Extra 6 "Podrido hasta la raíz"
La oscuridad se extendía por las paredes, arrastrándose como una serpiente que se acerca lenta a su presa. En la habitación, apenas iluminada por la luz de la luna, las sombras tomaban formas terroríficas que petrificaban su menudo cuerpo dispuesto entre las sábanas frías. Se había despertado hacía un tiempo indefinido, para él se sentían como horas, y lo único que había logrado mover de su cuerpo fueron sus párpados, apenas lo suficiente para ver los monstruos imaginarios producto del miedo.
¿Cuántas veces había pasado esto ya?
Se sentía como una eternidad desde que las parálisis nocturnas habían empezado, y Lucius realmente no podía recordar cuándo había dormido toda la noche sin despertar sintiendo el miedo agarrotando su cuerpo y empotrándolo a la cama.
Afuera de su habitación el silencio se quejaba en la forma de susurros; los cuadros de la Mansión Malfoy debían de estar dormidos, pero nunca lo estaban, no del todo. Si Lucius pudiera ser sincero, hubiese admitido que detestaba oírlos hablar, que si fuera su decisión ya estarían todos quemados, o en el fondo de las mazmorras al menos. No podía ser sincero, así que solo quedaba callar y fingir que no escuchaba sus despiadadas palabras.
No recordaba cuándo había sido, pero sí lo que había pasado aquella noche. Creía que habían pasado años, en su recuerdo él era más pequeño, un niño apenas, y su padre lo había presentado en sociedad por primera vez en un gran baile donde todas las familias importantes sangres puras del Mundo Mágico habían asistido. No había otros niños, solo Lucius, porque era en su honor que el baile se daba.
Había estado aburriéndose la mayor parte de la noche y, en algún momento de su infantil inocencia, Lucius había deseado que sucediera algo que le permitiera entretenerse. Más tarde esa madrugada, cuando yació en su cama sin poder dormir, todavía temblando desconsoladamente, Lucius se arrepintió de su deseo estúpido.
Todavía podía escuchar los gritos de aquel sangre sucia. En un principio Lucius ni siquiera comprendió por qué lo estaban torturando, petrificado sobre una mesa en la mazmorra principal, su cuerpo retorciéndose con cada Crucio que era lanzado en su dirección. No fue hasta que llegó el turno del patriarca de la familia Goyle que Lucius entendió.
Lucius sabía que era una familia que tenía negocios con su padre, así que no pensó nada de que todos le hicieran los honores al Señor Goyle de “dar el golpe de gracia”, como le habían referido sus acompañantes.
Lucius nunca había visto a nadie desangrarse entre un dolor acuciante hasta morir. Lo vio ese día. El sangre sucia había cortejado al hijo del Señor Goyle, y el patriarca los había descubierto. Fue ese día que Lucius entendió lo deplorable de rebajarse con un sangre sucia, y lo asqueroso de los vínculos entre personas del mismo sexo. Los episodios de parálisis nocturnas aparecieron aquella noche y nunca más se fueron, volviéndose más frecuentes conforme pasaba el tiempo.
Una respiración profunda, dos, tres.
«No son nada, solo es tu imaginación. Respira».
Para cuando el alivio de poder moverse y recuperar el control de su cuerpo apareció, la luz de la luna había cedido paso a los rayos del sol y un elfo doméstico tocaba en la puerta de sus aposentos, llamándolo para que se preparase para el desayuno. Lucius limpió el sudor frío de su frente, lamentando la noche extenuante y el dolor en sus músculos rígidos, antes de gritar un improperio al elfo para que lo dejara en paz.
En el silencio posterior, Lucius permitió que el agua caliente de la bañera aliviase el dolor y borrase el recuerdo frío de la noche. La Mansión Malfoy siempre estaba fría, Lucius no entendía cómo habían vivido generaciones allí sin que nadie usase un hechizo para calentarlo todo. Obviamente las múltiples chimeneas no estaban ayudando en nada.
—Buenos días, padres —saludó Lucius, entrando con deferencia al comedor después de haber sido anunciado.
—Tardaste —Lucius tembló ante la única palabra dicha por su padre, sintiendo el arrastre de un castigo prometido en su tono.
—No logré dormir apropiadamente, me disculpo por ello, padre —excusó manteniendo la mirada en el suelo, esperando la indicación para sentarse. Debía de estar seguro de que era bienvenido al desayuno.
—Hoy me encuentro generoso —comentó Abraxas, señalando hacia el asiento de Lucius al lado de su madre; no se había ganado el derecho a sentarse al lado de su padre—. Hoy es un día importante para nosotros.
Lucius sabía mejor que nadie que no debía de preguntar nada, ni interrumpir a su padre. Abraxas Malfoy nunca estaba de buen humor, Lucius creía poder contar con los dedos de su mano cuántas veces lo había visto siquiera ligeramente complacido, lo suficiente como para atenuar las líneas oscuras de los años de malicia que corrían por su sangre. El silencio se extendió unos segundos, mientras los elfos aparecían el desayuno delante de ellos con un ligero crack.
—Esposa mía —dijo Abraxas, una orden implícita que Lucius no se perdió.
—Lucius, aquí tienes —Con una delicadeza que le era extraña, Lucius recibió el pergamino que su madre le entregaba, esperando el asentimiento corto de su padre antes de desenrollarlo para leer su contenido.
—¿Qué es esto, padre? —preguntó luego de unos segundos, repasando la lista de nombres delante de él.
—Son las jóvenes sangres puras que son apropiadas para pertenecer a la familia Malfoy —explicó su padre, lo más cercano a una sonrisa tirando de la comisura de sus labios. Lucius no se dejó engañar, la oscuridad en su mirada seguía perpetuamente presente—. Los padres de cada una de ellas han solicitado una unión por matrimonio con nuestra familia y, para demostrar tu capacidad de liderazgo y que eres digno de heredar todo lo que te corresponde, te permitiré escoger tres opciones de esa lista. Yo designaré la elegida final, así que espero que no me decepciones.
Lucius mordió su lengua, llenando su boca del sabor metálico de la sangre mientras sus piernas temblaban bajo la mesa, protegidas de la mirada de su padre por el mantel. Una mano cálida se apoyó en su muslo, una caricia suave de un pulgar haciendo círculos sobre la tela, un gesto de apoyo que debía de mantenerse oculto de la vista de todos…, de la mirada de su padre. Lucius agradeció en silencio a su madre.
—No te decepcionaré, padre —afirmó Lucius sin vacilación, mirando a Abraxas directo a los ojos los segundos suficientes para verse determinado.
—El baile de hoy es para que las conozcas durante las primeras dos horas —explicó Abraxas, complacido con la respuesta de su hijo—. Después de eso sus familias las regresaran a sus casas, como es de esperar del comportamiento adecuado de señoritas de tan respetadas familias, así que el resto de la noche será para que te relaciones con nuestros más grandes socios y pruebes tus habilidades de negocios.
—Entiendo, padre.
Si Lucius dejó escapar en sus palabras algún resentimiento, Abraxas no pareció notarlo y su madre solo acarició su muslo por unos segundos más.
Pese a su intento desesperado por detener el tiempo, y a sus ruegos hacia cualquier deidad que estuviera dispuesta a escuchar a aquel muchacho de dieciséis años que cada día se hundía más profundo en la oscuridad, la noche llegó implacable y Lucius se encontró delante del espejo de pie de su habitación, con una túnica negra elegantemente elaborada a mano solo para él y su cabello corto perfectamente arreglado.
—Te ves muy apuesto, hijo —halagó su madre, limpiando un polvo inexistente de los hombros de Lucius. Sus miradas se encontraron en el espejo y él vio el vacío profundo en ella, el mismo que él sentía a veces.
—Muchas gracias, mamá —La sonrisa de su madre como respuesta a sus palabras aplacó el dolor latente en su pecho. Solo en privado podía decirle de forma más afectuosa, las emociones eran una debilidad inaceptable para un Malfoy.
—Debemos bajar —susurró su madre, casi como si pudiera ver el temor subyacente bajo la piel de su hijo. Lucius sonrió para aligerar el peso en los hombros de quien único le había mostrado afecto—. Pase lo que pase esta noche, mi querido, recuerda que siempre hay un pequeño destello de luz. Búscalo y aférrate a él.
—Por supuesto, mamá —Lucius no creía del todo sus palabras, pero no angustiaría más a su madre.
El salón de baile principal de la Mansión Malfoy vestía galas de plata y verde, aludiendo a la tradición Slytherin de sus miembros familiares, y los invitados parecían desplazarse con una evidente sumisión ante el patriarca Malfoy. Lucius se preguntó si su padre tenía algún amigo, alguien que no fuera sumiso ni obediente, sino genuinamente leal. Asumió que no, ya que él tampoco los tenía. La amistad era un absurdo, una ilusión para tontos.
—Lucius —llamó su padre, colocando una mano sobre el hombro de Lucius. Cada músculo de su cuerpo se tensó ante el contacto, pero él no dejó entreverlo—, te presento a la Señora Cornfoot y la Señora Fleamont. Sus familias son socios antiguos de los Malfoy y ellas vinieron como representantes esta noche.
—Un placer tenerlas con nosotros esta noche, su presencia hace magnífica la velada —saludó Lucius, inclinándose ante cada una para depositar un beso en el dorso de sus manos. Su padre le decía que algún día esa cortesía la tendrían con él, pero mientras no fuera más que el heredero, debía de demostrar absoluta educación.
—Abraxas, viejo amigo, no nos habías comentado que era tan hermoso y galante —dijo la señora Cornfoot, y algo en su mirada destellante envuelta en las arrugas de la edad envió un escalofrío por la piel de Lucius.
—Eso queda a vuestra consideración, mis señoras —repuso el patriarca familiar, observando el reloj marcar la hora indicada—. Ahora deberán excusarnos, mi hijo tiene responsabilidades con las damas casaderas de las nobles familias.
—Por supuesto, no quisiéramos interponernos entre este apuesto heredero y sus posibles prometidas —intervino la Señora Fleamont con una sonrisa nada agraciada—. De cualquiera manera, la noche es joven.
Lucius mordió el interior de su mejilla, sintiendo la mano de su padre guiándolo hacia adelante, donde la multitud cuidadosamente elegida para esa noche esperaba paciente, aunque la ansiedad que crecía en los patriarcas familiares casi parecía asfixiar a Lucius. Luego de algunas presentaciones y muchas sonrisas plantadas con perfección, Abraxas dejó a Lucius solo, la implicación de que cualquier error sería severamente castigado estaba en cada palabra de su despedida:
—Solo tienes dos horas, te sugiero que aproveches cada segundo para hacer que nuestras invitadas se sientan lo más cómodas posibles.
Equivocarse no era una opción, aunque Lucius no negaría que se sentía más relajado cuando captaba la figura de su madre observándolo desde algún lugar por el rabillo del ojo. No había nada que ella pudiera hacer para ayudarlo, no si quería estar allí para él. Su padre la desterraría o mataría, alejándola para siempre, ¿y quién consolaría a Lucius con caricias fantasmales que se mantenían ocultas de ojos curiosos? Sin ella, estaría solo y la oscuridad lo consumiría.
—He escuchado que su padre hace ciertas… fiestas nocturnas, por decirlo de alguna manera —comentó la joven delante de él, su cabello ónix brillando cual trampa mortal bajo la luz de las velas—. Con sangres sucias y traidores a la sangre, me refiero.
El nudo en su garganta creció tres veces su tamaño y Lucius sintió el ácido inundar su boca. Era la primera vez que alguien que no pertenecía al círculo cercano de los hombres con los que su padre realizaba aquellos festejos hablaba directamente del tema. Lucius estaba seguro de que todos los presentes sabían lo que sucedía, pero nadie decía nada ni en sus pensamientos siquiera. Bellatrix Black era sin duda una dama peligrosa.
—¿Acaso son esos encuentros de su interés, señorita Black? ¿Ver ese tipo de… espectáculo? —preguntó Lucius con cortesía, ignorando el latir acelerado de su corazón contra sus costillas. Manteniendo la mirada conectada a la de Bellatrix, él le dio otro trago a su copa. ¿Cuántas había bebido en lo que iba de noche?
—Digamos que son un espectáculo que disfrutaría ver —respondió Bellatrix, su mirada oscureciéndose como Lucius había visto que sucedía en su padre; pero había algo más allí, un sadismo visible que caló sus huesos—, aunque lo que verdaderamente me complacería sería… participar yo en ellos.
El arrastre de las palabras desde su lengua, a través de sus dientes, buscaba ser sensual de alguna forma, pero Lucius no lo percibió de esa manera. De repente, su túnica pesó demasiado sobre sus hombros, el calor se volvió abrumador y Lucius podía sentir los cabellos pegándose a su nuca.
Farfullando una disculpa que apenas alcanzó a ser lo suficientemente elocuente, Lucius se apartó de Bellatrix Black y apuró el resto de su copa, dejándola para que un elfo la desapareciera y pasando lo más desapercibido posible entre los invitados, huyendo del salón de baile.
No fue consciente de a dónde sus piernas lo llevaron, porque su mente solo podía procesar un pensamiento: «Tengo que salir de aquí». Para cuando su entorno volvió a formar parte de su percepción, Lucius se dio cuenta de que se había refugiado en la biblioteca familiar y, peor aún, que no estaba solo.
Una mirada azul, tan clara como el cielo de invierno, estaba fija en él. Era lo peor que podía pasarle, presentarse ante alguien en su deplorable estado: cabello revuelto por sus propios dedos, la túnica tirada a sus pies y su camisa adherida a su cuerpo producto al sudor que perlaba su piel. Su padre lo cruciaría por esto.
Sabía que debía de hablar, que tenía que ofrecer una disculpa, probablemente sobornar a la dama de alguna forma para que no comentara esto con nadie. Tal vez un Obliviate fuese necesario, pero temía usar su magia porque su padre lo sentiría dentro de las guardas de la Mansión Malfoy y no podía ocultarlo. Sin embargo, su cuerpo parecía petrificado en aquella mirada cerúlea y Lucius no logró hacer nada para proteger su imagen.
Con una respiración profunda, la dama de rubios cabellos y mirada penetrante se levantó, extrayendo de la manga de su vestido un pañuelo verde aguamarina y avanzando hacia Lucius. Por un instante, apenas un breve momento de lucidez, Lucius notó la cojera de la dama. Luego el pañuelo estuvo delante de él, extendido por una delicada mano pálida, las iniciales bordadas con hilos de plata revelando su identidad.
—Tómalo —indicó ella, su voz fría y clara penetrando la neblina turbia en la mente de Lucius.
Sin protestas, el heredero Malfoy tomó el pañuelo y limpió con este el sudor de su frente, aliviándose ante la frialdad de la tela. A su lado, el espacio restante del sofá fue ocupado por el delicado cuerpo de Narcissa Black. Por extraño que fuera, Lucius no halló nada malo en eso.
—Agradezco su gentileza, Señorita Black —dijo Lucius cuando sintió que su habilidad para hablar había regresado.
—La Señorita Black es mi hermana, como la mayor. Yo soy apenas Narcissa —corrigió ella, imperturbable. Había algo en su mirada que por un instante Lucius no reconoció.
—Me disculpo entonces —se apresuró a decir él, acariciando inconscientemente el pañuelo en sus manos—. Y me disculpo también por haberme mostrado a usted en semejantes condiciones impresentables.
—Creo que todos tenemos esos momentos, no podemos ser perfectos todo el tiempo —comentó Narcissa, la seguridad en sus palabras cortando como un cuchillo—. Además, dudo que usted pensara encontrarme aquí.
—¿Por qué está aquí, por cierto? ¿La velada no es de su agrado? —preguntó Lucius, demasiado atento ante las posibilidades de que alguien no disfrutara del baile y que él no hubiese hecho nada para mejorar eso. Su padre lo mataría.
—Mi hermana, Bellatrix, se encargó de asegurarse de que yo no pudiera participar mucho esta noche —respondió Narcissa, levantado su falda apenas lo suficiente para mostrar su tobillo inflamado—. Lo hizo segundos antes de que pasáramos las guardas y su padre no nos tiene permitido usar magia dentro de la Mansión Malfoy, así que…
Lucius sintió una calidez extraña florecer en su pecho, y quizás podía atribuirlo a lo mucho que había bebido esa noche, porque ciertas cosas a su alrededor se veían ligeramente distorsionadas y el mundo no se sentía tan estable, pero no pensó en ello más de un segundo antes de tirarse al suelo doblado sobre una rodilla y sacar su varita.
—¿Me permite? —preguntó, su mano extendiéndose tentativa hacia el pie expuesto de Narcissa, quien mantuvo una expresión imperturbable mientras extraía el pie de su zapato y lo acercaba a la mano de Lucius.
La piel bajo su tacto quemaba casi, o tal vez era que Lucius se sentía demasiado frío, pero eso no aminoró la gentileza con la que sostuvo el delicado pie de Narcissa, ni la suavidad del murmullado hechizo de sanación que brotó de su varita. La inflamación y la alarmante coloración rojiza desaparecieron de inmediato y, por primera vez, Lucius vio la expresión de Narcissa mutar de la máscara férrea a algo ligeramente similar al alivio.
—¿Lucius? —El frío del terror llenó su cuerpo cuando llamaron su nombre, apenas un instante antes de que su mente reconociera aquella como la voz de su madre.
—Puede pasar, madre —dijo Lucius, incorporándose de su posición en el suelo mientras Narcissa volvía a colocar su zapato.
—¿Está todo bien? Tu padre sintió que usaste un hechizo de sanación —La Señora Malfoy, contrario a lo esperado, no se vio alarmada por la privacidad en la que su hijo se encontraba con otra dama. Como cortesía, ni siquiera reconoció su presencia, permitiéndoles fingir que no había sucedido nada si así querían.
—La Señorita Narcissa Black se lastimó el tobillo poco después de llegar a la mansión, yo solo estaba ofreciéndole mis cuidados. No podemos permitir que una invitada tan especial pase la noche adolorida —explicó Lucius, negándose a ocultar lo sucedido como si algo malo hubiese pasado. La mirada de su madre brilló un instante, casi imperceptible.
—¿Se encuentra mejor ahora, Señorita Narcissa?
—Sí, agradezco su preocupación y la asistencia de su hijo —respondió Narcissa con soberbia educación y Lucius no pudo evitar sentirse orgulloso—. Aunque creo que nuestro padre ya ha de estarme buscando para retirarnos, las dos horas están por terminar.
—Permítame escoltarla de regreso al salón de baile —pidió Lucius, arreglando su cabello y colocándose nuevamente la túnica antes de lanzar un hechizo refrescante sobre sí mismo.
La Señora Malfoy no hizo comentario alguno mientras observaba a ambos jóvenes regresar al salón, con la delicada mano de Narcissa Malfoy envuelta alrededor del brazo de Lucius.
Las despedidas hacia cada familia noble que había asistido a la velada tardaron unos treinta minutos, pero no fue difícil notar para Abraxas como su hijo demoraba apenas unos minutos más en despedir a la menor de las hijas de la familia Black. Cuando todos los invitados prescindibles se habían marchado, Abraxas ordenó a su esposa encerrarse en la habitación y dirigió a los presentes restantes hacia el salón privado de la Mansión Malfoy.
—Recuerda lo que te dije hijo, ahora debes demostrar que estás capacitado para tratar con nuestros socios de negocios —advirtió su padre, la amenaza latiendo casi encima de Lucius.
Otra copa llegó a su mano para empujar los nervios con el quemante sabor del alcohol, mientras las conversaciones variaban y se extendían desde el repudio hacia los muggles y los sangres sucias, como las torturas necesarias para castigar a los traidores a la sangre. Lucius no estaba seguro de por qué su padre se refería a aquello como una reunión de negocios, cuando no había una sola conversación sobre el tema por ninguna esquina.
Otra copa y otras dos más. El mundo se difuminaba a su alrededor, su cuerpo pesado ahora descansaba sobre el sofá, apartado de donde los demás adultos conversaban. Lucius fue ligeramente consciente de que alguien le alcanzaba otra copa, una mano se arrastraba por su cabello corto, una voz femenina le susurraba algo al oído. Lo último que fue consciente de ver fue la sonrisa complacida de su padre y el miedo que creció ante la posibilidad de decepcionarlo.
—Me encanta tu cabello corto —susurró otra voz femenina.
Lucius cerró los ojos, la oscuridad lo consumió.
Su cabeza parecía tener como propósito destrozarle el cerebro, destruirlo con golpes constantes hasta que ya no existiera más. Unas manos suaves sostuvieron su rostro y le acercaron a la boca una copa, el líquido con un sabor cítrico llenando sus sentidos, la poción haciendo efecto lo suficiente como para que el dolor parase.
—¿Madre? —Aunque ya podía ver con normalidad, había algo extraño en la imagen que le hacía dudar de la veracidad de todo.
—Has dormido por la mayor parte del día, te he estado cuidando desde entonces —explicó la Señora Malfoy, colocando un paño frío sobre la frente de su hijo.
—¿Padre? —preguntó Lucius, incapaz de recordar cómo había terminado la velada, temiendo las represalias que se avecinaban.
—Está en una visita de negocios, no regresará hasta la noche y me indicó que te dijera que quería la selección de las tres damas para la cena —respondió su madre, apartando algunos mechones de su frente sudada.
—¿No está enojado? —cuestionó Lucius cuando la confusión se aferró a él ante las palabras de su madre.
—Cerró en la madrugada dos negocios importantes gracias a ti, está… complacido —Incluso en su estado, Lucius pudo definir la mueca en el rostro de su madre. Secuencias de los sucesos de la noche anterior bailaron en la periferia de su memoria, el ácido llenando su boca una vez más.
—¿Con quien cerró esos negocios? —Su voz salió rasposa, una lija desgarrando su garganta y Lucius vio el dolor en la mirada de su madre.
—Con los Cornfoot y los Fleamont.
Lucius cerró los ojos, empujando la niebla de recuerdos más profundo, sus manos cerrándose en puños sobre las sábanas. No había nada que recordar, no había nada que pensar. Su padre estaba complacido, su madre y él no serían castigados, el negocio estaba cerrado. No había nada más.
—Te dejaré para que descanses un poco, todavía tienes algunas horas más antes de tener que presentarte ante él —La disculpa en la voz de su madre ardía contra su piel.
No era culpa de ella. No era culpa de nadie. Nada había pasado.
Sus puños se cerraron temblorosos con una fuerza tal que sus músculos dolían y Lucius podía sentir la sangre en la palma de su mano derecha, brotando de las heridas causadas por sus propias uñas. No en la izquierda; algo impedía el mismo daño en su otra mano. Su pulgar acarició levemente el contenido alrededor del cual su puño estaba cerrado, pensando por un equivocado momento que había tomado un puñado de la sábana, hasta que el familiar bordado de hilos de plata fue discernible.
—Narcissa Black —declaró Lucius en un susurro, deteniendo a su madre en la puerta—. A quien quiero es a Narcissa Black.
Lucius no abrió los ojos y su madre no dijo nada; pero no fue sorpresa para él que, poco más de una semana después, las guardas de la Mansión Malfoy se abrieran para recibir a la familia Black y; por primera vez, pero no por última; Lucius vio el frío gélido en la mirada de Narcissa cambiar a un azul cálido de verano.
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Bueno, para quienes lo querían, aquí está la perspectiva de Lucius durante su vida. Nada de lo aquí expuesto justifica el actuar de Lucius, solo te da una explicación del por qué es de esa forma. Una explicación no es una justificación.
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