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Extra 11 "Descubriendo el amor"

Cinco veces en que otros creen que Calantha está enamorada. Una vez en que de verdad lo está.
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Sucedió primero en Hogwarts, durante su último año allí, cuando Calantha tenía trece años. Debido a su madurez, fue difícil para cualquiera pensar que podría llegar a enamorarse de alguien en la escuela, o eso pensaban todos hasta que Teddy la vio un día mientras salía del salón dispuesto para sus entrenamientos especiales, toda sonrisas y mejillas sonrojadas al lado de su más reciente tutor.

En un principio Teddy no le dio importancia, enamoramientos con profesores atractivos habían tenido la mayoría durante sus años escolares, pero cuando vio al tutor de veintitantos años reír y sonrojarse igual que Calantha, sus alarmas se encendieron sin más.

Calantha iba camino a los dormitorios de Slytherin cuando fue atajada por su primo en una esquina, tirando de su brazo con fuerza y haciéndola adentrarse en una de las aulas vacías cerca de las mazmorras. Calantha esperó a que Teddy cerrase la puerta y pusiera un fuerte hechizo para que no fueran escuchados antes de cruzarse de brazos y dedicarle a su primo la más oscura de las miradas enojadas.

—¿Qué demonios te pasa? ¿Tocar el hombro y hacer señal de silencio antes de llevarme a un aula vacía se volvió demasiado anticuado para ti?

—¿En qué andas tú con ese tutor nuevo? —preguntó Teddy en tono acusador, alzándose en toda su estatura en busca de parecer más imponente. Calantha reconoció la actitud protectora de inmediato.

—¿El Profesor Colligan? Es solo mi tutor por este semestre, estamos practicando creaciones de ensueño —respondió Calantha, confundida respecto a lo que su primo intentaba reclamar.

—Princesa, sé que mis padrinos te han mantenido en una burbuja de protección toda tu vida, pero hay gente mala en el mundo —dijo Teddy, colocando ambas manos en los brazos de Calantha y acariciando con suavidad—. Que tú tengas algún tipo de enamoramiento pasajero con él puede ser normal, siempre que él no corresponda esos sentimientos y, más importante aún, que no suceda nada entre ustedes.

—¿Se puede saber qué demonios estás queriendo decir?

Teddy frunció el ceño y su expresión mutó a una de frustración mal contenida. Un suspiro pesado dejó sus labios y Calantha se vio enfrentada por una mirada oscura. El entendimiento la golpeó como una piedra y todo su cuerpo tembló por un instante antes de quedar inmóvil.

—Teddy, no… escúchame, primo —Dando un paso al frente, Calantha encerró entre sus delicadas manos el rostro de Teddy y fijó sus ojos en los de él—. No pasa nada entre el Profesor Colligan y yo, solo practicamos encantamientos de ensueños, una magia antigua similar a las ilusiones que sumerge a la persona en un paisaje específico y la fuerza a sentirse de una forma premeditada. No me gusta en lo absoluto y a él ciertamente no le gusto yo.

—Yo… Calantha, ¿estás segura? —insistió Teddy, pero a los ojos de su prima su pregunta era más una súplica por la tranquilidad que de él había escapado desde que sus sospechas lo atacaron.

—Sé que me ves pequeña, pero tanto tú como el resto del mundo sabe que no soy una niña indefensa, menos aún ignorante del mal que hay en el mundo y, sobre todo, no soy estúpida —repuso Calantha con firmeza y sintió a Teddy relajarse contra ella, apretándola en un abrazo.

—Estaba tan preocupado, te juro que pensé… arg —Calantha rio suave contra el pecho de Teddy, dejándose abrazar con fuerza y deslizando sus dedos en movimientos tranquilizadores por la espalda de su primo.

—Gracias por preocuparte, pero te prometo que todo está bien.

No hubo resentimiento por el evento; en cambio, Calantha encontró la actitud protectora de Teddy algo adorable y muy calmante; aunque fuera frustrante que sus padres decidieran venir a ver una sesión de entrenamientos por sí mismos para comprender por qué Teddy había pensado tal cosa.

Ese día tanto el matrimonio Potter-Malfoy, como Calantha y el Profesor Colligan salieron del salón de clases con iguales rubores en sus rostros y sonrisas estúpidas. Nadie volvió a cuestionar nada.

La segunda vez que pasó, Calantha estaba en Ilvermorny, tenía quince años y Luna y su esposo habían viajado a Estados Unidos para realizar unas entrevistas respecto a su último libro de Animales Fantásticos. Su visita correspondió un fin de semana y Calantha tenía permiso para dejar los perímetros de la escuela, igual que cualquier otro estudiante de su edad.

—¡Lunita!

El grito de Luna mientras corría hacia Calantha en medio de la calle y la abrazaba era la prueba inequívoca de que Luna Lovegood-Scamander no tenía vergüenza de absolutamente nada; pero allí estaba Calantha, abrazándola con igual fuerza y sin importarle en lo más mínimo lo que alguien más dijera.

—Te he extrañado tanto, madrina —farfulló Calantha, escondiendo su rostro en el cuello de Luna por unos instantes.

—¿Te llevo conmigo entonces? —preguntó Luna sonriente, mirado a Calantha sin mínimo de sarcasmo cuando se soltaron del abrazo. Calantha no pudo más reírse.

—No tía, no quiero que me expulsen o te acusen de secuestro.

—Pero soy tu madrina, puedo llevarte conmigo a donde sea —repuso Luna con un ligero puchero que hizo reír a Calantha.

—Rolf, que bueno que estás aquí para contenerla —comentó Calantha, acercándose a Rolf para intercambiar un abrazo más moderado, pero igual de significativo.

—No creo que nadie pueda hacer eso —rebatió Rolf con una risa queda—. Vamos a almorzar entonces y así nos ponemos al día de lo que ha sucedido todo este tiempo.

—Nos llamamos por teléfono al menos una vez a la semana, no hay mucho que actualizar —repuso Calantha con una risa, acercándose a Luna mientras ella le envolvía un brazo por encima de los hombros.

La caminata fue amena y Calantha escuchó las divagaciones soñadoras de su madrina, quien no dejaba de explicar respecto a los animales más maravillosos que habían visto y otros de los cuales solo encontraron rastros. Calantha no compartía la pasión de Luna y Rolf por los animales del Mundo Mágico, pero le encantaba verlos hablar al respecto. Siempre era especial que personas importantes en su vida hablasen tan ilusionados de lo que les gustaba.

A dos metros del restaurante, los pies de Calantha se detuvieron, su mirada fija en el muchacho de igual edad a ella que caminaba con un grupo de amigos de Ilvermorny, mientras todos reían y se hacían bromas. Por un instante, verde y marrón se encontraron y el joven ralentizó sus pasos, mirando a Calantha.

Un segundo, dos, tres.

Alguien pasó un brazo por encima de sus hombros y él se fue, no volviendo a mirarla.

No fue hasta que estuvo sentada en una mesa junto con Luna y Rolf que Calantha se dio cuenta de que su ánimo ya no era tan jovial y su cambio había sido evidente para sus acompañantes.

—¿Quieres hablar al respecto? —preguntó Rolf, más como un ofrecimiento, y Calantha guardó silencio unos segundos antes de asentir quedamente.

—Su nombre es Tiago, es un transferido de Castelbruxo que se mudó a Canadá con su familia y empezó a asistir a Ilvermorny. Salimos por seis meses durante este semestre y todo parecía ir bien, pero luego…

Calantha respiró profundo, sintiendo un nudo en su garganta y apretando con más fuerza la mano de Luna, quien en algún momento había entrelazado sus dedos con los de ella. Una mirada azul compasiva encontró sus ojos y, por un instante, Calantha se sintió menos aprensiva.

—Si no supo valorarte, entonces no te merecía, Lunita. El dolor de un desamor pasará y te volverás a enamorar —afirmó Luna con una convicción ausente, casi tierna, como todo lo que decía siempre. Calantha sonrió con tristeza.

—Ese es el problema, madrina, no fue él quien lo hizo mal —admitió Calantha, bajando la mirada y enfocándose en su servilleta de flores—. Me trataba bien, me hacía reír, me daba mi espacio y a la vez pasaba tiempo conmigo, quería conocer a mis padres en las próximas vacaciones y que yo conociera a los suyos, pero… yo no… no sentía lo que otros describen. No sentía ese enamoramiento que… había algo que no estaba allí y me esforcé mucho por encontrarlo, y no lo logré.

La mesa quedó en silencio unos segundos que en Calantha pesaron como milenios, sintiéndose cada vez más estúpida por su admisión. El aire se estancó en sus pulmones cuando su otra mano fue tomada por Rolf, haciendo que ella lo mirase y encontrando allí no el juicio que ella esperaba, sino comprensión.

—Todos amamos de forma diferente, ningún amor es igual al otro. No te apresures, algún día descubrirás lo que faltaba, ya sea porque lo encuentres o porque aprendas que hay otras piezas que igual nos complementan.

Los ojos de Rolf miraron por apenas un segundo a Luna, quien le sonreía encantada, y volvieron a enfocarse en Calantha. La seguridad de sus palabras aplacó el incendio que había estado destrozando su interior durante las últimas semanas. Con eso, Calantha se dejó llevar por más historias de animales fantásticos y dónde encontrarlos, mientras los tres disfrutaban de su almuerzo.

La tercera ocurrió en unas vacaciones en casa de su Tía Astoria, cuando Calantha tenía dieciocho. Sus padres estaban de viaje en uno de esos eventos que Harry decía que eran aburridos, pero Calantha  siempre notaba la sonrisa traviesa de su padre y como su papá se sonrojaba; para alguien que decía repudiar aquellos eventos, nunca se perdía uno pese a que su asistencia no fuera necesaria. Calantha podía adivinar como su padre había logrado que su papá se interesara en acompañarlo siempre.

Había salido de fiesta con unos amigos esa noche, personas que había conocido a lo largo de sus años de estudios tan dispersos; algunos estaban de visita, otros vivían actualmente en Londres y otros ni siquiera pertenecían al mismo continente, pero para festejar no hacía falta más que estar juntos en el mismo lugar.

Poco a poco, el grupo fue dejando a sus compañeros en distintos estados de embriaguez en sus residencias, temporales o permanentes, y de alguna forma Calantha terminó quedándose sola con Irma, una muchacha alemana que había conocido por un compañero de Beuxbatons. La noche terminó en su casa, con ambas desnudas sobre cualquier superficie que pudieran encontrar, y allí las encontró la mañana.

Cuando Calantha regresó a la mansión donde residían su Tía Astoria y su esposo Theodore Nott, traía una ropa diferente a la que llevaba la noche anterior, no tenía resaca y le dolía el cuerpo. Su tía la recibió en la sala, leyendo tranquilamente el Profeta y con una taza de café caliente esperándolo. Calantha había adquirido el gusto en sus años en Ilvermorny.

—Una noche interesante, sin duda —comentó Astoria en tono burlesco, viendo a Calantha sonrojarse levemente mientras bebía—. Y esa no es tu ropa, aunque te queda bien.

—Ella y yo tenemos tallas similares —respondió Calantha, reclinándose contra el espaldar del sofá.

—Así que esta “ella”, ¿la conozco? —preguntó Astoria con una sonrisa traviesa, recibiendo como respuesta apenas un asentimiento—. Imagino que es la chica con la que has estado escribiéndote todos estos meses desde que regresaste. Te debe de gustar mucho.

Calantha dejó escapar un suspiro frustrado, la taza chocando con la mesa al resbalar de sus manos y sus ojos llenándose de lágrimas. Cualquier pretensión de burla desapareció de Astoria, quien de inmediato se vio sentada al lado de Calantha, abrazándola.

—Algo está mal conmigo, tía, jodidamente mal —farfulló Calantha, apretando entre sus manos la tela del vestido de Astoria—. Me gusta, me… agrada, no lo sé, pero sé que esto no se parece en nada a lo que yo veo cuando te miro a ti y a Theodore, o a mi madrina y Rolf, el tío Ron y la Tía Hermione, mis abuelos y menos aún a lo que veo en mis padres.

Astoria mantuvo silencio mientras arrullaba a Calantha, abrazándola con fuerza y meciéndose con ella, dejándola llorar su frustración hasta que la sintió calmada, su respiración errática apaciguándose y las lágrimas desapareciendo. Por algunos minutos ninguna hizo nada por interrumpir esa precaria paz.

—Calantha, mi niña, no hay nada mal contigo. No debes de forzarte a que te guste algo que no te gusta —dijo finalmente Astoria, acariciando con cariño los cabellos de Calantha.

—El problema no es ella, tía. No me gusta nadie o, en realidad no es así, yo logró a sentir cosas por ellos, pero nunca es lo suficientemente profundo, nunca me llena. La ausencia de algo está siempre presente y estoy… cansada.

—Encontrarás la solución, mi niña, lo aseguro —susurró Astoria, sus labios sobre los cabellos plateados y sus manos acariciando tranquilizadoramente a Calantha.

Y Calantha se aferró a eso, a la seguridad que Astoria emanaba, a la tranquilidad de ese momento, a la esperanza que no llegaba a morir del todo.

La cuarta vez que sucedió Calantha ni siquiera estaba segura de qué había llevado a ese pensamiento. Tenía 21 años y estaba regresando del trabajo con Sebastian, su aprendiz a quien consideraba un compañero agradable en cierta medida. Habían tomado un desvió pequeño para comer afuera después de una larga jornada y en el camino de regreso por el Callejón Diagon Calantha notó que Sortilegios Weasley todavía tenía luces encendidas.

—Bastian, creo que me quedaré aquí y le hago una visita nocturna a mi padrino, puedo ir a casa desde la red flú —comentó Calantha con una sonrisa, señalando hacia la tienda.

—¿Estás segura? Puedo acompañarte hasta casa —ofreció el muchacho, y Calantha tardó apenas unos segundos en notar la intensidad en su mirada, comprendiendo lo que implicaba.

—Estoy segura —respondió lacónica, su tono cambiando a algo oscuro y ácido que perturbó la expresión de Sebastian de inmediato—. Buenas noches.

Sin esperar mayor respuesta, Calantha se dio la vuelta y atravesó la puerta de Sortilegios Weasley con premura, casi escapando. La campanilla mágica anunció su entrada, pero su padrino ya la esperaba con dos vasos llenos de whiskey de fuego y una sonrisa entre divertida y cómplice.

—No te tomaba por alguien tímida —comentó George, entregándole un vaso a Calantha y caminando con ella hacia el salón de la parte trasera de la tienda.

—No lo soy, era un avance no bienvenido —farfulló Calantha sin poder detener la molestia que se filtraba en su voz. George la observó atento mientras ella se quitaba el abrigo y se dejaba caer sin más en el sofá.

—¿El chico no tiene motivos para creer que sí era bienvenido? —preguntó George, alzando una ceja, pero su mirada centrada en su bebida, dándole a su ahijada el espacio que necesitaba para organizar sus pensamientos.

—Hace dos meses fuimos de salida a un bar por el trabajo, lo conocí allí y pasamos la noche juntos. A la semana siguiente entró como aprendiz y lo pusieron bajo mi supervisión. Fue una sorpresa, pero él no hizo comentario alguno respecto a aquella noche y yo no pensé que hubiese que aclarar más.

—Entiendo —susurró George sin más, dejando que el silencio se extendiera algunos segundos donde ambos bebieron de sus vasos—. Quizás debas aclararlo.

—Sí, ya veo que sí —murmuró Calantha, frotando con fuerza ambas sienes debido al dolor que empezaba a abrumarla—. Estoy cansada, ¿sabes padrino? De intentar sentir algo que no me llena del todo, de buscar respuestas que no aparecen, de herir a las personas sin querer. Renuncié a esto. Nunca voy a encontrar algo como lo que tienen mis padres o algunos de mis tíos, no logro sentirlo, ¿está tan mal entonces que solo quiera disfrutar sin más? No quiero una relación en la que no voy a sentir… eso.

El silencio se apoderó del salón en la parte de atrás de Sortilegios Weasley durante varios minutos, después de que Calantha hubiese sacado todo lo que tenía dentro, frustrándola. George rellenó dos veces más sus vasos antes de hacer algún sonido por su cuenta, dejando que un suspiro largo antecediera sus palabras.

—Harry y Draco, Luna y Rolf, Hermione y Ron, Neville y Hannah, Astoria y Theodore, Teddy y Victoire, Bill y Fleur, Lucius y Narcissa, mis padres, lo que todos ellos tienen es algo especial que colmó sus vidas de las mayores dichas posibles. Es magnífico y no puedo negarlo, pero no siempre tiene por qué ser así.

—¿Lo dices por ti? —preguntó Calantha sin malicia alguna en su voz, solo una genuina curiosidad dolorosa. George asintió una sola vez, mirándola a los ojos.

—Como alguien que ha vivido una vida buena y agradable, pero basada en la conformidad y en un matrimonio sin ese amor, sino más bien compromiso y un afecto causado por los años, te voy a dar el único consejo que creo que vale la pena: no te conformes. Si no encuentras lo que buscas y prefieres no someterte, tener aventuras de una noche sin compromisos y engrandecer otras áreas de tu vida, hazlo, pero nunca, jamás, te conformes.

—Soy la heredera de la familia Malfoy, Black y Potter… ¿no se supone que tengo un deber?

—No veo ninguna ley que te obligue a nada, y sabes que tus padres jamás han forzado ese pensamiento en ti —rebatió George, relajando la tensión en su cuerpo a medida que un brillo travieso se apropiaba de su mirada, antes seria—. Además, el proceso para tener hijos ya lo tienes bien amaestrado, ¿no? No es necesario una boda para eso.

Calantha permaneció en silencio un segundo, asimilando lo que su padrino le había dicho, antes de romper la seriedad con una carcajada que resonó por toda la tienda. George se unió a las risas, haciendo que durante varios minutos ninguno pudiera detenerse, sino hasta que respirar se convirtió en una tarea dantesca.

—Tienes razón en eso —concordó Calantha, limpiando las lágrimas de risa de sus ojos y dejando salir un suspiro—. Creo que es mejor que vaya a casa.

—Dale mis saludos a Draco, dile que todavía nuestra apuesta sobre el próximo partido no ha cerrado —comentó George, acompañando a Calantha a la chimenea.

—Dejen de apostar, por Morgana, van a vacían sus respectivas bóvedas —protestó Calantha, tomando un puñado de polvos flú—. Por cierto, ¿y Freddy?

—Debe regresar para Navidad, dijo que estaría ocupado por un rato más.

—Entre una cosa y la otra, no lo he visto en dos años —Calantha se abrazó a su padrino, adentrándose luego en la chimenea—. Dile que me escriba, seré su jefa el año entrante cuando nos vayamos a Irlanda, pero eso no significa que deba mantener las distancias.

—Le pasaré el recado —aseguró George, viendo a Calantha desaparecer entre llamas y polvos verdes. Se veía más tranquila que cuando había entrado a Sortilegios Weasley y George solo podía pedir que esa tranquilidad viniera con aceptación y nunca fuera perturbada.

La quinta vez que sucedió, Calantha ya ni siquiera estaba molesta. Se había acostumbrado a los periódicos publicando cada cosa de su vida que pudieras descubrir, por insignificante que fuera, así que no se perturbó porque en la primera plana del ejemplar de aquella mañana estuviera una foto de ella con uno de los inversionistas más grandes del actual proyecto en que Calantha trabajaba respecto a la magia pura.

Y no es que Kiran Khan no le resultara atractivo, o que en el momento en que tiraron la foto no hubiesen estado coqueteando, pero no había pasado nada entre ellos y saltar a conclusiones de que estaba enamorada solo por cómo lo estaba mirando era demasiado. Incluso sus padres la habían llamado debido al escándalo que ocasionó, pero no es que Calantha, con veinticuatro años, tuviese que dar explicaciones.

—Pareces molesta —comentó una voz ronca a su lado, en un tono impostado que la hizo desviar su mirada de la multitud que bailaba sin control frente a ella, enfocándose en la persona que le hablaba.

—Estoy molesta —confirmó Calantha, embebiéndose en los rasgos andróginos de aquel rostro pálido, enmarcado por cabellos ónix que llegaban hasta sus hombros.

—Te invito la siguiente bebida, para que te ayude a lidiar con tu enojo —Y, aunque parecía un ofrecimiento, no lo era del todo, pues el extraño ya estaba haciendo una seña al cantinero para pedir dos bebidas de lo que Calantha estaba tomando.

—¿Qué pasa si el alcohol lo que hace es enojarme más? —preguntó ella, dándole la espalda a la multitud y cruzando ambos brazos sobre la barra, apreciando la mirada oscura que se posó en ella, desnudándola aunque se mantenía fija en sus ojos.

—Siempre puedes dejar salir el enojo de formas más… placenteras.

Calantha sabía, en alguna parte de su mente, que incluso para ella aquello era demasiado arriesgado, pero estaba harta de las personas intentando adivinar lo que ella sentía, hastiada de las emociones que faltaban y de aquellos que habían despertado algo en ella solo para que ese sentimiento desapareciera sin explicación ninguna a las pocas semanas.

Estaba casi segura de que eso pasaría también con las mariposas que Kiran le causaba, o tal vez se acostumbraría a ellas, como le había sucedido con Freddy cuando empezaron a trabajar juntos; pero en esos momentos ella no quería pensar en su incapacidad de sentir amor, ese amor romántico y eterno que sus padres habían encontrado, quería dejarse llevar por lo que le era familiar, lo que la hacía sentir plena y sin culpa, pues nadie salía herido. Y así lo hizo.

Las bebidas preparadas por el cantinero fueron ofrecidas a otras personas, o se las habrá tomado él, ella no sabía, porque apenas había visto aquella mano de dedos largos y delgados dejar unos galeones sobre la barra y ella ya los estaba apareciendo de regreso en su piso, unidos en un solo beso sin fin, o tal vez muchos.

La noche fue un borrón de sensaciones, gemidos, dolor, placer, llanto y gritos, y Calantha se sintió colmada de una forma inexplicable, tal vez por su propio estado emocional previo. No hubo resentimiento de despertar en una cama vacía pasado el mediodía, no esperaba que su acompañante se quedase, pero tampoco esperó la nota en su mesita de noche con la dirección flú de su compañero nocturno, una oferta para otra bebida y la firma final de Dmitri Krum.  Quizás la cama vacía podía volver a llenarse.

La vez en que finalmente pasó aquello que todos habían supuesto durante años, nadie lo supo. Calantha lo mantuvo oculto, temerosa de lo que sentía, de la intensidad con la que lo vivía y de lo que otros dirían. Ya tenía veintisiete años y todos a su alrededor habían dejado de intentar leer sus emociones ni la manera en que interactuaba con otros, puede que por eso le fuera tan fácil ocultar la situación frente a la cara de todos.

Durante el último año la idea de decir la verdad había aparecido, primero como un pensamiento al azar bañado de la alegría que precede al clímax en una madrugada cualquiera; luego fue algo que se le ocurrió en una cita, y de allí siguió colándose en su mente en distintos momentos sin motivo ninguno, tomando fuerza hasta que fue un cántico a gritos que la ensordecía, un deseo que la quemaba.

Esa noche, después de la reunión familiar para festejar el nacimiento del hijo de Teddy y Victoire, habiendo pasado tiempo con sus seres queridos y viendo el amor que la rodeaba desde sus abuelos hasta aquellos más jóvenes que ella misma, Calantha decidió que estaba lista para compartir lo que sentía. Así que allí estaba, frente a la puerta de la biblioteca de su padre, con una bandeja con tres tazas y té recién hecho, reuniendo el valor.

Sosteniendo la bandeja con una mano, Calantha tocó dos veces en la puerta entreabierta.

—¿Puedo pasar? —preguntó, asomando la cabeza por el espacio que quedaba disponible, una sonrisa en sus labios que se amplió ante la forma en que los rostros de sus padres se iluminaron al verla.

—Mi luna, sabes que siempre eres compañía bien recibida —comentó Draco, cerrando el libro que había estado leyendo en voz alta para Harry mientras le acariciaba el cabello.

Calantha se adentró en la biblioteca, cerrando la puerta y caminando hasta depositar la bandeja en la pequeña mesa que quedaba en el centro de los dos sofás y un sillón para leer. Sirvió el té con calma, alargando el momento para lograr contener sus nervios, y le alcanzó las tazas a sus padres antes de acomodarse en su asiento frente a ellos, su propia taza en mano.

Los tres bebieron tranquilos durante algunos minutos, y Calantha podía sentir a Harry cada segundo más ansioso, apenas controlándose porque Draco había colocado una mano sobre su muslo y acariciaba en círculos con parsimonia, llamándolo a la calma y esperando. Calantha sabía que sus padres habían comprendido que ella tenía algo que decirles, y agradecía a su padre por controlar a su papá, quien a veces era demasiado impulsivo incluso con los años.

—Yo tengo algo que contarles —inició Calantha, sosteniendo la taza con ambas manos y mirando primero a Draco y luego a Harry—, y agradecería que escucharan sin interrumpir.

—Está bien, adelante —indicó Draco, pasando un brazo por los hombros de Harry y pegándolo más a él, buscando mantenerlo tranquilo.

—Desde pequeña he vivido rodeada de amor, tanto que a veces era asfixiante y, en algún momento, empecé a idolatrar lo que veía. El amor que ustedes dos se tienen, que mis abuelos y otros familiares comparten, es maravilloso y siempre pensé que necesitaba eso en mi vida, que iba a llegar a sentirlo y eso me haría feliz. No fue el caso.

Sus ojos esmeraldas se enfocaron en el té que se enfriaba en su tasa, percibiendo la superficie líquida temblar. Calantha se dio cuenta de que lo que temblaban eran sus manos.

—Primero creí que podía deberse a que en alguna parte en el mundo hubiese alguien destinado a mí, como ustedes dos, y que por eso no lograba enamorarme de otros. Luego, solo me hice a la idea de que había algo mal en mí, porque sin importar lo mucho que me amaran otros o lo que yo sintiera al principio, esa emoción nunca evolucionaba a un sentimiento y solo quedaba el vacío. Creí que estaba rota, que el amor romántico no era para mí y me comprometí a dejar de herir a otros, a solo disfrutar de lo que sí podía tener y no ilusionar a nadie.

Dejando la tasa en la mesa con el té olvidado, Calantha paso sus manos sudadas por sobre sus muslos en un gesto nervioso, secándolas, y luego alzó la mirada hacia sus padres, viéndose reflejaba en unos ojos iguales a los de ella, que ahora estaban llenos de lágrimas mientras Harry se mordía el labio inferior e intentaba controlar el sinfín de palabras de apoyo que Calantha sabía que estaba atoradas en su garganta. Sus propios ojos se aguaron y Calantha limpió una lágrima furtiva de su mejilla.

—Cuando finalmente me había rendido, entonces fue que todo cambió. Me tomó mucho tiempo y varias sesiones con mi psicomaga para comprender que mi forma de amar era distinta y que me había aferrado tanto al amor idílico que había visto a mi alrededor, me había negado a mí misma a aceptar los sentimientos de la manera en que me llenaban, porque necesitaba más de lo yo pensaba. Ahora lo sé, ahora estoy enamorada y soy feliz, excepto porque temo que cuando les diga, ustedes ya no me vean igual.

Apenas la última palabra había dejado sus labios cuando Calantha sintió su cuerpo rodeado del calor único del abrazo de su papá y, así, las lágrimas se desbordaron de sus ojos. Harry la apretó contra su pecho, dejando besos en la coronilla de su cabello y dejándose llevar por las abrumadoras emociones que lo sobrecogían.

—Lamento que hayas pasado por esto sola —farfulló Harry entre sollozos, sus lágrimas mezclándose con las de Calantha—. Hubiese dado lo que fuera por haberte podido ayudar en ese viaje, pero Luna, nosotros te amamos y somos felices si tu lo eres. Sea lo que sea que temas decirnos, te vamos a aceptar.

Calantha sintió un sollozo escapar de su garganta, aferrándose más a Harry y fijando su mirada en Draco, quien se mantenía sentado observando con tranquilidad a su esposo e hija, permitiéndoles ese momento a ellos. Pero en el gris acerado de su mirada Calantha encontró el mismo amor y comprensión que había recibido en toda su vida.

—Puedes decirnos, mi luna —susurró Draco, asintiendo apenas una vez sin dejar de mirarla.

—Amo a más de una persona —confesó Calantha, ignorado la ruptura en su voz—. No me siento bien ni completa si uno de ellos falta, no prefiero a uno sobre el otro y no sé elegir. Nunca pude hacerlo, porque los amo a los tres por quiénes son, por cómo son y por cómo me siento cuando estoy con ellos.

El miedo estaba allí, en el esmeralda oculto tras las lágrimas, y cada segundo marcado por el reloj el miedo se incrementaba.

Draco dejó su tasa sobre la mesa, al lado de la de Calantha, y dio un paso por encima de la de Harry, que yacía tirada en el suelo. Calantha lo observó acercarse a ella, sintiendo vagamente los dedos de Harry peinando su cabello, hasta que Draco estuvo frente a ella. Calantha observó atónita como Draco se arrodillaba frente a ella, tomando ambas manos entre las de él, y la miraba con el mismo afecto de siempre, pero con una seriedad fierra y amenazante igual.

—Solo quiero saber una cosa —dijo Draco, su voz el único sonido que impregnó la biblioteca y rompió el silencio—: ¿ellos te aman a ti de la misma manera?

—Yo… padre —Calantha respiró profundo, sus manos aferrándose a las de Draco—. Sí, los tres lo hacen. Nosotros… estamos juntos todos.

—Entonces diles que vengan el viernes a cenar. No voy a permitir que esta relación múltiple dure mucho más sin conocer a todos mis yernos y eso está fuera de discusión.

Fue la respuesta tranquila, como si Calantha les hubiese dicho que estaba enamorada de cualquier forma más usual, lo que logró romperla. El miedo se disipó y solo quedó el amor y la paz que sus padres le profesaban, que ella sentía.

Así, ese viernes en Grimmauld Place Calantha vio con diversión las expresiones atónitas de sus padres cuando por la chimenea entraron Dmitri Krum, Kiran Khan y Freddy Weasley II, con distintas expresiones de nerviosismo y miedo. Y si sus padres atosigaron a los tres hombres por igual con preguntas hasta el final de la noche; incluso cuando a Freddy ya lo conocían; bueno, ella no podía estar más feliz.

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A un capítulo para el final definitivo, solo puedo decir que esto ha sido muy divertido.

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