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Capítulo 2

Mi cabeza gira a Bob, está tan enojado que podría demoler un edificio sólo con su mirada, y su rostro está tan rojizo que si explota no me sorprendería, habría restos de su cerebro por todas partes en tres, dos...

—Nadie lo conocía. Todos siempre como jodidos hipócritas idiotas con maldita lástima —su lengua se enreda—. Me enferman.

Prefiero ignorarlo, pero no quita que no le dé la razón. Todos son tan cínicos, creyendo que sólo por venir a un funeral todo estará bien. Hijos de puta. Ray tampoco piensa diferente, pero también prefiere callar. Si habla sólo botará fuego por la boca y todos lo sabemos. Dos funerales en menos de seis meses, hemos batido récord. El negro es un color que detesto, pero que aun así podría vestir todos los días. Estaría de luto por el resto de mi vida. Al parecer lo tengo merecido.

—Todos dan asco —oímos una voz a nuestras espaldas. Mis amigos voltean para ver de quién se trata, pero yo no lo necesito. Reconocería esa voz a millas, incluso si fuesen sólo murmullos—. Sólo piensan en quedar bien y tener algo de lo qué hablar al final del día. Como si su lástima lo fuese a traer de vuelta y de esa manera quedar en paz con Dios —bufa—. Imbéciles.

Bob y Ray despegan su vista de él regresándola al frente, en donde un grupo de personas se acerca a mi madre quien ni siquiera puede mantenerse de pie. No me giro, pero él da la vuelta hasta estar frente a mí. Sus ojos avellana que he dibujado incasables veces colisionan con los míos. Ni siquiera recuerdo el color de mis ojos en este momento. El brillo que siempre suelo verle no está.

—Yo conocí a Mikey —me dice—. Realmente quisiera decir algo más que no sea lo mismo que el resto, ser uno más es terrible. No supe mucho de su enfermedad, pero no era lo que interesaba. Era él lo que interesaba.

Bob lo mira tanto como Ray y yo, sabe que no le puede decir nada, Frank está en lo correcto. Frank siempre está en lo correcto. Entonces el novio de mi hermano se quiebra nuevamente, debe salir corriendo de ahí. Ray sale tras él y yo me quedo solo junto a él.

—Gerard-

—Gracias por venir, Frank. Te lo agradezco.

Giro sobre mis talones y comienzo a caminar al lado contrario de la casa. Ni siquiera cuando vuelve a llamarme me detengo, mucho menos cuando su mano toma mi brazo. No deseo saber sobre nadie ahora mismo. Me pierdo entre la gente.

Va en contra de los últimos deseos de Mikey, y sé que lo he decepcionado nuevamente; pero Frank ya no interesa.

                              *  *  *

10 años después.

Miércoles. Septiembre 02, 2015.

El sonido de la pluma en manos de mi compañero de trabajo me estresa. Resuena por todo el lugar y yo sólo quiero hacer que pare, maldición. Lo soporto otro par de minutos hasta que mi mano se posa en su muñeca, agradezco que sepa que se trata sobre el ruido molesto y que no tengo que decir nada. No quiero tener que hablar. Regreso a mi trabajo, el lienzo está quedando justo como no quiero. Chasqueo con mi lengua hasta que Vic aparece a mi lado lanzando un silbido mientras sostiene su taza. Ruedo los ojos.

—Eso no se ve para nada bien —disiente sin dejar de mirar—. En mi opinión profesional, te recomendaría echarlo a un bote y prenderle fuego. No estás nada inspirado.

—Tampoco tengo nada de paciencia ahora mismo, Vic. Te agradecería el no molestarme.

—Tu voz sonó gruesa, ¿estás tomando algo? —su curiosidad me es absurda y enferma. Siempre que pido que no hable hace todo lo contrario. Le lanzo una mala mirada, esas en donde arqueas tu ceja pero al mismo tiempo frunces el ceño y presionas tu mandíbula. Él se disculpa enseguida. Siempre funciona.

No quiero seguir mirando mi mal trabajo. La gente no suele pagar por esta porquería. Dejo mis pinceles a un lado. Tomo el marco y sin importarme que mis manos se manchen de pintura, arranco el papel, haciéndolo una bola y tirándolo luego al bote de basura. A paso rápido lavo mis manos y ya estoy colocando un papel nuevo al marco para comenzar nuevamente.

— ¿Qué te está pasando hoy, Gee?

—Victor, ¿qué parte de que no quiero que me molestes no comprendes? Estoy intentando trabajar.

No le grito pero mi voz es ronca y firme. Le hace saber que no estoy para juegos, pero éste imbécil nunca escucha, por lo cual sigue hablando sin importar lo mucho que me cabrea.

—Eres de los mejores de esta jodida galería, Gerard. Tus cuadros son los mejores, y en las subastas se venden como pan caliente. Es casi un privilegio compartir oficina contigo, pero todo eso se va a la mierda cuando abres la boca.

Primera razón por la que prefiero el silencio y siempre callar. Añoraría el silencio por el resto de mis días.

—No es la primera vez que pienso en pedir una oficina para mí, Vic. Tú sólo tienes suerte.

—Vaya suerte —sus cejas se alzan con ironía. Observo el papel blanco un buen rato hasta que escucho su taza chocar contra la superficie del escritorio como si fuese el sonido de un tambor y sus pasos que deberían ser inaudibles se dirigen a mi dirección. Frota mis hombros apretando con fuerza—. Sé qué día es hoy, Gee. Dibuja lo que sientes, o la primera imagen que cruce por tu mente al pensar en este día. Elige un método, y sólo plásmalo. Te servirá.

Palmea mis hombros y se da la vuelta, regresando a su puesto de trabajo. Bajo la cabeza soltando un jadeo sordo, sintiendo las palabras de Vic. Desde que comencé a trabajar en esta galería, él ha sido mi compañero de trabajo. ¿Por qué no he pedido un cambio a nuestro jefe? Fácil: uno de mis mejores amigos es su pareja.

Sí, vivo rodeado de gays.

Sin embargo, lo escucho. Vic me conoce, por encima, pero me conoce. Sabe que si no dibujo o pinto lo que siento, entonces todo mi trabajo resultará una bazofia. Es por ello que soy considerado uno de los mejores en ésta galería y mis cuadros son bien vendidos. Nunca me emocionaba el hecho, después de todo, sólo era mi trabajo.

Los únicos que siempre me alentaban con que siguiese adelante así mis emociones estuviesen tres metros bajo tierra eran Ray, Bob y Kellin. Me rogaban por algo de expresiones que nunca estaba dispuesto a dar, al menos no en público. No era necesario.

Tomo una larga inhalación y doy una lenta exhalación. Plasmar la primera imagen que cruce mi cabeza al pensar en este día. Desmonto el cuadro, moviendo el marco fuera del trípode para colocar el block de dibujos a escala. Una nueva página en blanco es todo lo que parezco necesitar.

Me relajo, y dejo que mis sentimientos sobresalgan, sólo para mí, sin que ni siquiera Vic forme parte de ello. Me pertenecen. Tomo el carboncillo y tras vacilar un poco, cierro los ojos. Entonces los abro y mi mano derecha comienza a formar líneas. Vic me observa desde su puesto, sé que lo ha estado haciendo todo este tiempo. Suele dejarme en paz cuando estoy realmente concentrado, pero muy pocas veces se detiene a observar o muy pocas veces lo dejo hacerlo.

Realmente no me interesa mostrar esto. La razón la desconozco, pero la imagen que me he creado ha sido tan clara. Tenía que plasmarla antes de que desapareciese para siempre.

Para cuando el reloj marca un cuarto para las seis de la tarde, mis manos están completamente cubiertas por carbón, al igual que mi camisa y mis pantalones, probablemente también mi rostro, pero no le presto atención; las últimas dos horas se han basado en mí haciendo un retrato. Pero no un retrato cualquiera. Este es un retrato que vale más que cualquier otro, y cuando la puerta de la oficina se abre, enseguida sé a quién debo obsequiarlo.

Con suerte logro cubrirlo con una manta antes de que alguien pueda verlo además de Vic, quien apenas si se ha movido. Lo he terminado hace una media hora, pero al ser perfeccionista, los detalles son realmente importantes. Bob se adentra a la oficina con una sonrisa de costado, Ray le sigue y Kellin corre hacia Vic como si su vida dependiese del Mexicano. Le regreso la sonrisa a Bob y le regalo un abrazo. Siento unos brazos rodearme luego, me giro encarando a Ray.

—Tienes el rostro manchado de pintura —pasa su pulgar por un costado de mi nariz. Besa el espacio luego.

—Es carbón, intentaba hacer algo diferente —le explico, recibiendo sus labios de manera gustosa casi al instante. Bob aclara su garganta.

—No quiero ser inoportuno, par de tórtolos, y le hablo a ambas parejas —hace énfasis, dirigiéndose a Kellin y Vic en la silla giratoria. Siempre conseguían fastidiarlo, era entretenido—. Pero tenemos algo que hacer y ya se hace tarde. En esos lugares suelen robar a personas, así que debemos apurarnos si queremos permanecer con nuestras pertenencias.

—Sí, ya estoy acabando aquí —señalo saliendo del agarre de Ray—. Esperen abajo, iré enseguida.

Dejo un último beso sobre los labios de mi novio antes de verlo salir con Kellin al que ni siquiera he tenido la oportunidad de saludar, pero qué importa. Antes de que el rubio salga de la oficina, lo llamo.

—Tengo... Un regalo para ti —le digo caminando de espaldas. Él entrecierra sus ojos extrañado. No suelo regalar obras sólo porque sí, pero se trata de Bob. Esto es algo que él merece.

—Un regalo... —me mira con desdén—. Para mí.

—Sí, para ti. Cierra los ojos —le pido, él sin muchas ganas lo hace. Tomo el papel fuera del block y lo enrosco hasta guardarlo en un estuche especial—. Ten.

Sus ojos se abren y de mí su vista se posa en el estuche que le tiendo.

— ¿Una de tus pinturas? No entiendo, Gerard.

—No lo veas hasta que estés en casa. Pensé en algo y sólo lo dibujé. Creo que tú deberías tenerlo.

Él presiona sus labios y asiente, me agradece por lo bajo y tras un apretón de hombros lo engancha a su hombro por la tira, se encamina a la puerta. El lugar está algo desordenado, tendría que venir mañana por la mañana a encargarme. Con las manos limpias, chaqueta puesta y las luces apagadas salgo de la oficina. Esperando en el auto está sólo Ray, Kellin sabe lo que haremos, por lo cual ha decidido llevarse a Vic con él. Es lo que le he pedido el día anterior, no se opuso, al menos.

Subo al asiento de copiloto junto a Ray, Bob va en la parte trasera, como siempre. Vamos en silencio, siento a Ray entrelazar mi mano con la suya, deja un beso en el dorso y le sonrío. Cuando paramos frente a la floristería que Bob se baja del auto, su curiosidad se desborda.

— ¿Cómo estuvo tu día?

Es algo que me pregunta todos los días, pero en esta ocasión lo veo temeroso de preguntar. Comprendo el porqué.

— ¿Cómo estuvo el tuyo?

—Pregunté primero, amor.

—Pues —suspiro—, estuve algo tenso. Quizá traté un poco mal a Vic...

—Cómo cosa rara —sus ojos ruedan levemente, sacándome una mueca.

—Puede ser bastante irritante cuando se lo propone.

—Lo sé. ¿Le regalaste a Bob una de tus pinturas?

—Es una especial. No planeaba regalársela hasta que entró a la oficina. Es un retrato a carboncillo. Simple.

— ¿Retrato? ¿De quién?

No se me da el tiempo de contestar, Bob llega de nuevo al auto y me pasa los cuatro girasoles. Robo un beso de sus labios.

—Prometo decírtelo luego.

Él suspira sin más, y arranca el auto hacia nuestro destino.

Es ese día del año nuevamente. El décimo. Las calles hacia el cementerio cada vez son más tétricas a mi pesar. De haber sido fin de semana hubiésemos venido más temprano, pero nuestras vidas parecen prevalecer. No nos toma tiempo el llegar a donde queremos. Ray se estaciona y me da una de esas miradas de compasión, pero la desvía enseguida. Sabe que no me gusta.

Bajamos uno tras otro y no hace falta que ellos me sigan a mí, todos sabemos hacia donde dirigirnos. Disminuimos el paso cuando estamos frente a la lápida. Es Bob quien se inclina a retirar los restos de césped y polvo que hay sobre la cerámica caliente. Entonces cada uno pasa dejando un girasol en el pequeño florero del medio, retirando el viejo girasol marchito del año pasado. Los tres quedamos observando el nombre de Mikey bajo un montón de mentiras que los tres odiamos al segundo de haberlo leído.

"Michael James Way. Septiembre 10, 1991- Septiembre 02, 2005. Querido hijo, hermano y amigo".

Porquería. Él fue mucho más que eso, todo el tiempo. No fue sólo un hijo, fue el mejor de los hijos, tampoco fue sólo un hermano o un amigo, fue el mejor de todos. Todo lo que Mikey era, era el mejor. Y en el caso de Bob; el mejor novio. Jamás amaría a alguna de sus novias de la misma manera en la que amó a Mikey, todos estábamos conscientes. Incluso él.

—Nadie merece morir una semana antes de su cumpleaños —murmura Ray—. Siempre lo he dicho y siempre lo diré.

—Si hubiese sido cinco meses antes no hubiese sido diferente, Ray —ladea Bob, y quiero genuinamente sonreír, a pesar de los años, el rubio seguía tropezándose con sus palabras.

—Hubiese muerto de igual forma —murmuro con mi vista sobre la lápida—. Han pasado diez años y seguimos viniendo. No lo entiendo.

—En cierta parte no tiene sentido —dice Ray—. No creo que le hubiese gustado.

—Le hubiese gustado —asiente Bob, luego asiento yo. Con las manos en su bolsillo su vista se alza al cielo—. Intentamos no sentirnos solos, Mike. Diez años es mucho tiempo, ¿sabes?

Ray y yo hacemos lo mismo. Usualmente no hablamos, sólo dejamos las flores, nos abrazamos el uno al otro y luego regresamos a casa. Pero al ser el décimo aniversario ha de ser... ¿Especial?

—Necesitamos que tu hermano deje de ser un amargado —ríe Ray—. ¿Recuerdas cuando no lo era?

—No soy un amargado —hago una mueca—. Las personas son muy estúpidas solamente.

— ¿Disculpa? —Ray gira a verme, pareciendo ofendido.

—Menos tú, amor.

Hace un sonido con su garganta y pasa su brazo por mis hombros, deja un beso en mi cabeza y luego con mi brazo atraigo a Bob. Él bufa.

—Sí, Raymond y tu hermano siguen juntos, sólo por si te lo preguntabas —suspira—. Mientras yo te extraño cada día más, mi amor.

El silencio es matador, pero ninguno dice nada más. Nos abrazamos entre los tres y tras una última mirada a la desolada y desgastada cerámica, regresamos al auto. Dejamos a Bob en su edificio, recondándole llevar el estuche con el dibujo. Nos sonríe y desaparece por las puertas de cristal, entonces Ray prosigue a llevarme a mi departamento. Suspira cuando estamos frente al edificio.

— ¿Me pasas buscando mañana? —le pregunto, evitando su mirada penetrante.

—Son diez años, Gee —murmura—. ¿Ni siquiera te hace pensar en llamarla?

—Donna no quiere saber nada sobre mí, Ray. Para ella morí cinco años después de Mikey, ¿recuerdas? Ella me rechazó, y con él también lo hubiese hecho de haber vivido. Sabes que no mendigo el amor de una persona.

—Ya lo sé, pero es tu madre —se encoje de hombros—. En el décimo aniversario sería justo.

—No hablaré con respecto al tema, y consideraría el que tampoco lo hicieras. Me haría sentir mejor —me ve bajarme del auto una vez me ayuda con mis pertenencias—. Mikey lo comprendería.

—Yo lo comprendo —hace un mohín, gesto que regreso cerrando la puerta—. Te paso buscando mañana.

—Bien —comienzo a caminar hacia el edificio.

—Gee —me doy la vuelta.

— ¿Qué?

—Te amo.

Giro mi cabeza a un lado observándolo aun en el puesto del conductor. Tras pestañear una vez me encamino nuevamente hacia el auto, abro la puerta y me inclino hacia delante, apoyando mis manos del asiento y estirando mis comisuras hasta las suyas. Nos besamos hasta que mis piernas duelen y debo irme.

—También te amo —dejo un último casto beso—. Hasta mañana.

Se despide y me ve entrar al edificio, entonces él se va. Subo hasta mi piso y al entrar a mi departamento veo todo. Vacío, como siempre. Habiéndolo todo siempre está vacío. Dejo mis cosas en mi habitación, regresando a la sala después para dejarme caer en el sillón con mi cabeza hacia atrás y mis ojos cerrados. El sonido de una llamada entrante interrumpe mis pensamientos depresivos. Lo tomo y sin ver el indicador contesto.

— ¿Hola?

—Gracias por el retrato, Gee —es la voz de Bob—. Es increíble.

—De nada, Bobby. ¿Sabes qué fue lo que quise hacer?

—Es Mikey, ¿en una versión mayor? Su... Mandíbula está un poco más marcada, su nariz más respingada y ya no utiliza lentes. Pero podría asegurar que tiene vello facial y ¿eso es una perforación en la nariz? —suelta una risa que imito.

—Siempre quiso una perforación en la nariz y vello facial.

—Lo recuerdo... Mañana haré lo posible por mandarlo a enmarcar, ¿está bien?

—Está bien. Nos vemos.

—Nos vemos. Y no hagas nada estúpido, Gerard, ¿sí? Sería como un favor.

—No prometo nada —suspiro, y lo oigo carraspear.

—Adiós.

Y la llamada acaba.

Cuando Vic dijo que dibujara la primera imagen que cruzara mi mente al pensar en este día, imaginé el cómo podía lucir Mikey hoy en día. Por eso debía plasmarla antes de que se desvaneciera, fue una imagen sumamente detallada. Bob la merecía.

Me dirijo a la cocina y del escaparate saco una vieja botella de whiskey. La miro y tomo un vaso, sirviendo un poco. Lo tomo de un solo trago.

—Tu novio dijo que no hiciera nada estúpido, sé que mañana tengo que trabajar —le hablo a la nada, sirviendo más—. No sé si me escuchas o si me ves, o como sea. No soy feliz, Michael. Intento serlo, que es diferente, pero dejé de serlo hace mucho tiempo.

»Me siento solo, eso no es justo para Bob o Kellin, mucho menos Ray. Raymond es el que menos lo merece. ¿Qué tan egoísta sería pedirte algo de felicidad? No eres mi ángel guardián, ¿o sí? ¿Has hablado con Dios o cómo? Dile que no sea tan duro, Mike. Trato de ser buena persona.

Río con ironía mirando al vaso lleno. Esto es tan patético.

—Al menos ten algo de piedad por mi alma en pena, Mikey.

Sacudo mi cabeza, tomando el líquido alcohólico de una sentada nuevamente. Y así cuatro, cinco, y diez veces. ¿O fueron más? No tengo ni la menor idea.

Sólo sé que diez años es mucho tiempo.

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