Capítulo 29 "Nieve de colores"
Draco todavía se preguntaba cómo se había dejado convencer. Tal vez tenía algo que ver con que habían puesto todas las opciones en un sombrero y dejado que Calantha sacara el que quisiera. La niña no tenía culpa de haber escogido el papel que marcaba una celebración total, y eso era lo que más molestaba a Draco, que no tenía a quién culpar.
Frustrado, Draco se vio rodeado de una extraña mezcla de adornos festivos de cumpleaños en plateado y dorado, que destacaban contra el árbol de navidad inmenso que estaba en la sala, y las antiguas decoraciones características del Yule. Era doloroso a la vista mirarlo, pero Harry sonreía como el sol mismo con cada adorno nuevo que guindaba del árbol y Calantha correteaba a tropezones a la serpiente por el suelo, así que Draco no podía más que estar fascinado.
—¡Listo! —gritó Harry, aplaudiendo feliz al ver la última guirnalda colgada en el árbol—. Solo falta la estrella en la punta. ¿Quieres ponerla, mi luna?
Calantha gorgoteó en una risa y farfulló algo inentendible para todos, alzando ambos brazos y mirando al árbol lleno de luces con ansias. Estaban intentando que practicara más las palabras normales, no el pársel, y estaba costando más trabajo de lo pensado. Curiosamente, le iba mejor imitando el francés que escuchaba en las canciones de cuna que Draco le cantaba, pero para ese punto ambos padres agradecerían cualquier palabra no siseada en la lengua de las serpientes.
—Yo la cargo —intervino Draco, avanzando hacia la pequeña y recogiéndola del suelo.
—¿Draco Malfoy participando en una actividad heredada de los muggle? —preguntó Harry, bromista y provocativo, ganándose un gruñido bajo de Draco mientras levantaba a Calantha por encima de su cabeza.
—Dale la estrella a la niña y cállate, Potter —refunfuñó Draco entre dientes.
Harry rio quedamente, entregándole a Calantha la estrella de cristal y alcanzando su varita como método de contingencia si algo salía mal. Cuando Draco estuvo seguro de que Harry estaba listo, alzó a Calantha tan alto como sus brazos daban y la acercó a la cima del árbol. La pequeña se aferró a la punta con una mano en un agarre tosco, tomando la estrella con la otra y forcejeando con el hueco en el que debía de entrar la punta del árbol para sostener la estrella.
Intentando que Calantha no lo notase, Harry mantuvo el árbol estable, pues su hija lo movía tanto que Harry estaba seguro que se caería en cualquier instante. Draco reposicionó a Calantha, alzándola más al pararse en puntas de pie e inclinándola hacia adelante, y la estrella entró en su lugar, haciendo a Calantha alzar los brazos en un gesto de triunfo que se acompañó de un grito feliz.
Harry aplaudió como celebración, escondiendo la varita, mientras Draco la dejaba caer para atraparla en sus brazos. Calantha chilló y se carcajeó, abrazándose a su padre y estirando la mano como si quisiera tomar la estrella. Por el suelo, la serpiente se enrolló en la pierna de Harry y ascendió por su cuerpo, haciéndole cosquillas hasta que llegó a su cuello.
—Parece que alguien no quería perderse la celebración familiar —comentó Harry, acariciando la cabeza albina de la serpiente.
—Tú le trajiste a la familia, ahora te aguantas, Potter —repuso Draco, estirando el brazo para que la serpiente pasara de Harry a él y subiera al cuerpo de Calantha—. Por cierto, ¿cuánto tiempo más seguirá sin nombre?
—Hasta que Calantha misma decida nombrarle, Draco. No servirá de nada ponerle nombre nosotros cuando es de ella —respondió Harry, ajustando algunas velas flotantes por la sala.
—Esperemos que no decida ponerle algún nombre muggle sin sentido —farfulló Draco, con una risa atorada en la garganta ante la expresión reprochadora de Harry. El fuego de la chimenea crepitó en verde y Draco le pasó la serpiente a Harry para que la llevara a su casa de cristal—. Nuestros invitados ya llegan.
—¡Recíbelos sin protestas, Malfoy! —gritó Harry a medias, alejándose con la serpiente.
—¡Yo soy un excelente anfitrión, Potter! —protestó Draco, acercándose a la chimenea con su varita y permitiéndole el paso a la familia de pelirrojos.
Los Weasley habían decidido aparecer media hora antes, con Molly siempre dispuesta a ayudar y trayendo consigo un pastel de tres pisos que Draco decididamente no iba a permitir que Calantha probara, considerando la cantidad de azúcar que debía de tener. Con la algarabía característica del grupo Weasley, Calantha fue arrancada de sus manos por Molly mientras Ron era ordenado a llevar el pastel a la cocina y Hermione, educada, saludaba a Draco.
—Parece que te convencieron de aceptar las costumbres muggle, Malfoy —bromeó George, sosteniendo la mano de su acompañante, Angelina Johnson.
—Cállate, Weasley —espetó Draco con fingida irritación. Se había acostumbrado a la peculiar forma de amistad de George— Todavía puedo maldecir tu tienda.
—Daré las quejas a tu esposo sobre tu amenaza —bromeó George, estrechando la mano de Draco y dándole una palmada en el hombro antes de ir hacia donde su madre lo reclamaba, renuente a soltar a Calantha para hacer nada.
—Póngase cómoda, Señorita Johnson, está en su casa —dijo Draco con educado manerismo elegante, un contraste total de su interacción previa con George. La chimenea crepitó de nuevo—. Disculpe, debo de recibir a mis padres.
Lucius y Narcissa llegaron a la hora indicada, siempre puntuales al estilo Malfoy, y Draco ignoró la mirada sorprendida de Angelina al verlo abrazar a Narcissa y recibir un beso de ella en su frente, antes de estrechar la mano de su padre con afecto. Su familia estaba trabajando en ser más demostrativos unos con los otros. Ese tipo de comportamiento les era ajeno, pero agradecían el cambio.
—¿Dónde está Harry, dragón? —preguntó Narcissa con suavidad, Draco disfrutando de la delicadeza de su madre que chocaba con el alboroto de los Weasley, quienes parecían haber poseído su casa.
—Narcissa —llamó Harry, regresando a la sala sin la serpiente mascota y caminando hacia ellos—, un placer tenerlos aquí —Suegra y yerno se abrazaron como saludo, y Draco sonrió al ver a su padre moverse casi imperceptible al lado de Narcissa por la incomodidad de no estar familiarizado con la situación.
—Yo recibiré a los Lovegood, por favor, Harry, pon orden a esta locura —susurró Draco, inclinándose un poco para que solo Harry lo oyera y escuchando su risa disimulada ante sus palabras.
—Lo intentaré —Fue la respuesta de Harry, dejando un beso en la mejilla de Draco antes de dirigir al matrimonio Malfoy hacia el sofá explícitamente comprado para que se sentaran. Una exageración tal vez, pero necesario.
Draco observó el peculiar grupo reunido en su casa y no pudo más que sonreír. Hace algunos años, cuando la guerra recién acababa y su futuro era incierto, cuando menos, Draco hubiera tildado de drogadicto o poseído a cualquiera que le dijera que esto sucedería algún día en su vida. Ahora, Draco no podía estar más agradecido con el contraste de personalidades, silencio y bulla, colores y risas que llenaban su casa. Un tercer alboroto verde en las llamas, y Draco supo que sus invitados preferidos habían llegado.
—Luna —saludó con una sonrisa, aceptando el largo abrazado de la siempre alegre joven, quien había traído a su padre, a Neville y a sus respectivas parejas.
Draco había sido advertido de las visitas acompañantes a última hora por la respuesta de Luna a su carta esa mañana. Él no culpaba a Nyx en el retraso, sabía que la joven probablemente había estado muy dispersa para siquiera preocuparse en responderle con la aclaración de quienes irían con ella y, si era sincero, tampoco le molestaba. Para este punto, Luna podía venir a vivir con ellos sin avisarle y él se lo permitiría. ¿Quién lo hubiera dicho?
—Draco, me alegra estar aquí. Estoy segura que Harry se encargó de que los nargles no molesten a los invitados —comentó Luna, con una sonrisa que se le contagió a Draco, ya habiendo aceptado los comentarios inusuales que ella hacía.
—Harry se encargó de todo, estoy seguro también —dijo él, prestando atención entonces al Señor Lovegood, quien estrechó su mano con el mismo aire ausente de su hija—. Longbottom —saludó a Neville, recibiendo un asentimiento como respuesta.
—Ella es Hannah Abbott, mi novia —dijo Neville, realizando las presentaciones mientras Luna se adentraba en la sala en busca de Calantha, dejando a los demás atrás.
—Un placer, bienvenida a Grimmauld Place.
—Igualmente, Señor Malfoy —respondió la joven.
—Buenas noches, Señor Malfoy, yo soy Rolf Scamander, el novio de Luna —se presentó el joven, señalando un cierta timidez a Luna, quien hacia caras raras para hacer a la niña reír.
—Un gusto conocerle —dijo Draco, sonriendo con comprensión al ver la expresión divertida del joven—. Siéntete libre de unirte a ella, así tal vez impides que lance a mi hija hacia el techo, o algo peor. Que ella la ama, pero su percepción de las cosas es algo única.
—Sí, eso seguro —comentó Rolf con una risa queda, asintiendo hacia Draco antes de ir a reunirse con Luna.
Un último movimiento en las llamas fue el indicio de Draco para recibir a su tía Andrómeda y a Teddy. El pequeño no tardó dos segundos en tirarse a sus brazos en un chillido feliz y abrazarlo hasta casi estrangularlo. Draco se rio por esto, sosteniéndolo para que no cayera y despeinando su cabello azul. McGonagall tendría un tiempo duro cuando Teddy entrara a Howgarts, eso no se dudaba.
Andrómeda, siempre cordial, se había mantenido educada y abierta a darles una oportunidad a los Malfoy. Teddy había pasado algunos fines de semana en Grimmauld Place e, incluso y para sorpresa de todos, había visitado la Mansión Malfoy. Su abuela aún estaba renuente a esos avances, pero no negaba a Teddy la oportunidad de convivir con la única familia que le quedaba.
Habiendo llegado todos sus invitados, Draco cerró la red flú y se reunió con Harry mientras dejaba a Teddy correr hacia su padrino, quien intentaba mantener a Ron lejos de los mandatos de Molly y Hermione, pues George solo parecía dispuesto a provocar a ambas mujeres hasta los gritos. Draco agradecía la ayuda de los elfos domésticos, más de Effie que de Kreacher, pues ella se mantenía con una sonrisa mientras el otro farfullaba cosas sobre traidores a la sangre entre dientes.
Una mirada de Draco fue suficiente para acallar a Kreacher, quien decidió juiciosamente recluirse en las labores de la cocina y dejar a la elfina encargarse del comedor. El pastel de la Señora Weasley ocupaba un puesto importante en la mesa, en honor a la forma en que la señora había acogido a Harry dentro de su familia. Si Draco no supiera la importancia del apellido Potter para Harry, estaría intrigado sobre por qué él no se lo había cambiado a Weasley todavía.
—Veo que sigues manteniendo a tus elfos domésticos, Malfoy —comentó Hermione en voz baja, el tono de reproche siempre constante allí.
—Si intentase despedirlos, es posible que me asesinaran mientras duermo —respondió Draco, con una risa que solo se reflejó en la sacudida ligera de sus hombros y la diversión en su voz—. Pagarles un galeón de oro por mes y darles tres días de vacaciones fue el mejor trato que pude conseguir después de escucharlos gritar por horas. Estoy dispuesto a mejorar sus condiciones, pero no a costa de mis oídos, Granger.
—Supongo que si ellos mismos no quieren cambiar, no podemos obligarlos. Habrá que intentar hacerles ver una diferente percepción del mundo —repuso Hermione, pero Draco percibió la media sonrisa en su rostro—. Gracias por intentarlo, al menos.
—Todo por complacer a la futura Ministra de Magia —comentó Draco con una sonrisa, ambas manos en los bolsillos con aire desinteresado.
—Sigue adulando, Malfoy, todavía no estás en mi lista buena —bromeó Hermione, tomando uno de los platos que volaban hacia la mesa, levitados por Molly Weasley, y colocándolo ella. Alguien se haría daño a ese paso—. Por cierto, Ginny fue sentenciada a principios de semana.
—Pensé que ese juicio había concluido antes del nacimiento de Calantha —murmuró Draco, de repente muy consciente de cuántas personas los rodeaban.
—Su abogado apeló dos veces, y el Wizengamot los dejó presentar el caso en ambas ocasiones antes de decidir una sentencia absoluta —explicó Hermione en un susurro, mirando que nadie los estuviera escuchando. Por la mirada de George, ambos sabían que él ya suponía lo que hablaban.
—Se tomaron su tiempo, supongo que haber luchado del lado correcto en la guerra le dio deferencias.
—Fue condenada a un encarcelamiento de tres años con asistencia responsable por un psicomago que evaluaría su estabilidad mental, ya que el abogado alegó que sufría de Estrés Postraumático y por eso había actuado como lo hizo. Su pena será revisada nuevamente al final de su condenada y, en dependencia de lo que se encuentre, saldrá en libertad con una orden de alejamiento de tu familia, o se le impondrán los años restantes si la condena hubiese sido completa —explicó Hermione, apartándose con Draco cuando más platos y cubiertos volaron en su dirección.
—Supongo que es lo justo —comentó Draco, restándole importancia. Ginny había sido una página dura en su vida y, por un instante, creyó que moriría, pero no por ello le deseaba una vida entera en Azkaban—. ¿Cómo están ellos? —preguntó preocupado, su mirada recorriendo las cabezas pelirrojas en la habitación.
—Ron y Molly son los más afectados, como has de notar —respondió Hermione, mirando aprensiva a su suegra y a su novio—. Arthur parece más ausente y George… últimamente no sé cómo piensa. ¿Podrías hablar con él? Ustedes son amigos ahora.
—No nos contamos nuestras cosas, Granger —repuso Draco, alzando una ceja, pero igual suspiró con tranquilidad—. Sin embargo, veré que hago.
—¡Draco, vamos a la mesa! —gritó Harry, disponiendo el orden de los asientos de los invitados.
Hermione y Draco compartieron una sonrisa a medias antes de incorporarse con el resto. Draco se sentó a la cabeza de la mesa, con Harry a su derecha y Calantha en un asiento para niños entre ambos. Sus padres se sentaron a su izquierda, mientras que Molly y el resto de los Weasley siguieron en orden los asientos al lado de Harry, dándole la vuelta a la larga mesa. Luna y sus acompañantes se sentaron al lado de los Malfoy, siendo ella el intermedio entre Lucius y su padre, algo que no dejó de divertir a Draco internamente. Lucius se volvería loco con los comentarios de Luna.
—Buenas noches a todos —dijo Draco, atrayendo la atención en general de la mesa—. Queríamos agradecerles que estén aquí esta noche, más que como amigos, como una familia. Hoy es un día importante para todos. Es Navidad y Yule, una época en que nos reunimos con nuestros seres queridos. También es el primer cumpleaños de nuestra hija y, tanto Harry como yo, estamos felices de poder encontrarnos hoy con ustedes. No hay nadie a quien quisiéramos más a nuestro lado, compartiendo nuestra alegría. Feliz Navidad a todos, feliz Yule y, obviamente, feliz cumpleaños a ti, mi luna.
Draco besó la frente de Calantha, quien sonreía en los brazos de Harry. Todos aplaudieron felices, alzando sus copas y felicitándose unos a otros. Molly lideró la canción de feliz cumpleaños para Calantha; y de las velas recién sopladas por ella, junto con Draco y Harry, salieron fuegos artificiales en miniatura. La versión segura para infantes y bajo techo de lo que sea que George vendiera en su tienda.
El cristal chocó contra el cristal en los brindis, el pastel se dejó de último como postre y todos compartieron felices la cena navideña, contando anécdotas de diferentes Navidades y Yules durante sus vidas. Las experiencias más divertidas pertenecían a los mayores en la mesa y Draco casi vio a su madre llorar de alivio cuando ella y su hermana compartieron parte de sus experiencias de Yule y las travesuras que Andrómeda había hecho. La paz reinaba en la mesa.
Harry cubrió la mano de Draco con la suya, acariciando con cariño sus dedos antes de entrelazarlos. El amor en su mirada brillaba cual esmeralda recién pulida y Draco apenas podía contener sus propios sentimientos dentro de su pecho. Nunca había sido tan feliz, ni siquiera en la inocente ignorancia de su infancia.
Los regalos bajo el árbol de Navidad que Harry había insistido en tener eran, en su mayoría, para la cumpleañera y Teddy, siendo los niños en la casa. Aunque Draco se había asegurado de que hubiese al menos uno por cada adulto. Todos se reunieron alrededor del árbol con luces titilantes de colores y observaron con sonrisas compartidas como los pequeños reían, destrozando el papel de regalo y abriendo sus sorpresas.
Luego de tener a Calantha y Teddy jugando con sus regalos navideños, los adultos abrieron los suyos con mayor serenidad. Casi todos, porque George Weasley solo se comportaba como un adulto funcional en selectivas ocasiones, pero eso era lo principal de su alma y su familia no podía estar más feliz de verlo recuperar parte de ella después de la muerte de Fred.
Harry y Draco, incapaces de pensar en nada que ambos necesitaran o desearan más que todo lo que ya tenían, solo se regalaron los anillos de matrimonio que Harry había comprado y no habían usado hasta la fecha. Todavía no había ningún documento firmado, pero no tenían apuro por eso, ni siquiera necesitaban una gran celebración al estilo sangre pura. Había una calma suave y arrulladora en usar los aros de metal en sus dedos que era más que suficiente para ambos.
Cuando el gran reloj en la sala; elección de Draco, porque Harry no sabía nada de moda y menos de decoración de interiores; marcó las doce, la algarabía fue sustituida por quietud. Draco entrelazó sus dedos con Harry, Luna cargó a Calantha y Andrómeda a un Teddy más tranquilo, y todos salieron al jardín cubierto de blanco. La nieve había tapado todo con su manto durante días y, como si hubiera sido destinado, en ese momento una suave nevada los acunaba.
Harry nunca había presenciado un Yule; los Weasley eran su única conexión en forma de familia con el Mungo Mágico y ellos celebraban Navidad. Hogwarts, por más incluyente que fuera, tampoco valoraba mucho la celebración antigua de los magos, pues dejaban estos eventos para las familias mágicas, así que Harry estaba más ansioso y emocionado de lo que dejaba entrever; incluso si Draco acariciaba sus dedos para apaciguarlo, siempre capaz de leerlo.
Todos hicieron un semicírculo en el jardín, sacando sus varitas y tomándose de las manos unos con otros. Allí, en ese instante, no habían guerras pasadas ni resentimientos. Harry no sabía qué encantamiento había que susurrar ni cómo mover su varita y, al parecer, Hermione también era inexperta en el tema.
—Draco —dijo Harry, toda su aprensión transmitiéndose en ese susurro apenas audible. Draco sonrió, comprensivo, e inclinó su rostro hasta que sus labios estuvieron rozando la oreja de Harry.
—No hay encantamiento, mi amado, solo siéntelo —indicó él en un murmullo suave, sonriéndole a Harry cuando se apartó lo suficiente para que sus miradas se encontraran.
Draco alzó sus ojos hasta encontrar los de su padre, quien le dio un asentimiento significativo. Lucius Malfoy no solo aprobaba su vida, estaba orgulloso de él y, aunque Draco había pasado cada día desde la guerra fingiendo que no le importaba, el calor que explotó en su pecho casi lo hizo llorar. Con una respiración profunda, Draco volvió a mirar a Harry, afectuoso y complacido.
No quedó nada después, solo el candor de la magia fluyendo dentro de ellos. Todos podían sentirlo, sus núcleos mágicos latiendo en lo más profundo de sus cuerpos, adentro, donde ni siquiera ellos miraban nunca. La magia corría por sus venas y los vestía, quemaba y arropaba. Sus varitas encendieron la intensidad de un Lumus no pronunciado y las esferas de magia se alzaron hacia el cielo, contrarias a los copos de nieve, como si tuvieran vida propia.
Quizás no fuera el encantamiento más majestuoso que Harry había visto, pero, cuando todas las luces se unieron en una súper nova que explotó en el cielo invernal y una aurora boreal cubrió la oscuridad, él lo comprendió. No se trataba del encantamiento en sí mismo, sino de la magia que los unía a todos como uno solo. La máxima expresión de quienes eran. Y, sonriente, reclinó su cabeza sobre el hombro de Draco, sus miradas fijas en el despliegue del poder unificado en el cielo.
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Opción 1: El primer cumpleaños del bebé.
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