Extra 10 "El único en el mundo"
Un suspiro cansado escapó de entre sus labios, deleitando la habitación vacía con la prueba irrefutable de su extenuante día. Llevaba horas escribiendo un informe infinito respecto al último caso que habían tratado. Harry creyó que el trabajo de escritorio disminuiría cuando no estuviera confinado a ser el asistente de Christian Blass, así que su regocijo al ser transferido como jefe de su propio equipo fue significativo; resultó que el papeleo que llevaba haciendo para Blass era todo el que a él le correspondía como jefe, nada había cambiado en realidad.
Harry se alegró de haber terminado más temprano de lo que había previsto originalmente, considerando que apenas atardecía. Tenía tiempo de irse del Ministerio y llegar a su casa con su esposo para pasar algún tiempo relajándose juntos; su hija había sido secuestrada por su madrina para un viaje en busca de algún animal extraño que Rolf personalmente vino a advertir a Draco y Harry que no sería peligroso, por lo que también estaban llevando a sus gemelos.
Ni Draco ni él se acostumbraban a estar tanto tiempo lejos de Calantha, aunque Harry a veces se sentía culpable por la forma en que solía olvidar la aprensión en su pecho y sustituirla por paz cuando se encontraba entre los brazos de Draco después de un largo día de trabajo, ambos desnudos en la tina del baño, sin tener que mirar el reloj constantemente porque habían otras responsabilidades que atender.
Su psicomaga decía que era normal, que tanto él como Draco seguían siendo personas individuales además de padres, pero Harry recordaba el rechazo que había sentido hacia Calantha y se culpaba de todas formas. Estaban trabajando en eso.
Enviando el último pergamino a la oficina del Jefe del Departamento de Aurores, Harry recogió con un movimiento de su varita todo su escritorio y salió de su oficina ansioso por llegar a casa, poniéndose la gabardina mientras avanzaba por los pasillos. El personal que todavía quedaba en el Ministerio lo despedía con pequeños asentimientos que Harry intentaba devolver, pero admitía que toda su atención estaba centrada en llegar a su casa.
—¿Apurado, Auror Potter? —Harry sintió una pequeña llama de enojo encenderse en su interior, forzando su rostro hacia una expresión neutral y desinteresada.
¿Cuándo había empezado a copiarle las mañas a Snape?
—Obviamente, mi esposo me espera en casa —espetó sin cuidado, deteniéndose delante del tazón de polvos flú y tomando un puñado antes de dedicarle apenas una mirada despectiva a Nikiforov.
—Pensé que le gustaría reunirse con su equipo a celebrar el caso terminado —comentó Nikiforov, acercándose demasiado para el gusto de Harry, quien se negó a recular por su presencia—. En nuestro equipo lo hacemos siempre.
—No es algo que yo sabría.
—Si prefiere, siempre puede venir conmigo a celebrar —ofreció el auror, pasando sus dedos a través de la coleta rubia que recogía su cabello—. Estoy seguro que soy mejor compañía que cualquier otra que usted frecuenta.
Harry sintió la brasa en su interior cobrar vida y transformarse en un incendio de rabia. Había tolerado los avances constantes de Nikiforov durante el tiempo en que estuvieron en el mismo equipo, con no más que rechazos fríos pero educados; sin embargo, ya no tenía por qué soportar ninguna de sus impertinencias.
Una sonrisa sádica se extendió en sus labios y aquel lado que el Sombrero Seleccionador había hallado en su interior, ese que pertenecía a Slytherin, brotó hacia la superficie.
—Hay que tener mucho coraje para afirmar semejante sinsentido —comentó Harry, dando un paso al frente y cerrando la distancia entre Nikiforov y él—. No sé si eres totalmente estúpido o solo muy lento de mente, pero déjame hacerte esto simple: Mi compañía frecuente son mi esposo e hija, y no hay nadie en el mundo mejor para mí que ellos. Así que a no ser que hayas crecido en mis entrañas o te hayas metido tan profundo dentro de mi culo como para dejarme embarazado, no, no eres la mejor compañía. Que no te quepa duda que prefiero estar en mi casa, abierto de piernas sobre la mesa del comedor mientras mi esposo se entierra profundo en mi, que perdiendo el tiempo en un bar escuchando las idioteces que tu cerebro vacío escupe por tu boca. ¿Entendido? En un futuro, contente de cualquier acercamiento que no sea profesional, o te demostraré por qué Voldemort mismo llegó a temerme.
Por un instante, Harry se regodeó en la expresión desencajada de Nikiforov, hasta que el aburrimiento sustituyó la sensación de triunfo y su deseo desenfrenado por llegar a casa volvió surgir con fuerza. Sin mediar mayor palabra, Harry esquivó el cuerpo petrificado de la impresión de Nikiforov y siguió hacia la primera chimenea vacía que encontró, adentrándose en esta y soltando los polvos flú al tiempo en que entonaba firmemente su dirección.
Lo primero que lo recibió en su sala fue el visible reguero de cojines que hacían un nido deforme para Alzaroth, quien yacía en medio de estos plácidamente. Calantha la había acostumbrado a vagar libre por la casa cuatro horas al día y Draco, quien siempre había sido precavido alrededor de la serpiente, en algún punto había dejado de importarle y la dejaba sola sin preocupación mayor.
La cabeza albina de la serpiente se alzó entre los cojines cuando Harry entró en la sala y se quitó la gabardina, mirando atenta todos sus movimientos. De alguna forma Harry había terminado siendo el más exigente respecto a los horarios, cuidados y áreas de estar de Alzaroth.
—¿Dónde está Draco? —siseó Harry en pársel, despeinado más su cabello.
—La última vez que lo vi, iba rumbo al estudio —respondió Alzaroth, reacomodándose en su esponjoso nido.
—Sigue durmiendo aquí, solo… no vayas al estudio —indicó Harry con una sonrisa traviesa, apresurándose por el pasillo y perdiendo lo que la serpiente había dicho como respuesta en el ruido de fondo que su cerebro ignoraba.
Tal cual Alzaroth había dicho, Draco estaba en su estudio, sentado detrás de su escritorio con un libro a un lado y un pergamino al centro, en el cual tomaba notas de lo que fuera que leía del grueso ejemplar que parecía digno de un lugar especial en la mesa de Hermione. Harry se adentró en el estudio, aunque Draco no levantó la mirada el pergamino mientras terminaba de anotar algo, y rodeó el escritorio de madera hasta quedar al lado de Draco.
—Llegas temprano —saludó Draco, terminando la oración que escribía y depositando la pluma en el tintero.
—No tanto como desearía —comentó Harry, empujando con su pierna la silla de Draco hacia atrás, lo suficiente como para sentarse a horcajadas sobre su regazo en el estrecho espacio que quedaba entre su cuerpo y el escritorio.
Draco sintió el rojo cubrir su rostro cuando, cualquiera que fuera, la palabra que iba a salir de su boca mutó en un gemido deseoso al sentir los labios de Harry recorrer la piel de su cuello, sus caderas moviéndose firmes contra su creciente erección y el calor envolviéndolo implacable. Sus manos encontraron su lugar preferido en las caderas de Harry, con sus dedos apretando sobre el límite de sus nalgas tan fuerte que sabía que dejaría marcas encima de los moretones que apenas estaban sanando.
—Alguien vino ansioso —farfulló Draco, su sonrojo extendiéndose por su blanquecina piel conforme la excitación lo dominaba. Un gruñido reverberó por su pecho al sentir los dientes de Harry cerrarse en su lóbulo y tirar.
—Digamos que tuve algunas imágenes paseando por mi mente luego de un pequeño altercado antes de irme —contestó Harry, riendo quedamente ante la necesidad pura que imperaba en las expresiones de Draco—. ¿Debería detenerme?
La pregunta era una provocación genuina, y Draco contuvo un gemido al ver la sonrisa arrogante de Harry en el momento en que sus caderas se movieron con más fuerza sobre su pene erecto, dolorosamente confinado entre telas. Los dedos de Harry se enredaron entre sus mechones plateados y Draco apretó más firme sus caderas, restregando a Harry contra sí mismo con un gruñido posesivo.
—No te atrevas, Potter —espetó Draco, deleitándose en la expresión de indudable victoria de Harry.
—Dices que yo vine ansioso… —dijo Harry, sus manos deslizándose por el pecho de Draco y aferrándose al cuello de su camisa—, pero tú pareces tan necesitado como yo —concluyó, tirando con fuerza de los bordes y haciendo que los botones saltaran por todo el lugar, dejando disponible la visión perfecta del torso de Draco cubierto en cicatrices; algunas viejas, otras más recientes, todas hermosas.
—Nunca he podido resistirme a ti y a ese culo pervertido tuyo —respondió Draco entre jadeos, la punta de su dedo índice recorriendo la remarcada silueta del endurecido pene de Harry. Harry gimoteó, mordiendo su labio inferior mientras apretaba más sus caderas hacia abajo.
El hambre se apoderó de Harry, un calor abrasador quemando por dentro desde su núcleo mismo, y su cuerpo se movió por su cuenta, enterrando sus dedos en la piel de los hombros de Draco hasta que sus uñas lo marcaron con rastros rojizos, atrayendo a su esposo hacia él con la misma fuerza con la que él se propulsaba a su encuentro.
Sus labios colisionaron en una mezcla desesperada de dientes, lenguas y saliva; besos mojados e imperfectos que mostraban una necesidad básica, primitiva. Draco se dejó embriagar por Harry, su aroma, su lengua mojada luchando por el control contra la suya, sus caderas implacables contra su erección, su olor después de un largo día de trabajo que se mezclaba con el de pergaminos viejos y tinta nueva.
Todo en Harry era un afrodisíaco para Draco, una droga que obnubilaba sus sentidos. Por eso no se percató de lo que sucedía sino hasta que sintió las cuerdas enredarse en sus muñecas y apretar hasta el límite del dolor, manteniendo sus brazos detrás del espaldar de la silla. Solo entonces Draco se apartó de los besos sin forma de Harry, mirando su posición impotente antes de enfocarse en el negro de las pupilas que reflejaban el deseo de Harry.
—¿Potter? —La voz rasposa de Draco se sintió como una lija sobre los sentidos de Harry, quien jadeó sin contención.
—¿Asustado, Malfoy? —preguntó Harry, poderoso e implacable al deslizar sus uñas por encima de los pezones erectos de Draco, torturándolo con un placentero dolor que causó en él una mueca extraña, rompiendo cualquier pretensión de entereza.
—Ya quisieras —respondió Draco entre jadeos pesados, su pene goteando líquido preseminal hasta el punto de crear una mancha de humedad en sus pantalones.
Harry sonrió ladinamente, similar al gato de Cheshire, antes de inclinarse del todo hacia atrás, su espalda casi golpeando el escritorio, y llevar sus dedos hacia el cinturón de Draco. Los jadeos irregulares fueron acompañados por el sonido metálico de la hebilla del cinturón y, posterior a eso, del cierre al abrirse, hasta que Harry pudo deleitarse en la humedad que empapaba la ropa interior de Draco, marcando en su totalidad la dureza de su miembro.
Draco soltó un gemido estrangulado al sentir la mano de Harry sobre su pene, restregándole la tela mojada contra la sensible piel que latía caliente debajo. El sudor empezaba a acumularse en la coronilla de su cabeza, pegando algunos mechones finos de su cabello a su rostro, mientras que Harry se deleitaba en su agonía.
De repente, un frío caló su cuerpo ante la sensación de soledad cuando el peso del cuerpo de Harry se levantó del suyo. Una protesta murió en la garganta de Draco, transformándose en un gruñido gutural tan pronto como sus ojos encontraron la figura de Harry sentado sobre el escritorio, sin ropa ninguna, abierto de piernas frente a Draco y con su varita apuntando directamente a su apretado agujero.
—Harry —gimoteó Draco, una plegaria y una orden a partes iguales, pero ambos sabían quién sostenía el poder esa noche.
Un brillo malvado destelló en los ojos esmeralda, a través de los espejuelos que empezaban a empañarse con el sudor, cuando Draco apreció como del culo de Harry salía una sustancia transparente y viscosa. El hechizo había sido conjurado sin sonido alguno y Draco no paró de deleitarse en el poder de su esposo que se mezclaba con el suyo propio en sus núcleos mágicos.
Desechando la varita a un lado en el escritorio, Harry abrió más sus piernas, reclinando su cuerpo hacia atrás hasta apoyar todo su peso en su mano no dominante. Sus ojos se quedaron fijos en la mirada endrogada de Draco, y Harry no pudo negar que era un golpe de energía único para su ego que Draco se viera tan descolocado con solo verlo.
Su mano libre viajó por su cuerpo como lo harían las de Draco, deslizando un dedo por su cuello, torciendo sus pezones hasta enrojecer su piel cobriza alrededor, remarcando cada músculo de su abdomen, bailando alrededor de sus caderas antes descender por sus muslos, regresando por la cara interna de estos y alcanzando sus testículos.
Draco gruñó, luchando contra las sogas hasta que sus muñecas estuvieron laceradas, y Harry esperó a ver que sus brazos volvían a relajarse para finalmente enrollar sus dedos alrededor de su pene endurecido, latiendo cálido en su mano, la vena inferior en relieve debido a la sangre que su corazón bombeaba para hacer su excitación absoluta. Su propia humedad embadurnó sus dedos al alcanzar la goteante cabeza y Draco relamió sus labios; ansioso, deseoso y negado.
La frustración y el placer crecían a partes iguales, la tela mojada alrededor de su pene era una fricción insuficiente y molesta, pero agradecida en comparación con la nada que tendría si no estuviera allí. Sus ojos miraban fijamente la mano de Harry ascender y descender por su miembro, extendiendo el líquido preseminal por toda su longitud, apretando en la base y rotando por la cabeza. Era una tortura desgarradora que lo abría de placer desde el centro.
—Harry.
El nombre dejó sus labios como una súplica innegable, y Draco sintió la sangre correr por sus manos desde las heridas en sus muñecas cuando luchó contra las cuerdas, impotente y casi rabioso al ver los dedos de Harry dejar su miembro erecto golpeando contra su abdomen y deslizarse más abajo. Por un instante la imagen fue demasiada para Draco, ver a Harry jugando con su propio agujero humedecido por el lubricante mágico, dando vueltas alrededor del apretado anillo de músculos, y Draco cerró los ojos.
—¡No! —Un toque firme de un pie bajo su barbilla hizo a Draco alzar la cabeza, su mirada encontrando la de Harry, viendo enojo y lujuria a partes iguales—. Mírame, Malfoy.
¡Oh, Merlín!
Draco no creía poder sobrevivir a tanto.
La sangre llenó su boca cuando sus dientes se enterraron en su labio inferior al ver la imagen más erótica que Draco podría imaginar: Harry introduciendo sus dedos dentro de su propio culo, el exceso de lubricante chorreando desde su interior hacia la mesa, los sonidos húmedos llenando el silencio del estudio, su agujero tragándose los dedos con hambre y apretándose alrededor de estos mientras se dilataba sin contemplaciones.
No es que Draco no hubiese visto a Harry en todas las posturas lascivas que ambos podían imaginar, no es que no fuera a verlo en cientos de otras nuevas que llegasen a ellos en un futuro, pero Harry en sí mismo era quien hacía hasta la más simple de las representaciones libidinosas un monumento a la lujuria misma. Y Draco era un pagano cayendo de rodillas ante su pecado capital.
—Dra… co.
Su cuerpo tembló cuando su nombre fue susurrado en ese arrastre entrecortado que era la voz de Harry bajo los efectos del deseo. Su mundo se reducía al cuerpo tembloroso que se exponía ante él, y el deseo de reclamarlo bramaba en su interior como dragones luchando contra las cadenas, pero era Harry quien mandaba ahora.
El pie tembloroso de Harry se deslizó por el pecho de Draco, resbalando sobre la piel como una seda ante el sudor que lubricaba su paso, y Draco se estremeció más fuerte, contrayendo todo su cuerpo contra sus restricciones. El calor y el dolor lo abrumaron por igual cuando Harry apoyó su pie sobre el miembro de Draco, hasta el momento olvidado, y la fricción de la tela y la presión fue demasiado, forzando un gemido lastimero desde lo más profundo de su ser.
—Harry… por favor.
Fue ese ruego desesperado lo que finalmente destrozó los últimos resquicios de entereza de Harry. Había mantenido a la bestia en su interior bajo cadenas firmes durante todo ese tiempo, esperando, prolongando la tortura, y ahora esta se liberaba en todo su esplendor con una desgarradora fuerza apocalíptica.
Draco apenas fue consciente de lo que sucedía, debido a lo rápido que ocurrió. Un instante estaba mirando a Harry complacerse a sí mismo a través de las lágrimas de frustración que llenaban sus ojos, y al siguiente el peso absoluto de Harry estaba sobre él de nuevo, manos ansiosas retiraban la tela empapada de su ropa interior y su adolorido pene era tragado por la calidez estrecha del culo de Harry.
Los gemidos complacidos de éxtasis que ambos dejaron escapar rompieron cualquier calma en Grimmauld Place, gozándose en el placer durante mucho deseado y negado. Tanto Draco como Harry tuvieron que hacer un esfuerzo consciente para no correrse apenas las nalgas de Harry tocaron los muslos de Draco, habiéndose empalado a sí mismo en la totalidad de la dura extensión de Draco.
Harry se quedó quieto, jadeando sobre Draco, mezclando sus alientos mientras esperaba que los temblores que dominaban su cuerpo se aplacaran, sus manos aferrándose a la tela de la camisa rota de Draco, su frente descansando sobre la de su esposo. El sudor corría por sus cuerpos como una capa lubricante, la ropa de Draco se pegaba incómoda a su piel y rozaba en una fricción casi dolorosa la piel sensible de Harry.
Era perfecto.
Draco abrió los ojos, encontrando la mirada de Harry tan llena de adoración como la suya misma le mostraba a su esposo. Habían lágrimas en el infinito esmeralda que él tanto amaba y su corazón latió desaforado en su pecho. Manos delicadas tocaron con suavidad sus mejillas, acunando su rostro, y Draco sintió el cariño creciendo, cobijándolo.
Los labios de Harry cubrieron los de Draco con parsimonia, embelesándose en el sabor de la sangre, la saliva y Draco mismo. Era adictivo; peor aún, era una necesidad imprescindible de su cuerpo. Sus lenguas bailaron juntas esta vez, reclamándose mutuamente, llenando sus bocas en una exploración familiar y ansiosa. El beso se extendió, ardiendo a fuego lento hasta que las llamas se alzaron con fuerza y Harry movió sus caderas, afianzando la punta de sus pies para ascender hasta que tuvo a Draco casi del todo fuera de él.
Un segundo que duró demasiado en el tiempo congeló a Draco y, luego, todo fue cuesta abajo como un peso muerto cayendo por un precipicio. Harry se dejó caer con todo su peso, enterrándose en Draco hasta que no quedó nada afuera, y ambos gruñeron ante la sensación de plenitud.
Harry siguió moviéndose, sus caderas danzando en círculos y subiendo y bajando por toda la longitud de Draco.
El placer era demasiado, la necesidad de tocar lo quemaba como ácido por dentro, y Draco se olvidó del dolor y las heridas, forzando las amaras hasta afincar bien sus talones en el suelo. Cuando Harry volvió a descender sobre Draco, se encontró con una embestida profunda por parte de su esposo que golpeó directo en su próstata.
El grito llenó la vieja mansión renovada, y Harry sintió sus piernas temblar con cada embestida brutal de Draco en su interior, acompasada con sus propios movimientos. Cada estocada era instintiva, salvaje, una necesidad básica de sus cuerpos de unirse. La magia revoloteaba alrededor, la unión absoluta de sus núcleos mágicos despertando con su cercanía extrema.
El placer se arremolinó en sus entrañas, cerrándose en lo más bajo de sus vientres, recorriendo como si de electricidad se tratase hasta tensar y recoger sus testículos, disparándose por sus goteantes miembros endurecidos hasta reclamar de ellos los más guturales gemidos. Harry sintió su interior cálido y lleno con cada espasmo que llevaba a Draco a expulsar semen dentro de él, y su propio clímax pintó de blanco sus pechos y abdómenes, llegando a alcanzar la barbilla de Draco.
Inclinándose hacia adelante, Harry lamió su propio semen del rostro de Draco, relamiéndose ante su sabor y reclinándose para compartirlo con Draco en una unión de lenguas cansadas, más que un beso.
Alcanzando la varita de Draco, que estaba más cerca que la suya propia, Harry desapareció las cuerdas que sometían a Draco a una posición incómoda y sintió una punzada de culpa al ver las heridas sangrantes y quemaduras en la piel que antes había estado impecable.
—Oye —Draco se inclinó hacia él, besando con delicadeza la comisura de sus labios—, no pienses lo que están pensando. Me encantó cada jodido segundo de todo lo que hicimos. Bien sabes que siempre estaré encantado de que dispongas de mi a tu placer y conveniencia.
—Sin embargo, lastimarte… —Harry no pudo seguir el curso de sus disculpas, sintiendo a Draco besar su cuello con caricias húmedas de sus labios.
—Fue perfecto. Todo fue perfecto —aseguró Draco, dividiendo sus palabras en silabas intercaladas con besos—. Ahora, ¿por qué no me dices qué fue lo que pasó que te llevó a esto? Me gustaría tenerlo en cuenta para futuras referencias.
—¿Sin limpiarnos antes? —preguntó Harry con una sonrisa traviesa—. Se ha vuelto usted muy descuidado, Señor Malfoy.
—Pero no estamos sucios, Señor Potter —refutó Draco, abrazando a Harry y apretándolo más contra su pecho, su pene flácido todavía enterrado en el interior mojado y lleno de semen de Harry—. Solo estamos bañados el uno en el otro.
Y quizás fuera la ronquera en la voz de Draco al decir esas palabras; o la forma en que las susurró sobre los labios de Harry, tal vez la manera en que lo miró como si fuera lo más preciado del mundo; pero a Harry no le importó permanecer sucio durante mucho más, mientras sentía a Draco endurecerse de nuevo con su relato sobre el encuentro con Nikiforov, para al final terminar doblado sobre el escritorio, con Draco penetrándolo salvaje y posesivo, en absoluto control ahora.
Harry amaba eso, sentir su confianza y dominio de uno sobre el otro, entregándose por deseo y voluntad, siendo solamente uno para el otro, únicos.
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Ya tocaba fuegoooooo.
En fin, Harry PowerBottom me supera.
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