Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Dos

Desde el instante en que lo saludó lo sumió en un mundo de desconcierto.

Llevaba todo el día pensando en ello. En ella. Recordando sus dedos bailando en el aire durante el saludo, sus labios curvados en una cautivadora sonrisa y sus ojos levemente achicados mientras lo miraba.

Ni siquiera estaba seguro de que hubiese visto bien; quizá aquel gesto era para otra persona, para alguien que estuviese tras él. Quizá para otro chico, pensó, destrozándose a sí mismo con aquel pensamiento. Le dolió imaginarla coqueteando con alguien, debía ser sincero consigo mismo.

Recostado en la cama con la mirada perdida en el techo, donde en realidad no buscaba ni veía nada, suspiró cuando la escena volvió a pasar por su mente. Una leve sonrisa asomó a sus labios y alzó su ánimo, pues estuvo seguro de que aquel gesto, sin duda, iba dirigido a él.

Quizá, divagó, había llegado el momento de hablarle. Nunca se había sentido preparado, todo él temblaba por los nervios ante la idea de enfrentarla con sus sentimientos a flor de piel y el corazón en las manos. Pero ella lo había notado, lo había visto, entre los cientos de alumnos de aquel instituto se había dado cuenta de su existencia y aquello, aunque fuese poco, para él era mucho.

Su inmersión en ese mundo de desconciertos finalizó cuando la voz de su madre captó su atención. Ella, apoyada en el marco de la puerta, lo observó burlona.

-¿Me estás escuchando? -Preguntó por segunda vez. Aguardó, sin resultado.

Sabía que no había prestado atención ni a una sola palabra de lo que había dicho, pero le causó gracia verlo con aquella sonrisa en la cara y la mirada inquieta, sin moverse ni un milímetro desde hacía quién sabe cuánto.

-Abel -nada-. ¡Abel!

Y, entonces, él la miró dando un brinco sobre el colchón.

-¿Qué? Oh, mia mamma... -pronunció tras pasársele el susto inicial.

Ella sonrió con calidez, ya se había acostumbrado a que la llamase así.

-¿Qué te pasa, hijo? Estás como en la luna.

-En una luna azul -murmuró por lo bajo inconscientemente.

Ella rio, él simplemente esbozó una sonrisa con algo de vergüenza coloreando su rostro. Se sentó, colocó ambos pies sobre el suelo y le hizo un gesto a su madre para que se sentase con él. Ella, espabilada como era y conociendo a su hijo como lo hacía, supo qué venía. Se aproximó, se sentó a su lado, echó un brazo sobre su hombro y sonrió con aquella calidez tan característica suya.

-Cuénteme usted, muchachito -él suspiró.

-Estoy confuso -comenzó-. ¿Recuerdas aquella chica de la que te hablé? -Ella asintió sin aflojar su agarre-. Creía que no sabía ni que existo, pero hoy me ha saludado.

-Bueno, hijo, un saludo es algo normal.

-No, es que ha sido distinto a cualquier saludo de otra persona. Ella, desde lejos, me ha sonreído mientras movía los dedos así.

Abel imitó a la muchacha y su madre estalló en una carcajada. Entendía a lo que se refería, ella misma había actuado así cuando tenía su edad.

-Bien, querido hijo mío, eres afortunado -él la miró sin comprender-. Ay, ¡qué despistadito eres! A esa chica, le gustas.

-¿Huh?

-Eso era coquetear, Abel -aclaró ella.

No respondió, pero un enorme letrero con luces de neón y con la palabra "imposible" en mayúsculas se apareció en su mente. La adulta siguió riendo al ver la expresión del rostro del chiquillo.

-Pero, no puede ser...

-Sí, sí puede ser, y es. Deberías escribirle una de esas cartas que andas escondiendo.

Él la miró horrorizado.

-Mamá, eso ya no se estila hoy en... ¡espera! ¿¿Qué?? -No sabía qué era peor, el consejo o que supiese de la existencia de aquellas cartas-. ¿Cómo sabes eso?

-¡Tranquilo! No las he leído. Deberías tener en cuenta que quien lava, dobla y guarda la ropa en esta casa soy yo, obviamente conozco tu armario al dedillo.

La comprensión azotó al chico, ahora avergonzado. ¿De verdad que no las había leído? Eso esperaba, lo contrario resultaría ciertamente incómodo.

No mucho después de aquello, el chico quedó nuevamente a solas. Debía ir a comprar pan para la cena, pues así se lo había mandado su madre, así que se calzó y salió tranquilamente del bloque de pisos en el que se encontraba su hogar todavía cuestionándose qué hacer con aquel tema.

Paseaba tranquilo por la calle, con la bolsa del pan de su madre colgada del hombro. Era de ganchillo, blanca, con la palabra Pan en ella y con largos cordones para poder cerrarla y colgarla del hombro. No le importaba llevarla, aunque su hermana le había dicho mil veces que le quedaba mal, y que debería darle vergüenza «usar esa cosa de viejas». Ella insistía en que un chico con una fea y patética bolsa de ganchillo con las puntas del pan sobresaliendo resultaba de todo menos atractivo. «¡Así nunca conseguirás novia!», exclamaba ella.

Abel no se preocupaba por ese tipo de cosas. Le daba igual lo que los demás pensasen de él, y tenía muy claro que no tenía prisa en tener novia. Eso sí, cuando aquel relámpago azul cruzaba su mente todo cambiaba.

Aunque su hermana, año y medio menor que él, no lo supiera, él había tenido novia. No fue una relación de ensueño y tampoco algo infernal, no tuvo un mal final como en las novelas que sus amigas leen. Simplemente aquello no era intenso y serio, y de pronto un día decidieron ambos dejarlo. Ahora, eran amigos, de los mejores.

Él sabía que no era extremadamente atractivo pero no tenía ningún complejo por su apariencia. Sentía seguridad en sí mismo prácticamente todo el tiempo, exceptuando, obviamente, cuando entrábamos al tema de aquella chica que lo tenía absorto en ella. Y es que ella, sin siquiera darse cuenta, lo hacía titubear, dudar y temer pero también soñar despierto, apostar, escribir y observar con detenimiento incluso los detalles más pequeños.

Ella, sin pretenderlo, había hecho de él un manojo de nervios disimulados que quedaban paralizados observándola al pasar, con aquella alegría y aquel color propio que la definían. Ella, siempre sonriente, le hacía sonreír en las sombras del pasillo mientras la miraba en silencio. Ella, siempre de azul, le hacía apostar consigo mismo y dudar, como nadie había logrado nunca, de si él podía ser suficiente para ella, de si ella, quizá algún día, llegaría a fijarse en su existencia. Y de pronto, parecía que aquel día del que tanto dudaba, había llegado. Ella, siempre en otro plano azulado, lo había visto, lo había notado. No sólo eso, le había sonreído, saludado y, según su madre, le había coqueteado.

Con ese pensamiento y una bobalicona sonrisa estirando de sus labios, llegó a casa y entró a dejar el pan en la cocina, donde su hermana volvió a insistir: «Otra vez con esa ridícula bolsa, ¡de verdad te quieres quedar solo para siempre!».

Ignoró ese comentario y se internó en su cuarto, donde se sentó en su escritorio listo para escribir la carta de su apuesta perdida. No sabía qué decir, en realidad, porque hablar de lo sucedido ese día le parecía una tontería. ¿De qué más podía escribir? Había tocado ya todos los puntos en sus anteriores escritos, y eso de repetirse no le gustaba.

Pensó en la conversación con su madre. Pensó en lo de escribirle una carta. No, pensó, mala idea. Una cosa era escribir para nadie, para guardarlo, y otra muy diferente que alguien lo leyese, y mucho menos ella.

Finalmente inspirado, comenzó a escribir sin pensar demasiado, simplemente dejando que fuese su inspiración quien redactase lo que su mente había medio trazado. En esa tarea se centró, dejando que el tiempo pasase.

Cuando se metió en la cama aquella noche caviló sobre la situación y decidió que, un día, no muy lejano, se acercaría a ella y le diría lo que sentía. Quizá saliese mal y ella se riese de él o, educadamente, le dijese que no estaba interesada, pero, quizá, fuese al contrario y ella correspondiese sus sentimientos. Debía arriesgarse, solamente faltaba encontrar el momento idóneo.

Con eso en mente, se permitió dormir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro