Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26 "Único en el mundo"


El martillo fisiológico en su cabeza golpeaba sin descanso. Draco gruñó por lo bajo, aplicando presión en sus sienes con sus dedos mientras inclinaba el torso sobre el escritorio. El reloj en la pared indicaba que era medianoche, su hija cumplía once meses hoy.

—Señor Malfoy —llamó Alphonse, sosteniendo el pergamino con el informe de los últimos experimentos.

Draco permaneció en silencio unos segundos, observándolo. La expresión preocupada y, más que nada, de lástima que Alphonse mostraba concordaba con lo que los papeles frente a él le habían estado gritando durante la última hora y media. Estirando la mano, tomó el pergamino que su ayudante le entregaba.

—Puedes irte, Alphonse, y gracias por quedarte hasta tan tarde —dijo Draco, dándole la espalda mientras volvía a enfrentar la condena escrita frente a él.

—Tenga buena noche, Señor Malfoy —susurró Alphonse con empática tristeza, quitándose la bata de laboratorio y recogiendo su abrigo.

Draco permaneció en silencio, escuchando los pasos que se alejaban, la red flú encendiéndose, Alphonse dando la dirección de su casa y, luego, nada. La soledad de su laboratorio pesaba, abrumadora e implacable. Draco quería esconderse, huir a algún sitio lejos con Harry y su hija y nunca regresar al mundo, ya fuera mágico o muggle. No podía, y eso era lo peor.

Con gestos cansados, Draco recogió los documentos y los agrupó ordenadamente en una carpeta de investigación que envió por vía red flú a la oficina de la medimaga infantil, y otra copia al jefe del Departamento de Alquimia. Tomando el pergamino con el informe que Alphonse, siempre amable, escribió por él, Draco tomó su abrigo y fue hacia la chimenea.

La Mansión Malfoy era silenciosa la mayor parte del tiempo desde que Draco recordaba. En su infancia, solía temer la noche, porque parecía que la mansión cobraba vida. Era ridículo, solo estaban sus padres, los elfos y los cuadros que guardaban el recuerdo de un muerto. Pero, al Draco de siete años eso no le importaba, tenía miedo de todas formas.

Durante su adolescencia aprendió a abrazar el silencio, se aferró a este como si fuera una tabla salvadora en medio del océano, porque el silencio implicaba soledad y eso solo lo tenía cuando los mortífagos no estaban. De adulto, Draco había aprendido a apreciar cada etapa, silenciosa o ruidosa, por lo que eran. El miedo, el verdadero, lo había vivido tan profundo que ya no era fácil para él sentirlo.

Draco estaba aterrado. No podía negarlo, ocultarlo o ignorarlo. Lo sabía tan bien como sabía que estaba respirando, era una segunda naturaleza, una acción inconsciente que lo aferraba a la vida. No era ese terror paralizante que te congelaba los huesos y contraía los músculos, ojalá lo fuera. Era un miedo asfixiante, ese que te comía por dentro y destrozaba cada fracción de tu alma conforme pasaban los segundos. El miedo que venía acompañado de impotencia.

Su cuerpo siguió moviéndose con memoria muscular. Su mente estaba clara, tan centrado y consciente que era destructivo. Draco deseaba poder tomar una poción que enturbiara sus pensamientos y lo obnubilara. No podía, tenía una responsabilidad como padre, así que dejó el abrigo en el perchero y se dirigió a su estudio.

Estuvo sentado en el escritorio un tiempo indefinido, su mano deslizándose sobre el papel, dejando plasmada en tinta lo que solo podía describirse como una súplica angustiada de un padre preocupado. Cuando la pluma rayó su firma sobre la hoja, Draco se dio cuenta de la mirada que pesaba sobre él.

—Pensé que estarías durmiendo —comentó, secando la tinta y doblando la carta para depositarla dentro del sobre correspondiente y vertiendo la cera negra encima.

—Lo estaba, pero Calantha se despertó y, entonces, sentí que habías vuelto —respondió Harry, entrando del todo al estudio y cerrando la puerta detrás suyo—. No sueles traer trabajo a casa.

Draco suspiró profundamente, cerrando los ojos, cuando sintió las manos cálidas de Harry sobre sus hombros, los movimientos circulares de sus dedos que relajaban la tensión quebrante de sus músculos, el calor de su cuerpo envolviéndolo como una manta. Volviendo a abrir los ojos, Draco estampó el sello de los Malfoy en la cera y se levantó con cuidado, dejando un beso en la frente de Harry.

—No es trabajo —respondió, alejándose de Harry y llevando la carta y el pergamino sellado hacia Astor—. Lleva esto a la medimaga Marleen Ratchet.

La orden era clara y Astor, picoteando unos pedazos de carne, tomó el pergamino y la carta y salió volando por la ventana. Draco esperaba que la medimaga durmiera tarde o se despertase muy temprano, cual fuera el resultado necesario para obtener su atención inmediata. Cuando Draco volvió a enfrentar a Harry, no había solo curiosidad en su mirada, sino preocupación.

—¿Por qué enviaste una carta a la medimaga infantil de nuestra hija? —Draco quiso callar, tragarse la información y pedirle a Harry huir. Una vez más tuvo que recordarse que no podía hacerlo.

—Desde el incendio en Grimmauld Place, he estado investigando con la ayuda de Alphonse los rastros de magia encontrados dentro de la casa —dijo Draco, descansando su cuerpo en el sillón cerca de la chimenea. No tenía fuerzas para mantenerse en pie.

—Lo sé, dijiste que no habías podido encontrar nada —comentó Harry, caminando hacia él y sentándose en el sillón que estaba enfrente.

—No encontraba nada porque no sabía qué estaba buscando —respondió Draco con una tristeza profunda, incapaz de mirar a Harry—. Entonces visitamos a Andrómeda, y lo descubrí.

—Draco —susurró Harry, tensándose al comprender el rumbo que estaba tomando la conversación. Draco sonrió triste.

—Nada tenía sentido y, entonces, ella habló pársel y todo lo tuvo. Quise negarlo, temía tanto que fuera verdad, pero tenía que saberlo. Por eso la llevé al laboratorio en mi día libre y tomé una muestra, porque no quería alarmarte sin tener pruebas, porque necesitaba estar equivocado.

Harry contuvo un sollozo, ambas manos cubriendo sus labios y todo su peso descansando con los codos apoyados sobre las rodillas. Draco cerró los ojos, una sola lágrima resbalando por su mejilla, ambas manos apretando los reposabrazos del sillón hasta que la tela se tensó y rasgó bajo sus dedos.

—Calantha es compatible con la magia encontrada en el incendio. Ella fue la que lo hizo. Los aurores tenían razón al decir que parecía el resultado de magia accidental, y Granger no podría haberlo impedido ni aunque hubiese estado mirándola, porque no podía pararla. Nada puede.

—Draco, no, por favor —Harry susurró, su voz quebrada por el dolor, el llanto silencioso tomando el control—. Por favor, solo… no.

—Hicimos algunas pruebas y los datos son consistentes —continuó Draco, incapaz de parar. Quería proteger a Harry, pero él tenía que saberlo—. Todos los problemas con tu núcleo mágico y la magia durante el embarazo provenían del remanente de magia de Voldemort que se fusionó con tu propia magia. Es una fracción tan pequeña que no te afecta en estado normal. Puedes hablar pársel y eres más poderoso de lo correspondiente, se suponía que eso era todo. Entonces, mi núcleo mágico resultó compatible con el tuyo y…

—No, no es posible —negó Harry, tirándose de rodillas al suelo frente a Draco y aferrándose a sus muslos, haciendo que sus miradas se encontraran—. Eres compatible conmigo, por eso quedé embarazo, porque nuestros núcleos estaban destinados. Tú no eras compatible con Voldemort, así que si quedara magia de él en mí, Calantha no existiría.

Draco sonrió, la tristeza corrompiéndolo como años antes hizo la oscuridad. Sin lágrimas que derramar, agotado física y mentalmente, Draco acunó el rostro de Harry con una de sus manos. Sus dedos largos limpiaron las lágrimas en su camino y un suspiro silencioso dejó sus labios.

—Ese remanente de magia oscura ya es tuyo, Harry, tu núcleo lo absorbió del todo —aclaró Draco, su voz ronca y rasposa, pero clara para los oídos de su amado—. Y yo… yo no era compatible con Voldemort cuando nací, pero él seguro que se encargó de hacer que lo fuera durante la guerra.

La implicación era demasiado específica para confundirla, y Harry se rompió porque ya lo sabía, porque habían cicatrices en Draco que eran imposibles de pasar por alto cuando recorría su cuerpo con sus labios, porque habían pesadillas vívidas en las que Harry lo arropaba y acallaba sus quejas y llantos, porque lo había visto tensarse la noche en que un hombre en un bar gay del Londres muggle intentó ofrecerse para un trío y alegó ser capaz de tomarlos a los dos. Draco no durmió esa noche y Harry sabía el trauma que sus pesadillas e insomnios guardaban, pero nunca imaginó las consecuencias.

—¿Qué pasará ahora? —preguntó Harry cuando su llanto se calmó lo suficiente como para hablar.

—La medimaga organizará una sesión de prueba de magia en su clínica privada e iremos. El jefe del Departamento de Alquimia ya tiene un informe con el proceso de investigación y sus resultados, por lo que también debe de estar allí. Calantha pasará por algunas pruebas inofensivas, confirmarán el diagnóstico y… no sé. No sé qué pase después.

Harry permaneció arrodillado, su cabeza descansando sobre las piernas de Draco, su cabello moviéndose con cada caricia de los delgados dedos que los peinaban. Draco se reclinó contra el sillón, su mirada fija en las llamas que ardían y calentaban la habitación, creando formas crecientes que se movían, diferente a los objetos inanimados de los que provenían.

El reloj del estudio marcó las tres de la madrugada y Draco tocó el hombro de Harry, llamando su atención. Harry aceptó la ayuda de Draco para ponerse de pie y ambos salieron del estudio tomados de la mano, avanzando por los silenciosos pasillos de la Mansión Malfoy con aflicción. La habitación de Calantha tenía la puerta abierta y las esferas giraban tranquilas con humo blanco sobre la cuna en la que su hija dormía sin perturbaciones. Ambos deseaban poder tenerla así siempre.

Harry fue quien siguió caminando luego de unos segundos, Draco siguiéndolo porque ya no tenía fuerzas para hacer nada por su propia voluntad. Sin palabras de por medio, Harry le indicó a Draco que se diera un baño mientras él sacaba su pijama limpio y los elfos desaparecían la ropa sucia del suelo. Harry lavó el cabello de Draco, dejando que él se relajara en la bañera.

¿Cuánto tiempo cargó con el peso de ese secreto solo? ¿Cuánto miedo pudo haber sentido? ¿Impotencia? ¿Inseguridad? Harry deseaba que Draco hubiera confiado en él para decirle todo aquello, pero también agradecía que no lo hubiera hecho. La espera lo habría desequilibrado.

Ese pensamiento encendió las alarmas de Harry, quien escribió un pequeño mensaje para su psicomaga mientras Draco se lavaba los dientes y lo envió con Nyx. Fuera cual fuera el resultado, necesitaría de una sesión de emergencia. Sus esperanzas de que Draco se equivocara eran mayores que la realidad, porque Harry sabía que Draco era muy bueno en su trabajo, que no se equivocaba. Necesitaba que estuviera equivocado y sabía que no lo estaba.

Para cuando ambos yacieron en la cama, silenciosos y abrazados uno al otro, el miedo ya se había asentado en ellos y solo les quedaba esperar. El cansancio venció a Draco por algunos minutos intermitentes durante los cuales Harry veló su sueño, incapaz de dormir él mismo, hasta que el alba llegó y, con esta, Astor y Nyx con las respuestas esperadas.

El desayuno fue un proceso angustioso en el cual Draco explicó la situación a sus padres, obviando ciertos detalles de su oscura adolescencia que Harry entendió que eran su secreto. ¿Qué harían Narcissa y Lucius si se enterasen? Harry prefería no averiguarlo. Ambos Malfoy se ofrecieron para acompañarlos al hospital, pero tanto Draco como Harry se negaron, pidiéndoles comprensión y paciencia.

Narcissa fue quien vistió a Calantha, dándoles tiempo a Harry y Draco para prepararse. El reloj marcó las siete y media y la cuenta atrás había terminado. Harry tomó a Calantha en brazos y los tres se dirigieron a la chimenea, siendo despedidos por los semblantes preocupados de Narcissa y Lucius. Cuando el verde de los polvos flú finalmente se desvaneció, delante de ellos se presentó una amplia sala de recepción blanca, con Marleen Ratchet y Henry Clastor, Jefe del Departamento de Alquimia.

—Señores Potter-Malfoy, bienvenidos a mi clínica —saludó la medimaga Ratchet, estrechando la mano de Draco, pues Harry se negaba a dejar de abrazar a Calantha—. Recibí su informe y carta ayer en la madrugada, he de admitir que me mantuvo despierta el resto de la noche. Espero que lo que encontremos hoy, sea lo que sea, nos esclarezca el camino a tomar de ahora en adelante.

—Gracias por su inmediata y amable atención, Dra. Ratchet —dijo Draco, tan educado como podía en vista del dolor ansioso que lo agobiaba.

—Faltaría más —comentó la medimaga, señalando el largo pasillo—. He preparado un área especializada para este examen. Síganme, por favor.

—Señor Malfoy —llamó Henry Clastor, mientras avanzaban detrás de la medimaga—. Esta situación es alarmante para todos, pero no están solos.

Draco no supo qué o cómo contestar, su voz se sentía temblorosa y al borde del quiebre en su garganta, así que se limitó a asentir con firmeza y mantener silencio, su mano apoyándose en la espalda de Harry para consolarlo. El pasillo llegó a su fin y una puerta doble de color celeste dio paso a una gran habitación expandida donde se encontraba un área dividida por un cristal, detrás del cual se hallaba un tapiz blanco hueso y diferentes esferas vacías.

—Señores Potter-Malfoy, esta es el área donde vuestra hija será examinada —anunció la Dra. Ratchet, cerrando la puerta con un encantamiento—. Les explico cómo funciona el examen: el cristal que nos divide es antimágico, los alquimistas lo desarrollaron para experimentos no éticos hace dos siglos, pero el avance de la medimagia permitió darles un uso más adecuado en los exámenes infantiles de núcleos mágicos o para aquellos magos que nunca llegan a dominar su magia por motivos a estudiar.

—¿Es seguro usarlo con ella? —preguntó Harry, su voz temblorosa era la única prueba de cuan afectado se encontraba. Quien no lo conociera pensaría que estaba sereno y enfocado. Draco lo sabía mejor que eso.

—El cristal impedirá que su magia nos afecte si ella pierde el control, pero no la devolverá hacia la paciente, sino que la absorberá.

—Calantha —interrumpió Harry, moviéndose más cerca de Draco de forma inconsciente—. No le diga “la paciente” como si tuviera alguna enfermedad.

—Me disculpo, ha sido insensible de mi parte —dijo la medimaga, asintiendo de forma leve a manera de disculpas—. El examen consiste en dejar a Calantha sola en la alfombra sensible a la magia y pedirle que juegue con las esferas. La alfombra está hechizada para estimular su núcleo mágico y así podremos comprobar lo que la investigación del Señor Malfoy ya expuso.

—Suena sencillo —murmuró Harry para Draco, mirándolo en una muda petición de reafirmación que le tranquilizara. Se sentía al borde de un ataque de pánico.

—Estará bien. La explicación era para ti, mi amado, yo ya sabía cómo funcionaba el examen y estoy de acuerdo. Sé que es seguro —afirmó Draco sin vacilación, presionando más su palma contra Harry—. En cualquier caso, de algo salir mal nosotros estamos en peligro, no ella.

—Bien, mejor así —susurró Harry en entendimiento, mirando más determinado a la medimaga—. ¿Qué tenemos que hacer?

—Ponga a Calantha en la alfombra y regrese con nosotros a este lado —indicó la Dra. Ratchet, levantando con magia el cristal para permitirle el paso a Harry—. Solo el núcleo mágico de la niña debe permanecer allí, para que no hayan interferencias.

Harry asintió con lentitud y abrazó más fuerte a Calantha, hundiendo su nariz en el rebelde cabello plata hasta que sus sentidos estuvieron saturados con el olor de su bebé. A pasos firmes, Harry avanzó hasta estar sobre la alfombra, depositando a Calantha en ella, quien solo reía quedamente como si nada estuviera mal.

—Te sostendré de nuevo en unos minutos —susurró Harry, besando la frente de su niña—. Te amo, mi luna.

Conteniendo las lágrimas, Harry regresó hacia Draco, dejándose envolver por sus brazos en busca de sostén mientras la medimaga volvía a descender el cristal. La ansiedad ascendía conforme la anticipación porque algo sucediera se volvía más imperiosa. Harry encajó sus uñas en las manos de Draco hasta que la sangre brotó de las marcas de medialunas, pero Draco no hizo ningún gesto de reconocimiento, solo mirando a su hija.

Durante algunos minutos no sucedió nada, solo Calantha gateando por la alfombra hacia las esferas a medida que la medimaga las movía y con un tono de voz infantil le indicaba a la niña que podía jugar con ellas. Todos los ojos de la habitación estaban centrados en la pequeña que babeaba las esferas al sostenerlas entre sus manitas y llevárselas a la boca, ajena a todo.

Por lo que duró ese tiempo, breve cuando más, Draco y Harry se permitieron tener esperanza y creer que todo había sido una equivocación de un Draco muy cansado y al borde de su control nervioso. Entonces, las esferas se iluminaron como un Patronus; intensas supernovas en las manos de su niña, rodeándola, volando a su alrededor.

Calantha reía prácticamente a carcajadas, viendo las esferas ir cada vez más rápido encima de ella. Sus manitos estaban estiradas en un divertido intento por atraparlas que solo aumentaba la intensidad de la luz y, con cada risa, el cristal temblaba en su lugar.

Harry se aferró a Draco, ambos aterrados y maravillados a la vez, una confluencia de emociones que recorrían sus cuerpos y los dejaban incapaces de pensar. Calantha se incorporó torpemente, con un precario equilibrio, para intentar estar más cerca de las esferas destellantes que viajaban tan rápido en el aire que ya no se podían diferenciar, dejando como prueba de su existencia un aro de luz continuo.

El cristal tembló más fuerte, la alfombra bajo Calantha se tiñó de rojo y la luz cegadora cubrió la figura de la niña. Eso fue lo último que todos vieron antes de que el cristal explotara en un gran estallido, haciendo que tuvieran que agacharse para protegerse. Draco cubrió con su cuerpo a Harry, sintiendo los fragmentos enterrarse en él, hasta que el hechizo de protección se activó y el cristal roto se detuvo, cayendo en un estrépito sobre el suelo.

Jadeante, Draco se quitó de la espalda de Harry cuando pasó el peligro, permitiéndole correr hacia Calantha. Entre gruñidos contenidos de dolor, una capa de sudor que cubría su piel y la sangre goteante que crecía en formas de mancha en su ropa, Draco observó desde el suelo como Calantha reía cuando Harry la regañaba. En medio del silencio y los dientes apretados, todos escucharon el siseo de Calantha hacia Harry.

—¿Qué dice? —preguntó Draco, forzando su voz tan normal como podía. Harry miró hacia él asustado, notando las heridas de Draco ahora que tenía a su hija segura en sus brazos.

—Que se divirtió —susurró Harry, entendiendo por el filo recio de la mirada de acero de Draco que no aceptaría más palabras que la respuesta. 

Satisfecho con eso, Draco se dejó caer adolorido, en iguales condiciones que Henry y la medimaga Ratchet, con cristales en sus heridas que tendrían que ser removidos manualmente, pues la magia no funcionaría en estos. Durante el tiempo en que llegaron los sanadores preparados para el proceder, entrenados en el hospital personalmente por la Dra. Ratchet, y el posterior proceso de cura extenuante y doloroso, Draco permaneció sin hablar y Harry solo abrazaba a Calantha más fuerte.

La prueba había sido un éxito, pese a los percances imprevistos, o esas fueron las palabras de la medimaga y el Jefe del Departamento de Alquimia. Ellos, por más empatía que sintieran, veían la situación desde lo innovador; Draco y Harry solo querían irse a casa.

La confirmación de la investigación de Draco era una sentencia que duraría para toda la vida de Calantha, incluso cuando ellos ya no estuvieran. Su núcleo mágico era algo nunca visto, una fuente de magia potente sin par, en el cuerpo de una niña que no tenía ni un año y cuyas únicas palabras solo podían ser entendidas por Harry o las serpientes. Ella era especial y, en el Mundo Mágico, eso no era bueno.

************●●●●●●●●●●**************
Opción 3: Un diagnóstico temido.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro