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Prólogo

Cáncer.

No es una buena manera de iniciar.

Creer en Dios.

Él es muy injusto.

Mamá está llorando porque papá la dejó.

Pero yo no sé la razón del verdadero por qué.

Quiero vivir.

Pero la vida no se ve suficiente.

Un adolescente dolido es en lo que se basan muchas cosas.

La vida no es un juego de azar.

Nunca supe por qué verdaderamente existimos. Parece no importar.

—Gerard —cierro los ojos. Es mamá quien llama—. Vamos a llegar tarde.

Pero no me interesa llegar tarde. Es tarde de cualquier forma. Es tarde para todo. No recuerdo ni una sola vez el haber llegado temprano a algún sitio, la mayor parte del tiempo no vale la pena.

Estamos hablando de mi madre, ella no da su brazo a torcer tan fácilmente.

—Ve tú, mamá.

—Gee-

—Quiero quedarme. No me gusta estar allá.

Ella está de brazos cruzados, y la habitación es sumamente lúgubre. Estar vestidos de negro sólo lo hace más tétrico. No deberíamos estar vestidos de negro.

—Él te necesita.

—Él va a morir —no giro a verla. Pero sé que eso le ha dolido—. Ya acéptalo, Donna. Y no quiero ver su cara cuando le digamos.

Sus lágrimas dan paso largo hasta su cuello, pasando por su papada colgante. Pura piel con tristes líneas de expresión, Donna está muriendo. Como todos.

—Hijo... —enuncia en un hilo de voz. Me siento inhumano cuando no tengo sensación ante eso. Sin vida.

Pero yo estoy sin vida desde hace mucho tiempo. Es sólo un cuerpo. Uno desechable. Uno prefabricado. Me hace odiarme.

Me odio.

Tan patético.

—Estoy ocupado —es mi respuesta. No desvío mi mirada del computador frente a mí. Mi habitación representa lo que hay dentro de mí. No hay absolutamente nada, habiéndolo todo—. Dile a Mikey que mando saludos.

—Es tu hermano, Gerard —murmura llegando a mi lado. Sin embargo, mi piel se eriza cuando su mano se posa sobre mi hombro—. Y te necesita. Él te necesita, Gee...

Me siento tan escaso. Tan petulante. No hay nada que me haga volver a sentir los pies sobre la tierra. Todo es..., sin sentido. Todo ha perdido el gran sentido.

Quiero ser alguien. Quiero que mi hermano esté bien. Quiero que mamá sea feliz. Quiero que la abuela esté con nosotros. No quiero estar vestido de negro. No quiero pararme nuevamente ante una lápida. No quiero despedirme de nadie más.

Quiero creer en Dios. No quiero estar enojado con él. Quiero escuchar música muy alto. Llamar a Ray, invitarlo a quedarse en casa. Quiero llamar a Bob, para que en su auto nos lleve a donde deseemos, porque él ama conducir.

Quiero una familia. Quiero un perro y que todo esté bien.

Quiero mi vida de vuelta.

Luego de un suspiro más parecido a un torpe jadeo, le asiento. Mi mamá no merece mi mierda de vida. Por más que creo que es su culpa. Tú tienes que ser jodidamente capaz para poder darle la vida a una persona, sabiendo lo mierda que es este mundo. Sabiendo lo injusto que es todo. Como nada tiene sentido, como no puedes ser feliz.

—Está bien. Pero déjame cambiarme. Mikey no querrá verme así.

—Gracias —besa mi frente, dejándola húmeda por sus lágrimas antes de salir de mi habitación.

Me duele la cabeza, tengo el rostro hinchado tanto como mamá, quiero lanzarme a la cama y dormir tres semanas. Quiero... Todo es querer. Quiero estar en el lugar de Mikey. Él no merece nada de esto. Él es una buena persona. Él da los buenos días en el ascensor, él cuida al perro de la vecina y dibuja conmigo.

Mi hermano merece vivir, él no merece tener esa horrible enfermedad.

Quiero extinguir el cáncer.

Aunque le he empezado a llamar "la palabra con C".

Me visto con lo primero que cruza mi vista, evitándome los regaños de mi madre sobre mi vestimenta no siendo adecuada para una clínica. Pero me importa una mierda. Estoy siendo egoísta. Mikey me necesita y yo sólo pienso en mi desgracia.

Llegamos al hospital veinte minutos después. He lavado mi rostro, peinado mi cabello hacia los costados con mis manos mojadas, y también ensayo respiraciones. No hay más sollozos cuando le hablo a la enfermera. A ella también la odio.

Llegamos a la habitación donde está Mikey, él está dormido. La única cosa haciéndome saber que mi hermano sigue vivo es la máquina de pitidos que anuncia que su corazón sigue latiendo, más los cables y su pálido y demacrado rostro me dicen todo lo contrario. Mi hermano está muriendo.

Entonces me permito tomar la silla del hospital, entrelazar su mano cuidadosamente entre la mía y esconder mi rostro en el hueco hecho por mi otro brazo sobre la cama.

Me quiebro de nuevo.

La vida es muy injusta.

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