Extra 9 "Hasta el más allá"
El concepto de muerte es algo extraño de aprender, a muchos no se lo enseñan sino hasta que la muerte se convierte en una visita cercana, otros no saben cómo lo llegaron a conocer, en qué momento se familiarizaron con lo efímero de la existencia, pero la muerte como destino final apareció en día en sus mentes y nunca se fue. Harry a veces creía que era un instinto que te llevaba a intuirlo, incluso si nunca habías visto a la muerte rondar en tus cercanías.
No creía que nadie que no la hubiese visto pudiera comprenderla del todo, él llegó a ser el Amo de la Muerte al obtener las tres reliquias, por el corto tiempo que fuera, y ni siquiera cuando la recibió como una vieja amiga pudo comprenderla del todo. Quizás por eso temblaba en ese momento, caminando por aquella calle que le era tan familiar como extraña a la vez, en aquella calle desierta en el Valle de Godric.
—No tenemos por qué hacer esto ahora, podemos esperar algunos años más —susurró Draco, sosteniendo la mano temblorosa de Harry y entrelazando sus dedos en un gesto de consuelo.
Harry reprimió el deseo de apartar la mano, sintiendo una angustia extraña ante la ausencia del calor familiar de Draco que se mantenía lejos de él debido a los guantes en sus manos. Deseaba quitar la molesta tela caliente y sentir la caricia piel con piel, fundirse y perderse en el confort que su esposo le daba y olvidarlo todo. Sin embargo, había un latido incesante en su pecho que le mostraba su verdadero deseo.
—Lo sé —Fue su única respuesta, un murmullo suspirado que se perdió en el aire helado en la forma de un aliento cálido.
El sonido de alguien apareciéndose cerca de ellos captó su atención, pero Harry no desprendió la mirada del infinito de la calle frente a él. Draco fue quien se giró, sin soltar su mano, para recibir a Astoria con Calantha, quienes habían pasado la tarde juntas cuando amablemente Astoria se ofreció a cuidar de la niña para permitirles a Draco y Harry tiempo a solas, un espacio que les ayudase a cimentar sus deseos.
—Mi luna hermosa, ¿te divertiste en casa de la Tía Astoria? —preguntó Draco cuando Calantha corrió hacia él, cargándola con el esfuerzo de un solo brazo, incapaz de quitarle a Harry la seguridad de su agarre.
—Sí, papá, incluso me ayudó a hacer un disfraz muy bonito —dijo Calantha con una sonrisa, besando la mejilla de su padre mientras se aferraba a su cuello.
—Lo verán en la cena de esta noche —comentó Astoria, señalando hacia la bolsa pequeña que cargaba en su mano, donde Draco suponía que traía el disfraz.
—¿Esperaremos a tu esposo también en la Madriguera?
—Huir de la familia política de ambos es la única opción —respondió Astoria con una sonrisa queda, Draco asintió en reconocimiento.
El recuerdo lejano de haber ayudado a Astoria en sus encuentros furtivos con Theodore Nott y, posteriormente, ser el mediador con los Greengrass para que aceptaran el compromiso de ambos llegó a su mente.
Draco jamás imaginó restablecer conexiones con nadie de Hogwarts con quien él no había sido un gran amigo en ningún momento, pero la vida ya le había demostrado muchas veces que sus planes podían cambiar en un suspiro. Astoria había encontrado a Nott en un café muggle en Irlanda en un viaje de vacaciones y el resto, como dicen, es historia. De alguna forma, Theodore formaba parte de su círculo cercano ahora.
—Los esperaremos allí —aseguró Astoria, todavía ignorando educadamente a Harry, quien ahora pasaba sus dedos libres por los cabellos perfectamente ondeados con magia de Calantha.
—Gracias —articuló Draco, sintiendo que su voz debía de permanecer como un secreto familiar por el momento, aunque no entendía bien por qué.
Con un último asentimiento, Astoria se desapareció frente a él, y la pesada realidad de lo que estaba a punto de suceder volvió a asentarse. Draco permaneció tranquilo mientras Harry peinaba con sus dedos el cabello de Calantha, al menos la parte que no estaba oculta debajo de un grueso gorro para protegerla del frío; la niña era un horno ambulante de todas formas y Draco agradecía que fuera más similar a Harry de lo que su aspecto físico dejaba entrever.
—Luna, ¿recuerdas lo que hablamos esta mañana? —preguntó Harry, su voz un sonido arrastrado que apenas acarició el silencio.
¿Dónde estaban todas las personas del Valle de Godric?
Calantha asintió dos veces, todavía aferrada al cuello de Draco.
—Más adelante, al final de esta calle, están las tumbas de mis padres, tus abuelos James y Lily Potter —continuó Harry, dando un paso más cerca, hasta que su calor corporal se convirtió en una segunda capa para su esposo e hija—. No he venido aquí en años, desde que tú padre y yo regresamos de la luna de miel, pero quería visitarlos hoy. ¿Estás segura de querer acompañarnos?
Durante algunos segundos, que para el matrimonio Potter-Malfoy se sintieron como una eternidad, Calantha permaneció en silencio. Draco se dejó llevar por detalles sin importancia en esos momentos de vacilación, como que Calantha con cinco años ya pesaba demasiado para que él pudiera sostenerla en un solo brazo más tiempo, o que Harry debía de haberse puesto un gorro más grueso, que una casa al final de la calle acababa de apagar sus luces y, muy a lo lejos, se escuchaban risas de niños. Entonces, Calantha habló:
—Sí, papi, estoy segura.
Verde y gris se enfrentaron en un consenso mutuo, y Draco besó la frente de Calantha antes de depositarla sobre el asfalto, tomando su mano y Harry la otra, de forma que la niña quedase en el medio de ellos dos. El primer paso fue difícil y pareció por un momento que Harry no lo daría, pero, apenas su pie avanzó, Calantha y Draco lo alcanzaron de inmediato, permitiéndole establecer el ritmo pacífico y sin apuros de la caminata.
Calantha no dijo nada, perceptiva pese a su corta edad de lo importante de la situación. Sabía lo que era la muerte, en concepto, sus padres se lo habían explicado cuando ella preguntó porque no tenía abuelos por parte de Harry, ya que incluso ella entendía que no habían vínculos sanguíneos entre los Weasley y ellos. Ella no sabía qué había sucedido, no del todo, sus padres y familiares le decían que era una historia que ella aprendería más adelante en la vida, pero Calantha entendía la muerte. O eso pensaba.
Lo que Calantha sí entendía sin duda alguna era la tensión en su papi, el nerviosismo que lo abrumaba y como su padre parecía estar hipervigilante, a la búsqueda de cualquier señal que le indicara que aquello era una mala idea. Sin embargo, sus padrinos y la Tía Astoria le habían explicado la importancia de mantenerse tan calmada como ella pudiera esa noche y ella no quería decepcionar a sus padres. La tensión se estableció en su interior de todos modos.
Las puertas cerradas del cementerio se alzaron delante de ellos y Calantha sintió un miedo palpable establecerse en ella. Apenas sus manitas apretaron con temor las manos de sus padres, fue como si un viento de vida hubiese golpeado a Draco y Harry. En segundos, Harry estaba arrodillado frente a Calantha, su aprensión propia rezagada a un segundo plano en pos de priorizar a su hija, y Draco acariciaba con tranquilidad la cabeza de su pequeña.
—Luna, disculpa por traerte aquí, imagino que debe ser terrorífico. Perdóname —suplicó Harry, manteniendo el temblor de su voz en un matiz sutil que solo Draco alcanzó a percibir.
—Dijiste que los abuelos están aquí —comentó Calantha, jugando con la bufanda burdeos que cubría el cuello de Harry—, que has venido a verlos antes —Harry asintió una sola vez—. ¿Cómo se ven?
Tanto Harry como Draco se sintieron descolocados por la pregunta, hasta que comprendieron lo que Calantha quería decir. A veces, debido a la forma en que Calantha se había desarrollado mentalmente tan rápido, se les olvidaba que había mucho que la niña no conocía y rellenaba con su imaginación los espacios en blanco. Harry dejó escapar una carcajada queda y casi silenciosa, su temor desapareciendo del todo.
—No, no es así, mi pequeña —negó Harry, todavía una sonrisa en sus labios—. Aquí están sus tumbas, que es un lugar donde se colocan los cuerpos de una persona cuando muere, y sus almas van a un lugar mejor. Lo que vemos aquí es una lápida, que es una piedra donde se graban los nombres de las personas, el año de nacimiento y muerte y, a veces, alguna frase que su familia escoja.
—¿Entonces no los vemos? —preguntó Calantha, intentando comprender lo que iba a encontrarse. ¿Una piedra con palabras? Eso no parecía la gran cosa.
—No, solo vemos eso, la lápida —respondió Harry, humedeciendo sus labios agrietados en un gesto nervioso—. No se trata tanto de ver a quienes hemos perdido, sino de la emoción que viene con eso. En realidad, sus almas ya no están allí, pero los que seguimos vivos a veces nos aferramos a la parte corpórea, porque sabemos que lo demás ya llegó a un lugar que nos es inalcanzable.
—Las almas es lo que somos —comentó Calantha, recordando haber escuchado al respecto en uno de los libros que su padre le leía para dormir—. ¿Tú sabes cómo se ve ese lugar mejor?
—No, pero he visto cómo se llega allí —dijo Harry, ambas manos apoyadas en los bracitos de su hija, sus miradas unidas con una calma que Draco había considerado imposible para esa noche—. Es una estación, como la de la Plataforma 9¾, y cuando alguien muere, su alma debe tomar el tren. No sé a dónde los lleva, pero no vas solo.
—¡Te acompaña la muerte! —interrumpió Calantha, elevándose sobre la punta de sus pies un instante. Era un gesto que hacía a menudo cuando estaba emocionada o intrigada por algo, a veces también si estaba preocupada.
—O un espíritu de la muerte que trabaja para ella —dijo Draco, acariciando las mejillas de Calantha, sonrojadas por el frío, cuando su hija lo miró.
—Pero, si venimos aquí a ver a los abuelos, ¿eso significa que ellos puedes escucharnos? —preguntó Calantha, confundida respecto al objetivo de la visita a los cementerios.
—Nos gusta creer que sí —respondió Harry con una sonrisa suave, casi triste.
—Bien, espero que sí, así mis abuelos me conocerán —expresó Calantha con energía, desechando cualquier resquicio del miedo inicial. Draco no pudo más que reír.
—¡Lumos máxima! —gritó Draco, apuntando su varita hacia el cementerio precariamente iluminado.
El rayo de luz se extendió por todo el terreno, alzándose como una esfera plateada que iluminaba casi con la intensidad del sol mismo. Calantha dio un paso al frente, tirando de la mano de sus padres, y esta vez no hubo miedo cuando Harry avanzó detrás de ella. Los fantasmas del pasado que se habían escondido en cada esquina, ahora no eran más que recuerdos silenciosos que los observaban.
—Es aquí —dijo Harry, deteniéndose delante de las tumbas de sus padres, donde los nombres de James y Lily Potter podían leerse con claridad.
La duda de qué hacer a continuación estuvo allí un momento, pero su hija tomó la decisión por él.
—Abuelo, abuela, es un placer conocerlos. Mi nombre es Calantha Lunaria Lily Potter Malfoy, soy vuestra nieta. Tengo cinco años, pero cumpliré seis este diciembre. Mi mascota es una pitón real, llamada Alzaroth, es albina y me gusta dormir con ella porque siempre me susurra sueños bonitos luego de que papá se va al darme las buenas noches.
Harry sintió el aire dejar su cuerpo, como si lo desinflaran del todo, y agradeció en silencio la presencia de Draco a su lado, sosteniendo su peso de forma discreta, mientras Calantha soltaba sus manos y daba un paso más cerca de la lápida, balanceándose entre puntas y talones sin parar de hablar.
Era como una estrella llena de energía en un sitio anteriormente oscuro del universo, una supernova en su momento de explosión.
—Me gusta ir a buscar comida a la cocina en las noches, volar en la escoba con papi y verlo cocinar. Los fines de semana visito a mis otros abuelos en la Mansión Malfoy y en la Madriguera. Creo que la Abuela Molly a veces se pone celosa de la Abuela Cissa, pero no sé por qué, a mí me gustan mucho ambas.
Draco no pudo contener la risa ante la referencia a los celos entre Molly y su madre, teniendo que esconder su rostro en el espacio entre el cuello y el hombro de Harry para silenciarse a sí mismo. Para su satisfacción, Harry se relajó entre sus brazos y acarició distraídamente los cabellos cortos que llegaban a su nuca, su mirada fija en Calantha y una sonrisa suave en sus labios.
—El Abuelo Lucius me deja jugar en la alfombra frente a él en su estudio cuando está trabajando, para pasar tiempo conmigo. Él cree que yo no veo como a veces deja de escribir en sus pergaminos para mirarme jugar, pero yo lo he visto. Me gusta hacer travesuras con Victoire, y molestamos mucho a Teddy porque su cabello cambia de color y es bien bonito, pero la Abuela Molly siempre nos regaña por eso.
Fue el turno de Harry de reír ahora, recordando las quejas de Molly con cada travesura que hacían Calantha y Victoire cuando se unían para molestar a Teddy. Y, aunque Draco y Harry sí regañaban a Calantha por ello, no podían evitar sentir cierto placer en verla comportarse como una niña normal, en un ambiente feliz y saludable, con una familia que la amaba.
—Freddy, el hijo de mi padrino, todavía está muy pequeño para unirse a las bromas, pero mi padrino dice que no falta mucho para que lo haga y que lo mejor es que lo reuna en mi equipo, porque si se une a Teddy no podremos ganarles. Yo creo que igual me apoyará a mí, porque aunque es pequeño, siempre corre a abrazarme cuando me ve llegar.
El temor familiar respecto a la unión de Fred Weasley II, hijo mayor de George y Angelina, con Calantha a la hora de hacer travesuras era algo real en todos los miembros de la familia. George solo reía cuando le hacían cualquier comentario al respecto, pero Harry estaba considerando reforzar con magia hasta las alfombras, temiendo lo que se avecinaba.
—Quiero ir a Hogwarts, la Directora McGonagall me dio una maqueta viva de la escuela y se ve muy hermosa. Y... y... ¿qué más les puedo decir, papi?
Con ojos brillosos y una sonrisa, Calantha se giró hacia sus padres, encontrándolos abrazados, con lágrimas silenciosas corriendo por sus rostros y sonrisas compartidas que transmitían un dulce sentimiento.
Harry negó suavemente con la cabeza, dando un paso hacia Calantha y agachándose hasta apoyar una rodilla en el suelo. Draco lo siguió, una mano en el hombro de Harry y otra en la cabeza de Calantha, su presencia siempre como un mástil seguro al cual aferrarse, como si fuera el suelo sólido que nunca los dejaría caer.
—Nada, todo, lo que creas que falte por decir, Luna —respondió Harry, abrazando a su hija hasta que ella estuvo sentada en el muslo de la pierna que no tenía doblada sobre el suelo.
—Puedes decirles lo que quieras —intervino Draco, agachándose también ahora, acariciando distraídamente el pelo de Harry humedecido por el frío.
Calantha pareció pensar seriamente en lo que diría a continuación, apretando los labios en una fina línea como prueba de su concentración. Finalmente, su expresión mostró una determinación complacida cuando pareció encontrar lo que quería.
—Estoy feliz de haber venido y no sé si están aquí ahora. Dicen que en la Noche de Brujas los espíritus suelen regresar a deambular en la tierra, así que espero que sí estén y me hayan conocido. Prometo que le pediré a papi que me traiga más a menudo, así les cuento más sobre mí, ¿o tal vez no tenga que venir para eso? ¿Hablar desde cualquier lado funcionará? Investigaré al respecto —Harry rio con lo fácil que su hija se desvió hacia su mente.
—Mamá, papá —inició Harry, sus ojos encontrándose con la inscripción en las lápidas por primera vez esa noche—, lamento haber tardado tanto en traerles a vuestra nieta. Quiero que sepan que somos felices, que nuestra familia es grande y alegre y... —Harry miró a Draco, la adoración escrita en su rostro, y luego miró a Calantha—, que estoy rodeado de mucho amor.
No hubo más palabras esa noche, y Draco no sabía si las habría de nuevo en algún momento pronto, pero la sensación liviana que los sobrecogía a los tres cuando se tomaron de las manos y salieron del cementerio, con Draco susurrando un Nox que los sumió en la penumbra antes de aparecerse fuera de la Madriguera, era algo que el pequeño núcleo familiar Potter-Malfoy agradecería.
Y Harry, quien siempre había preferido pasar ese día solo con su dolor, se vio por primera vez sonriendo mientras entraba en la Madriguera, abrazando a sus amigos y familia con una alegría que una Noche de Brujas nunca había visto en él.
—George Weasley, te juro que si le das a tu hijo lo que sea que traes en esa bolsa, te voy a poner a dormir en la tienda por un mes —amenazó Angelina, mirando con severidad a su esposo, quien cargaba en un brazo al pequeño Freddy vestido de duende y una bolsa en el otro.
—No es nada malo —se defendió George, pero la sonrisa traviesa que combinaba con la travesura de su mirada le decía a Angelina todo.
—Aleja esa cosa o no intervendré cuando Molly te regañe —Y, ante esa amenaza tan fácil de cumplir y terriblemente realista, George se carcajeó, dejando a Freddy en el suelo y guardando la bolsa luego de volverla diminuta.
—¡Padrino! —gritó Teddy por otra parte, corriendo hacia Harry con su disfraz de hombre lobo y pasando al lado de una muy embarazada Hermione en el proceso.
—¡Con cuidado! —espetó Ron desde alguna esquina de aquella sala, mientras Harry ya estaba alzando a Teddy en sus brazos tanto como su peso actual le permitía.
—Esto es... muy peculiar —comentó Theodore, apareciendo al lado de Draco y ofreciéndole una copa de vino que a Draco le resultaba extrañamente familiar.
—¿Qué sucedió aquí mientras nos esperaban que mi madre accedió a que abrieran las botellas de vino que mi padre trajo para la cena? —preguntó Draco, aceptando la copa.
—Solo diré que la Señora Weasley tuvo que cambiarse de ropa, Fleur está encerrada en el baño intentando arreglar su cabello y Luna lleva los últimos treinta minutos intentando arreglar el disfraz de Victoire —explicó Theodore, dándole un largo trago a su copa y manteniendo una risilla apenas contenida. Draco sonrió en un bufido quedo de diversión—. Pero creo que eso es un día normal en esta familia.
—Bienvenido al paraíso —susurró Draco como respuesta, escaneando la habitación y no encontrando a sus padres. Supuso que, al no ver al matrimonio Weasley tampoco, debían de estar los cuatro reunidos—. ¿Dónde está Astoria?
—Tu hija la arrastró de una mano hacia su habitación para que la ayudara a ponerse el disfraz tan pronto ustedes entraron por la puerta —respondió Theodore, apartándose a tiempo para que los gemelos Lorcan y Lysander pasaran gateando por delante de él sin tropezar—. ¿Qué se supone que son esos?
—Considerando que son hijos de Luna y Rolf, yo no voy siquiera a preguntar —farfulló Draco, compartiendo una mirada conocedora con Theodore antes de que ambos se rieran.
—¡Draco! —llamó Luna, arrojándose a los brazos de Draco y casi haciéndole tirar la copa en el proceso—, no te había visto llegar.
—Me dijeron que estaban ayudando a Victoire con su disfraz, por eso no fui a buscarte —excusó Draco, palmeando con tranquilidad la espalda de su amiga.
—¡Oh, sí! Al final Astoria me dio el disfraz de Calantha para que lo agrandara para Victoire, dijo que Lunita había cambiado de opinión a último momento —comentó Luna con una sonrisa, señalando hacia donde la rubia niña con hermosas pecas corría detrás de Teddy y Harry vistiendo un traje de hada del bosque.
Draco apenas hizo un sonido de reconocimiento a las palabras de Luna, confundido respecto a lo que pudo motivar el cambio en los deseos de su hija. Sus dudas mentales fueron contestadas cuando en la sala apareció Astoria, tomando la mano de Calantha. Las risas no se detuvieron y nadie hizo un gran alboroto, porque habían más niños que no tenían que sentir la tensión que de repente pesó sobre los adultos.
Draco sintió la presencia de Harry a su lado mucho antes de que lo llegase a ver. Ambos miraban ensimismados a Calantha, vestida con una túnica negra con encajes, una corona de rosas rojas adornando su cabello plateado, apenas cubierto con la capucha, un diseño cadavérico pintado en su rostro en forma infantil y una cinta roja enrollada en su mano.
—¿Les gusta? —preguntó Calantha, sonriente, mirando a Harry y Draco con un destello en sus ojos que ellos conocían bien.
Algo se había maquinado en esa excepcional mente infantil que ellos no habían alcanzado a comprender. Fuera lo que fuera, había enternecido a Astoria, quien mostraba una sonrisa cómplice mientras era abrazada por Theodore.
—Luna, yo... ¿qué se supone que eres? —preguntó Harry, dándole voz a lo que muchos querían saber.
—Un espíritu de la muerte —respondió Calantha en ese tono infantil que parecía burlarse de los adultos cuando no notaban algo obvio—. Dijiste que los espíritus de la muerte ayudan a guiar las almas hacia un lugar mejor cuando alguien muere, pero hoy hay muchas almas porque todas vuelven en la Noche de Brujas, ¿no? Entonces, si alguna se pierde o se queda atrás, es obvio que los espíritus de la muerte los guiarán de regreso a su lugar seguro. Así que yo soy uno ahora.
La explicación era ridículamente lógica y hermosa, y Draco y Harry sabían que el disfraz era más cosa de Astoria que de Calantha, que no tenía cómo saber si así se veían o no los espíritus de la muerte, pero había algo tan tierno en su razonamiento, que ambos padres no pudieron más que reír, asintiendo mientras pedían disculpas por haber sido tan lentos y no haber entendido su disfraz.
Puede que la Noche de Brujas no fuera terrible ese año para Harry, ni ningún año venidero, por el resto de su vida.
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Honestamente cuando escribí esto no pensaba que realmente coincidiría con Halloween y, al final, sí terminó siendo un especial de Halloween jjj. Coincidencias buenas.
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