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Tres

Eran exactamente las ocho en punto cuando se sentó en su asiento habitual del aula de genética. Había dormido poco, pero había merecido la pena. Tenía las cosas claras ahora.

Sin duda, el haber escrito a la revista para pedir consejo había sido una buena idea. Lo cierto es que el nivel de confusión que sentía era algo tremendo, y no sabía con quién hablar de aquello pues, ciertamente, podía calificarse como chorrada ante la cantidad de problemas graves que parecían tener sus compañeros. Aquella sección de la revista había abierto la veda para contar los malos momentos esperando algo de orientación y, entonces, su nota apareció en la publicación a pesar de no ser urgente.

«Hace tiempo que alguien no me quita el ojo de encima, y resulta curioso que ahora soy yo quien no puede apartar la mirada de esa persona. De un modo inesperado llamó mi atención y, la verdad, es que quiero proponerle salir, o conocernos mejor, o algo que implique más que miradas furtivas. Pero yo no tengo experiencia en estas cosas y no sé si debería hacer un movimiento al respecto o, de hacerlo, cuándo sería un buen momento o cómo hacerlo. Nunca hemos hablado y no sé, ¿no es raro querer intentar algo sin haber hablado antes? La confusión respecto a este tema me va a enloquecer, si puedes orientarme me harías un favor», había escrito, tratando de no decir demasiado porque no quería que nadie supiera quién escribía aquel texto tan ridículo.

Y entonces, había llegado la respuesta que buscaba:

«Querido/a compañero/a, debo decir que me ha encantado tu manejo al escribir sin desvelar siquiera si eres chico o chica. Te aplaudo por ello, pues parece fácil pero, en ciertas situaciones, se torna un imposible.

Comprendo tus dudas, más teniendo en cuenta tu inexperiencia y ese detallito de no haber cruzado nunca una sola palabra con esa persona. Lo que puedo decirte es lo siguiente... Cuando alguien te observa tanto, es porque tiene algún interés en ti.

Esto significa que, desde mi humilde punto de vista, tienes una gran posibilidad de que salga bien y esa invitación sea bien recibida, la hagas cuando la hagas. Yo agarraría el toro por los cuernos y, sin anestesia, le invitaría. Ahora, tú debes valorar esa decisión teniendo en cuenta cualquier señal que puedas haber detectado. Quizá puedas hacer un primer acercamiento en la distancia, o un simple saludo, y ver cómo reacciona. Un sonrojo, una sonrisa tímida, un titubeo o cosas como mesarse el cabello o recolocarse la ropa nerviosamente pueden servirte de indicadores -lo mencionado suele ser señal de ir por buen camino- así que no dudes en intentar tantear el terreno.

Te deseo mucha suerte y espero que la invitación llegue a buen puerto».

Y allí estaba ahora, tras acabar la segunda clase de aquel día, dándole vueltas a todo y cogiendo el toro por los cuernos. Exactamente se encontraba descendiendo las escaleras con calma aparente pero con los nervios de punta, mientras buscaba disimuladamente al objeto de su desvelo, preguntándose si realmente era buena idea hacer lo que tenía previsto hacer. Las dudas comenzaban a aparecer y eso le molestaba, por lo que un resoplido escapó entre sus labios.

No tardó mucho en encontrar lo que buscaba y frenó en seco. Necesitó darse ánimos mentalmente ya que aquello resultaba más duro de lo que había creído al comienzo.

«Vamos, es el momento. ¡Tú puedes!», se gritó interiormente mientras enderezaba la espalda, carraspeaba y comenzaba a caminar en dirección a aquella persona a la que había buscado largo rato. Cuando llegó, nuevamente las dudas le hicieron frenar. «¡Diablos! ¿Por qué es tan difícil?», se cuestionó. Con aquella espalda ante sus ojos, medio cubierta por la mochila, decidió que ya había dudado suficiente y que no podía, no quería, permitirse seguir dudando.

Alargó el brazo derecho despacio, con pasmosa lentitud y entre temblores, y cerró la mano en un puño antes de dar una última respiración, tras la cual contuvo el aliento mientras sus dedos daban unos ligeros toques en el hombro. Retiró su mano y la colocó tras la espalda mientras un par de ojos de un verde realmente cautivador se posaban sobre los suyos.

—Hola —logró decir de una vez.

—Hola —le respondió.

Pudo apreciar la sorpresa tanto en su voz como en su expresión, incluso creyó detectar ciertos nervios conforme pasaban los segundos. «Bien, no sólo yo soy presa de los nervios», se dijo. Aquello le dio ánimos e impulso, por lo que esbozó una temblorosa sonrisa antes de comenzar a hablar.

—Me preguntaba si te apetecería pasar el descanso conmigo —soltó de un tirón.

—Mmm sí, vale...

Iba a preguntar si esperaba y bajaban juntos al patio o se veían allí, pero se le adelantaron.

—Dame un segundo, que dejo la mochila en clase —vio cómo se alejaba dos pasos y se daba la vuelta con nerviosismo—. ¡Ya vuelvo! No te vayas, ¿vale?

Asintió mientras el resto de adolescentes presentes reían ante la situación. Sintió cómo la vergüenza volvía a teñir su rostro de rojo y comenzó a balancearse sobre sus pies mientras aguardaba, sin saber muy bien a dónde mirar.

Tras breves segundos que le parecieron una eternidad, su acompañante llegó.

—¡Dejad de reíros! —Exclamó hacia los otros—. Nos vemos luego, ¿sí?

Tras eso, se giró y le sonrió con timidez. Sintió su corazón palpitar fuerte dentro de su pecho ante aquella sonrisa.

—Alba, ¿vamos? —Le preguntó.

Ella, ya con menos dudas y cierta calma, asintió con un gesto de cabeza y comenzó a caminar al lado del muchacho. ¿Quién le hubiera dicho que con lo difícil que había sido tocarle el hombro y proponerle pasar un rato juntos se iba a sentir cómoda sin necesitar apenas tiempo?

Bajaron el último nivel del edificio y anduvieron hasta el exterior, donde una gran cantidad de adolescentes con hormonas locas se reunían en grupos. Algunos jugaban a fútbol, pero la gran mayoría se encontraban en corrillos hablando con sus amigos, repartidos por todo el espacio vallado. Ella no sabía bien qué hacer en ese momento, le había invitado a compartir ese breve tiempo de descanso pero no había esperado una respuesta positiva por lo que no había trazado un plan de a dónde dirigirse o qué decirle siquiera.

—Si te parece, caminamos un poco —sugirió él—. Estoy cansado de estar sentado.

—Claro, ¡sin problema!

—Bueno, Alba... —ella lo observó atenta—. ¿Querías hablarme de algo?

—Mmm No, en realidad —dudó un instante, avergonzada, y agachó el rostro.

—En realidad...

—No sé, Abel. Simplemente se me ocurrió acercarme a ti —para ella, aquello era más que simplemente ponerse a su lado.

—Tengo que decir que me has pillado por sorpresa —reconoció él sin titubear esta vez.

—Oh, lo siento.

Él pensó en sus palabras. ¿Lo sentía? ¿Qué exactamente? ¿Hablarle, invitarlo?

Caminaban despacio, él observando de reojo la blusa azul eléctrico de su acompañante y, de vez en cuando, las bailarinas a juego. Iba con las manos en los bolsillos en pose despreocupada, aunque en realidad estaba enloqueciendo de lo preocupado que estaba. Ella, en cambio, llevaba las manos unidas a su espalda, entrelazando y retorciendo los dedos a causa de los nervios. Además, sin darse ni cuenta, lucía una ceja alzada y se mordía el labio inferior, cosa que él había notado y le estaba provocando un deseo irrefrenable de morderlo él.

Se pegó en la frente mentalmente ante aquel pensamiento y ella lo llevó de vuelta a la realidad al hablar.

—¿Estás bien? —Inquirió, al tiempo que con un lento movimiento acomodaba un mechón de cabello tras su oreja, para después alisar la blusa y dejar la mano a su costado, mientras la otra era introducida en un bolsillo del pantalón azul marino que lucía.

—Sí, de maravilla —y cierto que era—, ¿por qué?

—No sé, te acabas de pegar en la frente.

El muchacho se quedó paralizado mientras se ponía colorado a más no poder. ¡No podía creer que se había dado en la frente de verdad! Y para más inri, delante de aquella chica justamente.

—Qué vergüenza... Se suponía que solamente había pensado en ello, no que lo había hecho. No me lo tengas en cuenta —pidió entre risas de pura vergüenza.

—Yo también estoy avergonzada, me costó mucho trabajo acercarme a ti antes cuando estabas con tus amigos —se sinceró.

—Eso, volviendo atrás... Dijiste que lo sentías. No hay nada que sentir.

—Pero os interrumpí, me sabe mal.

Debía hacerlo, era ahora o nunca. Tenía eso muy claro, así que no pensó más y dejó que todo saliera como quisiera su suerte.

—¿Sabes? —Preguntó acercándose más a ella y mirándola a los ojos mientras sonreía—. Me alegro de que nos hayas interrumpido —dio un paso más—. La verdad es que me había planteado hacerlo yo, pero no quería molestar y...

—De eso nada —lo interrumpió sin moverse ni apartar la mirada—. No hubieras molestado.

—Es bueno saberlo —apuntilló él reduciendo la distancia a un espacio casi inexistente mientras su sonrisa se ampliaba—. El caso es, Alba, que me llamas mucho la atención —acercó una de sus manos a la mano derecha de la muchacha—, desde hace mucho tiempo.

Ella, atónita, no se movió. No apartó la mano, no dio un paso atrás. Tampoco retiró la mirada ni borró la trémula sonrisa que adornaba su rostro. Simplemente lo observó con fijeza, directo al rostro, perdiéndose en sus ojos. Quería creer que él intentaba decir lo que ella misma había estado ensayando, quería creer que él se había fijado también en ella. Y, sobre todo, quería creer que no estaba haciendo el ridículo aquel día porque aquello que ella sentía por él era, de algún modo, algo mutuo.

Sintió el roce de los dedos del chico sobre la piel de su mano, cosa que la instó silenciosa e instintivamente a abrir su mano y él, por lo tanto, coló sus dedos entre los de ella, entrelazándolos después mientras su sonrisa se ensanchaba.

—Tú también llamaste mi atención —respondió ella en un susurro, como si sus fuerzas la hubiesen abandonado.

—Eso es —tomó aire antes de decir lo que pensaba en aquellos momentos— jodidamente perfecto, porque la verdad es que de lo único que tengo ganas ahora es de seguir caminando contigo mientras hablamos. Hoy, mañana, y todos los días de clase porque creo que lo único que me importa es conocerte mejor y...

Dejó de hablar y de caminar repentinamente. Ella lo observó extrañada, sin mediar palabra.

—Mierda, deja de hacer eso —pidió.

—¿Qué cosa?

—No te muerdas el labio así.

Ciertamente estaba siendo una tortura para él verla todo el tiempo mordiendo su labio inferior, aunque había tratado de no demostrar lo que provocaba en él. Ella frunció el ceño y preguntó a qué se refería, desconcertada.

—Llevas todo el tiempo mordiéndote el labio y ya no aguanto más, maldición —confesó—. ¡Me estoy volviendo loco por morderlo yo!

Ella, completamente roja, asimiló sus palabras y con un valor que no supo de dónde sacó le soltó dos palabras que lo pillaron por sorpresa: «entonces, hazlo».

Se hubiese tirado sobre ella a devorarle la boca en aquel preciso instante pero su mente, su parte racional, tomó el control de la situación y lo frenó. «No, chaval. Ella no es nada tuyo, no es el momento. ¡Contrólate!», gritó su subconsciente. Y él, como buen chico que era, le hizo caso.

—No, Alba. Todavía no.

Dicho eso, sonrió nuevamente y estiró de su mano para seguir caminando, en silencio esta vez.

Ella se sintió un poco mal pero trató de tragar el nudo que se le había formado en la garganta. ¿La había rechazado? Más importante aún, ¿cómo se le había ocurrido a ella semejante cosa? Estaba segura de que ahora pensaría que era una fresca.

Él, por su parte, simplemente disfrutaba del contacto con ella, de caminar juntos sin pensar en nada más, de tener ahora claras las cosas. Definitivamente le debía gustar, o todo aquello no estaría sucediendo. Todo estaría bien, se dijo, pero primero debía hacer dos cosas: decirle lo que sentía con total sinceridad y pedirle una oportunidad. Porque sí, quería que la muchacha que siempre iba de azul fuese su novia.

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