Capítulo 13
Peso de conciencia, peso de conciencia, y nada más allá fuera del peso de conciencia.
Mi brazo pasa por el lado contrario de la cama, está vacío. Mis ojos pican y llevo mis dedos a removerlos sobre mis párpados. Me quedo quieto, estoy desnudo, la habitación luce realmente clara para ésta época del año y me da la impresión de que ni siquiera se nota que estamos a nada del fresco octubre. Tras mi silencioso suspiro, rememoro todo lo ocurrido. Sé que ha ocurrido algo, y también sé que me urge recordarlo.
Abro mis ojos y entonces lo veo. Está parado junto a esa gran mesa de noche en donde guardo cosas de las que luego suelo olvidarme, está puesta ahí sólo porque luce bonita y combina con la decoración de la habitación. Está vestido de la cintura para abajo y no tiene su camisa puesta, aun con mi vista borrosa detallo los tatuajes en su espalda. Y casi como si formara parte de ello, mis manos cosquillean. Como si esos tatuajes tuviesen el poder de hacerlas enloquecer para empezar a tocar. Como si les perteneciera su solo tacto.
Sonrío cuando puedo recordarlo todo, ignorando olímpicamente a ese peso de conciencia que vino a mí justo al momento de despertar. Sus besos, sus caricias, su sonrisa, mis dedos enredados en su cabello, su ronca voz gimiendo mi nombre y esa expresión de orgasmo que le había visto muchas veces antes sin la necesidad de tener que acostarme con él. Todo ha sido magnífico. Eso sin pensar en absolutamente nada más, claro está.
Cuidadosamente me siento sobre la cama, a tientas busco mi ropa interior y cuando la encuentro la pongo en su lugar, a paso lento me encamino hacia él. Ha abierto las ventanas, dejando a la luz del exterior colarse al cuarto e incluso a la brisa fresca, doy un pequeño y sordo bostezo frotando mis brazos con mis manos. En ningún momento se percata de mis pasos, parece estar realmente concentrado en los papeles que ha puesto sobre la mesa, y en cierto punto me intriga en lo que sea que su curiosidad haya picado.
Al acercarme lo suficiente, una sonrisita se escabulle por mis comisuras. Dije que dentro de los cajones de esa mesa se encontraban cosas que luego solía olvidar, y entre sus dedos se encuentra la descripción gráfica de ello.
—Sabías que solía dibujarte mucho —murmuro, haciendo que dé un respingón cuando apoyo mi mentón sobre su hombro. Sonrío abiertamente, dejando a mi dentadura relucir. Hago que él también sonría, por lo que lo veo bajar sus hombros con alivio y regresar a uno de los viejos dibujos de él a los 16.
—Sí lo hacía, pero nunca me dejaste ver ninguno. Mucho menos supe el por qué siempre me dibujabas —hace una pausa en la que suena pensativo—. Aunque pensándolo bien, quizás lo de anoche pueda darme una idea.
Da una risita que sigo, posando mi frente sobre su hombro. Siempre he sido más alto que él, incluso cuando en secundaria tenía kilos demás, terminaba siendo más alto que todos, y él no era la excepción. Pero ahora que puedo verlo, su estatura permanece igual, quizá sólo creció unos cuantos centímetros, pero seguía siendo un enano. Acaricio el espacio de su hombro antes de dejar un beso, regresando nuestra atención a los dibujos en hojas desgastadas.
—Yo te escribía notas —admite quedo—, luego pensaba que era una idiotez muy gay y las botaba en la papelera. Nunca fui valiente.
— ¿Piensas que yo sí? Te estuve dibujando alrededor de cuatro años de mi vida. Siempre tuve la perseverancia de que tenía la tonalidad perfecta de tus ojos, y tienes las facciones exactas de lo que un buen rostro puede ofrecer. Tu mandíbula delineada, tu nariz respingada, tus cejas, tus labios y tu sonrisa...
Creo no percatarme del hecho de que, a medida que voy nombrando, mis dedos van repasando los espacios antes nombrados. En un simple momento sus ojos conectan con los míos, y sé que mis defensas están bajas.
—Hay algo que te debo... —murmura, paseando su vista de mis labios a mis ojos, y me encuentro haciendo lo mismo—. Desde hace mucho tiempo.
No sé en qué momento dejo de respirar, pero en cuanto su nariz roza la mía y siento sus labios acariciar los míos, es lo que menos importa. La brisa proveniente de las ventanas abiertas me hace estremecer, le tomo el hilo al beso, correspondiendo a él como si un Coronel le hubiese dado esa orden a uno de sus soldados. Mis manos suben por sus hombros, haciendo un camino hasta su cuello, y cuando su lengua pide permiso para invadir mi cavidad ni siquiera lo dudo; mis dedos vuelven a aferrarse a sus mechones de cabello y sus manos acarician mi espalda, apegándome a él.
— ¿Me debías un beso? —pregunto intentando recuperar mi aliento cuando nos separamos, aun con mis ojos cerrados puedo oírlo sonreír. Y aun sin verlo puedo imaginarlo, necesito abrir mis ojos porque no puedo perderme de algo como su sonrisa. No otro segundo luego de diez jodidos y largos años.
—Te debía un verdadero beso, Gee. Ese que no pude darte en secundaria.
—Decidiste dárselo a Jamia Nestor en el baile de graduación —arrugo mi nariz en desagrado. Recuerdo a Jamia, era una chica bastante dulce, pero ella parecía tenerlo a él, lo cual la convertía en una inmediata arpía para mí.
Nadie se metía con mi hombre... Que no era mi hombre, pero que era mi hombre, primera razón por la que ella no debía entrometerse.
—Ni siquiera asististe a ese baile, Gerard —remueve mi mentón con sus dedos para que lo mire. Es increíble lo estúpido y vulnerable que el solo mirarlo a los ojos me puede causar. Una expresión de diversión se delata en su semblante.
—Bueno, algo escuché.
Su risa hace a sus hombros volver a encogerse.
—Jamia era muy linda y en serio me gustaba. Creía que era el amor de mi vida hasta que razoné las cosas.
— ¿Razonaste?
Sin borrar la sonrisa de su rostro da varios pasos hacia atrás, toma mis manos con sus brazos estirados y comienza a caminar en dirección a la cama. Frunzo el ceño, quisiera saber qué es lo que tiene en mente, pero mientras no lo sepa, entonces lo sigo hasta donde nos dirige. Se sienta en la cama, dejándome parado frente a él.
—Anoche dijiste que la última vez que fuiste activo fue en secundaria con Lindsey Ballato, ¿lo recuerdas?
¿Lo recuerdo? Bueno, recuerdo haber tenido sexo con Lindsey Ballato cuando tenía catorce, casi quince en secundaria, todavía quería convencerme de que me gustaban las chicas y... Eso le dije a él anoche antes de tener sexo.
Me doy un punto extra y un abrazo a mí mismo por recordarlo. Eso sí que era satisfactorio. Le asiento.
»Muy bien. Te pregunté si nunca más pensabas serlo, y tú dijiste... —hace una seña con su mano, incitándome a completar su sentencia. Ladeo la cabeza.
—... Que realmente disfrutaba el ser pasivo.
—Exacto. Un rato después dijiste que yo no tenía cara de pasivo, y yo respondí... —hace la seña nuevamente.
Mis hombros caen cuando me percato de hacia dónde quiere ir. Río por lo bajo, negando con mi cabeza.
—Que era porque no te había visto.
—Touché —hace un mohín, apareciendo mágicamente un condón entre sus dedos. Muerde su labio—. Hazme los honores.
Tiende el condón hacia mí. Irónicamente observo el objeto que me extiende y reprimo una risa igual de irónica, pero creo que jamás fui la clase de persona que suele ocultar sus expresiones faciales.
— ¿Realmente quieres que te folle?
—Sería un placer —murmura guiñando un ojo. Toma mi mano y posa el condón en la palma, entonces se adentra al centro de la cama. Esta vez dejo a mi risa brotar.
— ¿Sabes lo más gracioso de todo esto? —alzo una ceja tras comenzar a bajar mi ropa interior con lentitud.
Se ha acostado entre las mantas y almohadas aun con sus pantalones encima, descansa sus brazos por sobre su cabeza y me regala una mirada expectante. Me abstengo de maldecir; Bob tuvo la razón. De su garganta sale un "uh" a modo de pregunta.
»Que en serio me creí toda la mierda sobre tu "bisexualidad".
—Me dijeron que si quería jugar a ser casual, tenía que poner todas mis cartas sobre la mesa porque no tenía nada que perder. ¿Pues adivina qué?
Termino por bajar mi ropa interior y me lanzo a la cama, gateando hasta quedar sentando sobre su regazo. Me acerco hasta que sus labios rozan los míos.
— ¿Qué?
—No perdí absolutamente nada.
—Bien jugado, Iero.
Lo beso, ahora son sus manos las que se pierden en mi cabello, las mías se deslizan hasta el comienzo de sus pantalones. Debo admitir que no me siento realmente seguro, me refiero a que, han pasado doce años desde la última vez que mi pene estuvo dentro de algo, o más bien, alguien. Pero quiero resaltar el nombre de Frank. No me interesa si él está dentro de mí o yo dentro de él, nos unimos y eso es lo importante.
Sobre todo si lo he esperado desde el primer año de secundaria. No todos lo días tienes ni la oportunidad ni la suerte de follarte a Frank Iero. Ni siquiera yo cuento con esa certeza.
No trae ropa interior, facilita mi faena. Poder observar cada uno de sus tatuajes sin ningún obstáculo como aquella chaqueta verde de la que me quejé un par de veces me hace suspirar. Él retira mi bóxer y es cuando sé que debo tomar mi trabajo en serio, debo ser el mejor activo tal como me considero el mejor pasivo.
Eres tan patéticamente gay, Gerard.
Tras dejar un beso en su muslo, me dirijo a una de las mesas de noche y extraigo un envase de lubricante de la gaveta. Quiero creer que el tema de la bisexualidad no fue sólo algo para despistarme y que él de verdad necesite preparación, de lo contrario no sabría cómo sentirme al respecto.
Lo veo abrir sus piernas justo cuando termino de colocar el condón en su lugar, con esa mirada seductora que lo caracteriza. Lo dije y lo vuelvo a repetir: no hay absolutamente nada más sexual que Frank.
Vierto lubricante en mi mano ocupándome primero de mi creciente erección y entonces de su entrada. Decido adoptar la misma posición que él la noche anterior; con esfuerzo mi mano izquierda cae a un lado de su cabeza y mis dedos de la derecha bajan a su entrada lubricada.
Su expresión de placer aparece de inmediato, incluso muerde sus labios reprimiendo los gemidos, y al parecer estoy haciendo un buen trabajo. Nota mental: ser activo más seguido. Mi erección está por estallar.
—Gee... Gee —su mano va a mi brazo, deteniendo mi acción—. Estoy listo. Hazlo ahora. Ya.
Obedezco, no hay necesidad de hacerlo esperar si yo necesito esto tanto como él. Ambas de mis manos van a cada lado de su cabeza una vez me alineo a él, y embisto con suavidad, lanzando el primer jadeo por ambas partes. Sus piernas van a rodear mi cintura, entonces mis codos toman el lugar de mis manos, dejándome lo suficientemente cerca para colisionar sus labios con los míos.
Mis movimientos comienzan, y de nuevo siento lo mismo de anoche. Comienzo a pensar que se trata de Frank y no del acto en sí. No me toma nada aceptar esa conclusión.
—Gee —gime, sus manos viajando hacia mi rostro. Muerde mi labio inferior con soltura—. Mírame, no pierdas el contacto visual. Me gusta que me mires. Me gusta mirarte.
Asiento una sola vez antes de besarlo con fuerza y hacer mis embestidas más rústicas. Lo escucho gemir, haciendo su cabeza hacia atrás. Su escorpión me llama, siento la extraña necesidad de besar ese espacio, así que dejo a mi lengua, labios y dientes hacer su trabajo.
Sus manos se deslizan por mi espalda y entonces mi trasero donde decide clavar sus uñas. Junto nuestras frentes y me preocupo de no perder ni un ápice de sus orbes avellana; jamás había disfrutado tanto el observar un par de ojos y besar unos labios. Y al ver a Frank, me pregunto si Mikey estaría orgulloso de mí.
Lanzo un fuerte gemido cuando me corro en el condón, un par de fuertes embestidas y el tatuado está acompañándome en el asombroso climax. Vuelve a besarme y me dejo caer sobre su pecho, escuchando el fuerte latir de su corazón. Quedamos en silencio por un largo rato, recuperando todo aquello que perdimos en el momento. Sus manos acarician mi cabeza, por lo que sé que no se ha vuelto a dormir, así que yo hago todo lo posible por mantenerme despierto también.
—No tienes idea de todo lo que hubiese dado por hacer esto en secundaria —murmuro trazando la cierra tatuada en su brazo izquierdo con la yema de mi dedo. De entre sus dientes sale una risa.
—De haberlo sabido te hubiese dejado hacerlo en el baño. O en la biblioteca. Incluso en la sala de profesores.
Río girando mi cabeza, acaricio su pecho con la punta de mi nariz. Acomoda la almohada bajo su cabeza, con sus dedos alza mi mentón. Es un ángulo perfecto para verlo. Creo que la atracción de todo son sus ojos, junto a su nariz. Jamás tendría una nariz como la suya, tampoco la quiero; sólo en él puede causar efecto.
—Quieres decir algo —susurra analizándome con su mirada—. Dilo.
No sé cómo supo el que yo quiero decir algo, pero está en lo correcto. Tengo este nudo en la garganta que no me deja articular correctamente las palabras adecuadas. E incluso cuando creo encontrar la manera; mi cabeza se vuelve a una página en blanco.
Y queda sólo una cosa por decir:
—Gracias por regresar a mi vida. Me dieron otra oportunidad para seguirte. Así que te doy las gracias por comprar ese retrato de Mikey y regresar a mi vida.
Él suspira, no tiene una expresión concisa sobre su semblante, pero cuando voy a desistir y regresar mi cabeza a su pecho para oír su corazón latir y seguir trazando sus tatuajes, una sonrisita se muestra. Es un simple estirón de comisuras, pero hasta su nariz se vuelve más pequeña y su pecho se contrae. Se remueve hasta besar mi frente y rozar su nariz de la mía.
—Gracias a ti por darme otra oportunidad.
Nota: Para lxs que leen Cocaína, intentaré subir un extra como especial de las mil vistas. Estén atentos xx.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro