... —confesé, mirando por el retrovisor, por si había algún auto estacionado detrás de nosotros, esperando que avanzáramos —. ¿Cómo va a funcionar lo de Daniel? —Pregunté girando medio cuerpo, para quedar de frente a Lusian —. Debe tener algún lugar donde dormir, ¿no? Espero que no sea en la mansión, pero si no es en la mansión, ¿Cómo va a cuidar a Joshua? —Empecé a atropellar las palabras al hablar, ofuscada por la sensación irracional e inquietante que me producía la simple mención de Daniel.

—Oye...—Lusian me llamó, tomándome delicadamente del mentón, acariciando mi barbilla con su pulgar —. No te preocupes, tengo todo en orden. No vas a encontrarte con él... pero quiero que me aclares por qué actúas así. Si yo no me preocupo, tú tampoco. No te hará daño. Aunque me cueste admitirlo, a su manera te ama y hará lo que sea para mantenerte a salvo en esta ocasión o creo que puedo averiguar si puedo arrancar alas de ángel —me sonrió siniestramente, dándome un beso dulce y rápido en los labios.

Cerré los ojos, amilanando las emociones que de un momento a otro me abordaron y tomé una profunda respiración, antes de volver a abrirlos y mirar a Lusian.

—Sólo no quiero encontrármelo, por favor. Me recuerda lo frágil que soy cuando pierdo a alguien que me importa... —confesé en un hilo de voz, enderezándome en mi asiento y eché la cabeza hacía atrás —. Sobreviví a él... pero no sé si pueda sobrevivir a ti.

Lusian se quedó en silencio y puso en marcha el descapotable, colándose entre las filas de autos varados en la salida de la clínica, hasta que tomamos la avenida principal, que afortunadamente estaba despejada de tráfico.

—Ax... yo no iré a ninguna parte —aseguró Lusian minutos después, en voz baja.

Miré por la ventana, pensando en qué problemas graves podrían tener los conductores de los autos que pasaban a un lado de mí.

Me fijé en una anciana que caminaba por el cruce peatonal, cargando una bolsa de mimbre, sonriéndole al bebé en la carriola que pasó a su lado. La madre lo apartó de la triste anciana, como si tuviese peste y corrió hasta el otro lado de la acera.

Más allá de la avenida principal, vislumbre a un par de chicos fumando, recargados contra el muro de un edifico grande y viejo, mientras reían viendo la pantalla de un teléfono celular.

Más adelante encontré a una linda pareja de adolescentes, dándose un beso y un abrazo, mientras él jugaba con un mecho castaño de su chica y ella le sonreía como si no existiera otro hombre en el mundo para sus ojos.

Hice más extenso el silencio al percatarme de una mujer con un bebé en brazos, mientras que un hombre, probablemente su esposo, o el padrastro de su hijo, quien sabia, le sostenía un biberón y le hacía caras extrañas y graciosas al bebé envuelto en una cobija de conejitos, color amarilla.

Me preguntaba, mientras observaba al mundo a mí alrededor, cuál sería su mayor preocupación. ¿Facturas por pagar, qué marca de cigarrillos comprar, cual chica en las redes sociales parecía la más atractiva o tal vez cuanto podía costar una formula láctea y una bolsa de pañales?

Nadie allá afuera sabía que yo tenía resuelto todo eso. Tenía a personas haciéndose cargo de todo mi dinero y todo lo que tenía que pagar en América y Europa, nunca me importó qué clase de cigarrillos fumar, las bolsas de pañales podría comprarlas por montón e incluso regalarlas, y tenía al hombre más bueno del mundo y de todas las redes sociales.

Mi problema radicaba en que ni con todo el dinero que poseía, gracias a la inmensa fortuna que me heredó mi padre, podría comprar un seguro de vida para mi hija o para Lusian. Darles la inmortalidad, o por lo menos afianzar que tendríamos todos una vida larga y plena no podía ser... los tres estábamos en peligro, lo sabía en mi corazón y en mi mente, sólo esperaba que tuvieran comisión por nosotros y nos ayudaran en esa maldita guerra que no comenzamos y que si por mi fuera, nunca existiría.

—No por tu voluntad —murmuré, sin saber si Lusian pudo escucharme o no.

Cerré los ojos, rezando, como pocas veces en la vida, porque las personas a las que amaba con todo el corazón, incluidos Joshua, Raphael y Malcolm, estuvieran a salvo de lo que fuese que se avecinara.

Al parecer me quedé dormida en algún momento del camino, porque abrí los ojos, encontrándome frente mi centro comercial favorito en Colorado.

Bajamos por el estacionamiento subterráneo, con Lusian siendo un conductor muy sexy usando unos Ray-Ban de armazón dorado, mientras tarareaba la canción que bautizamos como nuestra, la noche anterior en el desierto.

Sonrió volteando rápidamente a verme.

—Roncas demasiado —me dijo con aire divertido.

—Yo no ronco —rebatí estirando mis extremidades satisfactoriamente, hasta hacer crujir mis huesos.

—No, no lo haces. Siempre pensé que eras una princesa fuera de su castillo, desde el primer día que te vi. Eres casi perfecta... —dijo estacionando el auto en el primer lugar vacío que avistó.

—¿Casi? —Pregunté achicando los ojos en su dirección.

—Casi... si fueras perfecta no babearías mientras duermes. —Apagó el auto y estiró su mano, para limpiarme un rastro de saliva que casi se había secado, en la comisura de mi boca.

—Lo tendré en cuenta para futuras ocasiones. Ya no sé si tengo ganas de ver una película. Tú te ves muy sexy justo ahora... ¿Y si vamos a un hotel? —sugerí con inocencia, quitándome el cinturón de seguridad.

Lusian se echó a reír con fuerza y se quitó el cinturón de seguridad. Después se quitó los lentes de sol y me dedicó una sonrisa pícara, al inclinarse en mi dirección, casi rozando mi oreja con sus labios.

—O podemos bajar el techo del auto y así tendríamos más espacio —me susurró sugestivamente y mordió el lóbulo de mi oreja con delicadeza.

La verdad es que fue una idea bastante tentadora, pero mi estómago y muy probablemente mi bebé, pedían otra cosa que no fuera sexo automovilístico y subterráneo.

Vicky me mostró el dedo corazón, en respuesta a mis cambios tan drásticos de humor y libido.

—Tengo hambre —logré decir, intentando respirar con normalidad.

—Por favor, eres imposible de seguir. Vamos, que después, si te meto a un motel de mala muerte, no me culpes — dijo quitando los seguros del auto.

Me reí de su pobre cara de derrota y me bajé del auto sintiendo las piernas entumecidas.

Estuve a punto de estirarme de nuevo cuando un brazo desconocido me rodeó por la espalda, inmovilizándome contra un pecho voluptuoso y una fina hoja fría fue presionada contra la piel expuesta de mi cuello.

Maldita sea. Toda la sangre en mi sistema me abandonó y tuve la urgencia de gritar el nombre de Lusian, pero mi voz se perdió en el trayecto de tomar una respiración profunda.

Llevé mis manos al brazo que me rodeaba, pero se cerró más entorno a mi cuello, imposibilitándome de respirar con normalidad. Tuve que pararme en las puntas de mis pies, para evitar, que lo que fuera que se presionaba contra mi piel, me lastimara. Aunque, podía jurar que era una navaja con mucho filo, porque noté un ligero escozor en esa parte.

Vi el rostro de Lusian palidecer cuando llegó hasta a mí, al rodear el auto y dudó un segundo antes de dar un paso titubeante en mi dirección.

—Zarah...—Musitó, mirándome directo a los ojos, aterrado.

¿Zarah? Por el amor a todo lo hermoso, la tipa con la que Lusian tuvo una extraña relación. La misma que me contestó la llamada cuando volví a Farmington para buscar a Lusian. Ella era una nephilim...

Mis ojos se llenaron de lágrimas de impotencia y miedo, al entender que ella no estaba ahí para quitarnos nuestras pertenencias y mucho menos para cometer un crimen pasional.

—No te acerques más, Portador —amenazó, estrujándome más con su brazo.

El filo de lo que podía apreciar como una navaja se enterró más en mi piel cuando comenzó a caminar hacia atrás, alejándome de Lusian.

El pánico me atenazó al verme más y más lejos de Lusian. No tenía miedo de morir, en realidad nunca lo tuve. Mi más grande temor se me presentó en ese momento, al pensar en que posiblemente no volvería a tocar ni besar al hombre que amaba con toda el alma.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Lusian con voz gruesa, adoptando una actitud peligrosa al cuadrar los hombros, adquiriendo más altura, y tensar la mandíbula.

—Desgarraré su cuello hasta que se desangré y tú vas a observar — comentó, acercando su boca a mi oído.

De todo lo que pensé que podía haberme aterrado al estar en una situación así, lo que más me mortificó fue que Lusian sufriera al tener que verme mientras moría. Yo no me veía capaz de soportarlo. Probablemente acabaría con mi vida al mismo tiempo.

Un par de lágrimas se me escaparon, junto con un sollozo, lo que hizo que Lusian desviara su mirada hacia mí y dejara de enfocarse en la hibrida con pinta de modelo.

La recordaba muy bien del Blue Moon. Alta, morena, con el cabello más largo y lacio que había visto jamás y una cintura de envidia a juego con las caderas más amplias y bien formadas de la historia.

El terror en los ojos de Lusian fue casi palpable, pero intentaba esconderlo detrás de una actitud altanera y segura, como si nada pudiera doblegarlo. Yo que lo conocía a la perfección, sabía que sólo era una fachada para no vulnerabilizarse ante los demás.

—Debe... debe haber algo que podamos hacer por ti —traté de decir, con el poco oxigeno que pasaba a mis pulmones.

La hibrida dio un paso más hacia atrás, llevándome con ella y fue entonces que sentí algo húmedo resbalar por la piel de mi cuello.

Los ojos de Lusian se desorbitaron casi imperceptiblemente al notarlo y vi, que por primera vez en su vida, estuvo a punto de perder el control de aquella mascara.

—Lo único que puedes hacer es desaparecer de la faz de la tierra, junto con tu engendro —murmuró desquiciada, haciendo volar el cabello que caía sobre mi hombro —.¿No lo entiendes, Lusian? Debías quedarte conmigo y hubiéramos evitado todo esto... Mi plan era perfecto, hasta que ella volvió. Casi te tenía. ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Soy más fuerte y mucho más hermosa e inteligente... ella solamente es una cualquiera con alma privilegiada.

Así que ahí estábamos. Lo quisiéramos admitir o no, ella también se había obsesionado con Lusian. El problema caía en que no era una chica cualquiera, sino que era una hibrida de ángel y humano, con fuerza sobrenatural y sin alma. Y debía aceptar que con un buen plan. Ella apareció en la vida de Lusian para mantenerlo alejado de mí y que la elegida y el portador nunca cumplieran la profecía. Lo que ella no esperaba era que, pasara lo que pasara, Lusian y yo íbamos a encontrarnos, donde fuera y como fuera.

—Detente, Zarah, vas a complicar todo. Quedamos en que no saldría herida... y él está aquí — dijo alguien más, haciendo eco en el gran espacio del estacionamiento.

Esa voz la conocía y el acento italiano era inconfundible. Era Enzo.

Apenas pude apreciar su silueta detrás de Lusian, acercándose a nosotros a paso lento y contenido.

Lusian se tensó en su lugar, pero no hizo intento por moverse. Sus puños se cerraron con fuerza a su costado y no se atrevió a apartar su mirada de la mía.

Aunque yo apenas si podía ver con claridad, porque más lagrimas se apoderaron de mis ojos, desbordándose sin control y en silencio. Que idiota había sido. Nunca llegué a amar a ese italiano, pero el poco cariño que había logrado sentir por él, se desvaneció inmediatamente siendo remplazado por odio y decepción.

Forcejeé para liberarme de la cárcel que hacia Zarah con su brazo, pero lo único que gané fue una mirada de advertencia de Enzo, quien se había colocado a un lado de Lusian y que más liquido se derramara por la piel de mi cuello.

Segura como el infierno que era sangre.

—Ten cuidado, donna goffa.. Mi hermana gemela puede ser un poco impaciente. No dejaré que te haga daño, pero tendrás que venir con nosotros —comentó con voz tranquila, mirando a mis espaldas con los ojos entrecerrados —. Está sangrando, ¿quieres soltarla ya?

—Tu hermana... —farfulló Lusian con rabia contenida.

Por Lucifer. Entonces de ahí que cuando conocí a Zarah en el club nocturno, me pareciera tan familiar. Pero mi cabeza no me dejó ir más lejos. Por supuesto que se parecía a Enzo y muchísimo, incluso ella también guardaba un pequeño acento italiano, pero no tan pronunciado como el de Enzo.

—No me digas qué hacer —contestó Zarah, con impaciencia y me di cuenta de que estaba titubeando —. No pudiste retenerla a tu lado. ¿De qué te sirve ser tan apuesto, según tú?

Sus manos empezaron a temblar al seguir sosteniendo la navaja contra mi cuello y su respiración comenzó a volverse errática. Al contrario de Enzo, que se apreciaba tranquilo y sin preocupaciones.

—Y tú eres una diosa y aun así no atrapaste al portador... me estoy perdiendo de algo importante. Los Portadores no saben amar —dijo, meditando sus palabras y dio un paso en mi dirección.

Lusian, con un gruñido lo tomó del brazo y lo detuvo de seguir avanzando, sin alterarse ni comenzar una batalla cuerpo a cuerpo con él.

—No vas a tocarla ni vas a acercarte a ella —amenazó Lusian a Enzo, sin mirarlo. Todo el tiempo su atención siguió puesta en mí.

—¡¿Por qué la amas?! —Gritó con desesperación Zarah, enterrándome más el filo frio en el cuello, caminado lentamente hacia atrás conmigo —.¿Por qué la ama, Enzo? — Vociferó, me jaló del cabello de la nuca y pegó su boca a mi oído, temblando —. ¿Qué hiciste? —Me preguntó en un susurro cargado de rabia—. Él no tenía que estar hoy aquí, solo seguíamos la luz de la Elegida...

Me contuve de gritar, porque eso solo hubiera empeorado mi situación y muy probablemente hubiese terminado con la navaja completamente enterrada en mi cuello.

—Van a morir, ¿lo saben verdad? —Anunció Lusian en un susurro letal y convirtió sus ojos en dos orbes completamente oscuros, desprovistos de cualquier emoción y color.

Su rostro cambió por completo. Aunque seguía pareciendo mi Lusian, sus rasgos se afilaron, y su boca se estiró un poco en una sonrisa sin emoción alguna. Sus cejas se elevaron ligeramente y su mandíbula se volvió más dura, como si hubiera sido tallada en inquebrantable piedra.

Enzo tuvo la osadía de parecer genuinamente aterrado cuando Lusian se mostró de ese modo y le dio un golpe en la mandíbula con el puño cerrado, como un pequeño animal asustado, buscando huir de su cazador.

Para sorpresa de todos, Lusian no se inmutó. Con toda la calma del mundo giró sobre sus talones y cogió a Enzo del cuello. Lo levantó poco a poco, hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo y lo aventó contra un poste de concreto. La espalda de Enzo colisionó con un fuerte estruendo y cayó al piso, inmóvil.

—¡No le hagas daño o le corto el cuello ahora mismo! —Gritó Zarah al borde del llanto.

Lusian no le tomó importancia. Se acercó a Enzo y se agachó.

—Dile que la suelte o voy a matarte —Exigió con calma Lusian, tomando a Enzo de las solapas de la chaqueta y lo levantó como un inservible muñeco de trapo —. Ahora —terminó diciendo y lo estrelló contra un lindo Audi color cereza que estaba a un lado de nuestro descapotable blanco, ocasionando que la ventana se hiciera añicos.

—Eres más fuerte de lo que creí —Dijo Enzo completamente horrorizado, con los ojos abiertos como platos —. ¿Por qué no supe que eras tú cuando te vi en Italia? Zarah, suéltala. Por favor, no deseo hacerle daño. Mi hermana no está pensando bien las cosas.

—No volveré a pedirlo —dijo Lu y, como en un deja vu, vi su mano comenzar a hundirse en el pecho del hibrido italiano.

La sangre empezó a brotar por todos lados, mientras Lusian seguía avanzando, hasta que se detuvo, giró su muñeca y sonrió con satisfacción mezquina.

—Zarah... ¡Suéltala ahora! —Gruñó Lusian, con la doble voz de escalofrío, haciendo a Zarah dar un respingo.

—¿Y de qué sirve que la suelte? De todos modos vamos a morir si ese niño nace... —gritó la mujer al borde de la locura —No me asusta que lo mates ahora. Lo lamento, Enzo. Quiero vivir...

Aun en aquella situación de mierda, me dieron ganas de decirle que era niña, pero decidí que no era oportuno. Además casi no podía respirar, como para poder decir cualquier cosa.

—¿Qué es peor que la muerte? El infierno —dijo una voz gruesa, que escuché a mis espaldas.

Zarah quedó petrificada ante el sonido de aquella voz, pero afianzó más la navaja contra mi cuello.

Si no me fallaban los oídos y la cordura, era la voz de Daniel.

—¿Qué jodidos? —Zarah se giró abruptamente, llevándome con ella, para encarar al nuevo integrante de la contienda.

Efectivamente era Daniel.

No mostraba sus alas, pero tenía la apariencia de un ángel vengador, a punto de destruir todo a su paso.

—¿Y sabes qué es peor que el infierno? El olvido... —Escuché decir a Lusian y un segundo después, sin previo aviso, el amarre que Zaraha tenía contra mi cuello desapareció y la sentí caer a mis espaldas, con un sonido seco.

Me giré para saber qué había pasado y me encontré a Lusian con un bulto sangriento en la mano, que no dejaba de escurrir líquido espeso. Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si le estuviera costando trabajo respirar, pero eso no le impido retorcer aquel órgano en su mano, hasta que lo dejó caer, como una pequeña pelota de béisbol.

Con los ojos abiertos desmesuradamente, vi, por mera curiosidad, por el costado de Lusian, encontrando a Enzo intentando levantarse con dificultad, con la mano sobre el pecho y completamente lleno de sangre.

Regresé mi atención a Lusian, quien seguía mostrando su apariencia diabólica y tragué saliva, mirando rápidamente el cuerpo inerte de Zarah, a mis pies.

Le había arrancado el corazón a aquella loca hibrida y no a Enzo.

En un segundo la adrenalina dejó por completo mi sistema y mis rodillas cedieron ante la gravedad, incapaces de seguir sosteniendo mi peso.

Lusian me sujetó antes de que cayera al suelo y me mantuvo contra su pecho, sujetándome con un brazo y con su mano libre apartó el cabello que caía sobre mi rostro.

Sonreí apenas al reconocer sus lindos ojos que lo hacían ver completamente asustado, desapareciendo por completo a la criatura oscura que vi minutos atrás.

—Está bien, amor. Te tengo —Susurró sosteniéndome con fuerza—. Maldita sea... — gruñó con impotencia e inmediatamente pude apreciar su mano temblorosa sobre mi cuello, donde podía sentir líquido espeso y caliente fluir.

Un segundo después me invadió ese extraordinario y cálido hormigueo, recorriendo lentamente cada célula de mi cuerpo, llevándome a un estado de éxtasis total, soltando un fuerte gemido que me obligó a encorvar la espalda, como si me hubiera regalado el más potente orgasmo.

Me había sanado la herida en el cuello. Dejé de sentir la sangre correr por mi piel y dejó de escocer.

—Lárgate, hibrido —dijo Daniel, a mis espaldas —. ¿Por qué no lo mataste a él también? — Quiso saber y lo vi entregarle a Lusian una tela de color blanco.

—Porque él la quiere viva. Y me parece que es el único que desea tenerla viva... —Comentó Lusian, ignorando lo que le entregaba Daniel y acarició mi rostro, buscando alguna otra magulladura —. Si lo perdemos, perdemos esa ventaja. Infiernos, dime que estás bien.

Lusian me rodeó con ambos brazos respirando pesadamente y me pegó contra su pecho, escondiendo su rostro en el desastre que se había convertido mi cabello. Su cuerpo temblaba sin control y su aliento me golpeaba con fuerza.

Quise abrazarlo, pero me faltó fuerza en las brazos para siquiera poder levantarlos. Sólo me vi capaz de sostenerme con fuerza de su camisa, aferrándome a nuestra cercanía.

—Lo lamento, dulzura... —me susurró al oído, con absoluto arrepentimiento e intentó apretarme más contra él, pero fue imposible, ya que no había ni un milímetro de distancia entre nosotros.

Escondí mi cara en la comodidad de su pecho y cerré los ojos, agradecida por poder seguir teniendo el placer de sentirlo y escucharlo. Lágrimas de alivio brotaron de mis ojos, junto con una tanda de sollozos, que intenté ahogar al presionar mi boca contra su torso.

Un pesado silencio nos envolvió a los tres en el estacionamiento y lo primero que fui capaz de preguntarme, dentro de mi atolondrada mente, fue en como limpiaríamos todo ese desastre.

Los nephilims, según lo visto, no se desintegraban como los demonios. El cuerpo de Zarah seguía a un costado de nosotros, recordándonos lo vulnerables que éramos ante la situación en la que nos habían obligado a vivir.

—Gracias...

La voz de Lusian rompió el silencio y levanté un poco la cara, para poder apreciar su mirada fija en un punto delante de él.

Volteé mi cabeza, encontrando a Daniel detrás de mí con el torso desnudo, viéndome con preocupación y una gran dosis de amor y ternura. Aunque se me encogió el corazón al darme cuenta de que sus sentimientos probablemente eran aún más intensos que años atrás, le sonreí débilmente.

—Gracias —susurré y asentí suavemente con la cabeza, antes de volver a esconder mi rostro en el pecho de Lusian.

Aspiré con fuerza, para cerciorarme de que estar en sus brazos era real y no un síntoma de ser secuestrada o de estar muerta, porque si moría e iba al cielo, seguramente sería así, con Lusian oliendo increíble, abrazandome.

—Sin importar lo que piensen... siempre he deseado protegerte —murmuró Daniel roncamente.

—¿Cómo supiste que estábamos aquí? —Preguntó Lusian, acunando mi nuca con una de sus fuertes y ensangrentadas manos, presionándome contra el lugar en donde latía su corazón.

—Pude sentir que estaba asustada y en peligro... Tal vez con eso dejes de quejarte de que la sigo amando —anunció Daniel con voz contenida.

—Cierra la boca. ¿Cómo voy a limpiar todo esto? —Se quejó dándome un beso en la frente y después tomó mi rostro entres sus manos, casi apreciándose desesperado, besándome en los labios con dureza —. Dime que estás bien, por favor.

—Sí, estoy bien, lo prometo. Sólo quiero ir a casa, Lu...

No era precisamente el momento adecuado para sentir de nuevo el rechazo irracional por Daniel, pero con lo recientemente acontecido, más que nunca debía estar lejos lo más posible. No podía tolerar la idea de perder a Lusian de cualquier modo, aunque la situación fuera a la inversa y en teoría él me perdiera a mí. En mi mente y corazón, el que yo muriera era otra manera de perderlo. Y Daniel jamás dejaría de ser ese recordatorio de mi fragilidad y mis peores temores.

—¿Quién te dijo cómo matar a un hibrido? —Cuestionó Daniel y lo escuché moverse a mis espaldas.

—No lo sé, fue un instinto. Te recuerdo que maté a tu gemelo —contestó Lusian con irritación.

—Sí, y tampoco sabías en ese entonces como matar a un demonio... Esto es extraño, es como si ya lo supieras todo... pero no. Tenemos que hablar, Lusian. Es importante.

—No, no tenemos nada de qué hablar tú y yo. Te agradezco que me ayudaras, porque realmente sin tu intervención no sé qué hubiera pasado... —musitó completamente devastado —. Pero ahora debo ponerla a salvo y verificar que nuestro bebé esté bien.

—No vas a huir de esto por siempre, viejo. Sabes que se vienen cosas peores... —dijo Daniel sombríamente — La sangre que corre por tus venas te grita que esto es sólo el comienzo. Sí, deberías estar asustado de perderla.

Lusian se tensó por completo y su respiración se detuvo por unos segundos.

Las palabras que pronunció Daniel me formaron un vertiginoso hueco en el estómago, que me provocaron ganas de vomitar. Tomé una respiración profunda y me levanté sobre las puntas de mis pies, acercando mi boca al oído de Lusian.

—Por favor, llévame a casa —le pedí impacientemente a Lusian.

—Italiana... —me llamó débilmente Daniel, tocándome con sutileza uno de mis hombros—. ¿Por qué ni siquiera me miras? —quiso saber, afligido.

Sacudí mi hombro para que apartara su mano, sin tener valor para mirarlo.

—Asegúrate de que llegue sana y salva... yo me encargó de este pequeño desastre —aseguró Daniel roncamente.

—Sabes, no sé por qué te molestas en pedirme cualquier cosa. Sé lo que tengo que hacer. Técnicamente, soy mucho más poderoso que tú, así que deja de tomarte atribuciones que no te corresponden — voceó Lusian, apretando más sus brazos entorno a mí.

—En lugar de preocuparte por tu rango, mejor deberías poner más atención de los lugares a donde llevas a Alexa, Portador —recalcó Daniel, alzando la voz.

—¿Qué quieres que haga? ¿Qué la encierre otra vez? ¿Quieres que te recuerde como terminó? Y todo gracias a tus malditas mentiras y manipulaciones. No me presiones, ángel —gruñó Lusian, dando un paso hacia adelante.

Le coloqué las manos en el pecho a Lusian, para tranquilizarlo y evitar que se le fuera encima a Daniel.

—Basta —le pedí en voz baja.

—¿Sabes qué creo? Que cuando te des cuenta de todo, tus disculpas tendrán que ser épicas —amenazó Daniel.

Me giré para pedirle a Daniel que parara, pero no tuve tiempo ni de abrir la boca. Extendió sus alas en todo su poderío, brillantes y sublimes, deslumbrándome con su cegadora luz y las sacudió con fuerza, logrando que mi cabello se agitara.

Entrecerré mis ojos para poder mirar en su dirección y caí en cuenta de algo importante.

—¿Y Joshua? —Pregunté alarmada a Lusian.

—Descuida, iremos con el enseguida —me tranquilizó Lusian

—Lo tengo todo bajo control... Tu padre está en casa. Él lo cuida por el momento —anunció Daniel, sorprendiéndonos a Lusian y a mí.

—¿Qué? ¿Ahora tú y Raphael son amigos? —Preguntó Lusian con ironía.

—No exactamente. Me odia, en realidad. Pero tenemos el mismo objetivo en común, por el momento.

Del cuerpo de Daniel emanó un aro de luz mucho más potente que el que comúnmente adornaba su majestuosa imagen de ángel y cuando desapareció dejándonos casi en la penumbra, el cuerpo de Zarah había desaparecido junto con él.

Examiné el piso, concentrándome en los lugares donde la sangre de Zarah y de Enzo dejaron huella, entrando en el dilema humano. ¿Cómo se vería toda esta escena para los guardias de seguridad del lugar y los policías? Si existían cámaras, que seguramente sí, descubrirían a Lusian como asesino y, además, se darían cuenta de que Daniel no era precisamente una criatura normal y nos veríamos envueltos en un problema más que no necesitábamos.

—Vámonos de aquí —ordenó Lusian, tomándome de la mano.

—¿Y si hay cámaras? —Pregunté con inquietud, mientras Lusian tiraba de mí, como un padre tiraría de su hija, lejos de una juguetería.

—Si mueres, un par de videos serán lo último de lo que deberías preocuparte —comentó tajante y abrió la puerta del auto para mí.

Afligida y con mi corazón aun latiendo desbocado, por todo lo ocurrido, me subí al auto, no sin antes echarle un vistazo al Audi rojo a un lado de mi mustang y deseé que las cámaras de seguridad de aquel estacionamiento estuvieran fuera de servicio.

El trayecto a casa fue uno de los peores viajes de toda mi vida. El silencio en que nos liamos nada más arrancar el auto fue sobrecogedor y casi doloroso. Por muy absurdo que pareciera, necesitaba cualquier tipo de contacto físico de parte de Lusian. Sin embargo, tuvo la cruel y genial idea de construir una enorme barrera entre nosotros, que casi pude tocar con la yema de mis dedos. Tirar de ella para que pudiéramos tener por lo menos una conversación normal fue imposible.

Cuando volví a sugerirle que las cámaras podrían ponernos en una muy mala situación, lo único que obtuve de él fue el asegurarme que Raphael y él se harían cargo de cualquier video existente que nos involucrara como asesinos y fenómenos. Después de eso, no hubo nada más.

Por primera vez, desde que empezamos nuestra relación, dudé de sus sentimientos hacia mí. Lo percibía tan distante, como si no estuviera realmente ahí y una inteligencia artificial fuese quien manejaba el auto.

No me miró ni una sola vez y se vio muy cuidadoso en no tocarme de ningún modo, ni siquiera por error. Con su mano derecha aferrada al volate y el codo izquierdo recargado en el espacio de la ventana abierta, no hubo poder humano que lo obligara a por lo menos darme un apretón de manos o rozarme la rodilla por equivocación.

Por desgracia yo necesitaba a Lusian más de lo que lo necesité alguna vez. Estaba aterrada y me dolía el cuerpo por la pena de las circunstancias y también por el daño físico infringido.

Con mis esperanzas muertas y enterradas muy profundamente, y también con la fea duda asomándose de si Lusian realmente me quería, me abracé mi misma todo el tiempo de camino a la mansión. No obstante, me guardé todo el llanto que me asfixiaba, porque no quería rogar, de ninguna manera, la atención de nadie.

Al llegar a la mansión Bennett, ya entrada la noche, y adelantándome al próximo movimiento de Lusian, me bajé del auto sin darle oportunidad de que abriera la puerta para mí, como siempre acostumbraba a hacerlo.

Sí tuvo la intención de hacerlo, pero para mí no contaba como prueba en esos instantes de sus verdaderos sentimientos.

Gracias a ello me gané una mirada poco amistosa de su parte, pero sin prestarle atención a él, ni a mi estomagó encogiéndose, subí las escaleras de la entrada principal, dejándolo atrás, tanto como mis pies me lo permitieron.

En mi mente, después de enterarme que Joshua la pasaba de maravilla con una rubia, creí que encontraría una fiesta en la mansión, pero al entrar al frío recibidor encontré un absoluto silencio y a Joshua sentado al inicio de las escaleras, con las piernas abiertas y los codos recargados en sus rodillas.

Al advertir mi presencia, sus ojos se levantaron y me inspeccionó de pies a cabeza, casi en cámara lenta, adquiriendo de a poco las sombras de la preocupación. En seguida miró a mis espaldas, hacia Lusian que estaba unos pasos detrás de mí, e hizo lo mismo que conmigo, hasta que su expresión se convirtió en una de total horror.

Se levantó abruptamente y corrió hasta llegar a mí.

—¿Qué pasó? —Preguntó ofuscado y tomó mi rostro entre sus manos, observándome receloso.

—Nos atacaron en un estacionamiento de Colorado... ¿Recuerdas a Zarah? —Dijo Lusian llanamente, colocándose justo a mi costado derecho.

Tontamente anhelé algún tipo de roce descuidado o intencionado, pero nada pasó. Seguía tan lejos de mí, que creí que lo había perdido para siempre. Cada poro de mi piel me gritaba que mi final con Lusian estaba por llegar.

—¿Qué Zarah? —Preguntó Joshua, confundido, mientras sus dedos rozaron la parte de mi cuello donde había sido herida —Por favor dime que esto no es tuyo —suplicó contrariado, mirando de mis ojos a mi cuello.

Seguramente, aunque Lusian me hubiese sanado las heridas, el rastro de sangre no debió haber desaparecido.

—Sí, es suya —contestó Lusian gravemente.

Joshua dejó de estudiarme y se concentró en el aspecto de Lusian y fui testigo del color abandonar rápidamente su rostro.

El aspecto de Lusian era mucho peor que el mío. Su camisa de color melón estaba manchada de sangre seca casi por todos lados, y en su cara se apreciaban diminutas salpicaduras de la combinación de plasma de Enzo y Zarah. Sin lugar a dudas tenía el aspecto de un asesino serial, sobre todo por su inexpresivo rostro.

—Zarah nos abordó en el estacionamiento justo cuando llegamos y amenazó a Alexa con una navaja. Por suerte para todos me deshice de ella, pero su hermano sigue suelto. Debemos cuidarte de él —anunció Lusian.

—¿Su hermano? ¿Cuál hermano? ¿Quién rayos es Zarah? —Preguntó Joshua, volviendo a mirarme.

Lusian observó a Joshua con preocupación, y me miró a mí fugazmente, como si yo tuviera respuestas a las preguntas de Joshua.

—La mujer que trabajaba en el Blue Moon, esa que nunca te cayó bien. ¿La recuerdas? —Preguntó Lusian lentamente.

Joshua parecía no entender nada.

Cuando alumbramos a Joshua con la verdad detrás de nuestra existencia, logré contarle que el chico con el que me había liado en Italia era un Nephilim. Lusian le explicó que se dio cuenta de aquello en su confrontación poco acertada fuera de un restaurante en la Toscana, pero pasamos completamente por alto el tema de Zarah. Sinceramente yo no recordé en esos momentos de iluminación a la mujer. No obstante, para mí y Lusian supuso una sorpresa que ellos dos fueran gemelos. No lo vimos venir de ningún lado. Pero resultaba tan lógico ya con el conocimiento, que probablemente podrían tacharnos de tontos.

Lo extraño era que, aunque no mencionamos a Zarah como un nephilim, él debía recordarla, porque en el Blue Moon me habló de ella estando con Lusian en algo como una extraña relación, y en efecto, me dijo que no la soportaba.

—Muchas mujeres trabajaron en el club y no recuerdo a ninguna Zarah... Pero no me importa, es como si tuviera que recordar a cada una con las que te acostaste —apuntilló Joshua, con algo de molestia.

Entre su pequeña conversación, mis anhelos por poder estar a solas y lamer mis heridas se hicieron más grandes. Deseaba escapar de ahí, pero Joshua, quizá adivinando mi necesidad de afecto, me abrazó sin decir una palabra y besó la cima de mi cabeza varias veces.

Aquello fue catártico para mí. Aunque hubiera estado esperando esa acción de parte del padre de mi hija, el que Joshua lo hiciera me desbordó y atiné a abandonarme en un llanto que obstruyó el paso de oxígeno a mis pulmones.

Rodeé a Josh con ambos brazos y lo apreté con fuerza, al darme cuenta que mi llanto era de todo, menos silencioso. Sus brazos me apretaron más entorno a mí y me arrulló, como en los viejos tiempos, cuando calmaba mi terrores nocturnos por las crueles imágenes del suicidio de mis padres o por otras tantas situaciones que ponían en evidencia mi vulnerabilidad ante la simple vida humana que entonces tuve.

Dentro de todo, fue maravilloso poder sentir su amor por mí a través de ese abrazo. Me llenó de maneras indescriptibles en el momento que fui transportada al pasado. No todo estaba perdido, seguía teniendo ese cariño incondicional de Joshua, que aunque se vio un tanto quebrado por nuestras decisiones y el rumbo que decidí tomar años atrás, en ese preciso momento lo aprecie intacto, como si nunca me hubiera separado de él.

Ya no era la misma niña que algún día él se dio a la tarea de proteger con su vida. La adolescente rebelde y perturbada también había quedado atrás, pero la mujer en la que me había convertido y seguía en proceso de mejorar, aún seguía necesitando la protección del chico que una vez me odió, por romperle su helicóptero de juguete. Nunca había agradecido tanto el ser tan descuida y haber hecho pedazos su tesoro más preciado.

—Tranquila, pequeña, por favor —me pidió Joshua en un susurro ahogado.

—Yo no quiero esto — logré decir entre sollozos que me ahogaban, aferrándome más a Joshua —. Estoy asustada y perdida. Yo no pedí nunca esto. Quiero ser normal. Me gustaba solo ser la huérfana. No quiero... no quiero ser la maldita elegida. ¡Odio esto! —chillé las palabras, descontrolándome al dejar escapar el llanto, mirando al cielo, en un grito desesperado porque me liberaran de tan infame tortura.

Me fue imposible controlarme. Mis lágrimas y el dolor por todo lo que pasó me sobrepasaron y necesitaba con toda el alma sacarlo de mi interior y fue el momento perfecto, porque más allá de sentirme ignorada, Joshua logró que recordara que sentir no estaba mal y mucho menos dejarlo salir y fluir, hasta que todo se limpiara, como una tormenta, que aunque deja desastre a su paso, también limpia y purifica.

Nos quedamos así por varios minutos. Joshua se limitó a acariciar mi espalda dulcemente, permitiéndome desahogar, hasta que mi llanto se apagó y solo quedaron pequeños sollozos y suspiros entrecortados.

Gracias a que no me soltó por ningún motivo, tuve la oportunidad de también seguir abrazándolo con el rostro oculto en su pecho, hasta que su infinito cariño me calentó el alma.

Cuando me percibí un poco más tranquila, recargué mi barbilla en su hombro, para tomar aire y encontré a Lusian sentado al pie de las escaleras, con su mirada puesta en mí.

No encontré nada en su expresión que delatara cualquier emoción o sentimiento. Por lo menos si hubiese visto culpa me hubiera calmado, pero no había absolutamente nada. Se me quebró el corazón, pude escucharlo.

Le sonreí tristemente antes de desviar la mirada y me aparté de Joshua, limpiándome toda la humedad de las mejillas con el antebrazo.

—Gracias, Joshie —dije suavemene.

—Vas a estar bien, princesa, te lo prometo. Siempre voy a cuidarte, ¿lo sabes? —Me dijo limpiando con su pulgar una lágrima solitaria —. No hay nada en el mundo que no haría para que estés a salvo. Tú y yo tenemos una promesa.

Asentí y lo que intenté que fuera una sonrisa, se convirtió en una extraña mueca que hizo temblar mis labios y una nueva tanda de lágrimas volvió a surcar mis mejillas, pero esa vez fue en silencio.

Por más que quise que sus palabras y su sola existencia calmaran toda la pesadumbre que me embargaba, no fue posible. Mi corazón se sentía tan frio, que incluso un par de temblores recorrieron mi cuerpo y me vi en la necesidad de abrazarme a mí misma.

—Te amo, Joshie —logré decir con voz estrangulada, frotando mis brazos para ahuyentar el frío.

—Y yo a ti, pequeña princesa. Ahora debes tranquilizarte, o le hará daño a tu bebé, ¿sí? —me pidió dulcemente, dándome un pequeño toque en la nariz.

—Necesito darme una ducha... te veo después. Pero por favor no vayas a ningún lado — le pedí desesperadamente.

—No te preocupes... No hay nada en el mundo que no haría para que estés a salvo —me recordó con una sonrisa, que lastimosamente no llegó hasta sus exóticos ojos.

Quise sonreírle de nuevo, pero presentía que se me había arrebatado esa habilidad, porque solo un lado de mi boca se estiró lo suficiente, como para saber que se había movido.

Le di un beso en la mejilla, y aun abrazándome a mí misma, sintiendo una enorme presión de ansiedad en el pecho, por tener que encontrarme con Lusian en las escaleras, fui hasta ahí, poniendo toda mi fuerza de voluntad para no buscarlo con la mirada.

Fue inútil, de cualquier modo. Pese a que no hice ningún tipo de contacto visual con él, se levantó cuando empecé a subir las escaleras y subió detrás de mí.

—Te acompaño —dijo casi pegado a mis espaldas.

Fingí no haberlo escuchado. Incluso, cuando llegué a la planta alta, tomé rumbo hacia la izquierda, en dirección a donde se ubicaba mi habitación, pero Lusian no me dejó avanzar más allá de un paso, al tomarme de la muñeca y detenerme.

—¿A dónde vas? —Preguntó con cierta sorpresa.

—A bañarme —contesté simplemente, tirando de mi brazo para liberarme de su agarre.

Ni siquiera me molesté en girarme para mirarlo, no necesitaba otra punzada de desilusión. Simplemente volví a caminar, pero de nuevo, a medio camino de llegar, volví a sentir su agarre entorno a mi muñeca.

—Tu cuarto es por allá, no este... ¿A dónde vas? —Volvió a preguntarme.

—¿Ahora me hablas? —pregunté irritada y volví a tirar de mi brazo.

En esa ocasión no me fue posible desprenderme de su amarre en mi muñeca, entonces me giré para encararlo y pedirle que me dejara tranquila, pero mi atención se desvió hacia su camisa echa un verdadero desastre.

En el viaje en carretera tuve todo el tiempo del mundo para analizar cómo se veía después de haber casi matado a Enzo y matar a Zarah, pero no me pareció tan perturbador como en esos momentos. Estudié las manchas en su camisa, había parte de ellas que aun parecían frescas y la manga de su brazo izquierdo estaba completamente cubierto de sangre. Me fijé en su mano y sentí un escalofrío al recordar el modo en que había atravesado el pecho de Enzo y después mi mente me dejó ver el cuerpo inerte de Zaraha, a mis pies.

Por todos los ángeles, había sido testigo de un asesinato. Vi a una persona muerta, o lo que fuera. Era imposible que mi psique después de todo eso pudiera funcionar con normalidad y estabilidad. En algún momento de mis próximos días debía buscar algo de ayuda profesional, aunque posiblemente me enviaran a un hospital de salud mental si les contaba toda la verdad. Superar la situación iba a tener que ser una tarea en solitario.

Se me secó la boca y sin querer miré en dirección a los ojos de Lusian, que seguían inexpresivos.

Temí que volvería a ahogarme en llanto. Sentí todo el peso de l 8o que tenía que soportar arrollándome como un tanque de guerra pasando sobre mí.

Utilicé todas mis fuerzas para no llorar.

Aparentemente se dio cuenta de mi análisis, porque con un gruñido ronco me soltó la muñeca y se arrancó la camisa, aventándola sin preocuparse a donde cayera. Alguien se haría cargo de ella y aunque muy probablemente ese alguien se preguntaría que habría sucedido, nunca lo sabría, solo supondrían que el antiguo Lusian había vuelto.

Yo también lo estaba pensando. Aunque, ¿realmente se fue alguna vez?

Fue lamentable no poder acariciar su pecho desnudo, porque aunque mis dedos hormiguearon por hacerlo, era consciente de que mi dignidad se vería pisoteada por tal acto desinhibido.

—Quiero cuidar de ti, ¿puedo? —Me preguntó con incertidumbre y me dejó ver rápidamente rastros de preocupación en la ventana oscura de sus ojos.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Eso qué significa? —Pregunté en voz baja y entrecortada.

Estaba a nada de echarme a llorar otra vez.

—Ven conmigo... —Me pidió, aunque la escuché más como una orden.

Cuidadosamente Lusian deslizó su mano de mi muñeca a mi mano y la sujetó con firmeza, tirando de mí hacia su habitación.

No estaba muy segura de si quería entrar ahí. Me apetecía más estar sola, meterme bajo el chorro de agua tibia y sentarme en el piso a llorar, hasta que la piel se desprendiera de mi cuerpo. Pero tampoco tenía ganas de discutir con Lusian y un berrinche en medio de las circunstancias me pareció poco favorable.

Me metí al cuarto de Lusian cuando abrió la puerta para mí y el nudo en mi garganta se volvió más doloroso al ver su cama en perfecto estado. Y es que recordar y pensar en todos aquellos buenos y calurosos momentos que pasé con él en ese lugar, durante los últimos días, me parecieron tan lejanos y fuera de mi alcance.

Con las luces apagadas y la tenue luz de una de las lámparas de noche alumbrando la estancia, me detuve al pie de la cama, tomando profundas respiraciones.

Instantes después sentí el cuerpo de Lusian pegarse a mi espalda y sus manos recorrieron mis brazos, desde las muñecas hasta mis hombros. Mi cuerpo, mi corazón y mi mente reaccionaron a su tacto, erizándome la piel, apretándome el pecho y confundiéndome más de lo que ya estaba.

Bajó lentamente el tirante de mi blusa y me besó suavemente el hombro. Después, para mi sorpresa, llevó una de sus manos hasta mi cuello y lo rodeó sin hacerme daño, empujó mi cabeza hacia atrás y se inclinó lo suficiente para poder besarme con ternura la piel que había sido lastimada.

Suspiré de alivio al sentir sus labios. Fue maravilloso que tirara la barrera física, pero seguía tan lejos de mí emocionalmente, que un nuevo sentimiento me embargó, haciendo que mi sangre ardiera de furia. No íbamos a tener sexo, no si no tenía ningún tipo de conexión fuera del ámbito sexual.

Me aparté de él bruscamente y subí el tirante de mi blusa, girando mi cuerpo en su dirección para enfrentarlo.

—No creo que el sexo sea una buena idea. Ni siquiera sé quién eres en estos momentos —espeté, levantando la barbilla.

Eso pareció enfurecerlo. Sus ojos brillaron de ira y se acercó la poca distancia que había quedado entre nosotros, bajando su rostro a mi altura.

—¿Crees que lo único que quiero de ti es sexo? Ya tuve mucho tiempo para disfrutar de ello sin complicaciones —gruñó entre dientes, con sus ojos fijos en los míos.

Me alejé de él, empujándolo suavemente del pecho, frustrada por no tener el control de mis emociones.

Si no entendí mal, yo era una complicación para él. ¿Cuál era entonces el propósito de que me pidiera cuidar de mí y que fuese delicado al tocarme? ¿Por qué me besaba como si no se hubiese comportado como un idiota?

—Te estás comportando como un verdadero patán —dije perturbada —. Dime algo, Lusian, ¿de verdad me amas?

La pregunta pareció tomarlo por sorpresa, porque se echó para atrás como si lo hubiera golpeado y vi, por fin, una emoción en sus ojos y en todo su rostro. Le había dolido.

A mí también me dolió preguntarlo, pero más me había herido el siquiera tener que pensarlo, por su comportamiento.

—¿Tienes que preguntarlo? ¿En serio? —Inquirió dolido y lo que antes se apreció como tormento se trasformó en incredulidad.

—No lo sé, Lusian. Dímelo tú. ¿En dónde estuviste todo este tiempo, desde que salimos de aquel estacionamiento? —Pregunté.

—Contigo —contestó contrariado —. Todo el maldito tiempo estuve contigo.

—¡No es cierto, Lusian! Ni siquiera me tocabas, por nada del mundo. ¡No me miraste ni una sola vez hasta que bajé del maldito auto! ¡Y dejaste que Joshua me consolara, cuando quien quería que lo hiciera eras tú! —Exploté y sentí mi rostro arder, por la furia emanando de mis palabras —. Creí que iba a morir y lo único que temí de la muerte fue a tu ausencia. Y tú solamente me apartaste, ¿por qué? Tengo todo el derecho a preguntar si me amas...

De nuevo las lágrimas hicieron acto de presencia, humillantemente, y me las limpié iracunda con el dorso de la mano.

—La única razón por la que creo en el amor, es por la forma en que te amo —contestó vehementemente, clavando con intensidad sus ojos en los míos.

Su declaración, más la manera en que me miró, impactaron en mi como un asteroide.

Me cubrí la cara con ambas manos y me dejé caer sobre mis rodillas, regresando a mi estado de llanto incontrolable. Mi cuerpo tembló en sincronía con cada uno de mis sollozos y el vacío en mi estómago incrementó hasta el punto de provocarme nauseas.

Lusian apartó mis manos y lo descubrí arrodillado frente a mí, con el tormento inundando sus orbes oscuros que me miraban con desesperación.

—No me di cuenta que te hacía daño. No deseaba apartarte de ese modo pero sí creo que debí hacerlo antes de que sintieras cualquier cosa por mí —confesó tomando mi rostro entre sus manos.

Creí haber escuchado mal por la manera en que estaba llorando desconsoladamente, pero, aunque intenté darle un buen sentido a las palabras pronunciadas por Lusian, no lo logré.

—¿De qué hablas? —Pregunté llorosa.

—De que jamás debimos estar juntos —confesó, volviendo a romperme el corazón —. La razón por la que te enamoraste de mi fue porque estábamos destinados a cumplir una profecía y ahora estás en peligro. Debí alejarme de ti desde el inicio — dijo soltando mi rostro.

La aflicción por la que pasé esas horas se evaporó y fue suplantada por un enojo atroz, que consumió las lágrimas saladas de dolor e impotencia.

—No estoy enamorada de ti porque tenga que cumplir una estúpida profecía, Lusian —espeté restregándome la cara con los puños cerrados fuertemente, para apartar las lágrimas que escocían en la piel de mis mejillas —. Sabemos que eso hubiera pasado de una forma u otra. Una noche loca de copas cómo nuestra primera vez, así como los tuvieron a ti y a Louis o de peor manera, que ni siquiera me atrevo a imaginar. Estoy en peligro desde que nací.

—No hubiera pasado de otra forma, porque te quise desde el primer momento en que te vi —murmuró roncamente y se sentó en el piso, con las piernas dobladas, recargando sus codos en las rodillas —. Si hubiera sabido que esto pasaría te hubiera mantenido alejada de mi todo lo posible. Te lo juro y no me importa que te enfades conmigo.

Me distraje un poco de mi estado de ánimo cuando me fijé inoportunamente en su abdomen. Aún en esa posición, no había ni rastro de grasa extra en su estómago y casi tuve envidia de su estructura física.

Me aclaré la garganta y volví mi atención a su rostro esperando que no se diera cuenta, aunque tardé unos segundos en concentrarme y recordar la conversación que teníamos.

—Eres un idiota...

—Que me ames es lo más maravilloso del mundo. Pero puedo prescindir de tu amor, más no de tu existencia —declaró.

De acuerdo, habíamos llegado a un punto de no retorno y aunque me costara admitirlo, él tenía razón en muchas cosas. Sinceramente podría renunciar a estar con él si fuera la única manera de mantenerlo con vida. Sólo que el simple pensamiento era una llaga al rojo vivo en el corazón.

—Bien, puede que tengas razón, pero es muy tarde para arrepentimientos —dije señalando mi estómago —. Estamos en esto y no es justo que me alejes, no ganas nada con eso. No me voy a desembarazar.

Vi milagrosamente un atisbo de sonrisa en sus gruesos labios, pero fue casi imperceptible, porque la tortura y el dolor regresaron a sus ojos.

—Jamás tuve tanto miedo hasta que te vi en manos de esa mujer. No soportaría perderte, dulzura. Eres mi vida... —susurró roncamente.

Hice un ridículo puchero, y me lancé hacía él para abrazarlo con fuerza.

Me recibió abriendo sus piernas para que pudiera acomodarme en medio de ellas, y me rodeó con uno de sus brazos por la cintura y la otra mano sujetó mi nuca, cuando escondí mi rostro en la curva de su cuello. Aspiré hondo el aroma natural de su piel, mezclado con la fragancia de su loción y pude notar el ligero toque ferroso de la sangre, aunque no me importó.

Disfruté de la calidez de su abrazo y por fin pude respirar con tranquilidad al dejar las dudas sobre sus sentimientos por mí. Quería culparme de dramática, pero no sería justo para mí. Puede que hayan sido solo unas horas las que me sentí rechazada por Lusian, pero dolió hasta los huesos. Además que era muy probable que parte de esa ansiedad hubiera sido generada por el estrés al que fui sometida gracias a la agresión de esa mujer y la amenaza que sabía suponía Enzo para nosotros. Y no iba a quitarle créditos a Lusian por lo idiota que podía llegar a ser a veces.

Me besó la frente y fue como si me besara el alma. Después, con toda la delicadeza y ternura del mundo besó la comisura de mis labios y acarició mi mejilla con la punta de su nariz.

Sonreí, olvidándome por unos segundos de la situación en la que estábamos obligados a vivir y besé del mismo modo su mejilla, demorándome un poco al rozarla con mis labios en pequeños círculos.

—No puedes volver a apartarme como lo hiciste. No sabes lo mucho que necesitaba esto —murmuré entrecortadamente.

—Tú deberías dejar de pensar que todo lo que busco es sexo —exigió y me dio un beso en la sien —. Claro que iba a quitarte la ropa, porque me encanta verte desnuda, pero no iba a hacerte el amor. Quería cuidar de ti. Necesitaba cuidar de ti, meterte a la ducha y lavar la suciedad que dejó ese espécimen por haberte puesto sus asquerosas manos encima. Eres tan sagrada, que ni siquiera yo debería tener permitido tocarte —confesó recargando su mejilla en la mía, apretando más su brazo entorno a mí.

Sin querer logró hacerme sentir culpable por haber dudado de sus sentimientos hacia mí. Era lo último que me faltaba, pero en retribución, le daría lo que quería.

—Puedes hacerlo ahora, Lu. Pero si me dejas hacer lo mismo. No deberías llevar encima las manchas de la muerte. Nadie merece eso —musité y tragué saliva con dificultad al sentirme invadida por un montón de emociones contradictorias.

Aunque sabía que mató para mantenerme a salvo, no imaginaba cuan perturbador podría ser llevar una lista de muertes en tu historial. Y es que no sólo había sido la vida de Zarah la que había tomado Lusian. En el pasado, mató a un demonio, y pese a que fue necesario, nadie debería estar obligado a hacer ese tipo de cosas que manchan el alma.

En silencio Lusian se levantó y me ayudó a poner de pie ofreciéndome su mano y nos llevó hasta el baño. Abrió la llave de la bañera y dejó el agua correr, mientras me quitaba lentamente la ropa, empezando por mi blusa y terminó con mis pantaletas, dejándome completamente desnuda ante su tierna mirada.

Yo hice lo mismo, aunque sólo tuve que deshacerme de sus prendas inferiores.

Cuando la bañera estuvo lo suficientemente llena para que cubriera casi por completo nuestros cuerpos nos metimos en ella.

Agradecí la sensación del agua tibia tocando y purificando mi piel.

Lusian se acomodó con la espalda recargada en la bañera y yo me senté entre sus piernas, adorando el poder apreciar su cuerpo tonificado contra mi columna. Eché mi cabeza hacía atrás, recargándola en su hombro y cerré los ojos cuando una de sus manos comenzó a frotar lentamente uno de mis brazos.

No sabía que me sentía tan sucia hasta que Lusian hizo aquello, como si estuviese quitando una gruesa capa de tierra pegada a mi piel, que pesaba.

Después puso especial atención en mi cuello, siendo tan minucioso como se podía ser, hasta que pareció quedar satisfecho y entonces comenzó a mojar mi espalda, con la ayuda de una esponja.

Poder volver a conectar emocionalmente con Lusian me quitó una gran carga de encima. Me asombraba que más allá de su habilidad para poder sanar mis heridas físicas, podía ayudarme a sanar por dentro, porque, si hacía memoria, desde el primer día lo hizo, sin esperar nada a cambio. Me gustaba pensar que el hombre a quien tantas mujeres aborrecían y muchas más deseaban como un trofeo, me amaba de la manera más linda y pura.

—No dejo de pensar en lo que hubiera pasado si Daniel no hubiera llegado —dijo al cabo de unos minutos en silencio.

Volteé la cabeza para mirarlo.

—Sé que lo hubieras resuelto, mi amor. No te tortures más con eso —le sonreí tranquilizadoramente y le di un rápido beso.

Volvimos a quedarnos en silencio, pero un silencio que me llenó de satisfacción. Se había vuelto abrir para mí y eso era mucho más placentero que tener multiorgasmos. Bueno, casi tan placentero.

Mientras tallaba mi espalda con una esponja suave llena de jabón, me dediqué a limpiar todas las impurezas de su mano, esa con la que tuvo que arrancarle el corazón a la hibrida y había quedado manchada de sangre. Di especial atención a sus uñas, frotando sus dedos con un poco más de fuerza hasta que quedó completamente limpia y después me entretuve en su tatuaje, el cual acaricié con la yema de mis dedos, perfilando las líneas que formaban la brújula.

—Me gusta que hagas eso —dijo recargando su barbilla en mi hombro.

—¿Por qué? —Pregunté con una sonrisa.

—Porque es como si me acariciaras el alma —contestó.

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