Extra 4 "El peligro está al acecho"
Los aurores atacan a Calantha.
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Las estrellas de su falda brillaban con cada movimiento, centellando en un dorado intenso que resaltaba en el terciopelo negro traslúcido, dejando ver la falda blanca debajo. Calantha seguía girando frente al espejo de pie que había en su habitación, disfrutando de las ondulaciones que hacía su falda cuando se abría en un giro completo.
—Mi luna, ¿estás lista? —preguntó Draco, dando dos toques en la puerta de la habitación y sin abrirla. Respetar la privacidad de su hija era importante para la relación entre ellos—. Debemos de irnos ya.
—Voy, papá —respondió Calantha, tomando su bolsito negro con broche dorado y saliendo de la habitación, reuniéndose con Draco en un abrazo tan pronto impactó contra su cuerpo en el pasillo.
—Alguien está emocionada —comentó Draco con tono jocoso, pasando delicadamente sus dedos por el cabello perfectamente ondeado de su hija. Era de las primeras cosas que le había enseñado a hacer con magia, considerando que había heredado la textura del cabello de Harry.
—Dijiste que pasaríamos por la Madriguera cuando terminara el evento —explicó Calantha, sonriendo triunfal cuando Draco soltó un bufido.
—Por supuesto que eso sería lo que te emocionaría —repuso él, dándole la mano mientras caminaban hacia la entrada de Grimmauld Place, donde Harry ya los esperaba.
—Victoire y Teddy estarán allí, y siempre es divertido molestarlos —Calantha bajó las escaleras dando saltos, su cabello rebotando con cada escalón. Harry los miraba desde abajo con adoración, habiendo escuchado el final de la conversación entre ellos.
—Luna, espero que no estés planeando ninguna maldad —intervino él, recibiendo a su hija en un abrazo cuando ella corrió hacia él.
—Prometo que no será malo, papi —aseguró Calantha, haciendo reír a Draco cuando Harry frunció el ceño ligeramente.
—Es una digna Potter, no hay duda —comentó Draco con diversión, colocando su túnica sobre sus hombros y revisando su cabello una última vez.
—Claro, porque jamás un Malfoy ha hecho travesuras —acusó Harry sin malicia, riéndose junto con Calantha—. Y deja de revisar tu imagen en el espejo, Draco, pareciera que estás más enamorado de tu reflejo que de mí.
—La perfección no se alcanza dejándose al descuido, Potter.
—Oh, vamos —interrumpió Calantha, parándose sobre la punta de sus pies y balanceándose—, llegaremos tarde y los Malfoy nunca llegamos tarde.
—¡Por Merlín, mi hija se identifica como un Malfoy! —exclamó Harry, fingiendo estar atónito y desbastado.
—Es una Malfoy, Harry, y tú también —espetó Draco, tomando la otra mano de Calantha y dirigiéndose hacia la entrada. Irían por aparición y preferían hacerla desde fuera de la casa, así no tenían que quitar las protecciones.
—¡No es excusa! —protestó Harry, cerrando la puerta y tomando la otra mano de Calantha.
Antes de que Harry pudiera protestar más respecto a un asunto sin sentido, Draco tomó su mano también y los apareció a los tres a las afueras del restaurante indicado, sonriendo triunfal cuando la sensación nauseosa pasó y se encontró frente a frente con la expresión molesta de Harry, que rápidamente tuvo que camuflar debido a los reporteros que habían alrededor.
Sin poder decir nada, la familia Potter Malfoy se limitó a avanzar a través del mar de reporteros hambrientos por una buena foto, e ingresaron al restaurante, siendo reconocidos de inmediato y sin necesidad de revisar la lista de invitados de ese almuerzo. Adentro, fue fácil para ellos divisar a Hermione, quien los saludó desde lejos mientras terminaba de hablar con una trabajadora del Ministerio.
—Esto está más lleno de lo que yo pensaba —comentó Draco por lo bajo, un susurro apenas lo suficientemente audible para Harry.
—Invitaron a todo el Departamento de Aurores y varios miembros del personal de otros departamentos del Ministerio que trabajaron en el caso —contestó Harry, su atención rápidamente siendo reclamada por el toque nervioso de dedos pequeños enlazados en su mano—. Luna, ¿qué sucede?
—Hay muchas personas —farfulló Calantha, repentinamente muy consciente de la multitud que la rodeaba y que, sin discreción ninguna, empezaban a mirarlos.
—Está bien, nosotros estamos contigo, no te vamos a dejar sola con ellos —aseguró Draco, acariciando suavemente la espalda de la niña mientras intercambiaba una mirada significativa con Harry.
—Pero todos nos miran —susurró Calantha, temerosa de la intensidad de las miradas sobre ellos. Esto era a lo que Harry y Draco le temían cuando Hermione insistió en que deberían venir.
—Mi luna —llamó Draco, lanzando un Muffiato sobre ellos y agachándose a la altura de Calantha. Al carajo con la imagen pública, ella era más importante—, las personas siempre nos van a mirar allá a donde vayamos, porque hay una historia muy grande sobre nosotros y la Segunda Guerra Mágica que algún día te contaremos al detalle. No debes temer a sus miradas, ellos no pueden hacerte daño a no ser que tú se los permitas. Y nosotros estamos aquí para protegerte.
Nunca le habían contado a Calantha la verdad detrás de las miradas de la Comunidad Mágica. Ella sabía que Harry era un héroe para todos, y que algo malo rondaba la marca oscura que Draco tenía en su antebrazo, pero su papi siempre besaba la marca y su papá dejaba besos en la cicatriz de su papi, así que Calantha estaba dispuesta a esperar a obtener respuestas más adelante. Incluso a su corta edad podía entender que era algo que ellos no querían hablar.
—Si te sientes incómoda, nos vamos ahora mismo y nada ha pasado —afirmó Draco, la seguridad y comodidad de Calantha era su única preocupación.
—Teddy y Victoire ya están en la Madriguera, si prefieres ir allí —comentó Harry con una sonrisa reconfortante.
No había vacilación ni reproche en sus miradas, sus padres estaban sinceramente anteponiéndola a sus deberes e imagen pública, y a Calantha con eso le bastaba. Sabía que ellos no dejarían que nadie la lastimara, y podía entender la importancia de aquel evento después de haberse despertado de madrugada durante semanas, solo para encontrar que sus padres estaban despiertos porque Harry acababa de regresar de una redada que no había salido bien. Estaban allí para celebrar el esfuerzo de un equipo de trabajo que dedicó meses a salvar vidas y ella no quería quitarle eso a sus padres. Había sido un esfuerzo en conjunto.
—No, está bien, nos quedamos —afirmó, apretando las manos de sus padres y sonriendo con seguridad. Draco le devolvió la sonrisa, inclinándose para dejar un beso en su frente, y Harry alzó su manita hasta besar el dorso de su mano.
—Está bien, vamos entonces, tu tía Hermione ya está impacientándose con el horario —comentó Harry con diversión, sonriendo ante la carcajada queda de Calantha.
—Cuando no, parece tener un reloj metido en el…
—¡Draco! —regañó Harry, pero en la mirada acerada pudo distinguir la intención original de su esposo, que se vio cumplida cuando Calantha se carcajeó abiertamente. Parecía que la tarde podía salir bien después de todo.
Hermione, quien ya había terminado su conversación anterior, los esperaba con una sonrisa acogedora destinada a Calantha y un pergamino donde tenía la disposición de todas las mesas. Draco quiso fuertemente rodar los ojos ante la organización casi compulsiva de Hermione, pero se contuvo en pos de no molestar a Harry y su amiga. No era que Draco no considerase a Hermione una amiga, pero era como tener una hermana menor molesta a la cual detestabas y querías en misma medida. O sea, no toleraba muchas cosas de ella, pero la defendería si hiciera falta.
—Me alegra ver que vinieran todos juntos —dijo Hermione, abrazando a Harry y aceptando la mano de Calantha como saludo.
—No nos lo perderíamos por nada —comentó Harry con evidente sarcasmo, ganándose una mirada letal de Hermione que hizo que Calantha y Draco contuvieran sus deseos de reír.
—Como sea, su mesa es la del centro, al lado de la de Ron y mía y cerca del actual Ministro de Magia —informó ella, señalando hacia la mesa mencionada mientras revisaba su pergamino.
—Eso no va a funcionar para nosotros, Mione —repuso Harry, su mano bajando para descansar sobre el hombro de Calantha—. Preferiríamos algo más apartado, lejos de las miradas indiscretas.
Por un instante, Draco temió que Hermione no entendería lo que Harry quería decir y le reprocharía que a estas alturas él debía de estar acostumbrado a ser el centro de atención, pero entonces su mirada descendió apenas un segundo hacia Calantha y, luego, se enfocó el Draco. El entendimiento la golpeó como una ola y ella logró esconder su sorpresa detrás de una expresión comprensiva, mirando con escrutinio su pergamino.
—Supongo que puedo cambiarlos hacia la mesa cinco, que es la más alejada, pero estaréis al lado de Nikiforov, Harry —advirtió Hermione con un ligero tono de disculpa, y Draco pudo sentir en su núcleo mágico lo desagradable que era la idea para Harry.
—Está bien, lo que sea —farfulló Harry, sus ojos escaneando la habitación como una costumbre de cuidado que había adquirido en Howgarts y se había incrementado desde que trabajaba como auror.
—Prometo que es un evento pequeño y, además, la comida vale la pena —ofreció Hermione con una disculpa visible en sus ojos, señalando hacia una mesa al final del salón, cerca del pasillo de empleados y los baños.
—Siempre que yo no tenga que dar un discurso —murmuró Harry, riendo cuando Hermione golpeó su hombro—. ¿Ron no viene?
—Está en la cocina, convenciendo a algún cocinero de dejarle probar algo antes de que empiece el almuerzo —respondió Hermione, la frustración y el reproche mezclándose con la diversión que le causaba su pareja—. Ya sabes como es.
—Espero que alguien lo esté vigilando, o no tendremos comida para almorzar todos —comentó Draco con una sonrisa altanera, haciendo reír a Harry y Calantha, mientras su ego se alzaba al ver a Hermione sonreír levemente, incapaz de contenerse.
Las luces tintinearon en advertencia y una vibración sonora se extendió por el restaurante, señal de que todos debían de ocupar sus asientos, pues el discurso protocolario iba a empezar. Con la promesa de reunirse para ir todos juntos a la Madriguera, Hermione se despidió de ellos y fue a buscar a Ron, determinada a sacarlo de la cocina por las orejas de ser necesario.
La impresión fue evidente entre los asistentes cuando Harry y su familia no tomaron la mesa principal, sobre todo siendo Harry uno de los aurores que había liderado la investigación desde sus comienzos; lo habían elegido debido a su conocimiento del Mundo Muggle y Harry había estado honrado, de no haber tenido que trabajar codo con codo con Christian Blass. Con dos años en su equipo, Harry fue finalmente liberado de su cargo y se le transfirió a su propia oficina, obteniendo un equipo propio. Decir que Blass estaba molesto era quedarse poco. Harry lo disfrutó.
—Bienvenidos, respetables miembros de la Comunidad Mágica, a este día tan importante para todos —inició el Ministro de Magia, parándose frente a todas las mesas y mirando con aire suntuoso a los presentes—. Es un honor para mí, y un orgullo para el Mundo Mágico, poder llevar a cabo esta celebración. Sé que todos los presentes han colaborado de alguna forma al logro que nos ha traído aquí hoy, y ese trabajo en equipo es precisamente lo que nos ha dado el triunfo. Después de tres años de ardua investigación, los miembros encargados de nuestra protección y seguridad finalmente lograron atrapar a todos los magos implicados en el tráfico de muggles para experimentación. Hoy, la Comunidad Mágica vuelve a ser un lugar seguro y los muggles pueden descansar en paz. Espero que de esto aprendamos todos una lección. Sin más, y esperando no haberlos aburrido, disfruten de este banquete en vuestro honor.
La magia vibró en el aire, surcando la habitación hasta la más recóndita esquina, y las mesas se llenaron de esquicitos platos preparados con el más esmerado trabajo posible. A Harry le recordó levemente a Howgarts, pero se reservó el comentario, aunque la mirada de Draco le decía que él también lo estaba pensando.
—No entiendo bien el objetivo de este almuerzo —comentó Calantha, tomando educadamente el cubierto con la mayor gracia que un Malfoy alguna vez había portado. Draco sonrió con orgullo.
—Lo enmascaran como una celebración, cuando no es más que un evento para presumir sus logros a la prensa sensacionalista y hacer parecer que tienen todo bajo control. Manipulación de masas —respondió Draco, modulando su voz para que solo ellos pudieran oírlo.
—Draco, no hay necesidad de responder eso —intervino Harry, su ceño fruncido demostrando su desaprobación.
—¿Por qué no? Yo creo que tiene más sentido —dijo Calantha, mirando a Harry con expresión interrogante. Al lado de ellos, alguien bufó por lo bajo.
—Tal padre, tal hija —farfulló una voz familiar, bañando sus palabras en desdén. Harry sintió la magia correr por sus venas, alentándolo a tomar la varita.
—¿Nadie te explicó que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas? —preguntó Draco con obvio reproche, su mano izquierda ya sosteniendo la varita mientras él calmaba sus deseos internos de dejarse llevar.
—No veo por qué debo de tener modales cuando tengo al lado a un sucio mortí…
Las palabras de Nikiforov fueron bloqueadas por un encantamiento silenciador por parte de Harry, quien sintió la ira de Draco mezclarse con la suya propia. No estaban en el lugar propicio para dejarse llevar por sus deseos de callar a Nikiforov de forma apropiada, pero la mirada de Harry prometía un ajustes de cuentas que pronto sería llevado a cabo.
—Papá —llamó Calantha, su incomodidad ahora bañada de preocupación.
—Está bien, mi luna, es solo un impresentable que solía ser mi compañero de trabajo y no se tomó bien que yo no aceptara sus constantes insinuaciones —explicó Harry, intentando restarle importancia a lo que acababa de pasar, pero tanto él como Draco pudieron ver la determinación en aquellas esferas esmeraldas que estaban fijas en ellos.
—Algunas personas aquí me recienten por errores pasados cometidos durante la guerra, mi luna —intervino Draco, extendiendo su brazo izquierdo sobre la mesa hasta que su mano tomó la de Calantha con suavidad—. Tienen motivos para hacerlo, pero no hay nada que yo pueda hacer ya para cambiar lo que piensan de mí.
—Tu padre redimió sus errores hace mucho tiempo y no entiendo por qué, después de tantos años, sigue habiendo tanto resentimiento. Es como si quisieran seguir aferrados a la oscuridad —comentó Harry, su mirada fija en su comida, la cual ya no tocaba. Había perdido el apetito.
—No sé qué sucedió durante la guerra, pero mi madrina a veces dice que las personas se aferran a emociones oscuras, porque no saben cómo abrazar la luz —dijo Calantha, dándole a la pierna de Harry una patada suave por debajo de la mesa que hizo que su padre la mirase—. Quizás el tiempo termine ayudando; mientras tanto, estamos juntos.
—Luna —susurró Draco, sintiendo una creciente opresión en su pecho que le dificultó respirar. Un suspiro escapó de sus labios—. Me preocupa lo rápido que maduras, no quiero que crezcas.
—Tranquilo, papá, seguiré haciendo recortes para papel maché e imaginando escenarios inexistentes que se forman en la alfombra que me regaló la tía Astoria —repuso Calantha con una sonrisa, enderezando su postura para proceder a comer como si nada hubiera pasado, aunque una calidez familiar se extendió por ella con las risas quedas de sus padres.
El almuerzo transcurrió en un bullicio bajo que llegaba a ellos desde lejos, pues Harry había bloqueado los murmullos y conversaciones innecesarias. Desde su mesa en el centro, Hermione y Ron intercambiaron miradas con Harry y, con años de amistad de respaldo, ambos entendieron que algo había sucedido que había puesto incómodos a Draco y Harry, por lo que era probable que la familia Potter Malfoy se retirase apenas el almuerzo terminara y no asistieran a la recepción posterior. Hermione asintió una sola vez, mostrándose de acuerdo.
—Espero que el postre no sea algo muy dulce —comentó Draco, dándole un sorbo a su copa de vino.
—Papá, un poco de azúcar no va a hacernos daño —protestó Calantha suavemente, haciendo reír a Harry ante el puchero apenas contenido que su expresión mostraba.
—Oye, no soy yo quien luego quiere correr por todo el jardín como si hubiese recibido un encantamiento de carreras —repuso Draco, haciendo un esfuerzo consciente por no soltarse a reír.
—Iré al baño un momento, no empiecen el postre sin mi —dijo Calantha, volteando los ojos con diversión mientras se paraba de su asiento.
—Espera, no vas sola —intervino Harry, limpiando la comisura de sus labios con la servilleta en un gesto aprendido por su memoria muscular gracias a ver a Draco hacerlo tantas veces.
—Papi, ya tengo siete años, soy lo suficientemente grande como para ir al baño yo sola —alegó Calantha con firmeza, señalando hacia las puertas del baño a unos metros de distancia—. Además, está allí mismo y nadie ha entrado en la última hora. No demoraré, lo prometo.
—No lo sé… —Harry vaciló, mirando entre la puerta del baño que estaba cerca y Calantha. Sus ojos encontraron los de Draco en busca de alguna respuesta, pero su esposo parecía igual de dubitativo que él. Con un suspiro resignado, Harry asintió—. Solo no te demores, no me gusta perderte de vista en lugares públicos.
—Serán cinco minutos —aseguró Calantha, dejando un beso en la mejilla de Harry antes de caminar hacia el baño de mujeres.
—Supongo que está creciendo —murmuró Harry con tristeza, observando la puerta a través de la cual su hija desaparecía—. No solía soltar nuestra mano cuando estábamos fuera de casa o de la mansión.
—Es más inteligente de lo que se esperaría, pero es algo que no podemos controlar —repuso Draco en un susurro cansado, dando otro sorbo de su vino mientras los platos frente a ellos desaparecían—. A veces quisiera llegar a casa y encontrar una explosión de pintura o alguna mascota salvaje por allí, algo que me recuerde que tiene siete y no veinte.
—Al menos sigue haciendo berrinche cuando llega la hora del baño y ella está ocupada en algo más, aunque sea con la cabeza sumergida en un libro —dijo Harry, un optimismo vencido filtrándose por sus palabras.
—Y viene a nosotros cuando no puede dormir, para meterse en nuestra cama —añadió Draco, sonriendo ante el recuerdo de Calantha tocando la puerta de su habitación y esperando a que uno de ellos la invite a pasar, para luego asomar su cabeza con cabellera despeinada y pedir permiso para dormir con ellos, arrastrando consigo un gran peluche de hurón que a Ron se le ocurrió la idea que sería un buen regalo.
—Y se escabulle de noche para pedirle a Kreacher o Effie que le den algo de comer que sea dulce —aportó Harry con una risa queda, sosteniendo la mano de Draco entre la suya—. Todavía es nuestra niña y lo seguirá siendo algunos años más.
—El tiempo pasa demasiado rápido, me gustaría haber conseguido un giratiempo antes de que fueran destruidos —comentó Draco en un suspiro melancólico, llevando la mano de Harry a su rostro y depositando un beso en el dorso.
Calantha estaba reclinada sobre el lavamanos, habiendo levitado el banquito en la esquina del baño para alcanzar la altura apropiada y lavarse las manos antes de regresar con sus padres a la mesa. En su mente trazaba un plan de las bromas que planeaba hacerle a Teddy, contando siempre con la colaboración de Victoire, quien no se contenía cuando de maldades infantiles se trataba. Esperaba que Teddy todavía no hubiese aprendido a controlar el color de su cabello y siguiese mostrando sus emociones en este, lo haría todo más divertido.
La puerta del baño se abrió y, por costumbre más que por instinto, Calantha inmediatamente miró en dirección a esta. Durante cada día desde que tenía poco más de un año sus padres, sus tíos y algunos tutores especiales habían dedicado cuatro horas del día a entrenar con ella. No solo su magia, sino sus técnicas, su forma de leer a las personas, de estudiar su entorno. Calantha siempre pensó que era una exageración, pero podía sentir la tensión cuando su papá salía a la calle junto con ellos, así que siempre tomó muy en serio sus lecciones.
El sonido de la puerta cerrándose dejó el baño en silencio, delante de Calantha no había nadie. Error, no se veía a nadie, pero Calantha podía sentirlos, su magia chocaba contra la de ella como campos opuestos que se repelen, y un escalofrío recorrió su espalda. Todos sus sentidos estaban alertas, y el pensamiento de gritar cruzó su mente antes de ser desechado, mientras ella pareciera indefensa tendría el tiempo a su favor.
—¿Hay alguien allí? —preguntó con voz temblorosa. Ella sabía que sí, que eran tres, y podía sentir sus intenciones oscuras en la marca de sus magias. Su núcleo mágico lo reconocía, aunque Calantha no sabía cuándo antes en su vida ella se habría enfrentado a deseos oscuros hacia su persona.
Bajando del banquito, Calantha dio un paso atrás, contando mentalmente que le tomaría otros tres antes de que su espalda golpeara la pared. La oscuridad en la magia de quienes seguían ocultos bajo encantamientos de camuflaje incrementaba conforme los segundos pasaban. Ella tenía que salir de allí. Tenía que llamar a sus padres.
Apenas el pensamiento cruzó su mente, las siluetas de aquellos hombres se hicieron visibles, revelando sus figuras al deshacer el hechizo. Calantha no los conocía en persona, pero creía haber visto a uno de ellos antes: el señor mayor en la izquierda del trío, su padre había dicho que había sido su jefe inmediato cuando empezó a trabajar como auror. Ella sabía que no se llevaban bien.
—Este es el baño de mujeres —comentó, sabedora de que eso no significaría nada para ellos, pero solo necesitaba comprar tiempo.
—Oh, que tierna, piensa que realmente nos importa —comentó el hombre alto del medio, su tez morena brillando ante el sudor que corría en gotas por su cuerpo. Calantha dio otro paso atrás.
—Una niña tan pequeña, tan sola aquí dentro, desprotegida, ignorante de lo que ella es, de lo que representa —dijo el otro, arrastrando las palabras como una lija quemada por su lengua. Otro paso atrás.
—¡Suficiente! —espetó el auror más viejo, Calantha creía recordar que su apellido era Blass—. No tenemos tiempo para esto, hay que salir antes de que alguien se dé cuenta.
—Una lástima que no podamos demorarnos más en esto, hubiese sido divertido, pero bueno… —comentó el más joven, todavía casi siseando con cada frase.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó Calantha, entendiendo que buscaban lastimarla, pero incapaz de comprender el motivo.
—Oh, pequeña, espero que entiendas que no es nada personal —dijo el del medio, caminando dos pasos hacia ella con una sonrisa a medio formar—. Pero ellos tienen que sentir lo que nosotros sentimos, tienen que comprender lo que vivimos, solo así podremos estar a mano.
—Si no fueras la hija de ese sucio mortífago… —susurró Blass, el desprecio impregnado en su voz, emanando de él en olas que erizaron la piel de Calantha. Ella dio un último paso, su espalda chocó con el azulejo frío—. Él merecía podrirse en Azkaban. ¡No! ¡Merecía morir, como todos los Malfoy!
Calantha sintió el cambio en el aire, su respiración acelerándose hasta caer en picada y hacer del oxígeno un lujo que ella no podía alcanzar. Ellos no querían algo de ella, la querían a ella como escarmiento para sus padres por algo que Calantha no comprendía. No se detendrían, sabían lo que estaban arriesgando cuando entraron al baño en un lugar público para perseguirla, estaban dispuestos a morir por cumplir su cometido. Ella estaba perdida.
Sus ojos destellaron en un verde intenso, el miedo tomando el control y su instinto de supervivencia empujando la magia en su núcleo mágico fuera de sus restricciones autoimpuestas. Las maldiciones imperdonables fueron gritadas a la misma vez por los tres aurores, viajando desde las puntas de sus varitas hacia ella en un ataque veloz que fue apenas perceptible por sus ojos, pero su magia sí lo sintió.
El dolor impactó en su cuerpo por menos de un segundo y, luego, todo se perdió.
Calantha sintió un calor ardiente quemar desde su interior, abriéndose camino más allá de su propio control. El vórtice de su magia explotó a su alrededor, haciendo estallar los cristales, derrumbando las paredes e impactando en los cuerpos de sus atacantes.
Memorias, recuerdos ajenos manchados por un dolor indescriptible llenaron su mente. Demasiados momentos que no eran suyos plagaron cada pensamiento, moviéndose debajo de sus párpados cerrados e impidiéndole detenerse. Quería que todo parara, no quería seguir viendo sus vidas, sintiendo su dolor, no quería sentir en su interior el odio que ellos tenían hacia su padre.
Su magia se estrellaban contra las paredes del restaurante, quebrando ventanas, puertas y el cemento mismo. El tornado de humo verde y destellos de fuego la rodeaba y quemaba, ardía como un incendio incontenible que la consumía. Había ruido, tanto ruido que sus oídos parecían al punto de explotar. Calantha se dobló sobre sí misma, cubriendo sus oídos con sus manitos y cerrando los ojos más fuerte.
No podía respirar. El aire se negaba a llenar sus pulmones y las lágrimas no dejaban de correr por su rostro. Podía sentir los temblores que sobrecogían su cuerpo, la inercia de su propia magia propulsándola más hacia el suelo, doblegándola. Las memorias se habían detenido, pero Calantha no estaba segura de que eso fuera bueno; ya no podía sentir a los tres aurores.
Peligro. Su magia buscaba amenazas en todo lo que tocaba, expandiéndose y arañando su interior en el proceso. Era demasiado, necesitaba que se detuviera, quería que se detuviera. No recordaba haber empezado a gritar, pero su garganta ardía y sentía sus cuerdas vocales fallando al desgarrarse, dejando detrás no más que un graznido roto de lo que había sido un grito.
No quería estar allí, necesitaba que todo se detuviera, necesitaba… necesitaba… necesitaba a sus padres.
Brazos firmes rodearon su cuerpo, manos frías acunaron su rostro y un latido rápido, pero constante, llenó sus oídos. Calantha se dejó envolver por el familiar aroma, la magia conocida, el calor protector, los susurros suaves y el amor de su padre. Estaba en sus brazos, estaba segura. El agotamiento la venció y, sin más, todo se detuvo.
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Este capítulo es mucho más largo de lo que normalmente son, pero acortarlo no se sentía correcto. Espero sus comentarios respecto a esto.
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