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Extra 8 "La luz de una estrella"

ADVERTENCIA: si tienen historias traumáticas respecto a embarazos, problemas de fertilidad y pérdidas, lean bajo su propio riesgo.
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Su interior lo rodeaba, apretado y terso, clamando por cada gota de energía restante en Draco. Sus manos se aferraban a las caderas de Harry con una fuerza bestial, moviéndolo a su antojo, acompañado de la cacofonía de gemidos y aullidos de placer que llenaban la pequeña cocina. Había empezado como un sano beso en la nuca de Harry mientras este cocinaba, de alguna forma habían terminado así: con Harry doblado sobre la encimera, abierto de piernas y recibiendo cada estocada de Draco en su interior.

La electricidad parecía cargar el ambiente conforme Draco torturaba con sus embestidas a Harry, sus gruñidos de placer implacables destrozando la calma de Grimmauld Place, hasta que todo colapsó en un grito ahogado cuando Harry se aferró a Draco con todo en su interior, gritando una versión distorsionada de su nombre que reverberó en las paredes de la vieja casona, hasta hacer temblar sus cimientos al sentir el calor del orgasmo de Draco en su interior.

—Joder… eso fue… —Harry se sentía incapaz de decir más palabras, su garganta seca y su lengua pastosa. Draco soltó una carcajada muda que llevó un golpe de aliento a la nuca de Harry.

—Siempre tan elocuente, Potter —comentó Draco con diversión, esperando algunos segundos más para que su corazón se ralentizara antes de sacar su hipersensible pene del interior de Harry—. ¿Tienes idea de lo hermoso que te ves así, abierto y goteando mi semen de tu agujero?

—Dra…co —farfulló Harry en una protesta, avergonzándose de lo rápido que esas palabras lo excitaban. Su mirada llorosa se encontró con la sonrisa arrogante de un Draco deshecho, destrozado por el placer.

—Tan hermoso —repitió Draco, esta vez en un susurro suave que trasmitió hacia Harry una adoración abrumadora.

Sonriendo, ambos se permitieron aquel instante unos segundos más, respirando pesadamente, sudados, con el aroma del otro impregnado en sus pieles. Un latido más de sus corazones y, luego, de vuelta a la realidad. Draco usó su varita para lanzar un hechizo de limpieza sobre ambos, y ayudó a Harry a estabilizarse, sus firmes dedos recorriendo los nudos adoloridos en la espalda de su esposo.

—¿Qué dices su terminas la cena mientras yo preparo un baño y nos deleitamos en la bañera juntos? —propuso Draco, besando el cuello de Harry nuevamente y sonriendo ante el jadeo entrecortado que Harry soltó.

—Eso suena bien —murmuró Harry, cerrando los ojos para dejarse abrazar por la refrescante temperatura de Draco.

—Te espero en el baño —susurró Draco, mordiendo rápidamente la oreja de Harry y escuchándolo ahogar un gemido sorprendido antes de correr lejos de la cocina.

—¡Malfoy! —gritó Harry en protesta, pero Draco ya estaba adentrándose en su estudio para dejar la carpeta con su última investigación en el escritorio antes de ir al baño, con una sonrisa complacida en sus labios.

—Deberías tener hechizos de silencio por toda la casa, no siempre puedo correr a Hogwarts cuando siento que empezáis con vuestras… actividades —reclamó Snape desde su retrato, sobresaltando a Draco un instante.

—Pensé que estarías en Hogwarts esta semana —repuso Draco, quien siempre había sido muy cuidadoso con la presencia de su padrino en Grimmauld Place antes de iniciar cualquier avance con Harry, después de un desafortunado encuentro en el estudio en presencia del antiguo profesor de pociones.

—Obviamente no es así —respondió Snape, con el arrastre lento de su voz que lo caracterizaba. Draco suspiró.

—¿Tuviste otra discusión con McGonagall? —preguntó Draco, apoyándose en el escritorio y cruzando ambas manos sobre su pecho.

—No te hagas el adulto maduro ahora, Draco, realmente no estoy de ánimos —espetó Snape con obvio enojo, pero sin  desaparecer hacia su retrato en Hogwarts.

—Está bien, fingiré que no sucede nada y no llamaré a la Directora McGonagall para preguntar, siempre que no le digas a Harry que estabas aquí y escuchaste eso —ofreció Draco, sonriendo arrogante y alzando una ceja en un gesto que a Snape le recordó demasiado a Lucius. Con un asentimiento seco y corto, Snape accedió, reconociendo su falta de opciones—. ¿Cómo está Calantha?

—Vino para presentarme unas pociones hoy en la mañana —informó Severus, su expresión constipada relajándose visiblemente—. Ha avanzado mucho, no me asombra que este sea su último año en Hogwarts.

—Es muy inteligente —comentó Draco con una sonrisa suave, el recuerdo de su hija latente en cada segundo de su vida—. Si te pido que vayas con ella a Durmstrang, ¿qué me responderías?

—Draco —regañó Severus con un suspiro cansado—, por más que me gustaría seguir educándola, no puedo perseguirla a todas sus escuelas. Nuestras tutorías pueden continuar en las vacaciones, ella ama aprender pociones de todas formas.

—Esperaba esa respuesta —farfulló Draco, sonriendo tranquilo pese a sí mismo—. Ella estará bien.

—No es ella quien me preocupa, Draco —repuso Snape, atrayendo la atención de su ahijado apenas su tono tenebroso se filtró hacia él. Draco sintió sus músculos tensarse hasta sentirse como piedra refinada.

—¿Qué sucede?

—¿Has notado algo diferente en Potter? —preguntó Snape, manteniendo la mirada de Draco, pero sin dejar escapar ninguna indicación de sus pensamientos en su expresión.

—No sé, está más cariñoso, pero no es algo que tú sabrías —respondió Draco entre dientes, desconfiado de hacia dónde aquella conversación.

—No solo eso, su magia está fuera de control; explota por momentos, no ha podido usar la varita en semanas y, justo ahora, la casa entera tembló con su clímax.

Draco intentó no hacer una mueca muy evidente ante la elección de palabras de Snape, pero prefirió enfocarse en lo que él le estaba indicando. Si rememoraba las últimas semanas, Harry no solo había estado más cariñoso y necesitado, sino que seguía desanimándose con facilidad y cualquier pequeño cambio brusco de emoción podía llevar  a una taza rota o el quiebre de los cristales de sus espejuelos. Su magia estaba haciendo pequeños estallidos descontrolados.

—Es normal, ¿no? Hubo mucho daño en su núcleo desde el principio —alegó Draco, intentando no pensar nada de la mirada escrutiñadora de Snape—. Sobrevivió a un Avada, murió con otro y regresó de la muerte, tuvo un embarazo mágico. No puedo esperar que su magia se comporte normal.

—Todo ese daño ya debería de estar sanado para ahora, Draco —repuso Snape, adentrándose más en su retrato—. Piensa en lo que te digo.

Esas fueron las últimas palabras de Snape antes de desaparecer en su retrato, probablemente para ir a pedirle disculpas a McGonagall, o mejor dicho, para sostener una conversación donde ninguno de los dos reconocería lo que fuera que los hubiera hecho discutir. Draco hubiese reído por la actitud infantil de su padrino y la directora, pero en esos momentos su mente estaba centrada en lo que le había sido señalado con detenimiento.

Draco dejó que la duda se añejara en su mente, subiendo las escaleras y retirando su chaleco antes de doblar las mangas de su camisa y preparar un baño caliente. Usar la magia era su segunda naturaleza, algo normal que venía a él sin pensar, por lo que Draco se permitió sumergirse en los recuerdos de las últimas semanas. El aire se atascó en su garganta.

—¿Todavía no está listo el baño? —cuestionó Harry desde la entrada de la puerta, desvistiéndose sin cuidado.

—Perdona, me demoré hablando con Severus —explicó Draco, terminando de calentar el agua y colocar las sales de aromas especiales antes de desvestirse con apenas un gesto de su varita—. Dame tu mano.

Draco adentró un pie en la bañera, extendiendo su delicada mano hacia Harry y esperando a que sus dedos se entrelazaran antes de hundir del todo su cuerpo en el agua, ayudando a Harry a estabilizarse y sumergirse en el agua entre sus piernas. El cuerpo de Harry descansaban contra el suyo, espalda contra pecho, latidos parejos, respiraciones conjuntas. Todo era tan pacífico allí, con él lavando el nido de plumas de cuervo que Harry tenía por cabello y Harry quejándose de sus responsabilidades como Jefe del Departamento de Aurores, que Draco no estaba preparado para destrozarlo todo.

—Amor, no me estás escuchando —comentó Harry con poco reproche, habiendo pasado varios segundos llamando el nombre de Draco antes de darse cuenta de que su esposo estaba ensimismado.

—Perdón, yo… lo lamento —farfulló Draco, saliendo de su jaula mental enturbiada y forzando su pensamiento a quedarse en el presente, en sus manos descendiendo por el pecho de Harry para enjabonarlo, hasta que sintió la calidez inmediata en el abdomen abultado de Harry.

El terror echó raíces en su pecho, aferrándose a cualquier resquicio de cordura que todavía estuviera enterrado en Draco, y Harry captó el brusco cambio, el temblor de sus manos sobre su abdomen, la manera en que su respiración se volvía errática.

—Draco, me estás asustando. ¿Qué sucede? —preguntó Harry, girando lo suficiente para ver el rostro de Draco, pero sin alejarse de su cuerpo. Los ojos grises miraron aterrados hacia los esmeraldas.

—Estás embarazado —susurró Draco como respuesta, viendo el desfile de confusión y negación en la mirada de Harry, antes del entendimiento, la realización y, luego, el terror.

—Pero… han pasado más de trece años —farfulló Harry, su mirada perdiéndose en la nada que le mostraba el agua de la bañera—. ¿Por qué ahora?

—No lo sé —murmuró Draco, siendo sincero incluso si lo rompía no tener una respuesta segura para Harry.

—Yo no... necesitamos un medimago. Ni siquiera sabemos qué tiempo tengo y he estado yendo a misiones constantes, y comiendo cosas que no debería, e incluso bebiendo. ¡Por Merlín!

—¡Harry! ¡Harry! —Draco abrazó a Harry con más fuerza, apretándolo contra el frío de su pecho, envueltos en el calor del agua—. No pasará nada, tranquilo. Mañana iremos a ver al Dr. Alcázar a primera hora, él nos sacará de dudas.

—¿Ese es el plan? —preguntó Harry con la voz quebrada, recostando la cabeza contra el hombro de Draco y hundiendo su rostro en su cuello.

—Sí, ese es el plan —afirmó Draco sin vacilación, escondiendo en alguna parte intocable de su palacio mental el miedo que sentía.

Los embarazos masculinos eran raros e, incluso en la época en que fueron más frecuentes, un mismo mago no solía embarazarse más de dos veces. Cuando Harry pasó más de trece años sin señales de embarazarse, ambos asumieron que ya esa no sería una posibilidad y decidieron no pensar en ello. Ahora, una realidad distinta los golpeaba de frente.

La noche pasó dura y filosa, con el matrimonio Potter-Malfoy caminando sobre huevos, ignorando el elefante en la habitación a toda costa. Ambos estaban determinados a aferrarse a las últimas horas de tranquilidad que quedasen, temerosos de lo que el día podía traer consigo. Implacable, la mañana llegó con los rayos del sol filtrándose por la ventana y los encontró envueltos uno en el otro, Harry con su rostro escondido contra el cuello de Draco.

Draco no contó cuántos susurros amorosos le tomó convencer a Harry de desenredar sus cuerpos, permitiéndole llevarlo al baño para una ducha mientras Kreacher preparaba el desayuno. Harry apenas podía pasar el jugo, sintiendo su garganta cerrada y aterrado ante las posibilidades, ignorando conscientemente la conversación por red flú que Draco estaba teniendo con su medimago cabecera.

—El Dr. Alcázar nos está esperando. Ya limpió su horario de la mañana para nosotros —informó Draco cuando percibió que Harry no iba a poder terminar su desayuno. Un nudo en su garganta se asentó, asfixiante, al ver aquellos ojos esmeraldas mirarlo aterrados—. ¿Vamos?

Con una seguridad que no sentía por dentro, Draco extendió su mano hacia Harry y esperó pacientemente, sin temblores ni dudas, hasta que Harry la tomó. El verde del fuego mezclado con polvos flú los envolvió en la chimenea mientras Draco gritaba San Mungo como su destino y, pronto, se vieron adentrándose en un ala apartada de paredes blancas que ya conocían tan bien.

—Señores Potter-Malfoy, bienvenidos —saludó una sanadora, Draco creía recordar que se llamaba Petra, antes de indicar el camino familiar—. El Dr. Alcázar ya los está esperando.

La corta distancia de aquel pasillo nunca se había sentido tan larga y agotadora, ni la puerta con el grabado del nombre del medimago en ella se había mostrado tan imponente en sus anteriores visitas, pero todo parecía un reto desmesurado aquella mañana. Dando dos toques, la sanadora Petra abrió la puerta e informó de la llegada de Draco y Harry al Dr. Alcázar, quien de inmediato los hizo pasar.

—Admito que no esperaba que estuvieran aquí tan pronto después del último chequeo médico —comentó el medimago posterior a los saludos correspondientes, revisando el historial médico de Harry—. La última consulta fue hace cuatro meses, y todo parecía normal en ese momento. Su esposo me cuenta que su magia se ha vuelto inestable de nuevo, Señor Potter, y que ha estado cambiando mucho de humor. Refiere haber encontrado síntomas similares a los de su embarazo anterior, ¿es correcto?

—Yo… realmente no había notado nada, solo… pensé que ya no pasaría —farfulló Harry, apretando la mano de Draco hasta que sus nudillos se tornaron de un blanco amarillento y los dedos de Draco se llenaron de sangre, adoptando un color purpureo.

—Es normal que los síntomas pasaran inadvertidos cuando ustedes ya creían imposible un segundo embarazo —aseguró el medimago, buscando tranquilizar a su paciente. Sabía lo peligroso que podía ser Harry cuando perdía el control.

—Han pasado más de 13 años, esto no debería de estar ocurriendo, ¿o sí? —La desesperación latente en las palabras de Harry estrujó el pecho de Draco, agarrotándolo hasta hacerlo contener un gruñido bajo. Su vínculo estaba transfiriendo a Draco lo que Harry sentía para quitarle peso de encima a su esposo.

—En estos años el vínculo de vuestros núcleos mágicos se ha vuelto más fuerte, su magia se ha estabilizado y su núcleo de ha recuperado del todo. Todavía está en una edad fértil para un mago en posición de concebir y, según nuestras entrevistas anteriores, ambos sostienen una vida sexual activa bastante intensa y frecuente —señaló el Dr. Alcázar, notando como sus palabras no lograban el común sonrojo de la vergüenza en Harry. Estaba demasiado consternado—. No digo que esté embarazado, Señor Potter, eso no lo sabremos hasta que no lo examinemos, pero es una posibilidad y quiero que esté preparado.

—Solo terminemos con esto —espetó Harry, mordiendo el interior de su mejilla en un gesto nervioso, tranquilizándose apenas un poco cuando sintió a Draco dibujando círculos encima de la cicatriz de letras en su mano.

—Llamaré a las sanadoras, usted vaya detrás del divisorio y cambie su ropa por la bata pertinente. Ya sabe cómo ha de hacerlo.

Draco ayudó a Harry a levantarse, temeroso de que la intensidad del momento lo hiciera colapsar, mientras el Dr. Alcázar iba en busca de las sanadoras de su mayor confianza; Draco sabía que el medimago aseguraría la discreción absoluta de su personal. Harry parecía un autómata al retirarse la ropa y colocarse la bata, su mirada perdida en un punto inespecífico, y fue solo gracias a Draco que terminó sentado en la camilla de siempre, a la espera de lo que sucedería.

Apenas unos minutos después, el medimago regresó con un equipo de tres sanadoras y le indicó a Harry recostarse en la camilla, con Draco sujetando su mano a su lado y acariciando su cabello rebelde en gestos tranquilizadores. El Dr. Alcázar anunció que iban a empezar el examen y las sanadoras apuntaron sus varitas a Harry, más específicamente a su abdomen, antes de lanzar una serie de hechizos médicos que le evocaban un recuerdo lejano. Demasiado lejano.

—Estoy aquí, amado, estoy contigo —susurró Draco, su mirada enlazada a la de Harry, consumiendo todo su mundo y haciendo que se centrase solo en él.

A su alrededor los hechizos inundaban de luz y humo líquido la habitación, envolvían a Harry, calentaban su piel y se adentraban en sus entrañas. Harry se aferró con todas sus fuerzas a la mano de Draco, se dejó acunar por sus dedos recorriendo su cabello enredado, siendo arrullado por sus susurros amorosos y su mirada gentil. Pero Harry conocía a Draco más que a sí mismo, y podía ver en el mercurio de sus ojos la distintiva marca del miedo.

—Puede sentarse, Señor Potter —indicó el Dr. Alcázar, solo entonces siendo Draco y Harry conscientes de que la magia se había detenido hacía minutos y que las sanadoras se habían retirado.

Apoyándose en Draco, Harry se incorporó en la camilla y se vio frente a frente con su medimago. No necesitaba palabras, ni siquiera la más mínima sílaba, la mirada de quien había atendido cada una de sus dolencias y condiciones durante los últimos trece años y más le confirmaba todo lo que quería saber. Aún así, había una necesidad primaria en Draco por escucharlo, como si dándole voz hicieran tangible el hecho.

—No voy a dar rodeos, Señores Potter-Malfoy, vuestras sospechas eran ciertas. Señor Potter, usted está embarazado de 10 semanas.

—¡Por Merlín! —espetó Harry, como si aquella frase fuese la mayor obscenidad existente. Su tono parecía convertirla en una.

—¿Cómo se encuentran Harry y el bebé? —preguntó Draco, consciente de que no podía permitirse entrar en pánico en ese momento. Harry ya estaba al borde del colapso, era su responsabilidad hacer las preguntas pertinentes y estar atento, ser su lugar seguro. Ya explotaría cuando estuviera en la Mansión Malfoy hablando con sus padres.

—Harry se encuentra bien, por el momento —respondió el medimago, y Draco no se perdió la inflexión de su voz—. Su núcleo mágico parece haber estado manteniéndolo a él tan estable como es posible, mientras creaba un nuevo útero para el feto. Las explosiones de magia provienen de los cambios morfofisiológicos que están ocurriendo en estos momentos, pero eso ya lo sabíamos del embarazo anterior.

—Hay algo más, ¿no es cierto? —Harry apretó el borde de la camilla con una fuerza inconsciente, su magia impregnando las paredes de la consulta conforme la ansiedad aumentaba.

—Los núcleos mágicos tienen memoria, como el sistema inmune. Una vez que te expones a algo que te ha hecho daño, tu sistema lo reconoce si hay una segunda exposición y lo ataca de forma inmediata como prevención. Su núcleo mágico ha creado un útero para un segundo embarazo, pero al sentir los cambios ya vividos anteriormente, no está respondiendo bien.

—¿A qué se refiere? —cuestionó Draco, abrazando a Harry por detrás para sostenerlo al ver su rostro lívido. Sin embargo, necesitaban saber.

—El útero es más pequeño de lo correspondiente a un embarazo masculino de 10 semanas, la circulación feto-placentaria es más lenta de lo adecuado y los cambios morfofisiológicos en el núcleo mágico no están desarrollándose tan rápido como deberían. Su núcleo está protegiendo al Señor Potter a toda costa, percibe al feto como una amenaza debido al exceso de magia que drenó de su cuerpo el embarazo anterior.

—¿Qué está queriendo decir? —intervino Harry, la camilla en la que yacía sentado temblando bajo él con el desbalance de su magia—. Esto no es culpa de mi hija.

—No he dicho eso, Señor Potter —aseguró el Dr. Alcázar con lentitud, manteniendo un semblante neutro pese a ser el objeto de odio de Harry en ese momento—. Es innegable que su embarazo anterior expuso su cuerpo y su núcleo a un daño significativo, por eso ha tardado tanto tiempo en volver a gestar. Esto no es culpa de nadie, pero es una realidad. Este embarazo es peligroso para todos.

Harry sabía que a su lado Draco seguía haciendo preguntas, que el medimago las respondía con paciencia y profesionalismo y que, en algún momento, Draco y él habían sido dejado solos para que Harry se vistiera. Era vagamente consciente de que habían pasado un tiempo sentados delante del escritorio del Dr. Alcázar mientras él les indicaba el plan a seguir y los cuidados que debían tenerse, pero nada atravesaba del todo la niebla que turbaba su mente como un filtro protector, dándole tiempo a asimilar lo que sucedía.

No fue hasta que estuvo en la seguridad de Grimmauld Place, en su cama, vestido con su pijama y rodeado con los brazos de Draco, una taza de leche caliente en sus manos y el humo ascendiendo frente a él, que la niebla se disipó. Harry lloró, sollozos incontrolables que hicieron temblar su cuerpo y sacudieron su hogar, gritos desgarradores y su mente al borde de la histeria, las palabras suaves de Draco y su constante movimiento que mecía a Harry junto consigo mismo para calmarlo arroparon su dolor, hasta que el cansancio finalmente lo venció.

El desayuno fue un asunto pesaroso y sombrío, donde Draco le explicó a Harry las indicaciones del medimago y lo que harían a partir de ese momento.

Harry podía seguir trabajando, porque era el Jefe del Departamento de Aurores y no tenía necesidad de ir a ninguna misión; Harry no iría, no se arriesgaría; habían una serie de pociones que Harry debería tomar tres veces al día en dosificaciones exactas, cuyo primer cargamento ya había llegado por paquetería mágica esa mañana; y, sobre todo, Harry tendría que aumentar sus sesiones con la psicomaga, la calma de su mente era lo más importante por el momento.

—No se lo digas a nadie —pidió Harry cuando Draco y él estuvieron parados frente a la chimenea, polvos flú en mano, dispuestos para ir a sus respectivos trabajos—. No quiero que nadie sepa por el momento.

—Será como tú desees, amado —Y fue la firmeza en la voz de Draco, usando aquel apodo que solo reservaba para momentos difíciles, lo que le hizo saber a Harry que tan peligrosa era la situación.

Las revisiones médicas se hicieron dos veces por semana, Harry mantuvo una dieta estricta y el uso de su magia en el mínimo, tomando las pociones puntualmente todo el tiempo. Sus amigos y familia sabían que algo pasaba, pero sus preguntas fueron contestadas con palabras vagas y excusas esquivas, así que dejaron de preguntar y le permitieron al matrimonio Potter-Malfoy tener su tiempo. Ya les dirían cuando llegase el momento.

La vida continuaba normal para el resto del mundo. Harry y Draco trabajaban, asistían a una cena los sábados en la Mansión Malfoy y a un almuerzo los domingos en la Madriguera; respondían cartas de Teddy y Calantha con la misma alegría con la que ellos las escribían y visitaban a Andrómeda en algún momento no planeado de la semana.

Hacían tiempo para ver a George y Ron en Sortilegios Weasley, escuchando a Angelina quejarse una vez más porque Roxana no dejaba de insistir en querer ir a Hogwarts de inmediato cuando todavía no tenía la edad. Harry comentó que era tan insistente como su padre, George infló el pecho orgulloso y Angelina le pegó en la parte posterior de la cabeza.

Eran momentos así los que tranquilizaban a Harry, le hacían sentir que todo estaría bien, le daban calma mientras acariciaba el bulto casi inexistente en su abdomen, su otra mano entrelazada con Draco.

Pero la calma no estaba destinada a durar.

—¡Draco!

El grito desolador de Harry erizó la piel de Draco, dejándolo paralizado en el sillón en su estudio, pluma en mano y una mancha de tinta creciente en su pergamino. De repente, todo su cuerpo entró en acción a la vez, propulsándose hacia adelante e ignorando el estrépito del sillón contra el suelo a favor de correr escaleras arriba.

La habitación tenía un ambiente sombrío de penumbras y las sábanas estaban revueltas allí donde Harry había pasado todo el día debido a un cansancio extenuante que no lo dejaba moverse.

Harry no estaba.

—¡Draco!

El segundo grito fue más bien un sollozo roto. Draco sintió sus ojos llenarse de lágrimas. Un deseo desgarrador se aferró a su pecho, pidiéndole, implorándole que no diera un paso más. Draco lo dio, y otro, y otro, hasta que su mano abrió del todo la puerta entrecerrada del baño, encontrándose a Harry arrodillado en el suelo, lágrimas bañando su rostro, sus espejuelos rotos en la esquina contraria, sus hermosos ojos esmeraldas rodeados de un rojo irritado que rompió a Draco.

Había una petición desconsoladora en la mirada de Harry que Draco no podía cumplir, sin importar lo que hiciera o los deseos de quitarse su propio núcleo mágico y quedarse como no más que un squib a cambio de darle la magia suficiente a Harry para sobreponerse a esto, él no podía. Nadie podía.

Así que hizo lo único que sí podía hacer: Draco se arrodilló en el suelo al lado de Harry, sus dedos fríos y temblorosos acunando el rostro lloroso de su esposo, y dejó un beso en su frente antes de abrazarlo con todas sus fuerzas, con todo su amor. Esperó, porque no podía hacer más, y resistió cada insulto al universo, cada grito, cada desgarrador sollozo de dolor, mientras arropaba a Harry entre sus brazos. Su mirada siguió enfocada en el rojo de la sangre que contrastaba contra el blanco pulcro de las baldosas del baño. Draco nunca imaginó un rojo más horrible que ese.

A las 18 semanas, el segundo embarazo mágico de Harry terminó.

Estuvo ingresado en San Mungo un total de tres días, con medimagos y sanadores atendiendo su recuperación y cualquier daño que pudiese quedar en su cuerpo. Su núcleo se recuperaría en algunos meses, pues el daño en este había sido casi mínimo; y Harry exigió que se reportara al mundo que había sido ingresado debido a una poción tomada equivocadamente. Nadie lo cuestionó.

—Harry —llamó Draco desde la puerta de la habitación, viendo a Harry sentado en el suelo frente al armario, rodeado de ropa—. ¿Qué haces?

—Quiero cambiar toda mi ropa —respondió Harry tranquilamente, como si aquella frase viniendo de él no fuese la mayor locura que Draco había escuchado. Draco no lo señaló.

—Está bien, si quieres podemos ir a comprar todo nuevo mañana, a no ser que estés dispuesto a dejarme traer a mi sastre personal y hacer todo tu guardarropa a medida —propuso Draco, acercándose a Harry con lentitud. Harry ahogó una risilla.

—No me he vuelto demente todavía.

—Bien, Callejón Diagon será —accedió Draco, sentándose en el suelo al lado de Harry—. Llegó Nyx con una carta de Calantha.

—¿A esta hora? ¿Sucedió algo? —El terror sobrecogió a Harry, girándose hacia Draco desesperado y sintiéndose algo turbado al ver la sonrisa traviesa en el rostro calmado de su esposo.

—Digamos que… Calantha, Teddy y Fred Weasley II juntos en Hogwarts no fue una buena idea. McGonagall es posible que nos asesine y me alegro mucho que el siguiente curso Calantha no vaya a estar allí porque es probable que le hubiesen puesto un grillete en el tobillo con tal de que no anduviese por los pasillos a sus anchas. Con todo eso, hay que madrugar en la Plataforma 9¾, el tren ha tenido que salir de noche.

—Oh, Merlín, ¿qué hicieron? —preguntó Harry, relajándose al entender el motivo de la carta.

Draco leyó la carta para Harry, quien usó el hombro de Draco para apoyar su cabeza mientras se dejaba guiar por la voz sedosa de Draco a través de las palabras de su hija. Fue la primera noche desde aquel fatídico momento hacía trece días atrás que Harry durmió toda la noche, sin pesadillas, ni espasmos, solo su cuerpo relajado en los brazos de su esposo.

Cuando el sol se alzó entre las nubes y ambos recibieron a Calantha en la Plataforma 9¾, fingiendo una indignación que no sentían, Draco supo que estarían bien. Sanarían, como habían sanado tantas heridas antes; la cicatriz permanecería allí, junto con la esfera oscurecida en el tapiz de la Mansión Malfoy debajo del cual se leían sus apellidos entrelazados sin nombre, pero nadie hablaría de eso. Calantha nunca lo sabría, y ellos estarían bien. Juntos.

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Acepto sus mejores piedras hacia mi cabeza😌. No me arrepiento de nada.

Nah, la verdad es que en los promps originales para el Agosto Mpreg 2023 que yo seguí, había una ruta en la que Harry perdía el embarazo. Originalmente iba a escoger esa, pero la inspiración me bajó para la ruta contraria y terminé escribiendo este extra como desahogo.

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