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Capítulo 3








—Lo harás bien, Gee.

—Todo saldrá bien, amigo, calma.

—Ánimos, Gerard. Sabes que esto es pan comido.

—Arriba, amor, no debes preocuparte. Esto es lo tuyo.

Y los comentarios de mis amigos siguieron su curso. Con una exhalación cargada asiento y los veo sonreírme, tal cual siempre. Como si no se cansaran de alentar a un hijo de puta. Me encamino al escenario tras mi jefe, el cual suele llevar a cabo cada subasta realizada en la galería. Me regala un asentamiento con la cabeza y es cuando decide dar inicio al evento.

Firme me poso a un costado con mi vista fija en mis amigos. Parece que no importa cuán bueno e inmaculado yo sea, los nervios son una cuestión inevitable. Incluso Vic ha conseguido tranquilizarme con su sonrisa de los mil demonios que sólo Kellin y Bob han sabido tolerar. Kellin por su eterno enamoramiento y Bob porque lo tolera todo, es como su don. En cambio Ray, él siempre decide ser callado cuando conviene, y puedo asegurar que es una de las facetas que más aprecio de él.

Las palabras egresadas por mi jefe las sé de memoria, son las mismas palabras que dan inicio a cada subasta. Porquería escuchada por los últimos tres años es igual a Gerard descaradamente desinteresado. Sólo quiero ver mis cuadros adornando paredes ajenas, dándole sentido a un espacio vacío. Es lo que hago, o en palabras de Ray: es lo mío.

Despego mi mirada de mi grupo de amistades para admirar mi trabajo. Bob me ha convencido de hacer una réplica exacta del retrato de Mikey. Según él ha sido lo más artístico que he elaborado en meses, y Victor patentando su iniciativa sólo hizo que mi novio y el suyo se unieran a la manifestación, haciéndome saber luego que fue porque ha salido de mi alma. Es lo más artístico porque lo he sentido. Y puede que tengan razón.

Suponía ser un regalo repentinamente exclusivo para él, para Bob, pero el que solía ser el primer y único novio de mi hermano posee el convencimiento que haría al Papa amante del porno gay si así lo desease. Por lo cual en mis dos semanas de arduo trabajo para las cinco obras subastadas esta noche, el retrato de mi difunto hermano menor  se destaca en el sitio correcto para ser exhibido ante las autoridades; en el centro de todo. Siendo el más grande, el más resaltante, y el más importante. Para mí.

El público está en silencio, mi semblante es serio y la subasta comienza con el primer cuadro. Uno simple, a mi parecer. Me he inspirado en la muerte y he intentado representarlo con colores oscuros, con un severo toque de tonos suaves y claros al final de ello.

Algo representando la vida después de la muerte.

El primer cuadro es vendido en quince minutos, recibo aplausos a los cuales respondo con una mueca y un mohín. No significa nada, pero al parecer para ellos sí. El segundo y tercer cuadro no son muy diferentes al primero, es prácticamente lo mismo, representando de manera totalmente diferente. Sólo me bastó la opinión de Ray y la aprobación de mi jefe para presentarlos a mi nombre. Después de todo, era lo que realmente interesaba.

El cuarto cuadro es especial, va en representación al amor a distancia. Una persona en tierra, la otra en el cielo. Mikey y Bob. Nació por el simple hecho de que cada vez que Bob menciona a Mikey se refiere a él como su novio, Kellin le preguntó una vez el por qué seguía refiriéndose a él como tal y Bob respondió que Mikey seguía siendo su novio, sólo que estaban en lugares diferentes.

Yo sólo escuché atentamente a su conversación, fue lo suficiente para querer pintarlo. Es la subasta que mi jefe ha tenido meses planeando, las personas más importantes y adineradas de Nueva York han asistido, todos deseosos por el buen arte del gran y joven Gerard Way; y yo he decidido dedicárselo a mi hermano.

Donna sí que estaría orgullosa de éste imbécil gay.

—Damos paso al quinto y último cuadro —señala Matthew, mi jefe, al retrato de Mikey a carboncillo—. Un misterioso personaje abarcando el lienzo, detalles originales realizados a carbón, empezando por un valor de 350 dólares. ¿Alguien da 400?

—400 —varias manos son levantadas. Son precios justos, lo hemos discutido. Siempre he estado de acuerdo con ellos, en esta subasta ya he hecho un poco más de dos mil dólares, y es suficiente.

—Tenemos 400 de este lado, ¿quién da 450?

—600 —una voz resalta entre las demás, mi vista va fija hacia donde proviene. No puedo ver el rostro de la persona. Una boina beige y cabello azabache largo llegando a los hombros esconde parte de su rostro, impidiéndome indagar más allá.

—Muy bien, subimos la cifra a 600 —sonríe Matt en asombro. Este tipo también se ha vuelto un buen amigo, o es lo que he intentado. Comprende mi trabajo y es lo que agradezco, ¿pero quién demonios pagaría más de 600 dólares por una pintura de modelo no identificado?—. ¿Alguien sube a 650?

—650 —unos se han retirado, otros siguen en el juego, pero el hombre de boina no se retira. Mi ceño se frunce tras alzar una ceja. Lo miraría en todo instante hasta que su rostro se diese a conocer.

No todos están dispuestos a pagar grandes cantidades por obras sublimes. Él lo está haciendo. No tiene ni la menor idea de qué representa el cuadro, pero no da su brazo a torcer.

—650 a la izquierda, ¿quién da 700?

La cifra aumenta cada vez más, y parece no querer desalentarse. Matt tiene una sonrisa en su rostro, y puedo ver que tanto mis amigos como los demás trabajadores de la galería también están sorprendidos y entusiasmados. Sigo expectante, no sé adónde llegará esto. Dejo que Matt continúe con su trabajo.

—800 —y el hombre de la boina vuelve a atacar, mis ojos se abren en sorpresa, sin dejar de fruncir mi ceño. Algunas exclamaciones se escapan de alguna parte, presiono mis manos entrelazadas tras mi espalda.

De unas siete personas, tres se retiran y quedan otras cuatro, el de la boina incluida. ¿Quién se cree este tipo? ¿Qué tan importante es mi pintura? ¿Por qué se ha empeñado tanto?

— ¡800! ¿Quién da 850? ¿O prefieren 900 de una sentada? —bromea mi jefe, casi con una sonrisa burlona. Ya es un precio poco estimado, sólo las personas dementes comprarían un cuadro mío en más de 550 dólares. Todos lo sabemos. Hablamos sobre esto, yo estaba de acuerdo con los precios, era lo justo.

Dos de cuatro personas desisten, quedando sólo una señora mayor junto a aquel hombre. La anciana parece tampoco dar su brazo a torcer, y el hombre es duro de roer desde el primer momento. Entrecierro mis ojos, es un hecho que ahora necesito saber de quién se trata.

—975 —es la anciana quien eleva su voz, y me veo perdido por un segundo. Eso es mucho dinero.

— ¡975 dólares ofrecidos por la señora de azul aquí presente! —exclama Matt apuntando a la señora que bien tiene una expresión de satisfacción. Estoy apunto de detener a Matt. Esto está yéndose fuera de mis manos—. ¿Está dispuesto a aportar 1.000 dólares, señor?

Sé que le habla tipo de cabello largo con la boina, es él quien se pone de pie y retira todo lo que me impide apreciar su rostro, aclara su garganta antes de pasar sus mechones de cabello tras sus orejas.

— ¡1150 dólares! —hace un megáfono con sus manos—. ¡En efectivo!

— ¡1150 a la una, 1150 a las dos, 1150 a las tres...! —el martillo resuena contra la madera haciendo eco—. ¡Vendido al señor de negro!

Mis ojos se abren a la par de mis labios, y cuando los aplausos resuenan me uno a ellos casi de manera inconsciente. Eso sí es mucho dinero, demasiado dinero. A pesar del ruido que se comienza a hacer en el lugar como siempre sucede una vez la pintura es vendida, yo no despego mi vista del extraño. Bajo del escenario caminando hacia mis amigos.

Yo lo conozco, pero no recuerdo de dónde. No recuerdo dónde lo he visto, pero lo conozco. Conozco al hombre que compró el retrato de Mikey en 1150 dólares, algo que nunca ha pasado. Mis manos pican y no exactamente por el sudor, mis manos no sudan. Conozco sus facciones, está sonriendo. He visto esa sonrisa. Una mandíbula marcada, piel perfecta; el vello facial aun no le es digno. Cabello negro, lacio.

Ojos avellana.

Los he dibujado antes.

— ¡Gee! —Kellin llega a mi lado haciéndome girar hacia él, recibo abrazos de todos, pero no quiero perder al hombre de vista.

Lo he dibujado antes, muchas veces.

Abrazo a Bob y hasta a Vic cuando mi jefe se retira luego de felicitarme. Veo que el hombre le sigue a sus espaldas, seguro para hacerle entrega del cuadro. Lo veo girar en mi dirección, hacemos contacto visual por medio segundo antes de que Ray estampe sus labios contra los míos.

Entonces desaparece.

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