Extra 2 "Las noticias vuelan"
Reacción de los diferentes personajes cuando llega la noticia:
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El sol apenas clareaba el cielo a un azul tenue, arrastrando la oscuridad de la noche, cuando las cientos de ediciones del Profeta volaron en todas direcciones con la noticia destinada a revolucionar el Mundo Mágico. La exclusiva había llegado directamente de la fuente del suceso, en la forma de una misiva con la información, las firmas de ambos involucrados y los sellos familiares. No había fotos ni mayores pruebas, pero no las necesitaban.
Los diferentes artículos mostraban encabezados que, escritos con distintas palabras, transmitían la misma noticia. En todas las portadas de los periódicos se mostraba una fotografía de la carta que había llegado, escrita a puño y letra por el Gran Salvador del Mundo Mágico y, cualquier duda albergada por la Comunidad Mágica, florecería cual retoños de primavera cuando las familias se levantaran para leer su copia del Profeta.
—Señorita Astoria, por favor, despierte —llamó por tercera vez la elfina, sacudiendo la campana de tonada dulce que usaba para despertar a sus amos todos los días.
—Quiero descansar un poco más hoy, Trinket, no tengo más que esperar a mi cita con Draco en la noche —protestó Astoria desde la cama, hundiéndose más contra el colchón y protegiéndose de la luz que entraba por las ventanas desprovistas de cortinas.
—Su hermana llegó anoche de Escocia y solicitó despertarla temprano para que desayunaran juntas, Señorita Astoria —explicó Trinket con paciencia, mirando el reloj en un conteo constante de los segundos—. Vuestros padres enviaron una nota de que se unirían a ustedes también.
Ante la mención de sus padres, Astoria sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, como si un dementor hubiese encontrado la forma de adentrarse en su habitación. Empujó las mantas fuera de su cuerpo y saltó de la cama, apresurando su proceso matutino de cuidado y preparación para el día. Sus padres eran exigentes con la puntualidad, como lo eran con todos, pero hacerlos esperar era un lujo que solo aquellos más poderosos que los Greengrass podían darse. Astoria no cursaba con la misma suerte.
La ducha fue rápida y eficiente, su cabello se arregló en perfectas ondas largas de color castaño con un encantamiento, mientras Astoria se cepillaba los dientes. Para el día, su elfina ya había seleccionado un vestido liso que llegaba hasta sus tobillos, con mangas largas y en un delicado color crema. Una dama siempre habría de verse elegante, aunque estuviera dentro de su mansión.
El sonido de sus tacones contra la alfombra acolchada que daba hacia el comedor principal alertó de su presencia a Daphne, quien ya había ocupado su asiento a la derecha de la cabeza de la mesa, tenía servido el desayuno sin tocar frente a ella y sostenía en sus manos una copia del Profeta que debía de haber llegado por lechuza mensajera hacía algunos minutos.
—Buenos días, Daphne —saludó Astoria, asintiendo hacia Trinket para que sirvieran su desayuno.
Su asiento designado; frente a su hermana, al lado del cual ocuparía su madre; pronto estuvo preparado con un desayuno diseñado para complacer los más delicados sentidos de la vista, olfato y gusto, mientras su silla se movía mágicamente hacia atrás, a la espera de que Astoria ocupara el puesto. Sentándose con practicada tranquilidad y desdoblando la servilleta, Astoria tomó primero un sorbo de su taza de té antes de percatarse del extraño silencio que dominaba el comedor. Su hermana no la había saludado.
—Daphne, sabes lo importante que son para mamá los modales de comportamiento. No creo apropiado que no me devuelvas el saludo —repuso Astoria, ocultando la preocupación interna por el cambio en la conducta siempre perfecta de su hermana.
Su piel se erizó ante la mirada anonadada de Daphne cuando sus ojos finalmente se encontraron con los de Astoria. Había una incredulidad atónita allí que Astoria desconocía que su hermana podía mostrar. El periódico que temblaba entre sus manos y su semblante lívido hicieron que el corazón de Astoria latiera desaforado en su pecho, hasta que solo sus latidos se escuchaban en sus oídos.
—¿Qué sucede? —La pregunta apenas fue un susurro roto, atorado en la garganta de Astoria.
—Lo lamento tanto —murmuró Daphne, pasándole el Profeta a Astoria por encima de la mesa con manos temblorosas.
La aprensión creció en su pecho cuando tomó el periódico entre sus manos, sosteniendo la mirada aterrada de Daphne. Astoria miró la portada sin comprender qué sucedía, repasando las letras que no formaban palabras varias veces. Tuvo que forzar el aire en sus pulmones, su respiración ardiendo al pasar por su garganta cerrada, invocando la calma. La ansiedad subyacente que reclamaba el control desde lo más profundo de su ser bramó con fuerza, aplacándose apenas unos segundos, los suficientes para que Astoria comprendiera lo que leía.
El aire se convirtió en lava pura, sus pulmones negándose a funcionar de forma normal. Sabía que se había puesto de pie, porque podía sentir detrás de sus piernas la madera de la silla que antes había ocupado; era lejanamente consciente de Daphne llamando su nombre, pero no lograba seguir su voz. Su mundo estaba colapsando sobre ella.
Draco estaba con Harry Potter. Draco había embarazado a Harry Potter. Draco tenía un vínculo de núcleos mágicos con Harry Potter.
No, eso no podía estar bien. Los del Profeta debían de estar mintiendo porque Draco era su prometido, iban a casarse a finales del año siguiente, habían estado preparando todo durante años, sus familias tenían negocios juntos y su deber era darles un heredero a los Malfoy y los Greengrass.
—Astoria, hermana, por favor —llamó Daphne una vez más, logrando que su voz pasara a través de la niebla que dominaba la mente de Astoria.
Daphne, su hermana, quien nunca le había mentido. Daphne debía de saber la verdad. Astoria alzó la mirada, encontrándose con los ojos de Daphne que destilaban preocupación y lástima. ¿Lástima? No, no podía ser real.
—¿Draco y Potter? —susurró Astoria la pregunta más temida, sintiendo el periódico estrujarse entre sus manos temblorosas.
—Lo lamento tanto, hermana.
—Draco y Harry Potter.
Astoria quiso gritar, sintió el desgarrador deseo aruñando su garganta, aferrándose a ella hasta hacerla sangrar. Había planeado toda su vida desde que era pequeña, con la guía de su madre y buscando enorgullecer a su familia. Había renunciado a su infancia y adolescencia para ser la prometida perfecta, la futura esposa, la Señora Malfoy. Ahora, ¿qué le quedaba?
¿Qué sería de ella cuando todo su futuro había sido quemado hasta las cenizas?
Las puertas del comedor se abrieron en un estruendoso crujido que rompió el silencio, o así lo percibió Astoria. Su hermana se sobresaltó, todavía sentada en su puesto designado, y Astoria no pudo más que permanecer estática en su sitio, con la silla caída a sus espaldas, el periódico estrujado en sus manos y sus ojos enfrentando la ira cruel que brillaba en la mirada de su padre.
Los había decepcionado a ambos, lo había avergonzado a él por algo que nadie podía controlar, ni Draco mismo, pero eso no importaba ya. Tenía que pagar las consecuencias.
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La imprenta producía cientos de copias del Quisquilloso, que se había vuelto un periódico muy popular en el Mundo Mágico después de su ayuda en el desarrollo de la guerra. Luna estaba particularmente feliz ese día, no porque tuviera una primicia del embarazo de Harry y Draco, sino porque su amigo había tomado la decisión de ser feliz por encima de cualquier prejuicio que el Mundo Mágico mantuviera respecto a los antiguos mortífagos.
—Luna, cariño, las impresiones están listas. ¿Preparo las lechuzas? —preguntó su padre, dando dos toque suaves en la puerta antes de asomar la cabeza. Su cabello estaba adornado con flores rosadas que resaltaban en las hebras blancas.
—Sí, y dile a Rolf que me alcance más pintura oscura, por favor.
—Claro, mi cielo —Xenophilius acarició con delicadeza el cabello trenzado de Luna antes de salir, disponiéndose hacia la guarida de las lechuzas.
Luna pegó con cuidado la imagen de un monstruo que movía sus brazos largos en distintas direcciones entre los árboles, ajustando el agarre con su varita para que se sostuviera en vertical apropiadamente. Había algo en la escena que no le convencía, se veía demasiado feliz para lo que ella estaba buscando hacer. ¿Tal vez debería reimprimir el monstruo?
—Amor —Luna se sobresaltó cuando una mano delicada se apoyó en su hombro, mirando asustada hacia arriba para encontrar la mirada cariñosa de su novio—. Te estaba llamando, pero te quedaste encerrada en tu mente de nuevo.
—Perdona, estaba observando a mi nuevo amigo —explicó Luna, volviendo a enfocarse en el monstruo—. Se le ve feliz, y eso es bueno, pero no transmite el terror que necesito que se sienta.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Rolf, dejando en la mesa la pintura oscura que Luna le había pedido y tomando asiento a su lado.
—Porque se le ve sonriente, no… sus ojos transmiten felicidad —repuso Luna con una frustración suave que hizo sonreír a Rolf.
—Cariño, ¿no será que lo ves feliz, porque tú te sientes feliz?
Luna dejó que su mirada se perdiera en los ojos oscuros del monstruo larguirucho que la miraba de vuelta, profundizando más allá de la tinta, de los trazos, de la imagen. Una sonrisa iluminó su rostro. Sus dedos, entrelazados con los de Rolf, apretaron la mano acompañante hasta el dolor y su semblante brilló con alegría.
—Sus ojos reflejan mi felicidad —susurró Luna, embebiéndose en la candidez de la mirada de Rolf.
—Sí, lo hacen.
Para cualquiera, la respuesta de Scamander no había sido más que un susurro, pero Luna había podido escuchar el amor en sus palabras, en la inflexión de su voz, en la suavidad de su tacto. Una sonrisa más suave adornó sus labios antes de que Luna tomase su varita y usase un hechizo de rectificación para borrar el rostro del monstruo.
—¿Por qué lo borras? —preguntó Rolf, confundido en igual medida que intrigado. Hacía mucho que había dejado de intentar hallar lógica a lo que hacía su novia, prefería preguntar y aceptar sus respuestas por lo que eran.
—Porque refleja mi felicidad, y cuando alguien lo vea, también verá sus propios sentimientos. A veces, es mejor que nada impresione lo que vemos y sentimos, sino que nos dejemos guiar por el camino sin manchas. Si su rostro es solo eso, una imagen en blanco y ya, no habrá sentimiento a reflejar. Es más terrorífico, ¿no crees?
Luna miró a Rolf con ojos brillosos y expresión orgullosa, y Rolf no había entendido nada de su explicación, pero no encontró en sí mismo corazón o motivos para debatir más al respecto. Sonriendo con dulzura y acariciando el cabello de Luna, se inclinó hacia delante hasta que sus labios tocaron en un roce cálido los de Luna. Apenas un contacto, unos segundos de disfrute en el tiempo, y se había acabado. Sus miradas volvieron a encontrarse.
—¿Para qué es el libro, de cualquier forma? —preguntó Rolf, poniéndose de pie para llevar consigo los últimos bultos de periódicos para que las lechuzas los entregaran. Xenophilius ya había levitado la gran mayoría.
—Es un libro desplegables de historias de terror —respondió Luna, usando la tinta oscura para cubrir los espacios sin color entre los árboles, dando la impresión de que la escena ocurría de noche.
—Suena interesante, estoy seguro de que te quedara perfecto —comentó Rolf, levitando los periódicos e inclinándose para dejar un beso rápido en los labios de Luna.
—¿Crees que a ellos les guste? —preguntó Luna de repente, haciendo que Rolf se detuviera en la puerta.
—¿A ellos?
—Harry y Draco —especificó Luna con cierta preocupación calmada—. Es para la fiesta de nacimiento de su bebé. Todavía no me han invitado, pero estoy segura que todo estará bien para cuando llegue el momento.
No era ingenuidad o siquiera estupidez, como muchos lo habrían tildado; Rolf podía distinguir sin vacilación la seguridad con la que Luna hablaba, la manera en que su lenguaje corporal transmitía calma y plenitud. Estaba feliz por sus amigos, estaba entusiasmada por el bebé y tenía confianza absoluta en que todo saldría bien. Eso era lo que lo había fascinado de Luna, la forma en que veía el mundo; mejor aún, como veía él el mundo a través de los ojos de ella.
—Estoy seguro de que les encantará —respondió Rolf, sintiendo un calor delicado florecer en su pecho.
Luna sonrió.
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El Gran Comedor estaba plagado de estudiantes que empezaban su día con el lujoso desayuno de Hogwarts, el bullicio era ensordecedor y, mientras los menores comían con cierta timidez, los mayores se la dedicaban a tirarse comida y tentar la poca paciencia que a Minerva McGonagall le quedaba después de haber sobrevivido a dos generaciones de Potter, todos los Black, los Malfoy y, obviamente, los gemelos Weasley dentro de Hogwarts.
Puntual, como de costumbre, las lechuzas hicieron su entrada en el Gran Comedor con la mensajería del día, que incluía casi una copia del Profeta por estudiante y algunos envíos por parte de los familiares de los niños más pequeños. La lechuza de Neville y la de McGonagall llegaron a la mesa de los profesores acompañadas de las del resto del profesorado, dejando frente a ellos el periódico matutino.
Centrada en su desayuno y dispuesta a dejar las noticias que solían recorrer el Mundo Mágico tan temprano en la mañana gracias al constante chismorreo de Rita Skeeter, McGonagall tardó unos segundos en percibir el silencio aplastante que se había apoderado del Gran Comedor. A su alrededor, los profesores miraban pasmados sus periódicos, algunos incluso habían palidecido.
Temiendo lo peor, Minerva tomó su periódico y lo desdobló, enfrentándose a la primera plana del Profeta ese día. Incluso a su edad, había noticias que ella no podía tomar con menos que una alarmante sorpresa. Sus ojos recorrieron el salón, donde ya nadie comía ni chismeaba, sino que todos la miraban como esperando una reacción. De repente, la presión sobre ella era demasiada.
—Excusadme —se disculpó McGonagall, incorporándose de la mesa—. Sigan desayunando, tienen clase en menos de quince minutos.
Con esa despedida apresurada, McGonagall salió del Gran Comedor y recorrió los pasillos tan rápido como pudo, llegando a la oficina de la directora y cerrando la puerta a sus espaldas. Un suspiro pesado salió de sus labios ante el creciente dolor de cabeza. Arrastrando los pies con pesar, avanzó hacia su escritorio y se dejó caer en el asiento cómodo que la recibió como una cama. Necesitaba un descanso, unas vacaciones, tal vez el retiro. No podía ser posible que aun ya graduados Harry Potter siguiera creando esa conmoción en Hogwarts.
—Directora McGonagall —llamó una tímida voz desde el pasillo, el temor de importunar transmitiéndose innegable en su tono de voz.
—Adelante, Profesor Longbottom —Con su permiso otorgado, Neville se adentró del todo en la oficina de la Directora, mostrándose ante ella con un semblante lívido y expresión preocupada.
—Lamento molestar.
—No pasa nada, Profesor Longbottom —aseguró McGonagall, indicándole con un gesto de su mano que tomara asiento frente a ella—. Asumo que viene por la noticia del embarazo del Señor Potter y el Señor Malfoy.
—Supongo que… es una noticia inesperada.
—Habiendo visto tantos estudiantes odiarse hasta el amor, no sé por qué me sorprende tanto —comentó McGonagall con un suspiro cansado, la rendición apoderándose de ella ante los eventos recientes—. Quizás porque son tan diferentes.
—A veces, los opuestos se atraen —comentó Neville, sonrojándose abruptamente al sentir la mirada recia de la Directora—. O eso dice mi abuela, que sigue esperado que yo encuentre una mujer más… expresiva y sociable.
El silencio se instauró entre ellos con una comodidad que les era desconocida. Neville se quedó mirando hacia algún punto en la pared repleta de los retratos de antiguos Directores de Hogwarts, y McGonagall lo miró a él.
Había cambiado tanto desde el niño miedoso e incompetente que había llegado hacía años a Hogwarts y, a la vez, conservaba tanto de sí mismo que era impresionante. Ella sabía que lo mismo sucedía con Harry y Draco, como les llamaba en su mente producto al afecto de una profesora preocupada que quería a sus alumnos y lamentaba no haberlos protegido más.
—¿Cree usted que serán felices? —preguntó McGonagall repentinamente, sacando a Neville de su estupor. Durante unos segundos solo se miraron, entonces, McGonagall vio como algo se relajaba en la mirada de Longbottom.
—Sí, creo que lo serán —aseguró él sin duda, sonriendo suavemente—. Con su permiso, Directora McGonagall, tengo una clase que preparar.
Neville se excusó, inclinando su cabeza en respeto antes de salir de la oficina de la Directora y dejar nuevamente a McGonagall sola. El fuego de la chimenea crepitaba suavemente en una esquina y el silencio susurraba palabras a su oído que erizaban su piel. Exasperada, McGonagall miró hacia la pared de retratos.
—Borra esa sonrisa satisfecha de tu rostro, Dumbledore —demandó McGonagall, dejando mostrar su enojo ante la evidente diversión de Albus—. Y tú, Snape, cambia esa expresión. Pareces haber comido limones.
Sin deseos de mantener mayor conversación con los antiguos Directores de Hogwarts, McGonagall salió de la oficina sin permitirles responder, dando un portazo para enfatizar su enojo. En la vacía oficina, pequeñas risitas llenaban el silencio.
—En serio, Albus, no entiendo que le ves de divertido a la situación —protestó Snape con un suspiro, frunciendo el ceño cuando la risa de Dumbledore se acercó a ser una carcajada.
—Severus, tienes que admitir que es casi poético —comentó Dumbledore, reclinándose en su retrato para que Snape lo viera mejor. Sabía que si pasaba para el retrato del antiguo Profesor de pociones, no sería bien recibido.
—Claro, poético —bufó Snape, volteando los ojos en blanco y reconsiderando su idea de aceptar la oferta de Draco para tener un retrato suyo en su casa. Ahora su casa sería la de Potter.
—Sé que te encariñaste con el niño, Severus. Sé que estás feliz por él, por ambos —repuso Dumbledore, aunque sus palabras fueron respondidas con silencio—. Yo también lo estoy.
En su retrato, Severus Snape miraba hacia su antebrazo, donde la Marca Tenebrosa se mantenía oculta debajo de las mangas de su túnica oscura. Draco tenía una igual. A su pesar, Severus sonrió. Los niños serían felices.
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George Weasley estaba reclinado en el sillón de la sala de la Madriguera, viendo como jarrones, cubiertos y platos volaban en todas direcciones bajo la magia iracunda de Molly Weasley. Arthur estaba sentado a la mesa, con el rostro entre sus manos y el periódico abierto frente a él en la noticia de primera plana. Charlie, Bill y Percy habían llegado de urgencia ante los vociferadores que Molly había enviado, y Ron y Hermione se habían encerrado en la habitación de Ron poco después de que él empezara a perder control de su magia.
—Mamá, deberías tranquilizarte, piensa en tu presión arterial —comentó George, mordiendo una manzana mientras leía el resto de noticias del Profeta.
—¿¡Te has vuelto loco, George Weasley!? —gritó Molly como respuesta, avanzando hacia él con una furia palpable de escudo—. ¿Cómo puedo relajarme cuando Harry, nuestro querido e inocente Harry, ha caído en las garras de ese mortífago?
—No creo que Harry sea del que cae en las garras de otros, mamá —protestó George con calma, agachando la cabeza a tiempo para evitar un libro que su madre lanzó en su dirección.
—¡Molly, basta! —intervino Arthur, temeroso de que la Madriguera terminase en ruinas para cuando su esposa se calmara.
÷¡No me voy a calmar! ¡Ni se te ocurra insinuarlo, Arthur! —espetó Molly, girando para enfrentarse a su esposo—. ¡Harry es un niño bueno y dulce que acaba de ser arrastrado por Draco Malfoy a la oscuridad! ¡Un Malfoy entre todos! ¡Un mortífago!
—Molly, sabes que eso no funciona así —susurró Arthur, rindiéndose ante la furia de su esposa.
George se sintió repentinamente un extraño en presencia de sus padres, por lo que decidió levantarse y permitirles privacidad. Lo último que escuchó antes de salir de la sala fue su madre rompiendo en un sollozo mientras Arthur la arrullaba.
—¿Tan mal? —preguntó Charlie cuando George entró en la cocina, miradas de preocupación todas centradas en él.
—Parecen haber olvidado cada clase de Historia de la Magia que recibieron como parte de los Sagrados Veintiocho —respondió George, sentándose sobre la encimera y suspirando en conjunto con Bill.
—Entiendo que mamá esté enojada y preocupada, pero creo que realmente no están pensando esto bien —intervino Percy, moviendo con cuidado el té de la taza en sus manos.
—Fleur estaba contenta, no comprendió mi terror cuando madre mandó el vociferador. Y yo tampoco supe explicarle el problema —admitió Bill, bajando la mirada hacia su anillo de bodas—. Para ella esto es motivo de celebración. No todos los días un mago encuentra a su pareja destinada según los núcleos compatibles.
—Fleur tiene razón —comentó Charlie, ganándose una mirada molesta por parte de Percy. George se limitó a suspirar de nuevo, ya estaba cansándose del tema.
—¿Ron y Hermione? —preguntó, bajándose de la encimera.
—Siguen encerrados en su habitación, deben de haber puesto un Muffiato, porque no se escucha nada —respondió Bill, aceptando otra taza de té por parte de Percy.
Sin mediar más palabra, George salió de la cocina y subió las escaleras hacia la habitación de Ron. El sonido vibrante del Muffiato se escuchaba desde el pasillo, por lo que George supuso que debían de estar discutiendo fuerte dentro de la habitación. Antes de poder tocar para llamar la atención, la puerta se abrió en un estrépito y un molesto Ron corrió iracundo hacia el pasillo.
—¡Wow! ¿A dónde crees que vas? —intervino George, parándose en medio del pasillo e interrumpiéndole el paso a Ron.
—¡Quita del camino, George! ¡Voy a ir a rescatar a Harry! —espetó Ron, intentando sobrepasar a su hermano.
—¡Ronald, por favor, detente! —gritó Hermione, aferrándose a Ron e interponiéndose junto con George en el camino—. Lo que quieres hacer es una locura.
—¡Ese imbécil tiene a Harry bajo un Imperius, Mione!
—Sabes que no es cierto —comentó George con firmeza, cansado de la guerra que había poseído la Madriguera—. A diferencia de Harry o Hermione, eres un Weasley, sabes perfectamente que así no es cómo esto funciona.
—¿¡Acaso eso sería mejor!? —gritó Ron, su rostro tiñéndose de un rojo furioso—. Tiene que ser un Imperius, tiene que serlo porque sino… sino… —Ron apoyó ambas manos sobre la baranda, sus nudillos tornándose de un tono amarillo blanquecino debido a la fuerza que usaba, su mirada perdida en algún lugar en su mente—, sino significa que Harry y Malfoy se aman de verdad y yo eso no puedo aceptarlo.
—Si está embarazado, no solo lo ama, Ron, es su vínculo compatible —aclaró George, deseando poder poner algo de claridad en la mente de sus familiares.
¿Cómo era posible que fueran tan ciegos cuando habían sido educados apropiadamente? No eran como los Malfoy o ninguna otra familia de los Sagrados Veintiocho, pero habían recibido una educación similar en lo que respectaba a la magia y sus múltiples características, las posibilidades, sus orígenes, lo que eran y lo que podían ser.
—Iré yo a hablar con él, Ron —dijo Hermione, apoyando una mano con delicadeza en el hombro de Ron—. Estoy segura de que Harry tendrá una explicación para todo est…
—¡No! —furioso, Ron se apartó del toque de Hermione y giró hacia ella, aferrándose con firmeza a sus brazos hasta que George estuvo seguro que le hacía daño—. Si es cierto, eso significa que Harry es un traidor. Traicionó al Ejército de Dumbledore, a la Orden del Fénix, a los que luchamos en la guerra… a Fred.
George sintió un dolor profundo desde su corazón, y más dentro aún, ante la mención de su hermano. El aire de repente era demasiado denso para ser respirado y aquel pasillo familiar en la Madriguera se sentía estrecho y extraño. Fue la voz de Ron hablando nuevamente, con aquella ira desconocida en él, lo que lo forzó fuera de su propia agonía.
—No merece nuestra presencia. No hay explicación posible. ¡No irás a ver a ese traidor!
—¡Ron! —gritó George, interponiéndose entre ellos y empujando a su hermano contra la baranda, mientras se colocaba delante de Hermione.
Cualquier respuesta iracunda que Ron tuviera murió en su garganta, junto con la conversación susurrada de la cocina, el llanto de su madre y las palabras de consuelo de su padre. La chimenea había crepitado y la magia tan familiar para ellos se extendió por la Madriguera. Ginny había llegado.
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Espero que con este capítulo se entienda más la reacción de Astoria en la historia original. También vemos a Luna siempre adorable y a Neville simpático, y a una pobre directora McGonagall cansada de todo, ha pasado por mucho para alguien que aún no llega al siglo de edad mágica.
En cuanto a los Weasley, creo que George mostró una actitud similar a la que vimos en la historia original, Bill ve las cosas de otra manera porque está casado con la hermosa Fleur, Charlie sólo quiere paz y Percy aún está remediando sus acciones pasadas para mediar en el asunto.
Molly y Ron actúan desde el dolor y el trauma de la lucha y la pérdida; en el caso de Molly por ser una madre que, en su propia percepción, ha fracasado múltiples veces en proteger a sus hijos (Harry de la guerra y de Voldemort, Ron de la guerra, Percy de los pasos del mal, Fred de la muerte). Ron, por su parte, suele ser el que peor reacciona y alberga sentimientos que le llevan al límite, como sus celos de Harry durante el torneo, la vez que abandonó a Hermione y Harry durante la caza de Horrocruxes, y todas sus respuestas inapropiadas ante situaciones extrañas. No es un mal tipo, pero responde mal ante situaciones incómodas, fuera de su control o particularmente estresantes, y aún está lidiando con el trauma de la guerra y el duelo por Fred, así que reaccionó muy mal.
Como nota al margen, a partir de este evento George lo convence de ir a terapia y así llegamos a ver la versión de Ron de "Siempre a ti", no sé si pueda agregar eso en algún otro capítulo, así que lo dejaré aquí.
Hasta pronto, besos.
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