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Capítulo 9 "Solo por complacerlo"


Pastel de calabaza relleno de pescado. Sin importar sus esfuerzos por dormirse, beber agua o dejar de pensar en eso, Harry llevaba horas despierto sintiendo el deseo desenfrenado de comer pastel de calabaza relleno de pescado. Si pudiera echarle miel con picante encima, mejor.

Estaba girado de lado, mirando con enojo a Draco dormir, y ni siquiera el frío apacible de su mano sobre el voluminoso vientre de Harry hacía nada por tranquilizarlo. ¿Por qué Draco podía dormir mientras él se retorcía con ansias en la cama? Quería su pastel de calabaza peculiar e iba a tenerlo, no importaba cómo.

Sin molestarse en ser delicado para no despertar a Draco, Harry se levantó de la cama con manerismos agitados y pateando las sábanas. El calor era insufrible y Harry no sentía que los encantamientos de enfriamiento hicieran nada por su temperatura. Escuchó a Draco murmurar algo con esa sensual ronquera de recién despierto, pero lo ignoró en pos de ir a la cocina.

—¡Kreacher! —gritó un agitado Harry, entrando como un vendaval en la cocina y escuchando el golpe que el elfo se dio en la cabeza al sobresaltarse por su llamado—. ¡Kreacher!

—Aquí estoy, Amo Potter —Con el ceño fruncido y una visible exasperación, como de costumbre, Kreacher apareció frente a Harry en la cocina.

—Quiero un pastel de calabaza relleno de pescado, con miel y picante por encima, y un batido frío, da igual de qué sea —demandó Harry, importándole poco o nada la molestia del elfo y cualquier protesta que este pudiera tener respecto a su desquiciada petición en medio de la madrugada.

—Es un poco tarde para comer, Amo Potter —protestó el elfo, no queriendo trabajar a esa hora para complacer a alguien que consideraba indigno.

—Tal vez deba entonces llamar a Draco para que te lo ordene él, o pedirle que traiga algún elfo de la Mansión Malfoy. Ellos seguro que obedecerían sin rechistar.

Harry pudo ver como la molestia en Kreacher mutaba a una frustración iracunda, pero había otro brillo algo inusual allí: respeto. Kreacher respetaba a Harry cuando este se comportaba como un sangre pura ególatra y mimado, lo hacía parecer más digno de Grimmauld Place y de Draco. Harry bufó ante esto, pero no dijo nada porque Kreacher desapareció, dispuesto a complacer a su Amo Potter.

—Harry, ¿qué sucede? —preguntó Draco, apareciendo en la cocina con su perfecto aspecto de alguien que acaba de dejar la almohada, pero duerme como la bella durmiente.

—Quería pastel de calabaza relleno de pescado, con miel y picante, y un batido. Le pedí a Kreacher que me lo preparara.

—¿A esta hora? —Draco fue muy cuidadoso con el tono de su pregunta, conteniendo cualquier reproche o emoción de incredulidad que Harry pudiera malinterpretar.

—A esta hora, Malfoy. ¿Algún problema? —espetó Harry. Al parecer, el intento de Draco de mantener la paz no había funcionado.

—No, amor, ninguno —aseguró Draco suavemente, manteniendo su postura neutral y acercándose a Harry con lentitud—. Solo pensé que podía caerte mal por la hora, pero sí es lo que quieres, es lo que tendrás.

Harry no dijo nada, aunque sintió la tensión en sus hombros relajarse y se preguntó fugazmente por qué había estado tan molesto con Draco al verlo durmiendo. No protestó cuando Draco tomó sus manos con delicadeza, acariciando sus palmas con líneas curvas trazadas por sus perfectas uñas romas que siempre estaban recortadas. Harry contuvo otro bufido.

—¿Por qué no vamos mejor a la habitación y esperamos allí a que Kreacher te traiga la comida? Estarás más cómodo y yo podré abrazarte —sugirió Draco, atento a cualquier emoción que se filtrara en la expresión de Harry. Lo vio fruncir el ceño y mirar al suelo, sopesando la propuesta.

—La habitación está demasiado caliente.

—Reforzaré los encantamientos de enfriamiento —aseguró Draco rápidamente, sonriendo al ver a Harry mirarlo con sus brillantes ojos verdes y no viendo más que aprecio—. Además, mi temperatura es bastante más baja que la tuya. Soy como tu manta térmica para enfriar personal.

—Está bien, me convenciste, Malfoy. Ahora deja de coquetear y vamos —repuso Harry con una risa queda, dejándose llevar por Draco de regreso a la habitación.

Ambos se acostaron en la cama, con sus espaldas pegadas al espaldar y Harry envuelto entre los brazos de Draco. Una sensación relajante lo calmó cuando Draco reforzó los encantamientos que bajaban la temperatura de la casa. Harry estaba cansado de sudar todo el tiempo y sentir que deseaba arrancarse la piel.

La tensión de su cuerpo fue fluyendo lentamente fuera de él, dejando entre los brazos de Draco a un Harry relajado que parecía derretirse con cada caricia de sus dedos entre las hebras oscuras de su cabello enredado. Draco no se lo diría a Harry, pero esperaba que su bebé heredara el rebelde cabello del Gryffindor.

No hablaron de nada, pero tampoco les hacía falta. Había una calma flotante en el ambiente que parecía haberles abierto una puerta especial a un lugar alejado. El mundo fuera de aquella burbuja no existía. No habían periodistas chismosos, familiares y amigos enojados, trabajos a la espera de ser terminados, magos y brujas especulando respecto a ellos, ni amenazas y acosadores amenazándolos. Solo estaban ellos.

Dos toques provenientes de ninguna parte avisaron de la llegada de Kreacher antes de que este apareciera al lado de la cama con una bandeja de comida. Draco hizo un esfuerzo consciente para no expresar nada ni con su rostro, ni con su cuerpo. Si para él aquella bandeja contenía alguna especie de poción imperfecta y mal elaborada, eso era algo que no diría en voz alta. El brillo alegre en la mirada de Harry al ver el objeto de su deseo consumado delante de él era más que suficiente para hacerlo tragar cualquier comentario soez.

—Gracias, Kreacher, puedes retirarte —dijo Draco tomando la bandeja de las manos de Kreacher, sonriendo al ver a Harry con expresión infantil sentarse ansioso a la espera de su regalo.

—Amo Malfoy —murmuró Kreacher con una reverencia, desapareciendo segundos después y volviendo a dejarlos solos.

Draco colocó la bandeja sobre el regazo de Harry y apareció con su varita una servilleta de tela que cubría tanto su vientre como su pecho. Si lo miraba bien, parecía más un delantal, pero había soportado una perorata interminable de Harry cuando Draco comentó que su forma de colocarse las servilletas le recordaban a un babero. Draco no quería saber lo que pasaría si comentaba respecto a la idea del delantal.

Por su parte, Harry se veía contento con su comida, devorando el pastel como si de un manjar se tratase. Draco lo observó embelesado, no pudiendo apartar la mirada de su boca conforme gemidos de satisfacción brotaban de Harry con cada cucharada. Era adictivo.

—¿Qué? —preguntó Harry, la cuchara a medio llevar a su boca, todavía masticando el mordisco anterior, sus ojos curiosos mirando a Draco—. ¿Por qué tienes esa sonrisa de comemierda?

—¡Esa lengua, Potter! —regañó Draco, aunque nada pudo hacer para contener la carcajada ahogada que escapó de él—. Solo te observo. Creo que eres adorable cuando ves tus antojos cumplidos.

—Me alegra que consideres esto adorable, cada día son más raros y no me extrañará si en algún momento pido pulpo cubierto en mayonesa, con aguacates a un lado y miel con picante por encima de todo. Junto con un batido de fresa.

La carcajada que soltó Draco esta vez resonó por toda la habitación, haciendo que se sostuviera el abdomen mientras se reclinaba más contra el cabecero de la cama. La imagen era insólita y celestial, una mezcla que Draco no creía que fuera frecuente; pero su parcialidad podía nublar su juicio. Harry se encogió de hombros con una sonrisa y siguió devorando su comida, siempre bajo la atenta mirada de Draco y su sonrisa de comemierda, como Harry lo había descrito.

No tardaron mucho en dormirse después de que Harry terminó de comer. Fue como si lo hubieran golpeado con un encantamiento de sueño. Draco lo consideró encantador. Al menos así fue, hasta el siguiente antojo de pescado con puré de papas cubierto con albóndigas sazonadas y pepinillos con miel, todo bañado en leche de vaca como una gran sopa. Una asquerosidad, la verdad.

Draco había notado la obsesión constante de Harry por la miel, temía que le salieran caries a ese paso. Sin embargo, tenía entre sus manos un problema mayor: Harry no dejaba de gritar y refunfuñar como un niño pequeño hasta que no obtenía su antojo del momento y Draco ya no sabía cómo más complacerlo. Incluso Kreacher estaba preocupado, aunque no lo mostrase.

Desesperado y habiendo hablado con su madre sin resultados fructíferos, Draco recurrió a quien único podría tener una idea de qué hacer. Narcissa Malfoy había pasado un embarazo tranquilo, sin náuseas, vómitos, rechazo a los olores ni antojos más allá de un gusto excesivo por las manzanas verdes. Sin mejores opciones, Draco se vio entrando a Sortilegios Weasley en busca del pelirrojo dueño de la tienda.

George estaba hablando en ese momento con unos adolescentes que parecían haberse escapado de la vigilancia de sus padres para comprar algunos objetos de travesuras. Probablemente estuviesen gastando ahorros de sus estipendios a escondidas, para guardar los objetos de broma hasta que empezara el curso.

Draco sonrió disimuladamente. Su hijo tendría esa opción cuando creciera y él estaba ansioso por ser llamado a dirección por alguna travesura que hiciera. Podía ser un deseo poco responsable, pero él había tenido otro tipo de infancia e, incluso desde su rechazo, había podido apreciar la felicidad de los gemelos Weasley con sus travesuras. No quería a nadie así de demente, pero sí que su hijo disfrutara de una infancia normal.

—Malfoy, que sorpresa verte aquí —saludó George, que había reconocido de reojo la cabellera plateada mientras le entregaba los objetos solicitados a sus clientes prófugos de sus padres y les señalaba donde estaba la caja—. ¿Le sucedió algo a Harry?

—A quien le sucederá algo será a mí si las cosas siguen como están —farfulló Draco, el cansancio volviéndose visible en sus ojos y el estrés vistiéndolo como una segunda piel—. Perdona por aparecer así, Weasley, solo… no sabía a quién recurrir.

—Vamos al salón y me dices qué pasa —exhortó George, señalando la habitación donde Draco había recogido a Harry tiempo atrás.

Draco prefería no recordar ese día, ni la desesperación letal que lo atacó. Por un instante pensó que perdería a su bebé y a Harry. Sabía que juntos podían recuperarse de la pérdida de un hijo, aunque los devastara; pero si él los perdía a ambos, Draco no contaba con poder seguir viviendo.

Dejando a su empleada a cargo de la tienda, que solía tener mucha menos concurrencia durante las vacaciones escolares por obvios motivos, George sirvió dos tazas de té calmante y se sentó frente a Draco. Esperó pacientemente mientras el Slytherin bebía con elegancia memorizada hasta la inconsciencia y, luego, le sonrió con obvia diversión.

—Te ves agotado.

—Lo estoy —admitió Draco, dejando al taza en la mesa y pasando sus dedos por entre su peinado cabello—. Harry está teniendo antojos y, no lo sé, cada día son más… desproporcionados.

—Ah, la etapa de los antojos —George se rio quedamente, una expresión de conocimiento aliviando las dudas en su rostro—. Recuerdo cómo le iba a mi madre con esa fase durante los embarazos de mis hermanos. Papá se volvía loco y nosotros nos refugiábamos en nuestras habitaciones para evitar que el olor de lo que fuera que preparase se nos pegara. Te juro que aquello podía durar días impregnado en ti.

—Te creo —comentó Draco más relajado, sonriendo pese al agotamiento—. No sé qué hacer, Weasley. Incluso nuestro elfo doméstico empieza a desesperarse y no encuentro algo que pueda alivianar sus antojos. Sin contar que negárselos no es una opción.

—Nunca se te ocurra hacerlo —espetó George abruptamente, abriendo los ojos en una graciosa expresión alarmada—. Mi madre entraba en modo basilisco y ella no tenía su núcleo mágico alterado para gestarnos.

—Lo averigüé por mi cuenta. La mancha de lo que sea que hubiera en la jarra de la merienda de medianoche que salió volando cuando sugerí comer algo diferente no se quita. No sé qué contenía ese brebaje, pero me preocupa que fuera algo letal y él no se dé cuenta.

George se carcajeó con fuerza, sujetándose el vientre y dejando con movimientos precarios la taza sobre la mesa. Draco no pudo más que unirse a él, su carcajada más moderada y suave, pero la diversión era compartida. Además, no había mentido. Kreacher estaba cambiando el papel de la pared en ese momento.

—Escucha, no te prometo nada. Éramos muy pequeños y, aunque sea capaz de recordar algunas cosas, Fred y yo no prestábamos mucha atención a lo que sea que mi madre hiciera para controlar sus antojos vomitivos —dijo George, todavía jadeante debido a su risa ininterrumpida—. Sin embargo, tengo que ir a cenar con ella esta noche. Le preguntaré al respecto y veremos qué consigo.

—Te lo agradezco, Weasley —repuso Draco, con una expresión suave que George no sabía que él era capaz de poner.

—Eres bueno… para Harry, digo —George cruzó sus piernas y adoptó un aspecto más serio, algo que era frecuente en él desde que la guerra había terminado. Draco se preguntó si George comentaría algo de la muerte de Fred—. Te advertiría que no le hicieras daño, pero en serio creo que no lo harás.

—Aprecio la confianza —murmuró Draco, apenas lo suficientemente fuerte como para ser escuchado. No se acostumbraba a que alguien que no fuera Harry viera el lado más humo de él—. Debo regresar, Harry ya debe de estar enojado por mi ausencia.

—Nos mantendremos en contacto. Buena suerte, Malfoy —despidió George, dándole la mano en un firme apretón amistoso y abriendo los seguros mágicos para permitirle desaparecer desde el interior de la tienda. Cuando estuvo nuevamente solo, George sonrió complacido. Parecía que Harry podía ser feliz.

La noche se había apoderado del cielo afuera y, para muchos, el día estaba cerca de terminar. Una noche de sueño reparadora no arreglaría los problemas, pero podría aliviar un poco la carga y darles una mente fresca para enfrentarlos al día siguiente. Eso esperaba Draco mientras veía a Harry sentado cómodamente en el sofá, devorando solo Merlín sabía qué cosa que había demandado que Kreacher le preparase.

—Deja de mirarme así —se quejó Harry, tomando una gran cucharada de aquella cosa espesa y viscosa con color enfermizo.

—¿Así cómo? —preguntó Draco burlesco, alzando una ceja de esa forma irritante que a Harry lo desesperaba tanto como le incitaba a inclinarse hacia adelante y besar a Malfoy.

—Como si verme comer fuera algo perturbador y adorable. Es inquietante.

—Entonces me guardaré cualquier comentario —dijo Draco, sonriendo ampliamente al ver a Harry fruncir el ceño con molestia mientras seguía comiendo.

Las llamas de la chimenea crepitaron, su color cambiando del anaranjado característico a un verde brillante que anunciaba una visita. Harry ni siquiera le prestó atención, devorando su comida y dejando que Draco se hiciera cargo. Un aluvión de alivio cubrió el tenso cuerpo de Draco al notar que era George Weasley quien pedía permiso para entrar en Grimmauld Place, algo que Draco concedió sin segundos pensamientos.

—Buenas noches, ¿cómo está la familia feliz? —preguntó George a modo de saludo, dándole un apretón de manos relajado a Draco, pero su mirada fija en Harry, quien tenía los cachetes rellenos como ardilla con la última cucharada.

—Empezando a desesperarme —murmuró Draco fuera del alcance del oído de Harry, a lo que George le dio una sonrisa pícara y un guiño burlesco.

—Puedo verlo —farfulló el Weasley, observando con contenida perturbación el plato de comida de Harry.

—George, no sabía que vendrías —comentó Harry, dándole otra cucharada a su engrudo de lo que fuera y dejándolo de lado para saludar a su amigo.

—Sí, es que me dijo cierto elfo albino que estabas teniendo problemas con los antojos y pensé que podría ayudar. Y si mientras tanto me burlo un poco, pues esa es mi ganancia —explicó George, abrazando a Harry como saludo.

—Malfoy —protestó Harry en tono de reprimenda, mirando a Draco con desaprobación.

—No me mires así, Potter. Ni siquiera sé qué hay en esa cosa que te estás comiendo —se defendió Draco, metiendo ambas manos en los bolsillos con fingido desinterés.

—De cualquier forma… —intervino George, queriendo evitar un problema entre ambos. No es que no fuera divertido verlos discutir como antaño, pero en la condición de Harry prefería no arriesgarse a una explosión mágica—, te traje esto. Tiene unos ingredientes que se usan para los antojos extremos, cuando las personas embarazadas ya no pueden contenerse y antes de que terminen devorando a sus parejas.

Harry miró dudoso la bolsa que George le ofrecía como ofrenda de paz, acomodándose los espejuelos con un gesto rápido. No sabía por qué Draco había tenido que ir a pedirle ayuda a George, sus antojos no eran tan malos; pero cualquier protesta que Potter fuera a hacer murió rápidamente en sus labios tan pronto como el olor de la comida caliente que George cargaba llenó sus sentidos.

Sin dudarlo, Harry tomó el paquete de las manos de George y sacó de dentro un recipiente con algún tipo de sopa roja en la cual flotaban trocitos pequeños de alguna carne desconocida. Se veía espectacular y, por encima, olía como bajado del mismo cielo. Tomando su olvidada cuchara y limpiándola en su boca de cualquier resto de su comida anterior, Harry se acomodó en el sofá bajo la atenta mirada de George y Draco y le dio la primera cucharada a la sopa.

El gemido de satisfacción que resonó desde lo más profundo de él rompió el tenso silencio expectante de quienes lo habían estado mirando con oculta aprensión. Harry sentía que estaba devorando algún tipo de manjar destinado a un dios y, por primera vez desde que los antojos empezaron, todos sus sentidos se llenaron de un sabor único y el picor constante por comida impensable desapareció.

Draco no retuvo el suspiro ligero de alivio, había temido que lo que fuera que George trajera no hiciera efecto en Harry. Para su suerte, no solo funcionaba, sino que no parecía un compuesto de restos de comidas viejas mezcladas. De reojo, Draco vio como George lo miraba divertido, aunque no pasó desapercibido cierto cariño en su sonrisa. Al parecer, el Weasley finalmente lo aceptaba del todo.

De repente, todo el cuerpo de Draco se tensó al escuchar un sollozo ahogado. Miró a Harry en el sofá, devorando su sopa roja con ansias y lágrimas cayendo por sus mejillas. La preocupación se hizo cargo y Draco corrió hacia él, arrodillándose a su lado y pasando una mano por su espalda en caricias lentas que buscaban reconfortarlo.

—Harry, ¿qué sucede? —preguntó con suavidad, intentando perturbar lo menos posible a su sensible esposo.

—George —llamó Harry, reclinándose más en la mano de Draco y pasando una de sus piernas hacia abajo para que la otra mano descansara sobre su muslo. El tacto de Draco hacía maravillas para calmarlo, siempre—. Esta comida es…

George sonrió con reconocimiento. Había supuesto que Harry reconocería el sazón único en la comida, habían sido demasiados años comiendo con ellos en familia como para olvidarlo. Si algo George le concedía a su madre con absoluto talento, era que su cocina siempre sería inigualable. Asintiendo lentamente hacia Harry, George vio como las emociones fluctuaban visibles en el rostro de su amigo.

No hubo más palabras y el entendimiento llegó a Draco sin necesidad de ellas. Con una sonrisa suave, siguió acariciando la espalda y el muslo de Harry desde su posición arrodillado en el suelo. No importaba que eso fuera indigno de un Malfoy, menos aún que la escena se estuviera dando delante de un Weasley, todo eso había quedado atrás.

George observó con cariño sincero como la pareja parecía sumida en alguna burbuja de amor casi palpable. Había algo allí que siempre sobresalió de entre cualquier otra interacción, pero todos habían sido demasiado ciegos para ver lo que era de verdad. Con Ginny eso nunca había pasado. No fue hasta que Harry terminó del todo su sopa, sintiéndose satisfecho como ninguna otra comida lo había conseguido, que volvió a mirar a George.

—Muchas gracias… a todos —George entendió que sus palabras no iban solo para ellos, sino también para su madre.

—Tenle paciencia, Harry. Molly Weasley es buena en muchas cosas, odiar no es una de ellas y tú eres uno más de nosotros —afirmó George sin dudarlo, viendo como las lágrimas volvían a acumularse en la mirada verde, mientras Draco se incorporaba y sentaba en el reposamanos del sofá para envolver a Harry entre sus brazos y dejar que descansara contra él.

—Sin el odioso cabello rojo —comentó Draco, ganándose una palmada en la mano por parte de Harry, pero logrando que tanto él como George se rieran.

—Sin el perfecto cabello rojo —corrigió George en broma, embebiéndose en la imagen de la pareja juntas—. He de irme, todavía tengo que hacer inventario en la tienda.

—Sigue destruyendo las escuelas con tus artilugios, Weasley —comentó Draco, levantándose para despedirlo en la chimenea mientras Harry murmuraba una despedida, el sueño empezando a tomar su consciencia ante la satisfacción de la comida—. Y, en serio, gracias.

—Buenas noches, Malfoy.

—Hasta pronto, Weasley.

Cuando la familiaridad del interior de su tienda lo recibió, George se quitó su abrigo y caminó hacia su más reciente artefacto. Su varita brilló contra su frente un instante, extrayendo el recuerdo de lo que acaba de vivir en Grimmauld Place y colocándolo dentro del Reproductor de Memorias; lo había creado para almacenar todos sus recuerdos de Fred y poder verlos como una película muggle reflejado sobre una pared lisa, sin necesidad de pensaderos y más idóneo para viajes. Solo dudó un segundo antes de enviar el regalo a la Madriguera.

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Opción 1: Los antojos.

Voy a ser sincera, creo fervientemente que Molly fue la única de los adultos, además de Snape a su muy torcida manera, que intentó proteger a Harry tomando en cuenta que era un niño en medio de una guerra que debió de ser luchada por adultos.

Lo de que Dumbledor cuidó a Harry como "cerdo para el matadero" me pareció correcto en el contexto de la historia. Dicho esto, también creo que Molly es un personaje con ciertas características difíciles, la típica matriarca familiar que ordena y espera que se cumpla por encima de todo. No me gustó su actitud hacia Fleur, por ejemplo.

Pese a eso, sé que es una madre compasiva y preocupada, que ya perdió demasiado en la guerra y creo que, considerando lo mucho que ama a Harry como un hijo, no lo dejaría solo para siempre debido a esto. Si tienen otra opinión, es válida y me gustaría saberla.

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