Extra 5 "Bajo el cielo, en la tierra y sobre el infierno"
—Harry, ya revisé toda la mansión y te aseguro que no hay ninguna criatura dispuesta a arruinar el gran evento —informó Luna, sonriendo con tranquilidad mientras acercaba una cajita de madera pequeña hacia Harry.
—Muchas gracias, Luna —dijo Harry, tomando la cajita y sonriendo hacia Luna. Había sido idea de Draco dejarla hacer lo que quisiera que la hiciera sentir útil en la organización de la boda y no sería Harry quien intervendría en eso. Luna y Draco tenían una amistad bastante peculiar—. ¿Puedo saber qué es esto?
—Luna y yo lo escogimos —informó George, ajustando su propia corbata en el traje y dejando que Luna colocara la flor de calantha en su bolsillo—. En realidad lo escogió ella, yo solo le di los toques finales.
—George, si esta cosa va a arruinar mi boda… —dijo Harry en tono amenazador, sus palabras interrumpidas por la risa de George.
—Hermano, te prometo que esta vez mi participación no tuvo nada que ver con una broma —aseguró George, levantando ambas manos en un gesto de inocencia.
—Tranquilo, Harry, yo misma supervisé todo —intervino Luna, alisando las arrugas inexistentes de su vestido gris—. Draco tiene uno similar. Todo va a salir perfecto. Ahora tengo que irme, el otro novio me espera hecho un manojo de nervios.
—¿Está nervioso por casarse conmigo? —preguntó Harry, la ansiedad filtrándose en su voz.
—Está nervioso de que algo no te guste. Apenas participaste en la organización de la boda, porque no es algo que te guste, y ahora él está replanteándose cada elección que hizo —explicó George con una carcajada, apoyándose sobre el tocador más cercano.
—Eso es un absurdo, me gustará todo sin importar nada —rebatió Harry con el ceño fruncido, recibiendo una suave palmada de Luna en el brazo.
—Lo sabemos —afirmó Luna, acomodando la calantha en el bolsillo del traje blanco de Harry—. Nos vemos en el altar, Harry.
Sin darle tiempo a responder, Luna desapareció de la habitación dando pequeños saltitos en sus botas; que Harry no tenía idea de cómo Draco le había permitido usar; y volvió a estar solo con George. Bajo la mirada divertida de George, Harry abrió la cajita que Luna le había regalado, encontrando dentro una corona dorada con pequeños adornos de garras parecidos a los de un león. Harry no pudo más que sonreír.
—¿Qué le hiciste? —preguntó Harry antes de permitir que George le colocase la corona, reacomodando su cabello despeinado en esa característica forma que le hacía ver bien aunque apenas pudieran controlarlo.
—Ya verás, prometo que valdrá la pena —afirmó George, sonriendo travieso mientras se escuchaban las campanadas que anunciaban el momento en que todos debían presentarse.
George acompañó a Harry hasta la entrada de la carpa que se sostenía en el jardín de la Mansión Malfoy, viéndose oscura y sin vida desde fuera. Riéndose de los evidentes nervios que ahora Harry mostraba, George se adentró en la carpa para reunirse con Ron en el altar, en las mismas posiciones de Luna y Astoria, quienes eran las damas de honor de Draco.
La música cesó por un instante, el silencio dando paso a las suaves notas de la celesta, bajo las expertas manos de uno de los músicos más famosos del Mundo Mágico. Harry sabía que Draco aparecía antes que él, que debía de contar hasta cuarenta antes de su entrada, así que forzó el aire dentro de sus pulmones y cerró los ojos, contando con los latidos erráticos de su corazón.
Las solapas de la carpa se abrieron y Harry dio un paso adentro, abriendo los ojos. El mundo cambió su rotación normal, invirtiéndose en el segundo en que Harry enfocó su mirada en la de Draco. Con cada paso a través de la alfombra de pétalos, Harry veía a Draco moverse en sintonía con él. Era como si todo el tiempo hubiese estado arriba en el altar y fuera Harry quien lo estuviese viendo caminar. No fue hasta que sus pies llegaron al primer escalón que el hechizo se rompió, sus ojos encontrando el mercurio acerado de los de Draco iluminados por el destello de las lágrimas bajo los candelabros mágicos.
Harry tomó la mano temblorosa que Draco le ofrecía, subiendo el altar hasta quedar uno frente al otro, sus coronas brillando sobre sus cabezas. La de Draco era un sinfín de plata que crecía en los colmillos de una serpiente. Internamente Harry hizo una nota mental de agradecerle a George y Luna por el regalo de bodas.
El tiempo se convirtió en algo sin importancia luego. Las palabras del Ministro de Magia, quien se había tomado la libertad de oficializar la unión, llegaban a él desde muy lejanos, por encima de la superficie del agua profunda en la que él flotaba. Su vida se reducía a Draco, al amor que se desbordaba de sus ojos, a sus mejillas manchadas de rosado, a sus labios rojizos por las constantes mordidas nerviosas, a la sonrisa temblorosa que apenas lograba contener. Todo era perfecto.
—… los votos —anunció el Ministro de Magia, reventando la burbuja de Harry, quien vio a Draco inspirar entrecortadamente.
—Harry, desde el momento en que nos vimos nos odiamos fervientemente —inició Draco, haciendo a todos reír—. Merlín, los presentes saben que estábamos sobre la garganta del otro todo el tiempo, como un planeta y el satélite que siempre orbitan juntos. ¿En qué momento pasamos de un odio interminable a un trato cortés, y de eso a besos abrasadores que me dejaban incapaz de pensar? Yo no lo sé, pero la única cosa que ha tenido sentido en mi vida ha sido tenerte como mi enemigo, mi compañero, mi amigo, mi amante, mi alma gemela, el padre de mi hija y la persona más importante en mi existencia. Y seguirá siendo así hasta mi último aliento de vida, en todas las vidas pasadas, en esta y en las que están por venir.
Harry podía sentir las lágrimas bañando su rostro, precipitándose hacia el vacío desde su barbilla. Un nudo en la garganta le impedía más que suaves sollozos felices que rompían cualquier paz existente, pero la sonrisa en sus labios deslumbraba a Draco con particular sencillez.
—Aquí tienes —dijo George, haciendo reír a todos al entregarle a Harry un pañuelo multicolor con un payaso que gritaba “!Salud!” cuando entraba en contacto con lágrimas o mocos. Harry se carcajeó levemente—. Oye, no he arruinado nada —protestó George cuando recibió una mirada enojada de su madre.
—Draco —inició Harry, carraspeando un poco y sonriendo cuando Draco volteó los ojos con fingido reproche—. Admitiré, contra mi voluntad y porque no puedo esconderlo, que siempre estuve obsesionado contigo. No sé cuántas veces Hermione discutió conmigo por eso, o la cantidad de noches que seguí tu nombre en el mapa del merodeador, pero si sé que algo me llamaba hacia ti con una fuerza imposible de resistir. Tardé muchos años en ponerle nombre a lo que sentía, a veces no sé si lo nombré apropiadamente, pero no creo que importe. Estamos juntos y ha sido así desde el principio. En este mundo o en el siguiente, tú serás quien tome mi mano bajo el cielo, en la tierra y sobre el infierno. Mi elección, mi vida, siempre serás tú.
—Ahora, los anillos —pidió el Ministro de Magia, y Harry creyó escuchar que su voz estaba tomada por un ligero nudo de emoción, pero no despegó su mirada de Draco para comprobarlo.
Ninguno dejó de embeberse en la mirada del otro, sino hasta que la carpa se abrió nuevamente para darle paso a Calantha, avanzando con su vestido verde tenue de capas, una tiara en su cabeza adornando sus rebeldes ondas plateadas y una esfera de cristal en sus manos, conteniendo dos alianzas simples que tenían grabada la fecha de ese día. Harry apretó fuerte la mano de Draco cuando Calantha hizo una reverencia educada antes de permitirles tomar los anillos, quedándose entre ellos sobre el altar y a la expectativa.
—Con este anillo, yo, Draco Lucius Malfoy Black, te tomo a ti, Harry James Potter Evans, como mi legítimo esposo durante el resto de nuestras vidas.
—Con este anillo, yo, Harry James Potter Evans, te tomo a ti, Draco Lucius Malfoy Black, como mi legítimo esposo durante el resto de nuestras vidas.
De la varita del Ministro de Magia surgió un hilo dorado que se enrolló en las manos unidas de Harry y Draco, enroscándose por sus brazos como una serpiente viva y llegando a sus pechos. El calor se extendió desde el centro, en aquella parte más profunda del interior de sus cuerpos y almas, quemando todo a su paso, aferrándose al vínculo de sus núcleos mágicos y vistiéndolo con el color rojo del destino. Draco pensó que nunca un rojo había sido más hermoso.
—Yo os declaro unidos —decretó el Ministro de Magia y la luz lo consumió todo.
Draco se acercó a Harry lento, con la delicadeza de quien trata con un animal feroz, acunando su rostro entre sus cálidos dedos y sonriendo suave. Harry, impetuoso, se aferró a sus caderas y tiró de Draco hasta tenerlo a ras de su cuerpo, sus respiraciones mezclándose con anticipación. Se habían besado incontables veces antes, se besarían infinitas veces después, pero en el momento en que sus labios conectaron y sintieron el tirón de aquellos hilos rojos y dorados que provenían de sus centros y los envolvían, fue como ver el mundo bajo una nueva luz.
La algarabía de los invitados llegaba lejos, el grito festivo de Calantha era una suave música que acunaba la profundidad del momento, de sus almas envolviéndose alrededor una de la otra con el sello oficial del Mundo Mágico. Tanto Harry como Draco respiraron profundamente, sus frentes unidas y sonrisas adornando sus labios, hasta que Harry se giró para enfrentarse a sus invitados.
—¡Ya es mi esposo! —gritó, haciendo sonrojar a Draco mientras sus familiares reían y Calantha era abrazada por su padre.
—Mi luna, promete no heredar esos impulsos de loco —susurró Draco en la oreja de Calantha, ganándose un manotazo por parte de Harry.
—¡Cállate, Potter! —espetó Harry, cargando a Calantha de los brazos de Draco.
—¡Cállame, Malfoy! —rebatió Draco, sonriente, antes de que su atención fuera reclamada por los suaves brazos de Luna.
—Me alegra mucho que seas feliz —murmuró Luna en su cuello, apretándolo tanto que Draco creyó que planeaba asfixiarlo por un instante.
—Muchas gracias —respondió, conteniendo la emoción en su pecho al sentirse amado por una amiga.
—Muchas felicidades, Draco —dijo Astoria, abrazándolo de forma más educada—. Espero que cumplas con tus funciones de padrino cuando llegue mi boda.
—Mi función principal es ayudarte a escapar si el novio no es de tu preferencia —aseguró Draco con una sonrisa coqueta, haciendo a Astoria sonreír.
Antes de poder recibir cualquier respuesta, Draco ya estaba siendo arrastrado por Harry de la mano, siendo seguidos por George cargando a Calantha sobre sus hombros y la multitud de amigos y familiares persiguiéndolos mientras la magia transformaba el altar y los bancos en una pista de baile y mesas con sillas dispuestas para el bufé.
Draco abrazó a su madre y aceptó con orgullo su beso en la frente, y se sorprendió grandemente cuando Lucius le dio un breve abrazo que incluyó dos palmadas en la espalda y mucha rigidez muscular. Draco no podía estar más feliz. Molly, por su parte, lo apretó contra ella con la misma fuerza asfixiante con la que había apretado a Harry, y Draco articuló algunas groserías hacia su esposo al verlo reírse por el color rojo que tiñó su rostro.
Las felicitaciones volaron por doquier y cada invitado tenía palabras de amor genuinas que dedicarles. Hermione, siempre atenta, permitió que Rita Skeeter tomara algunas fotos en su forma animaga antes de intervenir, atrapándola en un jarro mágico donde la dejaría el resto de la noche. La noticia de la boda saldría primero en el Quisquilloso y eso no tenía discusión ninguna.
Harry entabló una conversación con Bill sobre la vida matrimonial, siendo incapaz de sostener el ritmo de la conversación en francés que llevaban Draco y Fleur por su lado. En una esquina, Andrómeda charlaba alegremente con el matrimonio Malfoy y Harry podía ver a los elfos cuidando de Teddy, Victoire, Freddy y Calantha en la distancia, manteniéndolos entretenidos hasta que estuvieran lo suficientemente cansados como para dormir.
La música dio un cambio repentino y el primer baile como esposos fue anunciado. Harry sintió sus manos sudar y su respiración acelerarse. Había practicado con Draco durante semanas, temeroso de hacer el ridículo como en aquel baile de Navidad tantos años atrás, pero eso no hacía nada por alivianar sus nervios. Draco sonrió, sabedor de lo que Harry pensaba, y tomó su mano, dejando un beso en el dorso.
—¿Me permite esta pieza, esposo mío?
—Siempre, mi querido esposo —respondió Harry con una sonrisa, dejando que todas sus preocupaciones se derritieran en el familiar contacto de Draco.
—¿Estás bien? —preguntó Draco una vez que sintió a Harry relajarse en su abrazo, dejándose llevar por los pasos con los que él lo guiaba.
—Abrumado —admitió Harry, dejando que su frente descansara contra la barbilla de Draco—. Yo, no lo sé. Me agrada que todos estén aquí y soy feliz, pero no se siente…
—Real —terminó Draco en un susurro, besando la frente de Harry—. Me siento igual. Esperamos tanto por este momento, pasamos por tantas cosas que ahora… la sencillez se siente impropia.
—¿Estaremos locos? —preguntó Harry, alzando la mirada hasta encontrar el cielo nublado de los ojos de Draco—. Deseando algo inusual, sintiéndonos extraños en la calma y la normalidad, ¿es eso sano?
—Probablemente no, han sucedido tantos eventos extraordinarios que es de esperar que este tipo de cosas nos resulten ajenas, como si estuvieran destinadas a sucederles a otros, no a nosotros —respondió Draco, suspirando profundo antes de soltar a Harry en un giro suave que lo alejó tanto como sus brazos lo permitían, y volver a atraerlo hacia él—. Pero, ¿sabes una cosa? Si voy a volverme loco de aburrimiento en la normalidad de lo cotidiano con alguien, estoy agradecido de que sea contigo.
—No tendremos tiempo para acostumbrarnos a esto, a la normalidad aburrida de una vida ordinaria —repuso Harry, su lengua humedeciendo sus labios en un gesto nervioso—. Pero, si voy a enfrentar la vida misma con alguien, estoy feliz de que seas tú quien esté a mi lado.
—Nunca pudo ser nadie más —susurró Draco, su frente contra la de Harry, ambos cerrando los ojos mientras sus cuerpos se movían en tándem.
—Nunca lo fue —admitió Harry en un murmullo, dejándose llevar por la música al ritmo suave de los latidos sincronizados de sus corazones.
A su alrededor, sus familiares y amigos se unían a ellos en la pista, las personas que los amaban sonreían al verlos, las cámaras mágicas capturaban el momento en fotografías y vídeos, y una copia muggle del evento era filmada por Dudley. Las risas de los niños llegaban desde lejos, las conversaciones animadas armonizaban con las baladas y la música los vestía y mecía en su ritmo.
Por ese instante, por esa noche, el mundo estaba en perfecta quietud.
El brindis de los padrinos fue largo, lleno de bromas por parte de George que le ganaron igual cantidad de carcajadas que de reproches por parte de los miembros más serios de la familia, y de divagaciones sin sentido que hacían sonreír a Draco por parte de Luna. Todos aplaudieron a la chica con emoción, aunque casi nadie había entendido la idea de su discurso sobre almas conectadas, espíritus del bosque y árboles parlantes, pero nadie se atrevería a molestar a Draco al no darle a Luna la máxima de las ovaciones.
Las conversaciones pasaron de temas sentimentales a las mayores tonterías posibles y la felicidad se desbordaba desde cada persona en aquella fiesta. No fue hasta pasada la medianoche que llegó el momento de despedir a la feliz pareja. Calantha se quedaría con los Malfoy durante toda la semana y los fines de semana los pasaría en la Madriguera, teniendo visitas diarias de Luna para jugar con ella, quien también era la encargada de cuidar a la serpiente. De esa forma, Harry y Draco pasarían dos semanas de luna de miel lejos del Mundo Mágico.
El traslador los llevaría a alguna zona al norte de Francia, donde los Malfoy tenían una propiedad que el Mundo Mágico desconocía por el momento, y de allí tenían dos semanas para explorar el mundo. Despidiéndose de Calantha con abrazos e indicaciones de portarse bien, como si una niña de tres años pudiera hacerlo del todo, y aceptando los buenos deseos de quienes los amaban, el matrimonio Potter-Malfoy tomó a la misma vez la liga azul de lencería que había sido idea de George y Charlie usar como traslador, para el horror y bochorno de Harry, quien se sonrojó junto con Draco.
Convertirse en padre no había cambiado a George en lo absoluto. Harry se preguntaba seriamente cómo Angelina se las arreglaba para lidiar con un bebé de un año y un adulto infantil que sería un niño eterno.
El tirón del traslador los arrastró lejos y, durante unos segundos, el mundo orbitó tambaleante y nauseabundo. Draco fue el primero en estabilizarse, pues el núcleo mágico de Harry seguía recuperándose del embarazo y, por momentos, se comportaba inestable. Según los medimagos, le tomaría al menos otro año más regresar a su estado original.
—Vaya —susurró Harry sin aliento, observando la noche estrellada desde la vista majestuosa que se extendía ante sus ojos en la campiña francesa.
—Prometo mostrarte las mayores bellezas de este mundo —susurró Draco en su oído, abrazándolo desde atrás y presionando sus cuerpos juntos, embriagándose en el aroma de Harry.
—Draco —Harry apretó con más fuerza los brazos de Draco a su alrededor, girando su rostro lo suficiente para embeberse en la mirada adoradora de su esposo—, ya lo haces, todos los días de esta vida.
Draco sintió su corazón saltarse dos latidos en su pecho antes de empezar a correr desaforado. No había explicación universal que pudiera justificar la suerte que había tenido en la vida, de ser el hombre que se perdiese en el esmeralda de aquella mirada cada día, hasta el final de sus tiempos.
Un jadeo ahogado escapó de sus labios antes de reclamar los de Harry con los suyos, deleitándose en la suavidad candente de su respuesta, en el amor que fluía con cada toque húmedo de sus lenguas, con la seguridad firme de sus manos unidas. Y allí los encontró el sol, sus colores bañando el azul purpúreo de la madrugada, con Draco y Harry unidos, sus cuerpos desnudos conectados en la profunda intimidad que simulaba sus almas.
No existía una eternidad entre ese momento y el final, pero, por cuanto durasen sus vidas, esa sería la imagen que evocarían en sus mentes cuando quisieran invocar un patronus: Harry con ojos llorosos, abrazado a Draco, besándose y consumiéndose, absortos en lo más real de sus naturalezas. Dos almas, dos cuerpos, ahora uno.
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Ya les tocaba una boda decente a mis niños bellos.
¿Qué les pareció?
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