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Extra 3 "El vínculo de la familia"

Conversación con Dudley
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Le dolían sus hombros y sentía que la cabeza le iba a explotar, había sido mala idea cargar aquellas cajas de mudanza por sí solo, pero tampoco era que pudiera permitirse pagar a un equipo para que lo ayudase, y no tenía amigos en general. La primera parte tenía mucho que ver con su crecimiento como persona y sus deseos de ser mejor, la segunda era solo la consecuencia de un comportamiento torcido que se alargó durante su infancia y adolescencia.

A veces, cuando se veía solo en aquellas paredes color crema de su pequeña casa pagada con la cuenta de ahorros que sus padres le habían hecho para una universidad a la que no asistió, Dudley los culpaba a ellos. Le habían mostrado que el odio, el rencor, la violencia, la humillación y el maltrato eran formas aceptables de comportamiento; Dudley tardó demasiado en aprender que no era así y, para cuando lo logró, ya era demasiado tarde.

Rectificó tanto como pudo el daño, alejándose de sus amigos violentos que en realidad no eran amigos, pidiendo disculpas a aquellos a quienes había lastimado y modificando su comportamiento. Cuando fue evidente que su fuerza de voluntad no era suficiente, Dudley empezó a ir a terapia. Su terapeuta le recomendó asistir a reuniones de grupos de apoyo, pero eso significaba interactuar con personas y él quería evitarlo, temeroso de que su lado más torcido saliera a la luz. No se sentía listo.

El teléfono de la casa resonó de forma escandalosa y Dudley enterró más profundo el rostro en la almohada, deseando esconderse de quien solo podía ser su madre a aquella hora inhumana de su día de descanso. La universidad fue un sueño de sus padres que él no pudo ni quiso cumplir, pero Dudley había logrado conseguirse un trabajo pese a todo.

Refunfuñando por lo bajo, Dudley hizo acopio de todas sus fuerzas y se levantó de la cama, saliendo de la habitación para tomar la llamada de su madre desde el único teléfono de la casa, que se encontraba en la sala pequeña; su madre parecía reacia a aprender a usar su celular, lo cual le habría permitido a Dudley hablar con ella desde la comodidad de su cama.

—Buenos días, habla Dudley —contestó, intentando un tono educado que estimulaba conversaciones útiles, como Dudley las llamaba en su mente.

—Dudley, cariño mío —saludó su madre desde el otro lado de la línea, Dudley podía escuchar a su padre con sus amigotes en el fondo—, ¿vas a venir a casa hoy? Estás de descanso y puedo cocinarte tu favorito.

—Mamá, cuando hablamos ayer te dije que planeaba quedarme en casa y descansar después de toda la mudanza —repuso Dudley, algo cansado de que su madre tuviera la manía de ignorar sus explicaciones a favor de sus deseos.

—Pero no hay nada mejor para recuperarse de dolores que la comida de mamá, además, tu padre te ha apartado un dinero que te vendrá muy bien —insistió Petunia, hablando por encima del estallido de carcajadas que erizó la piel de Dudley.

¿Cuán cerca había estado él de terminar así?

Amaba a sus padres, porque no mentiría diciendo que los odiaba o que no se alegraba de que le hubieran dado todo cuanto quiso en la vida, pero no quería ser como ellos, siempre amargados, pudriéndose con un resentimiento eterno en sus interiores. Hubo una época donde pensaba que ese era el ejemplo a seguir, ahora temía que fuera su inevitable futuro.

—Agradezco la oferta, pero no estoy de humor para compartir con papá y sus amigos —excusó Dudley, aferrándose a la última respuesta esquiva que le quedaba antes de tener que escuchar a su madre llorar para hacerlo cambiar de opinión.

—Dudley, cariñito, sabes que puedes solo quedarte conmigo en lo que tu padre se deshace de sus amigos. Haríamos lo que fuera por ti.

La culpa corroyó a Dudley, ese sabor amargo de sentirse mimado y consentido cuando habían tantas cosas malas respaldadas por ese amor que sus padres le tenían. Los amaba, eran sus padres y habían sido buenos con él, incluso si su crianza no fue la correcta; y, a veces, se sentía mal amarlos sabiendo las horribles personas que eran, la horrible persona en que lo habían convertido.

Su cascada de pensamientos errantes fue interrumpida por un repiquetear extraño. Dudley permaneció en silencio un segundo, volviendo a escuchar el sonido de algo golpeando su ventana. Pidiéndole a Petunia que esperase un segundo, Dudley avanzó hacia la ventana desde la cual se veía una sombra al otro lado y, conteniendo los temblores de su mano, apartó la cortina. El aire se estancó en sus pulmones y se convirtió en plomo cuando vio a un halcón al otro lado, con una carta entre sus garras.

Una carta… ¡Una carta!

—Mamá, tengo que colgar, están llamando a la puerta. No creo poder ir hoy, después te explico y no te preocupes, es solo un amigo que me necesita. Te amo, adiós.

Las palabras brotaron desabocadas de su boca y Dudley no llegó a escuchar la respuesta de su madre antes de colgar. Apresuradamente corrió hacia la ventana y la abrió, permitiendo que el ave pasara y asomándose para asegurarse que ninguno de sus vecinos hubiese visto nada. No sabía cuál era la política respecto a halcones entrando en una casa, pero no quería tener nada que ver con problemas de chismes tan pronto.

Dudley se giró nervioso al cerrar la ventana, observando al halcón posado en la mesa del centro de la sala y la carta que ahora yacía frente a él. Para Dudley aquel día no era más que un recuerdo vago al que no le había dado mucha importancia; porque sus padres le decían que no debía de hablar de ello y que era un evento insignificante, aunque haberse tenido que mudar al fin del mundo no era algo que Dudley caracterizaría como intrascendente; pero todavía podía recordarlo: las lechuzas rodeando la casa, los centenares de cartas entrando por todas partes, Harry queriendo atraparlas.

—Hola —susurró Dudley, inseguro de qué debía de hacer con un ave mensajera mágica.

El halcón lo observó por unos instantes antes de alzar vuelo, asustando a Dudley y haciéndolo retroceder hasta que su espalda golpeó la pared, solo para posarse en un mueble más a lo lejos, dejando la carta para que Dudley la tomara.

Tragando más allá del nudo en su garganta, e intentando ignorar el cosquilleo incómodo en sus manos, Dudley se acercó a la mesita y tomó la carta, sin reconocer el sello o la letra. No necesitaba hacerlo, de todas formas, solo había una persona que le escribiría desde aquel sitio lleno de magia, o que podría escribirle, porque Dudley sinceramente no comprendía qué podía haber pasado para que su primo le escribiese ahora.

Escuchando solo el latido acelerado de su corazón en sus oídos, ensordecedor y poderoso, Dudley rompió el sello y extrajo la carta del interior del sobre. La letra era descuidada, pero legible; a diferencia de la suya propia, que parecía rayados de patas de gallina; sin embargo, Dudley tuvo que releer varias veces la carta antes de que las palabras en tinta negra se arraigaran a su consciencia y él entendiera lo que sucedía.

Fue como si, de repente, toda la fuerza hubiera abandonado su cuerpo. Apenas fue consciente de que estaba sentado cuando sus lágrimas mojaron el papel y Dudley intentó secarlo con la tela de su suéter, sintiendo la rigidez detrás de su espalda. El halcón todavía lo miraba, expectante, incluso empático; o tal vez él se estaba volviendo loco.

Releyó la carta nuevamente, sintiendo un ardor embriagador recorrerlo por dentro conforme las palabras de Harry se asentaban en él. Quería verlo; Dudley no era bueno con los mensajes, pero eso lo entendía. Entre las oraciones cortas y algo incómodas donde hablaba respecto al tiempo que había pasado y que había algo importante que quería decirle, Dudley entendía que Harry quería verlo y le decía que su horario estaba despejado para cuando Dudley quisiera, si quería.

¿Quería?

No había vuelto a saber de su primo después de que sus padres y él tuvieron que huir de la casa. Según Dudley había entendido, había un señor loco que quería matar a Harry, el mismo que mató a su tía y su esposo, y les haría daño si se quedaban. Dudley había querido que Harry fuera con ellos, no entendía cómo podrían dejarlo a que un demente lo asesinase, y fue la primera vez que verdaderamente comprendió la crueldad que su familia ejecutaba.

Siempre supuso que, como no recibieron noticias de la muerte de Harry y el mundo no colapsó en oscuridad, Harry había sobrevivido y el tipo loco estaba muerto o encarcelado, pero nadie le informó de nada, todo eran suposiciones que Dudley no sabía cómo aclarar, así que no lo hizo. Ahora, sin embargo, tenía en sus manos la respuesta a esas preguntas que se había hecho de madrugada durante tantos años:

¿Harry estará bien?
¿Pensará en nosotros?
¿Todavía me odiará?
¿Querrá saber de mí?

Harry estaba vivo y, por lo que podía entender Dudley, parecía estar bien. Obviamente había pensado en él y quería reunirse, quería que hablaran. Dudley no sabía si habría un perdón entre ellos lo suficientemente fuerte como para que establecieran una relación de primos, pero tal vez podían internarlo, tal vez Harry estaría dispuesto a perdonarlo todo si veía que Dudley estaba haciendo un genuino esfuerzo por ser mejor, por no ser como sus padres.

Con un suspiro emocionado, Dudley sonrió, feliz con la vida misma por otorgarle esta segunda oportunidad, y su mirada alegre se encontró con la del halcón en su sala.

—¡Mierda! —farfulló Dudley, sobresaltado, registrando finalmente que el halcón estaba allí porque él tenía que escribir una respuesta para Harry.

Dudley no tenía tinta ni lo que fuera que Harry hubiera usado para escribir esos trazos de forma descuidada, ni siquiera sabía si tenía algún tipo de papel que no fuera de libretas rayadas en las que hacía sus cuentas económicas, pero eso no lo detuvo. Con gestos apresurados y torpes Dudley registró toda su habitación, encontrando un lapicero medio decente que todavía escribía y un paquete casi terminado de hojas de papel que tenían un color amarillento por estar guardadas. No era lo ideal, pero no tenía tiempo para ir a la papelería más cercana a comprar nada mejor.

Apoyándose sobre su escritorio, aun de pie, Dudley escribió rápidamente algunas palabras. Ni siquiera sabía que estaba escribiendo exactamente, solo que quería transmitir su deseo genuino de ver a Harry y su disposición absoluta. Usando una engrapadora, Dudley improvisó un sobre y metió la carta dentro, entregándosela al halcón con manos sudorosas y jadeante. Parecía haber estado haciendo ejercicio en lugar de descansando en su casa.

Dudley le abrió la ventana al ave, que salió volando veloz lejos de él, y la volvió a cerrar al asegurarse de que nadie lo había visto. En su recuperada soledad, Dudley sintió el peso de lo que estaba sucediendo por primera vez desde que la carta había llegado. Tragó con esfuerzo y forzó una respiración profunda para calmarse, decidiendo idear un plan de acción.

El primer punto era organizar el reguero que había causado buscando con qué responderle a Harry. El segundo punto fue darse una ducha y vestirse de la forma más decente que encontró: con el suéter de los domingos y zapatillas deportivas. Él no hacía deporte, pero eso no importaba tampoco. Pensó que podría hacer algo para ofrecerle, tal vez una merienda, pero se dio cuenta que no conocía los gustos de Harry en lo absoluto y prefería no arruinarlo haciendo algo que no le gustase.

Cuando no le quedó más por hacer, Dudley se limitó a sentarse en el sillón de la sala y esperar ansiosamente. Su pierna se movía de arriba hacia abajo a una velocidad alarmante y el sudor en sus manos había empapado el pañuelo que había tomado a último momento, sabedor de que sus nervios solían traicionarlo.

El reloj parecía no avanzar lo suficientemente rápido y Dudley ni siquiera sabía si Harry vendría de inmediato, en unas horas, por la noche, o si vendría en lo absoluto. ¿Y si no venía? Podía haber encontrado ofensiva la carta de Dudley y su poco cuidado, o tal vez lo considerara un hipócrita y hubiese cambiado de opinión. La gente hacía eso, a veces.

Antes de que su mente siguiera por el camino de la tortura mental, dos toques en su puerta sobresaltaron a Dudley. Durante un segundo se quedó allí, sentado y mirando hacia la puerta, esperando que se abriera en cualquier instante, tal vez incluso explotara. Tuvo que recordarse que eran adultos civilizados ahora; Harry de cierta forma siempre lo había sido, incluso con todo lo que Dudley le hacía; antes de levantarse y caminar hacia la puerta, abriéndola.

Lo primero que vio Dudley, contrario a lo que esperaba, no fueron ojos verdes de mirada nerviosa a través del cristal de sus espejuelos; lo primero que vio fue acero frío y amenazante, el grabado de una promesa de muerte en la mirada de aquel rubio de cabellera platinada con expresión mortífera. A su lado, viéndose extrañamente inofensivo, estaba el Harry que Dudley había esperado.

—Hola, Dudley —saludó Harry, con una sonrisa a medias que mostraba tanta incomodidad y nerviosismo como Dudley sentía.

—Hola —respondió él, sintiendo la palabra raspar en su garganta. Un segundo más se extendió entre ellos antes de que Dudley saliera de su estupor—. Adelante, pasen.

—Muchas gracias —respondió Harry, adentrándose con Draco en la casa y esperando la invitación a sentarse mientras Dudley cerraba la puerta.

—Disculpa la falta de reacción, estoy algo nervioso y, bueno, siempre he sido un poco lento —excusó Dudley, señalando los asientos en una invitación muda y sentándose él mismo—. Esto es… una sorpresa.

—Sí, la verdad es que lo es para mí también —comentó Harry de forma enigmática, y Dudley juraba que pudo escuchar un gruñido del hombre al lado de Harry—. Este es Draco Malfoy, mi prometido.

—Oh, vaya —farfulló Dudley, pestañeando tontamente varias veces. La expresión asesina tenía sentido ahora—. Pues, mucho gusto, supongo. Realmente no sé qué debo de decir.

—Obviamente —espetó Draco, su voz raspando como lija contra Dudley.

—Draco —regañó Harry por lo bajo, apretando la mano de Draco que estaba entrelazada con la suya sobre su muslo—. Veo que te has acomodado bien por tu cuenta.

—Sí, yo… bueno, no fui a la universidad, pero usé esos fondos para independizarme. Recién ayer terminé de mover cajas y cosas dentro de la casa —respondió Dudley, repentinamente sonrojado ante la vergüenza. Esto estaba siendo más difícil de lo que había esperado—. Y estoy trabajando en una pastelería, así que… eso.

—Me alegro que hayas encontrado algo que te guste —comentó Harry y Dudley podía ver lo genuina que era su emoción. Él no lo merecía.

—Sí, tuve que hacer muchos cambios y ha sido un camino difícil; más que nada ha sido muy largo, y solo parece extenderse más —dijo él, juntando ambas manos sobre su regazo y apretando el pañuelo para limpiar el sudor—. Yo dejé la casa de mis padres y compré aquí, estoy yendo con un terapeuta para lidiar con los cambios que quiero hacer y he hecho en mi vida. Es complicado, pero cambiar quien eres de la noche a la mañana solo porque te das cuenta que lo has hecho todo mal siempre no es sencillo. Sabes que es malo, pero hay cosas que parecen haber sido quemadas en ti y… Lo estoy intentando, Harry.

Hubo un instante donde el mundo se redujo a Harry y Dudley mirándose, la comprensión del pasado que compartían extendiéndose como rama de olivo entre ellos. Harry había perdonado a Draco, y podía perdonar a Dudley. Una sonrisa fue todo lo que hizo falta para que el peso aplastante que Dudley sentía en su pecho se disipara, dejando una extraña sensación liviana detrás.

—Estoy sinceramente muy feliz por ti, Dudley, en serio —afirmó Harry, sintiendo como Draco se relajaba. También para él era visible que Dudley estaba reformándose—. Y me gusta que estés saliendo adelante por tu cuenta. Lo demás, todo lo demás, ya fue.

—Gracias —susurró Dudley, inspirando una bocanada de aire para evitar las lágrimas que querían llenar sus ojos—. Cuéntame entonces, ¿qué has estado haciendo?

—Entré a la Academia de Aurores, que serían algo así como detectives, policías y protectores, todo en un solo trabajo —respondió Harry, viendo como Dudley intentaba y fallaba en controlar su expresión de asombro—. He estado saliendo con Draco por casi dos años y, como te dije, estamos prometidos.

—Cierto, sí, felicidades —interrumpió Dudley, avergonzado de no haber reaccionado apropiadamente antes a la noticia del compromiso. Harry sonrió en agradecimiento y Dudley se relajó apenas un poco cuando vio un ligero espasmo de sonrisa en Draco—. ¿Cuándo es la boda?

—Todavía no tenemos fecha, hay ciertas situaciones que lo hacen complicado —dijo Harry, intentando relajarse con las caricias de Draco sobre el dorso de su mano—. Aunque la noticia más importante y el motivo por el que estoy aquí no es el compromiso.

Dudley guardó silencio, intrigado, pero capaz de percibir la repentina aprensión que se apoderaba de Harry. Una tensión extraña creció en el ambiente y Draco pasó su brazo por encima de los hombros de Harry, pegándolo más a su cuerpo, acariciando su cabello despeinado y ayudándolo a relajarse. Dudley tuvo la impresión de que la sensación estática que había llenado la habitación iba disipándose.

—Yo sé que puede confundirte lo que voy a decir y si tienes preguntas, las responderemos; bueno, más Draco que yo, yo tengo muchas preguntas por mi misma cuenta y no me sé casi ninguna respuesta y…

—Harry, amado, te estás desviando del tema —intervino Draco con suavidad, un cambio absoluto de su escueta interacción con Dudley. Su voz para Harry era delicada, ligeramente oscura, arrastrándose como la seda sobre la piel aceitada.

—Sí, claro, lo lamento —farfulló Harry, apretando la mano de Draco hasta que Dudley estuvo seguro que le debía de doler. Inconscientemente, Dudley cuadró los hombros, sin saber lo que vendría—. Estoy embarazado.

Silencio.

Dudley se quedó observando a Harry, repitiendo la confesión en su mente, intentando hallarle sentido. Ahora, pensando en las palabras de Harry, Dudley percibía que su primo se veía más ancho y con el rostro más redondo; Dudley había asumido que era porque estaba comiendo mejor, siempre acostumbrado a verlo escuálido por la falta de alimentación a la que sus padres y él mismo lo sometieron; pero no era eso, era el bulto en su abdomen al que Dudley no le había prestado atención, ni siquiera cuando la gabardina se abrió y mostró el torso de Harry al sentarse.

—Yo… no entiendo —balbució Dudley, evitando cualquier reacción inapropiada. Ni siquiera sabía qué estaba pasando.

—Pues, es una larga explicación, pero la versión resumida es que los embarazos masculinos son posibles en el Mundo Mágico y, bueno, yo estoy embarazado —respondió Harry, suspicaz ante la reacción que empezaba a gestarse en Dudley.

No lograba leerlo, cuando antes podía saber cuando estaba molesto, feliz o con ganas de molestarlo solo por como caminaba, y eso era incómodo ahora. Desconcertante. Sin embargo, en ninguna de sus posibles deducciones Harry imagino a Dudley desplomándose contra el espaldar de la silla mientras dejaba escapar un suspiro abatido, como si se hubiese quedado sin fuerzas.

—Bien, no entiendo nada —logró decir Dudley, su mirada fija en la nada, permitiéndole a su mente intentar entender lo que sucedía—. Esto amerita un trago de algo que no sea té. Whiskey, tal vez. ¿Harry? Ah, no, cierto, embarazado… yo… eh… ¿Señor Malfoy? Le aseguro que es de la mayor calidad, se lo robé a mi padre antes de irme.

Draco no pudo contener la sonrisa de suficiencia ante el título de respeto con el que Dudley lo llamaba, positivamente intimidado por el aura letal que rodeaba a Draco desde que habían entrado en su casa. No confiaba en el muggle y no mentiría a Harry ni a sí mismo al respecto, pero podía ver que estaba esforzándose y, para alguien que había crecido odiando el Mundo Mágico por los prejuicios de sus padres, eso suponía un esfuerzo y nivel de superación personal que Draco respetaba. Él lo había vivido.

—Sí, un whiskey estaría bien —accedió, sin relajarse del todo, pero reclinándose en el espaldar del sofá mientras extendía su brazo hasta rodear a Harry.

—De inmediato —dijo Dudley apresuradamente, levantándose y dirigiéndose con pasos nerviosos hacia la cocina—. Ah, solo para que quede claro —añadió, deteniendo sus pasos para girarse hacia ellos de nuevo—, Harry, estoy muy feliz por ti, por ambos, y los felicito por el bebé. Solo…, en serio necesito un trago para entender esto.

—Tranquilo Dudley, yo hubiese tomado uno también si hubiese podido —aseguró Harry con una risa queda que reverberó en su pecho, a lo que Dudley asintió y siguió su camino hacia la cocina—. Bueno, no ha ido tan mal.

—Pudo ser peor —comentó Draco, fingiendo indiferencia e intentando simular no estar afectado por la situación.

—Y él parece que ha cambiado de verdad, se ve buena persona —presionó más Harry, sonriendo triunfal cuando Draco gruñó por lo bajo y cubrió sus ojos con mano libre en un gesto de frustración.

—Yo seré el juez de eso, Potter —declaró Draco, mirando a Harry con firmeza, a lo que Harry sonrió. En la cocina un estrépito los sobresaltó a ambos, un vaso se había roto.

—¡Estoy bien! —gritó Dudley, farfullando algunas maldiciones entre dientes—. ¡Enseguida voy!

Harry se rio, relajándose en el sofá contra el brazo de Draco, y Draco, a su pesar, ocultó su sonrisa con un gesto disimulado de su mano libre. Sí, tal vez el muggle merecía la pena.

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Bueno, esta perspectiva de Dudley no sé que tanto les guste, espero me dejen saber.

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